*********************************************************************************
Comenzaron a comer
lentamente debido al calor que todavía emitían los platos recién terminados de
cocinar. Tras beber un poco de vino él propuso un brindis por ellos dos, por
estar allí en Viena sentados en ese restaurante, protegidos del frío helador
del invierno austríaco y disfrutando el uno de la compañía del otro; Anna
añadió al brindis el deseo de que se repitiera más veces esa escena. Hicieron
sonar sus copas y volvieron a beber. Tras esto ahora sí comenzaron a degustar sus
respectivos platos y a continuar con la conversación desde prácticamente el
mismo punto en el que la dejaron.
– Entonces, si soy
un desequilibrado mental ¿no tienen miedo de lo que te pueda pasar estos días
en Viena durmiendo no ya en la misma habitación que yo sino en la misma cama? –
Preguntó él con algo de sorna.
– Hombre no te
creas que no me lo he planteado ahora mismo. Pero creo que el que tendría que
tener miedo de lo que pudiera pasar en la habitación del hotel tendrías que ser
tú. En la cama sabes que mando yo. – Respondió Anna echándole una ojeada de
soslayo mientras intentaba quitar las espinas a su trucha.
– ¿Con que en la
cama mandas tú? No tenía noticia de semejante hecho. Tendré que ir entonces con
más cuidado. – Repuso él siguiendo con la broma.
– Ve con más
cuidad sí. No vaya a ser que te devore a la luz de la luna. Por cierto está muy
bueno este pescado. – Dijo Anna cambiando de tema.
– Me alegro de que
te guste Anna. ¿Quieres probar el guiso de venado? Estoy seguro que también te
gustaría.
– Bueno, dame un
poco que lo pruebe. No esperes que yo te ofrezca pescado porque está delicioso
y lo que me gusta de verdad no lo comparto con nadie. – Apuntó Anna sonriéndole
irónicamente.
– Mira también
tenemos eso en común. A mí tampoco me gusta compartir con nadie lo que me gusta
y apasiona, salvo si merece la pena compartir claro está. – Dijo él al mismo
tiempo que, pillando a Anna desprevenida cogiendo el tenedor que él la prestaba
para que probara el guiso, pinchaba con su tenedor un trozo de trucha
acompañado por una patata asada y un poquito de salsa de hierbas.
– ¡Pero qué ladrón
estás hecho! – Exclamó Anna viendo atónica y sin posibilidad de acción cómo él
se llevaba a la boca el bocado de trucha y la sonreía. – Te vas a enterar tú.
Ya verás.
Siguieron
disfrutando de su cena entre conversaciones sin trascendencia. Hablaron sobre
el día siguiente y los planes que en principio tenían para ese último día del
año. Estaba, claro está, la cena y la posterior fiesta de Fin de Año a la que
asistirían en el propio Hotel Sacher, una de las más solicitadas por los
vieneses con posibilidades económicas. La fiesta que organiza el Sacher para
celebrar el Fin de Año es una de las más solicitadas por la élite social de
toda Viena, y resulta casi imposible conseguir mesa para la cena, y entrada
para la posterior celebración. Sin embargo ellos tenían tanto la mesa reservada
desde hacía varios meses, como la entrada a la última, o mejor dicho primera,
fiesta del año. Sin embargo la cena no comenzaba hasta las ocho de la tarde con
lo que tenían todo el día para disfrutar de Viena, hacer compras, visitas o
simplemente descansar y estar rondando por el hotel haciendo tiempo hasta que
llegara el momento de vestirse con sus mejores ropas y celebrar tanto el Fin de
otro año, como el Inicio del siguiente.
– Todavía no me
has contado cómo has podido conseguir las entradas para una fiesta tan
exclusiva como dices que es la del Hotel Sacher, sin ser vienés y sin tener,
que yo sepa, ningún amigos austríaco que tuviera algún contacto. – Preguntó
Anna con curiosidad.
– Bueno es cierto
que no tengo ningún amigo vienés ni austríaco con contactos suficientes como
para que me consiguiera mesa y entrada para la fiesta del Sacher. Pero ¿quién
te dice a ti que debe ser vienés ese contacto? – Repuso él con algo de misterio
y con pocos ánimos de seguir la conversación por esos derroteros.
– La verdad es que
nadie. Lo que pasa es que como nunca hemos hablado de tus amigos, o conocidos.
Como desde que te conozco nunca hemos hecho nada con nadie, siempre hemos
salido solos y nunca te he visto atender ni llamadas ni mensajes de nadie que
no fuera tu secretario del trabajo; pues he deducido que de algún sitio habrán
tenido que salir las invitaciones para la fiesta. – Dijo Anna llevando la conversación
poco a poco al punto al que ella quería.
– Sé hacia dónde
quieres ir Anna. No quiero hablar de eso. – Dijo él cortando en seco la
conversación, o al menos pretendiéndolo.
– No estoy
queriendo llevar la conversación hacia ningún sitio. – Mintió piadosamente ella
sabiendo que había algo de lo que él no quería hablar pero que sabía que quizá
lo necesitaría. – Pero no vas a negar que después de más de dos años saliendo,
yendo al cine, a cenar, a comer, de viaje, y acostándote conmigo cuando te
viene en gana, no me parezca raro que no hayamos hablado nunca de ti.
– Tampoco lo hemos
hecho nunca de ti Anna. – Repuso él de manera algo brusca para como ella le
estaba hablando.
– Cierto. Pero la
cuestión no es esa ahora. Si de mí no hemos hablado es quizá porque nunca me
has preguntado nada. Yo sin embargo sí te he preguntado muchas veces. Y siempre
me sales con las mismas y además te haces el ofendido cuando ocurre.
– ¿Ahora me vas a
decir que si te hubiera preguntado por ti y tu pasado me hubieras contestado amablemente
y hubiéramos hablado? – Muy bronca se estaba volviendo la conversación y esto
era algo que él notaba.
– Mi pasado no
está presente en mi vida. El tuyo por el contrario parece como si no se hubiera
terminado en ningún momento. Sé que hay algo de tu pasado que no está bien
cerrado. – Dijo Anna cogiéndole de la mano pese a la reticencia de él que
intentó zafarse del gesto de ella. – Sé que puede ser doloroso, y seguramente
lo sea, pero por eso mismo quiero hablar contigo porque no puedes tener eso ahí
constantemente presente cuando muy probablemente sean cosas que pasaron hace
muchos años.
– Tienes razón, es
doloroso y mucho. Pero es el pasado.
– No es pasado si
sigue en tu cabeza, o en tu corazón, día a día.
– No está en
ninguno de esos lugares.
– Mientes. Sé que
mientes. A una mujer no la vas a engañar tan fácilmente y menos tú que...
– Y menos yo que
nunca he estado con una mujer tanto tiempo como contigo verdad. – La
interrumpió el sin dejar terminar la frase que estaba Anna pronunciando. – Y
menos yo que nunca he amado a una mujer, ni nunca ha sido amado por ninguna
¿verdad? – Terminó él molesto, enfadado, lleno de rabia, no tanto por Anna que
ninguna culpa tenía de todo aquello, sino con él mismo por escuchar de boca de
ella todo lo que sabía que era verdad.
– Yo no quería
decir eso y lo sabes tan bien como yo. No me vengas ahora haciéndote el
ofendido. Si no quieres hablar es problema tuyo, no mío. Pero no niegues la
realidad por favor, no caigas en ese error tan común en muchas personas. No
quiero generarte dolor hablando de algo que tú no quieras, pero déjame
ayudarte. – Dijo Anna sin cambiar en ningún momento el tono de vez. Sí es
cierto que no se mostraba compasiva, sino firme en sus palabras y en su
actitud; tampoco sonreía, pero no estaba enfadada con él por cómo estaba
reaccionando ni mucho menos. Estaba preocupada ante todo.
Estuvieron unos
minutos eternos en silencio. Cada uno terminó de dar cuenta de su cena. Apenas
se pronunciaron palabras, casi ni se emitieron ruidos, solo los sonidos propios
de una cena se podía escuchar: el cortar de los cuchillos, el tintineo de las
copas, el pan al ser partido con su característico crujido de ternura, el
frotar de las servilletas sobre los labios. También se podían escuchar con más
claridad de la que hubieran deseado las conversaciones de las mesas de al lado.
Aunque no llegaban a entender lo que se decían los demás comensales que les
rodeaban, por el tono de dichas conversaciones sí podían averiguar si estaban
alegres, o tensos, o enfadados, o cansados. Ellos aunque en silencio sabían
perfectamente lo que sentía cada uno: él sabía que ella no estaba molesta por
su propio comportamiento y su brusquedad a la hora de contestarla, aunque
podría comprender que estuviera algo dolida por ver que sus intentos de ayudar
no estaban sirviendo de nada bueno, más bien al contrario; ella por su parte se
daba cuenta de que él no estaba a gusto, que no estaba cómodo hablando de ello,
notaba su dolor interior y el peso que ese pasado doloroso todavía tenía en el
presente, por eso se sentía en parte culpable de haber traído a primera línea
unos sentimientos y unos recuerdos que quizá era verdad lo que él decía y
estaban puestos a buen reguardo en el pasado, aunque por instinto femenino ella
sabía que no era así.
– Mira si te he
ofendido en algo te pido perdón. No quería por nada del mundo traerte malos
recuerdos de tu pasado. – Empezó a decir Anna para intentar zanjar la cuestión
y volver a terreno más neutral y a una relación más pacífica y menos
conflictiva, sin entrar en detalles que podrían resultar delicados.
– No Anna. No te
tengo que perdonar por nada. He sido yo el cabezón. Como lo he sido siempre.
Tienes razón cuando dices que hay cosas en mi pasado que no están cerradas ni
olvidadas, por mucho que yo mismo me diga que sí lo están. – Cortó él por lo
sano, cambiando el tono de voz por completo y asumiendo su parte de culpa en la
conversación tan arisca que hasta hace nada habían tenido.
– ¿Y por qué no
intentas cerrar de una vez por todos esos asuntos?
– Porque supongo
que ya no importan lo más mínimo. Poco o nada se puede hacer por algo pasado desde
el presente.
– Por el pasado no
se puede hacer nada. Lo que en un momento se dijo o se hizo no se puede
cambiar. Ahí tienes razón y te la doy sin contemplaciones. Aunque espero que no
sienta precedente. – Añadió Anna intentando rebajar un poco la tensión
mostrándose un poco bromista, cogiéndole de nuevo de la mano, haciendo que él
levantara sus ojos hasta que éstos estuvieran fijos en los suyos, y sonriéndole
cariñosamente. – Pero hay una cosa que si se puede hacer con el pasado, y es
cerrarlo por completo, ponerlo en su lugar. Aunque para ello se necesite fuerza
de voluntad y muy probablemente pasar por momentos duros recordando aquello que
nos hizo daño, o aquello de lo que nos arrepentimos.
– Eso mismo me
dijo hace muchos años un psicólogo al que fui cuando era un joven universitario
que todavía tenía esperanzas por ser feliz algún día. – Dijo él con un tono
demasiado pesimista tanto para su gusto como para el de Anna que lo notó en
seguida.
– No tenía ni idea
de que hubieran ido a un psicólogo. – Comentó ella sorprendida.
– Fue algo que
pasó hace muchos años. Casi en la prehistoria de mi memoria. – Continuó él
sonriendo levemente, como recordando esos tiempos con sus cosas malas, pero
también las buenas que parece que las hubo.
– Mira, has
sonreído. Me alegra ver al menos que todavía queda algo de esa persona alegre,
irónica y sarcástica que conozco y que tanto me divierte. – También Anna sonrió
ligeramente acompañándole.
– Tampoco sabes
que durante varios años en la universidad estuve yendo a ese psicólogo para
tratarme una depresión. Por suerte, y también gracias tanto a la ayuda de mis
padres, pero ante todo, creo yo, gracias a la ayuda y el apoyo de varios
compañeros de universidad.
– No, tampoco lo
sabía. Tuvo que ser dura aquella época. En los momentos difíciles es donde
encontramos nuestro verdadero destino, y donde descubrimos a las personas a las
que de verdad importamos.
– Eso suelen
decir. – Dijo él medio distraído mirando por la ventana del restaurante.
– Tu mismo acabas
de decir que gracias a tus compañeros de universidad pudiste superar la
depresión.
– Sí lo he dicho.
Lo que pasa es que hoy en día de esos compañeros de universidad no tengo más
que vagos recuerdos del pasado. La universidad nos cambió a todos. Supongo que
a mí me abrió los ojos para descubrir lo que de verdad importa en la vida. A
otros no.
– ¿No tienes
relación con nadie de aquella etapa de tu vida? ¿No tienes amigos de hace años?
– Preguntó Anna sin dejar de mirarle a los ojos. Mirada que él no correspondía
continuamente, sino que hablaba sin mirarla directamente a los ojos.
– Amigos, lo que
se dice amigos, aunque depende mucho claro está de la concepción que se tenga
de la amistad, no tengo la verdad. No tengo a nadie con quien poder quedar un
día de vez en cuando y contarle mi vida. No hay nadie que me vaya a llamar una
tarde y me haga recordar viejos tiempos y me dibuje una sonrisa ya sea de
vergüenza por alguna vivencia pasada, o de verdadera gracia por alguna anécdota
recordada de improviso. – Dijo él en tono melancólico, un tono que habitaba en
el recuerdo y que pretendía rememorar tiempos pasados haciéndolos parecer menos
tristes y solitarios.
– Nadie puede
decir que no tienen ningún amigo. Creo que exageras demasiado. Estoy segura que
alguien habrá que de vez en cuando, aunque sea cada muchos meses, te llame y
puedas pasar un rato por teléfono contando viejas historias. – Dijo Anna
intentando que él no fuera tan negativo y que intentara buscar en su interior
algo de lo que poder sacar algún tipo de esperanza.
– ¿Para ti qué es
un amigo, o amiga, Anna? – Quiso saber él; y ahora sí que la estaba mirando
directamente a los ojos escudriñándola, apremiándola con la mirada para que
buscara una respuesta adecuada a la pregunta que acababa de proponerla.
– ¿Cómo? – Anna
quedó sorprendida por la pregunta. No se la esperaba.
– Sí, ¿qué
entiendes por amistad Anna? – Repitió él de otra forma.
– Pues... – Dudó
Anna durante unos segundos; segundos que la parecieron una eternidad y de los
que no sabía cómo salir. – Pues para mí la amistad es uno de los sentimientos
más fuertes que hay en la vida y que una persona puede sentir por otra. La
amistad es ese sentimiento que sin ser amor te lleva a querer a otra persona
con todo tu corazón; es lo más cercano que se puede estar sentimentalmente de
otra persona sin sentir atracción física. Yo entiendo la amistad casi como una
mezcla entre los sentimientos que tenemos hacia nuestra familia, un padre, una
madre, un hermano, y los que se tienen hacia nuestra pareja. – Dijo Anna tras
superar el momento de duda que al proponerla él la pregunta había generado y
que la había pillado totalmente despistada.
– En términos
generales coincidimos. Pero para mí un amigo también es esa persona que sabes
que va a estar ahí cuando lo necesitas, pidiéndolo tú o no. Es esa persona que
no te va a juzgar nunca, o mejor dicho, es esa persona que te juzgará más
severamente que la Inquisición, pero que nunca dictará sentencia negativa en contra
tuya. Un amigo es esa persona que te dará los consejos que no se aplica él
mismo y que sabiéndolo intenta hacerte ver que son los mejores. Sin embargo un
amigo no es esa persona que está ahí porque no le queda más remedio y porque te
tiene que ver todos los días durante el periodo de tiempo que duran las clases
en la universidad y que llegado el último examen y tras tomarse algo se despide
hasta el primer día de curso del año siguiente. Un amigo es esa persona que
pese a todo sabes que estará ahí aunque no la veas todos los días. – Dijo él
sin dejar de mirar los ojos de Anna un solo instante.
– Eres muy
exigente.
– No lo creo. Lo
que pasa es que desde hace mucho tiempo el concepto “amigo” se usa con mucha
ligereza y a cualquier persona que pasa por la vida de uno sin hacer
absolutamente nada. Una persona con la que te llevas bien y con la que hablas
un rato de manera cordial y agradable en un bar cada vez que vas allí no es un
amigo, sino simplemente un buen conocido. Una persona con la que compartes un viaje
a la playa en compañía de otras personas entre las que sí que puede haber
amigos, no son amigos sino simplemente compañeros de viaje con los que te
llevas bien. Pero no. Ahora todo el mundo es amigo de todo el mundo aunque solo
se hayan sentado juntos en la misma clase durante toda una carrera
universitaria sin haberse dirigido nunca la palabra. – Siguió diciendo él
elevando un poco más el tono, dejando atrás la melancolía por el pasado y
pasando más bien a una especie de rabia contenida desde hace mucho tiempo.
– No tiene por qué
haber una única forma de amistad. – Intentó Anna aplacar un poco sus ánimos.
– Eso no es amistad
Anna. Eso es hacer el paripé. Es poner etiquetas a las personas simplemente
para sentirnos bien y poder decir por ahí que se tienen muchos amigos, cuando
la realidad es todo lo contrario. – Terminó sentenciado él bebiéndose de un
trago el vino que quedaba en su copa: un buen trago de todas maneras.
Caronte.
*****************************************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario