domingo, 9 de octubre de 2016

Letras desérticas: "Raíces invisibles"

Es una frase dicha por activa y por pasiva miles de veces. Siempre se oye a posteriori. Nunca se asume antes de que pase algo. “No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde”. Yo la modifico para decir que uno no sabe dónde pertenece hasta que no nota en su interior un constante latido, presencia o simplemente ansiedad que le hace plantearse el porqué de esa situación. Son nuestras raíces que nos tirar para atrás, que nos dicen que pertenecemos a un lugar, a unas gentes, a unas costumbres, a unas rutinas. Esas raíces sufren al estirarlas al trasplantarlas de sitio, de maceta. Siempre piden volver, lo que pasa es que en algunas personas esa petición es mucho más intensa y fuerte.

Llevo en Riad apenas tres meses, y sin embargo parece mucho más tiempo. Aquí los días se pasan de manera muy extraña, porque sí que es cierto que el día a día puede pasarse más o menos rápidamente, pero el conjunto se hace eterno. Llevo aquí tres meses, pero hace quince días estuve en España durante dos semanas. Esos quince días ya han volado. Se han volatilizado en el tiempo. Parecen de otro año, de otra vida incluso. La fuerza que me dieron esos días en mi casa, en mi hogar, con mis padres, con mi familia, en la que incluyo a un amigo muy importante y su novia, se ha diluido en el tiempo y en la penosa realidad de este país.

Arabia Saudí no es mi país, eso no tiene contestación alguna, nadie puede dudar de ello. Yo soy una persona de piel blanca que se quema en seguida al sol, con ojos claros y pelo rubio. Nada que ver con los nativos de este país. No. No puedo pasar por saudí. Podría pasar por holandés, inglés o alemán, pero nunca por saudí. El problema esta no ya en que este en país extraño, con gentes extrañas y costumbres extrañas. El problema está en que este país no puede convertirse en mi hogar aunque sea de manera momentánea mientras el proyecto en el que estoy inmerso siga adelante y dure. Aquí no puedo tener vida. Nadie de hecho la tiene. Solo hay gente que cree tener vida, que cree que cuando sale del compund para ver algo, cosa que dudo que haya algo que ver, está haciendo algo normal. Aquí nada es normal. Solo hay que darse cuenta de ello cosa que parece que mucha gente no quiere ver, o simplemente prefiere obviar diciéndose que la experiencia aquí ganada y el dinero ahorrado merecen algún que otro sacrificio.

Sin embargo poco merece la pena de este país. Digo poco por no decir nada. Al menos yo no veo que nada merezca la pena. Quizá cuando Lawrence de Arabia visitara estas tierras a principios del siglo XX esta zona mereciera la pena. Es posible. Lo que pasa es que yo hoy no encuentro nada que pudiera salvar de una hipotética quema. Nada ofrece este país para la gente normal, solo los muy necios, o eso pienso yo, creen que aquí se puede pasar algún tiempo que exceda los seis meses (si no menos). O quizá el necio sea yo por no ver las grandes oportunidades laborales que se me abren estando aquí. Pero, ¿y mi vida? En ninguna parte.

Mi vida. Eso es lo que me está llamando desde hace unos días. Mi vida me reclama. Mis raíces están empezando a reclamar agua. Pero el agua que las tengo que dar no la puedo encontrar a 5000 kilómetros de mi hogar, de los míos. Ese es el agua que necesitan mis raíces, y ahora me la están empezando a pedir. No puedo dársela de momento. Quiero, pero no puedo. Sé que hay unos lazos invisibles que me atan con mi vida hasta el 12 de julio de este ano. Unos lazos muy fuertes, unas raíces muy profundas que me hunden en Madrid, en sus calles, en sus plazas; en mi hogar con mi familia, ya sea la que de momento tengo, mis padres, mis abuelos, mis tíos y primos, ya sea la que me tengo que ir formando yo mismo empezada ya con dos personas a las que quiero y echo de menos como a mis padres. Esas raíces parten de mi corazón para profundizar en elementos invisibles presentes en lugares, acciones, comidas, olores, y sobre todo en personas. Son raíces invisibles que muchas veces no se notan, que uno solo sabe que están ahí cuando empiezan a tirar, cuando empiezan a exigir esa savia de la que siempre han vivido y sin la cual no pueden seguir desarrollándose.

Quiero que mis raíces sigan creciendo, que sigan profundizando tanto en mí mismo como en todo eso que he dicho ya. Quiero que esas raíces formen un gran árbol que será mi vida y bajo cuya sombra iré cobijando a las personas que yo decida, a los recuerdos que escoja y los lugares que me dejen marcado. Sin embargo esas raíces ahora mismo no pueden seguir creciendo. Me piden agua, me piden todo aquello que necesitan para seguir desarrollándose. Mi árbol no puede crecer, no puede hacerse frondoso y dar buena sombra si sigo en Riad, si sigo cogiendo esa experiencia laboral tan preciada por algunos, y ahorrando ese dinero tan valorado por otros. Pero aquí sigo, notando esa tirantez enorme de esas raíces que pugnan por llevarme de vuelta a su tierra cómoda, mientras yo me sigo diciendo que debo aguantar aquí unas semanas más que si lo pienso fríamente no me van a llevar a ningún sitio.

Estoy intentando alargar algo que probablemente ya esté muerto. No sé si lo que quiero es demostrarme a mí mismo que valgo para este tipo de vida, o simplemente que soy imbécil y no lo puedo remediar. Hace como quien dice dos días me han cambiado de puesto de trabajo. Y ano estoy en una oficina haciendo un trabajo realmente aburrido, sino que me han sacado a obra y voy a estar a pie del canon viendo lo que de verdad es ser un ingeniero de caminos. Esto que a cualquiera salido de mi escuela le haría estar lleno de ilusión y sería prácticamente su sueño casi irrealizable solo al alcance de unos elegidos, a mi sin embargo me da totalmente igual, no me llena, no me ilusiona, no me hace sentirme feliz ni realizado, ni nada. Es entonces cuando llego a la conclusión de que esta no es mi vida, ni va a poder serlo. Y aun así aquí sigo dando vueltas a algo que creo que de manera interior está casi decidido, o al menos mi corazón lo ha decidido ya. Solo falta que mi cabeza acepte lo que mi corazón y las raíces invisibles que lo envuelven están gritando en silencio.

Veo que si sigo aquí puede que me convierta en mis jefes: personas sin vida, sin hogar fijo, sin un lugar en el que agarrarse en momentos de dificultad, trotamundos obligados y por gusto además, caracoles que llevan siempre arrastras a su familia, cuyos hijos no pueden tener un solo amigo de los de verdad porque nunca pasan más de cuatro años en un mismo colegio, en una misma casa; algunos incluso solteros que viven para trabajar porque se aburren si no. No. No quiero convertirme en una persona así. Pero esta carrera que he elegido, en el mundo actual, lleva a una vida así. Es toxica. Creo que esto es lo que mis raíces han empezado a detectar, esa toxicidad de la lejanía, de la simple y pura resignación por hacer lo que se debe hacer siempre, sin hacer lo que uno quiere.

De mi vida me tengo que encargar yo. Nadie va a decirme como debo vivirla. El apartado laboral y profesional no es más que una muy pequeña rama en el árbol de la vida de cada uno. Y quizá en mi árbol esta rama a día de hoy está naciendo torcida y puede llegar a fastidiar y arruinar todo el árbol. Debería reorientar esa rama, pero desde aquí no puedo. Y lo peor es que no puedo aguantar más tiempo porque cada día que pasa esa rama crece un poquito más, siempre torcida, y llegara un momento en el que únicamente podre talarla sin piedad. Pero no termino de dar el paso necesario. No soy capaz de acercarme a esa rama, coger un hacha y dar el golpe definitivo que la arranque de todo el árbol.

Hace siete años que esa rama está ahí. Empezó a surgir cuando elegí estudiar Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos; esa carrera de tan rimbombante nombre y más rimbombante aun porvenir, siempre lleno de promesas que casi nunca se cumplen, muy bonitas por fuera, relucientes, prometedoras, pero apestosas una vez se mira en el interior. Fue en aquel entonces, cuando esa rama estaba naciendo cuando debería haberla, si no talado, sí haberla reconducido hacia donde de verdad me llamaba el corazón. Ahora aquel germen de rama ya es una rama prometedora que seguirá creciendo si yo la dejo.

Es probable que todavía este a tiempo de que el árbol de mi vida arraigue donde de verdad esas raíces invisibles tiren. Es probable que nada en la vida salvo la muerte tenga solución, el problema está en que a día de hoy la sociedad, el mundo globalizado y a toda velocidad en el que vivimos, no deja que nadie en sea feliz, que deje que su árbol eche raíces allí donde estas necesitan coger sustancia de la tierra, de las gentes, de las costumbres y rutinas. La sociedad es vil, ve el que alguien haga lo que quiera aun siendo esto algo que no reporte dinero y bienestar material como algo raro y sospechoso, impropio de un miembro más de esta sociedad. Por eso las personas que son felices de verdad, esas que han conseguido el árbol que realmente deseaban, escasean. Y aviso: no se es feliz con un trabajo, se es feliz con una vida.

Por esto quiero mi vida. Quiero que mis raíces invisibles, esas de las que me he dado cuenta que existen ahora tan lejos de todo aquello que teniéndolo día a día durante muchos años no he valorado ni echado de menos, arraiguen de verdad y me hagan tener un árbol de vida grande, hermoso, verde, lleno de ramas, hojas, nidos de pájaros, nudos en la corteza y sombra. Soy yo quien debe decidir ya sobre todo esto. Pero no lo hago. Sigo teniendo en mi cabeza, ese maldito apéndice que parece tener mi cuerpo para acabar armoniosamente bruscamente en los hombros, una especie de tara mental que me hace pensar que una vez escogido un camino debo seguirlo hasta el final de mis días y eso no es así. En algún momento escribí (y siento tirarme flores) que la vida no es ni lo suficientemente larga ni lo suficientemente justa como para no ser egoístas para con nosotros mismos. Y egoísta es lo que debo ser, y debo hacer aquello que de verdad me llene y haga que mis raíces invisibles encuentren buen terreno para arraigar y crecer.

Riad no es mi sitio. El compound en el que vivo en un chalet de tres plantas, seis baños y más de 200 metros cuadrados no es mi casa. De hogar no voy ni a hablar porque en este país ese concepto no existe y no va a existir nunca en una sociedad retrasada como esta. La gente con la que estoy no es mi gente. Esta no es mi vida. Esta no es mi profesión, o al menos como la he empezado. Mi trabajo debe estar enfocado a permitirme vivir y no al revés, aquí y según lo que yo quiero que sea mi vida, no tengo si quiera la opción de poder vivir. Mis raíces han empezado a demandar buena tierra donde profundizar. Mi vida me reclama y creo que ahora sí que sí debo de tomar la decisión que reconduzca todo lo que hasta ahora he vivido.


Caronte