domingo, 24 de mayo de 2015

Supongo que lo echaré de menos

Hace apenas un par de años, mediada la carrera, lo único que quería es que acabara de una vez para poder librarme del enorme peso que suponía estar metido en un sitio y estudiando una carrera que ni me ilusionaba ni me motivaba lo suficiente para aguantar nada. Me pesaba mucho haberme equivocado eligiendo carrera, y que ese error lo hubiera constatado demasiado tarde como para intentar enmendarla dejando la carrera y empezando otra. El problema fue que no tuve valor para hacerlo tampoco. Quizá usé de excusa que no iba a tirar ya los tres años que llevaba en mi Escuela y que había superado con relativo éxito. Debí tomar entonces una decisión y no parapetarme detrás de excusas que me autoimponía para no darme cuenta de que si uno tiene claro sus sueños y se ha dado cuenta del camino que debe seguir debe hacerlo, aunque ello suponga abandonar otro camino que ya lleve bastante avanzado.

Por esto quería que llegara el final, que se acabara la carrera y que todo terminara para así poder quitarme al menos el peso de ir todos los días a un sitio que para mí terminó simbolizando en algún momento de estos seis años una prisión. Ese día final ya ha llegado, pero no siento ese alivio que pensé que iba a sentir al salir por última vez de clase. Quedan todavía las citas con los exámenes, pero tras un año en el que el Proyecto Fin de Carrera ha supuesto el ochenta por ciento de mi dedicación, de mis pensamientos y de mi tiempo libre (y no tan libre también), los exámenes son como una rozadura de un zapato nuevo en el talón del pie, después de haber pasado una almorranas del tamaño de un melocotón. El último día que pisaré la Escuela por obligación será el próximo 1 de julio cuando deba defender mi proyecto ante el tribunal que lo evaluará y me dirá lo bien, lo mal o lo regular que lo he hecho (o copiado según se mire). Ese será oficialmente el último día de mi vida universitaria.

Paradójicamente ahora resulta que no quiero que llegue ese momento. Bueno de hecho quiero y no quiero que llegue ese último día. Supongo que estoy afectado ya del síndrome de Estocolmo, ese que sufren las víctimas que terminan cogiendo cariño a sus verdugos después de un largo cautiverio, tortura o trauma. Soy el primer sorprendido de este cambio radical de postura y sentimiento hacia estos últimos años de mi vida. Seis han sido los años que he pasado en mi Escuela, rodeado la mayor parte del tiempo por la misma gente, los mismos espacios, las mismas rutinas. Un cuarto de la vida que llevo vivida a día de hoy, ya que tengo 24 años recién cumplidos. Se dice pronto, se escribe pronto, pero asimilarlo es más complicado. Esto no es un asunto trivial, es complejo. Siento sensaciones encontradas como he dicho. Quiero que todo acabe porque la Escuela, no es que me haya quitado nada porque no había mucho que quitar, por no decir nada, sino que me ha impedido encontrar cosas y quizá también a personas que me hubieran hecho la vida más sencilla.

Estos seis años metidos en un lugar y dedicando muchas horas de mi tiempo y mi energía a estudiar algo que no me interesaba lo más mínimo, pero que tenía que sacar como fuera, me han quitado vida. He dejado de hacer muchas cosas que me hubiera gustado, y por centrarme en algo que no merecía la pena, sobre todo durante los primeros años de carrera (hasta que comprendí que no iba a dejarme la vida en la carrera y que nada de lo que consiguiera dentro de ese horrendo edificio de hormigón me iba a dar ninguna satisfacción), también he dejado de disfrutar de los mejores años de la vida de cualquier persona: su juventud. Ahora, acabada ya la universidad, no teniendo que volver más a sus aulas (salvo a la de exámenes), cuando podría disfrutar algo más de mi propia vida, de mis años jóvenes, de mi pareja si la tuviera, me doy cuenta que estoy más cerca caso de ser padre (si tomo como referencia la edad a la que me tuvieron mis padres) que de empezar de nuevo la universidad. También eso se ha acabado.

Tengo un amigo, un buen compañero de carrera, que este último año me ha dicho muchas veces, porque he salido, o me he ido un día de domingueo por ahí, o simplemente porque he publicado en el blog con más frecuencia de la cuenta, que si me sobraba el tiempo. No quiero decir que me sentara mal, porque sería mentira, puede que fuera muy pesado escucharlo constantemente pero nada más; lo que pasa es que debería haber contestado a esa afirmación de mi amigo diciendo que no me sobra tiempo, sino que me falta vida. Y eso es así. No entiendo a las personas que hacen de la carrera su eje vital y sólo viven y han vivido por y para el proyecto y la carrera. Creo que se quitan años de vida, pero allá ellos. La Escuela, la carrera, no se merecen ni un segundo de más de nuestras vidas, al menos de la mía, ni más esfuerzo del justo y el necesario para sacarse las asignaturas. Si alguien lo hace por amor propio está en todo su derecho pero debería consultar con un profesional para ver si no hay algo que funcione mal en su cabeza. Y esto no lo digo por esta carrera únicamente. Creo sinceramente que lo que de verdad importa en la vida, y a lo que debemos dedicar la mayoría del poco tiempo que la existencia no has proporcionado a disfrutar de vivir y sobre todo de la gente que tenemos a nuestro alrededor: familia, amigos, pareja, hijos, etc.; el resto solo son cargas que el ser humano se ha ido imponiendo.

Después de seis años duros en los que he pasado de todo dentro de la Escuela, muchas cosas relacionadas con la propia carrera y otras también derivadas de la misma y de darme cuenta de lo poco que hasta entonces había vivido y disfrutado de la vida pensando únicamente en el colegio, en el instituto, en la carrera que iba a estudiar, y en las notas que tenía que sacar. ¿Y todo para qué? Para que llegado el momento me equivocara del todo y acabara embarcado en una carrera que ha terminado por defraudarme. Pero han sido seis años y esto no es poco. Seis años de sinsabores, de alegrías, de penas, de ostias contra la pared, de golpes en el lomo después de exámenes sin sentido alguno, de trabajos improductivos, de clases eternas a las que había que ir simplemente porque el profesor de turno pasaba listo y había que figurar como presente para recibir al final una miserable décima por asistencia (décima que, lo que es más triste, podía decidir si estabas aprobado o no), de aprobados con buena nota, de suspensos justificados, de aprobados salidos de la nada y que no se terminan de explicar (todo 5.0 es un suspenso tan grande como la Catedral de Sevilla pero que por pena ha mutado en aprobado), de exámenes de más de cuatro horas y de otros de apenas hora y media y porque lo han alargado para no dar mala imagen. Seis años son muchos años y al final se termina cogiendo cariño a algunas cosas y también a algunas personas.

No voy a fingir ahora que todo ha sido magnífico, fantástico, de olor a fresas y color de rosa. Eso sería estar muy lejos de la realidad. Ha habido años durante la carrera que lo he pasado francamente mal. He estado metido en un pozo muy profundo a nivel personal durante mucho tiempo, del que sólo hace algo más de año y medio empecé a salir, gracias en gran medida obviamente al apoyo de mis padres, pero también al de mis amigos que siempre estuvieron ahí, de una manera o de otra. Como digo no todo ha sido maravilloso pero ha sido mucho tiempo en la Escuela, compartiendo clases, prácticas, exámenes, descansos y horas muertas con mis compañeros y amigos; y esto no se puede borrar. Hay cosas que no echaré para nada de menos, pero no cabe duda de que hay otras que sí sobre todo las que tienen que ver con las personas.

Si hubiera tenido que prever hace unos años cómo me iba a tomar el terminar la universidad hubiera dicho que con una alegría enorme por dejar ya la Escuela y la carrera. Pero ahora no siento eso. Es una sensación extraña la que siento. El viernes pasado cuando salí de la última clase, nos hicimos las fotos de rigor y me marché a casa a recoger a mi madre a la salida del trabajo como cualquier viernes no tenía todavía interiorizado el hecho de que no iba a tener que volver a madrugar para ir a la universidad, que eso ya s había acabado. Fue por la tarde cuando poco a poco me empecé a dar cuenta de que había terminado una etapa muy importante de mi vida. Una etapa que por suerte o por desgracia, y no sé muy bien cómo clasificarla de verdad, no se repetirá. Nunca volveré a tener 18 años y a comenzar una carrera universitaria. Nunca volveré a tener ni diecinueve ni veinte ni veintiún años, eso ya ha pasado. Al reflexionar sobre eso sentí una especie de vértigo. Sentí miedo. Caí en el vacío de no saber qué hacer mañana sin tener que levantarme para ir a la universidad. Seis años pasan rápidamente aunque pensemos todo lo contrario, pero dejan un poso que durará todo el resto de nuestra vida.

Supongo que será ese poso el que me hace sentirme así de raro. Debería estar contento en términos generales por haber acabado la universidad, por haber terminado una etapa más de mi vida, decisiva probablemente ya que determinará para bien o para mal lo que seré el día de mañana. Pero no noto esa alegría y ese alivio por haber llegado al final. Más bien todo lo contrario. Tengo miedo de no saber qué ocurrirá mañana, tengo miedo a volver al principio de nuevo, a un punto en el que las dudas y las inseguridades vuelvan a invadir mi mente y no sepa cómo combatirlas para desterrarlas definitivamente de mí. Pero no es sólo miedo al futuro y a no saber cómo vendrá. Hay una gran parte de ese miedo que radica en el miedo a perder lo poco que he conseguido durante estos seis años en la universidad: mis amigos, los únicos que tengo.

Puede que sea algo absurdo preocuparme sobre todo por perder a personas a las que quiero y aprecio, pero es lo que más miedo me da. Son las personas como dije antes lo que más me importan, y a las que más importancia doy en mi vida. Sin amigos estaría incompleto. Sin amigos nadie puede realizarse completamente (caso aparte pueden ser los insociables, pero esas personas tienen un problema mental y no son completamente responsables de esa insociabilidad). Es a la soledad que tenía y sentía antes de entrar en la Escuela, y que una vez dentro se acentuó al darme cuenta de que mientras yo no tenía amigos y llegaba a los fines de semana sin tener ningún plan que hacer más que quedarme en mi casas o salir a dar una vuelta con mis padres (algo que sin dejar de estar bien, llega un momento y una edad que no es normal y que termina por ahogar a uno), mientras que las personas a las que iba conociendo en la universidad tenían o parejas con las que quedaban o grupos de amigos del colegio o el instituto con los que salían a tomar algo, a la que temo. No quiero volver a esa situación después de haber pasado por la Escuela y haber hecho, o eso es lo que quiero creer buenos amigos.

Si siento miedo no es de manera infundada. Este último curso, ya fuera por el PFC o por los exámenes, o por cualquier excusa relacionada con la Escuela, ha sido quizá el que más he notado esa soledad. He salido, he ido al cine, he organizado en mi casa una cena, he ido de barbacoa a casa de un amigo, a ver una exposición de coches antiguos que en mi vida hubiera visitado por mi propia cuenta. Todo esto es verdad, pero a la hora de la verdad cuando llega un fin de semana y recurro a mis amigos para tomar algo o dar una vuelta o lo que sea, siempre está en medio la carrera y el PFC. ¿Pero si yo lo hago por qué el resto no puede? ¿Si yo soy capaz de ver lo que realmente vale la carrera, lo que realmente merece la pena esforzarse y hasta qué punto, por qué no lo ve nadie más? No sabría responder a estas preguntas sin caer en el hecho de que no comparto con ellos la visión que tengo sobre el PFC o la propia carrera. Ahora al menos no hay PFC que valga de excusa, aunque quien sabe quizá siga siendo útil para decir que no.

Temo con toda mi alma que este último curso de universidad sea el preludio de lo que a partir del último día que nos tengamos que ver todos en la Escuela pueda venir. No quiero volver a la soledad de antes de la universidad porque en la Escuela he conocido a los amigos que quiero conservar hasta que me llegue el día de ajustar cuentas con San Pedro. Por esto supongo que en parte ese vacío que siento, ese vértigo que me invade al pensar en el día de mañana me llevan a echar de menos la Escuela pese a todo. No puedo negar que en esa cárcel de hormigón, aulas desmesuradas y taburetes torturadores de espaldas, he vivido muy buenos momentos, y gracias a ella también he pasado experiencias que no hubiera experimentado sin haber estado dentro y conocido a la gente que he conocido. Sin la Escuela no hubiera conocido La Alhambra, ni Úbeda; tampoco me hubiera atrevido nunca a hacer rafting en un río de aguas gélidas de los pirineos catalanes; no me hubiera ido de vacaciones a Laredo, ni habría hecho de fotógrafo de surferos, ni hubiera comido en una de las siete calles de Bilbao. Sin haber estado en la Escuela jamás habría vivido el mejor viaje que he hecho en mi vida en coche por media Europa. Tampoco Toledo implicaría tanto como implica para mí sin haber entrado en la Escuela y haber conocido a las personas con las que tantas veces he ido a la Ciudad Imperial, guardiana de las tres culturas hispánicas, villa en la que se respira, se ve, se huele, se nota y se siente la historia de nuestro país.

Sin la Escuela tampoco habría descubierto nunca mi faceta de escritor, si es que tengo una faceta de ese tipo. Gracias a que necesitaba expresar de algún modo todo aquello que me presionaba el pecho y a veces no me dejaba respirar haciendo que la ansiedad me invadiera muchas veces, me puse a escribir. Y escribir me llevó también a cometer muchos errores y poner en letra cosas de las que luego me he arrepentido y que quizá nunca debí publicar para que cualquier pudiera leerlas. Aún así escribir me ha servido como vía de escape y evasión, y no lo hubiera hecho sin la Escuela. Escribir también me dio un último regalo algo inesperado también, como fue el decidirme a participar en la elaboración de la revista de mi Escuela, y así en los últimos dos años he escrito en casi todos los números de la misma. Muy probablemente me debería haber decidido a participar en la revista mucho antes, así habría abierto horizontes en mis relaciones personales y quizá hubiera cubierto el vacío y la soledad de ciertos fines de semana. Pero aunque breve la experiencia ha sido muy positiva. No dejo las letras para decir que sin la Escuela y los diarios trayectos en metro hasta Ciudad Universitaria no hubiera leído tanto como lo he hecho, ni hubiera descubierto tantas historias, tantas aventuras, tantos personajes como he hecho, algo que no cambio por nada del mundo. Y de las letras y la palabra escrita, al cine y la palabra hablada y en acción, porque tampoco hubiera visto tantas películas acompañado por amigos sin la Escuela.

Mucho he vivido en la Escuela en estos seis años, y aunque hace algunos pensara que renegaría de todo el día que acabara ahora me doy cuenta de que eso es imposible. No puedo borrar seis años de mi vida, ni ahora suponiendo un cuarto de lo que llevo vivido, ni el segundo antes de expirar por última vez. Han sido más cosas malas que buenas las que la Escuela me ha dado o quitado, también es cierto; pero las cosas buenas que he recibido han sido tan intensas ahora que las recuerdo desde la distancia que tapan en gran parte aquello que hizo que deseara que todo acabara lo antes posible. Ese final ya ha llegado y casi no me he dado cuenta de ellos. He intentado disfrutar este último año lo máximo que he podido de mis amigos, he arreglado las cosas con un amigo con el que no he tenido una relación agradable desde que le conocí en primero, y he intentado hacer todo aquello que me pidiera el cuerpo sin pararme en pensar en nada que no fuera mi propia felicidad. No sé si habrá un momento en mi vida en que estos seis años estén borrosos o envueltos en la niebla del olvido. No sé tampoco si quiero que eso ocurra. Lo que sí sé es que muy probablemente lo que he vivido en mi Escuela le echaré de menos, si no todo en parte. No quiero volver a la soledad después de haber conocido la compañía y la amistad, aunque temo que es muy probable que así sea (ojalá me equivoque y no pierda el contacto con aquellos que considero mis amigos, pero creo que es lo que va a pasar; de todas maneras si estuviera errando me comprometo a dentro de 25 años invitar a todos ellos a un fin de semana en París en el hotel más caro de la capital francesa).

Quien me hubiera dicho que diría esto al final pero supongo que al final echaré de menos todo esto.

Caronte. 

martes, 19 de mayo de 2015

Pues al final esto se acaba

Sí señores, ha llegado aquello que pensábamos y sentíamos que no iba a llegar nunca en la larga carrera de fondo que es mi carrera: la meta. Ya ha comenzado la última semana de universidad. Ya han pasado seis largos años de duro trabajo, de asignaturas eternas, clases absurdas, trabajos improductivos y profesores que más hubiera valido que nunca hubieran pisado un aula. Parece mentira que estemos afrontando ya las últimas horas de clases en esas aulas tan arcaicas, piezas de museo de historia prácticamente, que nos han ido viendo crecer año a año: desde que entramos como jóvenes pos-adolescentes hasta el día de hoy en que ya estamos más que entrados en la más tierna madurez. Pero sí esto parece que se acaba.

Quien me iba a decir que llegaría este día en tiempo y hora, es decir, tras haberme sacado la carrera a curso por año, eso que mucha gente me decía antes de entrar en la Escuela que sólo lograban unos pocos elegidos, los tocados por la varita mágica de la inteligencia, el trabajo duro y la perseverancia. Pero así ha sido. Tanto mis amigos como yo hemos llegado a esta semana, algunos en mejor forma que otros, enteros. Hemos pasado muchas cosas, muchas desilusiones, muchos palos, golpes duros que han ido directamente a minar la moral, la fuerza de voluntad y la autoestima de todos nosotros, decepciones y fracasos; pero también supongo que habrá habido cosas buenas, también se habrá visto recompensado el esfuerzo, no tanto quizá como si hubiéramos tenido alguno padrino dentro de los muros de nuestra ilustre Escuela, pero sí en cierta medida. Pero ya todo eso da igual, las clases se acaban y con ellas la vida universitaria de verdad. Sólo nos queda afrontar los exámenes que empezarán a llegar a partir de la semana que viene, y que por tanto para mí todavía están demasiado lejos como para que me preocupen más de la cuenta.

Pero como todos los años, al menos los últimos tres (de la primera mitad de la carrera ya ni me acuerdo, está tan lejana en mi mente que me parece en la prehistoria de mi vida universitaria, como de hecho es), este fin de curso está siendo una soberana pérdida de tiempo. No me importaría perder el tiempo si no fuera porque este año todos los estudiantes de sexto, como todos los anteriores alumnos de último curso de carrera desde que el mundo es mundo, tenemos que realizar nuestro Proyecto Fin de Carrera, algo de lo que no sé si los responsables de la docencia de la Santa y Docta Casa donde estudiamos tienen constancia. Si ya el PFC es algo que sinceramente, y como ya he comentado alguna vez, está totalmente fuera de lugar, por no estar adaptado ni de lejos a lo que nos tendremos que enfrentar fuera en el mundo real ya, en el mundo profesional, ni por ser algo realista ni objetivo para aprender algo, lo que menos necesitamos es que nos hagan perder el tiempo en clases totalmente faltas de contenido, en las que se nota que los profesores están ya cansado, agotados, y en las que se puede comprobar perfectamente cómo lo que se da se hace para terminar de rellenar las horas que por horario, fijado al principio del curso, se asignan a cada materia.

Yo no sé si es que para ser el que se encarga de realizar los horarios al principio de curso, o para ser quiénes diseñaron los contenidos y la carga docente de cada asignatura cuando se ideara el plan de estudios, había que tener algún tipo de certificado que validara la incompetencia total y absoluta, porque sinceramente es lo que parece a tenor de cómo llevan siendo las cosas en estos últimos años de carrera. No creo ser el único de entre mis compañeros que piensa que llevamos ya un tiempo, y no esta última semana, perdiendo el tiempo y alargando innecesariamente un final que notamos que llegó en algunas asignaturas hace casi un mes. A estos días absurdos los comparo con los llamados “minutos de la basura” en un partido de fútbol cuando el resultado del marcador es lo suficientemente claro para uno u otro equipo y ambas escuadras se dedican únicamente a esperar a que el árbitro decida pitar el final de la contienda y dar así por concluido el martirio. Creo que en mi Escuela pasa lo mismo. Podíamos llevar ya sin clases por lo menos quince días. No estamos haciendo absolutamente nada, más que calentar unos asientos y una clase que por el maravilloso diseño de cueva medieval que tiene nuestra Escuela ya están lo suficientemente caldeados (en muchas ocasiones solo nos falta un palo que nos atraviese desde el culo hasta la boca y que se ponga a girar alrededor de su eje para parecer pollos ensartados en un horno asador).

Pero también nos caldean la cabeza y a algunos terminan por agobiarlos y sacarlos de sus casillas. No es normal que teniendo que presentar un Proyecto Fin de Carrera, que hemos tenido que currarnos solitos, porque lo de que tenemos tutores habría que verlo seriamente, ciñéndonos a la más fiel realidad del mundo profesional en el que los proyectos de construcción (de una carretera, un ferrocarril, una presa, un puerto, etc.) los realiza una única persona sin el apoyo de una oficina técnica ni de otros ingenieros que se reparten el trabajo y comparten ideas, nos estén haciendo perder el tiempo de la manera lamentable que lo están haciendo. Prácticamente se están riendo en nuestras caras y lo peor es que creo que lo saben, que estos días son pura basura, en los que no se está enseñando absolutamente nada nuevo. Por no hablar de la utilidad de algunas de las clases (o asignaturas) para nuestra vida profesional. Por poner un ejemplo muy gráfico: sin ir más lejos en una de las asignaturas de este curso, Ingeniería Sanitaria, dedicada a la depuración y el tratamiento de las aguas residuales y de consumo humano, se nos han puesto a hablar en las últimas semanas de los tipos de escobas que llevan los barrenderos a la hora de limpiar las calles, o los tipos de papeleras que existen.

Podría decir más con respecto a la utilidad y la actualización al mundo del siglo XXI de algunas de las asignaturas de la carrera. Siempre hay dos puntos de vista diferentes: el de aquellos que nos dicen que somos puros dioses del Olimpo, que no hay nadie en el mundo que sepa más que nosotros y que tenemos la mejor formación que un ingeniero puede tener en cualquier rincón del mundo (eso sí, luego las empresas hacen que los recién salidos de la universidad se matriculen ficticiamente en alguna asignatura durante un año más para poder contratarles en condiciones más deficientes y así ahorrarse dinero, todo muy normal, ético y normal, alejado de la miseria intelectual y la necedad personal que algunas empresas basura practican); pero luego tenemos la visión de aquellas personas que también vienen a darnos una charla y que nos dicen que no tenemos ni puta idea (hablando mal y pronto) de nada, y que la formación que hemos recibido durante seis años, que también se dice pronto, no nos va a servir para nada porque lejos de nuestras fronteras no somos más que meros ingenieros civiles, vamos oficialillos de primera lejos de la jerarquía técnica en la que algunos quieren colocarnos.

Hay asignaturas pro ejemplo que para mantener al alumno hasta el último día de clase asistiendo y así haciendo engordar el ego de algunos profesores pasan lista y programan conferencias que ya nos la traen floja. Este es el caso de la asignatura de Proyectos. Para que el más nobel en cuestiones de mi Escuela lo entienda: podríamos decir que esta asignatura, y por extensión toda la cátedra, es un conglomerado de profesores que parece que les extendieron el permiso de conducir una clase en una tómbola de pueblo de tercera, de la España profunda, o eso o que el día en que se repartió la inteligencia ellos no estaban presentes, porque madre mía que pandilla de profesores ineptos. Que si el que va de guay y de repente un día se pone a hablar en inglés para demostrarnos que sabe hacerlo y que debemos saber nosotros también tras haber tenido dos años inglés en la Escuela y no haber aprendido más que a perder el tiempo; que si el chulo ya con unos añitos y con voz de darle a la botella de pacharán que da gusto que nos tomo por el pito del sereno y de vez en cuando le sale la vena vacilona; que si el decano del colegio de ingenieros de Madrid, que para ser éste el decano cómo deberán de ser los demás del colegio; que si la mujer a la que le toca dar los temas que todo el mundo en la profesión se pasa por el pito de sereno (medio ambiente, seguridad y salud, medidas correctoras, etc.) y que debe vivir más amargada que aceituna en rama. ¡Vamos la crême de la crême!

Si siguiera diciendo idioteces que nos están haciendo vivir estos últimos días, y horas de clase, podría no acabar nunca, y lo peor me terminaría enervando, indignando y terminaría dejándome coleta, comprándome camisas en el Alcampo y levantando el puño cada dos por tres en mitad de las plazas de toda España al grito de ¡no pasarán! Pero es que las cosas hay que criticarlas, no por el mero hecho de desahogarse, que también sienta muy bien después de haber pasado seis años puteado y bien jodido en mi Escuela, sino para intentar levantar escozores y que alguien que tenga algo de responsabilidad y posibilidades de hacerlo, haga algo para mejorar las cosas. Lo que pasa es que en este país la crítica se entiende siempre como algo negativo. Si se dice que un profesor es nefasto, peor que la droga caducada, no es porque a los alumnos nos ponga insultar de gratis al personal, sino porque nos gustaría poder tener profesores que estén a nuestra altura. Pero eso es muy difícil, y más en una Escuela como la mía donde muchos se han subido a la parra con eso del prestigio que ha tenido siempre.

A mí a nivel personal me hubiera gustado tener profesores que merecieran la pena, que en clase no sólo se ciñeran a un temario, por otro lado totalmente obsoleto en algunos campos y con métodos docentes que ya ni en la época de mis padres se estilaban, sino que contaran experiencias personales que nos ilustraran de verdad cómo puede que sea nuestra futura actividad profesional. Pero no. De ese tipos de profesores habré tenido tan pocos que se podrían contar con los dedos de una mano y es posible que me sobrara alguno. Recuerdo por ejemplo con admiración las clases de cálculo de primero con el Profesor Soler, probablemente el mejor profesor que he tenido desde el colegio; o las de tercero de geología con Don Clemente que no es que fueran lo más divertido que he visto desde que tengo uso de razón pero sabía cómo mantener la atención, al menos la mía. Y así de bote pronto no recuerdo ninguna clase más que merezca la pena salvar; quizá las de vídeos de obras de Maquinaria del primer parcial de este año. Poco más.

Por el contrario sí recuerdo muchas clases que eran para pegarse un tiro, no ya en el pie como diría algún profesor de mi Escuela, sino directamente en el interior de la boca, con el cañón de la pistola pegado al paladar para que la tapa de los sesos saltase bien alto y la masa cerebral se repartiera uniformemente por el techo. Muy especial cariño tengo por las clases de quinto de Obras Hidráulicas, me da igual el profesor que nos la diera, ya fuera el catedrático que según el día hablaba de “chuponas” o de cómo regar bien los garbanzos para que crezcan hermosos, o el actual director de la Escuela que no fue capaz en las clases que nos dio de acabar un puñetero ejercicio bien, y que hacía que lo que era una chorrada pareciera física cuántica. Otras clases memorables era las de economía de cuarto impartidas por el catedrático, ex asesor de Aznar, en las que se dormía hasta un hiperactivo. Pero si me remonto más atrás otras clases que también eran de chiste eran las de estadística en las que el profesor tras hacernos comprar sus dos libros los transcribía literalmente en la pizarra haciendo como que daba clase, y lo peor de todo es que supongo que se creía que estaba dando clase de manera decente.

Pero vamos que ya todo esto pasará a ser parte del pasado, y sólo lo recordaremos, tanto mis compañeros como yo de vez en cuando, cuando nos reunamos a cenar después de mucho tiempo sin vernos (si es que no reunimos alguna vez) y salgan estos recuerdos como meras anécdotas. Sin embargo ahora mismo no son anécdotas sino nuestro presente, aunque ya esté acabado en parte y ya no nos quede mucho por aguantar, ni a muchos por oír. Esto se acaba, quedan apenas dos telediarios para que no volvamos a tener que escuchar necedades por parte de ningún profesor que se crea con la decencia suficiente como para soltarnos charlas moralistas o para decirnos cómo debemos de trabajar el día de mañana. Ya se acaban las clases en las que nos han hecho perder el tiempo a manos llenas y les ha dado igual porque para muchos de los profesores que hemos tenido sobre todo en la segunda mitad de la carrera no éramos más que un trámite diario que suponía un descanso de sus responsabilidades en sus respectivas empresas que eran las que de verdad les importaba. Ya se ha acabado el ver el pelo a profesores que se creen por encima de los alumnos y que han olvidado que por muy números uno de promoción que hayan sido eso solo significa que han obtenido mejores notas en unas asignaturas que me temo que no van a servir ni para tomar por culo (perdón). En dos días este final de clases se habrá consumado y habrá que aceptar que al final esto se ha terminado.

Caronte.

lunes, 18 de mayo de 2015

El Vals del Emperador (XXIII)

*********************************************************************************

Cruzaron los múltiples carriles del Ring de Viena para acercarse hasta la plaza en la que la reina María Teresa sostiene en sus manos todo el poder del Imperio, y vigila sempiterna los dos edificios gemelos que guardan parte de la cultura de la ciudad. A un lado el Museo de Historia Natural con sus salas repletas de vitrinas en las que se exponen miles de minerales, objetos y animales disecados de todas las especies. Es un museo que impone al caminar por sus salas, sobre todo por la de los grandes mamíferos que parecen más bien estar esperando el momento adecuado para abalanzarse sobre algún visitante desprevenido para destrozarlo y comérselo. Al otro lado de la plaza se levanta como mirándose en un espejo el Museo de Historia del Arte, donde se guardan las obras de arte más importante del Extinto Imperio Austríaco. Los Habsburgo, al igual que hicieron en España durante su reina coleccionaron pinturas de los más ilustres pintores de la época encargaban retratos familiares a los mismos para posteriormente colgarlos de las paredes de sus palacios. Dieron una vuelta a la plaza acercándose hasta la puerta de ambos museos. Anna miraba con detenimiento e interés todos los detalles de los dos magníficos edificios dejándose guiar por él que ya conocía la ciudad y sabía por dónde seguir el paseo.

Volvieron a salir al Ring y continuaron su paseo bajo las ramas desnudas de los árboles. Nada más dejar atrás los dos museos gemelos, y casi sin dejar tiempo al cerebro para asimilar la belleza de ambos edificios y la armonía del conjunto, se alzaba majestuoso el edificio del Parlamento Austríaco. Al verlo por primera vez Anna quedó totalmente fascinada, a la par que sorprendida de que dicho edificio de tan alta importancia, sede del poder político de la República de Austria tuviera esa semejanza tan radical a un templo griego.

– ¡Es como si estuviéramos en la vieja Atenas! – Exclamó Anna.
– Sí, es una de las construcciones más chocantes de toda Viena. No pega absolutamente nada con el conjunto arquitectónico de la ciudad, pero al mismo tiempo sin él Viena estaría falta de algo. – Dijo él.
– ¿Por qué construyeron un edificio así en una ciudad tan barroca? – Quiso saber Anna.
– Pues creo recordar que leí en algún sitio que cuando decidieron construir la sede de su parlamento los austríacos decidieron levantar un edificio que se asemejara a los antiguos templos de Grecia. Supongo que quisieron simbolizar la democracia con un edificio al estilo de la cuna de la misma. – Le explicó él.
– Pues no sé si consiguieron ese simbolismo del que hablas. Lo que sí que han hecho es dejar totalmente asombrados a los turistas que como yo vemos por primera vez el edificio. ¡Es extrañamente hermoso!
– Estoy totalmente de acuerdo contigo. – Dijo él a la vez que la besaba en la mejilla mientras ella perdía su vista en la estatua de Palas Atenea que preside la fachada principal del edificio del Parlamento. – Por el día es aún más bonito si cabe, sobre todo cuando le da la luz a primera hora de la mañana y toda la blancura de la fachada brilla de manera cegadora.

Tras estar varios minutos observando el edificio y recorriendo sus escalinatas, lo dejaron atrás y continuaron el paseo. Allí, a los pies de las escalinatas del ateniense parlamento austríaco ya se empezaba a escuchar a lo lejos el murmullo del alboroto, de la música navideña sonando, de un coro quizá entonando alguna canción tradicional centroeuropea. Él sabía muy bien de donde venía ese murmullo que les llegaba bastante amortiguado por los árboles desnudos del Ring. Anna por el contrario le preguntó que qué era ese sonido de fondo, a lo que él solo quiso contestar con un “ahora lo verás”. Como les había pasado antes, no habían terminado de dejar atrás el Parlamento cuando ya empezaban a vislumbrar otros dos grandes edificios vieneses. A la derecha el Burgtheater, o Teatro de la Ciudad, un impresionante centro cultural de primer orden en la capital austríaca en el que se celebran sin cesar durante todo el año eventos culturales, y en cuya fachada hay unos medallones de escayola en los que están representados los más importantes dramaturgos mundiales, entre los cuales Calderón de la Barca. La primera vez que él estuvo en Viena y vio ese impresionante edificio se paró a admirar su fachada barroca deteniéndose en los detalles de esos autores, y sorprendiéndose enormemente de encontrar entre ellos a un compatriota cuyas obras y fama parecía que habían traspasado fronteras. Justo en frente del Burgtheater está el Ayuntamiento de Viena en cuyo parque se encontraban ahora mismo los dos caminando y dirigiéndose hacia el origen del murmullo.

El edificio que alberga el Ayuntamiento de Viena es una imponente construcción simétrica en estilo neogótico, presidida en du fachada principal por una inmensa torre que esa noche se elevaba hacia los confines de la oscuridad intentando alcanzar las estrellas quietas en el firmamento. Como toda buena ciudad centroeuropea que es, Viena tiene gran tradición de mercadillos navideños, siendo el más famoso el de la plaza del Ayuntamiento con decenas de casetas de estilo tirolés de madera, con una pista de hielo en la que patinar y un tiovivo histórico en estilo rococó. Allí estaban dirigiéndose. Poco a poco el murmullo se fue convirtiendo en música festiva navideña, voces de gente pasándolo bien y gritos de niños pequeños disfrutando de la pista de patinaje.

– ¡Vaya con los vieneses, cómo se lo montan! – Exclamó Anna sorprendida quizá de ver tanto movimiento y agitación, algo que le parecía impropio de una ciudad que había juzgado fría y tranquila, y más en invierno.
– ¿Te gusta? – Le preguntó él.
– Está genial. No me esperaba esto la verdad. Con la poca gente que hemos visto desde que salimos del hotel pensaba que Viena moría al caer el sol. – Dijo ella mirando a su alrededor, intentando asimilar todo lo que la rodeaba.
– Este es uno de los mercadillos más antiguos de Europa, además de uno de los más famosos. ¿Quieres tomarte algo en alguna de las casetas? Los cafés son extraordinarios. – Propuso él.
– Vale. Por allí parece que hay una zona en la que sentarse a tomar algo caliente.
– Vamos.

Se fueron abriendo paso entre la multitud de personas, familias en su mayoría y también bastantes turistas orientales que no paraban de tirar fotografías a todo lo que se movía y les resultara exótico (entendiendo por exótico lo que para un europeo no es más que una adaptación nacional de las mismas tradiciones patrias de cada país). Pasaron al lado de la pista de hielo que estaba hasta arriba de personas patinando, algunas con más suerte que otras. Se pararon unos segundo a mirar a los patinadores. Anna estaba asombrada de cómo los más pequeños dominaban mejor los patines de cuchillas que los más adultos, muchos de los cuáles acababan trastabillándose y plantando el culo, las rodillas, o directamente la cara, en el hielo, tras haber intentado mantener el equilibrio inútilmente. Pasaron también ante un puesto de churros, algo totalmente fuera de lugar en aquel sitio pero que atraía a bastante gente por la multitud que se agolpaba alrededor de la caseta en la que se anunciaba a bombo y platillo que había churros y porras originales (escritas ambas palabras de manera literal)  recién llegadas de España. Al pasar delante del puesto y a pesar de que no olía ni a aceite hirviendo ni masa de churro, ambos se sonrieron al acordarse de España y de cómo en Madrid suelen oler algunas calles en las que se ponen los puestos ambulantes de churros en invierno: un olor fuerte, penetrante, inconfundible, mezcla de manteca, azúcar y aceite de oliva.

Al fin llegaron a un puesto en el que había también unos bancos corridos de madera prácticamente abarrotados. Por suerte en uno de los bancos, algo alejado de la zona más ruidosa, había un hueco en el que se pudieron sentar.

– ¿Quieres un café? – Le preguntó él.
– Sí, un vienés ya que estamos en la ciudad que le da nombre. – Dijo ella sonriéndole.
– Voy a por él. ¿Algo de comer? ¿Un trozo de tarta, un dulce típico navideño, un pastel de manzana?
– Lo que quieras para ti me traes a mí.

Él se levantó y se acercó hasta la caseta donde una señora austriaca ya entrada en años atendía a los clientes con diligencia y rapidez, sin perder la sonrisa, algo forzada, pero que se agradecía en una tarde noche tan fría como la que estaba haciendo en Viena. Como pudo se las apañó para coger los dos cafés y los dos trozos de pastel de manzana y llegar hasta la mesa en la que estaba Anna sentada esperándole.

– Aquí estoy. He traído dos pasteles de manzana que tenían muy buena pinta. – Dijo él a la vez que dejaba delante de ella su café y su trozo de pastel.
– Buena pinta sí que tienen, a ver si saben tan bien como lucen.
– Y si no te gustan vas tú a por algo que a punto he estado de tirar por el suelo todo de lo cargado que iba y por la cantidad de gente que había. ¡Parece que toda Viena se ha concentrado aquí!
– Sí que hay gente sí. Parece, salvando las distancias, la Plaza Mayor con su mercadillo.
– Sí. – Contestó él en un tono algo melancólico, de añoranza de Madrid, a pesar de que solo llevaban unas horas lejos de casa.
– ¿Qué pasa? Te noto raro, tristón, muy pensativo. – Le dijo ella sorprendiéndole.
– ¿Eh? Nada. – Contestó intentando cortar hay una posible conversación que no quería que se produjera.
– A ver algo te pasa. Te conozco y sé que estás dándole vueltas a algo desde que hemos llegado a Viena. No me engañas. – Dijo Anna en un tono que sin dejar de ser casi maternal, y al mismo tiempo que le cogía la mano encima de la mesa, sí era apremiante e insistente para que él contara lo que le rondaba por la cabeza.
– No es nada. Supongo que el viajar en avión aunque sean distancias no muy largas me cansan. Suele pasarme el primer día de cada viaje que emprendo. – Se excusó él sin mucha convicción.
– No me vengas con esas. ¿Tú te crees que soy tonta? Desde que hemos salido de Madrid le estás dando vueltas al pasado, a todo eso que no me quieres contar excusándote siempre en que no es el momento. Si te lo pregunto es porque me interesa de verdad, ya te lo he dicho un par de veces; y no porque quiera saber de ti a modo de cotilleo. Así que cuéntame que es lo que te pasa, quiero intentar ayudarte. – Empezó a decir ella, mostrando firmeza en su voz, pero sin que esa firmeza se transformara en enfado o reproche. – Además como no me cuentes lo que te pasa no me vuelves a tocar un pelo en este viaje. Pido que nos den otra habitación o que pongan un sofá cama si es que tienen. – Añadió esto último suavizando un poco el tono, intentando mostrarse divertida para que él sonriera un poco.
– Eso es jugar sucio Anna. No me puedes amenazar con algo que me gusta tanto como eres tú.
– Pues desembucha.
– Sabes una cosa: a veces las personas nos comportamos como imbéciles, puros idiotas que simplemente por orgullo, timidez o miedo, no hacemos aquello que tenemos que hacer, ni decimos lo que debemos decir. Y así, mediante silencios y no actuaciones, pasa la vida y sólo con el tiempo nos damos cuenta que debimos decir o hacer tal o cual cosa. – Empezó él a decir, mirando más la taza de café que a Anna.
– Sí, es algo innato en el ser humano. Algo que quizá no aprendamos nunca. – Dijo Anna como queriendo incitarle a continuar.
– Pues yo soy uno de esos idiotas. Y además de los gordos.
– Sí eso se venía comentando últimamente, no quería decírtelo para que no te sintiera mal pero es así. – Dijo ella apretándole la mano que seguía teniendo cogida con la suya para que él levantara la vista del café y la mirara a la cara. – Pero vamos no eras más idiota que cualquiera de los que ahora mismo estamos aquí.
– Ya pero cuando me has preguntado dónde y cómo compré el gorro ruso me han venido a la memoria muchos momentos pasados. Momentos que viví con intensidad pero que un determinado día empezaron a no suceder. Aquel viaje a Rusia fue de las últimas cosas que hice con mis amigos. No hubo más viajes o momentos de aquel calibre. De eso es de lo que me estaba acordando y a lo que le llevo dando vueltas como tú dices.
– ¿Y qué pasó para que aquel fuera el último viaje? – Preguntó ella.
– Pues supongo que lo que temía que pasara, y que en lo más profundo de mí, por mucho que quisiera negarlo y creyera que no iba a suceder, sabía que terminaría pasando. El último año de carrera fue muy raro. Deseaba acabar y no volver a pisar por allí nunca más, salirme de ese mundo que me había hecho perder mucho tiempo y me había impedido desarrollar realmente mi vocación, aunque éste fuera algo que descubriera tarde. Y fue un año raro porque al final no quería que acabara. Fuera de la universidad no tenía amigos, no tenía a nadie, estaba sólo en mi vida, descontando a mis padres, claro. En la universidad al menos estaba con gente que creía que era como yo, cada cual con sus cosas y sus rarezas, sus manías y particularidades; pero eran mis amigos y les quería. Eran lo único que tenía que podía hacer que me evadiera de mis propios problemas. Pero ese último año todo fue raro, ya digo. Supongo que el agobio de algunos, la agonía de otros, el individualismo y el pasotismo, o simplemente la constatación de que cada uno debía hacer su vida a partir de ese momento de manera independiente llevó a que nos fuéramos distanciando.
>> Es posible también que el hecho de que yo no diera la más mínima importancia a la carrera, el que no me importara una bledo nada que tuviera que ver con la universidad, y que algunos de mis amigos sí lo hicieran, nos hizo tomar caminos diferentes, que aunque no nos diéramos cuenta en ese momento, o no quisiéramos darnos cuenta, nos iban a terminar separando. Pero fue así. Supongo que no soy yo el único que se daba cuenta o temía lo que podría ocurrir, pero a los demás parecía más importarles la carrera y su futuro trabajo que los amigos o las personas que tenían a su alrededor. Quizá el primero fui yo en el fondo.
>> El viaje a Rusia que salió de una propuesta loca de uno de mis amigos, más como broma que como hecho realizable, a la que yo di pie e impulsé. Fuimos tres, como ya te he dicho. El resto, tampoco eran muchos más, éramos un grupo pequeño, buscaron excusas para no venir. Excusas que podían ser reales o no, quien sabe, pero que a mí ya me daban totalmente igual. Durante todo el último año cada vez que proponía algo siempre tenían respuesta y argumento para decir que no. Al final me terminé acostumbrando.
>> En Rusia nos lo pasamos en grande la verdad. No lo puedo negar. Fue un viaje que probablemente nunca podré olvidad. Como otro que hicimos también, aunque esa vez todos el grupo de amigos, a Córdoba a pasar unos días en una casa rural y hacer un poco de turismo. Pero no hubo más.

En ese momento se calló. Dejó de contar como paralizado por algún tipo de recuerdo que le bloqueara el habla y no quisiera salir a la luz por doloroso o incómodo. Miró durante largos segundo la taza de café que tenía delante, ya mediada en su contenido. Anna no dejó de mirarle, preocupada de haber levantado en él costras que tapaban heridas muy profundas y que el tiempo había ya empezado a cicatrizar. Ambos estuvieron unos segundos en silencio hasta que sus voces volvieron a hacerse presentes.

– No tienes que seguir contando si no quieres. A todos nos han pasado cosas similares. – Dijo Anna.
– ¿Hasta qué punto somos cada uno responsables de lo que pasa en nuestras vidas? ¿Qué grado de responsabilidad tenemos nosotros y cuánto recae en las personas que conocemos a lo largo de nuestra vida Anna? – Preguntó él ahora sí mirándola directamente a los ojos, intentando buscar una respuesta en sus pupilas.
– Nadie está fuera de lo que quiera el destino. Creo que nuestras vidas están escritas de ante mano, y sólo podemos vivirlas como vienen.
– Yo no pienso así. Creo que son las decisiones que tomamos las que nos van llevando por un camino u otro. Cada vez que miro este gorro me acuerdo de aquella época en la que podía decir que tenía amigos. Y me digo que fue por mí culpa por la que aquello no se repitió nunca más.
– En aquel viaje no estuviste solo. No lo olvides. Y además también se lo dijisteis al resto de vuestro grupo de amigos. Si a aquel viaje no fuisteis todos no es culpa tuya. Y si después de aquel viaje no se volvió a repetir nada parecido, no creo que fuera porque no le pusieras intención ni voluntad. – Dijo ella levantándose de su lado de la mesa y sentándose junto a él en un hueco que habían dejado un par de parejas de ancianos.
– No sé Anna. Siempre tendré la duda de si pude hacer más por mantener una amistad con aquellas personas. Nunca sabré ya probablemente si en algún momento les hice algo para que cada vez que proponía hacer algo se me dijera que no. Nunca dejé de hacerlo, también es cierto, lo que pasa es que al final, con el tiempo cada vez proponía menos cosas y recibía siempre las respuestas de cortesía de “sí un día quedamos y nos tomamos algo” o el tan famoso “a ver si un día nos hacemos otro viaje como aquel que estuvo tan chulo”. Palabras vacías, de esas que tanto nos gusta pronunciar a las personas.
– No te martirices por algo de lo que no tienes toda la culpa. Erais un grupo de amigos, lo que implica varias personas, luego por mucho que uno quiera si el resto pasan no se puede hacer nada. Y no tiene la culpa quien lo intenta sino el que rechaza. – Dijo Anna, y para demostrarle que no era necesario decir más de dio un beso primero en la mejilla y luego cuando él se giró para mirarla, en los labios.
– Gracias por escucharme Anna. – La dijo él después del beso y antes de ser él quien le diera otro.
– Bueno el café ya se ha acabado. ¿Seguimos la marcha o hemos acabado ya de ver Viena? – Preguntó ella levantándose del banco en el que estaban sentados.
– ¡Cómo vas a haber acabado de ver Viena! Todavía queda mucho. Si tienes todavía ganas después del coñazo que te he dado en los últimos minutos, queda mucho por ver. – Dijo él volviéndose a ajustas el gorro ruso y los guantes.

Caronte.

*********************************************************************************

domingo, 17 de mayo de 2015

Ya va siendo hora de un cambio de aires en Madrid

Estos días Madrid está celebrando el día de su Patrón, San Isidro Labrador. Todo el mundo está contento, hace sol, calor, se comen rosquillas del santo, de las tontas, de las listas, de fresa, café, limón y gallinejas y entresijos. La pradera de San Isidro se llena estos días de chulapos y chulapas, madrileños de pura cepa y de adopción, turistas y gente de paso por la capital del Reino. Madrid está alegre. Pero hay un olor extraño en el ambiente. Hay una sensación diferente este año y es que en una semana escasa tenemos elecciones. Sí, señores ya han pasado cuatro años desde las últimas y parece que las de este año no van a ser tan tranquilas como lo han venido siendo en las últimas ediciones. Es muy probable que el año que viene por las festividades del patrón de la ciudad haya nuevos aires en la capital.

Ya sé que unas elecciones es lo menos apetecible que hay en este mundo, y aguantar una campaña electoral que inunda todos los medios de comunicación (televisión, radio, prensa e internet) es tan placentero como pillarte el prepucio con la cremallera del pantalón. Pero es lo que toca este año, y ya nos podemos ir acostumbrando porque todavía nos quedan varias elecciones más: las generales a saber cuando son; las catalanas para terminar de consumar el fracaso y la total ineptitud de Artur Mas que sigue viviendo colgado de una lámpara y delirando por las esquinas del Palau de la Generalitat: y quizá de nuevo las Andaluzas después de haber descubierto en Susana Díaz una señora prepotente, arrogante, orgullosa y necia que se cree que ha ganado unas elecciones que adelantó para conseguir arrollar y que se ha encontrado abrumada por la situación política. Pero ninguna de estas elecciones me importa tanto como las que se celebran para elegir al próximo Alcalde de la Villa y Corte.

Madrid lleva desde el año 1991, el mismo que yo nací, gobernado por la derecha. Algo que en principio no es ni negativo ni positivo, simplemente es un hecho. En 24 años de gobiernos populares del ayuntamiento, muchos de ellos por mayoría absoluta, Madrid ha cambiado mucho eso es verdad. Lo que pasa es que en los últimos doce años, desde que Álvarez del Manzano dejara la alcaldía, ésta no ha sido más que un foco constante de disputas políticas y egos personales. Alberto Ruiz Gallardón, ese ministro de justicia dimisionario que tenía exterior de cordero pero un interior más oscuro y diabólicamente retrógrado que el más cavernario de los franquistas de la antigua usanza. A todos engañó un Ruiz-Gallardón que decía que sólo quería trabajar para Madrid, para hacerla una de las ciudades europeas más bonitas, de moda y a la vanguardia; pero que sólo usó el sillón de alcalde de la capital para lanzarse políticamente y manejar los hilos para ser nombrado ministro a las primeras de cambio.

No voy a decir que los 24 años de gobiernos conservadores han sido nefastos para Madrid. Sería exagerar y hacer tabla rasa, además de mentir. A mí personalmente Álvarez del Manzano me caía y me cae bien; también es cierto que no puedo juzgar sus años de gobierno ya que por aquel entonces yo todavía era un niño nada interesado en asuntos de mayores. Pero al menos fue un alcalde que no quería ser otra cosa, quizá porque no daba para más, y que quedaba bien de alcalde, tenía presencia institucional. Pero cuando él se marchó grises nubarrones se cernieron sobre Madrid. Llegó Gallardón seguido muy de cerca por su ego, y con ellos Madrid cayó en una vorágine megalómana que solo el ostión que nos hemos dado todos con la crisis nos ha permitido ver su alcance.

Los ocho años de Gallardón como Alcalde de Madrid han supuesto, desde mi punto de vista la muerte de Madrid. Antes de su llegada esta ciudad estaba muy viva, se debía a sus ciudadanos única y exclusivamente, y nada tenían que decir los sueños faraónicos de nadie, ni las voluntades enriquecedoras de las grandes empresas de este país. Con Gallardón todo cambió. El alma de Madrid terminó por languidecer, y ese Madrid que durante mucho tiempo fue punta de lanza de la cultura, no sólo española sino europea, pasó a ser un escaparate en el que el señor Gallardón hacía méritos para que le nombraran algo más que ser Alcalde de Madrid.

La ciudad cambió físicamente en ocho años, más que en toda su historia anterior desde que fue elegida por Felipe II como Capital del Reino y Villa y Corte en 1561. Y todo porque Gallardón quería pasar a la historia, a la posteridad. Madrid quedó cubierto de vallas, zanjas, calles levantadas, aceras cortadas, ruido, polvo, hormigón, asfalto y granito. La M-30 se soterró, algo que creo que fue una de las mejores ideas que tuvo Gallardón pero que se llevó a cabo de la forma más chapucera posible, y así hoy en día cada vez que lleve más de la cuenta los madrileños podemos disfrutar de una canal de remo subterráneo (espero que mi profesor de ferrocarriles no lea esto ya que fue el ideólogo del soterramiento). Es cierto que Madrid recuperó el río, si es que alguna vez tuvimos algo que mereciera dicho nombre, y el parque del Manzanares es ahora una gran zona verde de uso y disfrute de los madrileños, que estarán pagando las deudas de dichas obras hasta el infinito y más allá.

Pero salvando en parte lo de la M-30, el resto de actuaciones de Gallardón en Madrid han sido nefastas. La ciudad ha quedado repleta de granito y hormigón quitando vida a espacios tan hermosos como Sol, Ópera o la Carrera de San Jerónimo. Sin embargo la obra más emblemática del periodo Gallardón, fue el traslado del Ayuntamiento desde la Casa de la Villa, sede histórica del Ayuntamiento desde 1692, al Palacio de Cibeles en la plaza del mismo nombre. Esa mudanza, absurda y millonaria, fue sólo porque Gallardón quería dejarse ver, tener una gran sede para su despacho; no estaba cómodo en el palacio del siglo XVII, eso era poco para él, necesitaba algo más grandioso, y así lo hizo. Mucho se podrá decir de Gallardón después de su paso por la Alcaldía de Madrid, pero para mí siempre será quien destruyó el alma y la razón de ser de Madrid.

La última broma que nos dejó Gallardón a los madrileños, o mejor dicho, la última tomadura de pelo en toda regla fue en 2011, cuando ganó las elecciones diciendo que iba a ser Alcalde de Madrid y nada más y a los pocos meses de ganar de nuevo con mayoría absoluta fue llamado bajo las faldas de Rajoy para ser ministro. Hubiera sido una decisión que sólo le hubiera dejado mal a él sino llega a ser porque dejó en el Ayuntamiento a la ilustrísima Ana Botella. La maldición estaba completa. ¡Qué desastre de mujer! Si Madrid todavía tenía algo de pulso después de los años de Gallardón, Botella terminó por rematar a Madrid, le dio la puntilla.

Fijaos si Madrid habrá pasado por penurias a lo largo de su historia, si no habrá tenido alcaldes pésimos; pues creo que nunca hasta la llegada de Botella a la alcaldía nada ni nadie había sido tan dañino para la capital. Desde diciembre de 2011 en el Ayuntamiento Madrid se instaló la incompetencia, la incultura, la necedad, la arrogancia y la caspa de los más rancios conservadores. Toda expresión de arte, cultura y forma de vida moderna se silenció. Las manifestaciones del orgullo gay, que no es que sean los eventos a los que más me guste ir, pero dejan en la ciudad una cantidad ingente de dinero, siendo la fiesta europea homosexual más importante, fue totalmente cohibida haciéndoles de nuevo sentirse mal vistos por un equipo de gobierno sacado de lo más profundo de la cueva fascista (muchos de sus representantes y habitantes siguen viviendo en Madrid). Luego vino lo de la relaxing cup of café con leche delante de medio mundo en Buenos Aires durante su discurso para conseguir convencer a los miembros del COI para que nos dieran los JJ.OO. Como digo nunca antes Madrid tuvo a alguien tan incompetente al frente de su Ayuntamiento.

Muchos dirán que Botella pasará a la historia como primera alcaldesa de Madrid, a lo que yo responderé siempre que alcalde de Madrid es aquella persona que es elegido por sus conciudadanos para regir los asuntos de la capital. La Señora Botella NO ha ganado ningunas elecciones para ser Alcaldesa de Madrid, por tanto por mucho que haya ejercido dicho cargo para mí nunca lo habrá sido. Si sucedió a Gallardón y estuvo en el equipo de gobierno antes fue porque era la mujer de Aznar (Dios los cría y ellos se juntan, que se podría decir), nada más. Suele decirse que quien ha sido alcalde de Madrid siempre lo es, de hecho he saludado a dos antiguos alcaldes (Barranco y Álvarez del Manzano) y les he tratado de Alcalde, pero a esta señora como me la cruce por la calle lo único que puede que se lleve de mí es un insulto (ladrona, incompetente, miserable, cosas así). Por desgracia hemos tenido que aguantar durante mucho tiempo a esta señora que si tuviera algún tipo de ética, moral o decencia, y siendo tan cristiana todavía más, hubiera dimitido días después de la muerte en el Madrid Arena de cinco jóvenes muchachas aplastadas por la multitud en una fiesta que sirvió para llenar de billetes los bolsillo de los amiguetes de la alcaldesa. No sólo no dimitió sino que se fue a un balneario con Aznar a Portugal estando las pobres muchachas de cuerpo presente. A eso llamo yo indecencia.

Por suerte pase lo que pase el próximo día 24 de mayo Botella se irá ya a su casa y no la volveremos a ver ese precioso pelo suyo tan bien peinado en la peluquería a la que va en coche oficial. Gane quien gane las próximas elecciones no tendrá demasiado difícil superar lo que ha hecho Botella, hasta un niño de primaria podría hacerlo mejor, incluso un chimpancé. Madrid se juega mucho el 24 de mayo. Podemos seguir gobernados por la derecha más arcaica, más rancia y más repulsiva, representada en este caso por Esperanza Aguirre (ejemplo de la nueva hornada de políticos que vienen a regenerar la política española......). O bien podemos decidir dar un buen cambio de aires a la capital después de llevar 24 años gobernados por las mismas ideas y formas de pensar. Mi opinión es que hay que abrir las ventanas, airear el Ayuntamiento, darle nuevos modos de hacer las cosas, nuevas caras, nuevas ideas, nuevos aires. Pero va a estar difícil.

El PP en un intento a la desesperada de mantener la capital de España bajo su mando y poder presenta a Aguirre, un peso pesado del ala más radical liberal-conservadora (aunque lo de liberal es de boquilla porque a la hora de debatir ideas no se atreve a hacerlo con todos sus rivales a la vez y cada vez que un periodista la incomoda intenta acabar con él). Ojalá no gane esta señora porque si es así esta ciudad está totalmente perdida, y será irrecuperable. No podemos dejar que gobierne una persona que ha amparado, mirando hacia otro lado, la corrupción, tiene a muchos de sus antiguos consejeros autonómicos, gente que ella puso en su puesto otorgándoles confianza, procesados por corrupción. Pero la pobre Aguirre no sabía nada, era una señora que pasaba por allí y se ha ido enterando ahora de todo. ¡Necia e hipócrita! Eso es lo que es. Por desgracia todavía quedan en esta ciudad muchas personas que la votarán, que sin dos dedos de frente creerán sus embustes y mentiras, y como burros con orejeras ignorarán los hechos. Por esta gente a pesar de todo lo que pasa y de todos los escándalos que hay, el PP sigue ganando en las encuestas.

Tampoco es que las alternativas se lo pongan muy difícil. El PSOE ha elegido a Antonio Miguel Carmona, una persona que en su día me parecía muy cabal, predispuesto, formal y con formación bastante aceptable para recuperar Madrid. Ahora sin embargo, y sintiéndolo mucho porque me reconozco votante del PSOE y siempre he estado más cerca de sus ideas que de cualesquiera otras, no pienso otorgarle mi voto. Carmona me ha demostrado esta campaña electoral que es un payaso, que solo busca la foto como sea, que no tiene altura de miras y que no puede aspirar así a coger el bastón de mando del Ayuntamiento. Así no se puede ir a ningún sitio, no se puede estar por la mañana disfrazado de bombero, a media tarde plantando un pino (un árbol, que nadie me malinterprete) en un parque y por la noche con Teresa Campos bailando y cantando en un programa de televisión. Pero también en este caso habrá votantes que lleven orejeras y sean incapaces de ver nada más allá que las siglas a las que llevan votando toda la vida sin criterio alguno en ciertos momentos.

UPyD e IU son irrelevantes ya en la vida política de la capital, no tengo ni idea de quiénes son siquiera sus candidatos. No han sabido conectar con la gente, los primeros por seguir confiándose a una mujer que viene de la vieja política y que no suelta el mando ni rociándola con agua hirviendo; los otros porque se han vuelto a darle vueltas a si son de izquierda más o menos radical y tal y cual. Pero no se acaba ahí la cosa. En los últimos meses dos fuerzas políticas se han sumado al juego político. Por suerte para los ciudadanos, Podemos y Ciudadanos, han irrumpido en toda España como vías alternativas y posibilidades de cambio aparentemente real en la política. Y en Madrid es posible que tengan la llave del futuro gobierno.

Ciudadanos se presenta con una cara muy joven, amable, hasta atractiva en cierto punto; una abogada que nunca antes había estado metida en política pero que ha creído llegado el momento de dar un paso adelante, dar la cara por sus ideas y su ciudad, algo que la honra, a ella y a todo el mundo que como ella ha decidido dejar de criticar sin hacer nada (algo muy español) para ponerse al frente de una proposición política y defender su visión de la sociedad. Sin embargo pese a que esta joven abogada tiene todos los puntos a favor en cuanto a lo que la ciudadanía está exigiendo: juventud, caras nuevas, nuevos modos y formas, aparentemente nuevas ideas y propuestas, y ninguna vinculación anterior con la política; a pesar de esto a mí no me gusta un pelo. No es que Ciudadanos me levante antipatías en general: les considero un partido moderado, bastante centrado aunque en temas económicos está más escorado a la derecha de lo que me gustaría. Lo que pasa es que en el caso de su candidata al Ayuntamiento de Madrid veo que cojea más de la cuenta y muestra más simpatías con los PPeros que con otros movimientos. Creo que sería un error total y absoluto que si tuvieran la llave del Ayuntamiento para que fuera Aguirre la que gobernara, la apoyaran consumando la perpetuidad de unas ideas y una forma de gobernar que se ha demostrado corrupta y que ha conducido a la muerte de Madrid por sobreexposición al PP.

Por último tenemos la coalición de izquierda Ahora Madrid, liderada por la ex jueza Manuela Carmena de 71 años, apoyada por Podemos. Es curioso que un partido como Podemos, que se ha caracterizado por su juventud y vitalidad desde que apareció como un elefante en una cacharrería en la vida política española justo hace un año consiguiendo 5 eurodiputados, haya apoyado para la Alcaldía de Madrid a una persona tan veterana, versada en tantas batallas por los derechos humanos. A pesar de que aparentemente no represente la regeneración política, al menos por edad, sí que es un cambio que de consumarse creo que solo traería buenas cosas a la Villa y Corte. Desde que salió elegida para encabezar esta candidatura he ido poco a poco acercándome a sus ideas y sus formas; cada vez que ha dado una entrevista en la televisión se la ha visto segura, tranquila, sin pelos en la lengua incluso cuando ha tenido que reprender a aquellos que la han apoyado para que se presentara, no le tiembla la voz nunca, defiende con convicción sus ideas y no cae en la trampa de acusar al rival. Desde que los sondeos la dan buenos resultados ha estado recibiendo críticas muy feroces, totalmente miserables, por parte de miembros de la caverna fascista de esta ciudad que ven que es posible que el próximo 24 de mayo cambien las cosas y dejen de poder hacer sus negocios sucios como hasta ahora los han ido haciendo. Para mí Manuela Carmena representa el ideal de Alcalde de Madrid, alguien con ideas claras, de convicciones fuertes y con respetabilidad, que es lo más importante.

Muy incierto está el resultado de las próximas elecciones, y dependerá de muchos factores de última hora. Pero voy a mojarme, no está el horno para seguir callado, esconder la cabeza, o decidir huir de este país para no afrontar nuestro deber como ciudadanos. Amo Madrid, siempre me ha gustado la política y hasta hace no mucho tenía en la cabeza afiliarme al PSOE pero viendo cómo funcionan las cosas en esa casa de locos y cómo se está más pendiente del quedar bien y hacerse una foto que de lo que verdad importa me terminé por desilusionar. Hasta que han aparecido todo este marasmo de nuevos partidos y nuevas ideas, o al menos nuevas formas y caras. El próximo domino iré a mi colegio electoral a votar y lo haré por Manuela Carmena, porque creo que es la única que con sensatez y buenas formas, con diálogo y escuchando, con honradez y humildad, puede devolver a la vida a una ciudad sumida en un letargo mortuorio de difícil salida si se sigue por el mismo camino. Madrid necesita nuevos aires. Madrid debe empezar una nueva época y no puede hacerlo con los mimos de siempre (PP o PSOE me da igual, ambos representan las viejas formas y la arrogancia de quien se cree investido de un derecho mayor por haber sido los únicos que han gobernado).

Por todo esto, y sabiendo que no soy más que un mísero estudiante que no va a convencer a nadie, creo que todo aquel que quiera que las cosas cambien de verdad, todo aquel que ame Madrid y crea que necesita nuevas ideas, nuevas formas y abrir un nuevo tiempo, debe votar por cambiar las cosas. Mi opción será Manuela Carmena, lo tengo claro. No pienso decir a quien debe votar nadie pero Madrid no puede pasarse otros cuatro años gobernado por los mismo ladrones de siempre. Ya va siendo hora de un cambio de aires en Madrid.

Caronte.

sábado, 9 de mayo de 2015

Vergonzosa política

Mucho creo que he tardado en hablar de la muy noble y de alta cuna clase política de nuestro queridísimo país. Una clase política que cada día demuestras su incansable esfuerzo por mejorar la vida de las ciudadanos, y que se preocupa incansablemente de nuestras condiciones de vida buscando cómo poder mejorarla y que todos nos podamos aprovechar de la riqueza de este gran país. Tenemos unos políticos que día a día se dejan la piel para mejorar su nivel cultural, intelectual y político para así ser los primeros en dar ejemplo al resto de los ciudadanos. Con este panorama tan objetivamente descrito no entiendo cómo es posible que España esté en la tan penosa situación en la que se encuentra, con un paro inmenso, unos servicios sociales cada vez más mermados, una sanidad semi en venta y una educación a la que cada día pueden acceder menos personas, ya que la pobreza se extiendo por muchos estratos sociales. Sólo me cabe pensar que la culpa la tenemos los ciudadanos por no tomar ejemplo de los políticos de tan grande y excelsa catadura moral que nos indican el camino ellos mismos con sus propias acciones. ¡Qué pena de sociedad!

Volvamos a la realidad. Lo que acabo de decir creo que es muy probable que sea lo que se le pasa por la cabeza a muchos de los dirigentes políticos que tenemos en España, muchos de los cuales llevan en sus cargos décadas sin que haya habido nunca ninguna posibilidad real de que abandonen el poder. A diferencia de lo que debería de ser normal en una clase dirigente/política, que en el fondo no se debería distinguir del resto de la sociedad por formar parte de ella, en España tenemos una serie de grupos políticos de toda la vida (me voy a centrar en PP y PSOE, que son los que han dominado la vida política en este país siempre) que se han convertido en sectas cerradas, que muchas veces se cuelgan la medalla de democráticas, que fabrican personas dedicadas únicamente – en cuerpo y alma – a hacerse una carrera política, sin tener oficio ni beneficio conocido fuera de ese “trabajo”          que para ellos es la política.

He aquí el primer gran error de bulto que comenten esos a los que llamamos políticos, siempre claro está según mi punto de vista. Para mí la política no es una profesión, sí es cierto que hay una carrera que se llama Ciencias Políticas, pero si alguien en algún momento se ha parado a analizar qué es lo que se da en ella, descubrirá que no crea políticos sino que analiza y da una serie de pautas de lo que es la organización política de una sociedad y de cómo ha ido evolucionando esto a lo largo de la historia. No existen los políticos, y quien crea lo contrario, sinceramente creo que está totalmente equivocado. Para mí lo que existen son ciudadanos normales (panaderos, mecánicos, conductores, profesores, médicos, matemáticos, abogados, ingenieros, etc.) que en un determinado momento de su vida, no excesivamente largo, unos años, deciden participar en la administración pública de su ciudad, región o país, para intentar mejorarlo aportando sus ideas, su esfuerzo y su trabajo para buscar un mayor bienestar, no para ellos mismos, sino para sus iguales. Estos son los políticos para mí, y no esos que dicen serlo porque tienen un asiento en algún parlamento desde hace décadas y que no han hecho nunca nada más que cobrar del erario público. Que conste que esto no tiene por qué ser algo malo, y no lo critico a priori; lo que sí critico, y creo que es poco ético, es que una persona se tire toda su vida sin hacer ni el moco y no se le conozca otro oficio haciendo de un hipotético servicio a la sociedad su trabajo.

Hablar de ética con la panda que tenemos a día de hoy gobernándonos, o en la oposición esperando para asaltar el poder cuando puedan, es algo utópico a más no poder. El hablar de ética es algo mucho más complejo de lo que pueda pensarse. La ética es algo que debe estar en la sociedad para que pueda estar en aquellas personas que en un periodo de su vida quieran ejercer la política y dirigir el devenir de sus conciudadanos. Sin no hay ética en la sociedad no podemos exigirla a sus dirigente. Pero nos encontramos aquí con el dilema del huevo y la gallina: ¿Qué fue antes la sociedad ética de la que salían políticos respetables con unos criterios morales impolutos, o una serie de personas que viendo como sus conciudadanos carecían de cualquier escrúpulo ético y decidieron dar un paso al frente para con su ejemplo cambiar a la sociedad de la que venían? La cuestión no es baladí y por desgracia no creo que a día de hoy yo tenga la suficiente capacidad de análisis y los suficientes años vividos de experiencia para juzgar e intentar dar una respuesta a esta pregunta.

Sí puedo sin embargo dar mi opinión. Creo que debe de haber una simbiosis entre sociedad y políticos. Nos necesitamos mutuamente. La sociedad no puede funcionar al libre albedrío y para ello necesita de una serie de personas que dediquen su intelecto a dirigir la sociedad; pero al mismo tiempo esas personas que den un paso al frente para tomar las riendas de la sociedad deben salir de ella y ser elegidos por los demás miembros. Pero si nos ponemos a observar cómo estamos en España a este respecto es posible que nos dé una depresión enorme al comprobar cómo estamos instalados en el escándalo constante, en el descubrimiento día sí, día también, de nuevos casos de uso indebido de los fondos públicos (esos que salen de los impuestos que pagan nuestros padres), de casos de abuso de poder, de amiguismo, de trapicheos que no buscan la mejora de la sociedad sino del bolsillo del alcalde, presidente, diputado o consejero de turno.

Es normal que la gente está harta (hasta los mismísimos cojones por ser claro y hablar sin ambages). Es normal que ya no nos creamos a nadie de ninguno de los dos grandes partidos políticos. Es normal que la gente esté totalmente desencantada con la política y con sus representantes. Es normal que se les insulte por la calle si se les reconoce. Es normal que nuevas fuerzas políticas que nada tienen que ver con lo anterior y que parecen haber vuelto a lo que la política debería ser (escuchar al ciudadano, ser simplemente un instrumento y no un fin para conseguir mejoras en el bienestar social, ser practicada por personas que deciden en muchos casos compaginar su actividad profesional con el servicio público y que no pretenden, en su mayoría, dedicarse de por vida a esto) esté ganando adeptos. ¡Todo menos aquellos que nos han engañado!, parece que quiere decir la gente.

Sin embargo, PP y PSOE, que son los que más están sufriendo, al menos en las encuestas este desgaste, esta desilusión, siguen tomando al personal (a la sociedad) como si fuera menor de edad, como si no supiéramos qué es lo que hay, como si fuéramos gilipollas (permítaseme la expresión) y nos faltaran varios dedos de frente. Los grandes partidos dejaron de hacer política hace mucho tiempo, desde el primer momento en el que se convirtieron en organizaciones clientelistas dirigidas por un líder al que había que hacer la pelota y pensar abiertamente como él para poder llegar a ocupar algún puesto público. Los partidos políticos no han sido democráticos nunca, porque desde siempre han asumida esa máxima de Winston Churchill que decía que la Democracia es el peor sistema político que existe. Ni PP, ni PSOE son a día de hoy dignos de confianza porque se han ido pudriendo con el tiempo. Si en vez de haberse convertido en sectas cerradas en las que solo pueden entrar aquellas personas que den el perfil, hubieran estado siempre abiertas a la sociedad, sin prejuicios, sin miedos, sin vergüenza, es muy probable que no estuviéramos en esta situación.

Con su sectarización los partidos políticos han perdido contacto con la calle. Y lo han confundido. Estar con la calle, patearse una ciudad, una comunidad autónoma o un país, no es dar mítines en polideportivos congregando con comidas gratis a los viejos del lugar que no tienen nada que hacer. Esta con la calle es pertenecer a ella, y los políticos de hoy en día no pertenecer a ella, viven en un mundo diferente, apartado totalmente de la realidad, o quizá viviendo una realidad paralela que se quieren creer, y que los lameculos de turno ayudan a hacerles creer para no contrariar al jefe. ¿A cuántos políticos habéis visto alguna vez por la calle como un ciudadano normal? Yo solo a tres, al que fuera presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, el que fuera Secretario General del PSM, Tomás Gómez, y el que fuera ministro de Educación Ángel Gabilondo. ¿Os parece normal? A mí no. Pero luego van todos, de progres y de cercanos haciéndose fotos en ferias regionales o bailando sevillanas en plazas públicas.

Otra de las causas que creo que hacen que la gente esté hasta el gorro es el poco nivel que tiene la clase política y que se demuestra cada vez que hablan los dirigentes políticos. Pero claro esto viene de la endogamia que se produce en los partidos políticos, si no entra savia nueva y sólo se producen recambios con acólitos más jóvenes del jubileta que ya se retira, qué queremos, que mejore el nivel, es imposible así. Y es que lo que yo personalmente peor llevo es el bajísimo nivel cultural, intelectual, moral y ético de los políticos. Me da verdadera vergüenza cada vez que veo en la televisión, o escucho en la radio, alguna sesión del parlamento. Tenga muchas veces la sensación de que esas sesiones no se están celebrando en Madrid en la Carrera de San Jerónimo, sino en otro planeta. Es un verdadero circo. Un toma y daca en el que lo único que se echan en cara PP y PSOE son sus respectivos casos de corrupción (que ambos tienen para dar y tomar) y sus gobiernos pasado. ¡Señores diputados, señores prescindente y líder de la oposición, hablen de una puta vez de aquello que preocupa a los ciudadano y dejen de airear mierdas ajenas, ya que si quieren tratar de mierda miren primero en su propia casa para poder exigir al contrario que haga lo propio! Repito es lamentable.

No me creo, no me quiero resignar a creer, que los políticos consideren a la sociedad tan analfabeta. Me hace mucha gracia, a la vez que me entristece, cómo cada vez que el PSOE habla de los casos de la Gürtel y de Bárcenas, el PP responde con los ERE. A ambos les digo que tienen razón que están de mierda hasta el cuello, que los dos huelen que apestan y que por mí podrían irse todos a freír espárragos a sus respectivos pueblos. Rodrigo Rato es un sinvergüenza de tres pares de narices, un delincuente, un ladrón y un mentiroso, al igual que Bárcenas o Granados; pero no lo son más que Chaves y Griñán, que con sus tejemanejes en la Junta de Andalucía (o mejor dicho el Cortijo de Andalucía) han provocado un fraude mayúsculo en el que se han ido para bolsillos particulares miles de millones de euros pagados por todos. Mi consejo a PP y PSOE es que se callen, que cierren su maldita y maloliente boca y se dediquen de una vez por todas a hacer algo provechoso.

Pero las cosas no se acaban aquí. En los últimos tiempos como ven que varios partidos políticos pueden llegar a acabar con la hegemonía y la alternancia tradicional de PP y PSOE en los gobiernos, se han dedicado a desprestigiar a esos nuevos contrincantes que están haciendo ver a la sociedad que lo que había no era lo normal, y que las cosas puede que no tengan que ser como nos llevan diciendo toda la vida desde el partido de las gaviotas o desde el de la rosa. ¿Cuál ha sido la reacción? Intentar usar el miedo. PP y PSOE intentan meter miedo a los ciudadanos diciendo que lo que puede llegar nuevo no son más que experimentos que fallarán. Eso es de ser muy miserables y necios. Siguen pecando de lo mismo los grandes partidos: creen que la sociedad somos menores de edad, bebés de teta a los que nos tienen que decir qué hacer. Eso ya se ha acabado. ¡Dejad de considerarnos como imbéciles porque no lo somos! Somos igual que vosotros, probablemente de mejor catadura ética y moral, y sin nosotros no vais a ninguna parte.

PP y PSOE están tocados, están escocidos, y lo peor es que no se quieren dar cuenta de que la gente normal, esa que representa a la gran mayoría de la sociedad, y no las minorías a las que siempre han parecido hacer más caso según el partido (empresarios, sindicatos, artistas, LGBT, etc.), no estamos en chorradas, que lo único que queremos es que haya sanidad universal de calidad, que la educación sea laica, libre y gratuita para todos, y que nuestro bienestar social siempre vaya en aumento. ¿De verdad cree el PP que nos vamos a creer que España es el país que más crece y que ya estamos bien? Sí, somos los que más crecemos......en paro, pobreza, desigualdad, emigración, etc. ¿De verdad se cree el PSOE que diciendo constantemente que el PP son los malos y hablando de miembros y miembras va a volver al poder? Mal van por ese camino. Mal val también si creen que la sociedad se chupa el dedo y que partidos como Podemos o Ciudadanos son un peligro. En el fondo es probable que sean un peligro, sobre todo para los que siempre han estado ahí gobernando, porque ven que sus puestos y privilegios auto impuestos están a punto de acabarse, y es posible que se tengan que buscar la vida fuera de la política (sin tener oficio conocido, o sin haberlo ejercido nunca).

No sé realmente cómo se desarrollarán los acontecimientos en la vida política en los próximos meses, pero sí sé que si PP y PSOE siguen así (y me duele más por el PSOE que por los otros miserables, necios y majaderos) van a llevarse un portado en las narices, una buena ostia para decirlo mal y pronto. Pero si con esa ostia se va a conseguir que abran los ojos, que se vuelva a hacer política de nivel, que sean los mejores los que lleguen a dirigir la sociedad (y no gente como Leire Pajín, Bibiana Aído, Ana Mato, Fátima Báñez, José Blanco, Rodrigo Rato, Alfredo Granados, Manuel Chavez, etc.), que se demuestren unos grados de ética pública y moral fuera de lo común para que puedan ser ejemplo para el resto de la sociedad, que al primer indicio de duda o mancha a nivel personal en cuando a conducta se tomen medidas (ya que por mucho que haya presunción de inocencia en este país y tenga que prevalecer por encima de todo, un juez o la policía no investigan si no hay verdaderos indicios de pufo), que nadie haga de la política su medio de vida y que ésta no sirva como trampolín profesional para nada, algo habremos ganado.

Pero hasta que esto no pase seguiré sintiendo vergüenza de ver y escuchar a nuestros políticos. Y seguiré sintiendo una especie de mezcla de pena y asco por la clase política que se cree intocable y que trata a sus conciudadanos como niños pequeños, con prepotencia y arrogancia. El problema es que siempre habrá quiénes voten a estos políticos, gente con orejeras que sin criterio alguno votará siempre al partido que siempre ha votado y lo seguirá haciendo como las ovejas siguen al pastor por muchos palos que les den y por mucho que siempre acaben en el mataderos. Por eso quizá lo único que se puede hacer es gritar: ¡Vergonzosa política!

Caronte.