martes, 30 de diciembre de 2014

Últimas rutinas de 2014

Bueno pues parece que al final sí se está acabando este año 2014. Con lo largo y pesado que parecía iba a ser el año hasta volver a estos días, cuando lo comenzamos allá por el uno de enero. Con lo corto que, por lo menos a mí, se ha hecho al final. Uno vuelve la mirada atrás y ve todo un mundo de días, horas, minutos y segundos. Tiempo todo él de un 2014 que ya se ha casi agotado. Apenas quedan unas horas para que todos los españoles volvamos a mirar al reloj de la Puerta del Sol, o en su defecto al del campanario de la iglesia de nuestro pueblo, o al del ayuntamiento del mismo sin en el pueblo son algo más rojillos. Poco tiempo queda ya de 2014 para apurar, y para terminar de hacer las rutinas diarias por última vez.

Ayer sin ir más lejos fui por última vez este año a nadar, una actividad que empecé ya hace tres navidades y que la verdad me sirve como una vía de escape a la rutina normal y diaria de estar estudiando en mi casa todas las tardes. Empecé a nadar allá por cuarto curso de la carrera. Lo hice no sé muy bien porqué, aunque supongo que fue para cambiar algo en mi vida. Me dije que tenía que empezar a hacer algo de deporte para intentar bajar de peso. Por aquel entonces yo superaba los cien kilos, era una masa enorme de carne y grasa, y la verdad ya estaba muy cansado de ser así. Aunque si tengo que ser más sincero aún, he de decir que no sólo me puse a nadar para bajar de peso de manera saludable sino para cambiar también mi aspecto físico con el que no me encontraba muy a gusto, y al que por entonces terminé por achacar mi falta de pareja. Hoy mi aspecto físico es muy distinto pero mi condición de soltero sigue. ¡Qué le vamos a hacer!

Aquel primer año que fui a la piscina a nadar estuve peregrinando por varios polideportivos. En del mi barrio, que es el que más cerca me pillaba siempre estaba hasta arriba de gente, y nadar se hacía una odisea ya que únicamente había dos calles para hacerlo, una para nadadores rápido y otra para lentos (que es la que usaban los viejos que iba a remojarse un rato). Yo, iluso de mí me intentaba poner en la calle rápida, pero no podía aguantar el ritmo de la gente que allí nadaba. Tras un par de semanas yendo a esa piscina, decidí cambiar. Durante un par de días probé con la del barrio vecino, pero ésa parecía la del imserso, eran todos viejos que no iban a nadar sino a pasar el rato en remojo y calentitos y a charlar. Lo de nadar allí era imposible. Al final decidí ir al polideportivo de mi antiguo barrio, aquel al que tantas veces había ido a jugar al tenis con mis compañeros del colegio todos los viernes durante muchos años. Esta piscina sí que cumplía con mis expectativas y aunque había siempre bastante gente, también había cuatro calles dispuestas para nadar por libre, y casi nunca estuve nadando con más de dos personas a la vez en mi calle.

Desde que comencé a hacerlo, nadar me ha servido de rutina anti-rutinas. Parece extraño. Lo es. Pero no es menos cierto por eso. El tener que obligarme a seguir una rutina, fuera de mi casa que era lo más importante, hacía que no me sintiera tan encerrado conmigo mismo y con mi carrera, cosa que me agobiaba bastante. Ir una media de tres veces por semana a la piscina a nadar durante estos tres últimos años ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, y la verdad es que hay pocas que pueda considerar acertadas. Aquel primer año iba a la piscina por las mañanas, casi siempre estaba en el polideportiva justo cuando abrían, haciendo cola. De aquellas mañanas recuerdo sobre todo las de invierno porque en los días más crudo caían unas heladas bestiales que cubrían todas las superficies de una capa blanquecina que daba a todo un aspecto gélido y místico. Durante aquel primer año de ir a nadar me encontraba siempre con la misma gente en la piscina, generalmente personas mayores que iba a pasar un rato en remojo. Recuerdo con gracia un par de esos señores que ya se habían hecho amigos de encontrarse todos los días allí, y que conversaban sobre todo, por norma general de cosas que les interesan más a los viejos que a los jóvenes. Además había uno de esos viejos que nadaba ocupando toda la calle en la que estaba, cosa que a mí me ponía de los nervios porque no abundaba el espacio para nadar. Era gracioso encontrarse siempre con la misma gente.

