Es una frase dicha por activa y por pasiva miles de
veces. Siempre se oye a posteriori. Nunca se asume antes de que pase algo. “No
se sabe lo que se tiene hasta que se pierde”. Yo la modifico para decir que uno
no sabe dónde pertenece hasta que no nota en su interior un constante latido,
presencia o simplemente ansiedad que le hace plantearse el porqué de esa
situación. Son nuestras raíces que nos tirar para atrás, que nos dicen que
pertenecemos a un lugar, a unas gentes, a unas costumbres, a unas rutinas. Esas
raíces sufren al estirarlas al trasplantarlas de sitio, de maceta. Siempre
piden volver, lo que pasa es que en algunas personas esa petición es mucho más
intensa y fuerte.
Llevo en Riad apenas tres meses, y sin embargo
parece mucho más tiempo. Aquí los días se pasan de manera muy extraña, porque
sí que es cierto que el día a día puede pasarse más o menos rápidamente, pero
el conjunto se hace eterno. Llevo aquí tres meses, pero hace quince días estuve
en España durante dos semanas. Esos quince días ya han volado. Se han
volatilizado en el tiempo. Parecen de otro año, de otra vida incluso. La fuerza
que me dieron esos días en mi casa, en mi hogar, con mis padres, con mi
familia, en la que incluyo a un amigo muy importante y su novia, se ha diluido
en el tiempo y en la penosa realidad de este país.
Arabia Saudí no es mi país, eso no tiene
contestación alguna, nadie puede dudar de ello. Yo soy una persona de piel
blanca que se quema en seguida al sol, con ojos claros y pelo rubio. Nada que
ver con los nativos de este país. No. No puedo pasar por saudí. Podría pasar
por holandés, inglés o alemán, pero nunca por saudí. El problema esta no ya en
que este en país extraño, con gentes extrañas y costumbres extrañas. El
problema está en que este país no puede convertirse en mi hogar aunque sea de
manera momentánea mientras el proyecto en el que estoy inmerso siga adelante y
dure. Aquí no puedo tener vida. Nadie de hecho la tiene. Solo hay gente que
cree tener vida, que cree que cuando sale del compund para ver algo, cosa que
dudo que haya algo que ver, está haciendo algo normal. Aquí nada es normal.
Solo hay que darse cuenta de ello cosa que parece que mucha gente no quiere
ver, o simplemente prefiere obviar diciéndose que la experiencia aquí ganada y
el dinero ahorrado merecen algún que otro sacrificio.
Sin embargo poco merece la pena de este país. Digo
poco por no decir nada. Al menos yo no veo que nada merezca la pena. Quizá
cuando Lawrence de Arabia visitara estas tierras a principios del siglo XX esta
zona mereciera la pena. Es posible. Lo que pasa es que yo hoy no encuentro nada
que pudiera salvar de una hipotética quema. Nada ofrece este país para la gente
normal, solo los muy necios, o eso pienso yo, creen que aquí se puede pasar
algún tiempo que exceda los seis meses (si no menos). O quizá el necio sea yo
por no ver las grandes oportunidades laborales que se me abren estando aquí.
Pero, ¿y mi vida? En ninguna parte.
Mi vida. Eso es lo que me está llamando desde hace
unos días. Mi vida me reclama. Mis raíces están empezando a reclamar agua. Pero
el agua que las tengo que dar no la puedo encontrar a 5000 kilómetros de mi
hogar, de los míos. Ese es el agua que necesitan mis raíces, y ahora me la
están empezando a pedir. No puedo dársela de momento. Quiero, pero no puedo. Sé
que hay unos lazos invisibles que me atan con mi vida hasta el 12 de julio de
este ano. Unos lazos muy fuertes, unas raíces muy profundas que me hunden en
Madrid, en sus calles, en sus plazas; en mi hogar con mi familia, ya sea la que
de momento tengo, mis padres, mis abuelos, mis tíos y primos, ya sea la que me
tengo que ir formando yo mismo empezada ya con dos personas a las que quiero y
echo de menos como a mis padres. Esas raíces parten de mi corazón para
profundizar en elementos invisibles presentes en lugares, acciones, comidas,
olores, y sobre todo en personas. Son raíces invisibles que muchas veces no se
notan, que uno solo sabe que están ahí cuando empiezan a tirar, cuando empiezan
a exigir esa savia de la que siempre han vivido y sin la cual no pueden seguir
desarrollándose.
Quiero que mis raíces sigan creciendo, que sigan
profundizando tanto en mí mismo como en todo eso que he dicho ya. Quiero que
esas raíces formen un gran árbol que será mi vida y bajo cuya sombra iré
cobijando a las personas que yo decida, a los recuerdos que escoja y los
lugares que me dejen marcado. Sin embargo esas raíces ahora mismo no pueden
seguir creciendo. Me piden agua, me piden todo aquello que necesitan para
seguir desarrollándose. Mi árbol no puede crecer, no puede hacerse frondoso y
dar buena sombra si sigo en Riad, si sigo cogiendo esa experiencia laboral tan
preciada por algunos, y ahorrando ese dinero tan valorado por otros. Pero aquí
sigo, notando esa tirantez enorme de esas raíces que pugnan por llevarme de
vuelta a su tierra cómoda, mientras yo me sigo diciendo que debo aguantar aquí
unas semanas más que si lo pienso fríamente no me van a llevar a ningún sitio.
Estoy intentando alargar algo que probablemente ya
esté muerto. No sé si lo que quiero es demostrarme a mí mismo que valgo para
este tipo de vida, o simplemente que soy imbécil y no lo puedo remediar. Hace
como quien dice dos días me han cambiado de puesto de trabajo. Y ano estoy en
una oficina haciendo un trabajo realmente aburrido, sino que me han sacado a
obra y voy a estar a pie del canon viendo lo que de verdad es ser un ingeniero
de caminos. Esto que a cualquiera salido de mi escuela le haría estar lleno de
ilusión y sería prácticamente su sueño casi irrealizable solo al alcance de
unos elegidos, a mi sin embargo me da totalmente igual, no me llena, no me
ilusiona, no me hace sentirme feliz ni realizado, ni nada. Es entonces cuando
llego a la conclusión de que esta no es mi vida, ni va a poder serlo. Y aun así
aquí sigo dando vueltas a algo que creo que de manera interior está casi
decidido, o al menos mi corazón lo ha decidido ya. Solo falta que mi cabeza
acepte lo que mi corazón y las raíces invisibles que lo envuelven están
gritando en silencio.
Veo que si sigo aquí puede que me convierta en mis
jefes: personas sin vida, sin hogar fijo, sin un lugar en el que agarrarse en
momentos de dificultad, trotamundos obligados y por gusto además, caracoles que
llevan siempre arrastras a su familia, cuyos hijos no pueden tener un solo
amigo de los de verdad porque nunca pasan más de cuatro años en un mismo
colegio, en una misma casa; algunos incluso solteros que viven para trabajar
porque se aburren si no. No. No quiero convertirme en una persona así. Pero
esta carrera que he elegido, en el mundo actual, lleva a una vida así. Es
toxica. Creo que esto es lo que mis raíces han empezado a detectar, esa
toxicidad de la lejanía, de la simple y pura resignación por hacer lo que se
debe hacer siempre, sin hacer lo que uno quiere.
De mi vida me tengo que encargar yo. Nadie va a
decirme como debo vivirla. El apartado laboral y profesional no es más que una
muy pequeña rama en el árbol de la vida de cada uno. Y quizá en mi árbol esta
rama a día de hoy está naciendo torcida y puede llegar a fastidiar y arruinar
todo el árbol. Debería reorientar esa rama, pero desde aquí no puedo. Y lo peor
es que no puedo aguantar más tiempo porque cada día que pasa esa rama crece un
poquito más, siempre torcida, y llegara un momento en el que únicamente podre
talarla sin piedad. Pero no termino de dar el paso necesario. No soy capaz de
acercarme a esa rama, coger un hacha y dar el golpe definitivo que la arranque
de todo el árbol.
Hace siete años que esa rama está ahí. Empezó a
surgir cuando elegí estudiar Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos; esa
carrera de tan rimbombante nombre y más rimbombante aun porvenir, siempre lleno
de promesas que casi nunca se cumplen, muy bonitas por fuera, relucientes,
prometedoras, pero apestosas una vez se mira en el interior. Fue en aquel
entonces, cuando esa rama estaba naciendo cuando debería haberla, si no talado,
sí haberla reconducido hacia donde de verdad me llamaba el corazón. Ahora aquel
germen de rama ya es una rama prometedora que seguirá creciendo si yo la dejo.
Es probable que todavía este a tiempo de que el
árbol de mi vida arraigue donde de verdad esas raíces invisibles tiren. Es
probable que nada en la vida salvo la muerte tenga solución, el problema está
en que a día de hoy la sociedad, el mundo globalizado y a toda velocidad en el
que vivimos, no deja que nadie en sea feliz, que deje que su árbol eche raíces
allí donde estas necesitan coger sustancia de la tierra, de las gentes, de las
costumbres y rutinas. La sociedad es vil, ve el que alguien haga lo que quiera
aun siendo esto algo que no reporte dinero y bienestar material como algo raro
y sospechoso, impropio de un miembro más de esta sociedad. Por eso las personas
que son felices de verdad, esas que han conseguido el árbol que realmente
deseaban, escasean. Y aviso: no se es feliz con un trabajo, se es feliz con una
vida.
Por esto quiero mi vida. Quiero que mis raíces
invisibles, esas de las que me he dado cuenta que existen ahora tan lejos de
todo aquello que teniéndolo día a día durante muchos años no he valorado ni
echado de menos, arraiguen de verdad y me hagan tener un árbol de vida grande,
hermoso, verde, lleno de ramas, hojas, nidos de pájaros, nudos en la corteza y
sombra. Soy yo quien debe decidir ya sobre todo esto. Pero no lo hago. Sigo
teniendo en mi cabeza, ese maldito apéndice que parece tener mi cuerpo para
acabar armoniosamente bruscamente en los hombros, una especie de tara mental
que me hace pensar que una vez escogido un camino debo seguirlo hasta el final
de mis días y eso no es así. En algún momento escribí (y siento tirarme flores)
que la vida no es ni lo suficientemente larga ni lo suficientemente justa como
para no ser egoístas para con nosotros mismos. Y egoísta es lo que debo ser, y
debo hacer aquello que de verdad me llene y haga que mis raíces invisibles
encuentren buen terreno para arraigar y crecer.
Riad no es mi sitio. El compound en el que vivo en
un chalet de tres plantas, seis baños y más de 200 metros cuadrados no es mi
casa. De hogar no voy ni a hablar porque en este país ese concepto no existe y
no va a existir nunca en una sociedad retrasada como esta. La gente con la que
estoy no es mi gente. Esta no es mi vida. Esta no es mi profesión, o al menos
como la he empezado. Mi trabajo debe estar enfocado a permitirme vivir y no al
revés, aquí y según lo que yo quiero que sea mi vida, no tengo si quiera la
opción de poder vivir. Mis raíces han empezado a demandar buena tierra donde
profundizar. Mi vida me reclama y creo que ahora sí que sí debo de tomar la
decisión que reconduzca todo lo que hasta ahora he vivido.
Caronte