Con el paso de los
meses la academia de francés se convirtió para él más que un una manera de estar ocupado y hacer algo diferente y
de provecho dos días por semana, en una obligación. Cada semana que pasaba le
costaba más ir hasta la Plaza de Santo Domingo, en el centro de Madrid, para
pasar dos horas hablando francés, aprendiendo fonética y conociendo un poco más
la cultura y la sociedad francesa. No es que no le gustara, más bien todo lo
contrario, le entusiasmaba haber podido recuperar todo el tiempo perdido con un
idioma que había empezado a aprender en el colegio pero que había dejado
apartado durante casi siete años, lo que pasaba es que cada día que pasaba ella le gustaba más, pero a la vez cada
día que pasaba sabía que nunca iba a poder tenerla entre sus brazos.
Si había algo que
le motivara para ir todos los lunes y miércoles hasta la academia perdiendo
toda la tarde era poder verla, estar con ella
aunque no hablara con él más que un
rato. No le importaba que hubiera otro compañero que él creyera que estaba detrás de ella,
simplemente él quería verla, oírla
hablar ya fuera en francés o en español, verla sonreír, verla bromear con él, que ella le mirara a los ojos y así él poder sumergirse en su inmensidad
marrón. Sin embargo él sabía que
nunca, por mucho que ella le gustara
y por mucho que cada día ella le
gustara más, ella iba a ser suya. En
el fondo de sí mismo sabía que lo que más le gustaba de ella era su físico, y eso a él
le molestaba mucho porque siempre había sido de esas personas que habían dicho
que lo más importante es poder conectar con una persona no por su aspecto
exterior sino por su forma de ser, pero la atracción era mucho más fuerte en su
caso, aunque sabía, estaba más que seguro, que también había facetas de ella que él todavía desconocía que
harían que la atracción no fuera simplemente física. Pero él también se daba cuenta de que estaba cambiando, que sí que el
interior de una persona es lo que más debería primar a la hora de enamorarte,
compartir gustos y aficiones, y en cierta manera formas de pensar y de entender
la vida, pero el ser humano y sobre todo los hombres somos animales y por tanto
lo primero que vemos es el físico. ¿Está mal que lo primero que a él le gustara de ella fuera eso, ella?
¿Estaba mal poder disfrutar de su belleza simplemente por ello? Poco a poco él fue contestando a esas preguntas en
su interior, y la única respuesta que encontró fue un no rotundo, por qué iba a
estar mal que un chico se fijara en una chica porque sea bonita, es lo más
normal del mundo, ellas también lo hacen los tíos, él no era diferente aunque siempre hubiera pensado lo contrario.
Atrás habían
quedado los días del primer trimestre de academia cuando él se dio cuenta por primera vez en su vida que una chica le atraía
de verdad, que deseaba ir todos los lunes y miércoles a francés para poder
verla, mirarla cuando ella no se diera cuenta, hablar con ella durante el descanso que el profesor les daba en mitad de las
dos horas de francés. También quedaron atrás las navidades, cuando él le mandó un christmas a ella porque así se lo pidió descuadrando
cualquier suposición, sueño y planteamiento que él tuviera en la cabeza.
Incluso quedó atrás la pequeña broma que le gastó un día y que él creyó que había acabado con su
relación en clase porque pensó que le había sentado muy mal. Poco a poco ella volvió a ser la misma de siempre
con él, cosa que al principio le
volvió a coger con el pie cambiado sin saber cómo narices interpretarlo. El
curso seguí avanzando, las semanas volaban, y los meses seguían pasando y él veía como ella volvía a relacionarse más con él y menos con quien hasta entonces él pensaba que estaba tras de ella, el industrial, algo que le chocó bastante pero que en el fondo le
gustó y le animó a pensar que quizá si en algún momento le echaba valor y le
decía algo a ella podría quedar a
tomar algo o cualquier cosa.
Lo malo era eso,
que no le echaba valor ni para atrás, que no tenía agallas, que lo único que
tenía era miedo por hacer el ridículo y darse la ostia, por más que sus amigos
le decían que no tenía nada que perder, que lo peor que le podía pasar es que ella le dijera que no y eso era lo mismo
que tenía en ese momento. Y tenían todo la razón, ¿qué podía perder, si nada
tenía? Pero por mucho que él mismo se
dijese que nada tenía que perder, seguía sin atreverse a hacer nada, por qué
razón, ni él mismo lo sabía, o quizá
sí, quizá en lo más profundo de su ser sabía que por mucho que ella le gustara, no era como él, por lo poco que sabía ella era una
chica más marchosa, más lanzada, todo lo contrario que era él, por mucho que eso fuera lo que a él le gustaría encontrar en una chica, que fuera diferente que
sacara el chico marchoso que había en su interior y que apartara a un lado a la
persona aburrida que él se
consideraba que era. Él sabía que su
atracción por ella era sobre todo
física, aunque también sabía que podía llegar a haber algo más, estaba seguro
que en el fondo habría más cosas que terminarían por gustarle de ella. Para empezar a ella tampoco le
gustaba la carrera que estaba estudiando, como a él, sin embargo pertenecían a mundos diferentes, ella siempre había ido a colegios
privados y religiosos sólo para chicas, mientras que él venía de un mundo humilde de colegios públicos, ella vivía en Plaza de España, él en un barrio perdido de la mano de Dios,
humilde y trabajador; a ella le
gustaba salir por la noche y divertirse con sus amigas, ir de marcha a
discotecas, a él todo eso le ponía
muy nervioso. Él sabía que había cosas que era mejor no decir, como por ejemplo
que no bebía alcohol, que no le gustaba, que no salía de fiesta, en el sentido
que todo el mundo entiende; el día que ella
le preguntó en Navidad si hacía algo en Nochevieja y él le dijo que no, ella
le miró como si fuera un bicho raro, se quedó perpleja, y cuando aún más le
dijo que él no solía beber alcohol ella le preguntó que qué bebía entonces
cuando iba de fiesta, a lo que sólo pudo contestar con la verdad que pocas
veces salía de fiesta por la noche.
