domingo, 11 de mayo de 2014

Transeúntes de nuestra vida

Durante nuestra vida conoceremos a multitud de personas que nos harán reír y llorar, a las que querremos y a las que amaremos (estas serán las menos), que nos querrán y que nos harán daño, unas en las que confiaremos y otras que nos harán daño, algunas a las que llamaremos amigos y muchas a las que simplemente consideraremos compañeros. Con todas estas personas compartiremos muchos momentos, algunas nos acompañaran casi toda la vida, otras simplemente un tiempo relativamente corto, pero todas las personas a las que conozcamos en nuestra vida dejarán algo en ella, da igual que sea bueno o malo, triste o divertido, siempre quedará algo de ellas en nosotros y siempre nos acompañará.

De nuestra vida entrarán y saldrán muchas personas. A todas las personas que entrarán las dejaremos hacerlo y a algunas puede que llegue un momento en que decidamos echarlas por la fuerza, aunque también hay otras que es posible que nunca se vayan del todo. Las personas expulsadas sin miramientos de nuestra vida constituyen un grupo reducido, quizá porque junto a las personas a las que se ama, son las que más ahondan en nosotros entrando hasta lugares que generalmente están vedados a la mayoría, lugares poco transitados, reservados para personas a las que consideramos especiales, dignas de descubrir lo más profundo de nosotros. La confianza ciega del corazón, que elige al azar a esas personas sin esperar a que la cabeza las juzgue y dicte sentencia sobre ellas, es la que permite que esas personas se afiancen en esos lugares tan reservados de nosotros, y es por ello que cuando dicha confianza se quiebra y hay que expulsar a esa persona más daño se hace, porque el camino que hay que recorrer para desterrarla lo más lejos posible de nosotros es muy largo, y muchos son o pueden ser los recuerdos que por el camino se van rememorando, los momentos vividos y disfrutados, y las palabras dichas e incluso las calladas, o más aún las silenciadas. Pero si decidimos prescindir de esas personas es porque ya no vemos más que dolor en su presencia, aun cuando en algún momento esas personas te hicieran reír y disfrutar. La decisión de eliminar a esas personas no siempre es fácil, porque los recuerdo siempre vivirán en nosotros, a pesar de que pongamos todo nuestro empeño en eliminarnos, la pena es que nuestro corazón no es un ordenador que se pueda resetear ni formatear y con ello eliminar todo lo que queramos olvidar, nuestro corazón recuerda siempre aun cuando nuestra mente piense que ya se olvidó lo una vez vivido. A veces esa decisión parece acertada en los primeros momentos, es como quitarse un enorme peso de encima, un peso que no nos dejaba respirar, ni siquiera en ocasiones vivir. Pero a veces también parece que esa decisión ha sido errónea, a veces pensamos, o mejor dicho sentimos que nos hemos equivocado al tomar esa decisión, por mucho que nuestra cabeza sepa que no (incluso el corazón sabe que es buena decisión pero al estar los recuerdos vividos todavía frescos, el corazón queda engañado y no sabe si ha acertado). En el corazón perduran y sobrevivirán siempre recuerdos con esas personas que una vez llegaron hasta él, aunque llegado el momento fueran expulsadas. Sólo el tiempo puede atenuar la intensidad de esos recuerdos, aunque no los pueda borrar del todo; siempre quedará algo que nos recuerde a cada persona que pasó por nuestra vida, aunque ese paso terminara mal, convertido en viacrucis, una canción, un sitio, una ciudad, un comentario, una mascota, un equipo de fútbol, un deporte, una camiseta. Los recuerdos pueden estar olvidados, o creemos que están olvidados pero cuando menos nos los esperamos vuelven a estar vivos.

Otras personas así como entran en nuestra vida se van de ella, plácidamente, sin provocar temblores innecesarios, ni pesadillas, ni dolor, ni malos pensamientos o deseos, ni tan siquiera dejándose notar. Estas personas son la mayoría en nuestra vida, son aquellas de las que simplemente tendremos un muy vago recuerdo en nuestra mente, porque estas personas apenas entran en nuestro corazón, la gran caja fuerte donde de verdad se guardan los recuerdos de personas que nos tocan profundamente. En este grupo estarán profesores, aunque sí es cierto que algunos si perdurarán más en nuestro recuerdo, no por nada especial a nivel personal, sino por ser pésimos o por todo lo contrario, por ser excelentes maestros en nuestra vida, de los que aprenderemos y que nos formarán; también en este grupo encontraremos a los diversos compañeros de clase, ya sea del colegio, del instituto o de la universidad, una multitud de caras, apenas recuerdos más allá de su aspecto físico o de alguna anécdota mínima, archivada quizá en ese gran cajón de sastre que puede llegar a ser nuestra memoria, capaz de guardar datos superfluos e innecesarios, o que parecen inservibles pero que en un momento dado de nuestra vida, cuando ya casi no nos acordemos de que una vez aprendimos tal o cual cosa, nos resultan útiles o nos terminan de sacar de un apuro. Es muy posible que estas personas que a lo mejor uno no recuerda más que vagamente, nos recuerden mejor y sean ellas las que mejores recuerdos guarden. Esta es en el fondo la crueldad de la memoria con las personas, no tiene que ser recíproca. También es este grupo estarán los diferentes compañeros de trabajo o de actividades con los que alguna vez hayamos compartido algo, pero de manera tan superficial que simplemente serán rostros en nuestro recuerdo, o quizá algo más, pero nunca recuerdos vívidos y nítidos que podamos tener presentes de manera más continua en nuestra vida. Pero no sólo aquellas personas con las que compartiremos trabajo o estudios durante nuestra vida serán las únicas que pasarán por ella como meros transeúntes, también podemos encontrar entre esas personas al panadero de toda la vida de nuestro barrio, o a la cartera que cada tres meses te lleva a tu casa una entrega de la colección de sellos que estés haciendo, el portero de la urbanización en la que vives que cada vez que se te olvidan las llaves de abre la puerta, los vecinos con los que debemos convivir en los diferentes lugares en los que vivamos y a los que a lo mejor pedimos un día un limón, o un poco de pimienta, o simplemente que te recojan el correo durante las semanas que te vayas de vacaciones. Todas estas personas pasarán por nuestras vidas, pero no se quedarán más de lo necesario, tampoco llegarán a conocernos ni a profundizar en nosotros, sólo lo que nosotros les permitamos y siempre suele ser poco; en el fondo con estas personas queramos o no nos tenemos que cruzar, y por tanto no serán más que rostros o recuerdos confusos que apenas si recordaremos algún día.

Pero si hay personas de las que siempre nos acordaremos, y además con recuerdos felices, alegres y divertidos, serán de las personas a las que más queramos y a las que amemos, porque serán las únicas a las que permitiremos quedarse en nosotros y no querremos que nunca que vayan de nuestro lado, que nunca se alejen de nosotros, aunque sea esto último inevitable. A las personas que permitiremos profundizar en nosotros, entrar en nuestra vida, acomodarse en nuestro corazón, y grabar en nuestra memoria su recuerdo serán aquellas a las que de verdad llamaremos amigos. Serán esas personas a las que quizá al principio nuestro corazón mirará con escepticismo, recelando de ellas por ser quizá demasiado parecidas a nosotros, las que más nos marcarán, las que con el tiempo siempre quedarán en el recuerdo y las que siempre estarán con nosotros aunque ya no estén a nuestro lado. Su presencia la notaremos siempre, y su aliento nos ayudará cuando más lo necesitemos; no tendremos problemas a la hora de recordar a esas personas porque el corazón y nuestros sentimientos hacia ellas no permitirán nunca a la memoria borrar su recuerdo, nunca caerán en el olvido y siempre podremos acordarnos de algo que vivimos con ellas. Pero no siempre uno se da cuenta desde el principio que está ante una de esas personas, de las que se convertirán en amigos de verdad, no siempre nuestro corazón es capaz de divisar a estas personas. El corazón puede decirnos que nos acerquemos más a una persona porque piense que será mejor amiga, aunque la cabeza pronto se dé cuenta del error cometido, mientras que hace de menos a aquellas personas que desde el principio intentan ser buenas contigo. No siempre el corazón acierta, y cuando éste se da cuenta del error cometido puede que ya sea tarde y el daño que infringe la persona equivocada no sólo hacia la persona que la ha querido, sino que también existen daños colaterales que duelen más si cabe que los directos. Sin embargo las personas que de verdad nos quieran no tendrán en cuenta todo esto, y nos querrán por cómo somos de verdad, o por cómo nos ven ellos que somos de verdad aunque no siempre lo seamos, cegados quizá por unas fuerzas invisibles que ponen delante de nosotros un velo que distorsiona la realidad. Pero al final nuestro corazón es sabio y sabe rectificar. Nunca es tarde para ello. Y una vez se ha rectificado los amigos de verdad entran en nuestro corazón para quedarse, a veces toda la vida, para hacernos la vida más fácil, para ayudarnos a levantarnos cuando estemos caídos o para evitar una caída que nosotros somos incapaces de ver pero que ellos intuyen, o pare advertirnos de quien, oculto bajo una máscara, nos va a hacer caer para beneficiarse de nuestra caída. De los amigos de verdad siempre se tendrán recuerdos, buenos y malos, divertidos y tristes. Recuerdos de viajes ya sea a Valencia, Granada o los Pirineos, de clases en la universidad o en el instituto, de cenas o comidas, de cumpleaños pasados en Toledo. Un buen amigo siempre se reirá de ti, y por supuesto contigo, de aquella caída tonta que tuviste en la universidad, o de ese comentario chistoso que hiciste. Las personas que más nos quieren serán las que más daño nos causarán mostrándonos la realidad que nuestro corazón no quiere ver sobre otras personas, nos dirán la verdad tal cual suene sin matices ni maquillaje, y aunque a veces no nos guste siempre se lo terminaremos agradeciendo. Quien tiene suerte tendrá muchas personas de este tipo en su vida, personas que le marcarán y que le harán cambiar, personas de las que siempre guardará buenos recuerdos con los que poder rememoran mejores tiempos pasados, o peores quien sabe, pero que dejaron muy buenos posos en nosotros. Quien tiene suerte a lo mejor no tiene más que a tres o cuatro personas así en su vida y las puede recordar más y mejor, sabiendo siempre que esas personas le quisieron y él las quiso a su vez.

El grupo más reducido de transeúntes que pararán por nuestras vidas lo componen las personas a las que decidimos amar, esas personas, una o dos a lo sumo, si se dan más en una única vida no creo que podamos estar hablando de amor de verdad sino de otra cosa algo menos compleja. El amor es el más complejo de los sentimientos que el ser humano puede experimentar, quizá junto con el odio ya que ambos sentimientos son la cara de una misma moneda y emanan desde lo más profundo de nuestro ser. La persona a la que amamos no la elegimos, porque si supiésemos lo que puede implicar el amarla a lo mejor nunca lo haríamos conscientemente, es el corazón el que siempre actuará en estas situaciones, la cabeza poco pinta en estas relaciones, en este sentimiento la cabeza es un mero testigo, un apuntador, un archivero que tomará nota de cuanto acontezca pero que no tomará partido. Sólo al final del amor, cuando se haya agotado o se haya roto, la cabeza emitirá un juicio, frío casi siempre, del que el corazón hará mejor en obviar si quiere volver a sentir ese amor. Así como querer se pueden llegar a querer a muchas personas en nuestra vida, y no solo a personas, sino también animales, lugares, comidas o incluso a prendas de vestir, amar sólo se amará en muy pocas ocasiones y a lo mejor no en todas ese amor será revelado a la persona por la que se profesa, será una amor silenciado por conveniencia tal vez, puede que ese amor nunca sea correspondido, pero siempre el amor será intenso para la persona que lo experimenta. Si el amor se puede compartir, y no solo se ama a otra persona, sino que uno es amado por esa otra persona, todo pasa a una dimensión superior y el corazón abre sus puertas de par en par a ese amor no dejando nada oculto, ni tan siquiera los temores más ocultos o vergonzosos, ni las gustos más extravagantes, ni las aficiones más aburridas y personales se quedan guardadas, todo sale y todo se comparte. Por esto es por lo que cuando el amor acaba, ya sea de manera limpia o de manera brusca, cuando el dolor que se siente es inhumano, insoportable, y parece que el mundo se ha acabado ya, y todo parece más negro de lo que se recordaba y no queremos volver a enfrentarnos a ellos porque nos da miedo no volver a amar como se ha amado, ni a ser amados como lo fuimos una vez. Pero el amor se puede acabar, y duele que se acabe, y más se va viendo poco a poco que ese amor se va acabando, y que la persona que una vez estuvo en lo más profundo de tu corazón y vivía en él, poco a poco va viviendo menos en nosotros, y cada vez frecuenta menos nuestro corazón, y es entonces cuando nos preguntamos si no estará empezando a entrar en otro corazón que no es el nuestro. El miedo y la duda harán que poco a poco vayamos restringiendo partes de nuestro corazón, a veces sin que nosotros mismo nos vayamos dando cuenta de ello, a veces sin que el nuestro propio corazón quiera restringir el acceso a ciertos rincones y se vea obligado a hacerlo por nuestra cabeza, siempre más sabia, pero también mucho más fría. El amor no está en la cabeza porque no se puede comprender, ni tan siquiera explicar, nadie que no lo haya experimentado puede saber qué se siente de verdad estando enamorado, y aún habiéndolo estado cada persona sentirá el amor de manera diferente, con diferentes matices, pero con rasgos comunes. El amor no se puede comprender ni explicar porque en una vida no se da en muchas ocasiones, y cuando se da es como una droga que duerme a todos los demás sentidos racionales impidiéndoles tomar apuntes para poder entender de qué va el amor o cómo funciona. Son afortunadas las personas que pueden amar una única vez porque será que han encontrado el amor de verdad ese que entra en el corazón de uno para quedarse para siempre. Quien dice que ha amado muchas veces, no habrá amado ninguna y no sabrá por tanto qué es el amor; no habrá que envidiar a dichas personas por ello, como no envidiamos a un león africano por copular con todas las leonas de la manada. Será esa persona la que debe envidiar a esas personas que dicen que han amado una vez pero bien, hasta lo más profundo de su ser, a esas personas que no saben describir qué es el amor, porque es inexplicable.

Todas estas personas serán alguna vez transeúntes de nuestra vida, nos cruzaremos con ellas, las querremos, las amaremos, las odiaremos, o simplemente sentiremos plácida indiferencia por ellas. Todas las personas que pasarán por nuestra vida nos aportarán algo, nos cambiarán. Tras el paso de una persona por nuestro corazón, si es que tiene el privilegio de poder entrar en él, dejará algo en nosotros, un recuerdo, un olor, una canción, una frase, el recuerdo de un lugar, la afición por un deporte, algo sin duda de lo que para bien o para mal, queramos o no algún día recordaremos aunque no queramos. Las personas que conoceremos en nuestra vida, las que queremos que lo hagan y las que nos encontramos por el camino sin querer, nos harán felices y reír, pero también es posible que nos dañen y hagan llorar. Pero a pesar de esto no podremos impedir que los transeúntes de nuestra vida existan y que en un momento dado se choquen con nosotros, y quien no quiera que esto sea así no tiene elección más que asumir que para esto se nace y por esto se vive.


Caronte.

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