*******************************************************************************
Serían las cinco o
cinco y media de la mañana cuando el móvil empezó a vibrar en la mesilla de
noche, donde lo suelo dejar siempre para saber qué hora es cuando las primeras
luces de la mañana me sacan de las profundidades del sueño. Por norma general
no suelo recibir muchas llamadas, ni muchos mensajes. No suelo usar mucho el
móvil vamos, por eso no es que tenga el último modelo precisamente. Por esta
razón también me sorprendió mucho la llamada. He de decir que casi no la oigo,
o más que oír, notar, ya que el móvil siempre está en silencio, esté durmiendo
o despierto, en el trabajo, conduciendo o en la piscina. Esa noche era de esas
ya habituales noches de viernes, aunque ya era más bien madrugada del sábado,
en las que el insomnio me impedían conciliar el sueño de manera continuada; no
es que sea ahora la mayor marmota de la tierra, no he sido nunca un dormilón de
levantarme cuando nada tengo que hacer sobre las once de la mañana; aunque sí
es cierto que esa noche me estaba costando más de la cuenta dormirme. No paraba
de dar vueltas en la cama; no terminaba de encontrar mi posición. Además hacía
un calor de mil demonios, lo que tampoco es que ayudara mucho. Había estado
leyendo intentando cansarme hasta bien entrada la madrugada, pero sobre las dos
decidió que ya era hora de dejarlo e intentar dormirme con otra táctica. Al
final fue el móvil el que me terminó por descolocar.
Cuando vi quién
era el que me estaba llamando, en un primer lugar me dije: “este se ha vuelto
loco, para mí que ha bebido algo y como no está acostumbrado se le ha subido a
la cabeza y llama para hacer la gracia”. Pero antes de decidirme a coger la
llamada, también reflexioné un poco y me dije que no podía ser así, que si me
estaba llamando esta persona por algo sería, y a las cinco de la madrugada el
motivo debía de ser algo serio, si no, no me molestaría. No erré en mi
pronóstico. Como digo era un amigo de hace mucho tiempo con el que tengo muy
buena relación y con quien mantengo contacto más o menos habitual. No es que
nos veamos mucho, aún viviendo en la misma ciudad y prácticamente teniendo
gustos muy semejantes; tampoco es que nunca lo hayamos hecho. Pero nos llevamos
muy bien y, él más que yo, solemos contar el uno con el otro en momentos malos
para pedirnos consejo o para desahogarnos de nuestros problemas personales. La
llamada no fue agradable.
Al descolgar, lo
primero que hice fue preguntarle si pasaba algo, si había habido algún problema
y si estaba bien. No hubo respuesta inmediata. Oía de fondo la respiración
entrecortada de alguien. Me asusté. No era normal. Volví a insistir y le llamé
por su nombre varias veces, cada vez más preocupado. Seguía sin contestar
nadie, aunque el ruido de fondo se escuchaba ahora algo más nítido y claro,
como si se hubiera acercado el móvil a la cara, a la oreja y fuera a empezar a
hablar. Pero la línea seguía muda de palabras. Y digo de palabras porque sí
había ruido y reacción al otro lado de la línea. Era un llanto lo que estaba
escuchando. Alguien estaba llorando al otro lado. Me puse muy nervioso y a
punto estuve de colgar y llamar a la policía para que intentaran localizar la
llamada, si es que eso se podía hacer y no era más que una ilusión totalmente
ficticia impuesta en el subconsciente de la sociedad por las series americanas
y las películas de Hollywood.
Al final escuche
la voz de mi amigo, deformada por la emoción y el llanto. Estaba muy nervioso y
su respiración seguía siendo muy irregular y entrecortada. Intenté calmarle,
hacer que se relajara que dejara de llorar y respirara hondo para que no se
pusiera más nervioso. Yo sabía ya, sin él haber dicho una sola palabra más que
mi nombre y un “necesito ayuda” que sonó implorante y último, qué es lo que iba
mal. Si el miedo porque algo malo hubiera pasado terminó por evaporarse, ahora
me acudía otro temor, quizá no tan radical, pero sí mucho más personal e
íntimo, un temor que sólo sale cuando alguien de preocupa y te importa y por el
que de manera directa e instantánea no puedes hacer nada. No terminaba de
calmarse. Seguía muy nervioso. No era capaz de articular palabra, o bueno, sí
podía pero eran tan telegráficas que no conformaban ninguna frase con sentido
decente. Se le notaba la ansiedad a la legua, por teléfono, y a mí debió de
notárseme la impotencia de no poder hacer absolutamente nada. Intenté
preguntarle que dónde estaba, si en su casa o en el centro de la ciudad.
