miércoles, 29 de octubre de 2014

Hasta los cojon...las narices de esta panda

Cuando uno piensa que ya lo ha visto todo en temas de corrupción política en España se da cuenta que todavía queda mucho que no sabemos. Cada día que pasa pienso hasta cuándo la ciudadanía de este país que en la situación económica actual tiene que luchar todos los días para sacar adelante a su familia va a aguantar. ¿Cuál es el límite hasta el que el ciudadano normal y corriente de este país tiene que llegar para decir basta? ¿Cuánto tiempo más vamos a estar los ciudadanos de este país callados permitiendo que cualquier político se apodere de nuestro silencio en beneficio propio? No lo sé, pero me gustaría saberlo.

El lunes una gota más cayó en el vaso de la indignación generalizada de los españolitos medios. Se podría decir que es la gota que colma el vaso pero es que éste lleva ya rebosando muchos años. Me gustaría creer como he hecho hasta ahora que la corrupción es cosa de una mínima parte de las personas que se dedican a la política, pero con cada caso de corrupción que sale a la luz me doy cuenta lo equivocado que estaba. La corrupción en este país no es cuestión de siglas políticas, de color o de ideologías; el problema de la corrupción es una mera cuestión de “caradurismo”; de personas miserables que no tienen una sola gota de ética ni de moral en sus conciencias. Pero quedarme ahí y decir que de la corrupción sólo tiene culpa una parte – los políticos – sería engañar, porque con el silencio que mostramos los ciudadanos, sin tener en cuenta las pequeñas manifestaciones que casi todos los fines de semana recorren las calles de cualquier ciudad española, lo único que hacemos es dar carta blanca a estos sinvergüenzas que asumen eso de que quien “calla otorga”.

La operación anticorrupción que el lunes salió a la luz (la Operación Púnica) afecta principalmente al Partido Popular. Pero esto ya me da igual, porque el que es corrupto solo tiene un partido político: su propio beneficio personal, que es a lo único que se debe. Y ya me da igual porque estoy completamente hastiado de la panda de garrulos y ladrones que nos gobiernas. Estoy harto de ver en las noticias únicamente noticias de políticos corruptos a lo largo y ancho de la geografía española. Estoy hasta las narices (por no decir hasta la polla) de  que una panda de caraduras y sinvergüenzas que se supone han sido elegidos por todos nosotros para administrar España y gobernar nuestros pueblos y ciudades me tomen el pelo, se burlen de mi inteligencia y se rían en mi cara. No sé si esto que yo siento lo experimentará más gente, pero al menos con toda la gente que hablo piensa como yo. El problema es que en petit comité se puede estar todo lo indignado que se quiera, pero si esa indignación no se traduce en una verdadera actitud ante la vida y la realidad en el día a día, de poco servirá sulfurarse en reuniones familiares en las que se pone verde a Montoro, se critica la falta de inteligencia de Rajoy o se comenta las fiestas de confeti de Ana Mato (la mujer florero que no sabía nada de lo que pasaba en su casa).

Si lo de la operación policial de ayer fuera un hecho que ocurre cada cierto número de meses, o si hubiese una de estas operaciones cada año como mucho quizá la indignación no estaría tan justificada. Corrupción hay en todas las latitudes del globo terráqueo, desde Estados Unidos a Japón y desde Gambia a Noruega. Todos los países por muy decentes que pensemos que son y por muy ejemplares que sean en términos generales, también tienen a sus golfos. Todos. Pero el problema radica en dos cuestiones fundamentales: cómo se trata socialmente la corrupción en esos países, es decir, cómo la afrontan los propios afectados por esos casos; y por otro lado el número de casos. En España nos destacamos del resto de países comparables al nuestro (con lo de países comparables hablo de países con nuestro mismo nivel socio-cultural, de nuestra órbita geográfica; obviamente no puedo comparar a España con países como Pakistán, Guinea Ecuatorial o El Salvador, porque no están objetivamente en nuestro mismo grupo de países; no se me malinterprete como racismo o clasismo, simplemente uso estas clasificaciones para poder comparar elementos iguales o parecidos) en los dos aspectos destacados.

No ha sido sólo la Operación Púnica. Si sólo hubiera sido esta operación pues, aunque seguiría habiendo sido grave, pero sería más normal (si se puede considerar normal robar de las arcas públicas el dinero que con tanto sudor les cuesta ganar a todos los ciudadanos). El problema está en que es la Operación Púnica, es el Caso Gürtel, es el Caso de las Tarjetas Opacas de Caja Madrid, es el caso Palau de la Música en Cataluña, es el Caso Pujol (padre e hijos), es el Caso Bárcenas, es el Caso de los ERE de Andalucía, es la Operación Malaya, es el Caso de las ITV también en Cataluña, es la Operación Pokémon en Galicia, son sindicalistas, empresarios y políticos que usan dinero público para lucro personal, es el Caso Palma Arena, es el Caso Urdangarín, es…Podría seguir nombrando casos de corrupción en muchos lugares de España, que afectan a todos los partidos políticos, y digo todos, que tengan o hayan tenido poder aunque haya sido poco, y que implican miles de millones de euros de todos los ciudadanos. Pero no voy a seguir nombrando más porque puedo acabar cabreado y diciendo cosas de las que me pueda arrepentir en el futuro.

Esta es la muestra, una parte mínima de la muestra de casos de corrupción españoles. Si hay algún país comparable al nuestro que tenga una lista mayor me gustaría saberlo, pero es muy complicado que sea así. Esto es indignante, esto son gotas que han ido cayendo en el vaso de la indignación popular, del aguante de la sociedad; lo que no comprendo es cómo es posible que ese vaso no haya desbordado ya. La única explicación que tengo a eso es probablemente el propio carácter de los españoles que siempre que hay algo que nos pone de mal humor, algo que nos cabrea mucho, algo que nos toca mucho los cojo…la moral, intentamos desviar nuestra atención de ese problema o cabreo para centrarnos en otras cosas que nos hagan olvidar todo y reír. Porque aparte de corruptos España es experta en reír, somos el país del cachondeo, y quizá esto explica en cierto modo el porqué de muchas cosas.

Peno no ganamos sólo cuantitativamente en el asunto de la corrupción en comparación con otros países. También ganamos en términos cualitativos, es decir en la calidad de nuestros corruptos. En esto somos campeones del mundo en caradurismo y sinvergonzonería: vamos que somos reyes de la picaresca. Porque si uno es corrupto hay que serlo hasta el final, y si uno tiene la cara muy dura hay que demostrarlo todo lo posible. Por estas razones los políticos en este país cuando se les pilla con las manos en la masa y los jueces les empiezan a señalar con el dedo, lo único que saben hacer es o bien atacar a toda la carrera judicial o mirar hacia otro lado y acusar al partido contrario de lo mismo. De esto no se salva nadie, ningún político imputado por casos de mangoneo ni ningún partido con políticos ladrones en sus filas. ¿Pero qué más da, si aquí lo importante es reírse de todos los ciudadanos a la cara? Todavía no hay ningún partido, que haya tenido y ejercido el poder en algún momento en alguna administración pública, que haya atajado la corrupción de raíz. Con esto quiero decir que siempre los partidos ante los casos de corrupción se han escudado en la presunción de inocencia, y yo les digo que esto ya no basta, que los ciudadanos estamos hartos de esas chorradas y esas excusas, que lo que hay que exigir siempre es una conducta intachable porque si una persona se comporta como debe de hacerlo, fiel a una ética y moral dignas, ningún juez le imputará ningún delito. Aquí sí se aplica eso de que cuando el río suena, agua lleva.

Sin embargo Spain is different. Y es diferente porque siempre ha dado igual todo. Vuelvo al asunto de la picaresca para explicar esto. El carácter español, entre otras muchas peculiaridades, tiene algo que en otros países no se da, ya que es propio de nuestra forma de ser, como es la picaresca. Esta cualidad (de momento la voy a considerar cualidad) hace que el español busque siempre cualquier tipo de resquicio legal o moral para sacar un provecho de alguna situación aprovechándose de un tercero. Esto que podría llegar a ser indicativo de agilidad mental, y por tanto se podría decir que un cierto nivel de picaresca es siempre necesario en la vida, la sociedad española lo ha terminado por llevar a su extremo más radical. Ahora la picaresca implica, en todos los niveles de la sociedad que quede claro, aprovecharse de terceras personas sea cual sea su situación para sacar un beneficio personal no importándonos cómo queda aquél del que nos hemos aprovechado. Y como se puede ver esta peculiaridad ya no es una cualidad buena sino una falta total y absoluta de ética personal.

Que hay muchos políticos corruptos: sí. Que cada vez son más los políticos salpicados por asuntos turbios: también. Que no se salva ninguna ideología política: por supuesto. Pero también es verdad (y lo que voy a decir ahora seguro que va a causar protestas y diversidad de opiniones, y probablemente que se me llame de todo) que los políticos no son más que el reflejo de la sociedad, gente como todos nosotros. Los políticos no son creados en una cueva de los Picos de Europa por un druida gracias a conjuros y pócimas mágicas. Los políticos son gente como yo que estoy escribiendo esto, y como tú lector mío que estás perdiendo el tiempo leyendo este artículo; han estudiado en las mismas facultades universitarias, institutos y colegios como todos nosotros y por tanto han recibido una educación muy similar. Los políticos son un reflejo de nosotros mismos, nos guste admitirlo o no. Porque para un ciudadano normal y corriente es muy fácil criticar a los políticos diciendo que son unos ladrones (críticas casi siempre merecidas) y unos sinvergüenzas, pero es que salen de la misma sociedad a la que todos pertenecemos. Por tanto algo tendremos que estar haciendo mal en conjunto.

