Bueno pues parece
que al final sí se está acabando este año 2014. Con lo largo y pesado que
parecía iba a ser el año hasta volver a estos días, cuando lo comenzamos allá
por el uno de enero. Con lo corto que, por lo menos a mí, se ha hecho al final.
Uno vuelve la mirada atrás y ve todo un mundo de días, horas, minutos y
segundos. Tiempo todo él de un 2014 que ya se ha casi agotado. Apenas quedan
unas horas para que todos los españoles volvamos a mirar al reloj de la Puerta
del Sol, o en su defecto al del campanario de la iglesia de nuestro pueblo, o
al del ayuntamiento del mismo sin en el pueblo son algo más rojillos. Poco
tiempo queda ya de 2014 para apurar, y para terminar de hacer las rutinas
diarias por última vez.
Ayer sin ir más
lejos fui por última vez este año a nadar, una actividad que empecé ya hace
tres navidades y que la verdad me sirve como una vía de escape a la rutina
normal y diaria de estar estudiando en mi casa todas las tardes. Empecé a nadar
allá por cuarto curso de la carrera. Lo hice no sé muy bien porqué, aunque
supongo que fue para cambiar algo en mi vida. Me dije que tenía que empezar a
hacer algo de deporte para intentar bajar de peso. Por aquel entonces yo
superaba los cien kilos, era una masa enorme de carne y grasa, y la verdad ya
estaba muy cansado de ser así. Aunque si tengo que ser más sincero aún, he de
decir que no sólo me puse a nadar para bajar de peso de manera saludable sino
para cambiar también mi aspecto físico con el que no me encontraba muy a gusto,
y al que por entonces terminé por achacar mi falta de pareja. Hoy mi aspecto
físico es muy distinto pero mi condición de soltero sigue. ¡Qué le vamos a
hacer!
Aquel primer año
que fui a la piscina a nadar estuve peregrinando por varios polideportivos. En
del mi barrio, que es el que más cerca me pillaba siempre estaba hasta arriba
de gente, y nadar se hacía una odisea ya que únicamente había dos calles para
hacerlo, una para nadadores rápido y otra para lentos (que es la que usaban los
viejos que iba a remojarse un rato). Yo, iluso de mí me intentaba poner en la
calle rápida, pero no podía aguantar el ritmo de la gente que allí nadaba. Tras
un par de semanas yendo a esa piscina, decidí cambiar. Durante un par de días
probé con la del barrio vecino, pero ésa parecía la del imserso, eran todos
viejos que no iban a nadar sino a pasar el rato en remojo y calentitos y a
charlar. Lo de nadar allí era imposible. Al final decidí ir al polideportivo de
mi antiguo barrio, aquel al que tantas veces había ido a jugar al tenis con mis
compañeros del colegio todos los viernes durante muchos años. Esta piscina sí
que cumplía con mis expectativas y aunque había siempre bastante gente, también
había cuatro calles dispuestas para nadar por libre, y casi nunca estuve nadando
con más de dos personas a la vez en mi calle.
Desde que comencé
a hacerlo, nadar me ha servido de rutina anti-rutinas. Parece extraño. Lo es.
Pero no es menos cierto por eso. El tener que obligarme a seguir una rutina,
fuera de mi casa que era lo más importante, hacía que no me sintiera tan
encerrado conmigo mismo y con mi carrera, cosa que me agobiaba bastante. Ir una
media de tres veces por semana a la piscina a nadar durante estos tres últimos
años ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, y la
verdad es que hay pocas que pueda considerar acertadas. Aquel primer año iba a
la piscina por las mañanas, casi siempre estaba en el polideportiva justo
cuando abrían, haciendo cola. De aquellas mañanas recuerdo sobre todo las de
invierno porque en los días más crudo caían unas heladas bestiales que cubrían
todas las superficies de una capa blanquecina que daba a todo un aspecto gélido
y místico. Durante aquel primer año de ir a nadar me encontraba siempre con la
misma gente en la piscina, generalmente personas mayores que iba a pasar un
rato en remojo. Recuerdo con gracia un par de esos señores que ya se habían
hecho amigos de encontrarse todos los días allí, y que conversaban sobre todo,
por norma general de cosas que les interesan más a los viejos que a los
jóvenes. Además había uno de esos viejos que nadaba ocupando toda la calle en
la que estaba, cosa que a mí me ponía de los nervios porque no abundaba el
espacio para nadar. Era gracioso encontrarse siempre con la misma gente.
Al año siguiente,
en quinto de carrera, tuve que volver a cambiar mi rutina piscinera, ya que
volvía a estar de mañana en la universidad y por tanto si quería seguir yendo a
nadar debía de hacerlo a partir de entonces por las tardes. Y así lo hice. Nada
más comer, llevaba a mi madre de vuelta a su trabajo y me iba a la piscina.
Desde entonces he nadado como una media hora, lo que pasa es que entre unas
cosas y otras perdía como hora y media de estudio. Pero me dada exactamente
igual, no lo he echado en falta ni un solo minuto. Es más me arrepiento de no
haber ido a nadar desde primero de carrera, aunque por aquel entonces sí
hubiera estado más complicado de tiempo debido a que iba una academia a sacarme
alguna asignatura. Hay tiempo mejor invertidos que otros, y el que he dedicado
a ir a la piscina es de de los mejores invertidos. Ir por la tarde cambiaba las
cosas. Ya no había viejos. A la hora que yo iba, y de hecho sigo yendo este
año, los viejos están echándose la siesta, y hay mucho más espacio para nadar.
Si por la mañana lo más normal es que tuviera que compartir calle con otra
persona al menos, ahora por la tarde nado casi siempre yo solo en mi calle, y
el alguna que otra ocasión he estado nadando yo solo, teniendo toda la piscina
para mí, lo que es una sensación muy rara, en el buen sentido de la palabra.
Después de año y
medio nadando a la misma hora terminas por mimetizarte con el medio. Ves a la
misma gente y a los mismos monitores de los chavales pequeños que también nadan
a la misma hora prácticamente. Y al final terminas por tomar todo eso como algo
rutinario en tu vida. Esos desconocidos pasan a formar parte de tu mundo y tu
ambiente aunque apenas cruces un “hola qué tal” y un “hasta mañana”. Por
ejemplo durante todo este tiempo que he ido a nadar por las tardes he
compartido piscina en un porcentaje muy alto de los días con un señor que tiene
una minusvalía física en las piernas que le hace andar mal. Es fascinante el
poder de superación de este señor, ya que dentro del agua sus piernas apenas le
sirven para nada y toda la fuerza la tiene que hacer con los brazos. Nada más
rápido que yo, salvo cuando hay que girarse que es cuando yo me doy impulso con
las piernas y él no puede. También en este tiempo nadando por las tardes he
terminado cogiendo el horario de los cursos para niños pequeños y he terminado
por conocer a muchos de los que van a nadar, y a los padres de los mismos. Es curioso
como caras que son de desconocidos pasan a ser un paisaje cotidiano que si un
día falta hace que todo cambie y momentáneamente uno se pregunte qué les habrá
pasado a fulanito y menganito para no haber podido venir hoy. Supongo que a la
inversa también pasa, y cuando falto yo un día esa ausencia desconocida también
es echada en falta.
Pero no solo de
nadar vive el hombre como reza el refrán. O quizá no lo reza ninguno y me lo
acabo de inventar. O he plagiado una frase parecida usándola en mi beneficio. Quién
sabe. Bueno a lo que iba. No solo en los últimos años he cogido la rutina de ir
a nadar. Cuando se acaba la temporada de piscina cubierta y llega el calorcito
y el verano, ya decidí hace tres periodos estivales ir por las mañanas a hacer
un poco de ejercicio. Más concretamente a correr por mi barrio. El primer año
apenas iba a trote cochinero. Normal estaba gordo y toda la grasa que me
sobraba botaba alrededor de mis michelines como si fuera una especie de
gelatina o flan. El segundo verano ya corría algo más y más rápido, ya que
había conseguido perder bastante peso. Y por fin este pasado verano he
conseguido correr bastante más, a un ritmo que para alguien que sólo corre
apenas dos meses y medio al año no creo que esté nada mal. Además también me he
atrevido a quitarme la camiseta para evitar que se me empapara con el sudor. Por
fin he conseguido encontrarme a gusto con mi cuerpo. No es que sea apolíneo y
hercúleo, pero al menos no sirve para anunciar neumáticos franceses.
Rutinas al fin y
al cabo terminamos teniendo todos. Básicamente porque el ser humano es un
animal de costumbres y en cuanto se sale un poco de lo que suele hacer se
siente como adentrándose en un mundo hostil e inhóspito. Pero hay rutinas que
decidimos adoptar para huir de otras. Así hice yo también al decidir el año
pasado empezar a ir a la Alianza Francesa a estudiar francés. Necesitaba conocer
a otras personas, a más gente, salir del grupo cerrado de la universidad. Necesitaba
poder desconectar con personas que no fueran del mundo de la Escuela, aunque no
terminara haciendo amigos de esos para toda la vida o con lo que vaya a poder
ir a menudo al cine o a tomar algo. Simplemente necesitaba desconectar, moverme
en otro ámbito. Y también salir de mi casa, y no pasar todas las tardes
encerrado en mi habitación estudiando o haciendo cosas de la universidad. La piscina
y nadar pueden ser buenos para desconectar, y no pensar más que en seguir
nadando y respirando para no ahogarse, pero no se consigue entablar relación con
nadie. Nadar es un deporte solitaria, uno sólo está consigo mismo nadando y no puede
hacerlo en conjunto. Ir a la academia de francés me permitió cambiar totalmente
de ambiente en mi vida, y poder relacionarme con otras personas.
La rutina del
francés me ha permitido también poder pasear un poco por la zona del Palacio
Real y del Palacio del Senado, una zona muy desconocida para los madrileños ya
que implica callejear un poco, pero rebosante de belleza en sus edificios,
historia y tranquilidad. Si alguna vez pudiera permitírmelo viviría en la Plaza
de la Encarnación, a pocos pasos de las plazas de Ópera, de la Marina Española
y de Oriente. Pero no creo que ese sueño se vaya a cumplir nunca. Como tantos
otros que también la rutina me trae a la cabeza y que sé que no se van a
cumplir. Algo que de por sí no es malo. La vida está llena de sueños, y los
sueños son eso, meras ilusiones que distan bastante de la realidad cotidiana. En
francés también la conocí a ella, la
chica más bonita que he conocido nunca, y más divertida y extrovertida y
sociable y perfecta. Me gustó desde el primer momento que la vi. Disfrutaba cada
día que estaba con ella en clase. Simplemente con mirarla y verla reírse y
sonreír me bastaba para cambiar el signo a un día que podía haber sido muy
malo. Pero todo se quedó ahí. Pasó un tren que no cogí. Aunque dudo mucho que
me hubieran aceptado a bordo de dicho tren. No estoy hecho para viajar en
primera.
Apenas quedan ya
horas de un agonizante año 2014, y por tanto poco tiempo tenemos para seguir
con nuestras rutinas en este año. Hay una que por desgracia también el año
pasado, aunque por motivos diferentes, también tuve: estudiar mucho en Navidad
y hacer un trabajo titánico. Si el año pasado por estas fechas tuve que estar
mañana y tarde echando unas ocho o nueve horas diarias (lo que nunca había
hecho hasta entonces) para hacer una trabajo para la universidad; este año me
toca repetir lo mismo pero con algo mucho más gordo (aunque igual de inútil),
mi proyecto fin de carrera. Esta rutina es odiosa. Pero lo peor es que no es
más que el prólogo de lo que a partir de ahora, si nada lo remedia o el destino
hace virar bruscamente el timón de mi vida, va a ser mi vida (y la de mis
compañeros de carrera): no tener ni un día de vacaciones, ni un momento de
descanso, por tener que estar haciendo cosas de trabajo. Una rutina más que,
una vez acabemos todos la universidad, llenará nuestras vidas, nuestros días,
nuestro tiempo.
Poco tiempo me
queda después de tener que pasar tantas horas este curso haciendo el PFC para
otra rutina que también me ha servido de vía de escape: la escritura. Desde que
hace justo un año empezara este blog, escribir los artículos que publico en él,
los que salen en la revista de mi Escuela, y los que me guardo para mí y que
nadie leerá jamás, me ha servido para evadirme, volar lejos de este mundo y
ante todo soltar todo lo que llevo dentro y que no se expresar mejor que
escribiendo. Me gustaría que el año que viene, 2015, fuera capaz de empezar a
escribir una novela. Aunque supongo que eso está muy lejos de mi alcance. No creo
que tenga la suficiente imaginación y calidad a la hora de escribir como para
crear una novela. Es algo muy serio. Si cada vez que escribo en el blog algo
que no tiene carnaza (y que creo que es lo que mejor he escrito) no lo lee ni
Cristo Crucificado, luego Resucitado y ascendido a los Altares; cómo voy a
atreverme a escribir una novela. ¡Panda de bellacos, lectores de mi blog que
sólo queréis morbo! Pero qué vais a querer si no, si calidad no hay.
Mañana a estas
horas todos estaremos dispuestos a cumplir con una rutina más, esta anual, como
es la cena de Nochevieja. Y después con la tradición (¿o es rutina también?),
de tomarse las doce uvas al son de las campanadas del Reloj de la Puerta del
Sol. Hay quien dice que va rápido y que no da tiempo a tomárselas. Yo opino
todo lo contrario que va muy despacio, que si se subiera una marcha más tampoco
pasaría nada, y así podríamos ver a nuestras madres pasando apuros para
terminarse la última uva antes de felicitar el año a base de besos, o a nuestros
tíos con la boca llena intentando masticar una masa verdosa de carne de uva. Esa
será la última rutina del año. Y para mí la primera vendrá al día siguiente,
por la mañana, cuando los acordes de la primera pieza del Concierto de Año
Nuevo empiecen a sonar en los instrumentos de la Filarmónica de Viena, dirigidos
por la batuta de Zubin Metha.
Y así un nuevo año
comenzará. Y todos comenzaremos a repetir nuestras rutinas diarias, semanales,
mensuales o anuales. Al fin y al cabo eso es una rutina. Algo que se repite día
tras día y que da sentido a nuestras vidas y nos permite avanzar e ir pasando
el tiempo. Aunque el tiempo pasaría igual si no tuviéramos esas rutinas. Él no
va a esperar a que hagamos algo planeado para pasar. También es probable que
surjan nuevas rutinas que nos hagan la vida diferente y que en cierto modo la cambien.
Rutinas nuevas que modificarán a las viejas y con las que llegaremos al final
del año que viene también. Rutinas que al perpetuarse en el tiempo y en nuestra
vida, pasan a llamarse tradiciones, como la de la pareja de enamorados que
queda todos los días “tal” del todos los meses para celebrar su amor y ver que
sigue avanzando en el tiempo y durando. Rutinas que nos harán ser más felices,
o más dichosos, o más desgraciados, o más ricos, o más cultivados. Rutinas todas
que hacen girar la rueda de nuestras vidas haciéndolas más diversas en su
constante monotonía.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario