No. Londres y
Madrid no son comparables y por eso las amo a ambas por igual. Recuerdo
perfectamente cómo Paco, un hombre que llevaba viviendo en Londres media vida,
andaluz como él solo, nos llevó a mis padres y a mí a nuestro hotel aquella
primera vez. Un hotel inmenso en mitad justo del lado norte de Hyde Park; un
hotel que para nada nos podríamos haber permitido si no hubiera sido por la
huelga de pilotos de Iberia que hizo que nuestro viaje, con el consecuente
disgusto enorme de mi madre que lloró lo que no estaba escrito, se viera
retrasado y nuestro hotel inicial tuviera que ser cambiado por otro. Recuerdo
ese primer viaje en coche con Paco por Londres. Mi padre me dejó ir en el
asiento del copiloto donde le debería haber correspondido a él. No pude despegarme
de la ventanilla. Mis ojos recorrían todo lo que se encontraba a su paso y no
daban abasto para grabarlo todo en mi memoria. Recuerdo vivamente la blancura
de las columnas de las casas de los barrios de Chelsea y Kensington por donde
Paco no llevó dando un rodeo. El hombre iba diciendo por donde pasábamos pero
yo ya lo sabía. Tenía Londres no solo en el corazón sino en la cabeza.
Cinco años más
tarde, la segunda vez que estuve en Londres uno de los empleados del hotel que
también se llamaba Francisco y que también era andaluz, nos dijo que Paco había
fallecido hacía un par de años a causa de un cáncer. Paco era conocido por
prácticamente toda la colonia española de la capital británica, era una leyenda
según nos dijo Francisco, “Fran”. La noticia fue como un jarro de agua fría ya
que Paco fue la primera persona que nos recibió en Londres y por tanto, después
de los pasillos enmoquetados del aeropuerto de Heathrow, de los primeros gratos
recuerdos que tenía de la ciudad a la que tanto amaba y amo a día de hoy.
Y han vuelto a
pasar otros cinco años. Estoy en Riad, ahora mismo, mientras escribo esta
frase, escuchando al muecín llamar a la oración desde los altavoces de los
minaretes de las varias mezquitas que rodean el compound en el que me tengo que
alojas. En apenas una semana volveré a Londres. Serán mis primeras vacaciones
ganadas por mí, y que yo mismo me pague íntegramente. Londres. No podía ser
otra ciudad la que me viera aparecer como persona independiente económicamente.
Podría haberme ido a otras muchas ciudades que no conozco y que tengo muchas
ganas de conocer, pero no podía no ser Londres el destino. Cinco años han
pasado de la última vez que estuve allí, como acabo de decir, y diez desde la
primera vez. En esa cifra redonda tenía que volver. Además sigo sin conocer a
mi amor. Por muchas veces que vaya a Londres creo que nunca terminaré de
conocerla y saber cómo es. Al igual que Madrid, que nunca sabes qué te va a
deparar aunque todo siga en su sitio como la última vez.
Tengo muchas ganas
de volver a Londres y volver a descubrir esa inmensa ciudad, con sus calles
ingentes llenas de gente, con sus plazas arboladas y jardines privados, con sus
viviendas de estilo georgiano, victoriano, jacobino, sus museos gratuitos, sus
tiendas de modas, sus monumentos más significativos. Pueda parecer absurdo
volver por tercera vez a una ciudad que ya se conoce. Pero yo no conozco
Londres. Amo Londres pero como buen amante siempre debe sorprender para
mantener esa magia del primer día. Hay quien puede aburrirse de una ciudad,
rehusar de ella por haber generado unos recuerdos que con el tiempo se pueden
volver dolorosos, odiar su forma de vida. Hay quien puede sentir todo esto por
Madrid y por Londres, pero quien lo siente no sabe que esas ciudades, que tienen
almas mucho más intensas y profundas que las de mucha gente, también rechazan a
esas personas y las echan de sus calles, plazas y parques.
El viaje que en
unos días emprenderé a Londres de nuevo será todo lo que uno quiera, pueda o
desee llamarlo pero no será un viaje repetitivo. Ya no voy a Londres como aquel
adolescente imberbe y lleno de granos. Tampoco soy ese otro joven algo más
maduro pero gordo y seboso, que volvió cinco años más tarde a volver a
descubrir una ciudad que nunca se puede descubrir. Vuelvo a Londres siendo ya
un joven adulto, o eso creo, que sabe qué es Londres y que ama esa ciudad.
Vuelvo para reencontrarme con mi amada Londres sabiendo de antemano que no la
voy a encontrar porque será otra ciudad totalmente distinta. Una ciudad diferente
de la que sin lugar a dudas volveré a enamorarme o a enamorarme aún más
profundamente si cabe.
Objetivamente
hablando el Londres que quiero visitar no lo he visitado nunca antes. El Big
Ben y las Casas del Parlamento, la Abadía de Westminster, la Catedral de San
Pablo, el London Eye, el Puente de la Torre, la Torre de Londres, Covent
Garden, el Museo Británico, la National Gallery, Picadilly Circus, el Museo
Victoria&Albert, el de Ciencias Naturales, el Támesis, Oxford y Regent
Street, la City, el Palacio de Buckingham con su cambio de guardia, Trafalgar
Square, Fleet Street, Soho, las estaciones de tren, el metro de Londres, Hyde
Par, Whitehall, el 10 de Downing Street, Belgravia, Harrods, la zona del
Temple; todo esto seguirá allí donde lo dejé hace cinco años pero no por ello
dejaré de volver a visitar alguno de estos monumentos y lugares de Londres. Es
imprescindible y además no me perdonaría no volver a verlos de cerca. Sería
como no repetir ciertas rutinas cada año con nuestra pareja. Eso es algo que no
me puedo permitir.
Sin embargo vuelvo
a Londres para redescubrir la ciudad que amo. Así habrá un día que me alejaré
de ella para hacer que la ansiedad por pisar de nuevo sus calles aumente y la
pasión con que me vuelva a encontrar con ella sea mayor si es que puede ser
así. Me acercaré el primer día que amanezca en la ciudad del Támesis, siempre
engullida durante las últimas horas de la larga noche y los primeros minutos
del alba, por una niebla extraña que luego levante del todo para mostrar un cielo
tan azul, si no más, que el que se puede ver en Madrid en ciertas épocas de
año, me acercaré como digo a Cambridge, ciudad universitaria por excelencia
junto con si rival antagónica Oxford. En Cambridge me patearé de cabo a rabo,
de arriba abajo, de este a oeste sus calles, pasaré a ver los patios y capillas
de sus colleges, contemplaré el puente matemático construido hace más de dos
siglos en madera sin un solo clavo, comeré allí donde se descubrió el ADN a ver
si así puedo dar con cual es mi verdadera razón de ser. Y volveré cuando el sol
empiece ya a declinar por el firmamento hacia la gran urbe inglesa. Y Londres
me esperará sin esperarme y yo la volveré a pisar amándola aún más y deseando
volver a verla en todo su esplendor ya a la mañana siguiente.
Greenwich será
otra de las paradas de mi nueva aventura londinense. Allí donde el mundo se
divide en oriente y occidente visitaré los imponentes edificios del Museo Naval
y la Universidad de Greenwich, no podré sin embargo visitar el gran salón
comedor del college que para las fechas que voy estará cerrado por un evento
privado. Esa es una de las sorpresas e incidencias que a priori sé que me voy a
encontrar en Londres. Una espinita en un viaje que también me llevará después
de visitar la línea que separa el mundo a la City. Puede que haya visitado
Londres ya dos veces pero da la casualidad de que no he visitado nunca la City
más allá de entrar en mi primer viaje a la grandiosa Catedral de San Pablo, uno
de los puntos más diferenciadores entre Madrid y Londres, ya que si en Madrid
al hablar de nuestra catedral debemos casi hacerlo con la boca pequeña y
susurrando el nombre y la dirección del edificio religioso, en Londres no pasa
algo semejante. San Pablo es una construcción soberbia, como soberbios han sido
siempre los ingleses, que impone nada más verla y que resalta con su enorme
cúpula, la segunda más grande después de San Pedro en el Vaticano y antes que
la de San Lorenzo del Escorial (orgullo patrio), sobre las modernas
construcciones londinenses de acero y cristal. La magna obra de Sir Christopher
Wren es el edificio más importante de la City y prácticamente el único que he
visto de esa zona donde los romanos hace ya muchos siglos establecieron el
asentamiento de Londinium. Pero no es lo único de la City que ya conozco,
también el Monumento al Gran Incendio de Londres y la Torre de Londres, esa
fortaleza medieval situada en mitad de la más moderna urbe de Europa y que por
tanto resalta por sí misma con una personalidad propia. La Torre de Londres
guarda la historia del Reino Unido mejor que muchos otros edificios en las
islas británicas, y también sirve de gran caja fuerte a las joyas de la corona
que custodian los beefeaters. Pero estos tres monumentos citados son los únicos
que conozco de la City. Ahora en mi tercer viaje descubriré realmente ese
núcleo originario de Londres y visitaré la muchas iglesias erigidas después del
gran incendio que devoró Londres en 1666 (350 años se cumples este septiembre
de aquel desgraciado momento para la historia de Londres, de mi amada Londres)
muchas de las cuales diseñadas por Wren; y recorreré calles tan emblemáticas
como Fleet Street; y contemplaré los gruesos muros que guardan el Banco del
Inglaterra; y levantaré la vista hacia las alturas desde casi los cimientos de
los grandes rascacielos que jalonan la City; y visitaré la antigua y muy noble
sede del Consejo de Londres, el antiguo y medieval ayuntamiento de la capital
inglesa, el Guidhall; y me perderé por calles que no conozco pero que
descubriré por primera vez para amarlas como amo el resto de la ciudad. Pero la
City no será lo único nuevo que descubra en Londres. El Soho va a ser otro de
mis objetivos en este tercer viaje a Londres, ese barrio tradicionalmente
marginal pero que a semejanza de Malasaña en su día, Tribunal más
recientemente, las Letras siempre y ahora también Lavapiés en Madrid, poco a
poco fue poniéndose se moda y revitalizándose después de muchos años de
decadencia. Opuestamente el Soho podría considerarse Mayfair, que tampoco
conozco y que también voy a recorrer por primera vez admirando sus casas
señoriales en las que mi mente soñaría con habitar si no fuera tan realista y
supiera que están muy lejos de mi alcance. En el apartado museos pocos hay que
no haya visitado y realmente quiera visitar. Sin embargo sí que hay uno que en
el primer viaje deseche ruin y vilmente por no interesarme (necio de mí), en el
segundo no visité por quedarse demasiado alejado de cualquier ruta turística,
pero que ya no puedo seguir obviando. La Tate Britain es un museo de arte
inglés, cosa que dice más bien poco ya que pocos artistas ingleses has
alcanzado el Olimpo del Arte donde se pueden encontrar Velázquez, Goya,
Picasso, Rubens, Tintoretto, Miguel Ángel, Jacques Louis David, Delacroix, Van
Gogh o Rembrandt. Sin embargo hay un pintor inglés al que admiro profundamente
y que sitúo sentado prácticamente al lado de los artistas anteriormente
citados. Dicho pintor es Turner, y la Tate Britain tiene la mejor colección de
sus obras. Por eso mis pasos me llevarán hasta la orilla norte del Támesis río
arriba de las Casas del Parlamento, para poder contemplar la obra de este gran
pintor.
No todo va a ser
descubrir Londres de nuevo. A un amante en el fondo ya se le conoce. Yo a
Londres la conozco bastante bien y a pesar de que vuelvo de nuevo a ella para
descubrirla más profundamente, no puedo olvidarme de aquellas facetas suyas que
me robaron el corazón hace diez años. Ya hice esto mismo hace cinco años cuando
volví de nuevo a Londres, y pienso volver a hacerlo en apenas unos días. Sin
embargo haré esto de una forma más productiva. Las dos veces que he ido a
Londres lo he hecho como turista de masas. En esta tercera ocasión pienso dejar
mi lado más turístico a un lado y transformarme en una especie de londinense
que vuelve a su hogar después de mucho tiempo alejado de él. Recorreré los
hitos fundamentales de la capital británica con ojos diferentes. No tengo que
sacar cien fotos del Big Ben porque y está grabado en mi corazón y de ahí no se
va a mover nunca. No tengo que pasar varias horas en la National Gallery porque
simplemente me bastará ir a saludar a la Dama del Espejo de Velázquez, ni
tendré que dedicar todo un día al Museo Británico porque ya sé qué hay robado
allí dentro y solo tendré que ir a comprobar que los dinteles del Partenón de
Atenas y su friso siguen donde los dejé la última vez, así como la Piedra
Rosetta; no tendré que pasar a Westminster porque sé que los grandes hombres
allí enterrados siguen en paz descansando a pesar de los centenares de turistas
que intentar perturbar su eterno sueño. No tengo que volver a hacer nada de lo
que hice como turista porque Londres ya no es para mí un destino turístico sino
parte de mí. Visitaré todo lo anterior como quien vuelve a reconocer las partes
más anheladas de su amante en una noche de sexo desenfrenado después de mucho
tiempo alejado de él. Así visitaré todo lo que siempre sé que está en Londres
parándome en todas las librerías que encuentre: la inmensa Waterstones en Picadille,
vecina de la histórica Hatchards, la viajera Stanfords, la bella Daunt Books,
la comercial Foyles en la literaria y libresca Charing Cross Road; entraré en
las más célebres tiendas de té de Londes: desde Twinings, con su eterna tienda
enfrente de los Juzgados, proveedora de la Familia Real, hasta la histórica
East India Company, pasando cómo no por la tradicional y muy inglesa Fortnum
and Mason´s. Y además comeré donde nunca he comido en mis viajes a Londres en
sus pubs, no tomando cerveza porque por desgracia para un amante de Londres, a
mí no me gusta y menos las ales inglesas con su fuerte sabor a cebada, pero sí
tomando sus porridges, fish and chips, pies y demás delicatesens del recetario
tradicional inglés. En este punto obviamente tampoco puedo comparar con Madrid,
donde comas donde comas, arriesgándote a que te sableen el bolsillo según donde
te sientes a comer o no, siempre vas a poder deleitarte con la comida. Londres
no es tan generosa con sus comensales y no tratará bien sus estómagos.
Tras todo esto mi
viaje terminará. Me despediré de mi amada Londres hasta la próxima vez sin
caber cuando será y no sabiendo si habrá tal próxima vez tan si quiera. Si el
mundo sigue girando como lo lleva haciendo desde que piso este mundo, seguro
que habrá próxima vez. Lo que pasa es que no sé si la próxima vez será como la
sueño. Tras mi primer viaje a Londres me dije que el segundo lo haría
acompañado por amigos o con mi pareja. Eso no ocurrió y fui con mis padres como
en el primero. Tras ese segundo viaje, hace ya cinco años me dije que el
siguiente, el que estoy a punto de emprender, lo haría ya sin mis padre pero
acompañado por amigos o pareja. El mismo sueño que la primera vez. Vuelve a no
cumplirse. Aunque ya no me acompañarán mis padres. Ojalá, y lo digo bien claro
y lo más alto que la mente de cada lector pueda leer esta frase, que la cuarta
vez que visite Londres lo haré acompañado. No voy a concretar porque
sinceramente no creo que la siguiente vez que pise Londres lo vaya a hacer con
pareja. Tendrán que ser amigos quienes me acompañen a ver de nuevo mi amada
ciudad.
Pienso que este
artículo se me ha ido demasiado de las manos. Pero creo que el amor no tiene
límites y no se le pueden poner. Cuando se ama de verdad nada puede contener la fuerza de ese amor.
Amo Londres, y amo Madrid. El destino me tiene permanentemente alejado de una
de esas ciudades como es Londres, ya que no soy londinense ni inglés ni
británico. Pero desde hace dos meses la necesidad de encontrar un trabajo de
ingeniero de caminos, profesión corrupta tradicionalmente donde las haya,
endogámica a más no poder y oscura como una noche sin luna, me mantiene alejado
de Madrid, y no hay día que no note la distancia inmensa que me separa de sus
calles.
Que nadie dude que
lo primero que haré el viernes que llego a Madrid, tras un vuelo nocturno en el
que sobrevolaré sin saberlo y sin verlo tres continentes diferentes, será
después de pasar la mañana viendo a mis abuelos que me echan de menos como
nadie, será irme a reencontrarme con Madrid, a patearme mis sitios favoritos,
si puede ser con un par de amigos muy queridos mejor, sino solo. Pisaré la
Plaza del Dos de Mayo y entraré en mi librería preferida escondida en un rincón
de la plaza porque como el heroinómano adicto al caballo necesito oler a libro,
páginas y a tinta. Recorreré la Gran Vía aunque no me guste, me comeré una
palmera de chocolate de Viena Capellanes o el Riojano o una napolitana
igualmente de chocolate de la Mallorquina. En esto último Londres también
perdería en una hipotética comparación que hiciera sobre ambas ciudades. Pero
Madrid lo haría a la hora de comparar ambos ríos por ejemplo.
No comparo porque
no puedo comparar, porque me duele compara, porque no cabe en mi cabeza la
diferencia entre Londres y Madrid. Podré ser considerado un necio por mucha
gente al equipara Madrid y Londres. Bueno pues soy el mayor de los necios que
verá el mundo entonces. Madrid y Londres comparten una cosa y es mi amor por
ellas. Siempre están en mis pensamientos y cada vez que voy a una ciudad que no
conozco creo que estoy siendo infiel a mis dos amadas ciudades. Pero no hay
todavía ninguna ciudad que las supere en conjunto y las haya podido suplantar
en mi corazón. Y dudo mucho que pueda haber ninguna ciudad que pueda despertar
en mi interior los mismos sentimientos que Londres y Madrid, Madrid y Londres,
despiertan en mí.
Caronte.