sábado, 30 de abril de 2016

La piara universitaria

Esta semana ha sido el último jueves del mes de abril y casi como manda la tradición en Ciudad Universitaria, en Madrid, miles de sanos jóvenes se dieron cita en todo el campus universitario para celebrar de manera alegre y cívica la llegada del buen tiempo, de las tardes soleadas y cálidas, y la aproximación de los exámenes que conllevarán el final de un curso más. A priori todo esto no debería causar más noticia que la de que los jóvenes se junten para socializar en grupo, para pasárselo bien y disfrutar de un día que por norma general suele ser de buen tiempo, buenas temperaturas y buenas intenciones. Sin embargo, esta mañana, ya viernes, la Ciudad Universitaria no era más que un verdadero estercolero, una vertedero donde ente incívica maleducada y sin sentido de la educación ha dejado por doquier decenas de toneladas de mierda generada por lo que se puede decir es el futuro de nuestro país.

No voy a ser objetivo en este artículo, tampoco lo pretendo ni mucho menos. Muchos años me he terminado por callar sobre esta desagradable y lamentable situación, pero este año no voy a seguir mudo ante la vergüenza generada por los “jóvenes” de nuestro país y de nuestra ciudad, Madrid. Tampoco estoy en contra del botellón, o al menos no lo estaba de manera radical. El botellón es una manera actual que tienen los jóvenes de estar pasando una tarde en una plaza o parque, de socializar y de todo lo demás. No he asistido nunca a un botellón pero puedo entender que la gente asista creyendo que así van a integrarse en la sociedad y en diferentes grupos juveniles.

Pero ya está bien. Ya no aguanto más. Esta mañana de camino al trabajo en la universidad me he encontrado una verdadera pocilga. Ya desde que he salido del vagón del metro en Ciudad Universitaria me he encontrado con un andén lleno de mierda, con el suelo pegajoso consecuencia de vómitos, alcohol y refrescos derramados por estudiantes y jóvenes que probablemente ayer volviendo ya a su casa ciegos de efluvios de Baco no tuvieran la sincronización necesaria en sus miembros como para sostener un vaso de manera adecuada. No creo que nadie encuentre eso normal por mucho que defienda a ultranza el botellón. Andenes, pasillos, escaleras mecánicas estaban llenos de porquería. En el ambiente había un aroma ácido todavía. Pero lo peor ha llegado en el vestíbulo de la estación donde los charcos semi-secos y las papeleras llenas de botellas de plástico, los vasos y las latas de cerveza, creaban una situación verdadera mente asquerosa.


Sin embargo, y para vergüenza de todo aquel que tenga dos dedos de frente, un poco de civismo ciudadano y cierto sentido de la educación colectiva, el espectáculo verdadero ha llegado fuera de la estación del metro: en los jardines y explanadas de la Ciudad Universitaria. Entre el metro y la Escuela en la que trabajo hay un paseo no muy largo pero que me lleva a recorrer varios caminos y zonas ajardinadas del campus universitario, luego sé de lo que hablo porque esta mañana he tenido que sufrir como ese camino, que por lo normal es hasta agradable con muchos árboles y césped que en esta época están muy bonitos, se había convertido gracias al futuro de nuestra sociedad en un basurero maloliente.

Había mierda por todos los lados, se mirase por donde se mirase. Montañas de bolsas de plástico blancas, verdes, amarillas, de ese tipo de plástico malo que tarda en descomponerse decenios. Las aceras también estaban llenas de cartones de vino malo, botellas de litronas de cerveza, latas, botellas de plástico de refrescos, sangrías, alguna también de agua, etc. En la calzada también había resto de todo esto y sólo había una zona central de la misma sin basura ni porquería abierta probablemente por los coches que hayan pasado durante la tarde de ayer, la noche y esta mañana.

Todo esto lo llevo observando ya varios años y va a peor. Cada año que pasa la situación empeora, cada vez viene más gente a San Cemento, que es el nombre que para darle algo de dignidad a una celebración, por llamar a este evento de alguna manera,del incivismo tan sobrenatural como esta. Miles de jóvenes, esos por los que se mira mal a cualquiera menor de treinta años, llegan hasta Ciudad Universitaria para celebrar su ignorancia, porque eso es lo que hacen bebiendo como esponjas, dejándose la conciencia y también por qué no ser claro, la dignidad por el camino.

No solo había basura esta mañana en Ciudad Universitaria, también olía mal, como a estercolero. Pero no me extraña porque ayer camino del metro después del trabajo, sobre las seis de la tarde, vi a unos cuantos de esos “jóvenes” orinar sin pudor alguno en cualquier sitio para poder así hacer hueco en sus cuerpos a más alcohol y líquidos varios. El ambiente esta mañana estaba cargado, olía a alcohol, a desechos orgánicos en proceso de podredumbre, a basura recalentada y húmeda y también a orines. No quiero ni imaginarme la posibilidad de que también hubiera heces, ya que viendo cómo los futuros médicos, arquitectos, ingenieros, farmacéuticos, periodistas y demás profesionales de este país meaban en cualquier lugar quizá también sus grandes mentes súper-desarrolladas concluyeran que era normal cagar en medio de un parque.

Sólo una vez en mi vida he asistido a San Cemento, fue el primer año de universidad para ver qué era eso, para que nadie me tachara de raro y por ignorante y anormal para sentirme más integrado en el grupo. No he vuelto. Y agracias a la providencia. Tengo amigos y compañeros que no se saltaban un San Cemento, pero me da igual, también va por ellos todo lo que estoy diciendo. Voy a generalizar, lo sé, y aun así me da igual. No entiendo que procesos mentales llevan a una persona, a un animal racional como es el ser humano, a dejar a un lado su conciencia, su principio y su dignidad y beber hasta perder toda noción de la realidad. Tampoco comprendo cómo es posible que alguien entienda que eso es divertirse. No me cabe en la cabeza, pero quizá es que soy un tanto especial, raro y asocial, o simplemente prejuicioso o clasista. Puede que sea todo esto, pero si alguien hubiera venido esta mañana a Ciudad Universitario hubiera comprobado todo lo que estoy diciendo y nadie podría quitarme la razón.

Sólo encuentro una explicación a que un grupo de jóvenes que están recibiendo formación universitaria de alta calidad, o eso creo, sean así de sucios, de guarros, de asquerosos. La explicación es que en su vida no hayan recibido la suficiente educación por parte de sus padres, ni ninguna noción de civismo, o que la hayan perdido simplemente por el hecho de participar en lo que todo el mundo que es joven participa. Pero a ninguno de esos jóvenes que ayer vinieron a Ciudad Universitaria les importara cómo quedaran jardines, aceras y calzada; a ninguno le importará que hay gente, como son los barrenderos del servicio municipal de limpieza de Madrid, que tienen que recoger mierda y basura a toneladas generada por niñatos y niñatas porque sí, en aras de la diversión; a ninguno le preocupará el olor que dejen, ni la suciedad, ni la mierda, ni la basura, ni por supuesto el coste que eso general, económico y medioambiental.

Esta es la verdadera juventud que tenemos, la que un determinado día al año deja a un lado su condición de animal racional y se convierte en una grupo de gente analfabeta, sin dignidad ni vergüenza, en sucios borregos y cerdos que con la excusa de la juventud se emborrachan.No entiendo cómo divertirse consiste en beber hasta el punto de vomitar todo lo que se lleva ingerido. Pero creo que también uno puede emborracharse, ser un borracho, sin ensuciar ni generar molestias a otra mucha gente. Si por mi fuera la mierda que generan los estudiantes, los jóvenes de nuestro futuro, serían ellos mismos los encargados de limpiar su propia mierda, de pasarse varias horas oliendo mal, tocando aunque se con guantes botellas pegajosas, cartones húmedos y bolsas llenas de cualquier desecho. Si por mí fuera también se doblaban los impuestos al alcohol y se controlaba su venta, como hacen los países nórdicos que tanto envidiamos para algunas cosas.


Si Ciudad Universitaria esta mañana parecía una verdadera pocilga, aunque probablemente los cerdos en las granjas sean mucho más limpios, era por culpa de todos los participantes. Habrá mucha gente que justifique a estos “jóvenes” por ese mismo hecho, porque son jóvenes, pero yo no los justifico. Yo también soy joven y esta mañana atravesando la piara en la que se había convertido Ciudad Universitaria lo único que he sentido no ha sido pena por una juventud, a la que se supone que pertenezco, ignorante, analfabeta e incívica, sino asco. Ha sido vomitivo caminar por el campus universitario, oler lo que he olido y tener que esquivar montones de basura. No es justificable generar semejante cantidad de mierda simplemente porque hay jóvenes que sólo encuentran esa forma de divertirse. Eso no es divertirse, es hacer el ridículo.

Pero es lo que hay en un país como España en el que cosas como la que ayer sucedió en Ciudad Universitaria se ven como algo normal y lógico. Todo esto es normal en una sociedad hipócrita, sin valores y sin objetivos en la vida; una sociedad que se queja de que Madrid está sucio cuando no se da cuenta de que si eso pasa así porque la propia suciedad la genera la sociedad. No tenemos remedio, se diga lo que se diga. Me podré indignar todo lo que quiera pero no podré hacer nada. Y es lamentable, porque los miles de “jóvenes” que ayer dejaron de ser seres humanos para convertirse en elementos sin cabeza se supone que son el futuro de nuestra sociedad, ¡pues vaya futuro! ¡Qué pena! ¡Qué vergüenza!

Todo esto da igual, no es más que la opinión de una persona como yo a la que no le gusta el alcohol, esa droga a la que nadie quiere llamar tal cosa porque ¡¿cómo se va a comparar la cerveza con la heroína?! Estoy indignado, sí, y no lo oculto, pero también estoy enfadado. Si mi hijo el día de mañana me dice que se va de botellón yo no se lo impediré, pero esa noche no podrá entrar en casa a dormir, que lo haga en un banco como los borrachos de verdad.

No sé tampoco qué se puede hacer en conjunto como sociedad para evitar estas cosas, puede que la única manera sea prohibir todas estas celebraciones, castigar con algo que duela de verdad a los jóvenes, probablemente deteniendo a los más incívicos y haciéndoles trabajar durante dos meses seguidos las noches de viernes y sábados limpiando las calles de la mierda que gente como ellos deja por las calles. Quizá así se den cuenta de cómo dejan la ciudad cuando deciden dejar a un lado la dignidad humana, aunque también dudo de que estos jóvenes tengan eso, o sepan lo que es. Quizá así Ciudad Universitaria no se convierta en la Piara Universitaria más veces.

Caronte.

viernes, 15 de abril de 2016

Así no ETSICCP



Escribo esta carta, que he envíado al Director, Jefe de Estudios y Subdirector de Alumnos de la ETSICCP. No puedo negar el tono de hastío y decepción, por no hablar del hartazgo, que me ha producidoel conocer la fecha de la Graduación del curso 14/15. Podría haber sido mucho más duro, pero he preferido ser algo más cometido en mi argumentación, la carnaza viva la dejo para otros momentos, si es que la suelto al mar de los tiburones para que éstos se den un buen festín.
 

Me dirijo a usted en relación al reciente anuncio de celebración de la graduación correspondiente a la promoción 14/15.



Soy un alumno que acabé la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos el año pasado después de haber pasado en la Escuela 6 años muy duros, tanto a nivel personal como a nivel académico. Creo que puedo hablar en nombre de mucha gente, o al menos de un puñado de compañeros que como yo hemos pasado de todo tipo de momentos en esta Casa.



Pensaba que tras seis años duros, de mucho esfuerzo y sacrificio para poder sacar una ingeniería que se suponía de las más duras a curso por año, en la que he invertido mucho y por la que también he renunciado a mucho, me parece indignante que la Graduación, que debería ser un acto en el que los protagonistas fuéramos los estudiantes que acabamos, se celebre casi un año después de que acabáramos.



No sé cuáles habrán sido los motivos reales para que la Graduación se haya retrasado hasta este punto. El rumor más extendido es que se ha buscado hasta el último momento que viniera la Ministra de Fomento al acto, cosa que de ser cierta me parecería lamentable. Deben ser los alumnos los protagonistas de este acto, y no los egos de ningún profesor o miembro de la dirección de la Escuela que busquen fotos oficiales y menciones en prensa. Los alumnos y sus familias, muchas de las cuales han tenido que afrontar muchos sacrificios para que sus hijos se sacaran la carrera de sus sueños. Si la causa del retraso de la Graduación no está, sólo me queda pensar en la falta de planificación y organización como causante, cosa que no dice mucho de cómo está gobernada esta Escuela en los últimos tiempos.



Sin embargo, no es sólo el hecho de que la graduación vaya a producirse en mayo, sino que se vaya a hacer un miércoles laboral a las 18:30 horas. Cualquiera se puede dar cuenta de que, pasado un año desde que la mayoría de los que se supone nos vamos a graduar, muchos tengamos trabajo, más o menos mediocre (cosa que por cierto nunca se dice en la carrera ya que se nos prepara para una idealización de la realidad que no existe), y por tanto se nos haga muy difícil asistir. Por no hablar de las decenas de compañeros que la semana del 11 de mayo no podrán venir a Madrid por encontrarse trabajando en otras ciudades y tener que trabajar al día siguiente, o en otros países - en la llamada por el mismo Gobierno cuya Ministra de Fomento se desea que venga, ‘movilidad exterior’ (sic).



No me merece la pena hablar de que tampoco considero normal que la Graduación del Título de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos se vaya a hacer conjuntamente con la de Grado en Ingeniería Civil, porque en el fondo fuera de la Escuela en el mundo real, estaremos en el mismo saco. Lo único que sí voy a mencionar es el hecho de que no creo que en el Salón de Actos de la Escuela vayamos a caber todos de manera cómoda y muchos familiares, los de más edad, se verán obligados a permanecer de pie.



La presente carta no va a provocar ningún cambio. Tampoco lo pretendo. Lo que sí quiero es que se dé cuenta de que las cosas no se hacen así. No le llegarán probablemente muchas más cartas como esta, habrá alumnos que pasarán de la Escuela en el mismo grado que la Escuela y sus dirigentes han pasado de ellos. Yo sí se le mando esta carta porque sé que lo que en ella expreso no es algo que sólo yo pienso y siento.



Por último quiero decirle que por suerte yo sí que asistiré a la Graduación, pero tengo la impresión de que la mayor parte de mis compañeros de promoción no lo podrán hacer, y no será porque no quieran sino que por la mala gestión o por la búsqueda de notoriedad personal, no se ha pensado en los alumnos.



Atentamente, un alumnos que no se calla.

martes, 12 de abril de 2016

Bibliópata o bibliófilo


Las filias, es un término que proviene del griego "Philos" que significa amor y del sufijo "ia" que significa cualidad. En psicología, son aficiones o atracciones a determinadas realidades o situaciones, por lo tanto, significan lo contrario que las fobias que hacen referencia a los miedos. Luego con esta definición podríamos decir que un bibliófilo es un amante o aficionado a las ediciones originales y más correctas de los libros, así como un estudioso y entendido sobre sus libros o el tema sobre el que se basa su colección. Por el contrario un bibliópata, palabra que no existe, pero que yo me estoy dando el lujo de inventar aquí en esta entrada de blog, sería una persona que ama los libros hasta tal punto que enferma por causa de ese amor, que le lleva a convertirse en un maníaco obsesivo de los libros.

¿Por qué he empezado diciendo todo esto? Pues básicamente porque hace ya un tiempo, bastante más del que honorablemente puedo admitir sin caer en la enfermedad ni casi en el delito, que me llevo preguntando si mi amor en los libros puede entenderse como una conducta más o menos normal, es decir si soy un bibliófilo, o si por el contrario esa pasión por la palabra escrita y encuadernada es más respuesta de una patología médica inaudita que sólo unos pocos seres humanos terminamos por desarrollar y que por tanto no ha sido nunca antes descrita en las grandes enciclopedias médicas.

Algunos ya estarán diciendo que soy un exagerado. Y es cierto, no les falta razón, soy un exagerado de tres pares de narices, pero es que en lo relativo a los libros no tengo mesura ni medida alguna. Soy un exagerado sin paliativos. El año pasado mismamente rocé la cifra de ochenta libros leídos, y porque algunos de ellos eran grandes novelas de más de quinientas páginas siempre llevan más tiempo leer, y otros cuantos novelas en inglés y francés, idiomas que por no ser mi lengua materna me cuestan mucho más leer y lo hago de manera más lenta; por no contar las semanas que en las vacaciones no leí por estar a otras cosas, no sé si más interesantes en el fondo, pero sí más exigentes en cuanto a tiempo se refería.

Puede que esté siendo demasiado presuntuoso y presumido hablando tan de mí mismo en primera persona. Sin embargo no pretendo dejar mal a nadie, ni mucho menos. Lo único que busco es intentar establecer si lo que sufro es una filia o una patología relacionada con los libros. Los casi ochenta libros del año pasado son un síntoma que se puede englobar más, objetivamente hablando, en el ámbito de una patología. Algunos os preguntareis que por qué, y yo respondo porque básicamente esos ochenta libros leídos se convertían en casi una necesidad. Día que no leía día que me sentía mal y me avergonzaba casi de mí mismo por no haber podido encontrar algunos minutos, aunque fueran apenas diez o quince, para entregarme al vicio de la lectura. Y esa necesidad poco a poco se fue convirtiendo en obsesión. Buscaba cualquier instante de tiempo ocioso para leer, llegando hasta tal punto que leer era lo único para lo que muchos días me levantaba.

Es cierto también que el año pasado fue extraordinario en varios factores. El primero fue el asunto universitario. Acabé la carrera con la cantidad de tiempo que dicha misión conlleva entre preparación y estudio de las asignaturas, menos mal que salvo dos en todo el año las demás eran prácticamente “marías”, así como la redacción y elaboración del Proyecto Fin de Carrera que terminé de exponer el primer día de julio del año pasado, bajo un sol abrasador y sudando como un pollo a punto de ser empalado para meterlo en un horno para ser asado. Esas dos misiones me llevaron mucho tiempo y aunque intenté que no fuera así también muchas ganas de leer en los momentos de tiempo libre. El segundo de los factores, y quizá también el más relevante para haber alcanzado la cifra de ochenta libro leídos, fue que a partir de septiembre no tenía ya más universidad y por tanto la obligación de pasar unas cuantas horas al día calentando un sitio en un aula gigantesca en un edifico de hormigón horrible para más gloria del ego de algún profesor a punto de ser momificado para la posteridad.

Estos dos hechos combinados, junto con un tercero consistente en la falta de empleo para aquellas personas normales que no tenemos padrinos que nos enchufen en empresas de amigos o conocidos, hicieron que alcanzara semejante cifra de libros devorados en un solo año. Esta lectura ávida podría ser considerada como normal siempre y cuando las lecturas se hagan única y exclusivamente por devoción y no por obligación, aunque esta venga auto impuesta. Pero a mí me terminó por pasar esto último. El tiempo libre e intentar no pensar en el hecho de que no encontraba trabajo ni rezándole al patrón de la profesión, me llevaron a refugiarme en la literatura y sobre todo en los libros. Digo sobre todo porque también durante todos esos meses del año pasado también dediqué ímprobos esfuerzos a escribir una novela que por suerte ya he acabado.

Dudo por todo esto de que mi afición por la lectura siga manteniéndose dentro de los límites de la salud mental. Tengo miedo de haber traspasado la línea que separa aquello que es filia de aquello que es manía o patología preocupante. Otro síntoma que ya hace tiempo que noto y que me hacen reafirmarme en el hecho de que me estoy convirtiendo en un bibliópata, dejando a un lado el dominio de los bibliófilos, es la angustia que me invade cada vez que voy a una librería a comprar un libro. Esto no es un asunto menor. Quiero decir creo que en este caso sí que he pasado ya la línea de lo sano y lo inquietantemente dañino para mi salud, sobre todo para mis nervios.

Es llegar a una librería sea cual sea, desde la celebérrima e histórica Casa del libro de la Gran Vía, hasta la más cutre de las librerías de segunda mano que inundan desde hace ya unos años barrios como Lavapiés o Malasaña, y ser incapaz de estar en ella menos de una hora. No hablo ya del hecho de que me siento muchas veces incapaz de decidir qué libro comprar. Es una sensación muy extraña y, para más datos, nada agradable. La verdad es que si me pongo a pensar también soy incapaz de definir lo que siento en una librería. El verme rodeado de libros me atora, me agobia. Es como si me asfixiara tener al alcance de la mano tantísimos libros, todos ellos interesantísimos e ignotos. Ir leyendo los títulos y el nombre de los autores, así como observando las portadas de dichos libros me genera ansiedad porque aun sabiendo que me tengo que comprar algún libro, ya que ese es por qué estoy en la librería, me veo incapaz de decidirme por ninguno. Veo multitud de títulos que me atraen y no sé cuál coger.

Cuando parece que voy a decidirme por un libro siempre caigo en la cuenta de que coger ese conlleva irremediablemente dejar de coger otra docena en los que me he fijado anteriormente. Por eso muchas veces opto por la opción de no coger ninguno, o coger alguno que no hubiera sopesado hasta ese momento. Aun así cuando pienso en el libro que he comprado ya en mi casa, donde lo clasifico y registro, vuelvo a sentirme culpable por haber cogido ese y haber dejado otros. Esto me pasa sobre todo en las librerías tradicionales. Menos problemas me generan por ejemplo las librerías de viejo o segunda mano. En estas últimas, aparte de que en ellas paso mucho más tiempo rebuscando entre las decenas de títulos que en las atestadas estanterías se apilan y amontonan, tengo la ventaja de que los libros son más baratos y por tanto no me siento tan culpable a la hora de comprar más de uno. Sin embargo lo que sí que siento en estas librerías es otro síntoma de la patología que temo tener, y es que soy incapaz de comprar libros que no sean de ediciones originales y por así decir “buenas”. Aunque este último síntoma es menos relevante e importante.

Sé que probablemente esta angustia por no poder decidirme por ningún libro en particular y sufrir indecibles dudas ante la cantidad de títulos y autores que me gustaría leer a la vez, se podría solventar si no fuera tan maniático y no llevara guardadas en mi cartera cuatro listas de libros pendientes por leer. Son cuatro pequeñas hojas de papel del tamaño de un post-it en las que con la letra más pequeña y clara que he podido conseguir llevo apuntados casi una treintena de libros de los más diversos autores e idiomas a los que doy prioridad de lectura y por consiguiente de compra. Si esta lista no estuviera probablemente la mayor parte de los problemas de decisión se eliminarían porque no habría ningún papel o documento que me recordaría constantemente una serie de libros y autores prioritarios y por tanto mi mente, o mejor dicho mi subconsciente, no me recordaría títulos y nombres y sería libre de elegir el libro que me más rabia me diera cada vez que voy a una librería. Pero soy incapaz de deshacerme de esos pequeños trozos de papel porque siento que si lo hago, aunque de hecho estas notas no las uso casi nunca porque no avanzo en la lectura de esas prioridades por terminar siempre por comprar libros que no aparecen en esas listas, puedo llegar a olvidar ciertos títulos que quiero leer con toda mi alma.

Si no existieran estos trozos de papel en los que parece escrito el futuro de mis lecturas, sería libre de leer y comprar los libros que quisiera. Pero no me siento libre de ello. Hay lecturas que me llevan mucho tiempo llamando desde la lejanía y desde el más absoluto y atronador silencio de las palabras impresas. Hay títulos míticos que me quedan por leer, pero al mismo tiempo hay decenas de títulos que aparecen como novedades que desearía devorar con fruición. La vida no me da para más. Es imposible leer cuanto está escrito y aún falta por escribir. Creo que esto es algo que debo asumir y cuando antes lo haga mejor ya que en cierto modo paliará estos síntomas amenazantes que me hacen pensar que sufro de bibliopatía.

Según lo hasta ahora expuesto parece que solo hay argumentos para pensar que sufro una patología maligna que poco a poco terminará por secar mi cerebro. Sin embargo, y aunque dé la impresión de que lo que sufro está muy lejos de ser una fobia creo que no es así. Amo los libros por encima de muchas cosas incluso por encima de muchas personas, salgo apenas un par de pares. Cada vez que me paro a leer, ya sea en el metro camino del trabajo, o en mi casa un sábado por la mañana cuando no tengo nada que hacer, o algún día antes de dormir al no encontrara nada estimulante en la televisión, o incluso en el propio trabajo cuando no tengo nada mejor que hacer; cada vez que me pongo a sumergirme en la historia que encierran las páginas de un libro mi mente se libera.

No sé realmente qué conexiones se activarán en mi cerebro, ni si las reacciones químicas que en esa masa gris encerrada en nuestro cráneo seguro que se producen tienen algún nombre científico concreto, sólo sé que la lectura me convierte durante el tiempo que esté inmerso de lleno en ella en otra persona. Cada libro que leo, o devoro según me esté gustando más o menos, es un mundo nuevo que descubro y al que viajo sin moverme de mi natal Madrid. Los libros son una vía de escape a una vida, la mía, que por el momento tiene pocas emociones fuertes, o no tan fuertes. Tengo pocos amigos de verdad, esas personas a las que se quiere casi de manera incondicional porque así se elige hacer, y tampoco tengo pareja con quien compartir problemas y alegrías y disfrutar de la vida hasta niveles hasta ahora no alcanzados por mi persona. Luego algo tenía que conseguir para poder evadirme de la realidad de vez en cuando.

Esa evasión la conseguí hace ya algún tiempo con la lectura y los libros, y hace algo menos también con la escritura. Sé que puede parecer extraño que alguien que en su día decidió tomar un camino lleno de números y ciencia al estudiar una ingeniería tan dura como la de Caminos, Canales y Puertos, aunque no es tan fiero el lobo como lo pintan, disfrute mucho más con las letras y de hecho se sienta mucho más de letras que de números. Me siento orgullo de ello. No cambiaba los libros por nada del mundo a día de hoy, bueno sí que lo hacía por tener pareja, por encontrar a esa persona que me hiciera viajar a los mismos lugares que lo hacen los libros pero con su mera presencia y compañía. Pero eso no va a pasar de manera espontánea. Debo buscarla o simplemente esperar que llegue.

Sin embargo la búsqueda o espera no siempre es agradable. Por ello amo los libros. No puedo decir que sean sustitutos de una relación de pareja, porque entonces debería decir que soy promiscuo y poco fiel ya que cuando termino con uno paso al siguiente sin miramiento alguno, ni tan siquiera del sexo ya que no se puede sustituir algo que no ha estado nunca (¿o sí?). Los libros son otra cosa como ya he dicho. Los libros son mi sustento emocional. Con los libros aprendo, río, me emociono, me conmuevo, me aburro hasta límites insospechados, pero ante todo me siento feliz. Cada vez que me hago con un libro nuevo siento como si ese día fuera el más feliz de mi vida. Las librerías son casi mi hábitat natural: podría vivir en ellas a poco que me dieran de comer a diario. La Feria del Libro de Madrid, así como el Día del Libro el 23 de abril, o la fiesta del libro allá por otoño, son de esas fechas marcadas siempre en rojo en el calendario de mi vida como importantes.

No creo sinceramente que sea un bibliópata aunque tenga ciertos síntomas que así me clasificarían tras el examen en profundidad de un psicólogo. Creo más bien que estoy más cerca de padecer de bibliofilia. Sea lo que sea, aunque preferiría que fuera lo segundo, me da igual. Me siento cómodo siendo lo que soy. Podrán considerarme raro por leer más de setenta libros al año, por devorar casi sin tiempo para digerir los libros que caen en mis manos. Pero me da igual, quien nunca ha leído y no lee de manera habitual no puede sentir lo que yo y las miles de personas como yo que hay en el mundo, sentimos. Aspiro a leer todo lo que se ha escrito en el mundo, aunque me tendré que conformar con aquellos libros que en determinados momentos terminen en mis manos ya sea como regalos de terceras personas o como adquisiciones propias. Aspiro asimismo a crear una gran biblioteca personal que poder legar algún día a mis hijos, si es que algún día encuentro a esa persona que me pueda proporcionar una familia. Aspiro a vivir muchas vidas y aventuras sin salir de mi vida.

Si todo esto es ser bibliópata que venga Dios o quien sea y lo vea. Yo estoy más por la labor de considerarme bibliófilo, o amante de los libros y la lectura, de la palabra escrita o hablada incluso, de las letras en general.

Caronte.