Sé que en este tema soy muy crítico y exigente, pero es así. ¿O es que los ciudadanos de la Comunidad Valenciana no sabía en las últimas elecciones municipales y autonómicas de 2011 que la alcaldesa de Alicante era una ladrona consumada, o que Francisco Camps presidente autonómico era un pieza de cuidado, o que Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón era el Padrino de la corrupción valenciana? Claro que se sabía pero todos ellos siempre han conseguido mayorías absolutas sin sufrir ningún desgaste políticos por sus tejemanejes. ¿Y quién votó a todos estos caraduras? Los ciudadanos valencianos. Es muy fácil, ya sea desde un blog como yo estoy haciendo con este artículo, o sentado en un sillón viendo las noticias, criticar y poner verdes a los políticos y decir que tienen la culpa de todo lo que pasa en este país, de haberlo arruinado. Pero los políticos no sólo salen de la misma sociedad a la que yo o el señor del sillón pertenecemos, sino que somos nosotros mismos los que los ponemos allí. No pretendo entrar en más detalle entre la relación tan estrecha entre corrupción y sociedad española, porque no es mi intención en este artículo, ya habrá tiempo de tratarlo en otro, pero si los políticos se ríen de nosotros en nuestras propias narices algo de culpa también tendremos todos.

Pero si he llegado ya hasta mi máximo nivel de hartazgo, si los políticos, todos, me tienen ya hasta los mismísimos, no es por los nuevos casos de corrupción que van saliendo cada semana, sino por considerarnos a toda la sociedad como imbéciles. ¿De qué va el Presidente del Gobierno pidiendo perdón en el Senado y diciendo que se siente igual de indignado con los políticos de su partido implicados en casos de corrupción cuando no es capaz ni siquiera de pronunciar el nombre de algunos de ellos? ¿De qué la señora Esperanza Aguirre indignándose y haciéndose la víctima cuando muchos de sus colaboradores del PP de Madrid están siendo investigados por la justicia y ella misma comete delitos? ¿De qué va el Secretario General de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, fingiéndose el sorprendido y dolido porque su sucesor al frente del ayuntamiento de Parla sea un ladrón como todos? ¿De qué van todos estos sinvergüenzas? Se creen que a estas alturas de la película los ciudadanos somos tontos y no sabemos distinguir un perdón sincero de un perdón electoralista. Todos sabemos que están siendo cínicos e hipócritas, alcanzando niveles nunca vistos antes y que deberían empezar a ser objeto de estudio en las facultades de sociología de las universidades españolas.

En los últimos tiempos, y más forzados por el ambiente social que se vive de aversión hacia los políticos que se apoltronan en sus escaños que por propias convicciones, parece que las reacciones de los partidos políticos están siendo diferentes. ¡Han empezado a haber dimisiones! Lo nunca visto hasta ahora. Pero si los políticos creen que así los ciudadanos vamos a empezar a decir que hay mano dura contra la corrupción lo tienen crudo. No es más que fachada. Siguen siendo igual de transigentes y siguen siendo más que tibios en sus respuestas ante los corruptos. Si un político cae imputado debería ser inmediatamente expulsado de cualquier tipo de responsabilidad o cargo público, y si yo fuera responsable de algún partido político, también estaría expulsado del mismo desde el minuto uno en que se produzca la imputación. Pero el problema es que todos están de mierda hasta el cuello, y si uno cae y no recibe apoyo de “los suyos” quizá tenga ganas de hablar ante la policía y se desmonte el chiringuito. Los partidos políticos se han convertido en clubes privados donde mandan una serie de capos y o eres como ellos o no pienses en meterte en política porque nunca llegarás a nada. Quizá la solución llegue en el momento en que alguien se meta en un partido fingiendo ser como la panda de rateros que hay dentro y poco a poco vaya subiendo puestos hasta que alcance un cupo importante de poder y sea entonces cuando se quite la máscara, si es que por el camino no ha sido tentado por el diablo, y desmonte todo el chiringuito, eso sí, desde dentro. Si los partidos no se retroalimentaran de su propia mierda y fueran de verdad fueran estructuras abiertas a la participación pública las cosas serías diferentes.

Pero todo esto no son más que ensoñaciones mías. Nada de esto va a pasar ni a corto, ni a medio plazo. Sólo si dentro de unos meses las elecciones municipales suponen un derrumbamiento total del poder bipartidista tradicional de este país las cosas puedan cambiar algo. Por eso, y dejándolo por escrito como prueba, digo aquí que si de aquí a las elecciones no se produce un cambio general de actitud en los partidos políticos, y hablando a nivel personal, sobre todo en el PSOE, con respecto al tratamiento de los sospechosos y señalados con los dedos de la justicia como ladrones, caraduras y sinvergüenzas (y hablo por ejemplo de que el PSOE deje de amparar y dar cobijo bajo sus puestos en el Congreso y el Senado a los expresidentes de la Junta de Andalucía, Chaves y Griñán metidos hasta el cuello en mierda corrupta generada en ese cortijo particular que ha sido Andalucía para el PSOE y que huele a podrido por todos los lados, por mucho que digan los dirigentes socialistas); como digo si no se cambia la actitud votaré a PODEMOS para castigar a toda la panda de sinvergüenzas que sólo saben reírse de los ciudadanos en su propia cara.

Rajoy estará indignado con estos casos de corrupción, Esperanza Aguirre avergonzada de haber confiado en un ladrón y Tomás Gómez desolado por ver que su sucesor es un caradura, pero yo estoy hasta mis mismísimas gónadas reproductoras de toda esta panda de caraduras. Y lo peor es que creo que las cosas van a seguir tal y como están ahora hasta que la ciudadanía no se ponga en serio a reclamar a los políticos, a los que “democráticamente” hemos elegido para que administren nuestras ciudades y comunidades autónomas, seriedad, ética y moral. Hasta que los políticos no sientan en su propia nuca el aliento cabreado de la gente no dejarán de reírse de todos nosotros, hasta que no se encuentren vayan por donde vayan un grupo de personas que les llame lo que son (corruptos, sinvergüenzas, caraduras, ladrones, etc.) no van a reaccionar, hasta que no tengan miedo (en el buen sentido de la palabra, entendido como respeto) de sus electores, es decir todos nosotros, no van a darse cuenta de lo que realmente la ciudadanía piensa y del estado de hartazgo, hastío y aborrecimiento que tienen por ellos. Por esto hay que expresar nuestra indignación; gritar ¡BASTA YA, ESTAMOS HASTA AHÍ MISMO DE TODOS VOSOTROS!, y expresar verdaderamente nuestras ganas de que cambien las cosas.

PS: Me gustaría también recordar a todos esos políticos que de verdad se mueven por sus conciudadanos y que aborrecen estas actitudes de los políticos “mayores” y sienten verdadero asco y desprecio por estos caraduras que por ser sonoros hacen que se generalice.

PS: Si hay algún político, o familiar de alguno, que se haya visto ofendido con cualquiera de los comentarios aquí vertidos, lo siento mucho pero que se jodan, esa era exactamente mi intención. Si no quieren ser insultados, o mejor dichos definidos, que actúen de manera ética.

Caronte.

viernes, 24 de octubre de 2014

Mi amigo con alma de Gran Capitán

El lunes que viene es el cumpleaños de un amigo. Cumple 23, el patito y el culo de lado, y como ya es tradición en los últimos tiempos para celebrarlo organiza mañana sábado una barbacoa en su casa. Vive en un pueblo, por mucho que no quiera oír esta palabra. Esto no es malo, en el fondo si me baso en lo que otro amigo dice, según el cual todo el mundo que viva al sur de Príncipe Pío vive en un pueblo, todos mis amigos de la universidad y yo mismo vivimos en pueblos. Pero el amigo del que hablo vive en un pueblo pueblo, y si no fuera por las barbacoas que organiza de vez en cuando, y que siendo sincero se le dan bastante bien, y porque su casa tiene piscina, aunque ésta sea cubierta y en verano el agua sea caldo de cocido, creo que no le tendría por amigo. En conclusión es amigo mío por conveniencia, me aprovecho de él.

No. Todavía no he aprendido a mentir bien del todo. Todo lo anterior es mentira. Bueno todo no, lo de que es amigo por interés sí es verdad. Ah no, perdón me he vuelto a equivocar. Mi subconsciente no calibra lo que quiere decir. Lo único que es verdad de lo que arriba he dicho es que sus barbacoas son las mejores a las que he asistido; ni el martirio de San Lorenzo las iguala. El resto de lo que he dicho arriba es mentira (cruzo los dedos para que no se desvele nunca la verdad). Bueno también es verdad que hoy es su cumpleaños y por tanto cumpliendo con la palabra que le di hace ya algunos meses le estoy escribiendo este artículo. No trabajo por encargo, que quede claro, y este será el último artículo que haré por petición de nadie. A partir de ahora si escribo de alguien lo haré porque a mí me apetezca (ya sea bien o mal).

