jueves, 29 de mayo de 2014

El tren se escapa

Con el paso de los meses la academia de francés se convirtió para él más que un una manera de estar ocupado y hacer algo diferente y de provecho dos días por semana, en una obligación. Cada semana que pasaba le costaba más ir hasta la Plaza de Santo Domingo, en el centro de Madrid, para pasar dos horas hablando francés, aprendiendo fonética y conociendo un poco más la cultura y la sociedad francesa. No es que no le gustara, más bien todo lo contrario, le entusiasmaba haber podido recuperar todo el tiempo perdido con un idioma que había empezado a aprender en el colegio pero que había dejado apartado durante casi siete años, lo que pasaba es que cada día que pasaba ella le gustaba más, pero a la vez cada día que pasaba sabía que nunca iba a poder tenerla entre sus brazos.

Si había algo que le motivara para ir todos los lunes y miércoles hasta la academia perdiendo toda la tarde era poder verla, estar con ella aunque no hablara con él más que un rato. No le importaba que hubiera otro compañero que él creyera que estaba detrás de ella, simplemente él quería verla, oírla hablar ya fuera en francés o en español, verla sonreír, verla bromear con él, que ella le mirara a los ojos y así él poder sumergirse en su inmensidad marrón. Sin embargo él sabía que nunca, por mucho que ella le gustara y por mucho que cada día ella le gustara más, ella iba a ser suya. En el fondo de sí mismo sabía que lo que más le gustaba de ella era su físico, y eso a él le molestaba mucho porque siempre había sido de esas personas que habían dicho que lo más importante es poder conectar con una persona no por su aspecto exterior sino por su forma de ser, pero la atracción era mucho más fuerte en su caso, aunque sabía, estaba más que seguro, que también había facetas de ella que él todavía desconocía que harían que la atracción no fuera simplemente física. Pero él también se daba cuenta de que estaba cambiando, que sí que el interior de una persona es lo que más debería primar a la hora de enamorarte, compartir gustos y aficiones, y en cierta manera formas de pensar y de entender la vida, pero el ser humano y sobre todo los hombres somos animales y por tanto lo primero que vemos es el físico. ¿Está mal que lo primero que a él le gustara de ella fuera eso, ella? ¿Estaba mal poder disfrutar de su belleza simplemente por ello? Poco a poco él fue contestando a esas preguntas en su interior, y la única respuesta que encontró fue un no rotundo, por qué iba a estar mal que un chico se fijara en una chica porque sea bonita, es lo más normal del mundo, ellas también lo hacen los tíos, él no era diferente aunque siempre hubiera pensado lo contrario.

Atrás habían quedado los días del primer trimestre de academia cuando él se dio cuenta por primera vez en su vida que una chica le atraía de verdad, que deseaba ir todos los lunes y miércoles a francés para poder verla, mirarla cuando ella no se diera cuenta, hablar con ella durante el descanso que el profesor les daba en mitad de las dos horas de francés. También quedaron atrás las navidades, cuando él le mandó un christmas a ella porque así se lo pidió descuadrando cualquier suposición, sueño y planteamiento que él tuviera en la cabeza. Incluso quedó atrás la pequeña broma que le gastó un día y que él creyó que había acabado con su relación en clase porque pensó que le había sentado muy mal. Poco a poco ella volvió a ser la misma de siempre con él, cosa que al principio le volvió a coger con el pie cambiado sin saber cómo narices interpretarlo. El curso seguí avanzando, las semanas volaban, y los meses seguían pasando y él veía como ella volvía a relacionarse más con él y menos con quien hasta entonces él pensaba que estaba tras de ella, el industrial, algo que le chocó bastante pero que en el fondo le gustó y le animó a pensar que quizá si en algún momento le echaba valor y le decía algo a ella podría quedar a tomar algo o cualquier cosa.

Lo malo era eso, que no le echaba valor ni para atrás, que no tenía agallas, que lo único que tenía era miedo por hacer el ridículo y darse la ostia, por más que sus amigos le decían que no tenía nada que perder, que lo peor que le podía pasar es que ella le dijera que no y eso era lo mismo que tenía en ese momento. Y tenían todo la razón, ¿qué podía perder, si nada tenía? Pero por mucho que él mismo se dijese que nada tenía que perder, seguía sin atreverse a hacer nada, por qué razón, ni él mismo lo sabía, o quizá sí, quizá en lo más profundo de su ser sabía que por mucho que ella le gustara, no era como él, por lo poco que sabía ella era una chica más marchosa, más lanzada, todo lo contrario que era él, por mucho que eso fuera lo que a él le gustaría encontrar en una chica, que fuera diferente que sacara el chico marchoso que había en su interior y que apartara a un lado a la persona aburrida que él se consideraba que era. Él sabía que su atracción por ella era sobre todo física, aunque también sabía que podía llegar a haber algo más, estaba seguro que en el fondo habría más cosas que terminarían por gustarle de ella. Para empezar a ella tampoco le gustaba la carrera que estaba estudiando, como a él, sin embargo pertenecían a mundos diferentes, ella siempre había ido a colegios privados y religiosos sólo para chicas, mientras que él venía de un mundo humilde de colegios públicos, ella vivía en Plaza de España, él en un barrio perdido de la mano de Dios, humilde y trabajador; a ella le gustaba salir por la noche y divertirse con sus amigas, ir de marcha a discotecas, a él todo eso le ponía muy nervioso. Él sabía que había cosas que era mejor no decir, como por ejemplo que no bebía alcohol, que no le gustaba, que no salía de fiesta, en el sentido que todo el mundo entiende; el día que ella le preguntó en Navidad si hacía algo en Nochevieja y él le dijo que no, ella le miró como si fuera un bicho raro, se quedó perpleja, y cuando aún más le dijo que él no solía beber alcohol ella le preguntó que qué bebía entonces cuando iba de fiesta, a lo que sólo pudo contestar con la verdad que pocas veces salía de fiesta por la noche.

Quizá fuera por todo esto por lo que él se veía que no estaba a la altura de ella, que no podría llegar nunca a tenerla, a poder besarla, a poder cogerla por la cintura y atraerla hacia sí mismo y poder sentir su cuerpo cerca del suyo, y abrazarla y acariciarla. Nada de eso podría llegar a pasar porque él sabía que nunca le podría llegar a gustar, no ya físicamente, que bueno quizá podría haber alguna oportunidad, sino en otros muchos ámbitos. Él mismo se hacía de menos, él mismo se consideraba un bicho raro, muy lejos de poder estar con una chica como ella, no porque fuera la chica más guapa que había conocido, sino porque él no era como ella, no pertenecía a su mundo, no podría hacer que le gustaran las mismas cosas que a ella, ni hacer que ella sintiera el mismo entusiasmo que él por otras muchas. Él mismo no se quería, se hacía de menos, y verla a ella lo único que le provocaba era tristeza por sí mismo, por saber que quizá esta oportunidad tan clara no se le volviera a poner tan a tiro para hacer algo, para decirle algo a una chica que le gustara, para poder empezar una relación con ella o por lo menos para intentarlo si quiera. No. Veía como el tren se estaba escapando, esta oportunidad que había tenido para subirse en él no suele aparecer tan claramente, pero cada vez que tenía las ganas, la voluntad, cada vez que parecía que había logrado armarse de valor y decirla de tomar algo, había algo en su interior que le decía que ella era mucho para él, que no estaba a su altura, que estaba mal que le atrajera una chica sólo por su físico, que le iba a rechazar riéndose de él, que iba a hacer el ridículo; todo esto hacía que no terminara de dar el paso de subirse en ese tren, quizá también por miedo de no saber hacia dónde le llevaría ese tren y si estaría preparado para ello. Quería con toda su alma poder tener pareja, poder decirles a sus amigos que tenía novia, que llevaba unas semanas saliendo con ella, presentársela; pero a la vez le daba miedo las cosas que eso conllevaría, el cambio de vida que eso supondría y que él pensaba que no estaba preparado para experimentar. Pero todavía no podía decir eso, con lo que se conformaba era con llegar pronto a la academia porque sabía que ella también suele hacerlo y así poder hablar un poco con ella a solas, de su carrera, de las cosas que la gustan, de lo que hace los fines de semana, de él si ella le pregunta. Tendría que conformarse con verla en la academia y desear poder abrazarla y besarla, soñar que fuera su novia para atraerla hacia él y oler su precioso pelo castaño, y poder sumergirse en la profundidad de sus ojos marrones, y poder tocar su morena piel y acariciar su cuerpo. Pero esto son sueños que quizá nunca se hagan realidad, y seguro que no lo harán a menos que él cambie y empiece a quererse.

Por eso, aunque el tren parecía parado en la estación, esperando a que él se subiera y emprendiera el viaje, se estaba acabando el tiempo, ya que una vez acabado el curso de francés, a finales de junio ya no la volvería a ver más, porque el curso siguiente ella se iría a Estrasburgo de Erasmus, y entonces se habría escapado del todo. Pero todavía estaba en parada, quedaba poco para que saliera. Sin embargo hasta que él no terminara de conocerse a sí mismo, de encontrarse, de saber qué es lo que quiere, no podrá coger ese tren, no tendrá valor suficiente para subirse en él y emprender un viaje hacia lo desconocido hasta ahora para él, hacia nuevas experiencias, hacia otro mundo de sentimientos. Hasta que no venciera el miedo no podría conseguir lo que más ansiaba: amar a alguien, o que le amaran mejor dicho. Él sabía que o se lanzaba a coger ese tren aunque fuera cuando éste ya hubiera emprendido la marcha, aunque entonces fuera más difícil, o el tren se escaparía con ella y quién sabe si volvería a llegar otro de manera tan clara. Sabía que o cambiaba o por muchos trenes que pararan en la estación que él estuviera nunca iba a atreverse a coger ninguno, todos se escaparían y nunca descubriría adonde llevan dichos trenes, se quedaría sólo en la estación, viendo como otras personas sí cogen el tren en sus andenes y emprender nuevos caminos.


Caronte.

viernes, 23 de mayo de 2014

La final más castiza

Quién se podría haber imaginado allá por el mes de septiembre del pasado año cuando se realizó el sorteo, que la final más esperada del fútbol europeo a nivel de clubes, la Final de la Copa de Europa la iban a disputar el Real Madrid (algo que puede llegar a ser normal, siempre es uno de los grandes favoritos) y el Atlético de Madrid (en este caso sí es un hecho histórico, no porque no haya llegado nunca a una final, sino por las pocas veces que lo ha hecho, casi pretéritas). Quién se podría haber imaginado que después de la fase de grupos, y las sucesivas eliminatorias con sus consiguientes sorteos, el azar y el buen fútbol (o no) hayan hecho posible que en Lisboa se vaya a vivir la Final más castiza de la Copa de Europa que se puede tener.

Estos días la capital del Reino de España se encuentra al final del curso del río Tajo, en su desembocadura, en la luminosa y melancólica ciudad de Lisboa. Madrid estos días no es más que una ciudad con alma lusa, o quizá sea Lisboa la que respire un ambiente madrileño, si es que el ambiente de Madrid se puede transportar a otra ciudad del mundo. Miles de madrileños tienen puestas sus esperanzas y alegrías en la capital lusa, muchos incluso van de camino a ella mientras escribo estas líneas, otros ya están allí o llegarán el mismo día del partido. Los que no puedan dejar Madrid y acercarse a ver llegar el Tajo al inmenso océano, y disfrutar de la final in situ, se tendrán que conformar con lo que se ha hecho toda la vida, que es ver la final en un bar con los parroquianos de siempre, o quedar con los amigos o la familia, con ese tío tuyo fanático, acérrimo seguidor de su equipo de toda la vida, para ver en la mejor compañía posible la victoria o derrota de uno de los dos equipos que se juegan traerse a la “orejona” (nombre popular, y bastante vulgar, con muy mal gusto al menos, que se le da a la Copa de Europa) a casa.

El Real Madrid buscará en la tarde-noche lisboeta ganar para sus vitrinas la décima Copa de Europa. ¡La Décima!, como muchos dicen. Muchos, sobre todos aquellos que no son “blancos”, “vikingos”, y que más que indiferencia sienten repulsión por el Real Madrid dirán que sólo tiene tres Copas de Europa, las ganadas con la televisión en color, que las seis anteriores ganadas en “blanco y negro” no valen. Cada vez que he intentado averiguar por qué esas seis Copas de Europa no valen, nunca he obtenido más respuesta que las típicas de que si Franco, y tal y tal. A veces parece que sólo valen las Copas de Europa que se pueden recordar. Bueno que me voy del asunto, el Real Madrid intentará hacer historia en Lisboa tras doce años vagando por el desierto de la Champions, intentando, a veces sin entusiasmo ni ilusión, hacerse con el preciado trofeo. Doce años sin Copa de Europa, no parecen muchos si comparamos con otros equipos (mismamente el Atlético de Madrid), pero para el Real Madrid y el madridismo es una eternidad. Doce años de espera, de dura y larga espera, de muchas noches de desesperación y desilusiones, de mañanas en el trabajo o estudiando teniendo que aguantar a ese compañero del eterno rival reírse de ti. Muchas noches de amargas lágrimas se han acumulado desde aquellas de felicidad que se vertieron hace doce años cuando el Real Madrid ganó su novena Copa de Europa en Glasgow. Muchas noches han pasado desde aquel orgásmico gol de Zinedine Zidane, aquella magnífica bolea que recogía un verdadero melón de Villaconejos que mandó Roberto Carlos, y que envió al balón casi por toda la escuadra de la portería rival. Muchas penurias ha pasado la afición madridista desde entonces, y esta final es muy esperada, muy deseada, y todo lo que no sea alzar al cielo portugués la Copa de Europa será considerado un fracaso monumental para el Real Madrid.

Por su parte del Atlético de Madrid, podríamos decir que se estrena en esto de la finales de Copa de Europa (afirmación falsa porque ya estuvo en una hace muchos años, tantos que sólo mis abuelo podrían recordarla). Si para el Real Madrid la espera ha sido dura y eterna, esta final para el Atlético de Madrid es verdadero maná llovido del cielo, una culminación para una grandísima temporada que se ha hecho ser campeón de Liga también muchos años después de la última vez. Esta Final es un premio, quizá excesivo aunque eso sólo se verá con el tiempo y dependerá del papel que hagan en ella, a un esfuerzo y a una mentalidad firme, impuesta e inculcada por el “Cholo” Simeone. Una final más que deseada por la marea rojiblanca de los aficionados del atleti, la mayoría de los cuáles no saben qué es la gran noche del fútbol europeo, como mucho han conseguido averiguar qué es la pequeña cena del fútbol ganando un jarrón del IKEA (la Copa de la UEFA, premio menor del fútbol europeo, casi de consolación). Pero al final van a saber qué es eso de poder escuchar el grandioso y noble himno de la Copa de Europa en una Final, en la competición más deseada de cuantas se disputan a niveles de clubes en Europa, y quizá también en el mundo. Todo aficionado colchonero, y todo aquel que odia al Real Madrid aunque sea del Numancia, deseará que el Atlético de Madrid consiga su primera Copa de Europa. ¡La primera!

Aunque pueda parecer lo contrario por currículum y antecedentes en esta competición, la Final va a estar muy igualada. No valen ya los títulos anteriores, ni los conseguidos en blanco y negro, ni los logrados en color. No vale tampoco que nunca se haya llegado a una final, o al menos no se recuerde. En la noche de la Final sólo vale jugar, y es en el campo donde se dirimirá la batalla por la “orejona”, por la décima o por la primera. Sólo los nervios, o mejor dicho, sólo quien mejor sepa controlar la situación y la ansiedad podrá conseguir jugar con temple y decisión y poder conseguir tan preciado trofeo, el que todo equipo del mundo desea ver en sus vitrinas y exponer y brindar a sus aficionados. Lo que es seguro es que gane quien gane, habrá fiesta española ya sea en Lisboa, que seguro que hervirá de ilusión y de alegría cuando el árbitro pite el final, ya sea en Madrid, en la casa de los dos equipos en liza. Habrá fiesta, y habrá desilusión, y decepción y sentimiento de fracaso también. Lo que es seguro es que a la mañana siguiente todos los periódicos de tirada nacional, y los regionales y los locales también, abrirán sus primeras planas con la imagen del vencedor, y un amargo recordatorio del perdedor. Lo que es seguro que parte del Olympo estará de celebración, podrá ser la diosa de la madre tierra Cibeles, o el dios de los mares Neptuno, pero seguro que uno de los dos se henchirá de orgullo por su equipo. Madrid se preparará para llorar; unos lo harán de alegría dejando que todas las emociones guardadas durante años salgan a flor de piel y muestren el orgullo inquebrantable que dichos aficionados sientes por su equipo, fe y devoción en algunos caos (extremos desde mi punto de vista); otros lo harán de pena, de desilusión y de desencanto, incluso también de impotencia y rabia contenida, pero también llorarán con el corazón por no haber podido ver a su equipo levantar al cielo la Copa de Europa.

Merengues y colchoneros. Indios y vikingos. Madrid será un hervidero de nervios, Lisboa una olla a presión. Por Lisboa no habrá quien pare, invadida como estará por las dos aficiones castizas de la capital de su vecina España. Madrid será una desierto, paraíso para los desertores del “deporte rey”, del fúbol, que podrán si quieres pasear por el centro sin cruzarse apenas con algún turista de la otra punta del mundo que quizá no sepa más que de hockey sobre hielo, o de béisbol. Y qué decir de cómo estará la segunda ciudad del Reino, la tarde de la Final será la mejor para visitar y conocer la Ciudad Condal de Barcelona, ya que el orgullo catalán impedirá disfrutar con una final de la Copa de Europa enteramente española y madrileña (siento haberme acordado aquí de quienes si quieres jugar este año la Final de la Champions tendrán que hacerlo en el FIFA’14). Mañana se enfrentarán dos visiones diferentes del fútbol, dos concepciones opuestas de aficiones. Mañana se enfrenta la veteranía por estas lides del Real Madrid por un lado, con la juventud valiente y atrevida del Atlético, menos acostumbrado a las grandes noches europeas (aunque últimamente más que su rival). ¿Quién saldrá ganador del encuentro? ¿Quién parte con ventaja, siendo el favorito? Difícil contestar a estar preguntas, y más aún en el mundo filosófico del mundo (o si no pregúntenle a Valdano, mejor no que nos podernos tirar varias horas escuchando su argumentación). Mañana sólo uno ganará, el otro será siempre el perdedor de la final de Lisboa.

La suerte ya está echada para ambos equipos. Uno sólo podrá ser campeón de Europa. Uno sólo podrá traerse a Madrid y brindar a sus aficionados la Copa de Europa. O Neptuno, o Cibeles, serán visitados, y de reojo quien no lo sea mirará a su vecino en el Paseo del Prado de la capital española, ya que unos metros separan los dos lugares de peregrinación de las dos aficiones contrincantes. Ganará el más se lo merezca (decir que gane el mejor sería injusto, porque ambos equipos pueden considerarse los mejores este año), aunque en este punto me gustaría hacer una advertencia de nivel personal: pienso, y digo de antemano, que una final ganada en penaltis no es digna, y quien así gane un título no debería sentirse más orgulloso que quien gana por incomparecencia. Mañana Madrid mirará a Lisboa, y Lisboa se convertirá durante unas horas en la ciudad más castiza de Portugal. Que Zeus reparta suerte a ambos equipos, y que ya sea el Madrid con su Décima, o el Atlético con la Primera, ambos vengan con la cabeza alta tras haber luchado y peleado por levantar la Copa de Europa.

PD: he de decir que soy aficionado del Real Madrid, soy vikingo, aunque en el fondo no me gusta mucho el fútbol…..o quizá por ello soy del Real Madrid, quien sabe. Mi pronóstico para el resultado es: Real Madrid 3 – Atlético de Madrid 0.


Caronte.

Una Escuela que quema, y mucho

Hoy, como novedad publico en el blog el último artículo que la revista de mi Escuela, el CorreOCaminos ("Correoca" para los que estudiamos allí), ha tenido a bien en publicarme. No sé si merezco salir en ella pero ya he mandado unos cuantos este año, que iré poniendo aquí también. La temática de los artículos está más relacionada con el ámbito interno de la Escuela, por tanto es posible que algunos no se entiendan fuera de ese ambiente. Lo cuelgo aquí para aquellas personas que quieran echarle un vistazo, y en particular por un amigo que no puede leer la revista en persona por encontrarse en Múnich de Erasmus. Espero que os guste, no sé si el año que viene seguiré colaborando con la revista de la Escuela, lo que sí sé con seguridad es que seguiré escribiendo todo lo que me venga a la cabeza y me apetezca, casi nunca con calidad, pero siempre de manera apasionada, sincera y con corazón.


"Los que ya llevamos unos años en esta escuela, sabemos lo que puede llegar a causar en nosotros mismos esta institución académica que tanto nos invitan a querer. Me refiero a lo que esta ilustre Escuela puede llegar a quemar a uno. Es posible que los que habéis entrado nuevos este año, a estas alturas de curso ya sepáis a qué me estoy refiriendo, aunque siendo yo del Plan Antiguo no sé cómo se las gastan ahora en el Plan Bolonia, sin duda los que llevamos ya más tiempo sí sabemos lo que puede llegar a frustrar, a nivel personal, esta Escuela.

No pretendo que este artículo sea una demonización absoluta de la Escuela. Aunque a mí esta carrera ya me haya dejado de ilusionar, no puedo negar que me ha dado muchas cosas buenas: me ha enseñado mucho (aunque no sé si usaré algún día estos conocimientos), he descubierto facetas mías que desconocía hasta que no entré aquí y sobre todo me ha permitido conocer a los únicos amigos que tengo y a los que puedo llamar amigos de verdad. Sin embargo sí me gustaría que este artículo sirviera como aviso y sobre todo como consejo para los benjamines de la escuela que todavía están iniciando su andadura por aquí, para que no les pillen de nuevas los hachazos monumentales que se dan constantemente en determinadas asignaturas de la carrera sin motivo aparente (motivos seguro que habrá, aunque sólo los entiendan en las diversas cátedras) y las desilusiones que quedarán diluidas como la sal en un vaso de agua, siempre y cuando no se llegue al nivel de saturación cuando ya las desilusiones se convertirán en pura indiferencia hacia todo.

La escuela quema, y mucho. Sus secuelas pueden ser físicas, pérdida de peso o del pelo, incluso aparición de las primeras canas, sin duda producidos por el estrés que genera la Escuela; pero sobre todo donde más se notan las quemaduras es en el espíritu de uno mismo, en su personalidad y carácter, que pueden llegar a mutar de manera irremediable. Llegar con mucha ilusión a la Escuela, a estudiar lo que se supone que te gusta, para ser Ingeniero de Caminos y llevarte hachazo tras hachazo, examen tras examen, desgasta mucho. Esa ilusión con la que se entra torna rápidamente en desesperanza, en ansiedad y en desilusión por todo, y no sólo por la carrera.

Esto es lo que pretendo, que no se produzca la mutación de la desilusión en indiferencia. La Escuela quema mucho porque hace que nos esforcemos muchísimo, que invirtamos ingentes cantidades de horas, perdiendo fines de semana y vacaciones estudiando o haciendo trabajos y proyectos, muchos de los cuáles ni se leen, para luego que lleguen los exámenes, y porque a alguien se le haya aparecido en sueños Christoffel o Bernouilli, éstos sean tan fantásticos como irrealizables. Y claro llegan los suspensos casi generales, digo casi porque también hay compañeros que deben tener los mismos sueños y les salen bien los exámenes. Es en estos momentos cuando las quemaduras de la Escuela escuecen más, cuando ves que todo el esfuerzo que has realizado día tras día se esfuma nada más te entregan el enunciado del examen y sólo eres capaz de poner bien tu nombre, y casi ni eso, porque entras en shock y te preguntas ¿tanto para esto? Y yo respondo: sí.

También, es en estos momentos cuando os preguntaréis si realmente lo que nos enseñan en la carrera sirve para algo (quien no ve la enorme utilidad que tiene un punto eutéctico es que no tiene ni idea de la carrera), si no estaréis perdiendo el tiempo, o incluso si os habéis equivocado de carrera. Y luego llega la pregunta clave: ¿todo esto merece la pena? Yo me la hice en su día y la respuesta que encontré es que no, que por supuesto que estos hachazos no merecen la pena y que la desilusión permanente tampoco. El esfuerzo hecho en vano se pierde, y el tiempo invertido para preparar una asignatura para luego suspenderla, también se va a la basura. Por esta razón a la Escuela hay que darle lo justo, porque ella va a hacer lo mismo.

Quemarse por la Escuela es en vano. Por lo que merece la pena quemarse e invertir esfuerzos e ilusión es en la familia, los amigos y la pareja, y por eso el tiempo, hay que invertirlo en eso: en estar con la familia, en hacer amigos y cuidarlos, y en echarse pareja (o mantener la que se traiga de fuera si se tiene esa suerte). No invirtáis más tiempo del justo y necesario en aprobar ninguna asignatura, no os queméis antes de tiempo en vuestra vida, porque en el fondo aquí sólo vais a estar unos pocos años y la vida es muy corta y bonita como para que esta Escuela os queme tan rápidamente."

PD: agradezco a los miembros del CorreOCaminos la oportunidad que me han dado este año de colaborar con ellos manándoles artículos y sobre todo por publicarlos. Especialmente me gustaría agradecer a nivel personal a la persona encargada de maquetar los artículos, todos han quedado muy bien. Gracias.

Caronte.



jueves, 22 de mayo de 2014

Semanas de relleno

Llevamos en mi Escuela, al menos en mi curso quinto, un par de semanas sin hacer absolutamente nada de provecho. Más en concreto, desde que volvimos de las vacaciones de Semana Santa ir a la universidad ha supuesto una pérdida constante y continua de tiempo, dinero, y horas de sueño. Es cierto también que este año el calendario de fiestas ha caído muy mal para compaginarlo con el calendario escolar, pero eso ya no es problema mío ni de mis compañeros, nosotros no tenemos la culpa de la falta de previsión y planificación horaria. Entre el Puente de Mayo y el de San Isidro en Madrid, desde que volvimos de comernos las torrijas hemos tenido más días de asueto que lectivos.

Y la verdad es que me jode que sea así. Parece que hacernos perder el tiempo es algo que está dentro de la carrera. Bastante tenemos que estudiar para prepararnos la época de exámenes como para también tener que estar aguantando las peroratas de algunos profesores, que encima saben perfectamente que está ya rellenando el tiempo, contando cosas que si no contaran no pasaría nada pero que como se supone que por horario tienen que dar clase todavía, pues las cuentan y las adornan con divagaciones varias y disertaciones sobre temas que nada tienen que ver con la supuesta planificación del curso académico. Los profesores saben que suele pasar esto, porque además lo confiesan en clase, y si lo saben ¿por qué lo siguen haciendo? No lo entiendo. Mi cabeza no termina de comprender que nos hagan perder el tiempo de esa manera tan flagrante. Se supone que quieren aprobarnos, o eso es lo que ellos dicen, pero nos hacen venir a clase en estas semanas de relleno que llevamos desde que volvimos de Semana Santa.

Hay asignaturas que es cierto que hemos hecho algo más que en otras, y que por tener un temario muy extenso las clases se aprovechan hasta el último día. Estas clases al menos no parecen una pérdida de tiempo. Pero hay otras en las que se ve claramente que el temario terminó hace tiempo y para rellenar los días lectivos que les faltan, idean conferencias/charlas/debates para pasar el tiempo. A parte de que estas últimas semanas no estamos haciendo nada, me fastidia mucho que para la primera parte del curso todos los profesores fueran corriendo dando clase porque decían que no iban a llegar a dar todo el temario, y que ahora a final de curso estén con las manos en los bolsillos contándonos aventuras propias. Con que solamente se hubieran planificado mejor, y hubieran planeado mejor el curso, no hubiéramos estado hasta el cuello durante el primer “cuatrimestre” del curso, cuando las clases apenas daban para dar lo que estaba planeado, y los profesores tenían que correr como galgos tras su presa avanzando muchísimo en todas las materias, los que daban clase con dispositivas apenas dejaban tiempo para copiarlas y encima no las daban. Estábamos hasta el cuello, y además a diferencia de lo que había pasado hasta este curso, durante los exámenes de los primeros parciales también había clases, so pretexto de que o lo hacían así o no podían dar todo el temario. Viendo como está acabando el curso, creo que se rieron de nosotros como quisieron, sin esconderse vamos, a carcajada limpia. Una vergüenza eso es lo que es.

Pero si ha habido una cosa que me ha terminado ya por sacar de quicio, y que me ha hecho reír, básicamente por no llorar, fue lo que hace dos semanas nos dijo nuestro profesor de Obras Hidráulicas. Esta asignatura se articula en teoría y ejercicios. Mientras que en la parte de teoría el profesor va a apurar todas las clases que le quedan para terminar el temario aunque también da la sensación de que en el último mes no hemos dado absolutamente nada de provecho; en la parte de ejercicios, la parte práctica de la asignatura, el profesor encargado de la misma vino hace unas semanas diciendo que él ya había terminado su parte, cuando todavía le quedaban cuatro días de clase, y cuando además durante todo este segundo parcial no ha hecho entero ningún ejercicios de cuantos ha intentado hacer en clase, con horribles y catastróficos resultados. Pero aún es más hiriente esta actitud teniendo en cuenta que el primer parcial, apuró hasta la última clase para dar temario y hacer (bueno, más bien esbozar) un tipo de ejercicio que a la postre terminó cayendo en el examen. Y no sólo esto sino que viendo que le sobraban clases, que se había organizado tan bien que había terminado antes de tiempo so trabajo (pensando incluso que lo había hecho bien), en los días que todavía le quedan de clase se ha puesto a dar algo que se supone casi nunca le da tiempo a dar pero que este año sí, y que por tanto entra como materia de examen. Lamentable  ¿Cómo es posible que este profesor se haya organizado tan sumamente mal, teniendo en cuenta además que es el Director de la Escuela? No tiene explicación, o al menos yo no la encuentro. No termino de entender el afán que tienen algunos profesores por perder su tiempo de esa manera, más aún cuando es a ellos mismo a los primeros que se les nota que lo que están dando ya no es clase normal y provechosa sino relleno. Semanas de relleno, sin más.

No sé si será incompetencias, mala planificación, dejadez por parte de los profesores, o simplemente que pasan de ello, pero creo que estas semanas que llevamos de relleno del curso se podrían evitar simplemente ajustándose mejor los tiempos de las clases y el contenido de cada una de ellas. Con una buena planificación, salvo improvistos de última hora, esto no pasaría y se aprovecharía mejor el tiempo en la universidad. Y más teniendo en cuenta que algunas asignaturas sí tienen una carga lectiva suficiente para llenar el curso y aún quedarse cosas en el tintero sin dar, o dadas de manera muy superficial por falta de tiempo. Sabiendo como saben los profesores cómo son las asignaturas que imparten, deberían ser capaces de organizar la docencia de tal manera que las asignaturas cuyos temarios son muy extensos de verdad tuvieran las horas suficientes para darlo sin estrecheces ni agobios, tanto para los profesores como para nosotros los alumnos, y que aquellas asignaturas que parecen paseos por campos de flores y en las que las mayoría de las clases de final de curso se ve que son de relleno, pues tengan menos días lectivos y que por tanto las clases sean algo más productivas.

A mí no me gusta perder el tiempo de la manera en que lo llevamos perdiendo en la universidad en las últimas semanas. Parece que a los profesores sí. Mi tiempo es bastante importante, y supongo que el de los profesores mucho más, pero parece que eso da igual, aquí lo importante es estar en clase calentando los incómodos asientos de hojalata de mi escuela, ocupando un hueco y robando oxígeno al mundo, o esa es la impresión que tengo. No importa que se pierda el tiempo, no importa que lo que se esté dando sea puro relleno, que no vaya a entrar en examen, o que los que vamos a clase nos pongamos a leer el periódico intentando hacer de unas horas perdidas de por sí, unas horas que valgan algo la pena. Por otra parte envidio a esas personas que aman estar con sus móviles y tabletas en clase, y que en estos días de aburrimiento (y aunque no fueran estos días, muchos han estado todo el curso con sus aparatos electrónicos de última generación jugando, chateando, consultando la bolsa, u organizando algún viaje) pueden distraerse con cualquier tontada o whasapeando, bueno en el fondo es lo mismo. Muchos profesores se quejan también de esto, pero la culpa no es de los alumnos, es de la mala planificación suya que han hecho que estas últimas semanas parezcan a simple vista una pura pérdida de tiempo, y más aún teniendo en cuenta que los exámenes están a la vuelta de la esquina como quien dice (aunque sea literal en este caso, ya que las clases las acabaremos mañana y el sábado tendremos el primer examen, que también hay que tener valor, y otros atributos, para poner un examen en sábado, algo que debería estar penado por delito de lesa humanidad).

Sirva esto como crítica constructiva, como dicen los profesores cuando se ríen de los resultados de los exámenes delante de nosotros. No es más que eso una crítica y punto. En el fondo estoy seguro de que a algún compañero mío que otro estas semanas no les habrán parecido una pérdida de tiempo, sino más bien todo lo contrario, unas clases la mar de provechosas. ¡Qué vida más triste deben tener si no consideran que hayamos estado perdiendo el tiempo como imbéciles! ¡O qué valor el suyo para ver provecho donde sólo soy capaz de ver incompetencia y mala planificación lectiva! Pero bueno, en el fondo después de cinco años en la escuela debería estar más que curado de espanto y esto no me debería resultar nuevo, teniendo en cuenta que ha pasado todos los años. Pero mi mente intenta olvidar todo lo relacionado con mi escuela, y esto más todavía.


Caronte.

sábado, 17 de mayo de 2014

Elecciones Europeas

El próximo fin de semana se cerrará un ciclo para mí. Habrán pasado cinco años desde mi primera vez, y desde entonces lo he hecho siempre que he podido hacerlo. Seguro que las mentes más calenturientas están pensando ya en temas morbosos, pero nada más lejos de la realidad. Hace cinco años recién adquirida mi mayoría de edad, realicé por primera vez el acto que nos da a los ciudadanos de los países avanzados el derecho a poder decidir quién y, en menor medida, cómo nos gobiernan. Fue mi primera vez en las urnas. Fue la primera vez que fui a votar. Una anécdota de aquel día, fue que cuando llegué a mi mesa electoral, la presidenta me dijo que era el más joven de todos los que habían pasado hasta el momento por allí.


El próximo domingo día 25 de mayo, se celebrarán las Elecciones al Parlamento Europeo, para muchos algo desconocido, o influidos por las malas lenguas de quienes no quieren saber nada de Europa, ese lugar donde los partidos políticos mandan a sus viejas glorias a un retiro dorado o a quienes más incómodos resultan. Pero aunque poca gente sepa que dentro de una semana hay unas elecciones, a pesar de que seguro que sí saben que el sábado 24 de mayo se disputará la final de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, final histórica por otra parte, estas elecciones son tan importante, sino más que las del Senado, y esas sí tienen mucha mayor participación, y los senadores sí que hacen mucho menos.

Desde aquella primera vez que fui a votar, he ido siempre a hacerlo, porque lo considero mi obligación moral como ciudadano no ya sólo de España sino de Europa, porque me siento europeo. No h faltado nunca a ninguna cita electoral, como digo, aunque eso no quiere decir que haya votado siempre al mismo partido como un mero borrego dirigido por su pastor redil. Voto porque creo que es mi deber en Democracia, pero no voto a ciegas. Es mi conciencia y lo que veo en los partidos lo que me hacen votar una u otra cosa. Votar significa dar tu opinión sobre cómo están yendo las cosas en tu país, región o ciudad, pero también es mucho más. Votar es no quedarte callado, es no permitir que nadie se apropie de ese “no voto” que emites no yendo al colegio electoral. Votar es no permitir al Sr. Mariano Rajoy, y a su partido la caverna del PP, apropiarse con tu silencio, como han hecho en los últimos años con las manifestaciones apelando a la mayoría silenciosa para decir que hay más gente que les apoya de los que les reprueban. ¡Y un cuerno! Yo voto para que esto no se pueda producir, mi voto es mío y de nadie más, pero mi silencio, a pesar de que también es mío, puede ser tomado prestado por otros para justificar cualquier cosa. Votar es una manera de hablar, de decir basta, de quejarse, de castigar a un partido político con el que siempre te has sentido identificado pero que en los últimos tiempos ha cambiado de rumbo; votar es una manera de cambiar tu país, tu ciudad, y en este caso Europa. No votar significa dar por bueno es estado actual de las cosas, y no querer hacer nada por cambiarlas, te gusten o no.

Quizá unas elecciones europeas no sean las más atractivas para ir a las urnas, y menos después de la resaca que este país tendrá después de la Final de la Liga de Campeones, pero aún así estas elecciones son muy importantes, o eso es lo que al menos a mí me parece. Muchas gente piensa que el parlamento europeo es una residencia de dinosaurios, un cementerio de elefantes; que los políticos que van allí no hacen nada, y es probable que en parte tengan razón (Mayor Oreja, anterior candidato del PP en cinco años sólo ha presentado 24 documentos, buena media), pero hay gente que si curra allí y se deja la piel, por defender los derechos de los ciudadanos de Europa, o de sus propios votantes. El Parlamento Europeo toma decisiones muy importantes para nuestra vida cotidiana, decisiones que a veces simplemente son de normativa y regulación pero que nos afectan a todos, y sin las cuales quizá no podríamos vivir como lo hacemos. Es verdad que las decisiones más visibles, las más polémicas, y las que más repercusión tienen en los medios de comunicación se hacen en los parlamentos nacionales de cada uno de los países miembros de la UE, pero hay otras muchas, las que rigen y hacen más fácil (aunque a veces también más complicada, o más burocrática, mejor dicho) nuestra vida.

Hay gente incluso que piensa que estaríamos mejor fuera de la Unión Europea, que nos ahorraríamos disgustos, y sueldos de políticos que no hacen nada. Pero la UE ha hecho y sigue haciendo cosas muy importantes e indispensables para la integración de los pueblos que conforman Europa. Si España no perteneciera a la UE, es muy probable que no hubiéramos experimentado una subida salvaje en los precios de todos los productos desde que entramos en el euro (otra de las cosas buenas que tiene Europa, aunque a veces cueste verlo), pero tampoco podría decir yo que a día de hoy tengo a un amigo estudiando en Múnich gracias a una beca Erasmus, ni tampoco podría decir que he viajado a varios países de la UE sin necesidad de perder tiempo en fronteras ni aduanas pasando trámites burocráticos. Es verdad que por ejemplo en el tema de las becas Erasmus, éstas son mínimas y apenas llegan a cubrir en muchos casos los gastos de los estudiantes en el extranjero, pero sin ellas mucho menos, y habría muchos estudiantes que no podrían si quiera imaginarse el hecho de estudiar un curso en el extranjero. Europa ha hecho que la mentalidad de los europeos se abriera, haciéndoles ver la diversidad tan amplia de la que disfrutamos en este continente, a nivel social y cultural, y poder compartirla de manera normal.

Animo desde aquí a que todo el mundo que de verdad considere que puede hacer algo por su país y por Europa vaya a votar, a que no se quede en casa nadie viendo la tele, comiendo palomitas, durmiendo la siesta, o viendo un partido de fútbol de tercera regional. Animo a los jóvenes a que vayan a votar, a que vayamos a votar, porque somos nosotros el futuro de Europa, y es a nosotros a los que más perjudica el estado actual de las cosas en España y en Europa. Somos los jóvenes los que no podemos permitir a ningún político afincado en la más oscura de las cavernas fachosas/radicales que se apodere de nuestro “no voto” o de nuestro silencio. Somos los jóvenes, o al menos aquellos que decidan en su día servir a su país, los que algún día tendrán que tomar las decisiones correctas para gobernarlo bien. A diferencia de lo que pasa en otras elecciones en España, es las del próximo día 25 se puede votar a cualquier formación política española, es decir, un gaditano podría votar si quisiera a Bildu, o un madrileño podría votar a ERC; todas las ideologías y tendencias políticas estarán disponibles para ser votadas, luego no hay excusa posible para no ir a votar.

El voto es libre, y por tanto cada persona puede dispones de ese derecho como quiera, puede votar en blanco o nulo, recuerdo que hace unos años mi madre metió en un sobre una lista de la compra, mostrando así su asqueo a los políticos; se puede votar al PP, espero que no lo haga mucha gente si realmente queremos avanzar en derechos y no retroceder a los años 50, o al PSOE, aunque últimamente parece que no hay diferencia alguna entre ellos. Pero hay muchas más opciones, toda la gama cromática política estará presente en los colegios electorales en forma de papeleta para votar, desde VOX (lo más profundo de la caverna fascista de este país), hasta PODEMOS (partido radical de izquierdas, que va de progre e intelectual, pero que está liderado por alguien más hipócrita que otra cosa), pasando por un amplio rango de partidos como UPyD, IU, o CIUDADANOS. Sé que en casita se está muy bien, o de farra con los amigos, o pasando la tarde con la novia muy a gustito, pero aunque parezca mentira el domingo 25 de mayo nos jugamos mucho. Nos jugamos que Europa cambie el rumbo y vuelva a preocuparse más por sus ciudadanos que por los mercados, el capital y el dinero; nos jugamos volver a esa Europa social envidiada en todo el mundo, una Europa equitativa e igualitaria, multicultural y solidaria, o quedarnos en una Europa más carca, antigua, racista y clasista, esa Europa a la que el capital nos está conduciendo sin remedio, con la vaga excusa de que o hacemos esto o aquello, o nos vamos al garete, y eso no es verdad porque hay muchas manera de hacer la cosas.

Por eso digo que hay que ir a votar. Hay que hablar a través de las urnas, hay que callar a aquellos que prefieren nuestro silencio para poder adueñarse de él e interpretarlo a su manera según les convenga. Votando nos podremos equivocar, o nos podrán engañar, pero lo que no podrán hacer será quitarnos la libertad ni silenciarnos, porque ir al colegio electoral es ejercer nuestra libertad. Respeto a quien no quiera ir a votar, no comprendo su actitud porque no creo que haya ninguna razón real para no ir a hacerlo salvo la de quedarse en casita pensando que así nada de lo que pase con con él, pensando que si no vota él no tendrá la culpa de nada, pero no es así. Quien no vota no tiene derecho a quejarse luego de tal o cual medida, o tal o cual político, sólo votando y equivocándote en tu voto, o siendo engañado por quienes votaste puedes quejarte, y en las próximas elecciones volver a hablar y hacerlo de manera diferente. Votando puede que no existe una democracia real, pero no yendo a votar lo que seguro que existe es una “silenciocracia”, y eso si que es malo. Id el próximo día 25 a los colegios electorales y expresar vuestra opinión a través de vuestro voto, o no hacedlo pero al menos ser luego coherentes con vuestras acciones y no os quejéis por que toman decisiones que no te gustan cuando no haces nada para impedirlo.


Caronte.

domingo, 11 de mayo de 2014

Transeúntes de nuestra vida

Durante nuestra vida conoceremos a multitud de personas que nos harán reír y llorar, a las que querremos y a las que amaremos (estas serán las menos), que nos querrán y que nos harán daño, unas en las que confiaremos y otras que nos harán daño, algunas a las que llamaremos amigos y muchas a las que simplemente consideraremos compañeros. Con todas estas personas compartiremos muchos momentos, algunas nos acompañaran casi toda la vida, otras simplemente un tiempo relativamente corto, pero todas las personas a las que conozcamos en nuestra vida dejarán algo en ella, da igual que sea bueno o malo, triste o divertido, siempre quedará algo de ellas en nosotros y siempre nos acompañará.

De nuestra vida entrarán y saldrán muchas personas. A todas las personas que entrarán las dejaremos hacerlo y a algunas puede que llegue un momento en que decidamos echarlas por la fuerza, aunque también hay otras que es posible que nunca se vayan del todo. Las personas expulsadas sin miramientos de nuestra vida constituyen un grupo reducido, quizá porque junto a las personas a las que se ama, son las que más ahondan en nosotros entrando hasta lugares que generalmente están vedados a la mayoría, lugares poco transitados, reservados para personas a las que consideramos especiales, dignas de descubrir lo más profundo de nosotros. La confianza ciega del corazón, que elige al azar a esas personas sin esperar a que la cabeza las juzgue y dicte sentencia sobre ellas, es la que permite que esas personas se afiancen en esos lugares tan reservados de nosotros, y es por ello que cuando dicha confianza se quiebra y hay que expulsar a esa persona más daño se hace, porque el camino que hay que recorrer para desterrarla lo más lejos posible de nosotros es muy largo, y muchos son o pueden ser los recuerdos que por el camino se van rememorando, los momentos vividos y disfrutados, y las palabras dichas e incluso las calladas, o más aún las silenciadas. Pero si decidimos prescindir de esas personas es porque ya no vemos más que dolor en su presencia, aun cuando en algún momento esas personas te hicieran reír y disfrutar. La decisión de eliminar a esas personas no siempre es fácil, porque los recuerdo siempre vivirán en nosotros, a pesar de que pongamos todo nuestro empeño en eliminarnos, la pena es que nuestro corazón no es un ordenador que se pueda resetear ni formatear y con ello eliminar todo lo que queramos olvidar, nuestro corazón recuerda siempre aun cuando nuestra mente piense que ya se olvidó lo una vez vivido. A veces esa decisión parece acertada en los primeros momentos, es como quitarse un enorme peso de encima, un peso que no nos dejaba respirar, ni siquiera en ocasiones vivir. Pero a veces también parece que esa decisión ha sido errónea, a veces pensamos, o mejor dicho sentimos que nos hemos equivocado al tomar esa decisión, por mucho que nuestra cabeza sepa que no (incluso el corazón sabe que es buena decisión pero al estar los recuerdos vividos todavía frescos, el corazón queda engañado y no sabe si ha acertado). En el corazón perduran y sobrevivirán siempre recuerdos con esas personas que una vez llegaron hasta él, aunque llegado el momento fueran expulsadas. Sólo el tiempo puede atenuar la intensidad de esos recuerdos, aunque no los pueda borrar del todo; siempre quedará algo que nos recuerde a cada persona que pasó por nuestra vida, aunque ese paso terminara mal, convertido en viacrucis, una canción, un sitio, una ciudad, un comentario, una mascota, un equipo de fútbol, un deporte, una camiseta. Los recuerdos pueden estar olvidados, o creemos que están olvidados pero cuando menos nos los esperamos vuelven a estar vivos.

Otras personas así como entran en nuestra vida se van de ella, plácidamente, sin provocar temblores innecesarios, ni pesadillas, ni dolor, ni malos pensamientos o deseos, ni tan siquiera dejándose notar. Estas personas son la mayoría en nuestra vida, son aquellas de las que simplemente tendremos un muy vago recuerdo en nuestra mente, porque estas personas apenas entran en nuestro corazón, la gran caja fuerte donde de verdad se guardan los recuerdos de personas que nos tocan profundamente. En este grupo estarán profesores, aunque sí es cierto que algunos si perdurarán más en nuestro recuerdo, no por nada especial a nivel personal, sino por ser pésimos o por todo lo contrario, por ser excelentes maestros en nuestra vida, de los que aprenderemos y que nos formarán; también en este grupo encontraremos a los diversos compañeros de clase, ya sea del colegio, del instituto o de la universidad, una multitud de caras, apenas recuerdos más allá de su aspecto físico o de alguna anécdota mínima, archivada quizá en ese gran cajón de sastre que puede llegar a ser nuestra memoria, capaz de guardar datos superfluos e innecesarios, o que parecen inservibles pero que en un momento dado de nuestra vida, cuando ya casi no nos acordemos de que una vez aprendimos tal o cual cosa, nos resultan útiles o nos terminan de sacar de un apuro. Es muy posible que estas personas que a lo mejor uno no recuerda más que vagamente, nos recuerden mejor y sean ellas las que mejores recuerdos guarden. Esta es en el fondo la crueldad de la memoria con las personas, no tiene que ser recíproca. También es este grupo estarán los diferentes compañeros de trabajo o de actividades con los que alguna vez hayamos compartido algo, pero de manera tan superficial que simplemente serán rostros en nuestro recuerdo, o quizá algo más, pero nunca recuerdos vívidos y nítidos que podamos tener presentes de manera más continua en nuestra vida. Pero no sólo aquellas personas con las que compartiremos trabajo o estudios durante nuestra vida serán las únicas que pasarán por ella como meros transeúntes, también podemos encontrar entre esas personas al panadero de toda la vida de nuestro barrio, o a la cartera que cada tres meses te lleva a tu casa una entrega de la colección de sellos que estés haciendo, el portero de la urbanización en la que vives que cada vez que se te olvidan las llaves de abre la puerta, los vecinos con los que debemos convivir en los diferentes lugares en los que vivamos y a los que a lo mejor pedimos un día un limón, o un poco de pimienta, o simplemente que te recojan el correo durante las semanas que te vayas de vacaciones. Todas estas personas pasarán por nuestras vidas, pero no se quedarán más de lo necesario, tampoco llegarán a conocernos ni a profundizar en nosotros, sólo lo que nosotros les permitamos y siempre suele ser poco; en el fondo con estas personas queramos o no nos tenemos que cruzar, y por tanto no serán más que rostros o recuerdos confusos que apenas si recordaremos algún día.

Pero si hay personas de las que siempre nos acordaremos, y además con recuerdos felices, alegres y divertidos, serán de las personas a las que más queramos y a las que amemos, porque serán las únicas a las que permitiremos quedarse en nosotros y no querremos que nunca que vayan de nuestro lado, que nunca se alejen de nosotros, aunque sea esto último inevitable. A las personas que permitiremos profundizar en nosotros, entrar en nuestra vida, acomodarse en nuestro corazón, y grabar en nuestra memoria su recuerdo serán aquellas a las que de verdad llamaremos amigos. Serán esas personas a las que quizá al principio nuestro corazón mirará con escepticismo, recelando de ellas por ser quizá demasiado parecidas a nosotros, las que más nos marcarán, las que con el tiempo siempre quedarán en el recuerdo y las que siempre estarán con nosotros aunque ya no estén a nuestro lado. Su presencia la notaremos siempre, y su aliento nos ayudará cuando más lo necesitemos; no tendremos problemas a la hora de recordar a esas personas porque el corazón y nuestros sentimientos hacia ellas no permitirán nunca a la memoria borrar su recuerdo, nunca caerán en el olvido y siempre podremos acordarnos de algo que vivimos con ellas. Pero no siempre uno se da cuenta desde el principio que está ante una de esas personas, de las que se convertirán en amigos de verdad, no siempre nuestro corazón es capaz de divisar a estas personas. El corazón puede decirnos que nos acerquemos más a una persona porque piense que será mejor amiga, aunque la cabeza pronto se dé cuenta del error cometido, mientras que hace de menos a aquellas personas que desde el principio intentan ser buenas contigo. No siempre el corazón acierta, y cuando éste se da cuenta del error cometido puede que ya sea tarde y el daño que infringe la persona equivocada no sólo hacia la persona que la ha querido, sino que también existen daños colaterales que duelen más si cabe que los directos. Sin embargo las personas que de verdad nos quieran no tendrán en cuenta todo esto, y nos querrán por cómo somos de verdad, o por cómo nos ven ellos que somos de verdad aunque no siempre lo seamos, cegados quizá por unas fuerzas invisibles que ponen delante de nosotros un velo que distorsiona la realidad. Pero al final nuestro corazón es sabio y sabe rectificar. Nunca es tarde para ello. Y una vez se ha rectificado los amigos de verdad entran en nuestro corazón para quedarse, a veces toda la vida, para hacernos la vida más fácil, para ayudarnos a levantarnos cuando estemos caídos o para evitar una caída que nosotros somos incapaces de ver pero que ellos intuyen, o pare advertirnos de quien, oculto bajo una máscara, nos va a hacer caer para beneficiarse de nuestra caída. De los amigos de verdad siempre se tendrán recuerdos, buenos y malos, divertidos y tristes. Recuerdos de viajes ya sea a Valencia, Granada o los Pirineos, de clases en la universidad o en el instituto, de cenas o comidas, de cumpleaños pasados en Toledo. Un buen amigo siempre se reirá de ti, y por supuesto contigo, de aquella caída tonta que tuviste en la universidad, o de ese comentario chistoso que hiciste. Las personas que más nos quieren serán las que más daño nos causarán mostrándonos la realidad que nuestro corazón no quiere ver sobre otras personas, nos dirán la verdad tal cual suene sin matices ni maquillaje, y aunque a veces no nos guste siempre se lo terminaremos agradeciendo. Quien tiene suerte tendrá muchas personas de este tipo en su vida, personas que le marcarán y que le harán cambiar, personas de las que siempre guardará buenos recuerdos con los que poder rememoran mejores tiempos pasados, o peores quien sabe, pero que dejaron muy buenos posos en nosotros. Quien tiene suerte a lo mejor no tiene más que a tres o cuatro personas así en su vida y las puede recordar más y mejor, sabiendo siempre que esas personas le quisieron y él las quiso a su vez.

El grupo más reducido de transeúntes que pararán por nuestras vidas lo componen las personas a las que decidimos amar, esas personas, una o dos a lo sumo, si se dan más en una única vida no creo que podamos estar hablando de amor de verdad sino de otra cosa algo menos compleja. El amor es el más complejo de los sentimientos que el ser humano puede experimentar, quizá junto con el odio ya que ambos sentimientos son la cara de una misma moneda y emanan desde lo más profundo de nuestro ser. La persona a la que amamos no la elegimos, porque si supiésemos lo que puede implicar el amarla a lo mejor nunca lo haríamos conscientemente, es el corazón el que siempre actuará en estas situaciones, la cabeza poco pinta en estas relaciones, en este sentimiento la cabeza es un mero testigo, un apuntador, un archivero que tomará nota de cuanto acontezca pero que no tomará partido. Sólo al final del amor, cuando se haya agotado o se haya roto, la cabeza emitirá un juicio, frío casi siempre, del que el corazón hará mejor en obviar si quiere volver a sentir ese amor. Así como querer se pueden llegar a querer a muchas personas en nuestra vida, y no solo a personas, sino también animales, lugares, comidas o incluso a prendas de vestir, amar sólo se amará en muy pocas ocasiones y a lo mejor no en todas ese amor será revelado a la persona por la que se profesa, será una amor silenciado por conveniencia tal vez, puede que ese amor nunca sea correspondido, pero siempre el amor será intenso para la persona que lo experimenta. Si el amor se puede compartir, y no solo se ama a otra persona, sino que uno es amado por esa otra persona, todo pasa a una dimensión superior y el corazón abre sus puertas de par en par a ese amor no dejando nada oculto, ni tan siquiera los temores más ocultos o vergonzosos, ni las gustos más extravagantes, ni las aficiones más aburridas y personales se quedan guardadas, todo sale y todo se comparte. Por esto es por lo que cuando el amor acaba, ya sea de manera limpia o de manera brusca, cuando el dolor que se siente es inhumano, insoportable, y parece que el mundo se ha acabado ya, y todo parece más negro de lo que se recordaba y no queremos volver a enfrentarnos a ellos porque nos da miedo no volver a amar como se ha amado, ni a ser amados como lo fuimos una vez. Pero el amor se puede acabar, y duele que se acabe, y más se va viendo poco a poco que ese amor se va acabando, y que la persona que una vez estuvo en lo más profundo de tu corazón y vivía en él, poco a poco va viviendo menos en nosotros, y cada vez frecuenta menos nuestro corazón, y es entonces cuando nos preguntamos si no estará empezando a entrar en otro corazón que no es el nuestro. El miedo y la duda harán que poco a poco vayamos restringiendo partes de nuestro corazón, a veces sin que nosotros mismo nos vayamos dando cuenta de ello, a veces sin que el nuestro propio corazón quiera restringir el acceso a ciertos rincones y se vea obligado a hacerlo por nuestra cabeza, siempre más sabia, pero también mucho más fría. El amor no está en la cabeza porque no se puede comprender, ni tan siquiera explicar, nadie que no lo haya experimentado puede saber qué se siente de verdad estando enamorado, y aún habiéndolo estado cada persona sentirá el amor de manera diferente, con diferentes matices, pero con rasgos comunes. El amor no se puede comprender ni explicar porque en una vida no se da en muchas ocasiones, y cuando se da es como una droga que duerme a todos los demás sentidos racionales impidiéndoles tomar apuntes para poder entender de qué va el amor o cómo funciona. Son afortunadas las personas que pueden amar una única vez porque será que han encontrado el amor de verdad ese que entra en el corazón de uno para quedarse para siempre. Quien dice que ha amado muchas veces, no habrá amado ninguna y no sabrá por tanto qué es el amor; no habrá que envidiar a dichas personas por ello, como no envidiamos a un león africano por copular con todas las leonas de la manada. Será esa persona la que debe envidiar a esas personas que dicen que han amado una vez pero bien, hasta lo más profundo de su ser, a esas personas que no saben describir qué es el amor, porque es inexplicable.

Todas estas personas serán alguna vez transeúntes de nuestra vida, nos cruzaremos con ellas, las querremos, las amaremos, las odiaremos, o simplemente sentiremos plácida indiferencia por ellas. Todas las personas que pasarán por nuestra vida nos aportarán algo, nos cambiarán. Tras el paso de una persona por nuestro corazón, si es que tiene el privilegio de poder entrar en él, dejará algo en nosotros, un recuerdo, un olor, una canción, una frase, el recuerdo de un lugar, la afición por un deporte, algo sin duda de lo que para bien o para mal, queramos o no algún día recordaremos aunque no queramos. Las personas que conoceremos en nuestra vida, las que queremos que lo hagan y las que nos encontramos por el camino sin querer, nos harán felices y reír, pero también es posible que nos dañen y hagan llorar. Pero a pesar de esto no podremos impedir que los transeúntes de nuestra vida existan y que en un momento dado se choquen con nosotros, y quien no quiera que esto sea así no tiene elección más que asumir que para esto se nace y por esto se vive.


Caronte.

sábado, 10 de mayo de 2014

Una tarde musical en la Escuela. Los Miserables de Caminos.

El espectáculo al que en la tarde de ayer viernes asistí fue una verdadera obra de arte, lleno de originalidad y profesionalidad por parte de los artistas/estudiantes de caminos que lo llevaron a cabo. Hace algo más de un año que empezó un proyecto que esta semana ha visto por fin la luz: el musical Los Miserables de Caminos. Un proyecto muy ambicioso del que desconozco los pormenores pero cuyo resultado he de decir con total convencimiento y seguridad que me ha dejado con la boca abierta. El objetivo de este proyecto era poner sobre el escenario del salón de actos de la Escuela de Caminos de Madrid una reinterpretación, adaptándolo a la idiosincrasia de la Esciela, el célebre musical de Los Miserables, conocido por todos y que lleva más de 30 años interpretándose ininterrumpidamente en el West End londinense, y en numerosos países a lo largo de todo el mundo.

La empresa de llevar a cabo dicha adaptación de uno de los más grandes y celebrados musicales de la historia del teatro no es asunto baladí, pero teniendo en cuenta el ego que la Escuela imbuye en sus estudiantes un buen grupo de ellos decidieron lanzarse a tal ardua aventura y realizar una adaptación a la altura de la Escuela. Y la verdad es que desde mi punto de vista han superado la prueba con creces. Para ser sincero, antes de ir a ver el musical de caminos, yo era bastante escéptico en cuanto al resultado, no soy muy partidario de autobombo del que la Escuela tanto come y de la retroalimentación que las asociaciones culturales realizan, siempre he dicho que nos miramos demasiado el ombligo y nos creemos los reyes de mambo siendo simplemente unos estudiantes de una carrera que en las últimas décadas ha traído la miseria a este país con actuaciones un tanto discutidas (radiales de peaje, presupuestos inflados a conciencia para robar en el AVE, adjudicaciones injustas, trampas para ganar contratos, etc.), aunque este no es el tema. Me estoy desviando del asunto. Además de por la mala visión que tengo sobre las asociaciones de la Escuela, opinión sin fundamento alguno lo reconozco, tenía también dudas de que después de haber visto tanto la película como el musical en español de Los Miserables, a adaptación caminera fuera demasiado egocéntrica y desvirtuara la magia del original.

Pero estos dos prejuicios que llevaba de entrada se esfumaron tras los primeros minutos de función. Y es que desde el número inicial en el que todo el elenco del musical participa vi que el nivel y el esfuerzo que se habían puesto en la obra eran bastante importantes, además la calidad vocal de algunos de los miembros del casting  era soberbia. La trama ha sido adaptada de manera bastante acertada, sin olvidar ese egocentrismo del que he hablado, y la verdad es que, guardando unas distancias obvias con el musical original, hay bastantes paralelismos (quien sepa de qué van Los Miserables y haya visto el musical durante esta semana estoy seguro de que puede hallar dichos paralelismos). Debido a la larga duración del musical original, que excede de las dos horas, la adaptación que se ha hecho en mi escuela no llega a las mismas y por ello se han tenido que escoger, teniendo siempre en cuenta la adaptación del guión, una serie de números musicales. A pesar de esta pequeña castración de números musicales, están todos los que deben estar, los más famosos y conocidos del musical original, y la verdad es que algunos de ellos, sobre todo los que más y mejor tengo grabados en mi mente, muy bien ejecutados.

Empezando desde el número inicial, que lo bordan todos los componentes del elenco. He de resaltar ante todo lo bien adaptados tanto por guión (letras de las canciones) como por voces que están los grandes números conjuntos, en los que cantan todos a coro; a destacar por ejemplo el número de la cafetería (Master of the House, en su título original en inglés), la canción de caminos (Do you hear the people sing?) y el magnífico final conjunto. Pero sin embargo, los números que a mí más me emocionaron, que consiguieron llegarme a poner la piel de gallina y emocionarme como anteriormente lo hicieron la película (con Hugn Jackmam, Russell Crowe y Anne Hathaway) y el musical en español (con Daniel Diges), fueron números solistas, como el soñé una vez (I dreamed a dream), del de sillas y mesas vacías (Empty chairs amd empty tables) y en el que Eponine se lamenta de su amor por Marius. Acorde con esto me gustaría aquí felicitar especialmente a los compañeros de carrera que interpretaron a Marius, Eponine y Fantine, que la verdad es que cantan muy bien, mucho mejor de lo que me hubiera imaginado nunca, mi más sincera enhorabuena; y de entre etos tres compañeros me gustaría cobre todo destacar a la chica que hizo de Fantine, y que cantó el famoso  I dreamed a dream, adaptado a la escuela, para mí este número fue sin dudas el mejor de todo el musical (sin querer desmerecer el resto), con el primero que a falta de poder silbar como los viejos ferroviarios de RENFE, solté el primer “bravo!!!” de la tarde. Luego siguieron más “bravos”, pero ese primero fue de los pocos que me salió de lo más profundo porque con ese número se me pusieron los pelos de punta (creerme que no estoy exagerando). Si tuviera que señalar algo que no me gustara, quizá resaltaría al compañero que hizo de Jean Valjean, el que se supone es uno de los dos protagonistas principales del musical, no me gustó como cantó ni como actuaba, hacía mucho falsete. Otra de las cosas que no me gustaron fue la adaptación que se hizo de para mí una de las canciones más emocionantes del musical original, el soliloquio de Javert (el policía que va detrás de Jean Valjean en el original, el catedrático en esta adaptación), si alguien quiere comparar que busque Stars en youtube y opine.

La verdad es que se me al final salí del musical, al que entré pensando que me iba a defraudar sabiendo que era una adaptación de uno de los grandes, encantado de la experiencia, y deseando de que el próximo año haya algo parecido en mi Escuela que pueda mitigar en parte los no buenos sentimientos que tengo hacia ella. Antes de acabar también quiero resaltar la cantidad de gente que ayer, un viernes de mayo por la tarde, fue hasta la Escuela de Caminos para ver el musical, el salón de actos casi se queda pequeño la ocupación rondó el 90% (dato medido a ojo por mí mismo); no sé cómo estaría los días anteriores en que también hubo función, pero la verdad es que ayer la entrada a la Escuela, el hall parecía el de un teatro de verdad un día de función (en el fondo son los viernes los días que se va al teatro para así poder aprovechar y hacer algo después, aunque también supongo que hubo gente que fue el lunes o el martes), y este ambiente la verdad es que me gustó bastante, y más que se diera en mi Escuela poco dada a ello, cosa que es de agradecer. Además el público estaba completamente entregado a la función, tras cada número musical había aplausos, algo que al principio me ponía nervioso porque en un musical en el teatro eso no suele ser lo habitual, pero como no estábamos en un teatro normal claudiqué y también aplaudía tras cada número que consideraba muy bueno (casi pero no todos). Al final del musical con todo el público en pie los aplausos invadieron todo el salón de actos durante algo más de cinco minutos. La única queja que tengo es que al lado mío, a mi derecha se sentó un mulo, que cada vez que se reía rebuznaba como su fuera Platero, que chaval más...., no se como definirle. Por el resto como he dicho, el público estuvo completamente entregado.

Sinceramente me gustaría dar mi más grande enhorabuena a los que han dado forma a esta magnífica adaptación de Los Miserables a la Escuela de Caminos, porque han conseguido dar forma a un espectáculo redondo, con unas canciones emocionantes y divertidas, cantadas por compañeros que bien podrían dedicarse a esto profesionalmente si no encontraran trabajo en lo que estamos estudiando, porque la verdad es que algunos lo han hecho realmente bien. Mis más sinceras felicitaciones también a todas las personas que han hecho que los asuntos más técnicos del musical también salieran adelante y el sonido y la iluminación fuera adecuada. En definitiva he de decir que el espectáculo fue soberbio y ojalá me anime a ir a más eventos que organicen la asociación Teatro en Canal, de Caminos.


Caronte.

martes, 6 de mayo de 2014

Aquel maldito y triste lunes

No creo que nadie en el colegio estuviera preparado para aquella noticia, bueno más que noticia golpe, para aquel golpe tan duro. Nada tienen los lunes para ser odiosos, lo son por naturaleza ya que implican el final del fin de semana, del tiempo libro; indican el principio de otra semana de la vuelta a las rutinas. Pero aquel lunes fue especial, especial en el mal sentido, porque aquel lunes cambió la vida del colegio, el ánimo de los estudiantes y de los profesores. Aquel lunes de vuelta del puente de Todos los Santos, nadie se imaginaba que iba a comenzar como lo hizo, con una noticia que nos conmocionó a todos, alumnos y profesores de mi colegio. Para mí aquel lunes será un día que no podré olvidar en mi vida, y yo creo que tampoco ninguno de mis compañeros por aquel entonces, ni los profesores.

Como todos los lunes llegaba antes a la entrada del colegio, a eso de las ocho y diez ya estaba allí, esperando a que abrieran las puertas de acceso al mismo. Nunca me ha gustado llegar tarde a ningún lado, y menos aún a clase, me parece una falta total de respeto y educación. Como casi todos los colegios, el mío comenzaba las clases a las ocho y media de la mañana, y las puertas las abrían cinco minutos antes. El llegar antes no era capricho mío, quedaba con unos compañeros para estar un rato charlando antes de entrar a clase, comentar qué tal había ido el fin de semana y prepararnos para pasar otro día más en clase. Los minutos que pasaba todas las mañanas con mis compañeros antes de entrar en clase, suponían los mejores del día, porque estábamos en un ambiente muy distendido y cómodo. Sin embargo aquel lunes, más que hablar de cómo habíamos pasado cada uno el puente de Todos los Santos, comentábamos un rumor macabro que se estaba extendiendo entre la gente que empezaba a llegar a las puertas del colegio para entrar.

El rumor que se empezaba a extender, y que no era gracioso, sino todo lo contrario, bastante serio era que uno de nuestros profesores, Don Ángel, que por cierto era uno de los más queridos por todos los alumnos, había tenido un accidente de coche con desenlace fatal. Nadie queríamos dar por cierto aquel rumor, era algo muy serio como para estar bromeando. Quizá tampoco nadie de los que estábamos allí queríamos creerlo como cierto porque eso suponía aceptar que ya no volveríamos a ver a Don Ángel, aquel profesor tan gruñón y serio al que todos queríamos y respetábamos tanto. Ya la mañana simplemente fuera verdad o no aquel rumor empezaba mal, mi ánimo y el de mis compañeros cambió para mal. Pero fue entrar en el colegio una vez abiertas sus puertas y darme cuenta, darnos cuenta de que ese rumor que se había empezado a extender, más bien noticia que rumor ya, era muy cierto. Todos los días cuando abrían las puertas de colegio siempre había alboroto, ruido, gritos, bromas entre los profesores que estaban cerca del pasillo de entrada y los alumnos, aquella mañana el silencio inundaba todo el espacio. Nadie de los que estábamos empezando a entrar en el colegio decíamos ni una palabra, sólo observábamos a los profesores que estaban en la entrada y que aquel lunes no bromeaban ni llamaban la atención a ningún energúmeno. Aquella mañana de lunes todo era diferente, incluso en cuadro de El Cid Campeador que presidía el hall de entrada en mi colegio parecía diferente, más gris, más triste, menos Campeador. Sólo me bastó ver la cara de otro de mis profesores, el de historia, para ver que el rumor que nadie queríamos creer, era cierto, Don Ángel había fallecido.

Las caras de los profesores que empezaban a salir de la sala de profesores lo decía todo, aquel lunes no iba a ser como los anteriores, ni siquiera como los siguientes. Aquel lunes no debería haber pasado, no debió de haber existido. Yo seguía sin querer creérmelo, y por ello cuando pasé junto a mi profesor de historia, a pesar de que se cara lo decía todo, le pregunté simplemente “¿es verdad lo que dicen?”, no dije nada más, con eso bastaba para que me entendiera. Mi profesor ni siquiera respondió con la voz, quizá porque no le salía, porque aquella mañana la voz de todos se resguardaría en lo más profundo de nuestros seres intentando no salir para evitar decir nada, porque nada se podía decir aquel lunes; mi profesor simplemente hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza, suficiente para mí y para los compañeros que tenía a mi lado, suficiente para saber que una parte de nosotros aquella mañana recibía un golpe durísimo.

A medida que iba llegando gente al colegio, gente que no había oído el rumor todavía y por tanto para los que aquel lunes aún era normal, se iban dando cuenta que algo pasaba y su espíritu cambiaba al ver el ambiente que había en el hall. Nadie se atrevía a levantar la voz, no había voces aquella mañana, nadie hablada, ni siquiera los que siempre hablaban, los bocazas que siempre se tienen que hacerse oír, ellos también enmudecieron. Ninguno estábamos preparados para aquella noticia. Las clases de aquel día, aunque había que darlas por obligación, no discurrieron con normalidad. Los profesores estaban abatidos, tristes, apáticos, sin apenas ganas de dar clase, quizá sólo con ganas de estar a solas, de recordar a un compañero al que ya no volverían a ver, a ese amigo que siempre alegraba las clases con su forma de ser. Recuerdo especialmente a mi profesora de lengua de por aquel entonces, fue la que nos tocó a primera hora de aquella mañana, y por tanto la que nos tuvo que dar oficialmente la noticia, noticia ya sabida por todos aunque no asimilada, pero que no pudo casi darla porque se le quebró la voz y rompió a llorar. En ese momento el silencio en mi clase fue todavía aún más penetrante y doliente, las chicas de mi clase que para esas cosas siempre tienen un tacto especial intentaron consolar a la profesora, alguna incluso se unieron a la profesora y rompieron también a llorar. Quizá todos teníamos ganas de llorar en aquel momento, estoy seguro que no había nadie, no ya solo en mi clase sino en todo el colegio, que no tuviera un nudo en la garganta, yo lo tenía y muy grande. Si en ese momento hubiera tenido que hablar no habría podido encontrar mi voz en ningún lugar de mi ser, y aunque la hubiera encontrado mi voz no hubiera querido hablar, sólo quería estar en silencio y nada más.

Aquel lunes fue el lunes que menos queríamos que llegara la hora del recreo porque aquel lunes no debería haber llegado nunca, no debería haber sucedido nunca. En la hora del recreo, debido a que mi colegio al ser pequeño no tenía de patio para que estuviéramos jugando o charlando o lo que sea, salimos al parque de enfrente donde habitualmente en esa media hora de descanso entre clases se jugaba al fútbol, se charlaba, se comía el bocadillo o se compraba cualquier cosa para comer o beber. Aquel lunes nada de eso pasó. Nadie jugó al fútbol aquella mañana. Nadie fue a comprar nada para comer o beber, el hambre o la sed habían desaparecido, el dolor y la pérdida las reemplazaron. Las pocas conversaciones que se oían versaban sobre Don Ángel y las voces que empezaban a salir desde lo más profundo de nuestros seres empezaban a hablar y a recordar momento con aquel viejo y gruñón profesor, querido por todos, que tanto nos enseñó y que tanto nos debería haber seguido enseñando.

Lo que yo más recuerdo de Don Ángel era su mala leche cuando quería tener mala leche, a veces incluso lo comparaba con Fernando Fernán Gómez por su carácter fuerte y gruñón, y también se me daba un aire a Anasagasti sobre todo en la manera en que se peinaba intentando cubrir en todo lo posible la calva que tenía presidiendo su cabeza. También recuerdo que siempre iba fumando fuera del colegio, desde primera hora de la mañana cuando siempre llegaba cinco minutos antes de que abrieran las puertas del colegio y nos saludaba a todos los que estábamos allí esperando con esa voz ronca todavía quizá un poco dormida. El fumar tanto hacía que su tos fuera inconfundible y profunda, salida desde lo más hondo de sus pulmones; e inconfundible era también el olor que desprendía, ese olor rancio a tabaco, un olor amargo que podía molestar al principio pero al que te terminabas acostumbrando, un olor que ya no íbamos a poder notar, un olor que se fue para siempre aquel lunes en que ya no nos saludó por la mañana antes de entrar en el colegio porque aquel lunes no debería haber llegado nunca. De Don Ángel creo que todos lo que pasamos por mi colegio recordamos aquellas tardes de jueves cuando íbamos los cursos de quinto y sexto de primaria al polideportivo de mi barrio a jugar al fútbol, con educación física. Don Ángel era uno de los dos profesores que iban con nosotros esos días y jugaba como un chaval con nosotros, como uno más, con su pantalón de deporte, su camiseta de fútbol y sus deportivas. Jugábamos quinto contra sexto, chicos contra chicos, y chicas contra chicas. Sin lugar a dudas con los años las tardes de jueves de aquellos dos años son las que más recuerdo, e incluso diría que las que más disfrutaba, aunque no las vivía con mucha ilusión ni ganas cuando se producían. Los balonazos que pegaba Don Ángel eran de esos en los que prefieres apartarte a intentar pararlo y evitar que el balón llegue a su destinatario. Sin embargo aquel lunes también cambió para siempre los jueves en mi colegio, ya no habría fútbol por las tardes entre quinto y sexto, ya no habría balonazos, ya no veríamos más a aquel viejo profesor correr como un chaval, ni gritar, ni insultar ni nada.

La vida en el colegio no sólo cambió en ese aspecto. Aquel lunes lo cambió ya todo. Don Ángel era Don Ángel, y punto, no había otro como él entre los profesores y eso ellos lo sabían, los profesores sabían que Don Ángel era uno de los más queridos y apreciados, que era inigualable, por eso ninguno intentó nunca ocupar su lugar. Su presencia seguiría viva en el colegio, en las orlas de los cursos anteriores que colgaban en el pasillo de dirección, donde aparecía siempre sonriendo ampliamente, más que ningún otro profesor. Sin Don Ángel, muchas cosas cambiaban, entre ellas el Belén que se montaba todos los años en el recibidor del colegio, y de cuyo montaje era encargado él junto a una serie de alumnos que elegía, y entre los que yo siempre me encontraba. Don Ángel era un “manitas” y por ello también era el encargado de hacer cualquier tipo de decorado para las funciones de teatro que se realizaba en mi colegio todas las primaveras. Sin él ni la Navidad, ni la Semana Cultural fueron lo mismo; hubo otros profesores que intentaron suplirle en su cometido pero no lo consiguieron. Aquel lunes también se notó en eso; no debería haber llegado nunca.

A nivel algo más personal Don Ángel fue, y aún es, el mejor profesor que he tenido nunca, ni siquiera hoy en la universidad he encontrado ningún profesor igual que él, ni siquiera los estirados catedráticos de asignaturas que no sirven para nada le llegan a la altura de los zapatos. De Don Ángel aprendí muchas cosas, era un profesor como los de antes, de esos que sabían de todo bastante, de los que podían dar cualquier asignatura y manejarse bastante bien en el trance. Si a alguien debo mi vena más artística o creativa es a Don Ángel, que era un verdadero artista dibujando, con él empecé a pintar al óleo, y gracias a él en mi casa cuelgan algunos, bastantes diría yo, cuadros pintados por mí mismo, y no sólo en mi casa sino en la de todos mis tíos y abuelos. Quizá sea gracias a él el que ahora esté escribiendo estas líneas recordándole, y haya empezado un blog, y me guste tanto leer, dibujar, pintar, la fotografía. Estoy seguro que si alguna vez soy profesor de algo, me gustaría ser como era Don Ángel, un profesor duro, cascarrabias, gruñón, serio, pero a la vez amable y sabio, que nos ayudaba y animaba a todos, y del que todos los que algunas vez estuvimos en alguna de sus clases aprendimos algo. Si había alguna clase que quería que llegara esas eran las suyas, siempre eran un espectáculo, siempre tenía alguna anécdota o ejemplo que contar para ilustrar lo que estuviéramos dando; y cuando se enfadaba se enfadaba de verdad. Recuerdo una vez que se cabreó tanto (el motivo no me viene ahora mismo a la cabeza pero tuvo que ser gordo) que tiró todo lo que tenía encima de su mesa al suelo dando un grito terrible, que probablemente se oyó en todo el colegio, y salió de clase rojo como una sandía completamente cabreado para volver a los pocos minutos, ya algo más tranquilo y ordenar al chaval que le había provocado el cabreo que recogiera las cosas que él había tirado, para después pedirnos perdón, no sin antes echar una buena bronca al conjunto de la clase (repito los motivos para aquéllo se me han olvidado). Otro día también muy cabreado nos echó a todos de clase, y cuando digo a todos es a los 20 compañeros que estábamos en clase ese día, mientras él seguía dentro en su mesa haciendo cualquier cosa.

Aquel lunes los profesores decidieron que no hubiera clase por la tarde. No había ganas ni espíritu para estar allí mucho tiempo. El colegio, la sala de profesores, las aulas, todo aquel día recordaban a Don Ángel, y nadie, ni alumnos ni profesores tenían el alma puesta en su trabajo. Al día siguiente, la normalidad se terminó imponiendo, aunque la ausencia de Don Ángel seguiría muy presente mucho tiempo. Creo que cualquiera de mis compañeros de por aquel entonces estarían de acuerdo conmigo que Don Ángel, con todos sus defectos que como ser humano eran bastantes, era, es y será el mejor profesor que nos haya dado clase nunca. Aquel maldito y triste lunes no debió llegar nunca, o al menos no tan pronto.


Caronte.