Parecía desorientado porque no conseguía decirme nada con claridad. Decidí
ponerme algo más serio e intentar por las malas y a la fuerza, o al menos con
toda la fuerza que puede dar el móvil y una conversación telefónica, que se
calmara, que respirara con tranquilidad, que dejara de llorar y que me dijera
de una vez qué estaba pasando porque estaba preocupado.
La calma llegó. No
la calma total que hubiera hecho que todo hubiera acabado como una mera
anécdota, pero al menos sí una tranquilidad que permitió que habláramos de
manera normal, si es que la conversación que tuvimos puede llegar a
considerarse normal. Intentaré reproducir en todo lo posible lo que aquella
llamada dio de sí, aunque como siempre suele pasar el tiempo hace también su
trabajo y es posible que haya partes que estén completadas no con recuerdos
veraces, sino más bien con lo que creo que nos dijimos por teléfono. Así empecé
diciendo yo:
– Tranquilízate.
Eso lo primero.... ¿Ya?
– Eso intento.
– A ver dime qué
es lo que pasa, o qué es lo que ha pasado.
– Que soy un
mierda. Que no valgo para nada. Que no sirvo para nada. Que estoy y estaré
siempre sólo.
– Bueno, pues sí
que estamos bien sí. En primer lugar, nada de lo que has dicho es verdad.
– Soy un mierda.
– Por más que lo
repitas no va a convertirse en realidad. Tú no eres un mierda y lo sabes. Un
mierda no se acaba una carrera tan dura como la tuya a curso por año y como tú
te la has sacado en los últimos años.
– Eso no sirve
para nada. ¿De qué me sirve haberme sacado la carrera en seis años si cuando se
supone que tengo que celebrarlo, pasarlo bien, estar a gusto y divertirme estoy
como estoy?
– Son cosas
totalmente diferentes.
– Es todo lo
mismo. No valgo para nada salvo para el estudio y todo lo que tenga que ver con
eso. Soy un monstruo social.
– Por lo feo que
eres es posible. Pero dejándome de bromas que quizá no seo hoy el momento más
adecuado, te pido que dejes de decir gilipolleces por favor.
– ¿Por qué lloro
cuando debería estar riendo? ¿Por qué me siento vacío después de haber estado
en la cena de graduación y en una discoteca? ¿Por qué lo único que querría
ahora mismo sería desaparecer, irme lejos y empezar de nuevo? ¿Por qué?
– Calma por favor.
Vamos a ver cómo solucionamos esto de momento. Mira estás muy nervioso, no sé
qué es lo que ha podido pasar en tu cena de graduación y en tu fiesta posterior
y por teléfono no vamos a poder hacer nada. Si quieres quedamos mañana por la
tarde, cuando estés más tranquilo y todo esté algo más lejano y frío en tu
cabeza.
– Siento haberte
despertado a estas horas.
– No me has
despertado.
– Siento
molestarte para esta mierda, para que me escuches llorar y para preocuparte
cuando ya estas de vacaciones. Siento todo.
– Pues no sientas
tanto, anda. No me pidas perdón por algo que visto lo visto necesitabas. No me
voy a enfadar contigo por contar conmigo como siempre te he dicho.
– No tenía que
haberte llamado.
– No claro,
hubiera sido mejor que siguieras donde estés llorando, o conduciendo, o las dos
cosas a la vez con lo peligroso que podría ser. Por cierto, ¿dónde estás?
– Cerca de mi casa
con el coche. No podía seguir conduciendo y me he parado en una calle cercana.
Me ha salido todo de golpe y he reventado.
– Bueno, pues
ahora relájate del todo. Cálmate, aparca y vete a casa. Intenta dormir algo,
aunque no creo que vayas a poder desgraciadamente. Por lo menos échate en la
cama, cierra los ojos e intenta descansar todo lo posible. Mañana, bueno por
las horas que son ya, hoy, será otro día.
– Por mí que no
llegara.
– Si vuelves a
decir semejante burrada voy ahora mismo a tu casa y te reviento a collejas.
– Para qué quiero
yo que llegue mañana, para que todo siga siendo igual, para que nada cambie,
para seguir dándome cuenta de que soy un mierda, para que los amigos con los
que he estado no sepan qué es lo que me ha pasado y pasen de mi y no se
preocupen, para....
– Ya. Tranquilo
por favor. Olvida ya todo. Sé que es difícil. No sé por qué estás pasando ahora
mismo pero me puedo hacer una idea. Yo también he tenido momentos muy malos lo
sabes, pero se pueden superar.
– Yo pensaba que
había superado todo esto. Pero no. Sigo siendo un mierda. Doy pena.
– Mira si a
alguien le das pena quien tiene un problema es esa persona que siente pena por
ti que demostrará ser un miserable. Quien piense que eres un mierda, no te
merece ni como amigo ni como nada. Así que haz lo que te he dicho por favor,
hazme caso. Vete a casa e intenta olvidar esto de momento, deja la mente en
blanco e intenta descansar.
– Vale.
– ¿Quieres
entonces quedar mañana para hablar con más calma?
– Si a ti no te
importa, sí. Necesito desahogarme.
– No, mañana
hablamos en serio, pero no te desahogas. Ya has llorado por lo que se ve todo lo
que tenían que llorar. Ahora toca no llorar más, por favor.
– Es fácil
decirlo.
– Sí, muy fácil,
pero si quieres no te lo digo. Si quieres te digo que sigas llorando, que te
vayas lejos y no vuelvas. Si quieres te confirmo todas las gilipolleces que te
estás diciendo.
– No te pongas así
tampoco, por favor. Siento todo esto, no quería molestarte.
– No me has
molestado, ni me molestarás nunca. Pero si dices que es fácil que te diga que
te calmes, no te voy a engañar, sí lo es. Lo que es tan fácil es ver como un
amigo llama a las cinco y pico de la madrugada, preocuparse por si ha pasado
algo grave, y escuchar al otro lado de la línea a ese amigo llorando y pasando
un momento muy malo. Y encima no puedo hacer más que escucharle cuando quizá
necesitaría más apoyo. Eso no es fácil. Así que no me des las gracias, ni pidas
perdón.
– Vale.
– ¿Te viene bien
quedar mañana en el Café Comercial? ¿Sobre las siete de la tarde?
– Vale.
– Pues si me
prometes que cuando cuelgue vas a aparcar el coche, te vas a ir a tu casa, te
vas a meter en la cama y vas a intentar descansar un poco, me despido de ti
hasta mañana.
– Intentaré hacer
todo lo que dices.
– Pero inténtalo
bien intentado por favor. Tranquilízate. Ya verás cómo mañana ves todo esto
como si hubiera sido un mal sueño.
– Vale.
– Nos vemos
mañana. Un abrazo y mucho ánimo, anda.
– Mañana nos
vemos. Y gracias por todo.
Cuando colgué el
teléfono y la voz de mi amigo se apagó al otro lado del móvil me quedé con una
sensación rara. Estaba preocupado, muy preocupado. Esta situación, ver a mi
amigo así, no era algo nuevo. Recuerdo un viaje que hizo a levante hace un par
de años tras el cual vino totalmente destrozado de piel para adentro. Vino
totalmente abatido, lleno de dudas, miserias y ansiedad. Cayó por aquel
entonces en un pozo muy profundo de paredes lisas del que sin ayuda no podría
salir. Un pozo en el que por desgracia, aunque esto ya no lo viví yo en primera
persona, ya había estado unos años antes de esta segunda caída; un pozo del que
creyó salir, pero que en realidad no salió. Pero al final pareció que sí había
salido, muchos meses, casi tres años, estuvo en manos de un profesional que le
intentaba ayudar a levantar sus ánimos, a recuperar su autoestima hecha añicos
después de ver que todo lo que creía que era no le servía para nada porque nada
tenía. Nunca llegué a compartir esa visión suya tan pesimista, aunque sí le
entendía. Por suerte pareció salir del pozo, no sin sudor, penas, llantos,
decepciones y demás. O esto es lo que pensaba, porque después de su llamada esa
noche y tras haberle notado cómo estaba anímicamente hablando: hundido, temí
que hubiera vuelto a caer en el pozo.
Mis esperanzas de
dormir algo más de cuatro o cinco horas esa noche se esfumaron al mismo tiempo
que descolgaba el teléfono. Aunque si tengo que ser sincero tampoco es que sin
la llamad hubiera podido conciliar el sueño de otra manera, también yo mismo
tengo mis cosas en la cabeza que me impiden dormir con tranquilidad. Y aunque
no tuviera cosas en la cabeza a las que dar vueltas tampoco creo que durmiera
mucho más de seis o siete horas; mi cuerpo hace tiempo que dejó de comportarse
como debería. Al final uno de acostumbra y lee, escribe, o idea planes que casi
nunca se terminan por cumplir pero que por unas horas, o unos días, o mejor
dicho noches, mantienen el cerebro ocupado y lo cansan. Sólo me quedaba
esperar, sin tampoco dar muchas vueltas a lo que había hablado con mi amigo,
hasta que llegara el alba, que no tardaría mucho en producirse al estar en el
mes de junio.
Caronte.
*********************************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario