viernes, 3 de julio de 2015

El Vals del Emperador (XXVI)

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Comenzaron a comer lentamente debido al calor que todavía emitían los platos recién terminados de cocinar. Tras beber un poco de vino él propuso un brindis por ellos dos, por estar allí en Viena sentados en ese restaurante, protegidos del frío helador del invierno austríaco y disfrutando el uno de la compañía del otro; Anna añadió al brindis el deseo de que se repitiera más veces esa escena. Hicieron sonar sus copas y volvieron a beber. Tras esto ahora sí comenzaron a degustar sus respectivos platos y a continuar con la conversación desde prácticamente el mismo punto en el que la dejaron.

– Entonces, si soy un desequilibrado mental ¿no tienen miedo de lo que te pueda pasar estos días en Viena durmiendo no ya en la misma habitación que yo sino en la misma cama? – Preguntó él con algo de sorna.
– Hombre no te creas que no me lo he planteado ahora mismo. Pero creo que el que tendría que tener miedo de lo que pudiera pasar en la habitación del hotel tendrías que ser tú. En la cama sabes que mando yo. – Respondió Anna echándole una ojeada de soslayo mientras intentaba quitar las espinas a su trucha.
– ¿Con que en la cama mandas tú? No tenía noticia de semejante hecho. Tendré que ir entonces con más cuidado. – Repuso él siguiendo con la broma.
– Ve con más cuidad sí. No vaya a ser que te devore a la luz de la luna. Por cierto está muy bueno este pescado. – Dijo Anna cambiando de tema.
– Me alegro de que te guste Anna. ¿Quieres probar el guiso de venado? Estoy seguro que también te gustaría.
– Bueno, dame un poco que lo pruebe. No esperes que yo te ofrezca pescado porque está delicioso y lo que me gusta de verdad no lo comparto con nadie. – Apuntó Anna sonriéndole irónicamente.
– Mira también tenemos eso en común. A mí tampoco me gusta compartir con nadie lo que me gusta y apasiona, salvo si merece la pena compartir claro está. – Dijo él al mismo tiempo que, pillando a Anna desprevenida cogiendo el tenedor que él la prestaba para que probara el guiso, pinchaba con su tenedor un trozo de trucha acompañado por una patata asada y un poquito de salsa de hierbas.
– ¡Pero qué ladrón estás hecho! – Exclamó Anna viendo atónica y sin posibilidad de acción cómo él se llevaba a la boca el bocado de trucha y la sonreía. – Te vas a enterar tú. Ya verás.

Siguieron disfrutando de su cena entre conversaciones sin trascendencia. Hablaron sobre el día siguiente y los planes que en principio tenían para ese último día del año. Estaba, claro está, la cena y la posterior fiesta de Fin de Año a la que asistirían en el propio Hotel Sacher, una de las más solicitadas por los vieneses con posibilidades económicas. La fiesta que organiza el Sacher para celebrar el Fin de Año es una de las más solicitadas por la élite social de toda Viena, y resulta casi imposible conseguir mesa para la cena, y entrada para la posterior celebración. Sin embargo ellos tenían tanto la mesa reservada desde hacía varios meses, como la entrada a la última, o mejor dicho primera, fiesta del año. Sin embargo la cena no comenzaba hasta las ocho de la tarde con lo que tenían todo el día para disfrutar de Viena, hacer compras, visitas o simplemente descansar y estar rondando por el hotel haciendo tiempo hasta que llegara el momento de vestirse con sus mejores ropas y celebrar tanto el Fin de otro año, como el Inicio del siguiente.

– Todavía no me has contado cómo has podido conseguir las entradas para una fiesta tan exclusiva como dices que es la del Hotel Sacher, sin ser vienés y sin tener, que yo sepa, ningún amigos austríaco que tuviera algún contacto. – Preguntó Anna con curiosidad.
– Bueno es cierto que no tengo ningún amigo vienés ni austríaco con contactos suficientes como para que me consiguiera mesa y entrada para la fiesta del Sacher. Pero ¿quién te dice a ti que debe ser vienés ese contacto? – Repuso él con algo de misterio y con pocos ánimos de seguir la conversación por esos derroteros.
– La verdad es que nadie. Lo que pasa es que como nunca hemos hablado de tus amigos, o conocidos. Como desde que te conozco nunca hemos hecho nada con nadie, siempre hemos salido solos y nunca te he visto atender ni llamadas ni mensajes de nadie que no fuera tu secretario del trabajo; pues he deducido que de algún sitio habrán tenido que salir las invitaciones para la fiesta. – Dijo Anna llevando la conversación poco a poco al punto al que ella quería.
– Sé hacia dónde quieres ir Anna. No quiero hablar de eso. – Dijo él cortando en seco la conversación, o al menos pretendiéndolo.
– No estoy queriendo llevar la conversación hacia ningún sitio. – Mintió piadosamente ella sabiendo que había algo de lo que él no quería hablar pero que sabía que quizá lo necesitaría. – Pero no vas a negar que después de más de dos años saliendo, yendo al cine, a cenar, a comer, de viaje, y acostándote conmigo cuando te viene en gana, no me parezca raro que no hayamos hablado nunca de ti.
– Tampoco lo hemos hecho nunca de ti Anna. – Repuso él de manera algo brusca para como ella le estaba hablando.
– Cierto. Pero la cuestión no es esa ahora. Si de mí no hemos hablado es quizá porque nunca me has preguntado nada. Yo sin embargo sí te he preguntado muchas veces. Y siempre me sales con las mismas y además te haces el ofendido cuando ocurre.
– ¿Ahora me vas a decir que si te hubiera preguntado por ti y tu pasado me hubieras contestado amablemente y hubiéramos hablado? – Muy bronca se estaba volviendo la conversación y esto era algo que él notaba.
– Mi pasado no está presente en mi vida. El tuyo por el contrario parece como si no se hubiera terminado en ningún momento. Sé que hay algo de tu pasado que no está bien cerrado. – Dijo Anna cogiéndole de la mano pese a la reticencia de él que intentó zafarse del gesto de ella. – Sé que puede ser doloroso, y seguramente lo sea, pero por eso mismo quiero hablar contigo porque no puedes tener eso ahí constantemente presente cuando muy probablemente sean cosas que pasaron hace muchos años.
– Tienes razón, es doloroso y mucho. Pero es el pasado.
– No es pasado si sigue en tu cabeza, o en tu corazón, día a día.
– No está en ninguno de esos lugares.
– Mientes. Sé que mientes. A una mujer no la vas a engañar tan fácilmente y menos tú que...
– Y menos yo que nunca he estado con una mujer tanto tiempo como contigo verdad. – La interrumpió el sin dejar terminar la frase que estaba Anna pronunciando. – Y menos yo que nunca he amado a una mujer, ni nunca ha sido amado por ninguna ¿verdad? – Terminó él molesto, enfadado, lleno de rabia, no tanto por Anna que ninguna culpa tenía de todo aquello, sino con él mismo por escuchar de boca de ella todo lo que sabía que era verdad.
– Yo no quería decir eso y lo sabes tan bien como yo. No me vengas ahora haciéndote el ofendido. Si no quieres hablar es problema tuyo, no mío. Pero no niegues la realidad por favor, no caigas en ese error tan común en muchas personas. No quiero generarte dolor hablando de algo que tú no quieras, pero déjame ayudarte. – Dijo Anna sin cambiar en ningún momento el tono de vez. Sí es cierto que no se mostraba compasiva, sino firme en sus palabras y en su actitud; tampoco sonreía, pero no estaba enfadada con él por cómo estaba reaccionando ni mucho menos. Estaba preocupada ante todo.

Estuvieron unos minutos eternos en silencio. Cada uno terminó de dar cuenta de su cena. Apenas se pronunciaron palabras, casi ni se emitieron ruidos, solo los sonidos propios de una cena se podía escuchar: el cortar de los cuchillos, el tintineo de las copas, el pan al ser partido con su característico crujido de ternura, el frotar de las servilletas sobre los labios. También se podían escuchar con más claridad de la que hubieran deseado las conversaciones de las mesas de al lado. Aunque no llegaban a entender lo que se decían los demás comensales que les rodeaban, por el tono de dichas conversaciones sí podían averiguar si estaban alegres, o tensos, o enfadados, o cansados. Ellos aunque en silencio sabían perfectamente lo que sentía cada uno: él sabía que ella no estaba molesta por su propio comportamiento y su brusquedad a la hora de contestarla, aunque podría comprender que estuviera algo dolida por ver que sus intentos de ayudar no estaban sirviendo de nada bueno, más bien al contrario; ella por su parte se daba cuenta de que él no estaba a gusto, que no estaba cómodo hablando de ello, notaba su dolor interior y el peso que ese pasado doloroso todavía tenía en el presente, por eso se sentía en parte culpable de haber traído a primera línea unos sentimientos y unos recuerdos que quizá era verdad lo que él decía y estaban puestos a buen reguardo en el pasado, aunque por instinto femenino ella sabía que no era así.

– Mira si te he ofendido en algo te pido perdón. No quería por nada del mundo traerte malos recuerdos de tu pasado. – Empezó a decir Anna para intentar zanjar la cuestión y volver a terreno más neutral y a una relación más pacífica y menos conflictiva, sin entrar en detalles que podrían resultar delicados.
– No Anna. No te tengo que perdonar por nada. He sido yo el cabezón. Como lo he sido siempre. Tienes razón cuando dices que hay cosas en mi pasado que no están cerradas ni olvidadas, por mucho que yo mismo me diga que sí lo están. – Cortó él por lo sano, cambiando el tono de voz por completo y asumiendo su parte de culpa en la conversación tan arisca que hasta hace nada habían tenido.
– ¿Y por qué no intentas cerrar de una vez por todos esos asuntos?
– Porque supongo que ya no importan lo más mínimo. Poco o nada se puede hacer por algo pasado desde el presente.
– Por el pasado no se puede hacer nada. Lo que en un momento se dijo o se hizo no se puede cambiar. Ahí tienes razón y te la doy sin contemplaciones. Aunque espero que no sienta precedente. – Añadió Anna intentando rebajar un poco la tensión mostrándose un poco bromista, cogiéndole de nuevo de la mano, haciendo que él levantara sus ojos hasta que éstos estuvieran fijos en los suyos, y sonriéndole cariñosamente. – Pero hay una cosa que si se puede hacer con el pasado, y es cerrarlo por completo, ponerlo en su lugar. Aunque para ello se necesite fuerza de voluntad y muy probablemente pasar por momentos duros recordando aquello que nos hizo daño, o aquello de lo que nos arrepentimos.
– Eso mismo me dijo hace muchos años un psicólogo al que fui cuando era un joven universitario que todavía tenía esperanzas por ser feliz algún día. – Dijo él con un tono demasiado pesimista tanto para su gusto como para el de Anna que lo notó en seguida.
– No tenía ni idea de que hubieran ido a un psicólogo. – Comentó ella sorprendida.
– Fue algo que pasó hace muchos años. Casi en la prehistoria de mi memoria. – Continuó él sonriendo levemente, como recordando esos tiempos con sus cosas malas, pero también las buenas que parece que las hubo.
– Mira, has sonreído. Me alegra ver al menos que todavía queda algo de esa persona alegre, irónica y sarcástica que conozco y que tanto me divierte. – También Anna sonrió ligeramente acompañándole.
– Tampoco sabes que durante varios años en la universidad estuve yendo a ese psicólogo para tratarme una depresión. Por suerte, y también gracias tanto a la ayuda de mis padres, pero ante todo, creo yo, gracias a la ayuda y el apoyo de varios compañeros de universidad.
– No, tampoco lo sabía. Tuvo que ser dura aquella época. En los momentos difíciles es donde encontramos nuestro verdadero destino, y donde descubrimos a las personas a las que de verdad importamos.
– Eso suelen decir. – Dijo él medio distraído mirando por la ventana del restaurante.
– Tu mismo acabas de decir que gracias a tus compañeros de universidad pudiste superar la depresión.
– Sí lo he dicho. Lo que pasa es que hoy en día de esos compañeros de universidad no tengo más que vagos recuerdos del pasado. La universidad nos cambió a todos. Supongo que a mí me abrió los ojos para descubrir lo que de verdad importa en la vida. A otros no.
– ¿No tienes relación con nadie de aquella etapa de tu vida? ¿No tienes amigos de hace años? – Preguntó Anna sin dejar de mirarle a los ojos. Mirada que él no correspondía continuamente, sino que hablaba sin mirarla directamente a los ojos.
– Amigos, lo que se dice amigos, aunque depende mucho claro está de la concepción que se tenga de la amistad, no tengo la verdad. No tengo a nadie con quien poder quedar un día de vez en cuando y contarle mi vida. No hay nadie que me vaya a llamar una tarde y me haga recordar viejos tiempos y me dibuje una sonrisa ya sea de vergüenza por alguna vivencia pasada, o de verdadera gracia por alguna anécdota recordada de improviso. – Dijo él en tono melancólico, un tono que habitaba en el recuerdo y que pretendía rememorar tiempos pasados haciéndolos parecer menos tristes y solitarios.
– Nadie puede decir que no tienen ningún amigo. Creo que exageras demasiado. Estoy segura que alguien habrá que de vez en cuando, aunque sea cada muchos meses, te llame y puedas pasar un rato por teléfono contando viejas historias. – Dijo Anna intentando que él no fuera tan negativo y que intentara buscar en su interior algo de lo que poder sacar algún tipo de esperanza.
– ¿Para ti qué es un amigo, o amiga, Anna? – Quiso saber él; y ahora sí que la estaba mirando directamente a los ojos escudriñándola, apremiándola con la mirada para que buscara una respuesta adecuada a la pregunta que acababa de proponerla.
– ¿Cómo? – Anna quedó sorprendida por la pregunta. No se la esperaba.
– Sí, ¿qué entiendes por amistad Anna? – Repitió él de otra forma.
– Pues... – Dudó Anna durante unos segundos; segundos que la parecieron una eternidad y de los que no sabía cómo salir. – Pues para mí la amistad es uno de los sentimientos más fuertes que hay en la vida y que una persona puede sentir por otra. La amistad es ese sentimiento que sin ser amor te lleva a querer a otra persona con todo tu corazón; es lo más cercano que se puede estar sentimentalmente de otra persona sin sentir atracción física. Yo entiendo la amistad casi como una mezcla entre los sentimientos que tenemos hacia nuestra familia, un padre, una madre, un hermano, y los que se tienen hacia nuestra pareja. – Dijo Anna tras superar el momento de duda que al proponerla él la pregunta había generado y que la había pillado totalmente despistada.
– En términos generales coincidimos. Pero para mí un amigo también es esa persona que sabes que va a estar ahí cuando lo necesitas, pidiéndolo tú o no. Es esa persona que no te va a juzgar nunca, o mejor dicho, es esa persona que te juzgará más severamente que la Inquisición, pero que nunca dictará sentencia negativa en contra tuya. Un amigo es esa persona que te dará los consejos que no se aplica él mismo y que sabiéndolo intenta hacerte ver que son los mejores. Sin embargo un amigo no es esa persona que está ahí porque no le queda más remedio y porque te tiene que ver todos los días durante el periodo de tiempo que duran las clases en la universidad y que llegado el último examen y tras tomarse algo se despide hasta el primer día de curso del año siguiente. Un amigo es esa persona que pese a todo sabes que estará ahí aunque no la veas todos los días. – Dijo él sin dejar de mirar los ojos de Anna un solo instante.
– Eres muy exigente.
– No lo creo. Lo que pasa es que desde hace mucho tiempo el concepto “amigo” se usa con mucha ligereza y a cualquier persona que pasa por la vida de uno sin hacer absolutamente nada. Una persona con la que te llevas bien y con la que hablas un rato de manera cordial y agradable en un bar cada vez que vas allí no es un amigo, sino simplemente un buen conocido. Una persona con la que compartes un viaje a la playa en compañía de otras personas entre las que sí que puede haber amigos, no son amigos sino simplemente compañeros de viaje con los que te llevas bien. Pero no. Ahora todo el mundo es amigo de todo el mundo aunque solo se hayan sentado juntos en la misma clase durante toda una carrera universitaria sin haberse dirigido nunca la palabra. – Siguió diciendo él elevando un poco más el tono, dejando atrás la melancolía por el pasado y pasando más bien a una especie de rabia contenida desde hace mucho tiempo.
– No tiene por qué haber una única forma de amistad. – Intentó Anna aplacar un poco sus ánimos.
– Eso no es amistad Anna. Eso es hacer el paripé. Es poner etiquetas a las personas simplemente para sentirnos bien y poder decir por ahí que se tienen muchos amigos, cuando la realidad es todo lo contrario. – Terminó sentenciado él bebiéndose de un trago el vino que quedaba en su copa: un buen trago de todas maneras.


Caronte.

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