Llamo encargo a este artículo que estoy escribiendo, pero quizá debería llamarlo escritura bajo coacción político-militar amenazado con terribles sufrimientos si no cumplo con lo prometido. Con esto no estoy exagerando. Llevo meses presionado por esta persona para que escriba un artículo sobre él. Presiones que ni el depósito de gas más grande y seguro del mundo podría resistir sin sufrir abolladura (primera frikada de ingenieros que meto en el artículo, espero no pasarme demasiado con ellas para nadie piense mal de mí). Cada semana, cada día, cada pocas horas me demandaba la publicación del artículo desde que me lo pidió a finales del curso pasado. Cada vez que lo he visto en clase este curso, o cada vez que este verano he quedado con él para ir al cine me exigía bajo amenazas la publicación de su artículo. Muchas presiones y tensión he tenido que aguantar. He llorado por todos los rincones de la Escuela agobiado por su insistencia. Muchas mañanas he rogado a mi madre que me firmara un justificante para no ir a clase y no tener que cruzarme con él por lo acosado que me sentía. He llegado a pensar en presentar una demanda o una querella, depende del camino que quisiera llevar en los tribunales, si por lo civil o por lo penal (segunda frikada sobre la carrera y en el mismo párrafo: ¡por favor no me encerréis en un sanatorio mental, son cosas de ingenieros, somos unos incomprendidos!).

¡Qué exagerado soy! ¡Cómo me gusta darme el pego! No he sentido nunca nada de lo anterior, o al  menos no por el encargo que me hizo este amigo hace ya unos meses. Sí es verdad que cada dos por tres me recordaba lo del artículo; lo que me ayudaba a recordar a su vez que le había dado mi palabra de que tendría su artículo. Aunque esto no quita para que sí sintiera su pesada insistencia. Pero con presión no suelo trabajar bien, y menos escribir. Cada vez que me decía que cuándo iba a salir su artículo siempre le decía que pronto. Mentía claramente. Pero es que no se puede escribir a la ligera y menos si se hace sobre un amigo. Como me pasó con el artículo que ya escribí sobre otro de mis amigos de la universidad, quizá el más antiguo de los que a día de hoy me quedan, y con el que coseché gran aceptación entre crítica especializada y público, quería escribir un buen artículo y esto no siempre sale bien bajo presión. Sí es cierto que la presión es buena – como cada vez que preguntaba por su artículo me decía mi amigo – y los ingenieros debemos trabajar bajo presión y como dijo una vez el profesor Manterola: “lo mejor es estar en tensión”. Pero no quería lanzarme a escribir sin tenerlo claro, sin haber encontrado la inspiración necesaria para hacerlo.

Yendo al tema que me ocupa hoy he de decir que este amigo, a pesar de que no me ha acosado como un sádico sexual acosaría a Carmen de Mairena, podría haberlo hecho perfectamente. No conozco a otra persona entre los millones de conocidos que tengo repartidos a lo largo y ancho de la geografía mundial, desde Nepal a Perú y desde Alaska a la Isla de Tasmania, que sepa tanto y con tanto detalle sobre temas militares, de espionaje y de historia de la guerra. Nadie. Y en este asunto no exagero ni un ápice. Pero lo mejor de todo esto, no es que algunas veces sea un pesado redomado cuando empieza a hablar de tal o cual batalla de la Segunda Guerra mundial, o de un francotirador muy famoso de EE.UU., sino que cuando habla de todo esto lo hace con entusiasmo, gustándole el tema. Poca gente conozco que sepa tanto de un tema tan amplio y variado y con tantos datos de nombres de armas, batallas, carros de batalla, nombres de militares, soldados y espías. Y esto sí es de admirar, yo lo admiro, y le admiro a él por saberlo tan bien y por amar este tema. Ya podría yo ser en algún tema tan sabio como mi amigo. Pero creo que ni en tres vidas que yo viviera podría nunca entusiasmarme tanto por un tema tan complejo. Si alguna vez tengo alguna duda o pregunta sobre algún asunto militar sé a quién tengo que preguntar. Sinceramente creo que haría buena carrera en el ejército, simplemente por las ganas que le pondría, porque los conocimientos de historia, técnica militar y de espionaje prácticamente se los sabe a la perfección.

Muchas veces bromeando le digo que si alguna vez fuera presidente del Gobierno de España le nombraría Ministro de Defensa. Pero creo que este amigo no se conformaría con un único Ministerio, y ya me ha pedido que le nombre Ministro Absoluto de Defensa e Interior, para poder controlar él solo a las FF.AA. y al Servicio Secreto español. No quiero ni imaginar el peligro que eso supondría, más que nada porque tiene aires de grandeza conquistadora. Sin ir más lejos se cree el nuevo Gran Capitán de los Tercios Españoles, que por cierto pretende restaurar para volver a conquistar lo que un día estuvo bajo domino español. Pero es cierto que si he de comparar a mi amigo con algún gran militar de la historia de la guerra sería con este gran personaje de la época de los Reyes Católicos, ya sea por su conocimiento y pasión por todo lo que tiene que ver con el ejército y los conflictos bélicos o por su gran altura personal que demuestra siendo generoso con todos los que le rodean y nobleza.

Lo bueno de todo esto es que yo nunca seré Presidente del Gobierno de España, ¡y menos mal!, porque si no estaría en obligación de nombrarle Ministro, o al menos encargado en la sombra de los asuntos turbios del Estado que creo que en el fondo sería lo que más le gustaría: poder tener el control en la sombra sabiendo los secretos más ocultos de todos y lavando los trapos más malolientes de las cloacas del Estado. Para chincharle a veces le digo que le nombraría Ministro de Defensa encargándole que disolviera el Ejército, pero él me amenaza con un Golpe de Estado. Lo dicho, menos mal que no aspiro a ser político, o al  menos no a ser Presidente del Gobierno.

Pero, no sólo es la guerra lo que más pone a mi Ministro de Trapos Sucios, apodo que a partir de este momento usaré en el artículo para designar a mi amigo más peligroso y letal (un Bruce Willis a la española, sin ese atractivo que le daría ser americano). Su otro gran campo de actuación son las nuevas tecnologías. ¿Qué sería de mi Ministro sin su tableta electrónica? Estaría perdido en un mar de asilamiento durante las clases de la universidad. No podría haber salvado el sopor insoportable que las muy interesantes clases de Obras Hidráulica o de Geotecnia suelen producir en todos nosotros. Habría caído en dulces sueños dando serenas cabezadas en los más que cómodos asientos de chapa gris de las aulas de nuestra querida Escuela…Bueno en realidad aunque tenía “tablet” muchas veces sí ha sucumbido y a terminado cayendo en los brazos de Morfeo inducido muy probablemente a ello por los insoportables sermones que algunos profesores soltaban desde la tarima o por la supina incompetencia de otros que ostentan el título de catedrático o incluso de director. Muchas veces mis compañeros de universidad y yo hemos visto a mi futurible Ministro serenamente dormido en clase, con la cabeza bien recta, la boca cerrada porque si no entran moscas y los brazos cruzados cual estatua divina. También es cierto que en otras muchas ocasiones su tableta ha entretenido a toda la fila que estábamos juntos sentados, y nos ha ayudado a sobrellevar mejor alguna que otra asignatura (eso sí con vídeos completamente estrafalarios y difíciles de clasificar en una categoría concreta). Luego mi amigo también podría considerarse como: ese ser humano a una tableta electrónica pegado, parafraseando a Francisco de Quevedo.

Pero volvamos a las barbacoas de las que suele ser anfitrión. Esas barbacoas en las que la grasa predomina sobre cualquier otro alimento sano. Poco verde se ve en los platos de panceta, costillares, salchichas, brochetas, chorizos y morcillas. Bueno ahora que lo pienso en la última barbacoa que hizo en su casa hubo ensalada, supongo que para enmascarar en cierto modo todo el colesterol que el resto de verdaderos manjares contienen. En esas barbacoas nos reunimos casi todos los personajes que compartimos todos los días en la Escuela, incluso más gente si se precia, alejados del ambiente corrosivo (tercera frikada caminera, a la siguiente me encerráis por favor) que se respira allí; al menos durante unas cuantas horas podemos estar como buenos hermanos compartiendo vino y pan en fraternidad (¡qué religioso me ha quedado esto último!). En estas barbacoa también vuelan las cervezas, las coca-colas, y al final también si se tercia los chupitos de tequila. Yo por mi parte no paso de la fanta.

Es curioso pero mi futuro Ministro de Asuntos Turbios dice que va al gimnasio, y que lo lleva haciendo un par de años ya, pero la verdad es que no ha cambiado su fisionomía desde entonces. Bueno. Vale. Sí ha cambiado un poquito, pero lo que gana en el gimnasio lo pierde en esas barbacoas excesivas y tan exquisitas. ¿¡Pero qué sería de nosotros sin esas barbacoas!? No seríamos nadie, meros mindundis vagando por el mundo sin destino prefijado. Sólo la crême de la crême asiste a esas barbacoas – tengo entendido que una vez Gadafi, Sadam y Castro estuvieron presentes en una de ellas, rodeados de espías de la CIA y del Mossad israelí, compartiendo amigablemente conversaciones y chistes malos sobre George Bush padre.

No puedo dejar de nombrar en este artículo la lavadora de mi futurible ministro, su BMW rojo. Lo llamo lavadora porque le pica que lo hagamos. Yo no entiendo de coches así que probablemente lo que yo diga sobre ellos puede perfectamente obviarse, incluso que llame yo a un BMW (o su speedy como a mi amigo le gusta llamar a su coche) lavadora puede ser hasta un piropo. No puedo criticar yo su coche teniendo en cuenta que he montado muchas veces en el mismo, incluso para hacer uno de los mejores viajes que he hecho en los últimos años cuyo destino fue los Pirineos. He de decir que si no le nombro nunca Ministro de Trastienda Política podría dedicarse a ser chófer, porque conducir sí se puede decir que se le da bien.

Por el contrario una cosa que no se le da bien últimamente es el picante. Siempre se las había dado de duro en este tema diciendo que él aguantaba cualquier tipo de comida picante, que no tenía ningún problema en tomar tabasco con una hamburguesa o con lo que se terciara de por medio. Hasta que un día según tengo entendido, aceptando un reto de otro amigo en común, terminó por echar alguna que otra lagrimilla por causa del picante. A partir de ese día ya no ha vuelto a hacer gala de su aguante texano al picante, y mucho menos a aceptar un reto de nuestro querido amigo en común. Las salsas picantes quizá no sean lo suyo, pero la salsa barbacoa sí, y la usa para todo tipo de carne pegue o no la sala con ella, sin saber que mata el sabor con ella es una pena que no tenga más horizonte culinario que dicha salsa que por su puesto pondrá en la barbacoa.

Dejando a un lado las bromas y los chites, así como los chismorreos y rumores que afirman que en realidad no va ningún día al gimnasio, ni lo ha hecho nunca en estos últimos años, si no que va a la heladería Los Alpes de la que se ha convertido en el máximo socio inversionista y principal cliente de temporada, quiero decir que este amigo por muy duro que parezca y quiera hacerse ver, en el fondo es muy buena persona. Quizá no tan buena persona como yo, porque eso es muy complicado (desde Gandhi nadie ha sido tan altruista como un servidor). O quizá tampoco como para llegar a merecer el Nobel de la Paz, premio que desde que lo consiguió Barak Obama ha perdido todo prestigio internacional. Pero para mí sí que es buena persona y además, vuelvo a decir, noble, característica esta última que no todo el mundo ostenta. Yo mismo no soy ni de lejos tan buena persona y tan noble como mi futurible Ministro de Cloacas Estatales, ya me gustaría.

Tan noble es que a veces incluso me siento avergonzado y abrumado; sin ir más lejos el año pasado me regaló un libro (“El príncipe” de Nicolás Maquiavelo) sin yo merecerlo lo más mínimo, sólo por hacer lo que un amigo debe hacer por otro siempre que pueda, como es ayudarle con un trabajo que tuvimos que hacer el año pasado en Navidad con el que se vio (como yo mismo me vi también) algo justo de tiempo. Sería buen Ministro de España, aunque sus aires conquistadores a veces me hagan pensar que podría estar ante un nuevo Conde-Duque de Olivares, o un Hernán Cortés del s. XXI. Sin embargo como muchas veces él mismo dice, le pegaría más ser el Gran Capitán, tanto por sus conocimientos militares como por su valía personal y su gran nobleza en todos los ámbitos. Si hubiera más personas como este amigo, o como del que ya escribí hace tiempo, quizá las cosas irían de manera muy diferente, y podría escribir más a menudo de manera más distendida de lo habitual.

Poco más puedo añadir a lo ya escrito. Creo que no falta nada por decir: ni bueno, que no es que haya mucho que decir, ni malo, que algunas cosas me tengo que callar para que esta amistad basada en sus invitaciones a barbacoas no acabe hoy (es broma, no hay nada malo que pueda decir). Bueno sí lo último que tengo que hacer es agradecerle que sea una de las dos únicas personas que me acompañan de vez en cuando al cine a ver alguna película: menos de las que me gustaría porque no siempre mis gustos coinciden con los suyos o porque las películas que él me propone se pasan un poco de violentas y bélicas, pero muchas más de las que pensaba iba a ir a ver con él de antemano. Lo dicho gracias. Y casi se me olvidaba, aunque faltan un par de días aprovecho ya para desearte ¡Feliz Cumpleaños!, y espero que la barbacoa de mañana sea como siempre: excelente, quizá más que las anteriores, pero no por la comida, sino porque la organizas tú que tan buen anfitrión eres. Y espero también poder acudir muchas veces más a alguna de tus barbacoas. (Al final no he dicho más frikadas de la universidad, por esta vez me libro de la horca).

Caronte.

domingo, 19 de octubre de 2014

Chapuzón muniqués con percance (Parte II)

Ya estábamos allí. El Englischer Garten es uno de los espacios verdes urbanos más impresionantes y grandes del mundo, y es imposible abarcarlo entero en una visita a Múnich, sólo si se vive allí durante una temporada larga es posible que uno termine descubriendo todos sus rincones. Pero de todos estos rincones probablemente el más famoso para locales y turistas es la zona de surf que los americanos construyeron en un canal del río principal de Múnich que atraviesa el Englischer de sur a norte. Tras la Segunda Guerra Mundial la ciudad de Múnich quedó en la zona bajo mando americano, de canadienses y estadounidenses, más concretamente por soldados californianos que echaban de menos su tierra cálida natal. Por esta razón y para hacer su estancia en las frías tierras bávaras decidieron hacer una ola artificial en el citado canal para poder practicar su pasatiempo favorito y acordarse de su tierra natal. Y así nació la más famosa ola surfera de Alemania, y uno de los atractivos más famosos de Múnich en la época estival.


Desde que Ángel comentó lo de la ola de surf y lo de ir al río/canal donde está para darnos un chapuzón, tanto Alex como Juan Carlos sólo tenían en la cabeza, en el hueco que les dejaba su drogadicción por los coches, el ir al río a bañarse. ¡En qué hora Ángel comentaría lo del río! Pero no me puedo quejar porque yo, previendo lo del río eché en mi equipaje un bañador y una toalla de playa (la sensación que tenía haciendo la maleta en Madrid al echar semejantes bártulos para un viaje a Centroeuropa era todo un poema). En mi subconsciente había ciertas ganas de meterme en el río, aunque la parte más racional de mi persona, es decir prácticamente el 90% de mí mismo, me decía que no era buena idea meterse en el río, que era mejor conocer Múnich mejor, sus monumentos y museos. Pero en un  viaje compartido hay que hacer muchas cosas muy variadas, y aquella tarde tocaba tirarse a un río.

Cuando llegamos al lugar del crimen, el río, había multitud de gente viendo a unos pirados hacer surf con trajes de neopreno, porque el agua estaba más bien fresquita, y otra multitud tumbada en el césped. Gente de todas las edades, principalmente jóvenes, aprovechan los días de calor que la meteorología de Múnich les regala para despelotarse (entiéndase por despelotarse el quedarse en bañador o bikini para tomar el sol o sentarse al borde del río para mojarse los pies y paliar así el calor). Como buenos domingueros españoles que en trances calurosos estamos más que entrenados colocamos nuestro puesto de mando en una zona de césped planita donde dejamos la bici y mochilas de turistas y empezamos a despelotarnos también. Esta operación no resultó para nada fácil, téngase en cuenta que para ponernos el bañador sin que ninguna alema quedara anonadada por la dotación española y comprobara que el pepino español es mil veces mejor que la salchicha alemana, tuvimos que hacer malabares poniéndonos las toallas a la cintura y quitándonos poco a poco pantalón y calzoncillos, para posteriormente ponernos el bañador. Pero se consiguió y pasamos de ser los típicos turistas a convertirnos en bañistas de río. Yo me puse el bañador para no desentonar, pero no tenía intención de meterme en el río.

Si soy sincero me daba algo de miedo meterme en el río después de que Ángel nos contara que tenía bastante corriente, que había que evitar un desvío que se producía río debajo de donde estábamos nosotros y que si cogíamos la rama equivocada del río podíamos acabar descalabrados contra las rocas después de una cascada, y que para salir del río había que agarrarse a un cable tendido entre ambas orillas y venciendo la fuerte corriente del río moverse hacia una de las orillas donde había una barandilla metálica que conducía a unas escaleras de hormigón que permitían salir del río. ¡Vamos un río normal como cualquier otro y tranquilo como una balsa de aceite! Pero no sólo tenía cierto miedo a que nada saliera como tenía que salir y que yo no fuera capaz de hacerlo, también tenía algo de respeto a la temperatura del agua que había comprobado no era muy tibia. Como no podíamos tirarnos al río los cuatro a la vez ya que alguien tenía que cuidar las cosas que llevábamos, la bici, las mochilas, la ropa y la cámara de fotos, en una primera ronda se sumergieron en el río Ángel, Alex y Juan Carlos, todos con unas pintas horribles con un moreno albañil que daba hasta pena mirar. Hay fotos que atestiguan el chapuzón en esta primera ronda. Yo me quedé con las cosas viendo como mis compañeros u amigos seguían río abajo llevados por la corriente. La verdad es que tardaron bastante tiempo en volver andando. Yo pensaba que el trayecto en el río no era tan largo y que sólo iban a tardar nos minutos en volver, pero al final fueron algunos más. Durante ese tiempo que estuve solo me empecé a dar cuenta que al final me iba a tirar yo también al río por mucho que mi cabeza me dijera que no. Supongo que mi lado aventurero, la parte de mí que dice que hay que vivir experiencias de todo tipo para que el día que sea alguien respetable y honorable pueda contar este tipo de anécdotas disparatadas. Sabía que me iba a tirar y a pesar de hacerme el reticente en el fondo ya había tomado la decisión de zambullirme en el río con todas las consecuencias.

Cuando volvieron mis amigos llegó la hora de la verdad y tras unas cuantas insistencias por su parte al final acepté en meterme en el río. Una vez me explicaron cómo era el camino por el agua y cómo era la salida del río, ya estábamos preparados para volvernos a meter en el agua. Esta vez se quedó en tierra, siendo el más listo de todos, Ángel; y Ángel fue quien sacó las únicas fotos que atestiguan la insensatez que aquella tarde de julio hice. Insensatez memorable que siempre podré contar en un futuro a quien me quiera escuchar. Lo mejor en estos casos es no pensar lo que se está haciendo. Y eso hice. No pensé. Me acerqué al borde del río/canal y una vez allí tras respirar hondo para coger aire salté. Dije antes que el agua estaba fría, pues me quedé corto. Fría no es el calificativo que debo darle a la temperatura del agua del río, más bien estaba gélida. Al zambullirme en el agua prácticamente toqué el fondo fangoso del río, pero no lo volví a hacer más porque para evitar tocar con los pies el fondo y sentir esa especie de asco por el barro que había preferí ir con las piernas encogidas como podía. El agua estaba tan fría que por unos segundos me quedé sin respiración, y cuando salí de nuevo a la superficie después de tirarme lo único que me vino a la boca fue una bocanada de aire y un ¡aaaaaaaaahhhhhh! Durante unos metros la respiración fue muy rápida porque el agua quemaba de lo fría que estaba, todas las extremidades de mi cuerpo quedaron entumecidas por el frío sobre todo los dedos tanto de pies como de manos. Estaba tan fría el agua que muy probablemente no se me hubiera reconocido el sexo si se me hubiera hecho un examen médico.

Una vez dentro del río lo único que quería es que pasara todo lo más rápido posible para salir del agua. Iba el primero de los tres delante tanto de Alex como de Juan Carlos, pero decidí pararme un poco para que ellos me alcanzaran y no ir tan en solitario, básicamente por si pasaba algo. Pasamos el desvío del río con facilidad, la verdad es que Ángel lo pintó mucho más negro de lo que era. Tras el desvío pasamos por debajo un puente desde el cual varias personas nos miraban como pensando “pobres locos, no saben lo que hacen”, algunas incluso nos tiraban fotos, algo normal ya que mi cuerpo hercúleo y apolíneo está hecho para el pecado, aunque el moreno albañil tampoco hay quien me lo quite de encima. Tras ese primer puente llegó una zona más calmada en la que simplemente con dejarse llevar se avanzaba a buena velocidad. El frío seguía igual de intenso pero al menos la sensación inicial había pasado. Sin embargo todavía quedaba un último esfuerzo y un último punto delicado, como era el cable de salida. La verdad es que yo me esperaba un cable fino, casi un alambre, pero lo cierto es que era un buen trozo de cable de un grosos considerable. El único problema es que como de lejos no veo bien casi me lo paso, estuve a punto de no atraparlo bien. Para evitar que fuera yo el primero en salir y poder ver cómo se salía, fue Juan Carlos el que primero se agarró al cable, luego fui yo y por último Alex.

En este momento es cuando la corriente más se notaba, a pesar de eso gracias a mi fuerza titánica pude avanzar por el cable y agarrarme a la barandilla. El paso del cable a la barandilla fue el más complicado porque uno podía perder fácilmente la sujeción, por suerte poco a poco fui avanzando por la barandilla sin problema hasta que en un momento se me soltó una mano y al volverme a agarrar a la misma me raspé con la gruesa y áspera pared de hormigón que hacía las veces de zona de salida del río. Comento aquí la insolidaridad de una serie de personas que estaban sentadas en la zona de salida del río viendo como los que se atrevían a tirarse aguas arriba intentaban salir por ahí; estas personas sentadas al borde estorbaban mucho la salida con sus pies y lo peor de todo es que no hacía nada por no estorbar, ojalá un día se atrevan a tirarse y se equivoquen de ramal del río y se vayan por la cascada y mueran entre terribles sufrimientos con la cabeza abierta contra una piedra.


Una vez fuera del río la odisea no había acabado, quedaba la vuelta a la zona de zambullida donde nos esperaba Ángel. Y la verdad es que no sé que fue peor, si la experiencia dentro del agua o la vuelta descalzo por caminos de grava, arena y piedrecillas que se clavaban en la planta de los pies haciendo que tuviera que ir andando como Chiquito de la Calzada. Hubiera estado graciosos que alguien nos hubiera grabado de vuelta con ese andar de sálvese quien pueda, la gente nos miraba raro cuando nos veía pasar a su lado. Yo si podía me metía por la hierba para evitar los caminos de piedras, aunque no siempre era posible. Cuando volvimos donde Ángel nos esperaba este estaba sentado en su toalla mirando el infinito y nada más vernos nos preguntó qué tal, a lo que los cachondos de mis otros dos compañeros de viaje fluvial solo supieron contestas contándole mi “¡aaaaaaahhhhhhh!” inicial. Desde aquella tarde cada vez que vuelvo a ver a Alex y a Juan Carlos juntos me saludan imitando ese “¡aaaaaaaaahhhhhhh!” ahogado que proferí cuando me metí en el río.

Todavía se quedaron con ganas de meterse otra vez en el río, pero yo ya decidí que había tenido suficiente aventura por el momento. Además el rasguño que me había hecho en la muñeca izquierda al salir del río, y que todavía a día de hoy se me marca un poco, se estaba empezando a poner un poco rojo y algo hinchado, aunque aparentemente no era nada. Ellos se volvieron a meter en el agua, y hubieran estado así toda la tarde como crío de teta, mientras que yo me puse a secarme y a vestirme de nuevo con ropa de turista perdido por Múnich. Tampoco en la operación de vestirme de nuevo deje que nada se me viera, aunque había un par de muchachas que no me quitaban ojo. Una vez volvieron mis amigos de su tercera vuelta por el río, se vistieron de nuevo y emprendimos de nuevo nuestro paseo por el Englischer Garten.

Antes de abandonar el Jardín Inglés nos dirigimos hasta un templete de aire griego desde el cual se dominaba una amplia extensión de césped de un verde tan intenso que llegaba a cegar. Esa gran pradera esmeralda estaba llena de chavales jugando al fútbol, perros corriendo tras un frisbie tirado por sus dueños, parejas tumbadas descansando y disfrutando de su amor y nosotros que la atravesamos para llegar al templete. A medida que nos acercábamos al templete se empezaba a oír una música relajante y unas voces que acompañaban armónicamente a dicha música. Y es que dentro de ese templete había un grupo de personas cantando, bailando, tocando instrumentos musicales y ondeando una gran bandera púrpura al cielo. Todo esto volvió a encogerme el corazón y a ponerme un gran nudo en la garganta que hizo que se me saltaran las lágrimas, aunque mis amigos no lo vieran porque no quise que lo hicieran. Nunca antes había sentido esa paz interior, esa felicidad momentánea que llenaba todos y cada uno de los rincones de mi corazón. No puedo explicar exactamente lo que sentí en aquellos minutos es que estuvimos allí parados sin decir nada ninguno. No se puede expresar con palabras ya sean habladas o escritas ese tipo de sensaciones que sólo quienes las viven puede imaginarlas y comprenderlas. Allí arriba escuchando esa música y oyendo esas voces cantar, viendo como de repente el sol salía por un hueco que las nubes habían dejado llenándolo todo de vida, contemplando en la lejanía el perfil de la ciudad de Múnich, sólo allí arriba durante unos minutos pude sentir qué era la felicidad. Sólo por esos momentos aquello hubiera merecido la pena.


Después de salir del trance en el que estoy seguro podríamos haber estado todo lo que quedaba de día, pusimos ya rumbo hasta la salida del Englischer. Pero antes de salir del todo pasamos simplemente para echar la foto de rigor a la pagoda china que hace las veces de biergarten, o jardín de la cerveza más famoso entre turistas. Tras esa parada turística de rigor salimos del Englischer Garten y cogimos el metro que nos devolvió después de un día más que intenso a la residencia de Ángel que usábamos como cuartel general de nuestra estancia en la capital bávara. Así acababa nuestro primer día completo en Múnich, tras haber hecho, visto, visitado y vivido mucho más de lo que hubiéramos pensado aquella mañana cuando nos levantamos. Es una pena que los días vuelen cuando uno los disfruta, y lo que en realidad son muchas horas cuando uno las recuerda como hago yo ahora parezca apenas unos minutos. Si el tiempo se pudiera parar, estoy seguro que los cuatro que estuvimos aquel día dando vueltas por Múnich lo hubiéramos hecho en algún momento de aquel primer día completo. Yo lo hubiera parado en el templete griego del Englischer sin lugar a dudas. Es una pena que el tiempo pueda llegar a borra en algún momento todos los recuerdos y sentimientos que experimentamos aquel día; al menos a mí me queda todavía, aunque apenas visible ya, la marca del raspón que me hice al salir del río tras mi chapuzón. Marca en mi carne que me permite recordar aquellas horas como si fueran ayer.

Caronte.

Chapuzón muniqués con percance (Parte I)

Aquel fue nuestro primer día completo en Múnich y como el viaje hasta llegar allí había sido de todo menos relajado y descansado, esa primera mañana en la capital de la cerveza alemana nos costó bastante levantarnos y más teniendo en cuenta que la noche anterior cuando llegamos a Múnich ya con el sol puesto tras el horizonte, nuestro queridísimo anfitrión en la capital bávara nos tenía reservada una sorpresa de la que algún días nos vengaremos debidamente. A pesar de que el día que llegamos a Múnich habíamos amanecido en Heidelberg, y habíamos visitado y dejado tras nosotros los pueblos de Dinkelsbühl, Rothenburg od der Tauber y la ciudad de Núremberg, y además habíamos sufrido algún que otro atasco a la llegada a Múnich, nuestro más apreciado amigo de Erasmus (en mi caso mi único amigo de Erasmus) nos recibió habiendo concertado una cena con sus amigos españoles en Múnich en su residencia en la que íbamos a ser nosotros los que tendríamos que cocinas. Vamos lo mejor para acabar un día en el que apenas habíamos hecho nada. Y todo esto después de haber pasado un día más caluroso que muchos en Granada y tras haber sudado lo que no está escrito, tanto que nuestra ropa podría haber alimentado a toda una colonia de pájaros durante meses de la mierda que llevábamos encima.

Pero bueno un viaje de las características del que estábamos haciendo no suele repetirse muchas veces en la vida. Había que aprovechar el momento. Aunque lo de la cena a traición algún día lo pagará incrementado con intereses nuestro amigo. Como nuestro amigo Ángel tenía que estudiar para un examen las mañanas las aprovechaba para ello, mientras que las tardes las pasaba con nosotros. Aquel primer día Juan Carlos, Alex y yo decidimos ir al centro de Múnich para hacer un tour guiado gratuito por la ciudad. Casi llegamos tarde al punto de encuentro donde comienza la visita guiada por la ciudad, pero no se nos podía pedir más celeridad después del día anterior y del cansancio acumulado. Eso sí Juan Carlos hasta que no llegamos a la plaza y vio que aunque muy justos habíamos llegado al empiece del tour no dejó de torcer el hocico y estar de malhumor.

El grupo que había alrededor de la guía del tour, una argentina o uruguaya por el acento que tenía, era bastante numeroso y heterogéneo con gente de todas las edades, grupos de amigos y amigas, gente sola, parejas jóvenes y más mayores, familias, etc. Llegamos un par de minutos tarde, pero no nos perdimos nada de lo que se dijo, aunque la verdad con el calor que hacía – más bien bochorno infernal – lo que más me preocupaba a mí no eran las explicaciones sobre la plaza del Ayuntamiento, ni los datos sobre el edificio nuevo o el viejo, sino intentar esconderme del sol buscando alguna sombra. Pero las sombras escaseaban en esa plaza.

La plaza del Ayuntamiento de Múnich es el epicentro de la vida en la capital bávara, y aquel día además estaban montando un escenario para una fiesta gay, luego había mucho ajetreo de operario montando escenarios, alumbrado y mesas de sonido para el concierto que habría por la noche. En países centroeuropeos debido al mal tiempo que sufren en invierno durante muchos meses, es en verano cuando la vida vuelve a tomar las calles y todo el ajetreo que ha estado dormido durante los meses fríos despierta en una explosión de sonidos y actividad frenética en la época estival. Esperamos resguardados bajo los soportales del nuevo Ayuntamiento, un imponente edificio neogótico que me recordó bastante al Ayuntamiento de Bruselas, hasta que llegó el momento de que el reloj empezara a tocar su tradicional música al son de la cual una figuritas empezaron a pasar por delante del mismo contando una historia, que creo recordar era interesante pero de la que no me acuerdo porque el calor me estaba matando.

Tras contemplar ese espectáculo turístico, rodeados de grupos de turistas de todas las nacionalidades y edades, el tour por la ciudad siguió adelante según lo previsto. Nuestra segunda parada fue la plaza de la Catedral. En este caso sí pudimos estar resguardados del sol en la sombra que daban unos árboles. La plaza de la catedral es un coqueto espacio no muy grande rodeado de bares y cervecerías con sus terrazas. Como he dicho en invierno en Múnich no hay quien esté por la calle por el frío que hace y la nieve que cubre las plazas y aceras de la ciudad, por eso no se puede trabajar a la intemperie durante muchos meses al año; esta es una de las razones por las que una de las impresionantemente altas torres de la Catedral de Múnich estaba cubierta por un andamiaje que desmerecía su belleza y que me fastidió cualquier intento de hacer una fotografía digna del edificio. La historia de la Catedral también era interesante pero sólo recuerdo la parte de leyenda de la misma, en la que el diablo cobra especial importancia, y que pone algo de gracia en los sosos corazones de los muniqueses.

Después de conocer la historia del Ayuntamiento y de la Catedral, entramos de lleno en la historia más reciente y oscura de Alemania, la historia que tiene que ver con el nazismo. Así visitamos varios lugares llenos de simbolismo e historia, como la Residencia, la Plaza del Odeon, o una calle que usaban los judíos que no querían inclinarse y saludar con respeto ante una placa donde aparecían los nombres de los integrantes del Punch de Múnich. La verdad es que pasar por todos esos lugares que tan tristes recuerdos traen a la mente de los europeos hace que el corazón parezca encoger recordando ese pasado no tan lejano que deberíamos tener más presente para evitar que el odio racial vuelva a prender en la sociedad. También en esta parte algo más seria del tour turístico cumplimentamos unas de las tradiciones turísticas por excelencia como es tocar los leones que presiden las dos entradas principales a la Residencia, o Palacio Real de Múnich. Son en total cuatro leones de los que dice la tradición que da suerte tocarlos, pero no todos, ya que si se tocan a la vez los cuatro se corre el riesgo de pecar de avaricioso y que todos los males de la tierra habidos y por haber caigan concentrados sobre el incauto pecador ávido de riquezas y sueños de grandeza. Yo toqué sólo dos de los leones, lo que se supone que me garantizaría volver a Múnich alguna vez en mi vida y buena suerte también en el amor (lo primero no lo veo improbable, lo segundo es equiparable a que un atlético sueñe con ganar la Champions algún día).

Tras la parte más negra de la historia de Alemania y de Europa, el tour siguió por la Plaza de la Ópera donde la guía nos contó un poco de la historia de Baviera y de sus reyes, así como cuál fue el hecho que hizo que se originara la fiesta de la cerveza más famosa del mundo: la Oktoberfest. En esta parte del tour sí que aprendí bastante y me resultó muy interesante todo lo que nos contó la guía, aunque yo ya estaba bastante asqueado del calor que hacía, tanto que el cielo estaba empezando a nublarse por el bochorno que hacía. Antes de acabar pasamos por primera vez por la cervecería más famosa de Múnich, uno de los lugares que más me gustó de la capital bávara y que sin duda siempre recordaré tanto por la historia que atesora como por la carga de tradición que tiene, como fue el Hofbrau, la cervecería estatal de Baviera. El Tour por Múnich acabó en la plaza del mercado cerca de donde habíamos empezado hacía un par de horas. La mañana ya estaba echada y ahora nos tocaba ir en busca de Ángel que ya debería estar más que cansado de estar en la biblioteca.

Como no sabía muy bien dónde estaba exactamente la biblioteca de Múnich, aunque sí cuál era la calle, hacia allí nos encaminamos, siempre que no hubiera ningún coche bueno y caro aparcado en alguna calle por la que pasáramos porque si esto pasaba la marcha de ralentizaba para que Alex y Juan Carlos se pararan a mirarlo de cerca, como si de una tía buena se tratara. No sería la primera vez que se parasen para ver un coche pasar, o para oír su motor e intentar averiguar que marca y modelo eran, o qué tipo de motor llevaba. A mí como que me daba igual, considero que el mundo de los coches es tan interesante como el de los anfibios de río en Sudamérica. No hizo falta encontrar claramente la biblioteca porque Ángel apareció casi de la nada en la acera de enfrente a la que nosotros llevábamos y así se produjo nuestro primer encuentro en lo que era su nuevo mundo: Múnich.

La comida la hicimos en un restaurante de ensaladas que frecuentaban a menudo los amigos españoles de Ángel. En dicho restaurante nos encontramos también con parte de las personas para las que habíamos cocinado la cena la noche anterior, pero también había nuevas caras. No se comió mal, aunque para ser mi primera comida en Múnich se me quedó un poco corta y escasamente típica, pero ya habría oportunidades para remediar esto. Una vez comimos en la calle, como si estuviéramos en cualquier ciudad grande de España, se decidió ir a tomar un helado a una heladería muy famosa entre los universitarios de Múnich, que además estaba muy cerca de la Biblioteca Estatal, donde muchos estudiantes como Ángel pasan horas y horas intentando sacarse sus carreras. La heladería estaba muy chula y los helado deliciosos, mucho más buenos de lo que me hubiera imaginado de antemano, si he de ser sincero estaban mejores que muchos helados de heladerías de Madrid, y esto teniendo en cuenta que Múnich a primera vista no parece una ciudad donde los helado fueran a tener mucho éxito. El calor que estaba haciendo ayudaba a que los helados sintieran bien.

El cielo ya estaba casi completamente cubierto por nubes grises bastante feas que amenazaban lluvia. La verdad es que yo estaba deseando que cayera un buen chaparrón para que el tiempo cambiara un poco. Cada vez que pedía que lloviera mis compañeros de viaje Alex y Juan Carlos se enfadaban conmigo por eso, pero por mucho que digan un viaje como es que estábamos haciendo se ve mejor con menos calor y sol; yo al menos prefiero nubes y algún que otro chaparrón que refresque el ambiente, como debe ser en Centroeuropa, al calor que estábamos viviendo y a los días soleados que habíamos tenido desde que salimos de Madrid, y me da igual lo que pensaran mis amigos, esta es la verdad aunque como todas las verdades no guste.

El plan principal para la tarde era ir al Englischer Garten (Jardín Inglés) a darse un chapuzón en el río. Para ser sinceros la idea no me resultaba demasiado atractiva, es más intenté por todos los medios que no fuera así. Parecía que me iba a salir con la mía ayudado por el tiempo y las negras nubes que poco a poco se fueron cerniendo sobre Múnich y que anunciaban una tarde pasada por agua. Pero no voy a adelantar acontecimientos. Antes de decidir si al final íbamos o no al parque a darnos ese chapuzón con el que mis compañeros de viaje llevaban soñando desde que empezamos aquella aventura, dimos otra vuelta por Múnich esta vez acompañados por Ángel. Tras recoger sus cosas de la biblioteca y la bicicleta que tenía aparcada en la puerta de la misma nos dirigimos hacia la Plaza del Odeon de nuevo, donde también se estaba celebrando una fiesta con música, comida y cerveza. Fue allí donde el cielo rompió a llover de manera más o menos violenta. Por suerte la Iglesia siempre acoge a sus fieles y nos pudimos cobijar dentro de una de las iglesias más deslumbrante que he visitado, la Iglesia de los Teatinos, con su famosa fachada amarilla que para variar estaba totalmente cubierta por un andamiaje que impedía contemplarla en todo su esplendor. Dentro de esta iglesia estuvimos un rato hasta que creímos que la lluvia había parado un poco pero nos equivocamos de todas todas y a los pocos metros de salir de la iglesia nos tuvimos que resguardar en una galería comercial. Allí, un poco mojados, esperamos hasta que ahora sí parecía que había empezado a llover con menos fuerza.

Así fue, la lluvia dejó de caer y nos permitió seguir dando un paseo por Múnich y descubriendo que en domingo (que era el día en que todo esto pasó) no trabaja nadie más que la hostelería. Ejemplo que muchas ciudades españolas, y en concreto Madrid deberían empezar a seguir en vez de hacer todo lo contrario. Poco a poco parecía que el cielo empezaba a abrir y las nubes empezaban a retirarse paulatinamente. Decidimos dirigirnos de nuevo a la Plaza del Ayuntamiento y una vez allí decidimos subir a la torre de la Iglesia de San Pedro, la más antigua del centro de la ciudad, para tener una panorámica mucho más diferente de la ciudad. El problema es que la torre no es bajita y además hay que subir andando, al contrario que pasa con la torre del Ayuntamiento Nuevo que tiene un ascensor que sube hasta la parte más alta y desde donde, estoy seguro, también hubiera habido unas vistas impresionantes sin tener que hacer esfuerzo alguno. Pero lo bueno siempre cuesta, o eso es lo que dicen los que saben. Yo voté por subir a la torre del Ayuntamiento pero el resto de mis compañeros de viaje, aconsejados por el sabio consejo de Ángel, y quizá para hacerme sufrir un poco más, decidieron que sería a la torre de San Pedro a la que subiríamos.

La subida a la torre me recordó a mis años mozos cuando visité Londres y París por primera vez, cuando subía a toda estructura que lo permitiera para admirar aquéllas ciudades desde puntos de vista diferentes. Las escaleras de la torre de San Pedro me recordaron a las del Monument de Londres, y a las del Arco del Triunfo de París, incluso a las de Nôtre Dame. La verdad es que luego no fue para tanto, y mis quejas no tenían fundamento alguno. Me costó subir, como es normal, pero subí, y una vez arriba pude contemplar Múnich como lo suelen hacer los pájaros: a bastantes metros sobre el suelo. Desde aquella altura se veía toda la ciudad: desde la residencia de Ángel, hasta el Parque Olímpico, pasando por el recinto de la Oktoberfest, e incluso a lo lejos y algo difuminados por las nubes que aquella tarde reinaban en el cielo, los Alpes. Allí arriba todo cobrara una dimensión diferente, y la verdad es que me emocioné. Me emocioné no por haber subido todas esas escaleras hasta lo más alto, ni por la visión impresionante de poder que tenía desde allí arriba. Me emocioné por estar allí simplemente con amigos, haciendo turismo, visitando una ciudad y a un amigo que estaba allí estudiando; me emocioné por estar haciendo algo que ya pensaba no iba a poder hacer nunca o no disfrutarlo lo suficiente como era estar de viaje de vacaciones con amigos y compañeros. Hubiera prolongado el estar allí arriba mirando con superioridad al mundo y disfrutando del momento muchas horas, sin hacer nada, pero los cabezones de mis compañeros de aventura seguían teniendo en la cabeza ir al Englischer Garten a meterse en el río.

Caronte

sábado, 18 de octubre de 2014

Solo entre reyes

Algo va mal dentro de mí cuando haciendo algo que siempre me ha gustado hacer y siempre he deseado hacer en cualquier momento no lo termino de disfrutar. Sé qué es lo que va mal, aunque por no herir a mis seres queridos me lo quede para mí mismo y no lo diga. También sé que lo que va mal sólo lo puedo cambiar yo y que si no lo hago es porque tengo miedo a lo que ese cambio pueda provocar cuando se produzca. Tengo que encontrar rápido una solución para que esto no me siga pasando, para poder volver a disfrutar de todo como la hacía antes, aunque probablemente para poder volver a disfrutar todo como antes tenga que cambiar todo lo que ahora soy y tengo. Sé que todo tiene que ser diferente para que todo vuelva a ser como una vez fue. Sólo me queda lo más difícil: que ese cambio se produzca.

Llevaba unos diez años sin ir e visitar el Monasterio de El Escorial. La última vez que estuve, que también fue la primera, lo hice con mis padres en pleno mes de diciembre con las cumbres del Monte Abantos cubiertas ligeramente de nieve. Diez años son muchos años pero todo estaba tal y como lo recordaba. Y es extraño porque cada vez que he visitado una ciudad o un gran monumento por segunda vez siempre he descubierto detalles y aspectos que en la primera visita había pasado por alto. Pero nada de esto me ha pasado con El Escorial. Todo seguía igual que como lo recordaba en mi memoria. En este caso el tiempo no ha deformado mi perspectiva y a pesar de que ahora sé mucho más de historia de España de lo que sabía entonces este magno monumento, centro del poder de la monarquía hispánica de los Austrias, ha seguido tal cual lo guardaba mi mente.


Sí he notado que ahora con el transcurrir de todos estos años que el significado histórico y conceptual del Monasterio para mí ya no es el mismo. Ahora aprecio más la historia que no se ve, la que no está colgada de las paredes de las diferentes salas del Monasterio en forma de cuadros de Tiziano, Zurbarán o El Veronés, la que no está representada por los objetos personales de Felipe II o cualquiera de sus hijos, la que no adorna salas con muebles antiguos o camas y sillas regias. Sólo ahora después de que todos los conocimientos sobre historia que he ido adquiriendo durante estos diez años sé apreciar lo que el Monasterio de El Escorial implica en la historia de España, y del Mundo. Mucho más que un edificio impresionante e imponente es el Monasterio. No sólo es la ambición de un rey materializada en un grandioso edificio de duro granito. El Escorial es la representación del poder que un día tuvo la Monarquía Hispánica en el Mundo, la sede de un poder que se extendió más allá de las fronteras de la Península Ibérica y abarcó más de la mitad del mundo conocido; el lugar desde el cual se regían los destinos de millones de personas y se administraban riquezas ingentes. El Escorial fue el centro de un universo personal que giraba en torno a Felipe II, el más poderoso monarca que jamán contempló la historia de la humanidad. El Monasterio de El Escorial fue el centro de un imperio bajo el cual nunca se ponía el sol.

Pero mucho ha llovido desde esa época esplendorosa para el Reino de España. Muchas vidas y mucha sangre se ha desperdiciado desde entonces en aras de mantener en pie algo que desde el principio se veía iba a caerse por su propio peso. Esplendor y decadencia, grandeza y desgracias, gloria y humillación, El Escorial recoge hoy todo lo que un día fuimos y a la vez esto nos hace recordar lo que ya nunca más podremos volver a ser. Al haber ido recorriendo por segunda vez las salas y estancias que ya visité hace diez años, me han ido viniendo a la mente recuerdos de aquella primera visita. Las salas y los objetos de las mismas no han cambiado nada; incluso su disposición es la misma. Sin embargo no las he disfrutado del todo. Yo no era el mismo que hace diez años, no ya sólo en sentido físico, ahora estoy bastante más delgado y alto que entonces; hace diez años iba al colegio y ahora ya soy mayor de edad y estoy acabando mi carrera en la universidad. Sin embargo ahora igual que hace diez años sólo puedo visitar El Escorial acompañado de mis padres. No es malo, y hay quien no puede hacerlo porque quizá alguno de sus padres ya no está, pero a mí sí me toca. No es que no me guste visitar lugares como El Escorial con mis padres, lo que pasa es que creo que ya no es momento de hacerlo así. No creo que haya muchos jóvenes de veintitrés años que sigan haciendo escapadas de uno o dos días con sus padres. Siendo sinceros creo que nadie ve esto como algo normal. No es que sea anormal, pero todos sabemos a lo que me refiero.

Debería haber disfrutado de esta segunda visita a uno de los conjuntos arquitectónicos más impresionantes del mundo único por su estilo y tipología, pero no lo he hecho. Y esto ante todo es lo que más me molesta no haber podido admirar en toda su grandiosidad esta obra de arte. El día estaba espectacular. En el cielo limpio de nubes y de un azul intenso lucía un sol espléndido que repartía sus rayos por la sierra madrileña sembrada de encinares y pinares donde pastaban y descansaban vacas con sus terneros. No hacía nada de frío para estar ya a mediados de octubre, incluso en las horas centrales del día hacía calor, tanto como para estar perfectamente en manga corta disfrutando de los jardines que rodean al monasterio herreriano admirando y disfrutando de la regularidad de la fachada del mismo. En definitiva, el día era perfecto para no quedarse uno en casa encerrado, para salir al mundo y dar una vuelta, visitar cualquier sitio o hacer una escapada de fin de semana. Todo era perfecto, incluso el hecho de que a pesar de estar en el último año de carrera y en teoría tener que estar haciendo el Proyecto Fin de Carrera mi tutor no haya dado el visto bueno al proyecto que tengo en mente y por tanto todavía me pueda considerar en semi-vacaciones al no tener que hacer nada de la Universidad. A pesar de la perfección, yo no lo veía así. Sentía que el día podía ser aún mucho mejor, pero el problema no era ni el día que hacía, ni la compañía de mis padres, ni por supuesto el regio paisaje que nos rodeaba, el problema estaba en mi interior, en mi cabeza y en mi corazón.


Quizá nada hubiera sido diferente: el Monasterio de El Escorial hubiera seguido igual de regio, la Cripta Real de la Monarquía Hispánica no hubiera podido acaparar más historia en menos espacio, las vistas desde la silla de Felipe II no hubieran sido más bellas, la Basílica no hubiera superado a la de San Pedro en altura. Pero sin embargo en mí interior sí sé que hubiera sido todo diferente si en vez de ir con mis padres de nuevo a visitar el monasterio lo hubiera hecho acompañado por mi pareja, por mi novia si es que le hubiera tenido. ¿Es esta idea una estupidez como una casa? Pues es probable que haya a quien le pueda parecer una tontería, pero para mí desde hace unos años no lo es. Cada vez que hago algo que veo que ya no es lo más normal hacer con mi edad se me pone una presión en el pecho que a veces incluso me hace que me cueste respirar. Ya no es sólo el hecho de haber visitado El Escorial con mis padres en lugar de haberlo hecho con mi novia; podría ser que a la novia que me echara no le gustara visitar monumentos o hacer alguna que otra escapada de un fin de semana a cualquier sitio. El problema está en que me vuelve a pasar que cada vez que llega un fin de semana vuelvo a sentirme solo, y verme en la perspectiva de no salir de mi casa me hace sentir que las rejas que hay en las ventanas de mi casa no son para que nadie entre desde la calle sino para encerrarme en una celda.

Debería haber disfrutado mucho del día en El Escorial porque he hecho cosas que tenía pendientes por hacer desde hacía diez años como subir a la silla de Felipe II y tirar un par de fotos con el Monasterio de fondo; o poder ver la fachada principal del edificio iluminada por el sol para fotografiarla bien; o pasear un poco por las calles que rodean al Monasterio. Pero a pesar de haber sido un día muy bueno, por dentro sentía que no había merecido la pena. Ver a la vez que yo estaba visitando las diversas estancias regias a más de una pareja de jóvenes hacer lo mismo que estaba haciendo yo pero acompañados por las personas a las que aman, me hacía sentir envidia y pensar que me faltaba algo, y saber que estoy muy lejos de conseguir ese algo. No es la primera vez que me pasa, pero cuanto más tiempo va pasando más profundo llega ese sentimiento de soledad; soledad que no es real del todo porque tengo a mis padres y mi familia, y a mis amigos con los que también disfruto mucho. Pero todos sabemos que esto llegado un momento no es suficiente, y quien diga lo contrario miente. Llega un momento en que todos nos sentimos solos aunque estemos rodeados de una multitud de personas. Así me siento yo.

Me gustaría que llegara un fin de semana y lo primero que se me pasara por la cabeza no fuera el hecho de que no tengo pareja y que por tanto no puedo salir con ella a cenar, o quedar simplemente para ver una película en su casa o en la mía, o irme de vacaciones con ella a Asturias o a los Pirineos (no hablo ya de amarla y hacer el amor con ella que obviamente me gustaría poder hacer). Me gustaría que llegara un fin de semana y aunque no tuviera pareja no me sintiera solo. Pero cuando van pasando los años y todo sigue igual, me voy dando cuenta que el problema lo tengo yo, que o cambio el chip y empiezo a cambiar esa actitud o al final sí terminaré quedándome solo del todo, y no sólo sin novia. Pero por mucho que quiera, paso de sentirme solo a tener miedo a todo lo que conllevaría estar con una chica, a no saber si sería capaz de amar a alguien y tener pareja y comportarme como tal. Hay muchas veces que me gustaría salir por Madrid un sábado o un domingo y no lo hago porque me gustaría hacerlo con mi novia, no con amigos y mucho menos solo, pero no tengo. También hay momentos en que lo que me apetece es salir solo, y lo hago, pero cuando estoy por el centro dando una vuelta y mirando tiendas por Lavapiés, La Latina, o entrando en las numerosas librerías de segunda mano que son mi perdición en Malasaña, sólo soy capaz de ver parejas de mi edad y más jóvenes haciendo también lo que yo estoy haciendo sólo pero haciéndose compañía y cogidos de la cadera o de la mano. Y es entonces cuando a pesar de que cuando salí de casa lo que me apetecía era darme una vuelta como lo que soy un joven soltero, vuelto a casa con la sensación de haber salido por no tener otra cosa mejor que hacer con mi pareja, y con una presión en el pecho insoportable. Por eso muchas veces que sé que quiero salir a darme una vuelta no lo termino haciendo.

Pero me tengo que quedar con lo bueno, aunque en algunos momentos esta parte no la termine de ver del todo. Me tengo que quedar con la visita al Monasterio de El Escorial y esperar que la tercera vez que vaya ya sea la definitiva y lo haga con pareja y disfrute de la chica que me ame en un ambiente que emana poder en todas y cada una de las piedras que componen el conjunto monumental. Espero que la tercera vez que vaya sea más que inolvidable, no por el Panteón de Reyes, o la regia Biblioteca, o la grandiosa Sala de las Batallas, sino porque no visito El Escorial sintiéndome solo, sino con alguien a quien quiera. Pero quizá sea absurdo ponerse ese sueño como meta, en el fondo tener o no pareja sólo depende de mí y de que pierda el miedo a si una chica me gusta hacérselo saber, porque si no nadie podrá hacer que no me sienta solo, y solo tendré que seguir saliendo, yéndome de vacaciones, de escapada de fin de semana a una casa rural o a Londres, al cine, al teatro o a cenar. Y solo tendré que vivir si todo lo sigo manteniendo igual, terminando frustrado conmigo mismo y amargado. Si nada cambia, todo seguirá igual que ahora y la próxima vez que vuelva a El Escorial a sentir la historia sobre mis hombros y a pisar el mismo suelo que la personalidad más poderosa que jamás ha dado España y no podré disfrutar de la belleza de este Palacio-Monasterio-Basílica, seguiré sintiéndome solo entre reyes.

Caronte.