miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fin de 2014

Hoy hace justo un año, 365 días que publiqué en el blog mi primera entrada. Aquella primera entrada, y por casualidad también la última, de 2013 se titulaba igual que esta, salvo por el detalle del año. Sé que no soy original. Lo admito. Pero no creo que nadie me pueda decir nada, total, en el blog sólo escribo yo y casi nadie lo lee. Sólo los más fieles seguidores se habrán dado cuenta, o ni eso. Pero si el cartel luminoso de fluorescentes de color verde burdel, que todos los años desde que tengo memoria nos felicita el año nuevo desde el Reloj de la Puerta del Sol puede seguir sin actualizarse al siglo XXI, creo yo que puedo repetir el mismo título de artículo dos veces.

Hace un año empecé una aventura con este blog. Cuando comencé a publicar los primeros artículos no sabía muy bien qué sentido iba a tener el blog, ni siquiera sabía si iba a poder escribir y por tanto a mantenerlo activo. Pero aquí estoy, el último día del año 2014, escribiendo y publicando este último artículo. Han sido en total en este blog unos 104 artículos, lo que supone que, si no me falla la memoria y los cálculos son acertados, he publicado una media de dos artículos por semana. Ni yo mismo me lo creo. Pero son datos objetivos. Es más a mediados de año decidí crear un nuevo blog dedicado en exclusiva a escribir críticas de  libros y películas que fuera leyendo y viendo en el cine. Si sumara ese otro blog daría todavía una cifra mayor de artículos escritos.

La verdad es que para mí fue todo un reto empezar un blog personal. No porque pensara que lo fuera a leer mucha gente (eso la verdad me da un poco igual) sino porque implicaba obligarme a escribir a menudo. Ejercitar la escritura no es una tarea fácil. Puede parecer sencillo ponerse a escribir, pero habiendo pasado los últimos cinco años de mi vida en una Escuela de Ingenieros la habilidad de escribir mengua bastante. Por eso también empecé el blog, para poder dar rienda suelta a una de mis pasiones abandonas por error: las letras en todas sus formas. Los artículos, todos, son pura basura. Es posible que de los 104 de este blog se puedan salvar como mucho 10, y creo que estoy siendo muy generoso. Sé que no escribo bien, eso no lo puedo negar, es una obviedad. Pero el simple hecho de haber pasado todo un año escribiendo, más o menos a menudo, para mí ha sido todo un logro del que me siento más que orgulloso.

De momento casi todo lo que escribo lo he vivido yo. Esto no quiere decir que sea una verdad absoluta. Todos los que habitamos este mundo lo hacemos dentro de nuestra propia verdad que a su vez debe convivir con las verdades de otras personal. Mi realidad, lo que yo he vivido y sentido, y luego plasmado en forma de artículo, es tan subjetiva como la forma de las nubes. No siempre he estado acertado escribiendo y es posible que en algunas ocasiones mis emociones, mis sentimientos, me hayan vencido y mi realidad se haya visto aún más distorsionada de lo normal. Pero lo escrito, escrito está. No puedo volver al pasado al día en que escribía cada uno de los artículos para cambiarlos. Es cierto que puedo modificarlos a posteriori, pero siempre queda la primera versión. Esa no se puede variar por mucho que quiera. En el fondo, escribir es una manera de ver y leer la vida, en mi caso la mía propia, y por esto también empecé el blog para poder tener una vía de escape a todos los sentimientos que crecen dentro de mí y que por desgracia de momento no sé expresar de otro modo. No voy a negar que ambiciono escribir algún día una novela. Pero creo que todavía no estoy preparado.

2014 se está acabando. Literalmente. Quedan apenas unas horas para que el Reloj de la Puerta de Sol empiece a tocar su tradicional música, y nos acompañe hacia un nuevo año. Otro año más se acaba. Otro años menos empieza. A estas horas, mientras yo me dedico a escribir estas miserables líneas, en casi todas las casas de España las familias se estarán preparando para celebrar juntas en todo lo posible la llegada del nuevo año. Las cenas serán excesivas en aquellas casas que se lo puedan permitir. Pero habrá muchos hogares que no podrán celebrar por todo lo alto esta Nochevieja. Hogares tocados por una lacra durísima que parece que se ha instalado en nuestra sociedad para no irse en mucho tiempo: la crisis, el paro. Dicen algunos cretinos que la crisis se ha acabado, que los datos económicos de España van mejor. Y yo al oír estas palabras más que optimistas me pregunto: ¿vamos realmente mejor? Cómo es posible que se diga que la crisis ha acabado si uno de cada dos jóvenes, los jóvenes más preparados de la historia de España, no encuentran trabajo. Cómo es posible que en España hoy en día haya niños que pasen hambre, y que la crisis se esté acabando. Cómo es posible que hoy en España muchas familias no puedan estar juntas por tener a sus miembros más jóvenes y con voluntad fuera de sus fronteras, lejos de sus casas y hogares, trabajando en países extranjeros, y echando en falta con tristeza a su familia en estas fechas, por haberse tenido que ir de aquí buscando esperanza y un futuro mejor (haciendo turismo según alguna ministra incompetente). Cómo puede pasar todo esto y que salga el señor presidente del Gobierno a decirnos, con muy poca vergüenza por su parte, que la crisis se ha acabado y que 2015 será el año de la recuperación. Ojalá sea así, pero ya no me creo ni una palabra de esta panda de bandidos miserables que nos gobierna.

Dejemos a un lado la política porque si no es posible que no acabe este artículo. 2014 está agonizando. Está empezando a decir adiós desde el barco que le llevará al pasado, a la vida inmortal del recuerdo de los seres humanos. Se acaba un año histórico en España. Un año en que hemos visto una transición en la corona, con la abdicación del Rey Juan Carlos I, y el ascenso a la Jefatura del Estado de su hijo Felipe VI. Este anacronismo, este sistema varado en el pasado como dirían los republicanos, ha sido algo insólito, histórico. Todavía recuerdo que lo viví en clase de repaso preparatoria para el examen de Arte de la Ingeniería, en mi Escuela (por cierto menuda clase absurda y sinsentido). También ha sido un año de luto nacional para España, por la muerte de su primer presidente democrático, Adolfo Suárez. Los funerales de Estado por el forjador de la Democracia, volvieron a traer al presente un espíritu, el del diálogo y la concordia, que hace tiempo se perdió. También esta año 2014 ha sido el de la confirmación del diálogo de dos necios, Artur Mas y Mariano Rajoy, que como dos sordos que gritan a voces para entenderse han escenificado lo más miserable de la política en este país.

En el ámbito personal he de decir que puedo calificar este año como neutro. Ni bueno, ni malo. Algo que no esperaba que fuera así hoy hace un año. Ha habido cosas buenas y otras no tan buenas. Alegrías y decepciones (por frivolizar un poco, citaré como alegría la Décima Copa de Europa del Madrid; y como decepción la eliminación en primera fase de la Selección Española en el Mundial de Brasil). Pero al final todas se han compensado y el año, que en sus primeros meses parecía un gran túnel húmedo, oscuro y sin fin, ha acabado por parecérseme un túnel del que ya empiezo a ver el final. Pero esto es el pasado. Todo esto es 2014. No puedo, ni tampoco quiero, olvidar las vacaciones que he tenido con un par de amigos de la universidad por media Europa. No han sido las primeras vacaciones con amigos, y habrá que ver si son las mejores, pero lo que sí han sido es inolvidables. Pero también están en 2014, y por tanto ya casi en el pasado, en el año pasado. También me alegro de poder haber arreglado una serie de problemas con alguien a quien en su día tuve como un gran amigo y que quise como un hermano, y con el que por asuntos diversos me terminé por enemistar. Pero para eso también están los años para enmendar los errores que uno comete. En 365 días hay mucho tiempo para todo, y el que yo dedico a pensar y dar vueltas a mis problemas es mucho.

Pero ya mañana todo lo que hoy pase, habrá pasado en el año pasado. Odiosa frase que en los primeros días de cada año suena casi a chiste, absurda. Como a chiste suena también el ir felicitando el año nuevo a todo el mundo la primera vez que ves a una persona, aunque sea el 28 de enero. Pero bueno son tradiciones que no creo que se vayan a ir nunca. Aunque no se sabe, ahora con los móviles, los whatsapp, los drones y demás es posible que dentro de unos años no haya nadie en la Puerta del Sol para recibir en año en vivo y en directo sino que con la realidad virtual cada uno lo pueda disfrutar desde donde esté (incluso Luis Bárcenas desde la cárcel). Mañana, es decir el año que viene, empezará todo de nuevo. Un nuevo ciclo anual. Y volveremos a querer que llegue el 31 de diciembre para estar pendientes de la Puerta de Sol y de las campanadas de su famoso reloj, teniendo que escuchar una y mil veces a los presentadores de las Campanadas explicarnos como si fuéramos faltos cómo funciona el reloj, ¡cómo si no supiéramos que primera van los cinco cuartos, luego las campanadas de las once, y por último el carrillón que bajará en doce segundo para que podamos comernos las uvas peladitas y sin hueso! ¿O no era así? Bueno da igual seguro que algún primo a la última en tecnología puede buscar cómo funciona lo de las campanadas en su móvil de última generación que no le cabe en el bolsillo y que le obliga a sentarse como si estuviera escocido.

Como tampoco quiero aguar la fiesta a nadie con un artículo que en el fondo nadie va a leer, por mucho esfuerzo que me lleve escribirlo (¡panda de desagradecidos!), y que pasará al pasado una vez lo publique, voy a ir concluyendo. Aunque siempre que digo esto acabo escribiendo más de lo que ya llevo. 2014 se extingue, y 2015 está pugnando por salir, por nacer y ver el mundo. Lo que nos deparen los próximos 365 días sólo depende de nosotros. Eso del destino está muy bien para quien se lo crea (¿yo?), pero lo que nos pase a partir de las 00:00 h de mañana, o de las 23:59 h de hoy, sólo dependerá de nosotros. Pedir al año lo que queráis que seguro que se cumple. Yo pediré lo de siempre, y como siempre pasará el año y no llegará ese deseo. Lo que pasa es que el deseo que yo pido solo yo me lo puedo conceder, y sé qué debo hacer para conseguirlo lo que pasa en que nunca termino por hacerlo. ¡A lo mejor tengo que cambiar de estrategia y pedir otro deseo!

Lo dicho, desead muchas cosas que es gratis y no hace mal a nadie (aunque si alguno desea el mal a alguien que dirija bien sus pensamientos y apunten a las sedes de PP en la calle Génova, o del PSOE en la calle Ferraz; o que piense con fuerza en la cara de algún político, qué sé yo, por ejemplo E. Aguirre, bueno mejor dicho Esperanza A., o de A. Mas o de cualquier otro menda de estos que nos amargan la existencia con sus mierdas personales). Decid adiós a 2014 y preparaos para dar la bienvenida a 2015, que espero sea mejor para todos que el año que empieza ya a extinguirse.

Y por último, deseo a todos mis lectores, y en general a todo el mundo de bien (exclúyanse de este grupo políticos, banqueros, empresarios corruptos, el Maestro Yoda catalán, los tutores del PFC, los catedráticos momificados y el equipo directivo de Escuela, los intolerantes, los fanáticos religiosos, etc.) un ¡¡FELIZ AÑO NUEVO 2015!! Y a los que salgan de fiesta tras las uvas espero que no lleguen a sus casas hasta el día dos de enero, yo mientras veré mañana como todos los años el Concierto de Año Nuevo de Viena.

Os deseo de todo corazón lo mejor para el año nuevo 2015, que todos los deseos se os cumplan y que las decisiones que toméis sean acertadas.

Caronte.

martes, 30 de diciembre de 2014

Últimas rutinas de 2014

Bueno pues parece que al final sí se está acabando este año 2014. Con lo largo y pesado que parecía iba a ser el año hasta volver a estos días, cuando lo comenzamos allá por el uno de enero. Con lo corto que, por lo menos a mí, se ha hecho al final. Uno vuelve la mirada atrás y ve todo un mundo de días, horas, minutos y segundos. Tiempo todo él de un 2014 que ya se ha casi agotado. Apenas quedan unas horas para que todos los españoles volvamos a mirar al reloj de la Puerta del Sol, o en su defecto al del campanario de la iglesia de nuestro pueblo, o al del ayuntamiento del mismo sin en el pueblo son algo más rojillos. Poco tiempo queda ya de 2014 para apurar, y para terminar de hacer las rutinas diarias por última vez.

Ayer sin ir más lejos fui por última vez este año a nadar, una actividad que empecé ya hace tres navidades y que la verdad me sirve como una vía de escape a la rutina normal y diaria de estar estudiando en mi casa todas las tardes. Empecé a nadar allá por cuarto curso de la carrera. Lo hice no sé muy bien porqué, aunque supongo que fue para cambiar algo en mi vida. Me dije que tenía que empezar a hacer algo de deporte para intentar bajar de peso. Por aquel entonces yo superaba los cien kilos, era una masa enorme de carne y grasa, y la verdad ya estaba muy cansado de ser así. Aunque si tengo que ser más sincero aún, he de decir que no sólo me puse a nadar para bajar de peso de manera saludable sino para cambiar también mi aspecto físico con el que no me encontraba muy a gusto, y al que por entonces terminé por achacar mi falta de pareja. Hoy mi aspecto físico es muy distinto pero mi condición de soltero sigue. ¡Qué le vamos a hacer!

Aquel primer año que fui a la piscina a nadar estuve peregrinando por varios polideportivos. En del mi barrio, que es el que más cerca me pillaba siempre estaba hasta arriba de gente, y nadar se hacía una odisea ya que únicamente había dos calles para hacerlo, una para nadadores rápido y otra para lentos (que es la que usaban los viejos que iba a remojarse un rato). Yo, iluso de mí me intentaba poner en la calle rápida, pero no podía aguantar el ritmo de la gente que allí nadaba. Tras un par de semanas yendo a esa piscina, decidí cambiar. Durante un par de días probé con la del barrio vecino, pero ésa parecía la del imserso, eran todos viejos que no iban a nadar sino a pasar el rato en remojo y calentitos y a charlar. Lo de nadar allí era imposible. Al final decidí ir al polideportivo de mi antiguo barrio, aquel al que tantas veces había ido a jugar al tenis con mis compañeros del colegio todos los viernes durante muchos años. Esta piscina sí que cumplía con mis expectativas y aunque había siempre bastante gente, también había cuatro calles dispuestas para nadar por libre, y casi nunca estuve nadando con más de dos personas a la vez en mi calle.

Desde que comencé a hacerlo, nadar me ha servido de rutina anti-rutinas. Parece extraño. Lo es. Pero no es menos cierto por eso. El tener que obligarme a seguir una rutina, fuera de mi casa que era lo más importante, hacía que no me sintiera tan encerrado conmigo mismo y con mi carrera, cosa que me agobiaba bastante. Ir una media de tres veces por semana a la piscina a nadar durante estos tres últimos años ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, y la verdad es que hay pocas que pueda considerar acertadas. Aquel primer año iba a la piscina por las mañanas, casi siempre estaba en el polideportiva justo cuando abrían, haciendo cola. De aquellas mañanas recuerdo sobre todo las de invierno porque en los días más crudo caían unas heladas bestiales que cubrían todas las superficies de una capa blanquecina que daba a todo un aspecto gélido y místico. Durante aquel primer año de ir a nadar me encontraba siempre con la misma gente en la piscina, generalmente personas mayores que iba a pasar un rato en remojo. Recuerdo con gracia un par de esos señores que ya se habían hecho amigos de encontrarse todos los días allí, y que conversaban sobre todo, por norma general de cosas que les interesan más a los viejos que a los jóvenes. Además había uno de esos viejos que nadaba ocupando toda la calle en la que estaba, cosa que a mí me ponía de los nervios porque no abundaba el espacio para nadar. Era gracioso encontrarse siempre con la misma gente.

Al año siguiente, en quinto de carrera, tuve que volver a cambiar mi rutina piscinera, ya que volvía a estar de mañana en la universidad y por tanto si quería seguir yendo a nadar debía de hacerlo a partir de entonces por las tardes. Y así lo hice. Nada más comer, llevaba a mi madre de vuelta a su trabajo y me iba a la piscina. Desde entonces he nadado como una media hora, lo que pasa es que entre unas cosas y otras perdía como hora y media de estudio. Pero me dada exactamente igual, no lo he echado en falta ni un solo minuto. Es más me arrepiento de no haber ido a nadar desde primero de carrera, aunque por aquel entonces sí hubiera estado más complicado de tiempo debido a que iba una academia a sacarme alguna asignatura. Hay tiempo mejor invertidos que otros, y el que he dedicado a ir a la piscina es de de los mejores invertidos. Ir por la tarde cambiaba las cosas. Ya no había viejos. A la hora que yo iba, y de hecho sigo yendo este año, los viejos están echándose la siesta, y hay mucho más espacio para nadar. Si por la mañana lo más normal es que tuviera que compartir calle con otra persona al menos, ahora por la tarde nado casi siempre yo solo en mi calle, y el alguna que otra ocasión he estado nadando yo solo, teniendo toda la piscina para mí, lo que es una sensación muy rara, en el buen sentido de la palabra.

Después de año y medio nadando a la misma hora terminas por mimetizarte con el medio. Ves a la misma gente y a los mismos monitores de los chavales pequeños que también nadan a la misma hora prácticamente. Y al final terminas por tomar todo eso como algo rutinario en tu vida. Esos desconocidos pasan a formar parte de tu mundo y tu ambiente aunque apenas cruces un “hola qué tal” y un “hasta mañana”. Por ejemplo durante todo este tiempo que he ido a nadar por las tardes he compartido piscina en un porcentaje muy alto de los días con un señor que tiene una minusvalía física en las piernas que le hace andar mal. Es fascinante el poder de superación de este señor, ya que dentro del agua sus piernas apenas le sirven para nada y toda la fuerza la tiene que hacer con los brazos. Nada más rápido que yo, salvo cuando hay que girarse que es cuando yo me doy impulso con las piernas y él no puede. También en este tiempo nadando por las tardes he terminado cogiendo el horario de los cursos para niños pequeños y he terminado por conocer a muchos de los que van a nadar, y a los padres de los mismos. Es curioso como caras que son de desconocidos pasan a ser un paisaje cotidiano que si un día falta hace que todo cambie y momentáneamente uno se pregunte qué les habrá pasado a fulanito y menganito para no haber podido venir hoy. Supongo que a la inversa también pasa, y cuando falto yo un día esa ausencia desconocida también es echada en falta.

Pero no solo de nadar vive el hombre como reza el refrán. O quizá no lo reza ninguno y me lo acabo de inventar. O he plagiado una frase parecida usándola en mi beneficio. Quién sabe. Bueno a lo que iba. No solo en los últimos años he cogido la rutina de ir a nadar. Cuando se acaba la temporada de piscina cubierta y llega el calorcito y el verano, ya decidí hace tres periodos estivales ir por las mañanas a hacer un poco de ejercicio. Más concretamente a correr por mi barrio. El primer año apenas iba a trote cochinero. Normal estaba gordo y toda la grasa que me sobraba botaba alrededor de mis michelines como si fuera una especie de gelatina o flan. El segundo verano ya corría algo más y más rápido, ya que había conseguido perder bastante peso. Y por fin este pasado verano he conseguido correr bastante más, a un ritmo que para alguien que sólo corre apenas dos meses y medio al año no creo que esté nada mal. Además también me he atrevido a quitarme la camiseta para evitar que se me empapara con el sudor. Por fin he conseguido encontrarme a gusto con mi cuerpo. No es que sea apolíneo y hercúleo, pero al menos no sirve para anunciar neumáticos franceses.

Rutinas al fin y al cabo terminamos teniendo todos. Básicamente porque el ser humano es un animal de costumbres y en cuanto se sale un poco de lo que suele hacer se siente como adentrándose en un mundo hostil e inhóspito. Pero hay rutinas que decidimos adoptar para huir de otras. Así hice yo también al decidir el año pasado empezar a ir a la Alianza Francesa a estudiar francés. Necesitaba conocer a otras personas, a más gente, salir del grupo cerrado de la universidad. Necesitaba poder desconectar con personas que no fueran del mundo de la Escuela, aunque no terminara haciendo amigos de esos para toda la vida o con lo que vaya a poder ir a menudo al cine o a tomar algo. Simplemente necesitaba desconectar, moverme en otro ámbito. Y también salir de mi casa, y no pasar todas las tardes encerrado en mi habitación estudiando o haciendo cosas de la universidad. La piscina y nadar pueden ser buenos para desconectar, y no pensar más que en seguir nadando y respirando para no ahogarse, pero no se consigue entablar relación con nadie. Nadar es un deporte solitaria, uno sólo está consigo mismo nadando y no puede hacerlo en conjunto. Ir a la academia de francés me permitió cambiar totalmente de ambiente en mi vida, y poder relacionarme con otras personas.

La rutina del francés me ha permitido también poder pasear un poco por la zona del Palacio Real y del Palacio del Senado, una zona muy desconocida para los madrileños ya que implica callejear un poco, pero rebosante de belleza en sus edificios, historia y tranquilidad. Si alguna vez pudiera permitírmelo viviría en la Plaza de la Encarnación, a pocos pasos de las plazas de Ópera, de la Marina Española y de Oriente. Pero no creo que ese sueño se vaya a cumplir nunca. Como tantos otros que también la rutina me trae a la cabeza y que sé que no se van a cumplir. Algo que de por sí no es malo. La vida está llena de sueños, y los sueños son eso, meras ilusiones que distan bastante de la realidad cotidiana. En francés también la conocí a ella, la chica más bonita que he conocido nunca, y más divertida y extrovertida y sociable y perfecta. Me gustó desde el primer momento que la vi. Disfrutaba cada día que estaba con ella en clase. Simplemente con mirarla y verla reírse y sonreír me bastaba para cambiar el signo a un día que podía haber sido muy malo. Pero todo se quedó ahí. Pasó un tren que no cogí. Aunque dudo mucho que me hubieran aceptado a bordo de dicho tren. No estoy hecho para viajar en primera.

Apenas quedan ya horas de un agonizante año 2014, y por tanto poco tiempo tenemos para seguir con nuestras rutinas en este año. Hay una que por desgracia también el año pasado, aunque por motivos diferentes, también tuve: estudiar mucho en Navidad y hacer un trabajo titánico. Si el año pasado por estas fechas tuve que estar mañana y tarde echando unas ocho o nueve horas diarias (lo que nunca había hecho hasta entonces) para hacer una trabajo para la universidad; este año me toca repetir lo mismo pero con algo mucho más gordo (aunque igual de inútil), mi proyecto fin de carrera. Esta rutina es odiosa. Pero lo peor es que no es más que el prólogo de lo que a partir de ahora, si nada lo remedia o el destino hace virar bruscamente el timón de mi vida, va a ser mi vida (y la de mis compañeros de carrera): no tener ni un día de vacaciones, ni un momento de descanso, por tener que estar haciendo cosas de trabajo. Una rutina más que, una vez acabemos todos la universidad, llenará nuestras vidas, nuestros días, nuestro tiempo.

Poco tiempo me queda después de tener que pasar tantas horas este curso haciendo el PFC para otra rutina que también me ha servido de vía de escape: la escritura. Desde que hace justo un año empezara este blog, escribir los artículos que publico en él, los que salen en la revista de mi Escuela, y los que me guardo para mí y que nadie leerá jamás, me ha servido para evadirme, volar lejos de este mundo y ante todo soltar todo lo que llevo dentro y que no se expresar mejor que escribiendo. Me gustaría que el año que viene, 2015, fuera capaz de empezar a escribir una novela. Aunque supongo que eso está muy lejos de mi alcance. No creo que tenga la suficiente imaginación y calidad a la hora de escribir como para crear una novela. Es algo muy serio. Si cada vez que escribo en el blog algo que no tiene carnaza (y que creo que es lo que mejor he escrito) no lo lee ni Cristo Crucificado, luego Resucitado y ascendido a los Altares; cómo voy a atreverme a escribir una novela. ¡Panda de bellacos, lectores de mi blog que sólo queréis morbo! Pero qué vais a querer si no, si calidad no hay.

Mañana a estas horas todos estaremos dispuestos a cumplir con una rutina más, esta anual, como es la cena de Nochevieja. Y después con la tradición (¿o es rutina también?), de tomarse las doce uvas al son de las campanadas del Reloj de la Puerta del Sol. Hay quien dice que va rápido y que no da tiempo a tomárselas. Yo opino todo lo contrario que va muy despacio, que si se subiera una marcha más tampoco pasaría nada, y así podríamos ver a nuestras madres pasando apuros para terminarse la última uva antes de felicitar el año a base de besos, o a nuestros tíos con la boca llena intentando masticar una masa verdosa de carne de uva. Esa será la última rutina del año. Y para mí la primera vendrá al día siguiente, por la mañana, cuando los acordes de la primera pieza del Concierto de Año Nuevo empiecen a sonar en los instrumentos de la Filarmónica de Viena, dirigidos por la batuta de Zubin Metha.

Y así un nuevo año comenzará. Y todos comenzaremos a repetir nuestras rutinas diarias, semanales, mensuales o anuales. Al fin y al cabo eso es una rutina. Algo que se repite día tras día y que da sentido a nuestras vidas y nos permite avanzar e ir pasando el tiempo. Aunque el tiempo pasaría igual si no tuviéramos esas rutinas. Él no va a esperar a que hagamos algo planeado para pasar. También es probable que surjan nuevas rutinas que nos hagan la vida diferente y que en cierto modo la cambien. Rutinas nuevas que modificarán a las viejas y con las que llegaremos al final del año que viene también. Rutinas que al perpetuarse en el tiempo y en nuestra vida, pasan a llamarse tradiciones, como la de la pareja de enamorados que queda todos los días “tal” del todos los meses para celebrar su amor y ver que sigue avanzando en el tiempo y durando. Rutinas que nos harán ser más felices, o más dichosos, o más desgraciados, o más ricos, o más cultivados. Rutinas todas que hacen girar la rueda de nuestras vidas haciéndolas más diversas en su constante monotonía.

Caronte.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Nochebuena y Navidad

El primer paquete de días grandes de las fiestas navideñas ya se ha acabado. O se está acabando, mejor dicho. Una vez finalice el día de hoy ya habrán pasado las dos fechas más familiares del año: la Nochebuena y la Navidad. Dos fechas que prácticamente sin excepciones se celebran en todas las casas por igual, con comidas excesivas para demostrar no sé muy bien qué, pero que terminan por pasar factura a nuestros estómagos. Comidas que podrían alimentar a nuestras familias y a tres o cuatro personas más, y que por esa razón sirven de comida para sucesivos días hasta que se ponen malos los resto y hay que acabar por tirar a la basura lo que quede. Estas comidas tan copiosas en el fondo son la propia Navidad, una época llena de excesos en todos los campos. Excesos que por desgracia en este país y en la situación económica en la que estamos inmersos no todas las familias se pueden permitir.

Este año nos ha tocado celebrar la Nochebuena en mi casa con la rama de la familia de mi padre, es decir con mis abuelos, mi tío y su familia y mi otro tío soltero. Además para que mis otros abuelos no cenaran solos también se vinieron, bueno más bien fui yo con el coche a buscarlos (viven a cinco minutos en coche). Como siempre que ha tocado celebrar estas cenas en mi casa la desmesura ha reinado en el menú; aunque también es cierto que en los últimos años se intenta hacer lo justo para que no sobre demasiada comida, o si sobra que sea la justa para comer al día siguiente, y poco más.

Desde hace muchos años sólo celebramos en mi casa por norma general la Nochebuena. Quiero decir con esto que el día de Navidad no nos juntamos toda la familia para comer. Antes sí. Cuando era yo más pequeño y mis primos más enanos no habían nacido, sí recuerdo alternar las cenas de Nochebuena y Nochevieja con una familia (la de mi padre o la de mi madre), con las comidas de Navidad y Año Nuevo. Siempre era lo mismo. Si la Nochebuena cenábamos con la familia de mi madre, el día de Navidad comíamos con la de mi padre así como cenábamos con ellos en Nochevieja, volviendo el Día de Año Nuevo a comer con la familia de mi madre. No sé si me explicado. Es complicado explicar estas combinaciones de manera clara. Es lo que tienen las familias.

De aquella época tengo muchos recuerdos. Prácticamente diodos buenos y entrañables. Recuerdos que cada vez que me vienen a la cabeza me hacen ver que sucedieron hace una eternidad, la universidad no era más que una cosa abstracta para mí para la que todavía faltaba mucho tiempo. Recuerdo bastante bien los días que tocaba cenar o comer en casa de mis abuelos paternos y teníamos que coger el coche para ir hasta Carabanchel y allí dar una y mil vueltas a las manzanas para poder encontrar un hueco para poder aparcar el coche, cosa que no conseguíamos rápidamente. De aquellos “viajes” a Carabanchel, donde mi padre y mis tíos se criaron, y donde siempre vivieron mis abuelos hasta que por cercanía se mudaron a mi barrio, que a la postre también es el de mis tíos. La casa de mis abuelos no estaba mal, era humilde, lo que en su momento se pudieron permitir teniendo en cuenta que mi abuela no trabajaba y tenían que mantener a tres hijos. Era un semisótano interior que tenía un patio donde mi abuelo tenía plantado un limonero y donde mi abuela fregaba los platos en verano. Tampoco era una casa pequeña, lo que pasa es que estaba pésimamente distribuida, pero ante todo era acogedora, muy acogedora, desprendía más calor de hogar que ninguna otra en la que haya estado nunca. Las cenas y comidas en aquella casa eran un absoluto caos, porque el salón en el que nos acoplábamos todos, aunque en su momento éramos uno menos porque mi primo no había nacido aún, era bastante estrecho y una vez estabas sentado era mejor no moverse.

Las Navidades de entonces estaban cargadas de una magia diferente, un ambiente repetitivo cargado de sus tradiciones y rutinas que se repetían de año en año. También recuerdo muchas cenas y comidas de estas fechas en la antigua casa de mi tío por parte de madre en Rivas. También era una rutina aquel “viaje” fuera de Madrid en el que muchas veces nos llevábamos a mis abuelos en el coche para que mi abuelo no tuviera que conducir. A diferencia de la casa de mis abuelos en Carabanchel, la de mis tíos en Rivas sí era algo más grande, lo que pasa es que se les terminó quedando pequeña al ir teniendo a mis primos (tres; don niños y una niña), sobre todo cuando nació mi prima y ahijada, que fue cuando decidieron mudarse a otro piso aún mayor también en Rivas. De aquellas cenas en casa de mis tíos recuerdo sobre todo el hecho de que siempre había un bebé y también que eran en las que más comida había siempre y por tanto más sobraba. Sin embargo no todo era tan bonito. Hubo un tiempo que no me gustaba ir a casa de mis tíos por mi primo mayor, a quien saco cuatro años, porque me pegaba y mordía y siempre estaba metiéndose conmigo. Eran cosas de críos pero quizá por aquellas ocasiones hoy no puedo decir que con mi primo mayor, con quien mejor me podría llevar, tenga una relación muy estrecha de verdaderos primos de mutua confianza y camaradería. Es una gran espina que tengo clavada en mi corazón y que no sé si algún día podré sacar.

Sin embargo como ya he dicho ya no hacemos esto. Sí se mantiene lo de cenar cada noche importante con una parte de la familia. Este año ha tocado la Nochebuena con mi familia paterna, y la Nochevieja con la materna. Al final los abuelos de uno u otro lado se han convertido en comodines y si tienen que cenar solos se terminan viniendo con nosotros para que eso no pase. A pesar de que cada cena importante la hacemos con una parte de mi familia, ambas noches nos toca este año organizarlas a mis padre y a mí. Bueno básicamente a mis padres porque yo con la carga del Proyecto Fin de Carrera apenas tengo tiempo para nada que no sea mantener una tensión constante para tenerlo acabado para la primera entrega el 12 de enero (fantástica fecha la que han elegido, la justa para amargarnos las Navidades).

Anoche la cena de Nochebuena se pasó como casi siempre en los últimos años: con tranquilidad y abundante comida. En mi casa se estuvo preparando la cena desde por la mañana, para que llegada la tarde no hubiera que hacer prácticamente nada salvo los últimos retoques y detalles, y ante todo preparar el salón para dar cabida a todos los que nos íbamos a juntar. En total fuimos doce personas, menos mal que mis tíos no tuvieron un hijo más, que mi tío no se ha echado pareja, y que mis padres no me dieran en su día un hermanito, porque si no hubiéramos sido trece y uno tendría que haber cenado en el patio de mi urbanización.

Sobre las seis y media de la tarde dejé de estudiar y de hacer el PFC, me afeité porque no era plan estar en la cena como Robinson Crusoe, me duché, me vestí con mis mejores galas y bajé a por mis abuelos a su casa. Poco después de volver con mis abuelos llegaron mi tío con mis abuelos. Los últimos en llegar fueron mis tíos con mis dos primos, que por cierto viven en la manzana de enfrente de mi urbanización. Una vez todos estuvimos en cuartel se empezó a rematar la cena con lo que mi abuelo paterno siempre trae – o al menos desde que yo tengo memoria – de más para cenar, patas de cangrejo y boquerones en vinagre, quiero añadir que éstos últimos le salen como a nadie en mi familia, un verdadero manjar.

La cena estaba servida. En primer lugar se tomaron unos entrantes calientes (pulpo a la gallega y gambas al ajillo), seguidos de los fríos (jamón serrano, langostinos, canapés variados, mejillones a la vinagreta y picadillo de pulpo con verdura). Tras los entrantes, que de por sí hubieran constituido ya una buena cena, llegó el plato principal, a elegir entre solomillo de cerdo o ternera, y bacalao en papillote. Hubo disparidad de gustos. Creo que al final quedaron empatados la carne y el pescado. Yo tomé bacalao por ser más sano y ligero para cenar que la carne. Mis abuelos maternos se tomaron casi por obligación un filete de solomillo pequeño para los dos. Mi prima por su parte se metió para ella sola el filete de solomillo de ternera más grande que había, y además sangrando, cosa que a mí no me gusta. Aunque tampoco me gusta el otro extremo, es decir, la alpargata de solomillo con salsa de pimienta que se comió mi abuelo por parte de padre. Pero como reza el dicho, para gustos los colores. De postre oficial: piña, un clásico creo yo en todas las casa por estas fechas.

Pero aquí no acababa la cena. No hay Nochebuena, es más, no hay Navidad sin dulces navideños. El turrón, los polvorones, los bombones, las trufas se distribuyeron por la mesa para saciar las ganas de dulce de la familia. La verdad es que es una pena para el cuerpo, los sentidos y el placer, que los turrones y los polvorones engorden tanto y estén tan deliciosos. Si no fuera porque se pegan al riñón y al flotador que todos tenemos alrededor de la cintura, estaría todo el día comiendo turrones y polvorones. Pero tengo que hacerlo con moderación y más desde hace un par de años en los que he perdido tanto peso y he conseguido por fin estar delgado, algo que siempre he deseado y que nunca he sido. No puedo perder en Navidad lo que tanto me ha constado conseguir durante el año. Para quien ha estado siempre en un peso normal, más o menos delgado, el que a uno no le rocen los muslos cuando anda no es algo que reseñar, pero para quienes siempre hemos terminado por desgastar los pantalones por la zona interna del muslo es una gran ilusión no hacerlo más.

Tras haber engullido el turrón llegaron los licores. Y tras los licores mi padre y mis tíos se hicieron un gin-tonic como la moda ordena. No sé que le habrá dado a la gente ahora con la ginebra y la tónica. Parece que no hay otro combinado más en el mundo. Todo se resume en gin-tonic. La cena ya estaba acabada. Estábamos en los minutos del descuento. Minutos que terminaron por ser un par de horitas. Durante este tiempo se habla de todo, y hay tiempo para comentar cualquier asunto, aunque por norma general la política nunca entra en estos temas, supongo yo que porque a estas altura ya estamos todos bastante cansados de los ladrones de los dos colores y todos pensamos igual, y por tanto no hay nada que comentar que merezca la pena.

Yo ya estaba cansado. Estas cenas me cansan más de la cuenta. No quiero ni imaginar lo cansada que estaría mi madre después de estar todo el día preparando la comida que en apenas una hora había desaparecido tras las dentaduras de mi familia. En un momento dado, bordeando la medianoche mis abuelos maternos me dijeron que ya era hora de que les llevara de vuelta a su casa. Y así hice. No quiero decir que estuviera a disgusto en mi casa, pero el salir con el coche para llevar a mis abuelos a su casa me liberó en cierto modo del ambiente que había allí. No era un mal ambiente, para nada, y no me puedo quejar de ello, teniendo en cuenta que nunca ha habido problemas familiares que hayan hecho que mi padre no se hablara con mis abuelos, o con alguno de mis tíos. Simplemente muchas veces termino agobiado de estar en mi casa que parece convertirse en una cómoda prisión. Por esto llevar a mis abuelos hizo que ese agobio que estaba empezando a tener se rebajara. La noche estaba fría, y se preparaba una buena pelona que ya estaba empezando a caer sobre los coches que abarrotaban los aparcamientos y las aceras de mi barrio. Pero el frío no impidió que cuando ya me volvía, viera a una muchacha de mi edad más o menos, vestida con unos pantalones, si es que a lo que llevaba se les podía llamar pantalones, que apenas tenían cinco dedos de ancho

Cuando volví a mi casa mis abuelos paternos estaban preparándose para irse, así como mi tío soltero que le llevaría hasta su casa. Yo me pasé con mi primo al cuarto de estar para poder estar más tranquilo y cómodo sentado en el sofá, viéndole jugar un rato a la Play Station al juego de Los Simpsons. Sobre la una de la madrugada mi casa ya quedó por fin desierta. Mi tíos y mis primos fueron los últimos en marcharse. El salón parecía un campo de batalla tras una guerra. Antes de acostarnos recogimos un poco las cosas y limpiamos la cocina todo lo que se pudo. Mientras tanto Papá Noel pasó por mi casa dejándonos unos detalles; a mí me dejó algo clásico, un libro, una camisa lisa blanca y un jersey de rombos muy bonito la verdad. Regalos más típicos de un adulto que de un joven universitario, pero las cosas son así. Supongo que necesito una chica en mi vida que me devuelva la adolescencia y la juventud pasadas por alto y me rejuvenezca en gustos y ánimos. Pero esto que me gustaría que Papá Noel me trajera, o Sus Majestades de Oriente, no lo pueden conseguir porque sólo me compete a mí recibir como regalo en algún momento el amor de una chica.

Y así llegó el día de Navidad. Hoy. Día que ya está terminando y que ha amanecido con un sol y una luz radiantes. Una luz que invitaba a salir de casa, a pasar la mañana, antes de ir a comer con la familia, con tu pareja dando una vuelta por el Retiro, o tomando algo con los amigos en un bar para celebrar la Navidad. Una luz que ha acompañado a todos los niños madrileños a estrenar sus nuevos juguetes recién dejados debajo del árbol de Navidad por Santa Claus. Una luz que yo he disfrutado sentado delante del ordenador haciendo el PFC, relativamente amargado y agobiado, viendo que muy probablemente no llegue a la primera entrega del mismo con las suficiente garantías. Pero vamos estar estudiando y haciendo un trabajo agobiado ya no es algo nuevo por Navidad. Ya el año pasado tuve que estar haciendo otro trabajo mucho más manual y trabajoso por voluntad de un profesor amargado de la vida que lleva sin comerse un buen “polvorón” años, y que pretendió que todos fuéramos como él. También es cierto que si mis compañeros de carrera y yo pensamos ser ingenieros de caminos esta es la vida que nos espera, ¿o es que piensa alguno de mis compañeros que van a volver a disfrutar de unas vacaciones hasta que no sean abuelos, si es que lo son algún día?

Es duro y difícil aceptar, asumir o incluso darse cuenta que para uno el día de Navidad no tiene nada que lo diferencie de un nueve de agosto o un veinticuatro de mayo. Es duro pero es así. Ya dije antes que hace años que el día de Navidad comemos mis padres y yo solos en mi casa. No por nada, sino porque mi padre no libra el día de Navidad, ni tan siquiera el de Nochebuena. Si no trabaja alguno de esos días es que por casualidad le ha tocado librar esos días o porque los ha pedido a la empresa y ésta se los ha concedido. En más de una ocasión mi padre no se ha tomado las uvas en Nochevieja con nosotros por estar trabajando, y puedo asegurar que no es algo ni bonito ni agradable. Pero es así. Hoy mi padre tiene que trabajar. Es más de hecho, mientras estoy escribiendo estas líneas está trabajando. Por esta razón no comemos con nadie de mi familia hoy.

Hoy no tenía pensado ni estudiar ni hacer nada relacionado con la universidad, pero la realidad supera a los deseos, y casi nunca los planes que nos fijamos de antemano se cumplen. Lo que tenía pensado no se ha cumplido y he terminado estudiando y haciendo el PFC. Lo que pasa es que ha llegado un momento en que me he dicho que ya estaba bien, que era Navidad y que aunque me gustaría estar pasando la tarde con mi pareja, o haciendo cualquier otra cosa con amigos, no puede ser, primero porque no tengo pareja y segundo porque el día de Navidad se supone que es para pasarlo en familia, y por tanto lo que tenía que hacer era no gastar más tiempo en algo relacionado con la universidad. Y así están saliendo estas líneas. Es escribir lo que me permite pasar días como este. Días en los que la melancolía me invade y pienso y siento que me gustaría estar en otro lado haciendo otras cosas. Porque he aprendido que lo que siento no es tristeza sino melancolía. Pero la melancolía se siente cuando se recuerda o se piensa en momentos pasados que ya no se pueden vivir, pero lo que yo siento es melancolía por lo que pudo, y quizá debió, haber sido y pude haber vivido, pero que no he vivido y no fue. He aprendido con el tiempo que esa melancolía no es tristeza y que puede llegar a irse en algún momento.

El día de Navidad se está terminando ya, y espero que sea rápido, porque se me está haciendo más largo de lo deseable. Lo mismo me pasó el año pasado. Y lo mismo sentí entonces. Y como todos los años llegada la Navidad deseo que el año que termina de paso a uno nuevo en el que cambie mi situación sentimental, y que pueda llegar a las Navidades siguientes teniendo alguien a quien querer y amar y por tanto alguien con quien compartir estas fechas. Pero siempre todo sigue igual. Nada cambia de año en año. Hay cosas que con respecto al año pasado están mejor en mi vida, y que me hacen sentirme más a gusto conmigo mismo. Pero no todo me hace sentir así, y en estas fechas tiene más fuerza dentro de mí lo que no ha cambiando, lo negativo, que aquello que va mejor o que se ha reconducido. Pero quizá nada cambia porque el primero que no lo hace soy yo mismo. Y de ahí supongo que viene la melancolía que en días como hoy siento; melancolía por algo que nunca fue y que por tanto no puedo saber cómo pudo haber sido.

Pero siempre me queda el turrón y los polvorones, los libros y la escritura, y los estrenos de cine que por estas fechas son muchos y de mejor calidad que el resto del año. Y cómo no, este año tengo el PFC para acompañarme y tener mi mente ocupada con cosas. ¡Qué sería de mí sin el PFC, y esa tensión constante! Bueno el día de Navidad de 2014 se acaba, disfrutad lo que queda de día y sobre y ante todo os deseo a todos ¡FELIZ NAVIDAD!

Caronte.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Fantasmas pasados

Llevaba muchos meses sin sentirse como anoche se sintió. Ya casi había olvidado qué era eso de la ansiedad, de verse completamente vacío por dentro. Pero anoche después de haber pasado unas cuantas horas con compañeros de la universidad y algunos amigos en el cine y después cenando, volvió a sentir esa tremenda presión en el pecho. Esa presión que parece que le va a romper las costillas, que le hincha los pulmones sin aire sólo de ansiedad. Una presión que parece indicar que hay algo que quiere salir fuera, liberarse y dejar para siempre la realidad, para volar lejos, muy lejos del hoy.

Tampoco comprendió muy bien el por qué de esa vuelta a momentos del pasado. Un pasado no tan lejano por desgracia. Un pasado que muy de vez en cuando ha seguido presente, pero nunca tanto y con tanta intensidad como anoche. Pensada que todo eso estaba superado, ya no necesitaba ayuda ni a nadie para que le escuchara a parte de sus padres. Eso era ya parte de un pasado que pretendía dejar lo más lejos posible cuanto antes. Pero parece que nada queda nunca en el pasado, o por lo menos parece que él nunca consigue dejar al pasado completamente detrás.

Desde la primavera parecía que todo iba por buen camino. La ansiedad parecía haber desaparecido casi por completo. Las cosas iban mejor. Él mismo se sentía mucho más a gusto consigo mismo. Ya no se decía a sí mismo tan a menudo que era un tipo raro, muy raro, tanto como para pensar que no tenía sitio entre sus amigos de la universidad, ni tan siquiera en la sociedad en la que vivía. Después de casi tres años muy duros en los que había pasado por problemas graves de ansiedad, falta de autoestima y falta de ganas de hace nada, parecía que todo se estaba estabilizando. La luz asomaba por el final del túnel. El pozo en el que se sentía metido y sin posibilidad de escapatoria parecía cada vez menos profundo y la salida más cercana. Él mismo lo sentía así. Había recobrado algo las ganas por que los días pasaran y por vivirlos. Empezaba a gustarse de nuevo, la autoestima parecía recobrarse y los ánimos que se daba de vez en cuando para hacer alguna cosa que hasta entonces hubiera sido imposible para él, surtían su efecto. Parecía que se había encontrado a sí mismo después de muchos años perdido en un océano, vagando a la deriva en una barca que no le gustaba, y varando de isla en isla sin encontrar motivación alguna para empezar nada decente.

Ni siquiera la Escuela que tantos sinsabores y decepciones, tanto personales (que son las que más le han dolido siempre) como académicas y profesiones (que en el fondo una vez se dio cuenta de lo que más importaba, empezaron a ser secundarias y a no importarle nada), le afectaba al ánimo lo más mínimo. Por suerte eso sigue siendo así, y por mucho que pase en ese horrible edificio de Ciudad Universitaria nada le importa. Pasa de todo ello como de comer criadillas de toro, le da igual. Es más pensaba que volver un último año más iba a ser un suplicio, pero sin embargo ha sido todo lo contrario. Este primer trimestre aún teniendo que cargar con la pesada losa del Proyecto Fin de Carrera se le ha pasado volando. Antes de empezar sexto no hubiera imaginado ni siendo la persona más optimista del mundo que fuera a estar tan a gusto con sus amigos, los que lo son de verdad, y mucho menos imaginar que con un compañero con el que el año pasado ni se hablaba y cuando lo hacía era para hacerle daño las cosas se pudieran recomponer y redirigir. No la Escuela dejó de ser un problema para él en el momento en que cambió sus prioridades, o quizá mejor dicho en el momento que asumió su error y lo aceptó como algo que suele pasar en la vida y que debe servir para aprender.

En su día la Escuela sí fue un problema. Era un suplicio tener que ir todos los días allí y meterse en un mundo falso en el que el interés sustituye a la amistad, y los contactos al mérito. Este hecho no ha mejorado con los años, sino todo lo contrario a medida que iban pasando los cursos se iba dando cuenta de que esa actitud cretina y miserable, que conduciría a la sociedad a la autodestrucción sino no fuera porque por suerte es una minoría comparada con la inmensidad del mundo, se iba acrecentando. Por suerte supo reaccionar a tiempo, no por el mismo sino con la ayuda impagada e impagable de sus amigos que en ese sentido sí con como él. La Escuela dejo hace tiempo de tocarle la moral y de cizallarle el espíritu y la esperanza. En el momento en que supo ver que lo que de verdad importa es siempre uno mismo, es decir, estar bien y a gusto consigo mismo, y sobre todo los amigos, aquellas personas que te quieren tal y como eres, con tus faltas (que tiene muchas), errores (que también son multitud), y en cierto modo también, aunque esto suele ser lo de menor importancia, tus virtudes (que en su caso probablemente no sea ninguna). Son las personas, empezando por uno mismo, las que importan, lo demás es accesorio, y si uno es capaz de estar bien consigo mismo y con las personas que le rodean lo demás pierde rápidamente importancia.

Él pensaba que ya había superado la época de no estar a gusto consigo mismo, de preocuparse demasiado por lo que otros pudieran decir sobre él. Y en cierto modo es así, desde hacía tiempo lo que otros decían de él se la traía sin cuidado, salvo aquello que sus amigos de verdad, esos a los que de vez cuando termina por fallar como un imbécil, le decían. Esto sí importa, aunque siempre de manera relativa, y con el objetivo de mejorar aquello que haya que mejorar. Hace unos meses cuando llegó lo más bajo que podía llegar, a sentirse como un miserable más, ruin, vil y sin corazón, o mejor dicho sin alma, decidió que era hora de cambiar, girar 180º su vida. Durante el pasado verano hizo un duro ejercicio de reflexión personal que le llevó a darse cuenta que si conseguía estar a gusto consigo mismo podría salir del pozo en el que estaba, o del túnel, da igual, lo mismo da una metáfora que la otra. Se dio cuenta de que estar todo el tiempo pensando el lo que los demás esperaban de él, o en lo que los demás estuvieran haciendo y él no, no le llevaba a ninguna parte salvo a la desesperación y al vacío personal. Por eso decidió aplicarse a sí mismo una máxima: ser feliz por sí mismo, buscando en cada momento aquello que le hiciera estar bien y a gusto.

Sin embargo por muy lejos que parecieran los días en los que sólo sentía dentro de sí mismo un vacío inconmensurable, anoche se dio cuenta que todavía quedaban posos. Fantasmas del pasado que vuelven cuando menos se los espera y golpean con mayor dureza de la que imaginábamos, dejándonos muy tocados. De todos los problemas que su entrada en la universidad, en ese nuevo mundo de relaciones personales y nueva gente, le trajo y que terminaron por explotar hace unos años había uno que seguía latente, oculto bajo otros que se fueron acumulando poco a poco en un proceso destructivo que le dejó sin ganas de nada, sin espíritu y sin un ápice de autoestima. Ese problema era la soledad. No la soledad que implica falta de personas alrededor de uno, porque en ese sentido no tiene problemas, sino todo lo contrario, nunca pensó durante los peores días que podría llamar amigos a tantas personas, ni que tanta gente en la Escuela le saludaría e intercambiaría algunas frases con él, ni tan siquiera que se iba a atrever a meterse en una de las asociaciones de su Escuela para colaborar con ellos de manera más directa. La soledad que siempre ha sentido, prácticamente desde el principio de su periplo universitario es de otro tipo.

La soledad que siempre ha sentido no implica falta de personas sino de amor. Es contradictorio que él se sienta solo, pero muchas veces el estar rodeado de personas no implica no estar en soledad. Él sabe que literalmente hablando no está solo, sus padres, su familia y sus amigos están ahí, y todos le muestran su cariño. Pero la soledad que siente no tiene nada que ver con estar solo, va más allá, se hunde en lo más profundo de su alma, hasta las entrañas de su corazón. Su soledad se explica con tres palabras: falta de amor. Algunos vendrán diciendo que tiene el amor de sus padres, el cariño de sus amigos, pero las mismas personas que dicen esto también saben, y se callan, que llega un momento en que eso no basta. El amor maternal y paternal tiene fecha de caducidad, no porque se acabe, sino porque pierde las propiedades que un día tuvo. Este amor “familiar” es más que suficiente cuando se es un chaval, un adolescente incluso, pero a medida que se va creciendo se hace pequeño y no llega a cubrir otros ámbitos afectivos. La soledad que él siente, y que deriva en una destrucción total de su voluntad y de sus ánimos deriva de la falta de pareja, del no tener, ni haber tenido (que muchas veces le come más la moral que le mero hecho de no tener en el presente) novia.

Es superficial que se sienta solo por ello, pero creo que es más que comprensible. Está muy bien el cariño de los amigos, el suplir con ellos una tarde yendo de cervezas o al cine, o simplemente a dar una vuelta sin rumbo fijado de antemano. Está muy bien el amor de tus padres, de tus abuelos, de tu prima más pequeña de quien además eres padrino, el de tus tíos, y la admiración de tu primo mediano por las notas que sacas en la universidad. Todo está muy bien, lo uno y lo otro. Pero llega un momento en que no basta, en que eso mismo produce vacío en tu alma. Él sabe que la ansiedad que le venció ayer de vuelta a su casa tras haber quedado con unos amigos viene de su soledad, de compararse de nuevo con las personas con las que estuvo y descubrir que muchos han sido los años que ha perdido y que le han ocasionado esa soledad. Verse rodeado de personas que tenían pareja o que habían tenido pareja en algún momento, y compararse con ellos fue un golpe que sin esperarlo le volvió a dar en plena línea de flotación de su autoestima.

Nadie, ni él mismo, pueden afirmar que se sentiría de manera diferente si su vida hubiera sido otra, si no hubiera caído en ese pozo tan profundo del que se creía fuera ya. Es posible que el pozo estuviera lejos, pero los fantasmas que tuvo dentro del mismo siguen a su alrededor y han aguardado hasta el momento justo para volver a atacar y golpear con fuerza en aquello que estaba empezando a recuperar, como eran las ganas de vivir todos los días con ánimo e ilusión. Esos fantasmas siempre han estado ahí, escondidos y él lo sabía. Lo sabía pero había decidido ignorarlos, tal y como se le aconsejó y como aprendió a hacer. Pero esto fantasmas son tan listos como nosotros mismo, ya que surgen de lo más profundo de nuestro ser, son parte de nosotros y nos conocen mejor que nosotros mismos, por ello saben cuando actuar para volver a desgarrar lo que con tanto esfuerzo se había vuelto a tejer.

De todas maneras él sabía que tarde o temprano iba a haber un episodio como el que tuvo que vivir anoche. Sabía que llegaría una decaída, o un tropezón, da igual el nombre que se le dé, que le haría sentir como en los peores momentos pasados. ¿Por qué fue ayer, con lo bien que se lo había pasado haciendo algo que le gusta como es ir al cine, y además con un grupo grande de personas entre las que había algunos amigos? No hay respuesta, y menos que nadie él no la encuentra. Ni la va a encontrar porque a los fantasmas del pasado no les guía ninguna razón. Cuando vienen lo hacen para golpear fuerte, para volver a hacer presente algo que parecía ya pasado. Pero el problema del pasado es que siempre acaba por volver. No se puede conjurar para eliminarlo, para fijarlo en el tiempo donde no podemos volver, ni al que podemos ir.

Anoche, como no le pasaba desde hacía mucho tiempo, terminó por reventar. Casi llegando a su casa, en el coche, por las calles desiertas de su barrio por las que ni un alma circulaba aparecieron de nuevo los fantasmas. Sin embargo él sabía que iban a aparecer, los llevaba notando toda la tarde. En el centro comercial, mientras esperaba a que llegara el resto de la gente con la que iba a ir al cine, para hacer tiempo decidió darse una vuelta por las diversas plantas repletas de tiendas de ropa. Todos los centros comerciales se terminan pareciendo entre sí, o eso piensa él, todos tienen siempre las mismas tiendas de ropa y situadas casi siempre en el mismo orden, los mismos restaurantes, las mismas atracciones para los niños y para los adultos, los mismos cines y las mismas salas de juegos. Pero también tienen igual a la gente. Mientras paseaba por los pasillos del centro comercial esquivando a la gente no podía hacer otra cosa que observar. Observar la vorágine consumista que se impone en las fechas de Navidad. Observar a los padres que se visten de Sabios de Oriente y, de una tienda a otra, van con prisas y estrés buscando aquello que tienen que comprar.

Pero en lo que más se fijaba, casi sin quererlo, y sabiendo que si no lo controlaba acabaría mal, como al final de la noche sucedió, era en las parejas. De todas las edades. Adolescentes, jóvenes de su edad, jóvenes algo mayores que él, adultos y ancianos. Todas estas parejas de la mano, bueno todas no. Una cosa curiosa que ocurre en los centros comerciales es que los adolescentes, los jóvenes de todas la edades, y las personas mayores sí van de la mano, o abrazados, o cogiendo ellos a sus chicas de la cintura, pero los adultos no. Los adultos van juntos pero no revueltos, con las manos cerca unas de otras pero como si no se atrevieran a tocarse por haber cometido una falta en uno con el otro. Una cosa curiosa que se necesite el contento físico tanto en el comienzo de la vida independiente de los padres, y al final del camino vital. Ese contacto que nos hace sentir a quien amamos ahí. Su calor, su fuerza, su tensión. Ese contacto que nos sostiene y nos mantiene a flote en el mar agitado y bravío que es la vida.

Pero él viendo todo esto, observando a todas las parejas, solo era capaz de ver su soledad. Él no podía disfrutar de ese contacto físico con su pareja porque no la había. No podía sentir ese amor, porque no existía. Pero lo peor de todo era saber que no había tenido nunca la oportunidad de poder hacerlo. Eso era lo que más le tocaba en lo más profundo de su alma, lo que le destroza su ánimo cada vez que lo piensa. Sin embargo hizo lo que sabía que tenía que hacer. Pensó en otra cosa, en momentos y lugares en los que lo pasara bien y hubiera estado a gusto. Tuvo suerte y pronto llegaron los refuerzos que le permitieron no seguir pensado en lo que no tenía que pensar. Los fantasmas de momento se alejaron. Pero él ya los había notado y en el fondo sabía que no se habían ido muy lejos.

Y tenía razón los fantasmas seguían con él. Dentro de la sala de cine también. A pesar de toda la gente que había en la sala, tanta como no recordaba desde hacía muchos años, y del grupo tan numeroso en el que iba él se sentía solo. Le hubiera gustado poder ir también con su pareja y haber podido disfrutar de ella y du sus amigos al mismo tiempo. Esa idea le empezó a rondar durante toda la película y lo que es peor permitió que se le metiera hasta lo más profundo de su mente. Los fantasmas ya lo vieron claro y terminaron por entrar también y empezar a golpear donde sabían que tenían que hacerlo, allí donde todavía el pasado era muy presente de vez en cuando.

La noche terminó muy de madrugada. Se despidió del grupo en el que iba, deseó felices fiestas a sus amigos y a sus parejas y cogió el coche para volver. En el coche él ya sabía lo que iba a ocurrir. Sabía que no iba solo que los fantasmas del pasado iban con él y que se iban a hacer notar antes o después, pero más pronto que tarde. Y así fue. Llegando a su casa la ansiedad era tan grande que solo tenía una opción para liberarla. La presión poco a poco le fue creciendo en el pecho. Una presión que si hubiera estado en medio de un bosque o de la montaña se hubiera transformado en un grito sordo. Un grito de liberación que sólo hubieran oído las aves que hubieran levantado el vuelo para huir hacia la libertad. Un grito que se hubiera tragado la montaña. Pero él solo en su coche no podía gritar.

Llorar es un modo de liberar tensiones, de dejar que las emociones fluyan y salgan fuera, o al menos eso es lo que le habían dicho. Llorar sirve para dar rienda suelta a los sentimientos, tanto buenos o malos. Se puede llorar de risa, a carcajada limpia sin poder parar; pero también se puede llorar por todo lo contrario. Se llora en un funeral, se llora en un nacimiento, se puede llorar en un partido de fútbol y en la graduación de tu hijo, se puede llorar de mentira, y se puede llorar de amor. Anoche él lloró de soledad. Los fantasmas ganaron. El pasado volvió con aroma valenciano al presente. No lo evitó porque sabía que iba a pasar y el evitarlo no hubiera hecho nada salvo aumentar la presión y la ansiedad. Estuvo un rato en el coche solo, llorando, tranquilizándose antes de entrar en su casa, intentando echar a los fantasmas de su interior con sus lágrimas, intentado que la ansiedad acabara y la presión en el pecho desapareciera. Pero estos no se van tan fácilmente y menos si saben que pueden hacer leña del árbol caído, si pueden alimentarse de los restos, del miedo y minar un poco la moral y la autoestima.

Cuando entró en su casa eran cerca de las dos de la madrugada, pero a pesar de la hora y del sueño sabía de antemano que aquella noche iba a ser dura, como las de antes. Como esas noches en las que apenas descansaba por mucho que durmiera. El sueño acabó por arrastrarle hacia los dominios de Morfeo a cabalgar con él en su cuadriga celestial hacia un nuevo día. Pero los fantasmas que volvieron a aparecer también permanecieron con él, y tendrá de nuevo que expulsarlo, aunque esto ya lo sabe hacer. Simplemente tiene que mantenerse ocupado en algo, tener algo que obligue al pasado a mantenerse en ese recodo del tiempo donde no podemos llegar nunca, a raya del presente. Por suerte tiene el PFC durante estas Navidades para mantenerle ocupado y a los fantasmas pasados a raya. Yo sólo espero que logre ahuyentar a esos fantasmas y hacerles desaparecer por fin del todo para que no puedan volver de nuevo a golpearle y para que de una vez por todas pueda estar tranquilo.

Caronte.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Mi amigo: el que NO es de Olías del Rey

Llego tarde a escribir sobre uno de los amigos que me faltaba. Tarde por falta de tiempo debido a un asuntillo de la universidad llamado PFC, y porque para ser sincero no encontraba la suficiente inspiración para que me saliera un artículo decente. Esto no quiere decir que todos los artículos anteriores hayan sido decentes. Muy probablemente no lo hayan sido, pero al menos los he escrito sabiendo cuáles podrían ser las consecuencias y gustándome a mí mismo. Me hubiera gustado poder publicar este artículo justo el día del cumpleaños de este amigo mío, pero tampoco me he pasado muchos días.

Del amigo que hoy me toca hablar y retratar un poco, siempre de manera algo cubista ya que en el fondo es como yo lo veo. Da la casualidad que es al mayor, por edad fisiológica, del grupo de amigos de la universidad. Nació el día quince de diciembre de 1990, a punto de espirar el año, y como regalo de Navidad adelantado para sus padres. Yo nací apenas cuatro meses después, tiempo justo para que en un normal desarrollo de una vida académica no nos hubiéramos conocido nunca en clase. Pero es lo que tiene nacer en años diferentes, aunque uno lo haga el último día de un año y otro lo haga el primero del siguiente. Pero a pesar de ser el mayor, el abuelo, el adulto, el más maduro (¿ein?), parece todo lo contrario. Tanto por apariencia física como por espíritu parece el más joven de todo el grupo, y es algo paradójico porque quien se supone es el benjamín del mismo grupo de amigos, resulta que parece no sólo el mayor sino bastante más que eso.

Por suerte para mí (permitidme que sea un poco egoísta alguna vez y no me juzguéis por ello), y también para el resto de mis amigos en común con esta persona, pero quizá por desgracia para él, le conocí en primero de carrera. Primero para mí, pero para él era ya su segundo año en la Escuela. Durante su primer año por circunstancias de la vida sólo aprobó Dibujo, y por tanto tuvo que volver a cursar todas las asignaturas de primero. Fue así como le conocí. Casi siempre que yo llegaba a clase él ya estaba allí, sentado en la primera fila del anfiteatro de una clase enorme, leyendo el periódico solo. Cuando yo llegaba al verle siempre allí y al pasar siempre por su lado, una vez pasaron los primeros días o semanas de aterrizaje en ese nuevo mundo que era la Escuela, le saludad dándole los buenos días. Así, poco a poco me empezó a sonar su cara, y no os penséis que era poca cosa al menos para mí, que suelo ser bastante tímido a la hora de empezar a relacionarme con la gente.

Aquel primer año realmente no tuve mucho más contacto con él que ese, es decir, de saludo cordial. Supongo que por yo pensar que al ser él de un curso superior, más mayor que yo, tampoco tenía mucho sentido hacerme amigo suyo. Sin embargo estaba muy equivocado. Aquel año perdí la oportunidad de hacer un amigo más cercano y tener mayor relación con él. Fue luego ya a partir de segundo de carrera cuando realmente el grupo que hoy tengo de amigos se empezó a cimentar de verdad un poco más.

Alguien se podrá preguntar el por qué del título que he elegido para este artículo. No es un título normal, lógico está buscado para llamar la atención y que lo leáis ¡panda de vagos, chupatintas carroñeros que solo leéis lo que publico si escribo carnaza y meto cizaña! Pero el título tiene su lógica. Este amigo no es de Madrid, es de provincias como antiguamente se decía. Pero además de provincias de verdad de la buena. Es de Toledo, provincia de Toledo. Si fuera de la capital visigoda para mí sería incluso de mayor estatus que los madrileños usurpadores de la capitalidad histórica de las Españas. Pero no es de Toletum. Es de al lado. Un pueblecito o más bien pueblo, que si no seguro que se me cabrea mi amigo, llamado Bargas (no confundir tampoco ni mucho menos delante de él con Vargas, otro pueblo, este sí, de la provincia de Cantabria) que tiene una histórica rivalidad con Olías del Rey que es el pueblo que está justo al lado, apenas separado por la carretera de Toledo, la A-42.

La rivalidad entre Bargas y Olías se remonta a tiempos inmemoriales, a una época en la que los neandertales poblaban aquellos parajes y cubrían sus carnes con pieles, los hombres se disputaban la caza del tigre dientes de sable y arriesgaban su vida para alimentar a sus familias, las mujeres cuidaban de la casa/cueva (allí donde los del PP habitan de manera habitual) y de los niños salvajes, y el fuego era el mayor avance tecnológico que había. Dicha rivalidad siguió creciendo a la vez que envejecía el mundo, y arraigaba profundamente en las conciencias de los habitantes de ambas aldeas que pronto se convirtieron en paso obligado para aquello que quisieran llegar a la ciudad de las tres culturas, allí donde moraba la corte del Rey. Y así se ha llegado hasta nuestros días. Bargas y Olías siguen siendo pueblos rivales como Springfield y Shelbyville (ya se verá por qué hago referencia aquí por primera vez a Los Simpsons). Y esta rivalidad también la vive mi amigo. Cuidado con nombrarle a Olías, o decir que tiene algo bueno (aunque pueda ser algo objetivamente bueno y por tanto de justicia decirlo), o que alguna vez haya salido alguien decente de allí, o que sus mujeres sean hermosas y protuberantes cuáles doncellas de Rubens. Olías está vetado para mi amigo. Eso sí, y que me perdone por lo que voy a decir ahora, pero las piedras de la Catedral de Toledo, Primada de España, sede de la diócesis más rica después de Roma y uno de los monumentos góticos más impresionantes y bellos que se pueden admirar en el mundo, salieron de las antiguas canteras de Olías. Pero vamos, ¡Bargas rules!

La verdad es que se pica un poco cada vez que le menciono a Olías como un lugar bueno, pero ahí está la gracia. Sin embargo por mucho que diga que es de provincias él lo lleva con algo de orgullo y dice que sí que es de Toledo, provincia, y por tanto algo bolo también (apodo despectivo que se usa para designar a los habitantes de Toledo, que yo todavía no he terminado de comprender bien). También lleva con mucho orgullo, y esto sí que no lo entiendo, ser del Atlético de Madrid. Lamentablemente a mi alrededor en la Escuela tengo bastantes colchoneros que por desgracia para los que somos merengues (aunque sólo sea a veces para tocar un poco lo moral a los seguidores de equipo inferiores) últimamente están más de celebración que de depresión habitual. Aunque con recordarles un número, el 93, y a un jugador, Ramos, se les bajen de nuevo los humos. Todavía recuerdo la broma que les hacía a mis amigos del Atleti en la escuela cuando no se conocía victoria de este equipo sobre el Madrid desde hacía casi dos décadas, de que sólo gana el Atleti al Madrid una vez por generación. Por desgracia esto ya no es así y parece ser que han subido algo el nivel de fútbol que se juega en el Manzanares, y aunque todavía no llegue al nivel del que se juega en Chamartín, algo más se va pareciendo. También es de agradecer que este amigo me diga que soy de los pocos madridistas que le caen bien (será que soy del Madrid de boquilla y que a mí el fútbol no me va mucho la verdad, sólo partidos que puedan merecer la pena, y ya ni eso).

Antes he citado de manera rápida a Los Simpsons, y lo he hecho porque este amigo mío es un fan total y absoluto de esa genial familia amarilla que todos los días a la hora de comer ameniza nuestra ingesta diaria de alimentos. Pero no un fan normal y corriente, eso que en el fondo podemos ser todos los que disfrutamos con Homer y las chorradas que dice, sino un fan, fan. Fan de esos que se saben pasajes enteros de los capítulos, de los que son capaces de repetirte una y mil veces la misma frase y hacerte la misma gracia que si la oyeras la primera vez, de los que se saben hasta la escena más rebuscada y que la recuerda y la hacen recordar a los que tienen a su alrededor. La verdad es que muchos días en la universidad, esos días en los que sólo te apetece irte no ya a tu casa sino más lejos todavía, si no fuera porque de vez en cuando esta persona salta con una frase de Homer o de Bart el día sería de apaga y vámonos. Menos mal que está él para sacar una frase adecuada en el momento más necesario.

La verdad es que una de las cosas que más admiro de este amigo, porque aunque parezca mentira de alguien que es tan fan de los Simpsons  y del Atleti también se puede sacar algo bueno, es esa capacidad suya por divertirse con algo que puede resultar de otra ápoca de nuestras vidas, más anterior, casi ya olvidada en la que estábamos muy lejos de ser adultos. Ese poso de niñez que todavía mantiene mi amigo, o mejor dijo de espíritu juvenil, es el que le hace disfrutar de todo lo que le gusta de una manera que al menos yo ya he perdido, y por eso le envidio por ello. Si el mundo en general mantuviera una parte infantil, si todos los habitantes de este planeta fuéramos capaces de mantener durante toda nuestra vida un lado infantil, juvenil, o incluso casi adolescente, el mundo se metería en menos problemas y todos viviríamos mucho mejor y más felices.

Pero no sólo son Los Simpsons y el fútbol sus grandes pasiones. También lo son Juego de Tronos, los pokémon, el Minecraft y los zombies. Como se puede comprobar todas aficiones muy respetables para el mayor de los miembros del grupo de amigos que somos en la universidad, todas acordes a la edad que tiene ya. Pero lo mejor es que mi amigo vive todas estas aficiones con gran ilusión y emoción, y cada vez que me da la brasa, perdón, cada vez que me habla de ellas (y yo escucho atentamente para no perder detalle de sus anécdotas) lo hace con tal vehemencia que sólo puedo emocionarme con él y le escucho detenidamente aprendiendo, o intentando aprender a ilusionarme tanto como hace él con esas pequeñas cosas que tiene la vida. Es cierto también que cuando le da por una de estas aficiones le da fuerte. Más de una vez se ha apuntado a ir a un pueblo por la tarde-noche a participar en una megayincana llamada Survival Zombie, consistente en completar una serie de misiones por todo el pueblo a la vez que se intenta escapar de los zombies (personas disfrazadas que te persiguen e intentan impedir que logres tus objetivos). Yo por ejemplo sería incapaz de hacerlo, me daría mucha ansiedad (en el fondo soy un miedica).

Además de todo lo anterior me gustaría añadir que esta persona es de las que encuentra la felicidad en las cosas más simples que pueda uno imaginar. Con muy poco se le puede hacer feliz e ilusionar. Por ejemplo hace poco le acompañé a comprar un regalo por el centro de Madrid en una hora libre que teníamos en la Escuela y antes de volvernos le invité a tomar una napolitana de chocolate en la Mallorquina. Con ese simple gesto creo que ya echó el día y le bastó. También es cierto que todo lo que tenga que ver con la comida, y más aún con los dulces (napolitanas, palmeras de chocolate, brownies, bizcochos, etc) le encanta, y por ahí siempre se le podrá ver contento. Lo que no sé es donde mete todo lo dulce que come, porque gordo no está (él dice que hace un poco de boxeo en la peña de su pueblo, pero no sé si creerle porque no es que se le note mucho ese boxeo que dice que hace). Otro ejemplo de que con poco se le puede hacer feliz es que para su cumple hace unos años le regalamos un llavero que al silbar pitaba y estuvo todo el mes haciendo el ganso con él, como un crío. Pero todo esto es de agradecer, ya que poca gente se muestra tan agradecida cuando se tiene un detalle con ellos o cuando se regala algo.

Podría decir bastante más de este amigo pero basta con decir que es un buen amigo. De los pocos que conocí en primero de carrera hace ya la tira de años, casi una eternidad, pero con el que con los años desde entonces he ido poco a poco profundizando una amistad que a día de hoy valoro mucho. Siempre que le he pedido un consejo en cualquier ámbito me lo ha dado y, aunque casi nunca nadie hacemos caso de los consejos ajenos (y no soy yo la excepción), siempre ese consejo si lo hubiera aplicado hubiera resultado bien. Tendré que aprender de ello y hacerle más caso, que por algo será el mayor de todos. Más sabiduría tendrá, o más experiencia, o yo que sé, cualquier cosa más que yo seguro. Y si no puedo pedirle un consejo, siempre podré pedirle que me diga alguna frase de los Simpsons para rematar cualquier cosa que en eso sí que es una máquina. Como ya he dicho antes la mejor virtud que tiene esta persona es tener la capacidad de ilusionarse con cualquier cosa y de sacar lo bueno que puede haber en las cosas más simples, a las que muchos (entre los que me incluyo) no sabríamos sacar nada. Esa ilusión y el guardar todavía una parte infantil dentro de sí mismo son lo que espero que nunca pierda y que alguna vez yo mismo pueda tener esas facultades. Pero como no sé si una vez se recupera todo el niño perdido que deberíamos guardar dentro de nosotros, espero poder contar siempre con su amistad para que de vez en cuando me contagie esa parte menos adulta, racional y cabal que termina por adueñarse de nosotros antes o después.

PD: He de señalar aquí que con este artículo ya he publicado en este blog 100, y por tanto estoy de enhorabuena. Ha sido toda una casualidad que haya sido así y que este artículo 100 esté dedicado a un amigo, bien podría haber sido una crítica al gobierna o a la sociedad, o una simple reflexión sobre la vida. Pero el cosmos ha querido que este artículo que redondea mi cuenta de artículos publicados sea para un amigo.

Caronte.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Causa de la muerte: PFC

No sé por qué pero llevo unas semanas en las que apenas me sale escribir nada. Y no es porque no lo intento, ni porque no me ponga manos a la obra con ello. Hay veces que he querido escribir algo que se me ha pasado por la cabeza pero una vez delante de la hoja en blanco de Word no me ha salido nada, por mucho que haya empezado a escribir unas líneas. He dicho que no lo sé, pero en el fondo la razón está más que clara: tengo la mente totalmente agotada. Agotada de pensar, calcular, redactar y estructurar de la mejor manera posible mi Proyecto Fin de Carrera (a partir de ahora si vuelve a salir esto lo abreviaré con PFC).

Por suerte, o según el día que tenga y como lo mire por desgracia, ya estoy en sexto de carrera. ¡Sí, sexto! Sé que parece raro pero han existido las carreras de seis años naturales, aunque como los ornitorrincos siempre han sido especies algo raras y que la verdad no tenían mucho sentido de ser. Pero ya estoy acabando, y encima en tiempo, es decir a curso por año, lo que según dicen las malas lenguas es algo que pocos han conseguido (supongo que será porque no tuvieron que vivir la última promoción de este plan antiguo de seis años, ya que tengo la impresión de que no es que hayan levantado la mano es que, haciendo un símil ingenieril, han abierto las compuertas de la presa y los desagües de fondo para quitarnos de en medio lo más rápido posible; aunque siempre hay profesores y catedráticos, y pienso en Resistencia e Hidráulica especialmente, que tras haber fumado algo de crack en mal estado y creyéndose dioses están poniendo las cosas más que complicadas a más de uno, entre ellos a algún amigo). Yo supongo que o con mucha suerte, o de manera más que inmerecida, estoy en sexto y limpio de cursos anteriores, tras haberme aprobado, que no haber aprobado yo, varias asignaturas desde que llevo en la carrera (física, hormigón, hidráulica, etc.).

Como he dicho ya estoy en sexto. Y por fin se cumple eso que desde que entré en la Escuela decían de todos los curos: “segundo es más fácil que primero”, “tercero es más fácil que segundo”, “cuarto ya no tiene nada que ver con lo anterior”. Y es cierto por fin, sexto en sí, y sin contar con el PFC, es un curso casi diría yo de trámite. Me explico para que nadie me malentienda o se piense que voy de sobrado (aunque lo que piense la gente, desde hace ya un tiempo como que me da bastante igual y me resbala bastante). Si tengo que comparar los apuntes que tomaba en cursos anteriores con los que tomo este año, puedo decir que este curso apenas estoy tomando apuntes en una asignatura, en todas las demás voy a clase o bien porque los profesores pasan lista para ayudar a quien asista a clase en la nota final (cosa un poco miserable por mi parte), o bien porque no me queda más remedio. Una cosa que quiero apuntar aquí a nivel más personal, es que lo de pasar lista en clase en la universidad me parece muy infantil por parte de los profesores que lo hacen. Si la universidad es voluntaria, nadie nos debería obligar a estar calentando unos asientos, que por otra parte son incomodísimos, simplemente para henchir el ego de algunos profesores/catedráticos. Lo que pasa es que si a esa voluntariedad de asistencia a clase se suma la ineptitud docente de algunos profesores (que en algunos casos raya lo lamentable), es normal que algunos para creerse buenos pasen lista de asistencia y así evitar que sus clases queden desiertas.

Volviendo al asunto que pretendo tratar (aunque no sé muy bien cuál es la verdad). Si sexto fuera sólo el ir a clase, aunque sea obligado por el control de asistencia, sería un paseo de rosas. ¿Pero cómo van a permitir desde mi Escuela que un solo curso de su prestigiosísima carrera sea un paseo de rosas? De ninguna de las maneras, algo había que hacer para que esto no fuera así, y que los alumnos tuviéramos un curso por fin en el que volviéramos a tener vida personal o privada, por muy miserable, triste y desgraciada que esta sea. Así se inventó el PFC: ese grano en el culo permanente que recuerda al alumno todos los días del curso que está puteado. Todo lo que diga a partir de ahora del PFC será poco y muy lejano a la realidad.

Es el maldito PFC el que ha terminado de vencerme y el que me impide escribir, tanto por tiempo, ya que me quita muchas horas, como por inspiración. Muchas tardes las intento planificar para que me dé tiempo a hacer algo del PFC, ir poco a poco avanzándolo y estructurándolo, buscando información y redactando; pero también para que pueda tener un rato para estudiar las asignaturas de sexto curso, y que además me quede algo de tiempo para escribir un poco todos los días para publicar de vez en cuando (con bastante menos frecuencias que el año pasado y de la que a mí me gustaría por desgracia) algún artículo en el blog. Pero esto es simple y pura planificación y todos sabemos que los planes, de cualquier tipo, nunca salen como se piensan o se imaginan, por muchas vueltas que se les den para perfeccionarlos. Y por tanto como todo plan el querer dividir mi tiempo de trabajo entre el PFC, sexto y la escritura, nunca termina saliendo. Y el culpable es el PFC, porque por mucho que me digo que no puedo estar toda la maldita tarde con él, siempre acabo invirtiendo todo el tiempo en el mismo.

Si sólo fuera tiempo lo que invierto en el PFC, dentro de lo que cabe no sería tanto problema ya que podría sacar más de debajo de las piedras, simplemente durmiendo menos, no yendo a la piscina dos días en semana, y a la academia de francés otros dos, tendría tiempo. Pero no voy a sacrificar absolutamente nada por ello, básicamente porque no me merece la pena, y creo que de manera objetiva el PFC en su conjunto (y casi diría que por extensión, mi carrera, y todas las carreras en general) no merece la pena.

Recuerdo con gracia cuando a finales del curso pasado para orientarnos sobre cómo iba a ser el PFC y todo lo que teníamos que hacer para inscribirnos, elegir tipo de proyecto y la manera de evaluarlo y presentarlo, en mi Escuela organizaron una charla. En dicha charla el responsable del departamento del Proyecto Fin de Carrera nos dijo que el hecho de que hiciéramos el PFC a la vez que cursábamos sexto era un privilegio que teníamos. Vamos que nos vino a decir que era una especie de favor, de deferencia, que por tradición ha tenido la Escuela hacia sus alumnos de sexto para que no tuviera que estar un año más todavía haciendo el proyecto, como suele pasar en todas las carreras normales. No puedo evitar reírme – básicamente por no llorar – cada vez que me acuerdo de aquello. ¿Pero cómo me pueden venir diciendo que hacernos tener que realizar un proyecto de ingeniería civil al mismo tiempo que tenemos que sacarnos el último curso de la carrera es un favor que nos hacen? Si de verdad hubieran querido hacernos un favor hubieran retocado todo el sistema del PFC. Sistema que por otro lado es totalmente anticuado, anacrónico y está bastante desfasado con el mundo real. Ese mundo para el que se supone, y repito se supone, nos están formando.

Podría ponerme a hablar durante horas, y escribir folios y folios criticando el sistema educativo de mi Escuela, y su plan de estudios, pero sería igual de inútil que intentar contar cuantos granos de arena hay en la Playa de la Malvarrosa de Valencia (aunque quizá haya algún catedrático, que por estado psiquiátrico, se ponga a hacerlo). Muchas son las cosas que no entiendo de cómo lleva estructurada mi carrera durante décadas, pero creo que una de las peores es el PFC. No entiendo el objetivo que tiene en el mundo profesional actual hacer que un alumno que todavía no tiene el recorrido necesario desarrolle él solo y prácticamente sin la ayuda ni el consejo de nadie, a pesar de que todos tenemos asignado un tutor. Porque lo del tutor es una de las mayores mentiras que existen en el mundo, al mismo nivel que Papá Noel o los Reyes Magos de Oriente, ya que por mucho que teóricamente todos tengamos nuestro tutor asignado para que nos guíe, oriente, aconseje y ayude a sacar adelante semejante tarea, la realidad es muy distinta y según el tutor que te toque éste puede llegar a parecerse algo a la teoría, pero lo más normal será que pase de ti como de comer saltamontes rebozados en salsa barbacoa y más que ayudar y dar ánimos ponga palos en la rueda.

Que alguien me explique con tres argumentos razonados de qué sirve hacer un proyecto, ya sea de un puerto deportivo (como es mi caso), una carretera, un tramo de AVE o un polideportivo con piscina cubierta, solos, cuando en el mundo profesional los proyectos de hacen de manera conjunta dentro de un equipo de profesionales. Si alguien hay que me pueda dar estas tres razones que pido que empiece a echar una solicitud para trabajar en la Escuela como profesor y perpetuar la docencia absurda que se da desde sus ilustres aulas. Yo no veo razón alguna. Y no la veo porque creo sinceramente que no la hay. Es absurdo que sin haber visto en toda la carrera absolutamente nada de cómo realizar un proyecto – ya que la asignatura donde se deben ver y “aprender” estas cosas se da en sexto, al mismo tiempo que estamos haciendo por nuestra cuenta el PFC – nos digan que hagamos uno, y solos. Sin referencia alguna salvo lo que dicen que tienen en la Cátedra de Proyectos y las clases que vamos dando de dicha asignatura. Clases que por otra parte se centran en una gran mayoría en obras lineales (carreteras y trazados de ferrocarril con sus correspondientes puentes, la gran obra de referencia que parece que únicamente sabemos hacer los ingenieros); ¿qué pasa con aquellos alumnos que no tenemos una obra lineal? Que nos den buena morcilla de Burgos.

Obviamente es mi parte sobrequemada por el proyecto la que está escribiendo esto. Pero sinceramente no creo que esté diciendo ninguna chorrada. El PFC tal y como está a día de hoy concebido, creo que es algo que en su día se inventó en mi Escuela para tener a los alumnos jodidos trabajando más que ningún año dejándonos la vida y las ganas de vivir en algo que sólo nos servirá para acabar la carrera y para que nos den un papel firmado por Su Majestad el Rey en el que pondrá que somos Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Pero sobre todo creo que el PFC fue ideado para que no nos demos cuenta de que si en algún momento hubiera habido una mente decente y brillante en la Escuela que se hubiera dado cuenta de que el mundo iba avanzando, mientras que nosotros seguíamos anclados en la mitad del siglo XX (tanto por métodos docentes, como por medios materiales, como por profesorado momificado), y hubiera tenido las agallas suficientes para enfrentarse a la estructura casi mística de la Escuela, ahora no estaríamos como estamos: encerrados en una burbuja irreal que nos venden desde los estrados los profesores haciéndonos creer que el mundo es tal como nos lo pintan ahí dentro.

Mucho podría cambiarse en mi Escuela, y quizá si se empujara más desde el alumnado que en el fondo somos mayoría con respecto a los que mandan (tanto en las cátedras como en la administración de la universidad), podría lograrse. Pero esta escuela anula la voluntad de cambio, porque mata las ganas y las fuerzas de luchar por lo que nos pueda parecer justo. Si a sexto se llega ya bastante quemado después de cinco años viviendo lo que es una escuela anclada en métodos docentes del siglo pasado con profesores que se creen verdaderos dioses en la tierra y material académico propio de una película ambientada en los años cincuenta del año pasado, el PFC es como la puntilla que se termina de dar a un toro en el ruedo. El PFC tal como está estructurado a día de hoy no invita más que a buscarse la vida como sea para copiar algún otro proyecto semejante al que te hay tocado para salvar la cara, y más si el tutor que te ha tocado pasa olímpicamente de su tarea. Esto es otra cosa que no entiendo. Si un profesor es tutor de PFC es porque ha elegido serlo libremente, sin coacciones y sin que ningún estudiante haya ido con un cuchillo de la cafetería (de esos que no cortan ni la mantequilla tierna) a amenazarle. Partiendo de esta premisa no veo lógico que haya tutores que parezca que están haciendo ese trabajo por obligación, o casi como hobby en su tiempo libre y por tanto primen su actividad profesional (totalmente legítima) ya sea pública o privada. Pero al menos por decencia si se es tutor se debería uno implicar un poco más.

Yo no sé si el resto de mis compañeros, al menos los que están a mi nivel, es decir aquellos que no pueden pedir a papá ingeniero (diría también mamá ingeniera si esta carrera no hubiera sido históricamente machista) que les echen un cable con el PFC o que incluso que se lo hagan, si se sienten como yo: igual de agotados física y mentalmente por el proyecto. Sé que yo me siento como muerto cada vez que una tarde dejo de hacer el PFC, agotado como nunca antes en la carrera había estado, sin ganas más que de sentarme un rato en el sofá a ver la tele o simplemente a que se acabe ese día y poder descansar en la cama. Veo que el tiempo pasa, se consume y me consume poco a poco, sin ver avances reales en el PFC. Hay tardes que sí, que me digo: “bien hecho, he avanzado en algo importante, ya me queda menos”, porque veo que el tempo que he pasado delante de mi ordenador ha sido de provecho, aunque tras el cual sigua estando igual de muerto. Sin embargo hay tardes que pasa todo lo contrario. Otros días después de haber estado más de tres horas dedicado al PFC cuando acabo, ya harto de él, me doy cuenta que esas tres horas no han servido de nada, o esa es la sensación que tengo. Esos días me veo completamente derrotado. Me siento como perdido en un desierto en el que mire donde mire solo veo arena y dunas, y me es imposible orientarme ni siquiera con el sol.

Por suerte todavía hay unos pocos oasis reales en medio de ese desierto en el que algunas veces parezco encontrarme. La lectura por ejemplo es uno de ellos, gracias a la cual puedo imaginar mundos, lugares y personajes muy lejanos al tiempo presente. Personajes imaginarios, ficticios, irreales que me hacen sentir como uno más de ellos y por tanto me alejan del estado comatoso o vegetativo en el que me deja el PFC. También recurro en muchas ocasiones a la música, en especial a la música clásica; y Tchaikovski, Wagner, Beethoven o la familia Strauss me hacen no pensar, me llevan a un paraíso donde la mente sólo tiene que disfrutar y reposar. Pero la crueldad y la absurdez del PFC no tienen ni límites ni misericordia, y muchas tardes y muchos fines de semana ni siquiera tengo ganas de irme a esos oasis. Lo único que quisiera esas tardes, esos días, sería cerrar los ojos, descansar y que el día presente acabara y llegara pronto el siguiente. Pero el día siguiente llega, como todo lo que tiene que ver con el tiempo que no para ni siquiera para mirarnos cuando pasa, y vuelve a ser como el anterior. Pero nunca es igual al anterior porque mi capacidad de aguante está un poco más mermada.

Lo que más me fastidia del PFC no es el hecho de que me deje hecho unos mixtos cada tarde que me pongo con él. Lo peor es que me impide dedicar algo de tiempo a escribir, afición que en el último año había conseguido algo que pensaba no iba a lograr nunca: devolverme la ilusión por algo. No me quedan ganas para escribir porque no tengo nada de lo que hacerlo. El PFC requiere tanto esfuerzo mental para estructurar, redactar y dar coherencia a lo que pretendo plasmar en él, que mi mente acaba muerta, con encefalograma plano. Estoy seguro que si me hicieran un escáner después de estar una tarde entera con el proyecto no aparecería cerebro. Estaría consumido. Por muchas ideas que a lo largo del día se me pasan por la cabeza y de las que pienso que podría escribir alguna historia o reflexión interesante, tras el PFC han desaparecido.

No sé si de verdad al final el PFC servirá de algo, o simplemente será una experiencia más que algún día podré compartir con mi chica (si algún día me echo alguna), o contaré a mis nietos (si es que los tengo, premisa relacionada con la anterior sin la cual esta no se cumplirá ni de lejos). Puede que después de todo, lo que ahora me parezca una absurdez, un sinsentido y una pérdida total y absoluta de tiempo, termine siendo la actividad más educativa de mi vida. Sinceramente no lo creo, pero como dicen que no hay que perder la esperanza tengo que decirlo. Lo que está de momento claro es que el PFC es la causa de la muerte de mi cerebro cada tarde.

Caronte.