Quizá fuera por
todo esto por lo que él se veía que
no estaba a la altura de ella, que no
podría llegar nunca a tenerla, a poder besarla, a poder cogerla por la cintura
y atraerla hacia sí mismo y poder sentir su cuerpo cerca del suyo, y abrazarla
y acariciarla. Nada de eso podría llegar a pasar porque él sabía que nunca le podría llegar a gustar, no ya físicamente,
que bueno quizá podría haber alguna oportunidad, sino en otros muchos ámbitos. Él mismo se hacía de menos, él mismo se consideraba un bicho raro,
muy lejos de poder estar con una chica como ella,
no porque fuera la chica más guapa que había conocido, sino porque él no era como ella, no pertenecía a su mundo, no podría hacer que le gustaran las
mismas cosas que a ella, ni hacer que
ella sintiera el mismo entusiasmo que él
por otras muchas. Él mismo no se
quería, se hacía de menos, y verla a ella
lo único que le provocaba era tristeza por sí mismo, por saber que quizá esta
oportunidad tan clara no se le volviera a poner tan a tiro para hacer algo,
para decirle algo a una chica que le gustara, para poder empezar una relación
con ella o por lo menos para
intentarlo si quiera. No. Veía como el tren se estaba escapando, esta
oportunidad que había tenido para subirse en él no suele aparecer tan
claramente, pero cada vez que tenía las ganas, la voluntad, cada vez que
parecía que había logrado armarse de valor y decirla de tomar algo, había algo
en su interior que le decía que ella
era mucho para él, que no estaba a su
altura, que estaba mal que le atrajera una chica sólo por su físico, que le iba
a rechazar riéndose de él, que iba a
hacer el ridículo; todo esto hacía que no terminara de dar el paso de subirse
en ese tren, quizá también por miedo de no saber hacia dónde le llevaría ese
tren y si estaría preparado para ello. Quería con toda su alma poder tener
pareja, poder decirles a sus amigos que tenía novia, que llevaba unas semanas
saliendo con ella, presentársela; pero a la vez le daba miedo las cosas que eso
conllevaría, el cambio de vida que eso supondría y que él pensaba que no estaba preparado para experimentar. Pero todavía
no podía decir eso, con lo que se conformaba era con llegar pronto a la
academia porque sabía que ella también suele hacerlo y así poder hablar un poco
con ella a solas, de su carrera, de
las cosas que la gustan, de lo que hace los fines de semana, de él si ella le
pregunta. Tendría que conformarse con verla en la academia y desear poder
abrazarla y besarla, soñar que fuera su novia para atraerla hacia él y oler su precioso pelo castaño, y
poder sumergirse en la profundidad de sus ojos marrones, y poder tocar su
morena piel y acariciar su cuerpo. Pero esto son sueños que quizá nunca se
hagan realidad, y seguro que no lo harán a menos que él cambie y empiece a
quererse.
Por eso, aunque el
tren parecía parado en la estación, esperando a que él se subiera y emprendiera el viaje, se estaba acabando el tiempo,
ya que una vez acabado el curso de francés, a finales de junio ya no la
volvería a ver más, porque el curso siguiente ella se iría a Estrasburgo de Erasmus, y entonces se habría
escapado del todo. Pero todavía estaba en parada, quedaba poco para que
saliera. Sin embargo hasta que él no
terminara de conocerse a sí mismo, de encontrarse, de saber qué es lo que
quiere, no podrá coger ese tren, no tendrá valor suficiente para subirse en él y emprender un viaje hacia lo
desconocido hasta ahora para él,
hacia nuevas experiencias, hacia otro mundo de sentimientos. Hasta que no
venciera el miedo no podría conseguir lo que más ansiaba: amar a alguien, o que
le amaran mejor dicho. Él sabía que o
se lanzaba a coger ese tren aunque fuera cuando éste ya hubiera emprendido la
marcha, aunque entonces fuera más difícil, o el tren se escaparía con ella y quién sabe si volvería a llegar
otro de manera tan clara. Sabía que o cambiaba o por muchos trenes que pararan
en la estación que él estuviera nunca
iba a atreverse a coger ninguno, todos se escaparían y nunca descubriría adonde
llevan dichos trenes, se quedaría sólo en la estación, viendo como otras
personas sí cogen el tren en sus andenes y emprender nuevos caminos.
Caronte.