Al año siguiente, en quinto de carrera, tuve que volver a cambiar mi rutina piscinera, ya que volvía a estar de mañana en la universidad y por tanto si quería seguir yendo a nadar debía de hacerlo a partir de entonces por las tardes. Y así lo hice. Nada más comer, llevaba a mi madre de vuelta a su trabajo y me iba a la piscina. Desde entonces he nadado como una media hora, lo que pasa es que entre unas cosas y otras perdía como hora y media de estudio. Pero me dada exactamente igual, no lo he echado en falta ni un solo minuto. Es más me arrepiento de no haber ido a nadar desde primero de carrera, aunque por aquel entonces sí hubiera estado más complicado de tiempo debido a que iba una academia a sacarme alguna asignatura. Hay tiempo mejor invertidos que otros, y el que he dedicado a ir a la piscina es de de los mejores invertidos. Ir por la tarde cambiaba las cosas. Ya no había viejos. A la hora que yo iba, y de hecho sigo yendo este año, los viejos están echándose la siesta, y hay mucho más espacio para nadar. Si por la mañana lo más normal es que tuviera que compartir calle con otra persona al menos, ahora por la tarde nado casi siempre yo solo en mi calle, y el alguna que otra ocasión he estado nadando yo solo, teniendo toda la piscina para mí, lo que es una sensación muy rara, en el buen sentido de la palabra.

Después de año y medio nadando a la misma hora terminas por mimetizarte con el medio. Ves a la misma gente y a los mismos monitores de los chavales pequeños que también nadan a la misma hora prácticamente. Y al final terminas por tomar todo eso como algo rutinario en tu vida. Esos desconocidos pasan a formar parte de tu mundo y tu ambiente aunque apenas cruces un “hola qué tal” y un “hasta mañana”. Por ejemplo durante todo este tiempo que he ido a nadar por las tardes he compartido piscina en un porcentaje muy alto de los días con un señor que tiene una minusvalía física en las piernas que le hace andar mal. Es fascinante el poder de superación de este señor, ya que dentro del agua sus piernas apenas le sirven para nada y toda la fuerza la tiene que hacer con los brazos. Nada más rápido que yo, salvo cuando hay que girarse que es cuando yo me doy impulso con las piernas y él no puede. También en este tiempo nadando por las tardes he terminado cogiendo el horario de los cursos para niños pequeños y he terminado por conocer a muchos de los que van a nadar, y a los padres de los mismos. Es curioso como caras que son de desconocidos pasan a ser un paisaje cotidiano que si un día falta hace que todo cambie y momentáneamente uno se pregunte qué les habrá pasado a fulanito y menganito para no haber podido venir hoy. Supongo que a la inversa también pasa, y cuando falto yo un día esa ausencia desconocida también es echada en falta.

Pero no solo de nadar vive el hombre como reza el refrán. O quizá no lo reza ninguno y me lo acabo de inventar. O he plagiado una frase parecida usándola en mi beneficio. Quién sabe. Bueno a lo que iba. No solo en los últimos años he cogido la rutina de ir a nadar. Cuando se acaba la temporada de piscina cubierta y llega el calorcito y el verano, ya decidí hace tres periodos estivales ir por las mañanas a hacer un poco de ejercicio. Más concretamente a correr por mi barrio. El primer año apenas iba a trote cochinero. Normal estaba gordo y toda la grasa que me sobraba botaba alrededor de mis michelines como si fuera una especie de gelatina o flan. El segundo verano ya corría algo más y más rápido, ya que había conseguido perder bastante peso. Y por fin este pasado verano he conseguido correr bastante más, a un ritmo que para alguien que sólo corre apenas dos meses y medio al año no creo que esté nada mal. Además también me he atrevido a quitarme la camiseta para evitar que se me empapara con el sudor. Por fin he conseguido encontrarme a gusto con mi cuerpo. No es que sea apolíneo y hercúleo, pero al menos no sirve para anunciar neumáticos franceses.

Rutinas al fin y al cabo terminamos teniendo todos. Básicamente porque el ser humano es un animal de costumbres y en cuanto se sale un poco de lo que suele hacer se siente como adentrándose en un mundo hostil e inhóspito. Pero hay rutinas que decidimos adoptar para huir de otras. Así hice yo también al decidir el año pasado empezar a ir a la Alianza Francesa a estudiar francés. Necesitaba conocer a otras personas, a más gente, salir del grupo cerrado de la universidad. Necesitaba poder desconectar con personas que no fueran del mundo de la Escuela, aunque no terminara haciendo amigos de esos para toda la vida o con lo que vaya a poder ir a menudo al cine o a tomar algo. Simplemente necesitaba desconectar, moverme en otro ámbito. Y también salir de mi casa, y no pasar todas las tardes encerrado en mi habitación estudiando o haciendo cosas de la universidad. La piscina y nadar pueden ser buenos para desconectar, y no pensar más que en seguir nadando y respirando para no ahogarse, pero no se consigue entablar relación con nadie. Nadar es un deporte solitaria, uno sólo está consigo mismo nadando y no puede hacerlo en conjunto. Ir a la academia de francés me permitió cambiar totalmente de ambiente en mi vida, y poder relacionarme con otras personas.

La rutina del francés me ha permitido también poder pasear un poco por la zona del Palacio Real y del Palacio del Senado, una zona muy desconocida para los madrileños ya que implica callejear un poco, pero rebosante de belleza en sus edificios, historia y tranquilidad. Si alguna vez pudiera permitírmelo viviría en la Plaza de la Encarnación, a pocos pasos de las plazas de Ópera, de la Marina Española y de Oriente. Pero no creo que ese sueño se vaya a cumplir nunca. Como tantos otros que también la rutina me trae a la cabeza y que sé que no se van a cumplir. Algo que de por sí no es malo. La vida está llena de sueños, y los sueños son eso, meras ilusiones que distan bastante de la realidad cotidiana. En francés también la conocí a ella, la chica más bonita que he conocido nunca, y más divertida y extrovertida y sociable y perfecta. Me gustó desde el primer momento que la vi. Disfrutaba cada día que estaba con ella en clase. Simplemente con mirarla y verla reírse y sonreír me bastaba para cambiar el signo a un día que podía haber sido muy malo. Pero todo se quedó ahí. Pasó un tren que no cogí. Aunque dudo mucho que me hubieran aceptado a bordo de dicho tren. No estoy hecho para viajar en primera.

Apenas quedan ya horas de un agonizante año 2014, y por tanto poco tiempo tenemos para seguir con nuestras rutinas en este año. Hay una que por desgracia también el año pasado, aunque por motivos diferentes, también tuve: estudiar mucho en Navidad y hacer un trabajo titánico. Si el año pasado por estas fechas tuve que estar mañana y tarde echando unas ocho o nueve horas diarias (lo que nunca había hecho hasta entonces) para hacer una trabajo para la universidad; este año me toca repetir lo mismo pero con algo mucho más gordo (aunque igual de inútil), mi proyecto fin de carrera. Esta rutina es odiosa. Pero lo peor es que no es más que el prólogo de lo que a partir de ahora, si nada lo remedia o el destino hace virar bruscamente el timón de mi vida, va a ser mi vida (y la de mis compañeros de carrera): no tener ni un día de vacaciones, ni un momento de descanso, por tener que estar haciendo cosas de trabajo. Una rutina más que, una vez acabemos todos la universidad, llenará nuestras vidas, nuestros días, nuestro tiempo.

Poco tiempo me queda después de tener que pasar tantas horas este curso haciendo el PFC para otra rutina que también me ha servido de vía de escape: la escritura. Desde que hace justo un año empezara este blog, escribir los artículos que publico en él, los que salen en la revista de mi Escuela, y los que me guardo para mí y que nadie leerá jamás, me ha servido para evadirme, volar lejos de este mundo y ante todo soltar todo lo que llevo dentro y que no se expresar mejor que escribiendo. Me gustaría que el año que viene, 2015, fuera capaz de empezar a escribir una novela. Aunque supongo que eso está muy lejos de mi alcance. No creo que tenga la suficiente imaginación y calidad a la hora de escribir como para crear una novela. Es algo muy serio. Si cada vez que escribo en el blog algo que no tiene carnaza (y que creo que es lo que mejor he escrito) no lo lee ni Cristo Crucificado, luego Resucitado y ascendido a los Altares; cómo voy a atreverme a escribir una novela. ¡Panda de bellacos, lectores de mi blog que sólo queréis morbo! Pero qué vais a querer si no, si calidad no hay.

Mañana a estas horas todos estaremos dispuestos a cumplir con una rutina más, esta anual, como es la cena de Nochevieja. Y después con la tradición (¿o es rutina también?), de tomarse las doce uvas al son de las campanadas del Reloj de la Puerta del Sol. Hay quien dice que va rápido y que no da tiempo a tomárselas. Yo opino todo lo contrario que va muy despacio, que si se subiera una marcha más tampoco pasaría nada, y así podríamos ver a nuestras madres pasando apuros para terminarse la última uva antes de felicitar el año a base de besos, o a nuestros tíos con la boca llena intentando masticar una masa verdosa de carne de uva. Esa será la última rutina del año. Y para mí la primera vendrá al día siguiente, por la mañana, cuando los acordes de la primera pieza del Concierto de Año Nuevo empiecen a sonar en los instrumentos de la Filarmónica de Viena, dirigidos por la batuta de Zubin Metha.

Y así un nuevo año comenzará. Y todos comenzaremos a repetir nuestras rutinas diarias, semanales, mensuales o anuales. Al fin y al cabo eso es una rutina. Algo que se repite día tras día y que da sentido a nuestras vidas y nos permite avanzar e ir pasando el tiempo. Aunque el tiempo pasaría igual si no tuviéramos esas rutinas. Él no va a esperar a que hagamos algo planeado para pasar. También es probable que surjan nuevas rutinas que nos hagan la vida diferente y que en cierto modo la cambien. Rutinas nuevas que modificarán a las viejas y con las que llegaremos al final del año que viene también. Rutinas que al perpetuarse en el tiempo y en nuestra vida, pasan a llamarse tradiciones, como la de la pareja de enamorados que queda todos los días “tal” del todos los meses para celebrar su amor y ver que sigue avanzando en el tiempo y durando. Rutinas que nos harán ser más felices, o más dichosos, o más desgraciados, o más ricos, o más cultivados. Rutinas todas que hacen girar la rueda de nuestras vidas haciéndolas más diversas en su constante monotonía.

Caronte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario