viernes, 28 de febrero de 2014

Oportunidad perdida (continuación)

Era diciembre, el último día de clase, y el profesor les había pedido que pensaran en las diferentes tradiciones navideñas entre Francia y España, y que dijeran qué tradiciones seguían cada uno en estas fechas. Venciendo la timidez que le provocaba saber que mandar christmas es algo que mucha gente tiene por raro y antiguo, él dijo esto mismo. En ese mismo instante ella se asombró como solía hacerlo muchas veces, sin quitar su bellísima sonrisa de la cara, y le dijo que le mandara uno esta Navidad. De primeras él pensó que ella estaba de cachondeo intentando quedarse con él, y tomarle el pelo, sin embargo después de la academia ella le volvió a insistir y le dio su dirección para que pudiera mandar el christmas. Él se quedó completamente descolocado con eso. No sabía cómo reaccionar. No sabía qué pensar de esa extraña petición. Fue algo que estuvo en su cabeza dando vueltas un par de días y que le sumió en una nube extraña, y le hizo pensar que a lo mejor sí podía tener una oportunidad con ella si algún día su timidez y su miedo le dejaban pedirla que se tomaran algo.

Esta timidez, y la falta de seguridad en sí mismo hicieron que nada de esto ocurriera. Él le mandó el christmas, escrito en francés como ella se lo pidió y en el que le dijo que si quería podían quedar un día a tomar algo, y esperó que al menos por whatsapp ella le diera las gracias y le dijera que le había gustado, pero nada. Pasados unos días él se decidió a preguntarla por el móvil si le había gustado el christmas pero no contestó. Si la seguridad en sí mismo era poca de por sí, tras esto, pensó que la había cagado, que ella tenía novio, que se había equivocado de cabo a rabo. Pensó que todo lo que hasta entonces había sentido estando con ella habían sido meras ilusiones e imaginaciones suyas. Pensó que la complicidad que durante los meses anteriores pensaba que había entre ellos era pura invención de su subconsciente, que las miradas que ella le echaba muchos días no habían existido, que las bromas que ella hacía con él jamás pasaron. En definitiva se sintió como un completo idiota.

Pasadas las vacaciones de Navidad, y de vuelta a la academia después de no haber obtenido respuesta alguna sobre el christmas mandado, fue ella la que le dijo que sentía no haberle dicho nada sobre ello. Él volvió a la academia con la intención de no exponerse más a ella, de mostrar algo más de distancia para no volver a sentirse como un imbécil, aunque tuviera que evitar mirarla todo lo posible. Sin embargo esta espontanea decisión por parte de ella de irle a explicar porqué no le había dicho nada, le dejó pasmado. No se lo esperaba la verdad. La explicación que le dio, aunque rocambolesca, era creíble, o al menos eso quiso pensar él. Le dijo que había tenido un problema con el móvil y que tuvo que comprarse uno nuevo y cambiarse de compañía telefónica y debido a todas las gestiones que tuvo que hacer no pudo usar el móvil durante las Navidades más que para llamar. Sí, es cierto que la explicación es absurda, pero a él le dio igual. Le dio igual porque fue ella la que quiso disculparse, fue ella la que le dio explicaciones sin que él las pidiera, y con esa sonrisa él no pudo más que quitarle importancia al asunto.

Esta reacción le dejó completamente confundido ya que no se la esperaba. Él pensaba que el christmas no le había gustado, y por tanto que había hecho el idiota como ya he dicho. Pero esta reacción por parte de ella, hizo que todo volviera a cambiar y que él volviera a ilusionarse con que algún día venciera a la timidez y el miedo al rechazo y la pidiera quedar a tomar algo. Sin embargo, nunca consiguió vencer a ese miedo, nunca derrotó a su timidez.

Un día, todo lo anterior cambió radicalmente. Una broma fue la dinamita que derrumbó el castillo de naipes. Una broma que él nunca se perdonaría haber hecho, pero que como otras muchas hasta entonces se hacían entre ellos. Una broma inocente, pero que a ella no le gustó, no le sentó bien, pero que no era muy diferente al tonteo que habían tenido durante muchas clases en las que unas veces era ella la que se metía con él para reírse un poco, y otras veces era él quien la chinchaba para que ella mostrara esa sonrisa que iluminaría la noche más oscura de los tiempo. Con esa broma acabó todo. Nunca comprendió muy bien por qué, pero fue así. Ni siquiera pidiéndola perdón al final de la clase y por whatsapp en un par de ocasiones, consiguió que ella le volviera a dirigir la palabra como lo hacía antes de esa tarde.

A partir de ese día, las tardes en la academia ya no volvieron a ser lo mismo para él. Ya no iba ilusionado a clase porque, aunque la mayoría de la gente era la misma, el ambiente ya no era igual: ella ya no estaba igual de divertida con él, ya no había esas miradas que había antes (o que él imaginaba que había) e incluso evitaba sentarse a su lado, cosa que él también empezó a hacer. Desde aquella broma, la academia no era ya una válvula de escape de la universidad, era otra batalla en la que él intentaba no relacionarse mucho con ella para no sentirse idiota. Si antes no se atrevió nuca a pedirla si tomaban algo algún día, ahora ya ni siquiera se atrevía a preguntarla por qué estaba así con él. La poca confianza en sí mismo que ella le había procurado se esfumó como una montaña de arena durante un vendaval. No es que no quisiera verla, porque era imposible que eso pasase, ya que le seguía gustando mucho, incluso a veces cuando ella no mirada o estaba haciendo cualquier cosa, él se quedaba unos segundos mirándola, desviando la vista si ella dejaba lo que estuviera haciendo para que no le descubriese. Lo que no quería era volver a sentirse como un mierda que no había tenido valor para decirla nada en todos los meses anteriores, para acabar fastidiándola del todo por una broma. ¡Dichosa broma!, la de vueltas que le habrá dado a la puñetera broma.

Pero si esa broma le atormentaría durante muchos días y le golpearía constantemente la cabeza y el corazón, aún peor fue ver cómo ella empezaba a acercarse cada vez más a otro de los compañeros de clase de francés, al que estudiaba ingeniería industrial, con quien él también se llevaba bien porque era la única persona con la que compartía tipo de estudios. Lo que empezó a sentir cuando veía cómo ella cada vez se relacionaba más con el industrial, fue una sensación que él nunca había experimentado hasta entonces, y que no supo calificar. Le molestaba la actitud de ella, más aún teniendo en cuenta que el industrial se había pasado el primer trimestre del curso detrás de otra chica que no siguió en el segundo. Era un sentimiento extraño lo que él sentía, era algo que estaba en su interior y no sabía decir dónde, sin en el corazón, en la cabeza, o en las propias entrañas, porque era de ahí de donde él sentía que salía todo. Le jodía enormemente ver cómo el industrial si había tenido el suficiente valor, quizá también algo más de práctica, para relacionarse más con ella y caerle simpático.

La gota que colmó sus esperanzas y su propia autoestima fue ver cómo en los descansos entre las dos horas de clase, el industrial la acompaña a comprar al “chino” de la esquina cualquier cosa, bajo pretexto de que también quería comprarse algo. Fue entonces cuando él se dio cuenta de que su falta de valor, su timidez y ese miedo a ser rechazado por ella (en general tenía miedo a ser rechazado por cualquier chica que le gustase), habían hecho que esta oportunidad que la vida y el azar le habían puesto en bandeja se le escapara, como se escapa el agua de nuestras manos si intentamos cogerla. Se dio cuenta de que si no cambiaba las cosas en su mente, si no ganaba autoestima, la próxima vez que se le planteara una oportunidad como esa volvería a dejarla escapar por imbécil, por cobarde. Él sabe que, si no cambia,  la próxima vez que una chica como ella se cruce en su camino volverá a perder la oportunidad de estar con alguien y no acabar solo en la vida, cosa que le aterra y que sabe que no podrá soportar en el futuro, como a día de hoy ya le pasa.

Oportunidades así no ocurren todos los días, y eso él lo sabe, aunque a veces también piensa, como antes he comentado que quizá todo esto no fuera más que imaginaciones suyas, y el que ella se portara de manera tan divertida y cercana con él fuera sólo la manera de ser de ella. Sin embargo esta oportunidad, la más clara que nunca se le había puesto delante de las narices, voló. Esta oportunidad se perdió, y él sabe por qué. Lo que no sabe es si se le plantearán más oportunidades como esta; muchas veces piensa que no, que esta era la buena, que chicas así no abundan, y menos teniendo en cuenta que no se relaciona con muchas.

Sólo queda esperar que la vida le haga cambiar, que deje a un lado la timidez y destierre al miedo a lo más profundo de su ser, para que el día en que sus pasos se vuelvan a cruzar con una chica como ella, él le eche el valor suficiente y pase a la accione. Porque como sus amigos le dicen: ¿qué tienes que perder? Pero él ya ha perdido una oportunidad de no estar solo.


Caronte.

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