lunes, 29 de septiembre de 2014

A la carga de nuevo

102 es la cifra que representa el número de días que llevo sin ir de manera obligada a la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. 102 días en los que he descansado como un poseso y en los que no me he preocupado lo más mínimo de ningún asunto relacionado con mi carrera por primera vez desde que empecé hace ya cinco años. Ya era hora de tener todo el verano libre de cargas, única y exclusivamente dedicándome a lo que más me apeteciera en cada momento, sin tener que estudiar para sacarme ninguna asignatura absurda en septiembre. Pero de esos 102 días de asueto vacacional apenas me quedan 44 horas de despreocupación y semi-libertad.

El miércoles primero de octubre todos mis compañeros de penurias ingenieriles estamos convocados a volver a nuestros puestos en el frente de batalla para enfrentarnos a nuestra última lucha, si es que no hay contratiempos de última hora. Por suerte todavía somos de esos verdaderos universitarios españoles, raza a punto de extinguirse por la mala cabeza y peor organización de algunos políticos y rectores, que retoman sus clases universitarias en octubre y no en septiembre como los impúberes colegiales o los más tiernos bebés de guardería. Es un pequeño consuelo que por desgracia desaparecerá cuando esta estirpe de universitarios de pura cepa se agote. Porque por mucho que ahora sean mayoría los que empiecen la universidad en septiembre, hubo un tiempo en el que sí o sí la universidad se empezaba en octubre; esos eran tiempos de verdad donde había universitarios de verdad, y profesores de universidad de verdad, y cafeterías de universidad de verdad. Ahora esto ya no pasa, todo universitario es ya un sucedáneo de lo que un día se entendía por universitario, se nos ha pretendido equiparar con Europa para crear un mercado de personas con las que comerciar. Que en Noruega se empiece la universidad en septiembre es normal, cualquiera se atreve a ir a clase en pleno mes de diciembre; pero en España de toda la vida de dios se ha empezado en octubre, y ahora estos nuevos universitarios, las generaciones del futuro, se creen que lo son cuando en verdad, empezando cuando los colegios de primaria, sólo con ellos se puede llegar a comparar.

Así estamos, esperando que pasen estas poco más de cuarenta horas hasta que los fríos asientos de chapa de mi escuela nos vuelvan a recibir anhelando nuestro calor humano y compañía. La verdad es que 102 días sin ejercitar la mente en utilísimos problemas de hidráulica o estructuras pasan factura. No sé si seré capaz de volver a coger ritmo. El no tener ninguna asignatura para septiembre debería estar prohibido, no se puede no hacer absolutamente nada, salvo rascarse la nariz o la barriga, durante tanto tiempo, se terminan cogiendo hábitos poco saludables como el no preocuparse de ninguna asignatura o profesor impertinente, de la publicación de notas, de que el profesor no se pase de la hora (50 minutos) lectiva, o el salir a correr por las mañanas para hacer algo de ejercicio, el irse por las tardes – ya sea martes, jueves o sábado – a dar una vuelta por Madrid y tomarte algo sentado en un banco en una plaza, o entrar en alguna tienda curiosa y admirar los cachivaches que pueda tener. Donde esté una buena sesión de estudio de hormigón o resistencia de materiales, que se quite cualquier día de vacaciones.

Nos llaman de nuevo a todos a la batalla, a dar de nuevo ejemplo de lucha incansable y constante hasta derrotar a las asignaturas, y en algunos casos a sus responsables: catedráticos que se creen imbuidos de un poder celestial que les hace creerse por encima de todos nosotros y que, sintiendo que si aprueban a mucha gente pierden parte de sus condición de semi-dioses, ponen exámenes convocatoria tras convocatoria imposibles de realizar y que solo un pequeño porcentaje de los presentados al examen logran superar, en muchos caso sin saber cómo ni por qué. Volvemos a la carga. Este año vuelvo a la carga con más ganas que los anteriores, no sé si porque como cada vez me tomo menos en serio la carrera, a sus asignaturas y a sus prácticas y trabajos, o si porque el no haber tenido que estudiar en verano y tener que estar preocupándome de la escuela y la carrera todos los días de mis vacaciones me ha hecho estar menos quemado. Me da igual cual es la razón, pero encaro mi último curso en la universidad, o lo que debería ser mi último curso en la universidad, con ganas de volver y sobre todo de acabar de una vez por todas esta carrera de seis endiablados años.

Puede sonar chocante que quiera volver a la Escuela en un año en el que además de tenerme que enfrentar al curso normal, con sus asignaturas tanto comunes, de especialidad y optativas (por fin en esta carrera sabré qué es una asignatura optativa, en otros estudios las hay prácticamente desde primero, aquí no, en Esparta no se admiten debilidades), sino que además casi todos mis compañeros y yo nos vamos a tener que ver las caras con el Proyecto Fin de Carrera (PFC). El PFC es un monumental trabajo de búsqueda de información, trabajo individual, cálculos y aplicación de todos los conocimientos que durante los seis años de carrera se supone debemos haber adquirido – aunque yo creo que apenas retengo nada de cómo se diseña una carretera, o cuáles son los aspectos fundamentales del diseño de una presa. Por si fuera poco todo esto además nos tendremos que enfrentar al malvado Gargamel de los pitufos, o al Voldemort de Harry Potter, un profesor – catedrático de universidad – del que se dice es un verdadero grano en el culo de los estudiantes, y que hace la vida imposible incluso si se tercia mediante insultos y descalificaciones. Este catedrático que imparte dos asignaturas cuatrimestrales, una por cuatrimestre del curso, como algún que otro profesor ha declarado está colgado de una lámpara, y se cree más importante no sólo que ningún alumno – algo que en cierto sentido puede hasta ser aceptable – sino también que los demás profesores y miembros de la Escuela. Yo creo que, aunque en toda leyenda siempre hay parte de verdad, todo esto no más que la burbuja que se ha ido creando con el tiempo alrededor de este señor, odiado y repudiado incluso por sus propios compañeros docentes, inflada constantemente por los estudiantes para darse también estos importancia, porque si este personajes fuera tan demencial ¿cómo es posible que todo el mundo acabe sacándose sus asignaturas en el año correspondiente? A veces creo que se habla demasiado para hacerse el importante con los pipiolos de cursos inferiores.

Hay quien por temor a enfrentarse a las más que tediosas clases de este fantasma de la escuela (fantasma no por ser un espectro del más allá, sino por ser alguien que se cree más de lo que es), prefieren evitarlo y hacen lo posible para ello, como guiados por una especie de temor. ¡Temor! En esta vida solo hay que tener temor a los unicornios, a los gamusinos y sobre todo a la soledad (en mi caso añado los perros, pero por un desgraciado incidente que viví en el pueblo cuando apenas tenía cinco o seis años). Un profesor de universidad que además en ocasiones llega a faltar el respeto a los alumnos no merece ni siquiera respeto por parte de nadie. Mayores retos tenemos este año todos como para preocuparnos por un demente.

Los tambores de guerra ya están preparados para empezar a tocar, todos estamos, o deberíamos estar ya listos para la batalla que en unas horas empezará a desarrollarse. ¿Y después de la batalla qué? Pues después nadie sabe que habrá. Bueno me equivoco aquí al generalizar: yo no sé que habrá después de la batalla que se prevé ardua y dificultosa. Supongo que muchos compañeros de clase míos sí saben que una vez acabe esta batalla “papi” les estará esperando con los brazos abiertos para comenzar otra batalla aunque mucho menos dura que la que aquellos que no tenemos esa posibilidad de tener a alguien detrás nuestro que nos vaya a salvar de una batalla aún más feroz. Pero en el fondo, siendo sincero conmigo mismo, esto no me inquiera lo más mínimo. Todavía, por desgracia, no sé qué va a ser de mí una vez deje el campo de batalla de la Escuela. Muchas son las ideas de futuro que se me pasan por la cabeza, pero por desgracia las batallas que año a año he ido superando han terminado por hacer mella en mí. Pensaba que entraba en guerra preparado para todos los golpes y magulladuras que pudiera recibir, con una buena armadura, pero no sabía que la armadura física no bastaba para esta batalla. Esta guerra continua que empieza su sexto año de duración (mira como la Segunda Guerra Mundial), no ha pasado en balde sobre mí, ha dejado su huella, ha hecho mella en mí. Si cuando entré en la Escuela sabía qué es lo que quería para mi futuro, ahora esa seguridad se ha esfumado casi completamente, y ha sido sustituida por inseguridad.

Pero dejando estos fantasmas atrás, estos si son problemas a los que hay que temer por cierto, como dije antes este año vuelvo con más fuerzas a la carga de nuevo. No es que me apasione la idea de volver a la Escuela, donde pienso que no encajo, ni el hecho de retomar la carrera que no me gusta (aunque en los últimos tiempos y quizá por el hecho de tener que haber elegido un PFC que me gustara veo con algo más de ilusión esta profesión a la que se supone me voy a tener que dedicar, y de la que por lo menos por título formaré parte de aquí en adelante); quizá el que vuelva con esas ganas renovadas, o quizá algo menos quemado personalmente, se debe a que poco a poco me siento más a gusto conmigo mismo, estoy volviendo a recobrar parte de la seguridad en mí mismo perdida, parece que la senda que he de coger y que me conducirá al encuentro de mi futuro empieza a estar algo más clara, aunque todavía no haya encontrado el principio de la misma (algo que pensado en frío es descorazonador). Supongo que el escribir me ha ayudado a sentirme más a gusto. El expresar sin miedo, y sin callarme nada de lo que se me pasa por la cabeza o mi corazón siente, me ayuda a sobrellevar mejor la vida, y la indecisión en la que me encuentro sobre mi futuro. Esto me ha hecho replantearme todo y ver que no me tengo que callar ante aquello que me incomoda, aunque volviendo a la Escuela de nuevo tenga que volver a poner el modo diplomático on, sobre todo en el tiempo de cafetería, y hacerme el ciego, el sordo y el mudo, en cierto modo hacerme el Forrest Gump, para poder participar del teatro de los sueños en que se ha convertido esa “conjura de los necios”.  Con esto es posible que caiga en la hipocresía, pero es que puestos a ser hipócritas no creo que nadie me vaya a ganar.

Poco me queda ya para disfrutar, si es que en vísperas de una batalla se puede disfrutar algo, de mi tranquilidad. Estos 102 días de vacaciones en los que he leído, viajado, descansado, paseado por Madrid, más que ningún otro año se acaban. Vuelven la rutina y la homogeneidad de los días; aunque este año creo que esta rutina no va a ser igual, algo más movidita va a ser seguro sobre todo teniendo en cuenta el PFC. Vuelven esas mañanas en las que me apetece levantarme lo mismo que comerme una ensalada de saltamontes, esos viajes en el metro (aunque en cierto modo los echo de menos, no por su comodidad o por su gran calidad, sino porque me permiten viajar a lugares muy diversos de la mano de una variedad muy amplia de escritores gracias a sus libros) en los que no sabes que incidencia por falta de mantenimiento te vas a encontrar, esas clases sinsentido que sólo suponen una pérdida de tiempo y que provocan un sopor sólo igualable a un partido de curling entre Islandia y Canadá. Pero no toda la rutina es mala, también vuelven las palmeras de chocolate de la cafetería de mi Escuela, de las que tengo algo de “mono”. La guerra afronta sus últimas batallas, sus últimas escaramuzas, sus últimas misiones secretas y de reconocimiento. En unas horas los tambores de guerra empezarán a sonar y será entonces cuando tengamos que volver a dar la batalla como mejor sepamos cada uno, con nuestras mejores armas y tácticas.

Llega el momento de enfrentarme con calma el final de un largo camino que ha ido dejando atrás a muchos, algunos muy queridos y recordados. Serenidad y sangre fría es lo que se necesita para esta recta final. Ya casi puedo tocar con la punta de los dedos la meta, el final de la guerra. Y una vez acabe ya se verá en su momento qué hacer a partir de ese momento que hace cinco años tan lejano parecía pero que tan rápido se ha acercado. Tan rápido que apenas he tenido tiempo de darme cuenta de que estaba pasando. Pero aquí está, la última frontera que traspasar para alcanzar la tierra prometida (cada día más oscura e incierta por cierto), la última trinchera antes de la calma. Pero no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo, aunque haya salido victorioso aunque con heridas de las anteriores batallas libradas, esta como todas las anteriores es diferente; nada de lo que años atrás pudo dar la victoria en un batalla la dará ahora. Poco a poco hay que pasar este campo de minas, más peligroso y delicado que los anteriores, porque es el último y estar demasiado confiado puede ser el peor error que se cometa. Pocas horas quedan ya de esos 102 días en los que he estado alejado de la Escuela y de la vida universitaria propiamente dicha. Ya debo volver a la carga de nuevo.

Caronte.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Cataluña/Espanya

La verdad es que no tenía pensado meterme a escribir sobre lo que lleva aconteciendo en Catalunya en los últimos tiempos, en relación con su independencia, pero los acontecimientos que poco a poco se van desarrollando y las declaraciones de algunos políticos catalanes llenas de mentiras e ignorancia me llevan a no poder seguir callado más tiempo, simplemente por dignidad personal. No soy para nada un experto en este tipo de asuntos, sólo sé sobre el tema lo que sale en los medios de comunicación, y por tanto debo coger todo con pinzas para no quedar marcado por la parcialidad de éstos. Lo que sí sé es que en ciertas regiones de España, desde siempre, desde hace muchos siglos ha habido sentimientos diferentes a los del resto del país, y esto no es malo. Lo que sí es malo es que se tergiversen esos sentimientos y se usen argumentos falsos, llenos de mentiras para alentarlo engañando a la gente soñadora.

Más que a muchos les pese Catalunya es parte integrante del Reino de España, y a su vez el Reino de España no sería en gran parte lo que es sin Catalunya. Ambas entidades, que son una sola, se necesitan mutuamente y es bueno que esto sea así, porque todos somos hermanos, y esto no lo digo de manera poética, porque a lo largo de toda la historia en este país no hay sangre pura en ninguna región. Todos somos de todas partes. Los catalanes tienen sangre, no ya solo del resto de España, sino de parte de Europa por haber sido siempre frontera entre reinos; pero es que los españoles también tenemos sangre catalana. Catalanes y españoles, españoles y catalanes, eso es lo que somos, como también somos, vascos, murcianos, o extremeños. Juntos somos fuertes, por separado, España seguiría siendo fuerte pero bastante menos, pero Catalunya no sería ni mucho menos tan fuerte como es ahora. Juntos podemos luchar por nuestros intereses comunes mejor y con más fuerza que por separado. Esto es lo que algunos políticos tanto en Madrid como en Barcelona, aunque es cierto que más en Barcelona, no quieren ver o no quieren hacer ver.

Contra los sentimientos no se puede luchar, ni esgrimiendo la ley de leyes como es la Constitución ni con argumentos políticos o económicos. Esto es un axioma indiscutible. Quien se sienta vaca aun siendo un ser humano, se sentirá vaca toda la vida; podremos discutir si ese sentimiento viene de un trastorno mental, pero ningún papel por muy sagrado que algunos crean que es podrá hacer que quien se sienta vaca deje de hacerlo. Sí, éste es un argumento muy basto, pero como el nivel de debate político en este país está siempre instalado en el “y tú más”, creo que por mucho el nivel de mi ejemplo está por encima. No voy a entrar a discutir los sentimientos de los catalanes, porque son legítimos, cada uno puede sentirse de la nacionalidad que quiera. Yo tampoco me siento español, sino europeo, porque creo en una Unión Europea de verdad sin fronteras físicas, socioculturales, políticas o económicas. Es más soy un europeo que vive en España, más concretamente en Madrid, y más concretamente todavía en Vicálvaro; y nadie me va a obligar a sentirme nada diferente a lo que siento que soy, y si algún día pasa esto no querré seguir viviendo en esta región de Europa que es el Reino de España.

Con los sentimientos no me voy a meter, como he dicho, pero sí quiero criticar como miserable los sentimientos falsos alentados por argumentos engañosos que poco o nada tienen que ver con la realidad. Los políticos catalanes últimamente parecen expertos en usar a su propia conveniencia, como otras muchas veces en otros muchos lugares otros muchos políticos han hecho, para alentar esos sentimientos, para engañar a la gente, que llena de ilusión, comulgue con unas ideas que inicialmente no eran las suyas, o si lo eran al menos no estaban todavía fanatizadas. Creo miserable usar los sentimientos de la gente para tapar los fallos y fracasos en la política; creo que es muy triste y rastrero usar a la gente y su ilusión para conseguir ideas personales y proyectos ególatras. Esto, y no otra cosa, como el seguir el deseo y voluntad del pueblo, es lo que los políticos catalanes están haciendo, hinchar sus egos, creerse el ombligo del mundo, y lo único que quieres es darse importancia, ser considerados más que nadie, y se olvidan de la gente y sus problemas.

Usar los sentimientos, y aún más tergiversarlos es barriobajero, pero es de gente amoral y sin ética política alguna modificar la historia a conveniencia para que los libros digan lo que se quiera que diga. Este no es un problema exclusivo de Catalunya; siempre se ha usado la historia para promover sentimientos de injusticia y represión. El problema es que la historia al ser pasado no se puede contrastar como pasa con el presente, pero al igual que el presente la historia es única, con matices según en qué lado se esté, pero única. En Catalunya, los políticos interesados han usado la fecha de 1714 para alentar los ánimos de independencia. En el año 1714, España, y por tanto todos sus riñones y regiones estaban en una especia de guerra civil, con muchos tintes de guerra “mundial” o más bien “continental”, en la que se tenía que dirimir quién iba a ser el sucesor en el trono de España. Muerto el último rey de la dinastía de los Austrias, Carlos II, sin descendencia en 1700 se desencadenó un conflicto a nivel europeo. Por un lado estaban los países que apoyaban para el trono de España a Felipe de Anjou, futuro Felipe V, nieto del Rey Sol de Francia y por tanto Borbón; por otro lado estaban los países que apoyaban que la corona española siguiera en manos de los Habsburgo en la persona del Archiduque Carlos de Austria. Dos bandos a nivel internacional que dividieron Europa, pero también dos bandos dentro de las fronteras españolas que se plasmaron en que Castilla apoyara al francés, mientras que Aragón apoyaba al austríaco. La guerra a nivel internacional acabó en 1713 con la firma del Tratado de Utrecht, famoso porque los ingleses se quedaron con Gibraltar, y con la victoria del bando borbónico y la coronación de Felipe V como rey de España. Pero a nivel nacional siguió un par de años más, y es aquí donde los políticos/tahúres catalanes usan la historia a su favor, tergiversándola.

Tras este cambio en la dinastía reinante en España, es cierto que algunos privilegios que el Reino de Aragón mantenía, y por tanto Catalunya también, fueron eliminados. El Reino “Federal” de la España de los Habsburgo, pasó a ser un reino a imagen y semejanza del francés, un único y centralista Reino de España. Esto no sentó bien en Aragón, y digo Aragón porque Cataluña como tal nunca ha sido una entidad política/administrativa verdaderamente independiente a nivel internacional (o al menos desde que los Condados Catalanes se unieron dinásticamente al Reino de Aragón en 1162, fecha que supongo en Catalunya pasa desapercibida de manera interesada), puesto que perdían privilegios, independencia y poder. En 1714, el 11 de septiembre se produjo el asalto final a Barcelona, con el bombardeo de la ciudad desde Montjuic. Como en toda guerra civil, en aquélla hubo dos bandos, y resultó que Catalunya, y Barcelona, estaban con los Habsburgo que había capitulado ante los Borbónicos en Utrecht, por tanto en el bando derrotado. Desde entonces, y no sabiendo que como en toda guerra se comenten barbaridades e injusticias, los catalanes usan esa fecha para justificar que desde entonces están subyugados bajo el poder tiránico de Madrid, capital del Reino.

La historia es un arma muy poderosa si se sabe usar para un interés y otro. Pero es un arma de doble filo y por tanto fácilmente, con los medios de hoy en día, contrastable. La verdad en la historia siempre termina saliendo a la luz. Toda argumentación y justificación basada en la falsificación o uso parcial de la historia termina derrumbándose como un gran castillo de naipes. Poco se dura basándose en engaños. El problema está cuando el engaño se paga con dinero público, y por tanto con fondos que son prácticamente ilimitados. Cuando desde los colegios, institutos y universidades se enseña una historia tapando aquellos acontecimientos que no interesa contar para justificar algo, se logra lo que a día de hoy tenemos en Catalunya, una sociedad que piensa que lo que sabe de la historia es verdad, porque así se lo han contado, y hablando con propiedad: un zapatero de Reus que use la historia que le han contado para sentirse catalán y exigir un estado independiente porque piensa que históricamente España les ha impuesto todo, no está mintiendo, sino que simplemente repite la mentira que le han contado y enseñado en las aulas y públicamente se ha extendido entre la sociedad. Los catalanes no tienen la culpa de que les hayan utilizado y les sigan usando para los intereses de unos cuantos políticos de poco nivel intelectual y moral.

Yo quiero poder seguir viviendo en una España que cuente con Catalunya como una de sus naciones integrantes, como lo son también el País Vasco y Galicia. Porque si no en Madrid lo políticos no se han dado cuenta, este país cuenta con una riqueza que pocos países cuentan, y son sus lenguas: catalán, euskera, gallego y castellano. Yo me siento orgulloso de que podamos contar con una diversidad cultural tan amplia. Pero los idiomas deberían servir para unir a la gente. Sí es cierto que toda lengua es una barrera entre dos personas; la mayor diferencia entre Francia y España no son los Pirineos o que los quesos españoles sean mejores que los gabachos, sino el idioma, al menos en primera instancia; si un francés y un español quieren entenderse siempre se entenderán, uno aprenderá algo de francés y otro algo de español y así se podrá dialogar. España y Catalunya son dos caras de la misma moneda, y comparten una cosa muy importante también como es un idioma: el castellano. Y esto no es poca cosa, ya que es la segunda lengua materna más hablada en el mundo, por mucho que algún que otro político catalán fanático y corto de miras piense que el castellano es un arma de opresión del tiránico gobierno de Madrid. Hace muchos años estuve en Barcelona de viaje de fin de curso, y fui a comprar unos recuerdos a una tienda en la Rambla y la mujer que me atendió empezó a hablarme en catalán, y cuando le dije que no la entendía muy amablemente y disculpándose pasó al castellano para atenderme. Con esto quiero decir que nunca ha habido problema con el idioma en Catalunya. Todo esto del idioma son problemas ficticios que, en este caso más desde Madrid y sobre todo desde la caverna de la derecha, se ha alentado como elemento distorsionador de la realidad. Envido a quienes viven en Barcelona o cualquier otra parte de Catalunya por criarse y educarse, en este caso particular de las lenguas, en dos idiomas muy ricos y con una cultura centenaria, como son el castellano y el catalán. Pobre de aquel catalán prejuicioso que no quiera hablar castellano porque por fanatismo se cerrará una parte del mundo que dentro de unos años tendrá mucho peso, como es toda la esfera hispanohablante del mundo. Hablar cualquier idioma es de por sí una riqueza a nivel personal, lo creo firmemente.

Esta bola de nieve que se ha terminado creando de tanto alimentarla de manera artificial, hinchando las ilusiones de la gente, terminará derritiéndose y con ello produciendo una frustración muy grande de la que sólo serán responsables aquéllos políticos que hayan usado a la gente para dar satisfacción a su ego personal. Quizá en el fondo de la cuestión de la independencia haya sentimiento de verdad, con fundamento, pero ese sentimiento en los últimos tiempos ha quedado totalmente alterado. Ahora la pulsión soberanista sólo tiene un objetivo y ese no es otro que intentar tapar la enorme incompetencia de Artur Mas para gobernar su comunidad autónoma. Para que la gente no vea la realidad tal y como es, Mas ha distraído a todo el mundo para no poder ser criticado por su ruinosa gestión de la economía. Mentiras y más mentiras han soltado por doquier en cualquier foro, pero por muchas veces que se repita una mentira, ésta no se convertirá nunca en verdad, por mucho sentimiento que se pondo en el intento.

Pero el engorde de esta bola de nieve no recae sólo en los políticos catalanes, mucha culpa también se tiene desde Madrid. Desde hace muchos años desde Catalunya se ha ido pidiendo más y más autogobierno, cuando tienen el mayor autogobierno que existe en ninguna región de ningún país del mundo, y desde Madrid primero unos prometiendo algo que no se podía prometer porque la Constitución no lo permitía, y luego otros impidiendo y negando el diálogo para llegar a buen puerto con las exigencias soberanistas, han hecho que lo que a día de hoy tenemos sea una quimera que no tiene buen final. Entre Madrid y Barcelona se ha iniciado un diálogo de sordos que con el novel de políticos que hay en ambos gobiernos poca solución tiene. Pero de la incompetencia e inutilidad de los políticos la gente sólo tiene parte de culpa, la parte correspondiente a la elección de los mismos, los verdaderos responsables son los propios políticos que no tienen perspectiva de futuro.

Desde Catalunya se argumenta que Madrid quiere impedir que la gente decida su futuro, que Madrid es un monstruo tiránico que les lleva robando el dinero de sus impuestos muchas décadas (cuando en las últimas semanas se ha conocido la supuesta fortuna del clan de los Pujol en paraísos fiscales, estimada en entre 1500 y 1800 millones de euros, millones que daría para no haber hecho ningún recorte ni en sanidad ni educación en Catalunya en estos últimos años), que Madrid quiere marginar a Catalunya y los catalanes coartando su libertad de expresión y prohibiendo sus símbolos nacionales históricos y su lengua. Desde Catalunya sólo se sabe decir lo malo que es Madrid. Pero desde Madrid el panorama no es mucho mejor, ni el nivel de los políticos más elevado. El Presidente Rajoy se aferra como la carne a un témpano de hielo a la Constitución, diciendo que esta es la ley de leyes, que no se puede cambiar sin amplias mayorías ni sin que la gente lo pida (salvo cuando lo exigen Angela Merkel y PP y PSOE se unen en sagrado matrimonio para modificarla a escondidas y lo más rápido posible para que la gente no se entere demasiado), que la consulta sobre la independencia programada para el nueve de noviembre es ilegal y que el futuro de Catalunya lo decidirán todos los catalanes. Como se ven argumentos todos ellos muy pobres intelectualmente hablando.

Es cierto que la Constitución es la ley de leyes; es el documento donde aparecen las normas que todos nos pusimos para convivir y que todos aceptamos para empezar el juego de la democracia. Pero aquella constitución se hizo en una situación muy complicada políticamente hablando, sirvió para salir del paso, para pasar de una dictadura de cuarenta años a una incipiente democracia que era lo que la gente por aquel entonces demandaba. Pero ya ha pasado más de una generación, y más de la mitad de los españoles no votó aquella Constitución (aquí es donde también algunos escasos de miras y perspectiva, dicen que los americanos tampoco votaros su constitución ni los alemanes tampoco, y yo les puedo decir que es cierto pero en uno y otro caso se ha preguntado mucho más a menudo a la gente cómo querían que sus respectivos países fueran avanzando), por eso creo que la solución puede venir con una reforma en profundidad de la Constitución que a lo mejor pudiera definir a España como Reino Plurinacional de España, y se reconociesen esos sentimientos que hacen que algunas personas no se sientan cómodas conviviendo en igualdad de estatus políticos, que no jurídico, con otras regiones. Tampoco me parece un argumento acertado por parte de Madrid decir que el futuro de Catalunya lo tienen que decidir todos los españoles, esto es una mezquindad de tamaño considerable, ¿o es que los EE.UU., a los que desde la caverna derechista se refieren muy a menudo para mirarse para no cambiar la constitución, pidieron a los ingleses que se votara su futuro como nación independiente de Inglaterra en 1776? ¿Las repúblicas bálticas pidieron permiso a Moscú para dejar de formar parte de la URSS? Por la fuerza no se mantiene unido nada, o está unido de manera natural o al final caerá por su propio peso.

Yo estoy por que se vote. No tengo miedo a que la gente decida su futuro. Me parece absurdo en un mundo como el actual tan globalizado en el que se intenta ir a sumar, a unir fuerzas para poder defender mejor unos intereses comunes, pero si hay gente que no lo ve así es igual de respetable que mi opinión. Que se vote. Pero con todas y cada una de las cartas encima de la mesa boca arriba, y con luz y taquígrafos, eso a lo que los políticos tanto miedo tienen. Porque esto último no se está cumpliendo. El Presidente de la Generalitat catalana no pone encima todas las cartas, no explica todo lo que conllevaría una independencia de Catalunya. Sí, desde el minuto uno en que los catalanes votaran que quieren ser un país más en el orbe celeste que es la Tierra, serías catalanes y nada más. Y es aquí donde está el engaño: una vez Catalunya dejara de formar parte del Reino de España, sería solamente Catalunya, y nada más. Dejar de formar parte del Reino de España, es dejar de formar parte de la Unión Europea, de la OTAN, de la ONU y de cuantas otras organizaciones internacionales pertenece España. Esto no tiene discusión, ni en Barcelona, ni en Madrid, ni mucho menos en Bruselas. En los Tratados Europeos e internacionales no aparece ni Murcia, ni Melilla, ni País Vasco, ni Catalunya, aparece el Reino de España en conjunto, como una única entidad política. De necios es pensar que se deja de formar parte de España pero se mantiene el mismo estatus que se tiene por ser España.

Artur Mas está usando esto, y engaña a la gente diciendo que la Unión Europea una vez sean independiente irá corriendo a Barcelona a pedir su reingreso en el Club Comunitario. Falso. Una vez se sale de la UE, el camino de vuelta es muy largo y tortuoso y necesita de la unanimidad de todos los miembros del Club. Si los catalanes votaran independencia, dejarían de estar protegidos por el paraguas del BCE en asuntos relativos a la política monetaria, porque no formaría parte del euro aunque lo usaran como moneda, tendrían que crear otra moneda (quizá el pujolín). Las fronteras volverían, no sólo con España, sino también con Francia, porque Catalunya como entidad política independiente no ha firmado el Tratado de Libre Circulación, con todos los problemas que ello acarrearía. Este es el engaño principal que el señor Artur Mas, guiado por Oriol Junqueras, líder de ERC (ese señor que si se vistiera con una camisola suelta de algodón, unos pantalones de tela gruesa y un peto de cuero repujado sería la viva imagen de un herrero del siglo XII, sin yo querer con esto faltar al respeto), y que a la sazón es historiador (de ahí que se use la historia con esa parcialidad tan sangrante como se está haciendo), está imponiendo a la sociedad. Como he dicho no tengo miedo a una votación porque soy partidario de una mayor participación ciudadana en la gobernanza de un país, región, ciudad o barrio; pero que se vote con seriedad, con todas las cartas sobre la mesa y con todos los argumentos y razones que se quieran exponer con claridad siempre.

Porque yo me pregunto: ¿para qué la independencia? Para esta pregunta todavía no ha habido respuesta, y yo me creo que no la va a haber porque ningún político catalán va a querer reconocer que se hace todo este teatro al que llevamos asistiendo tantos y tantos meses para tapar una inutilidad personal por parte del Señor Mas. Creo que es obvio que nadie, con dos dedos de frente y con capacidad de análisis crítico, se cree ya eso de que “España nos roba” en Catalunya. Catalunya va mal económicamente no porque de más al resto de España que lo que recibe del gobierno central, sino porque desde hace años se está más por la labor de engordad egos personales que por solucionar los problemas de la gente. Con el dinero que el señor Pujol, el gran político catalán, forjador de consensos, el muy honorable, tiene fuera de Catalunya se pagan muchas escuelas públicas y muchas becas de comedor y residencias para la tercera edad; y con el dinero que se destina a esas embajadas en el extranjero en lujosos edificios de Nueva York, Londres o París, se podría mejorar mucho la sanidad pública catalana y los ciudadanos no tendrían que pagar por sus recetas, o por las muletas, o por nada. Aquí nadie roba a nadie, aquí lo único que hay son ciegos, o gente que no quiere ver, o gente a la que otros han puesto un pañuelo en los ojos para que no vean.

Pero como dije al principio los sentimientos son sentimientos, y no se puede cambiar ni contener. Lo que pasa es que a veces damos por sentimientos lo que no lo son, y otras muchas veces esos sentimientos están condicionados por el ambiente y no muestran la realidad de nuestro corazón o conciencia. El problema catalán sólo se solventará cuando todos seamos claros, y las cosas se planteen sin engaños ni mentiras, sin ardides políticos encaminados a distorsionar la percepción de la realidad. Madrid y Barcelona tienen que sentarse a hablar. El problema ahora está en que quizá ya una cesión de más competencias, algo que de por sí es complicado, no va a colmar esas expectativas infladas. Ahora es el momento de mostrar el nivel político que se tiene, si es que hay tal cosa; ahora hay que tener visión de futuro, y modificar las reglas del juego con las que lo iniciamos hace ya más de treinta y cinco años, porque todos hemos cambiado. Las normas, las leyes, las constituciones cambian, y deben cambiar, ni no fuera así seguiríamos en una dictadura (no hay que olvidar que para tener la democracia imperfecta que hoy tenemos se tuvo que cambiar la legislación anterior, rompiendo esa norma de normas que regía la dictadura franquista). El inmovilismo no puede ser la salida, ni en Madrid ni en Barcelona, y por desgracia en este inmovilismo se han instalado tanto Artur Mas como Mariano Rajoy.

No quiero seguir enrollándome más en este asunto, sobre el que no tengo toda la información a mi alcance, ni sé todo lo que debería saber para hablar más en profundidad, y la poca información que puedo tener está parcializada y por tanto no es del todo verídica. Sí sé que quiero que Catalunya siga siendo lo que hoy es: España. Quiero que los catalanes se sigan sintiendo diferentes dentro de la misma casa donde yo vivo, porque lo son, como diferente también lo es un vasco de un catalán, pero seguimos pudiendo convivir. Sé que con lo dicho en este artículo hay quien me tachará de españolazo, de facha, o de nacionalista español intransigente; y que otros muchos me tacharán de traidor a la madre patria, al himno y a la sagrada bandera de España. Pero me da igual una cosa y la otra; y no tengo miedo de decir lo que pienso sobre este tema como pasa tanto en Madrid como en Catalunya, tachándote en ambos sitios de traidor. Pues seré un traidor, ¡qué le voy a hacer!. Es posible que todo lo que haya dicho sean insensateces pero tenía que decirlas. Quiero seguir sintiéndome catalán por ser español, y que los catalanes se sientan catalanes por la misma razón. Espanya es en parte Cataluña, y Catalunya es parte de España. No somos enemigos, sino todo lo contrario, es más somos hermanos, y juntos hemos vivido mucho, bueno y malo, y sólo juntos podremos seguir viviendo cosas buenas y compartirlas, y cosas malas y ayudarnos.

Caronte.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Lo que yo diría ante la Asamblea General de la ONU

Señoras y Señores Jefes de Estado y de Gobierno, Señor Secretario General de las Naciones Unidas, Señor Presidente de la Asamblea General, señoras y señores representantes de todos los pueblos del mundo:

Un año más aquí en Nueva York nos reunimos para intentar debatir sobre los principales problemas y asuntos que conciernen a todo el planeta. Un año más, y ya van sesenta y nueve, esta ciudad, donde la desmesura inunda todos los rincones y hasta el más orgulloso de los seres humanos se siente pequeño y humilde, ve cómo las Naciones Unidas celebran su periodo de sesiones destinado como en su día se ideó para ser el mayor foro abierto del mundo donde todas las opiniones, razas, creencias, religiones y pueblos pudieran ser oídas, y donde los asuntos de mayor importancia para la paz mundial pudieran discutirse sin prejuicios.


Muchos y muy variados son los asuntos y problemas que desde el pasado período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas han golpeado al mundo, y también muchos problemas siguen presentes año tras año sin visos de que nada vaya a cambiar si no hay voluntad política para el acuerdo. La paz cada año es un bien más escaso, y cada día que pasa siempre hay alguna parte del mundo que ve cómo la paz es amenazada constantemente. No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando a que el tiempo traiga la paz. La paz hay que lograrla día a día, y con voluntad, sin esto último por muchos empeños y esfuerzos que se pongas nunca se conseguirá una paz verdadera sino simplemente un sucedáneo que podrá pasar por paz, pero que no lo será. Las Naciones Unidas, como reza en su carta fundacional, deben asegurar la paz en todo el mundo y la convivencia pacífica de todos los pueblos que lo habitan independientemente de sus razas.

En los últimos meses mucho ha pasado que ha amenazado la tan débil paz de la que hablo. Cómo un volcán dormido, el odio y la intolerancia se ha apoderado de varias regiones del mundo como Siria, Ucrania y de nuevo Irak. Quizá por encima de todas esas amenazas a la paz mundial, ese tesoro que esta honorable casa como son las Naciones Unidas están llamadas a preservar y lograr para todos los habitantes del mundo, hay una que destaca sobre todas y esa es de nuevo la amenaza del terrorismo yihadista. El Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS en sus siglas en inglés), es a día de hoy la más acuciante de todas las amenazas que se ciernen sobre el mundo. Estos terroristas que enarbolan la bandera de la religión musulmana, amparándose en el Corán y en la ley islámica para cometer todo tipo de atrocidades, están expandiendo un terror nunca visto hasta la fecha por amplias zonas de Irak y Siria. Pero no sólo se quedan ahí, estos cobardes encapuchados, pretenden extender su califato de terror e ignominia por todo lo que un día, y siempre según ellos y su fantasía, formó parte del imperio musulmán, con lo que la amenaza no sólo se circunscribe a las ya citadas regiones de Oriente Medio, sino que también alcanza al Norte de África y a Europa, tanto por su parte occidental en España, donde pretenden recuperar Al-Ándalus, como por la parte oriental, empezando por Turquía. Las naciones del mundo, aquellas que vivimos en paz, y que debemos intentar que otras muchas naciones de las que también somos hermanos vivan a su vez en esta paz, debemos unirnos como muchas otras veces hemos hecho y combatir juntos contra estos terroristas inhumanos, estos monstruos que sólo se guían por un falso Dios, ya que ni Alá, ni Mahoma, ni el Corán dicen que haya que cometer semejantes barbaridades contra los seres humanos.

No podemos permitir por más tiempo que el ISIS siga campando a sus anchas por Oriente Medio, inestabilizando todavía más una región ya de por sí muy golpeada por las diferentes guerras que a lo largo de la historia y por motivos no siempre justificados por conseguir la paz se han desarrollado en aquellas tierras. No podemos permitir que unos fanáticos persigan y sometan a todos aquellos que no piensen como ellos; no podemos consentir en modo alguno que sigan asesinando a todos los que no cedan en convertirse al islam, violando a las mujeres y decapitando a hombres, ancianos y niños. Es hora de pasar de las palabras que instaban a estos terroristas a deponer su actitud, palabras que de todas formas han sido constantemente ignoradas, a los hechos. Sé que la Asamblea General de las Naciones Unidas no es el lugar apropiado para hacer un llamamiento para conseguir apoyos para inicial un ataque contra nadie, pero creo que con estos terroristas es imposible cualquier negociación, la diplomacia no es una palabra que esté en su vocabulario, y muy a pesar mío, que soy contrario a cualquier enfrentamiento armado que pueda causar víctimas, creo que en este caso el uso de la violencia está justificado contra aquellos que la usan de manera más arbitraria aún contra toda persona, no importando edad ni género, ni condición. Pero el momento de actuar es ahora, no mañana porque quizá si esperamos a mañana sea demasiado tarde y más gente inocente muera, o tenga que huir dejando atrás su vida y sus recuerdos y pertenencias aunque estas sean escasas.

Pero como he dicho el ISIS no es más que otro problema más a añadir a una región del mundo donde los enfrentamientos regados con el odio visceral entre culturas es el pan de cada día. Siria es desde hace ya un par de Periodos de Sesiones un asunto inconcluso, una herida abierta en la frágil paz de esa parte del mundo. El conflicto en Siria está estancado, y esto es así por la inacción general de la comunidad internacional que se ha perdido en un laberinto de palabras, y cumbres de amigos de los rebeldes sirios, y conferencias de donantes y demás palabrería y falta de acción. El régimen de Bachar al-Asad es dictatorial por muchas falsas elecciones se celebren en Siria. Hace mucho se tuvo que haber ayudado a la oposición siria que en sus primeros momentos estaba básicamente encabezada por gente que, al menos de primeras, tenía ansias de libertad y verdadera democracia. Pero a día de hoy, esos rebeldes sirios a los que se pretende animar y armar para deponer a Bachar al-Asad son tal amalgama de facciones no todas ellas con afán democratizador para Siria, que resultaría sumamente peligroso intervenir. Me da pena comprobar que una de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, aquella que tenía base en Damasco, perla del mundo musulmán, y que engrandeció la cultura del mundo en ciudades como Palmira o Alepo, está siendo destruida por un tiránico líder que se aferra al poder como un carroñero a su presa moribunda.

De la situación en Siria tenemos culpa toda la comunidad internacional. Nuestra hipocresía y quizá también en gran parte nuestra ceguera congénita que nos impide ver y razonar más allá de nuestros intereses particulares como naciones individuales. Siria no es un país que pueda ofrecer petróleo y por ello la palabrería y las conferencias regadas con buenos vinos y condimentadas con sabrosos manjares, celebradas en grandes palacios europeos, han sustituido a la acción. Sólo cuando los intereses de las grandes potencias mundiales está en juego, y hablo a ambos lados del Atlántico y en los dos confines del mundo, es cuando se actúa y de manera rápida, aunque no siempre diligente. De estos errores, difícilmente subsanables a día de hoy la comunidad internacional al completo debería aprender para mejorar, y para enseñarnos que la hipocresía es la peor de todas la cualidades humanas, esa hipocresía que tantos países aplican a sus relaciones internacionales.

No quiero dejar esta región del mundo y los problemas que la asolan sin hacer mención al penúltimo capítulo del conflicto israelo-palestino, o palestino-israelí como quieran escucharlo, del que este verano hemos sido testigos. No voy a repetir ante ustedes algo que creo que es de recibo y más que razonable como es que Palestina tiene el mismo derecho de existir del que tiene Israel, y éstos tienen todo el derecho que les da la historia para ocupar las tierras de los padres de los padres de sus padres. Ambas existencias deberían ser compatibles, y es más creo profundamente que lo son. Pero la actitud constante de Israel ocupando terreno que nunca le fue concedido cuando se acordó en su día la creación de un estado israelí, arrebatándoselo a los palestinos es inaceptable y me gustaría denunciarla una vez más públicamente en este foro. Volviendo al episodio bélico de este verano; sí es cierto que esta vez ha sido Hamás, otra organización terrorista, que gobierna legalmente en la Franja de Gaza, la que ha empezado este nuevo enfrentamiento. Esto no tiene discusión ni disculpa alguna. Pero lo que es intolerable es que Israel responda a una pedrada, porque sólo así se puede considerar los cohetes caseros que se lanzan hacia territorio israelí si me permiten la exageración, con varias toneladas de bombas lanzadas contra objetivos que poco o nada tienen de militares.

Israel siempre se excusa en que los terroristas de Hamás usan a la población civil de la Franja como escudos humanos, cuando tiene que disculparse por haber matado a niños, mujeres y ancianos inocentes. Es más que intolerable que el ejército de Israel haya bombardeado en varias ocasiones este verano varias escuelas regidas por esta noble casa como son las Naciones Unidas. La bandera azul de la ONU ondeaba en esas escuelas que Israel identificó como arsenales de Hamás y que personal de esta Organización negó rotundamente. ¿Qué hizo la comunidad internacional ante tamaña violación de las normas internacionales? Nada. Sólo calló, y con su silencio se convierte en cómplice del asesinato, y no daños colaterales, de decenas de niños inocentes. Once miembros de la ONU murieron en este último episodio de guerra, y por ellos me gustaría honrar a todo el personal de esta organización que intenta y persigue sin tregua ni descanso la paz en el mundo. Israel, con su fuerza bruta sólo consigue generar más y más odio cada vez que responde con la brutalidad que le es habitual ante estos ataques; odio que arraigará en las siguientes generaciones haciendo que este conflicto se prolongue sine die hasta el final de nuestros días. No podré aceptar nunca que Israel por cada ciudadano suyo que muera en el conflicto mate a más de treinta palestinos. Muchas veces se habrá dicho pero vale la pena que repetir que con la ley del “ojo por ojo” todos acabaremos ciegos o tuertos. Todos los muertos en el conflicto son iguales y por ello condeno a ambos bandos, pero sería cínico igualar como se hace siempre al Gobierno de Israel con Palestina, no están en igualdad de condiciones. Palestina tiene derecho a existir, repito e Israel debe dejar que exista. Los odios hay que dejarlo a un lado si se quiere avanzar; el problema es que creo que no interesa avanzar, sobre todo a Israel, ya que sin guerra los ricos israelíes dueños de empresas armamentísticas no podrían hacer dinero y aumentar sus fortunas.

Pero si la actitud de Israel ha sido vergonzosa, aunque esta vez quizá haya podido estar justificada, siempre teniendo en cuente que ninguna muerte de civiles inocentes podrá nunca estar justificada, la actitud que la comunidad internacional ha mantenido ha sido más que vergonzosa. La inacción ha sido la tónica general; el silencio se apoderó de todas las gargantas de los diferentes líderes mundiales de occidente. Esto es lo peor de todo, y por desgracia seguirá ocurriendo. Hasta que Europa no se quite esa pesadísima losa forjada durante la ceguera que invadió a los europeos durante la Segunda Guerra Mundial, losa en la que están cincelados todos y cada uno de los nombres de los millones de judíos asesinados cruelmente por la voluntad de una mente enferma y diabólica; como digo hasta que Europa no se libre de esa losa, y de esa culpa que se sigue achacando aun habiendo pasado casi setenta años, no se podrá avanzar en el conflicto. Hasta que no nos demos cuenta de que lo que hace setenta años una mente perversa y maldita hizo no tenemos ya culpa alguna y que una y mil veces se ha pedido perdón por ello y recompensado con creces a los hijos de aquellos que sufrieron aquella maldad; hasta entonces no se solucionará el conflicto. Mientras esa culpa y vergüenza esté en la espalda de Europa Israel seguirá arguyendo esos argumentos para defender que tiene derecho a responder ante cualquier ataque que se haga contra los judíos. Creo que ya es hora de superar el pasado, para construir un futuro diferente, porque en nada se distingue un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial con la Franja de Gaza, pequeña fracción de terreno abarrotada de gente  aislada del mundo por voluntad del Gobierno de Israel. Un año más, creo que es necesario que palestinos e israelíes se sienten a hablar y que ambos lados cumplan con las resoluciones de las Naciones Unidad, sobre todo Israel que es el lado fuerte de este conflicto. Palestina debe existir e Israel deberá cohabitar si quiere vivir algún día en paz., por esto insto a las autoridades palestinas a que den el paso y proclamen el Estado de Palestina, no creo que se vayan a quedar solos en esa declaración.

Por desgracia el odio imperante en algunas regiones del mundo este año también se ha transportado hasta prácticamente el corazón de Europa. Ucrania ha explotado como un polvorín y las consecuencias de la guerra que se ha desatado en parte de ese país están llegando a todos los rincones del viejo continente. Pero el problema no es que en Ucrania haya diferentes concepciones de país, o que haya dos grandes grupos sociales en aquella fría región, por un lado los que quieres acercarse a Rusia como antiguo imperio al que un día pertenecieron, y aquellos que quieren mirar el futuro, futuro que pasa por un mayor acercamiento a Europa. El problema radica en que Rusia no quiere aceptar que su tiempo de dominio general en parte del mundo se ha acabado, que las órbitas de influencia política son cosas del pasado, conceptos anacrónicos que no tienen nada que ver con la actualidad del mundo. En un mundo más que globalizado como es el que vivimos Rusia no puede seguir pretendiendo dominar e influir en una parte del mundo. Rusia es de por sí un gran país, con suficiente influencia de por sí, y por eso debe dejar de entrometerse en asuntos ajenos y dejar que los países que un día formaron parte del pasado, de la Unión Soviética, sigan el camino que más les convenga y si ese camino se aleja de Rusia por algo será.

La Unión Europea está más que concienciada con las sanciones a Rusia, y seguirá imponiendo más medidas económicas contra todos los grandes oligarcas rusos si el presidente Putin, que mediante triquiñuelas legislativas ha vuelto al poder para perpetuarse cual zar imperial en el trono del Kremlin de Moscú, sigue alentando a los rebeldes prorrusos de Ucrania. Sin embargo para ser fiel a mis propias ideas, y no caer en cinismos e hipocresías como muchos de los líderes que hablarán ante esta Asamblea General harán, he de decir que la Unión Europa se equivocó en su día en apoyar un gobierno rebelde al resultado de las urnas en Ucrania. Nos equivocamos a la hora de poyar una revuelta que quitara del poder al anterior presidente ucraniano simplemente porque no iba a firmar el acuerdo económico de colaboración con la UE, sino que iba a hacerlo con Rusia. En el momento en que desde Bruselas y otras capitales europeas se apoyó la revuelta y se negó la autoridad de Kiev, deberíamos haber quedado invalidados para quejarnos ahora de que Rusia haya apoyado la secesión de varias regiones ucranianas que han decidió no hacer caso de Kiev y se han reincorporado a la Federación Rusa. Estos son los peligros de las dobles varas de medir que tanto nos gusta esgrimir en Europa creyéndonos dueños y señores, guardianes de la democracia y de la legalidad internacional. Ambas actitudes, la europea al principio del conflicto y posteriormente la rusa, mucho menos aceptable por la guerra que ha desencadenado y los asesinatos y atentados contra la humanidad que está amparando, son inaceptables y condenables. Rusia y la UE, así como EE.UU. que desde su apacible posición lejos de las costas europeas apoya a la UE y al actual gobierno de Kiev, más por contrariar a Moscú intentando rememorar los tira y afloja que se daban durante la Guerra Fría que tantos disgustos nos dio hace ya varios lustros, que por verdadera convicción democrática, deberían sentarse a hablar y negociar con Kiev también ya que es el principal afectado el pueblo ucraniano que está en medio del juego de poder territorial que los líderes llevan a cabo desde cómodos salones imperiales.

No me quiero olvidar de recordar los grandes conflictos olvidados que desgarran la paz en el mundo y que impiden a la gente poder vivir tranquilamente en sus hogares y mejorar su calidad de vida, estén en el continente que estén. Libia con sus problemas internos que desde la caída del régimen de Gadafi asolan a ese país por el petróleo, negro oro líquido que podría ser su camino para una mejor vida pero que es su tumba y su herida sangrante que acabará con ellos; por desgracia la comunidad internacional pronto se ha olvidado de este país norteafricano. Es en África donde más conflictos bélicos olvidados y dormidos existen todavía, guerras civiles cruentas alimentadas constantemente con el odio entre etnias, entre hermanos. Las grandes potencias mundiales con EE.UU., Rusia y China a la cabeza prefieren mirar para otro lado de manera oficial mientras entre bambalinas, en la oscuridad de los bajos fondos de los estados proporcionan ayuda a diestro y siniestro, no importando el bando en el que acabe dicha ayuda armamentística. Las potencias internacionales sin mancharse oficialmente las manos prefieren dejar a los países africanos, Uganda, El Congo, Sierra Leona, que se desangren ellos solos para así luego, una vez la desolación y la ruina inunden todo poder sacar la suculenta tajada que guarda el corazón de la tierra africana. Esto es inmoral, como lo es el dinero que corrompe constantemente desde que se inventó los corazones y los espíritus de occidente, aniquilando cualquier resquicio de ética y moral que pudiera quedar en las acomodadas sociedades occidentales, que para calmar sus conciencias fomentan el apadrinamiento y la adopción de niños africanos. Puro cinismo.

No me quiero ir de África todavía en mi discurso, porque es allí donde hoy día se está desarrollando una batalla invisible contra el ébola. Miles de personas ya han perecido ante este virus mortal que por ser lejano a las sociedades ricas poco o nada se investiga, y si se hace no es con la diligencia y rapidez con que la investigación para otras enfermedades de ricos están siendo investigadas. Sólo cuando el color de la piel de los infectados ha sido blanco, el mundo occidental desarrollado se ha alarmado. Sólo cuando se ha visto a los que nunca se ven, a los misioneros, médicos, religiosos y cooperantes que bajo muchas y muy duras dificultades intentan hacer, sin apenas medios, el bien, el mundo occidental ha decidido actuar. Pero siempre a distancia. Sólo cuando se ha visto que la vida de médicos blancos, ciudadanos de las grandes potencias ha estado en peligro, ¡milagro!, han aparecido, no uno, sino varios tratamientos experimentales contra el ébola que los laboratorios occidentales estaban desarrollando. ¿Hasta cuándo iban a estar ocultando dichas investigaciones? ¿Hasta cuándo, si no es por los casos de médicos blancos, iba a seguir permitiendo que los ciudadanos negros africanos siguieran muriendo? ¿Hasta que el tratamiento fuera rentable y por tanto esos laboratorios pudieran hacer más y más dinero? Es inaceptable que sociedades como a la que yo mismo pertenezco, se crean superiores a otras. Es inaceptable esa hipocresía total que se basa en que salvo a mis ciudadanos pero dejo que sigan muriendo los africanos. Hay que hacer algo más que evacuar a los misioneros enfermos, y hay que hacerlo ya, y allí sobre el terreno. No basta que la OMS se reúna en Ginebra a debatir, como más gusta a hacer a los organismos internacionales, cómo dar respuesta a esta emergencia internación para que no se propague y llegue hasta la plácida, rica y cómoda Europa. Hay que evitar que el ébola siga matando gente en África ya.

No quiero terminar mi intervención ante la Asamblea General sin hablar de otra epidemia que día a día sigue su expansión a nivel mundial; una enfermedad que poco a poco irá invadiendo todos los rincones del planeta; un virus que no se ve pero que irá afectando a todos los seres vivos que tienen en la Tierra su hogar. Durante estos días también aquí en Nueva York y en esta misma sala donde hoy nos reunimos se ha celebrado la Cumbre Mundial del Clima en la que se han expuesto las conclusiones de los diferentes informes elaborados por expertos de toda índole y campo científico sobre el cambio climático, y las propuestas de los países participantes para paliar las futuras consecuencias que éste tendrá en el devenir del mundo.

Puede que siga habiendo escépticos en este tema, pero las evidencias científicas son hechos probados y refutados por la ciencia, y ante eso ni el más escéptico puede argüir ningún argumento. El clima está cambiando y eso por mucho que no nos creamos el concepto de cambio climático hay que asumirlo porque las evidencias son muchas. Cada vez los tifones y huracanes son más potentes y destructivos como consecuencia del cambio del clima que afecta a la temperatura del agua del mar; cada vez los períodos de sequía en África y otras regiones son más duras y largas, y al mismo tiempo se suceden año tras año lluvias torrenciales donde antes nunca se habían producido tales eventos. Y esto ya no sólo afecta a zonas del mundo que tradicionalmente siempre han sufrido estas catástrofes naturales, poco a poco los lugares afectados por estos fenómenos son más variados y dispares, y regiones que hasta ahora tenían un clima moderado en cuanto a períodos de sequía, lluvias u otros fenómenos cada vez se están viendo afectadas por estos eventos climáticos extremos.

El cambio climático y sus consecuencias existen, y existen para todo el mundo, se sea escéptico o devoto creyente. Todos vamos a notar sus consecuencias. El mundo se está muriendo y los países debemos empezar a actuar para intentar preservarlo lo mejor posible para las futuras generaciones, no ya para nuestros hijos o nietos, sino mucho más allá. No podemos seguir con los brazos cruzados reuniéndonos cada año, o cada dos años en una ciudad diferente del planeta para seguir dialogando como zombies sobre el tema. Esto es serio. Los polos se está derritiendo, cada año la superficie helada en el Polo Norte es menor, y si sigue esta tendencia pronto podrá establecerse una ruta marítima permanente por aquellas latitudes incluso en invierno. Miles de especies de animales y plantas están extinguiéndose, y nosotros seguimos sin hacer nada. Debemos dejar de ser egoístas, porque el cambio climático nos afectará a todos, desde China a Argentina, de Canadá a Sudáfrica, desde Islandia hasta Malasia. Nadie será inmune a la elevación del nivel de los océanos, ni a la extensión de las zonas desérticas, ni al aumente en número y virulencia de los huracanes y tifones.

Sé que muchos países, sobre todo aquellos que están en vías de desarrollo piensan que este asunto del cambio climático es un capricho de los países ricos para poder seguir disfrutando de paisajes verdes e idílicos por todo el mundo, pero esa misma creencia es pura ignominia. China, Rusia, India, Brasil, dicen que no pueden bajar sus emisiones de efecto invernadero porque están en plena expansión económica, y yo les pregunto ¿piensan que podrán tener algún tipo de expansión económica si cada vez los fenómenos naturales extremos afectan a sus fábricas y factorías de producción? ¿Piensan que el aumento del nivel de los mares les va a ser beneficioso? ¿Piensas que la destrucción de cosechas por culpa de las sequías o lluvias torrenciales cada vez más frecuentes permite algún tipo de expansión económica? ¿Cree China que por muy pujante que sea su economía, por muy impresionante sea su producción industrial, el nivel de contaminación de sus ciudades y con ello el aumento de enfermedades respiratorias que puede acabar con la vida de miles de personas, potenciales trabajadores de fábricas, va a hacer que China siga creciendo? Piensen con detenimiento estas preguntas porque a lo mejor se llevan una sorpresa al descubrir cuál es la respuesta. Hay que reducir las emisiones de gases contaminantes, y hay que hacerlo ya.

Debemos preservar el planeta y por ello hay que reducir el consumo de combustibles fósiles, aunque esto no vaya a gustar a todos los países que única y exclusivamente viven de esto. Ya es la hora de cambiar las políticas energéticas en todo el mundo, empezando claro está por los países que podemos económicamente desarrollar otras fuentes de energía como son las renovables. Debemos ser los países ya desarrollados los que más ejemplo demos a aquellos que todavía están en vías de desarrollo y que por tanto más margen deberían tener para reducir emisiones, sin por ello obviar su obligación. Rusia, China, y aunque cada vez menos EE.UU., deben darse cuenta que ignorando el cambio climático no van a llegar a ningún sitio. Ellos, por ser países grandes, serán los que en el futuro más sufrirán las consecuencias del calentamiento global, sus economías por muy fuertes que parezcan no serán inmunes a este problema. Dejemos los egoísmos atrás y combatamos juntos este problema que atañe a todo el mundo, a todas las razas, creencias y continentes, pero sobre todo a los que siempre salen peor parados como son los pobres del mundo, aquellos que nada tienen y que nada aspiran a tener por haber perdido toda esperanza. Este es un problema global y por tanto necesita de soluciones globales y no únicamente parches que países más concienciados con este asunto van poniendo poco a poco, porque por mucho que Dinamarca, o Suecia, u Holanda apuesten por las energías renovables, no servirá de nada si China y Rusia siguen contaminando al ritmo que lo hacen.

Y con este llamamiento al entendimiento entre los países para adoptar soluciones que puedan conservar esta maravilla de planeta en el que todos, y repito todos vivimos y debemos convivir, acabo mi discurso ante la sexagésimo novena Asamblea General de las Naciones Unidas. Espero que mi humilde contribución a lo que estos días en esta tribuna abierta al mundo se diga no caiga en saco roto, como por otra parte he asumido que puede ocurrir y seguramente ocurra, porque rara es la vez que una verdad dura y contundente es asumida por los que la niegan sin poner reparos. Espero volver el año que viene a esta gran ciudad como es Nueva York y poder dirigirme a todos ustedes en términos más optimistas a los que en esta ocasión he utilizado, mostrar mi alegría porque se hayan podido eliminar algunos problemas que hoy he expuesto, y la paz cada día sea más fuerte no por la fuerza sino por la convicción de que en paz el mundo es mejor lugar para vivir.

Muchas gracias por su atención Señoras y Señores Jefes de Estado y de Gobierno, Señor Secretario General de las Naciones Unidas, Señor Presidente de la Asamblea General, señoras y señores representantes de todos los pueblos del mundo.

Caronte.

Nota personal: este pseudo-artículo que publico hoy es algo que siempre me ha rondado en la cabeza hacer. Siempre llegado este mes esperaba con mucha atención las noticias que desde las Naciones Unidas llegaban sobre los discursos de los diferentes Jefes de Estado y Gobierno del mundo para ver si en verdad aquellos ideales que un día me llevaron a desear ser diplomático, o incluso político, eran ciertos. Poco a poco me fui dando cuenta que muchas veces todos estos discursos están vacíos de contenido y no expresan más que vagas ideas de cambio (quizá este también sea así), falsas en muchos de los casos, expresadas públicamente para calmar las conciencias de quienes las pronuncian. No he querido más que plasmar lo que si en algún momento tuviera la ocasión y la valentía de hacer, haría. No me importa que este artículo sea el menos leído o el que menos guste, para mí es el que más ilusión me ha hecho escribir.

viernes, 19 de septiembre de 2014

De-formación profesional

Yo no sé si pasará en otras escuelas técnicas superiores o en otras facultades universitarias, pero sé que en mi Escuela sí. Y es que quien estudia en la Escuela de Ingenieros de Caminos termina enfermando de una afección muy rara, un virus de-formación profesional. Esta enfermedad afecta a la percepción de la realidad y del mundo, a la vista y a cómo vemos las cosas. Poco a poco desde que con dieciocho años se entra en mi Escuela este virus va conquistando casi sin darnos cuenta nuestra mente y nuestra alma hasta que ya es demasiado tarde para evitarlo. Cuando nos damos cuenta de que estamos infectados poco o nada se puede hacer para librarse de este virus, simplemente vivir con él hasta el final de nuestros días, e intentar asumir esta nueva situación de la manera más deportiva posible, incluso si es posible (yo pienso que sí lo es) de manera cómico y con buen humor.

Mi Escuela es como una de esas viejas atracciones de feria antigua, de principios del siglo pasado, llamada sala de los espejos. En dichas atracciones los visitantes entraban en una serie de salas con poca luz forradas de espejos de todo tipo y tamaño, pero que no devolvían a quien se mirase en ellos su reflejo normal sino una imagen completamente distorsionada de la realidad. Había espejos que mostraban a los más altos como si fueran enanos, a los más gordos como si acabaran de salir de un campo de concentración alemán, y a los más guapos y atractivos se les deformaban los rasgos hasta convertirlos en verdaderos adefesios imposibles de mirar. Al contrario también pasaba. Pero no sólo los rasgos físicos se veían afectados por estos espejos, había algunos también que en vez de devolver una imagen espectral nuestra la invertían y quien estaba de pie en la realidad, en el espejo aparecía boca abajo, o incluso invertido. Estas imágenes ilusorias eran simplemente una distorsión de la realidad, la sustituían durante el tiempo que el visitante estaba dentro de esta sala de espejos. Pero no eran irreales. Eran otra realidad, una imagen virtual que nuestro cerebro y nuestra vista captaban, un nuevo punto de vista que duraba lo que la atracción permitiera. Estas salas de los espejos hacían las delicias de la sociedad de su tiempo y daban a la gente un divertimento diferente y extraño. También es cierto que no todo el mundo se divertía con estos espejos distorsionadores de la realidad, hay quien pensaba que eran invención del diablo y que nada bueno podían traer. Esto mismo pasa en mi Escuela.


Desde que entramos en ese gran edificio de hormigón feo como no hay otro igual en todo Madrid, y quizá me atrevería a decir que en toda España, con esa torre llena de ventanas que se eleva al cielo y desde la cual (probablemente esto sea lo único bueno de este edificio) se tienen una vistas inmejorables de la zona norte de Madrid, que en días claros permiten incluso divisar el Monasterio de El Escorial; como digo desde que entramo en este edificio que asemeja a una fortaleza épica e inexpugnable, un virus empieza a invadir nuestro cuerpo y nuestra mente y sin darnos cuenta nos infecta hasta tal punto que lo que un día era de una manera para nosotros, y así lo percibíamos, con el paso del tiempo mutaba para ser otra cosa muy distinta pero sin dejar de ser real. Esta distorsión de la percepción se va produciendo poco a poco, y así sin apenas oponer resistencia nos va conquistando y avanzando, y nuestra vista se va transformando para ver aquello que siempre ha estado allí pero de manera muy diferente y distinta a cómo hasta la fecha lo habíamos percibido.

Del avance de este virus de-formación profesional no nos enteramos, no somos conscientes de su extensión en nuestra percepción hasta que un día salta el chip que todos llevamos dentro y vemos cómo hemos cambiado. A mí este chip me empezó a funcionar mal hace ya un tiempo, pero ha sido en este último año cuando me he terminado por dar cuenta de que el virus estaba completamente extendido por mi cuerpo. Yo ya no puedo ir por el mundo sin ver en cualquier sitio cosas relacionadas con mi carrera, con mi Escuela, con el mundo en el que me metí hace ya cinco años. En cualquier sitio, incluso el más inimaginable me llevan a ver elementos que antes no veía pero que ciertamente siempre han estado ahí ocultos, o mejor dicho, visibles pero para unos ojos y una mente no enferma y afectada por el virus de-formación profesional.

No penséis que esto es baladí, o simplemente una exageración por mi parte. Esto es algo muy serio que en muchas ocasiones puede pasar por frikada, y de hecho muchas veces cuando pienso en ello hasta yo mismo me doy cuenta que de gracioso tiene sólo un punto, pasado el cual el asunto se vuelve feo y preocupante. Y es que como he dicho hasta las cosas más simples y habituales en mi vida han cambiado, o mi vista las mira desde otro punto de vista que hasta ahora me ha estado vedado. Este verano ha sido ya la culminación de este proceso infeccioso, cuando yo ya me he dado cuenta de lo que pasaba. Ya no puedo ver con normalidad nada relacionado con mi Escuela y mi futura profesión. Por ejemplo, todo viaje por carretera se convierte en una especie de suplicio, ya que mi cabeza cada vez que paso con el coche por debajo o por encima de un puente, o cada vez que atravieso un túnel, mi mente empieza a ver aquello que simplemente hace unos años era incapaz de percibir. Ya los puentes no son meras construcciones civiles impresionantes con las que cualquiera se puede quedar impresionado y exclamar “¡Vaya pedazo de puente!” sin más; ahora los puentes son estructuras metálicas, de hormigón o mixtas, de una tipología muy determinada, a saber colgantes, atirantados, en celosía, o puentes-viga. Y esto me pasa no ya solo con los grandes puentes que puede haber en España, como me pasó al atravesar en el pasado Puente de Mayo el Puente Carlos Fernández Casado en León, sino que también me pasa aquí en Madrid si voy por la zona de Madrid Río, o conduciendo por la M-30. Mi vista inmediatamente se dirige hacia sus estribos para ver cómo están cimentados, o a sus pilares, o en el caso de que el puente sea metálico a comprobar si tiene rigidizadores para aumentar su resistencia. Vamos una barbaridad. Antes cuando pasaba por un puente simplemente lo contemplaba con admiración y sólo me parecía o bonito o feo. Ahora eso ya no pasa, o si pasa ha quedado en un segundo lado, desplazado por esa visión de-formación profesional.

Otro tanto me pasa con otro tipo de grandes estructuras y obras. Cada vez que atravieso los túneles de Guadarrama, o incluso los de la M-30, me voy fijando en los diferentes tramos de construcción, en las zonas hechas con tuneladora, en las zonas hechas a mano con el sistema de “avance y destroza”, o simplemente con voladura, o incluso me voy fijando si están recubiertos de hormigón proyectados (gunita), con la roca virgen al descubierto o recubiertos de placas, o sujetas las rocas con bulones. Para mí los túneles hace tiempo que dejaron de ser ese tramo de carretera donde la señal del GPS se pierde y la radio empieza a hacer interferencias, ahora son todo un mundo lleno elementos que antes no veía aunque siempre estuvieran ahí. Pero no es ya sólo con los túneles y los puentes. Hacer un trayecto por carretera largo para mí ya es caso un suplicio, salvo por las dos Castillas con esas interminables planicies donde las carreteras apenas tienen nada de interesante salvo el paisaje, que por suerte todavía lo sigo apreciando como si no estuviera infectado por el virus del que estoy hablando. Cuanto más largo sea el trayecto peor, y si es por zonas accidentadas orográficamente peor. Cada vez que he ido por zonas montañosas por carreteras empinadas y pegadas a paredes escarpadas de dura roca, ya no soy capaz de disfrutar del paisaje montañoso que rodea el coche, ahora veo cómo de empinada es la calzada, el tipo de asfalto especial que tiene, los bulones y mallas goesintéticas que están ancladas a las paredes de roca para evitar desprendimientos, todo ese tipo de cosas que antes sin saber lo que eran, sin estar afectado por el virus de-formación profesional, pasaban desapercibidas, eran como invisibles a mi vista, o simplemente me preguntaba intrigado, pero sin muchas ganas de saberlo, para qué servirían. Ahora ya lo sé, pero hay veces que añoro volver a estar ciego ante estos elementos.

Puede parecer gracioso, y en algunos momentos puede ser hasta divertido ir por una carretera más o menos aburrida y entretenerte, al pasar por un desmonte de carretera bastante grande, contemplando los diferentes estratos de rocas y terrenos que se ven en dichos desmontes e intentar averiguar qué tipo de roca o terrenos son, o si se tiene la vista todavía más aguda (si es que la Escuela no ha hecho mella también en la capacidad visual de cada uno) intentar adivinar qué inclinación puede tener dicho talud. Pero esto también puede llegar a ser peligroso si no se sabe controlar, ya que ir pendiente muchas veces más de los elementos ingenieriles que de la propia circulación de la carretera no es sano. Pero en cierto modo teniendo en cuenta que estoy en una Escuela de Ingenieros de Caminos el que el ir por una carretera me haga fijarme en aquellas cosas que hace unos años no me interesaban lo más mínimo puede llegar a ser considerado como normal. Gajes del oficio que dirían algunos. Pero lo que yo creo que ya no es tan normal es una cosa que me pasó este verano y es que estando una tarde en el chalet de mis tíos en el pueblo desde el que se puede ver toda la vega del río Tajo me fijara más que atentamente en una serie de cultivos que estaba siendo regados de manera automática con unos aspersores que iban girando poco a poco para alcanzar toda la extensión de la tierra. Y se podrá preguntar el personal no sin razón ¿qué tiene que ver esto con la ingeniería? Esta pregunta también me la hice yo en su día cuando en clase empezamos a dar los diferentes tipos de cultivos y la cantidad diaria de agua que necesitan para desarrollarse bien. Vamos que estuve un buen rato en el balcón del chalet observando cómo se ponía poco a poco el sol sobre el horizonte y viendo como se regaban los campos, pensando en qué tipo de cultivo sería (luego averigüé que eran ajos y cebollas) y qué tiempo de riego necesitarían. Vamos todo muy normal en una tarde de verano.

Creo que fue en ese momento en que mi chip saltó por los aires y me di cuenta de hasta qué punto el virus de-formación profesional estaba extendido ya por mi cuerpo, y asumí entonces que poco, o mejor dicho nada podía hacer yo por eliminarlo a esas alturas. Era demasiado tarde, el mal, o el bien según quien lo mire y cómo se lo tome cada uno, estaba hecho. Pero esto no se queda aquí, hasta en los lugares donde se supone que la mente debe estar más despejada y menos tiene que pensar en absolutamente nada, el virus sigue haciendo de las suyas, ya me es imposible ir a la playa y no fijarme en esas traicioneras corrientes de resaca, que además se corresponden con eso que nos decían nuestros padres cuando éramos pequeños sobre tener mucho cuidado al meternos en el mar, que cuando menos te lo esperas y sin darte cuenta la corriente te puede llevar mar adentro y, si no sabes cómo, eres incapaz de nadar hacia tierra y tienes que ser rescatado. También en las ciudades con puerto, como me pasó en Gijón y Cudillero este año, mi vista ya no ve simples estampas marineras o recreativas, mi vista enferma sólo es capaz de ver cómo es la bocana de estrada a puerto, o cómo son los diques de contención del mismo para saber qué direcciones de viento son predominantes y por dónde pueden venir los temporales. Una locura total vamos. Como diría Camilo Sesto: “¡Ya no puedo más!”.

Pero de todo cuanto el virus de-formación profesional ha infectado en mi percepción y en mi mente, lo que más me ha fastidiado de verdad, lo que más me ha jodido (y perdón por la expresión) es que ya no puedo pasar a los grandes edificios y monumentos históricos como lo hacía hace unos años. Especialmente doloroso es para mí no poder contemplar simplemente anonadado la grandiosidad de las Catedrales de la cristiandad. Antes, cada vez que entraba en uno de estos grandes edificios de piedra que reflejaban la riqueza y el poder de una época ya remota en el tiempo, irrepetible en el mejor de los casos, mi mente sólo era capaz de ver la belleza que esas piedras generaban, lo imponente que era estar junto a esas regias columnas que se elevaban más altas que lo que una mente normal podía concebir. Recuerdo vivamente lo que sentí cuando pasé por primera vez al interior de la Catedral de Sevilla, la más grande de todas las catedrales góticas del mundo cristiano. Para acceder al interior de esta catedral debíamos atravesar primera una especie de pasadizo de techo muy bajo, y muy estrecho que comunica la zona donde se adquiere la entrada con la nave principal. Cuando dejé atrás dicho pasaje mi vista sólo pudo contemplar la grandeza de ese interior iluminado artificialmente con lámparas que daban un tono dorado a paredes, arcos y bóvedas. Mi cabeza se inclinó hacia arriba y mi boca se abrió para contemplar la magnificencia de aquel templo. Nunca podré olvidar aquella sensación. Pero sé que ahora no sentiría lo mismo. Ahora sólo sabría admirar cómo los maestros constructores de la época supieron superar dificultades y construir semejante templo; cómo supieron descargas los muros de la Catedral a través de arcos apuntados y bóvedas de crucería, contrafuertes y arbotantes, para poder elevar las columnas hasta alturas nunca antes alcanzadas. Ahora mi mente no podría admirar la belleza de la Catedral, sólo sería capaz de ver elementos constructivos y en cierto modo admirar éstos y dejar de un lado la historia y el poder que semejantes edificios transmiten a sus visitantes. Algo semejante podría decir de muchos otros monumentos históricos, grandes edificios, y puentes de toda época.

El mal ya está hecho, y tengo que asumirlo lo mejor que pueda. Tengo que sacar todas las fuerzas que todavía me queden para buscar en mi interior y volver a sacar esa visión pagana, ciega, sana de todo virus de-formación profesional, para poder mirar de nuevo sin ver aquello que ahora me impide ver lo que un día sí podía contemplar. Pero hay que tomárselo con humor. Supongo que este tipo de virus de-formación profesional no es único de los que estudiamos en la Escuela de Ingenieros de Caminos, con otras mutaciones también estará presente en otras carreras, en otros mundo. De esto deduzco que por ejemplo un arquitecto también se asombrará y no será capaz de pensar en otra cosa salvo en saber cómo lo habrá hecho, tras ver cómo un chavalín de cuatro o cinco años es capaz sin ayuda de nadie de construirse un castillo con sus almenas, torres, murallas y foso defensivo con la arena de la playa, o incluso cuando vea como un adolescente con tal de enamorar a una chica es capaz de usar toda una baraja de naipes para construir un castillo y que este se quede en equilibro. Imagino que debe ser duro para un arquitecto ver semejantes hitos arquitectónicos. Supongo también que un dentista cada vez que vea a alguien sonreír sólo verá caries, gingivitis, periodontitis o halitosis, y por tanto preferirá los velatorios a las comedias de Lope de Vega (o a la película de “Ocho Apellidos Vascos”). También estoy seguro que un político verá en cualquier sobre una oportunidad de conseguir alguna prebenda sin mover un solo dedo, o moviéndolo en la dirección adecuada; o un informático verá la vida siempre en lenguaje binario; o un estudiante de magisterio recordará sus buenos tiempos cada vez que se encuentre con un montón de plastelina. Todas las profesiones tendrán alguna variedad de este virus, y en cierto modo todos tenemos que asumirlo de una manera u otra.

He de añadir para terminar que he descubierto en los últimos tiempos una especie de tratamiento contra este virus de-formación profesional, al menos contra la variedad que afecta a mi Escuela, y son las letras. Leer o escribir palian en un grado importante los efectos que el aire y el ambiente de mi carrera nos comunica. Un buen libro hace que el virus no avance al ritmo tan vertiginoso que lo hace de manera normal, incluso puede llegar a pararlo durante un tiempo durmiéndolo gracias a las historias escondidas en las páginas de una buena novela. Pero no sólo leer, como digo, detiene por un tiempo a este virus, también la escritura. Escribir, inventar una historia, o contar algo que se pase por la cabeza también impide que el virus siga colonizando rincones de nuestra mente. Estos remedios los estoy ya probando y parece que en parte funcionan. Aunque también he de decir que a pesar de que a veces este virus es muy jodesto (es decir entre jodido y molesto) sobre todo cuando me impide ver cosas como antes la veía y disfrutaba a gusto, también es verdad que en otras ocasiones me hace hasta gracia ver en qué especie de “friki ingenieril” me he convertido, y en ocasiones al hacerme a mí miso algún comentario sobre alguna estructura, edificio o elemento relacionado con mi carrera, me empiezo a reír yo solo, sin motivo aparente. Pero bueno al menos me he dado cuenta de este virus de-formación profesional y puedo llevarlo con naturalidad y así con fuerza de voluntad intentar controlarlo, aunque a veces sea muy complicado.

Caronte.