lunes, 20 de julio de 2015

El Vals del Emperador (XXVIII)

*********************************************************************************

(Viene de la última entrada)

Tal y como él se imaginaba la conversación que había sido interrumpida con el final de la velada en el restaurante no había acabado ni mucho menos. Eso es lo que a él le hubiera gustado: no seguir hablando de un pasado que creía ya extinto, pero que se daba cuenta que todavía tenía muy presente y vivo en sus recuerdos; y lo que es peor, que con las preguntas de Anna se habían despertado recuerdos que llevaban dormidos muchos años, algunos de los cuáles le hacían daño y pensar en todo aquello que sintió hacía ya casi quince años. También notó como la noche estaba mucho más fría de lo que recordaba. Anhelaba el calor del restaurante y lo único que quería era llegar de nuevo al Sacher para estar caliente de nuevo, sentir como su cara se reconfortaba con la calefacción y no sufría por el frío. Frío que rasgaba cualquier resquicio de piel no protegido por guantes, abrigo, bufanda o gorro, como si fueran alfileres lanzados con saña desde lo más alto del firmamento. Debido al frío Anna se apretó mucho más a él para robarle algo de su calor corporal y para en cierto modo intentar reconfortarle algo sabiendo que no estaba pasando el mejor de los ratos hablando de su pasado y recordando.

– Volvamos al inicio de la conversación. – Dijo Anna pillándole algo desprevenido ya que él no recordaba muy bien a qué se estaba refiriendo.
– ¿Y cuál es ese principio? Que ya no recuerdo. Me hago mayor y estando por tierras germánicas el amigo Alzheimer parece querer visitarme de antemano. – Reconoció él su asombro intentando bromear un poco para que Anna le siguiera algo la broma y poder así ganar tiempo y no hablar de lo que ella quería.
– Ya te gustaría a ti que ese amigo alemán te visitara. Pero no. El principio es que estábamos hablando de cómo habías conseguido los pases para la fiesta de fin de año del Sacher, esa que se supone tan exclusiva a la que sólo suele asistir la jet set vienesa. – Respondió Anna pasando en parte por alto la broma de él y volviendo a entrar en materia.
– Sí. La entrada... Pues mira vas a tener razón con eso de que algún amigo debo tener todavía que no haya perdido.
– ¿Ves como eres un tremendista? – Le dijo ella a la vez que con su mano enguantada le acariciaba la cara y le daba un beso en los labios.
– Las entradas me las ha conseguido un miembro de la Embajada. – Dijo él de modo algo enigmático.
– ¿De la Embajada? ¿La de España? – Preguntó ella totalmente descolocada con la respuesta, que no se esperaba para nada.
– No. La de Bután. – Dijo él de manera seca pero sonriendo ampliamente verdaderamente divertido con el asombro de ella. – Pues claro. De nuestra embajada aquí en Viena.
– ¿Y a quién conoces tú en la embajada?
– Pues a eso voy si me dejas. – Fue él quien ahora la besaba en los labios sintiéndolos calientes en comparación con los suyos.
– Me callo entonces y te dejo. – Sonrió ella.
– Así me gusta. – Rió él. – Mira en la universidad a pesar de que con quienes estaba más tiempo era con mis amigos, que era con los que me sentaba, pasaba los ratos muertos, estudiaba a veces, iba al cine, salía de vez en cuando e invitaba a mis cumpleaños, también tenía relación, no solo yo sino todos nosotros, con más gente. Durante el tiempo que uno pasa en la universidad al final terminas coincidiendo mucho con muchas personas, aunque solo sea de vista, o de haber compartido una sesión de laboratorio con ellas, y al final saludas y cruzas algunas palabras con bastante gente, sin terminar de considerarlos amigos. Bueno pues resulta que una de esas personas, Alberto creo que se llamaba, con las que a medida que pasaban los cursos uno coincidía más por haber menos gente en clase, derrotada sin piedad por la carrera y algún miserable profesor, empecé a tener algo más de trato y a conversar más con él, sobre todo en ratos libres en los que yo no tenía o iba a clase y él tampoco, y no estaba con mis amigos por que éstos estaban haciendo su proyecto o estudiando para un examen de vital importancia.
>> Este chaval, Alberto, tenía uno o dos años más que yo, aunque todavía arrastraba alguna asignatura. Creo también recordar que durante un año, segundo curso, no pudo ir a la universidad porque estuvo seriamente enfermo, con lo que casi decidió abandonar la carrera. Además era algo tímido, o mejor dicho introvertido porque una vez que se soltaba con alguien era un cachondo mental y hacía bromas y chiste, a veces algunos fuera de lugar o tono, debido a su más que particular sentido del humor.
>> A Alberto no le conocí en el último año, sino que de vista y a través de otro compañero de clase pues le fui saludando y compartiendo comentarios de vez en cuando. Lo que pasa es que fue en el último curso, cuando mis amigos de toda la carrera sólo vivían para y por sus proyectos, cuando empecé a hablar más con él. Y gracias a ello descubrí que como a mí, a él tampoco le gustaba nada la carrera, que la estaba terminando por orgullo y por no tener la sensación de haber tirado a la basura tantos años después de todo. También poco a poco fui viendo que a pesar de estar en una carrera científico-técnica era más de letras, de hecho colaboraba con la revista cultura de la universidad escribiendo algún que otro artículo, por lo general de tono pesimista. Me cayó bien Alberto.
>> Cuando acabé la universidad como ya te he dicho Anna, solo mantuve relación con esos amigos de toda la vida, de la carrera se entiende, y del resto pues no es que me desentendiera es que simplemente eran compañeros de universidad, y al acabar esta lo único que guardé de ellos en el mejor de los casos era un nombre, una cara y un número de móvil. Luego vino el desencanto con mis amigos, la pérdida de relación con ellos y el olvido.
>> Como sabes no trabajo de lo que estudié. Apenas estuve año y medio en una empresa de ingeniería haciendo minucias, casi recados, mal pagado, explotado y sin derecho casi a quejarme. Lo dejé harto y tras unos meses buscando trabajo entré en la editorial en la que ahora me ocupo de decidir qué libros siguen adelante y pueden llegar a tener éxito y publicarse y cuáles pasan al olvido. Trabajo de editor, algo que me gusta pero para lo que no me formé, con lo que estoy encantado. Leo, escribo, critico. Pero también viajo y mucho.
>> Fue en uno de estos viajes en los que de repente, en un congreso en Estonia, o Lituania, o Letonia, ni lo recuerdo, son tantos los países eslavos que al final uno no sabe muy bien donde está, bien harían por el bien de gente como yo formar un solo país y dejarse de tanto nombre inútil. Bueno como decía, fue en un congreso lejos de España donde entre la multitud asistente salió Alberto, vino hacia mí y me saludó como si acabáramos de acabar la carrera ayer. En un primer momento quedé estupefacto. No recordaba quien era, o mejor dicho el vodka de garrafón que por cortesía con los anfitriones estaba bebiendo me impedía discurrir con normalidad y ordenar mis recuerdos. Al final recordé y la alegría que sentí no te la puedes ni imaginar Anna.
– Tuvo que ser algo bonito, ¿no?, ver a alguien conocido después de tanto tiempo y que encima fuera tan efusivo como dices saludándote. – Intervino ella para dejarle a él un poco respirar después de todo lo que había dicho.
– No sé si el calificativo sería bonito. Al menos fue muy emocionante. Me alegré mucho como he dicho. Quedamos esa misma noche para cenar. Y fue en la cena cuando me enteré que tras la universidad, que todavía acabó un año después que yo, decidió prepararse las oposiciones al cuerpo diplomático. Me dijo que fueron años muy duros de estudio, de un temario muy grandes y de idiomas, hasta tres aprendió para diferenciarse del resto como me dijo. Y por esta razón estaba en Riga, o Vilnius, o qué se yo cuál era la capital en la que estábamos. Estaba destinado en la embajada, en un cargo menor, prácticamente administrativo.
>> Y desde aquella noche pues hemos mantenido algo de contacto, incluso en la editorial en la que trabajo se ha publicado algún libro de artículos y un par de novelas cortas suyas. Alberto siempre ha sido un hombre de letras que acabó en un mundo de números y que el destino terminó poniendo en su lugar. Cada cierto tiempo, cinco, seis meses, quedamos a cenar en cualquier parte de Europa o el mundo, y sin entrar en demasiadas intimidades, ya que en el fondo no somos amigos, sino buenos y cordiales compañeros de fatigas universitarias reencontrados con el tiempo, nos contamos nuestras vidas, amarguras, sueños y deseos.
>> En una de esas cenas fue cuando le comenté que iba a venir a Viena a ver el concierto de Año Nuevo y a pasar el Fin de Año contigo. No te nombré como Anna, porque en el fondo tampoco le importa cómo te llames. Entonces se volvió a producir una gran coincidencia al saber yo que estaba en Viena destinado en la embajada, aunque con mayor rango, no sé si agregado cultural, segundo secretario u otro cargo que he olvidado. Y fue él quien me dijo que podía si quería conseguirme entradas para la fiesta del Sacher. Le dije que sí por supuesto. Y me las consiguió.
– Una historia increíble cuanto menos. Propia del destino, que quizá cuando menos nos lo esperamos nos depara sorpresas gratas que nos hacen sonreír y nos alegran el espíritu. – Volvió a intervenir Anna a la vista de que parecía que él había terminado de contar lo que tenía que contar por el momento.

Sin darse apenas cuenta ya habían llegado a la plaza de la catedral de Viena. Apremiados por el frío de la noche, bajo un cielo que empezaba a cubrirse de nubes brillantes debido a la reflexión de la luz de las farolas de la ciudad imperial, cogieron Kärntner Strasse que a esas horas de la noche ya estaba totalmente desierta, solo ellos y quizá algunos borrachos que adelantaban las celebraciones del fin de año para así estar de fiesta más tiempo. Seguía Anna muy pegada al cuerpo de él, andaban deprisa, muy juntos y seguían conversando de aquello de lo que él en el fondo no quería hablar pero que gracias a la elocuencia de ella al final estaba accediendo a desvelar.

– ¿Y este tal Alberto no tenía relación con tus otros amigos? – Preguntó Anna.
– No. Simplemente como compañero, si me veían hablando con él en clase, se acercaban, saludaban y cruzábamos juntos algunas palabras, siempre relacionadas o con la propia carrera o con la revista de la universidad en la que él colaboraba.
– Qué raro. Si podíais conversar como buenos compañeros de clase y no os llevabais demasiado mal, no entiendo por qué no intimasteis más, por qué no estrechasteis esa relación de amistad.
– Yo tampoco lo entendí nunca. Muchas veces me lo he preguntado desde que acabé la universidad, no sólo en relación a Alberto, sino en otras muchas cosas. Supongo que éramos un grupo muy cerrado, cosa que terminó por amargarme la vida demasiado. Cerramos el grupo en segundo o tercero de carrera y desde entonces nos mantuvimos férreamente cerrados, como un club inglés al que se niega la entrada a nadie que no sea invitado por todos los restantes miembros. – Dijo él ahora sí, de nuevo con un tono melancólico total.
– Pues si me lo permites, esa actitud me parece una sobreaña gilipollez, de las gordas además. – Dijo Anna con todo corazón, sin pensar si sus palabras podrían ofenderle o no, aunque intuyendo que él opinaba igual que ella.
– Estoy totalmente de acuerdo contigo Anna. Fue una tremenda gilipollez. Y el más gilipollas fui yo que encima acepté de buen grado no seguir haciendo amigos creyendo que los que ya había hecho eran más que de sobra y sería para siempre. Fui un ingenuo.
– No te hagas mala sangre. Lo que se hizo, hecho está y martirizándote ahora no vas a lograr cambiar nada de aquello. Está fuera de nuestro alcance modificar el pasado, por suerte o por desgracia, tampoco sabría decirte. – Dijo esto Anna intentando sonar pragmática y comprensiva, para hacerle ver que por muchos errores que se cometan en la vida, uno no es responsable eternamente de ellos.
– Pensado fríamente, con el tiempo he terminado por asumir que todos los años de universidad fueron una pérdida de tiempo y vida. Tiré aquellos años a la basura simplemente por no querer terminar por ofender a ninguno de los amigos que fui echando durante los primeros años de carrera. Me llevaba bien con muchas personas de mi clase, me hablaba con bastante gente, de manera muy cordial, incluso sabía que podríamos ser buenos amigos, pero por no sentir que traicionaba a los que llevaban a mi lado casi desde el primer momento, nunca hice nada por afianzar esas amistades. Me equivoqué de cabo a rabo.
– Vuelvo a decirte que olvides esa idea. No puedes hacer nada por ello, además con el caso de Alberto debes haberte demostrado a ti mismo que esas personas con las que te llevaban bien, con las que hablabas pueden reaparecer en cualquier momento, y quién sabe si puedes retomar esas relaciones. – Volvió a decir Anna intentando animarle, pero viendo que estaba llegando a recuerdos muy dolorosos, que no se habían ido nunca de su memoria y que pese al tiempo pasado desde que se produjeron estos hechos no habían disminuido su intensidad, sino más bien al contrario se habían enquistado hasta hacerle sentir culpable de toda aquella época, tanto de lo que le podría corresponder como de lo que ninguna culpa tenía.
– Anna, por aquellas decisiones, por aquellos errores que cometí y de los que solo empecé a darme cuenta una vez acabó la universidad cuando aquéllos a los que consideraba mis amigos, aquéllos con los que creía contar, aquéllos a los que en su día quería mantener durante el resto de mi vida y con los que compartir muchos momentos, cenas, bodas, bautizos y también por qué no funerales, por todo aquello hoy no tengo más amigos que el veterano camarero del bar en el que te conocí y si puedo considerarlo como tal Alberto, que nos ha conseguido las entradas para la fiesta de fin de año de Sacher. Podrás decirme que no tengo culpa de nada, pero de los amigos que hice o de los que dejé de hacer no hay más culpable que yo. Y esto es así. Y como muy bien ha dicho también poco o nada puedo hacer ya por cambiar eso, solo puedo intentar no cometer de nuevo los mismos errores. – Concluyó él separándose un poco de ella en su rápido caminar hacia el Sacher y mirándola a los ojos.
– No te eches la culpa, toda la culpa, por algo de lo que no eres, o fuiste todo el culpable. No te amargues más la vida con ese pasado por favor. Tienes todavía una larga vida por delante y puedes llegar a ser muy feliz si lo deseas. Amigos se pueden hacer a cualquier edad. Es mejor esperar todo el tiempo necesario hasta encontrar un buen amigo, una buena persona que sepa responder a una sincera amistad, que tener personas a nuestro alrededor que por muy amigas que sean y las consideremos, no terminan por reflejar esa amistad que tanto anhelamos.

Anna al acabar de decir esto último le plantó un beso en los labios. Un beso largo y cálido. Un beso que él más que desear, necesitaba, y al que respondió con todo el sentimiento que pudo, reprimiendo también las lágrimas que se estaba aguantando desde hacía un buen rato. Lágrimas que quizá debería haber derramado para terminar de desahogarse por completo, para soltar toda esa rabia contenida desde hacía muchos años y que en muchas ocasiones le habían llevado a cometer verdaderas barbaridades y a plantearse hacer cosas de las que sin lugar a dudas, si las hubiera llevado a cabo, se hubiese arrepentido al instante. Nunca pensó que Viena pudiera abrir todas esas viejas heridas que él quería suponer curadas, pero que sabía en el fondo que seguían supurando pus, un pus amargo, denso, largamente supurado y nunca eliminado por completo. No era esto lo que esa misma mañana en Madrid, cuando vio llegar a Anna con su equipaje por la T-4 del Aeropuerto Adolfo Suárez, él esperaba que le iba a deparar el día. Pero nunca podemos dar por terminado un día en su primera luz.

Caronte.

*********************************************************************************

miércoles, 15 de julio de 2015

Mejor olvidarlo (y IV)

*********************************************************************************

(Viene de la entrada anterior)

– ¿Bailaste mucho?
– Bueno, parado no estuve todo el tiempo que me quedé en la discoteca, lo que pasa es que bailar lo que se dice bailar tampoco, porque en el fondo la música que ponían no se podía bailar, según entiendo yo el concepto baile. De todas las canciones que pusieron mientras estuve allí sólo reconocí tres o cuatro, que son las que bailé más, sobre todo una de Radio Futura creo recordar, que al escucharla se encendió en mi interior una luz de esperanza por los gustos musicales. No creo que más de diez o doce personas de las que estábamos supieran de quien era la canción o la hubiera escuchado alguna vez, pero bueno. Fue como un oasis de buen gusto en un desierto de ruido sin sentido y música para ignorante y desconocedores de la buena música.
– Algo es algo. Aunque Radio Futura queda ya muy lejos de esta época.
– Lo que es bueno no pasa nunca de moda. Lo que pasa es que en una juventud mediocre musicalmente hablando, que suene algo de calidad pues choca. Fue la canción que más bailé. Después mis amigos sí que fueron ya a por bebida, aunque tardaron lo suyo en volver.
>> Mis dos amigos que más habían insistido en ir a la discoteca desaparecía por momentos. Ellos sí que se lo pasaron bien, aunque después de tanta insistencia sí que eché en falta un poco más de interés en los que habían terminado por aceptar ir. Aunque los dos me preguntaron en ciertos momentos de la noche si estaba a gusto, al menos eso es de agradecer.
– Pues parece que estuviste mucho tiempo. ¿Hasta cuándo estuviste en la discoteca?
– Hasta tarde. Sobre las cuatro y media decidí irme. De hecho no me fui antes por si mi amigo y su novia, con los que había ido a la cena en el coche, también se iban y querían que les acercara de vuelta a casa. Pero al final por mucho que dijera mi amigo que no quería ir a la discoteca, que no le apetecía, se lo estaba pasando bien. Algo normal, si yo hubiera estado con mi novia probablemente también hubiera estado muy a gusto y me hubiera quedado más tiempo; y además ellos conocían a más gente y estuvieron con más personas que yo, que no me movía del sitio.
>> Creo que también estuve alargando la hora de irme porque no quería parecer diferente a los demás, porque quería demostrarme que estaba bien, a gusto, tranquilo, cómodo. Pero en el fondo no era así. Me sentí raro toda la noche, como un pez al que le sacas de su río y le llevas al mar. No sabía estar en la discoteca, no me lo pasé mal, pero tampoco me lo estaba pasando bien.
– Entonces hiciste bien en irte.
– Pues eso pensaba. Es más cuando dije que me iba lo decía convencido. Me despedí de mis amigos. Me sorprendió mucho la despedida que me dio uno de ellos, el que iba con su novia y con quien al año pasado no tenía para nada buena relación, más bien todo lo contrario; me dio un abrazo sin yo mismo ofrecerlo primero y me dedicó una palabras de sincera amistad, que la verdad es que agradecí enormemente porque en parte las necesitaba. Hasta la salida, y hasta el mismo coche me acompañó otro de mis amigos, que también había acompañado al otro amigo que ya se había marchado. También me despedí de él, pero en este caso para mucho más tiempo ya que está de Erasmus por Centroeuropa.
>> Fue entonces cuando empezó la odisea. En cuanto me subí en el coche sabía que algo iba a acabar mal. A pesar de que creía que estaba tranquilo y bien, y de que había superado mis miedos. Todo era irreal. A medida que me alejaba de la discoteca crecía la ansiedad. Me empezaba a agobiar y a dar vueltas a la cabeza al por qué no era capaz de estar a gusto haciendo algo que se supone todo el mundo de mi edad puede hacer sin problemas. Me comparaba constantemente con mis amigos que se quedaban en la discoteca y lo bien y cómodos que estaban; me comparaba también con el resto de mis compañeros de carrera que también estaba en la fiesta y que sabían estar allí. Yo no supe estar, no he sabido nunca estar y por eso siento que soy un ser extraño, alguien que no encaja en la sociedad que vive.
– No tienes razón. Pero sigue.
– Camino de mi casa en el lateral de la Biblioteca del Estado había un control de alcoholemia. Reduje la marcha, bajé mi ventanilla y un policía me preguntó que si iba bien. Porque sabía que se refería a si había bebido, porque me dieron ganas de decirle que no iba bien, que necesitaba estar con alguien, hablar y desahogarme, que no quería llegar a mi casa y estar de nuevo solo, aunque estuviera con mis padres. Pasé de largo sin problemas.
>> Ver la ciudad viva aun siendo casi las cinco de la mañana me hacía sentir aún peor, más raro todavía. La ciudad estaba viva, yo estaba muerto. Sentía que no era nadie, que no valía para nada, que era como una pieza de un puzle que no encaja en ninguna parte.
>> Seguía acercándome a mi casa y cuando ya entré en mi barrio y me sentí en casa, es cuando me terminó por salir toda la ansiedad, la tensión y la rabia que llevaba dentro. Me puse a llorar y tuve que pararme en una calle cerca de mi casa. Paré el motor y lloré con calma, dejándome llevar, sintiendo como las lágrimas me caían por la cara y terminaban estampadas contra la camisa. Me sentí como una puta mierda, ¿sabes? Nunca me había sentido así. Nunca. Ni si quiera hace uno años cuando recaí y volví a meterme en ese túnel llama desesperación, falta de autoestima y ausencia de ganas e ilusión por nada. Y entonces en cuando decidí llamarte.
– La mejor decisión que has tomado en años.
– Quizá no debí hacerlo. Fue un error. Te molesté sin razón alguna, solo para aburrirte contándote mis penas y mierdas. Sólo porque soy un puto egoísta.
– ¿Has acabado ya de auto martirizarte? Que sepas que no dan ningún premio Nobel por ello. Primero a mí no me las molestado, segundo tampoco me has aburrido y tercero eres mi amigo y por eso estoy aquí escuchándote para intentar ayudarte en todo lo que pueda.
>> Vamos a lo serio. Tú no eres ningún mierda, ya te lo dije ayer y te lo diré siempre. No es nada malo, ni raro, ni extraño que no te gusten las discotecas, que no estés cómodo de fiesta desfasada y que no te sientas a gusto en esos ambientes. Eso no te hace ser peor persona, quizá incluso a mi entender te hace ser más normal y tener más nivel. Una discoteca es una jaula de grillos. Que es un sitio en el que a día de hoy los jóvenes van a divertirse, pues bueno qué se le va a hacer. No por eso hay que ir como gilipollas y zombis. Eso es lo que te diferencia de ellos. Y las diferencias no son para nada malas, ni buenas, son simplemente diferencias.
– Yo no quiero ser diferente. Quiero ser normal.
– ¿Y qué es ser normal?
– Pues no sé. Normal.
– No hay normalidad en el mundo. Nadie es normal porque nadie es igual a nadie. Triste sería que todos fuéramos iguales y por tanto normales. Triste son aquellos que sin criterio propio piensan que por hacer lo que la mayoría son más normales y están dentro de la sociedad. Y además no creo que tú quieras ser normal en ese sentido. No tienes que compararte con nadie.
– ¿Y entonces por qué sentí ayer que no encajaba con nadie, que era un bicho raro, un monstruo?
– Pues porque creo que sigues pensando que tienes que agradar a alguien, que tienes que cumplir las expectativas que otros han puesto en ti. Y eso no es así. Ya te he dicho que al único que no tienes que defraudar es a ti mismo. Y si tienes miedo de perder a tus amigos por esta razón, por decepcionarles, no tienes que temer nada. Sin son amigos tuyos de verdad seguirán ahí y te apoyarán; y si dejan de estar ahí es que no merecían la pena por mucho que tú puedas pensar que sí.
– Tengo miedo de quedarme solo, de no terminar de encajar en este mundo, de sentirme toda la vida como si fuera alguien raro.
– Pero si es que no eres raro. No tienes nada de raro. Todos somos raros, te repito.
– No quiero volver a caer en el pozo. No quiero volver a pasar por lo que he pasado la mayor parte de los años en la universidad. No quiero volver a sufrir en mi casa, a sentir esa presión en el pecho que no se quita y que en muchas ocasiones me impedía casi respirar, no quiero volver a sentirme solo, a ser presa de la ansiedad. Tengo miedo a todo eso. Pero creo que ya está volviendo a ocurrir.
– Yo no creo que sea igual. Tú no eres el mismo que hace ya cuatro años, ¿no?
– Sí, cuatro largos y eternos años.
– Has cambiado, para bien en muchos casos. No te veo igual que entonces. Sé que tienes miedo a eso, a volver a caer en lo mismo, en esa espiral de desesperación, falta de autoestima e ilusión por todo. Pero las cosas han cambiado. Ya no eres un joven, joven, valga la redundancia. Ahora estás más cerca de la madurez que de la juventud, como yo vamos. A partir de ahora más que nunca tú eres el capitán de tu vida, y no tienes por qué hacer absolutamente nada que no quieras hacer.
– ¿Y si surge una cosa como la de ayer? ¿Qué hago? Yo no quiero volver a pasar por esto, no me gusta salir de esa manera, no me siento cómodo.
– Pues no sales y punto.
– Entonces decepcionaré a mis amigos.
– Pues sinceramente que se jodan, hablando mal y pronto. Si tú no estás cómodo haciendo una cosa nadie puede obligarte a hacerlo, y si eso les decepciona pues el problema es suyo. Porque está muy bien insistirle a uno para que haga algo que nos apetece mucho, aunque es una actitud muy egoísta, pero luego qué. ¿Alguno de tus amigos te ha preguntado hoy qué tal?
– Uno solo.
– Ves. ¿Y crees que alguno va a saber lo que te ha pasado, lo que pasaste ayer de vuelta a tu casa?
– No lo creo.
– Pues entonces las únicas decepciones que puede haber aquí, creo que te las puedes llevar tú, y no al revés. Antes has dicho que te sentías como un pez al que han sacado de su río y lo han llevado al mar. Me ha gustado esa comparación. Es muy realista. No sé si te habrás dado cuenta que no has dicho que te sentiste como un pez fuera del agua, lo que generaría la muerte del pez, sino que simplemente eras un pez que no estaba en su río, que en tu caso sería uno tranquilo, sin muchos peligros, uno que controlarías a la perfección; eras un pez en el mar, con peces con los que no estás acostumbrado a estar y enfrentándote a situaciones a las que nunca te has enfrentado. Pero eras un pez entre peces. Tú mismo de manera subconsciente has aceptado que eres diferente. Y no pasa nada.
– Ayer no tenía la sensación de que no pasara nada.
– ¿Y qué? Ayer tuviste una crisis de ansiedad. Te asomaste al abismo de nuevo pero hoy estás aquí hablando de ello, y mañana lo recordarás aún menos, y pasado menos todavía. Y llegará un día en que verás lo que te pasó ayer con mucha perspectiva y distancia.
– El problema es que lo estoy viendo ahora. No he sido siquiera capaz de decírselo a mis padres. Ellos creen que me lo he pasado muy bien, y que a pesar de no estar en mi ambiente preferido he estado a gusto. Les he mentido.
– Es probable que a veces una mentira haga bien. Si has hecho eso es porque no quieres hacer pasar a tus padres por mayores problemas. No quieres que vuelvan a pasar por lo que han pasado estos últimos años viendo como su hijo estaba tan bajo de ánimos. No creo que les hayas mentido.
– Yo no me siento así.
– Pero porque todavía todo está muy reciente. No le des más vueltas a nada por favor. Esto ha sido un bache. Un bache muy grande, pero un bache al fin y al cabo.
– Sé que va a haber más baches.
– Por supuesto que habrá más baches, de este tipo y de muchos otros. Vuelvo a decirte que se la vida. Si todo fuera un paseo triunfal no naceríamos llorando y moriríamos haciendo llorar. La vida eso: pasar dificultades la mayor parte del tiempo para poder tener unos pocos momentos de felicidad absoluta, de tranquilidad suprema que compensan todo lo demás.
– Pues yo de momento no he tenido de esos momentos.
– Seguro que sí. Si haces memoria de verdad, si buscas dentro de tus recuerdos seguro que has vivido ya alguno de esos momentos. Lo que pasa es que ahora no lo ves porque estás en un momento complicado. Pero de esos momentos tenemos todas las personas, más prolongados en el tiempo o menos, más duros o más livianos, pero ninguno nos libramos. ¿Y sabes qué? Que tienes gente que te apoya, que te apoyamos y que estamos ahí.
– Ya lo sé. Y siento mucho siempre meterte a ti en estos embrollados.
– No sientas nada porque en el trabajo de amigo van estos extras, y quienes no los quieran pues que renuncien. Además este trabajo está muy mal pagado para aquéllos que buscan siempre contraprestaciones por lo que hacen.
– No todo el mundo opina así.
– No. Ya lo sé. Por eso no hay que ser amigo de todo el mundo. Bueno parece que se nos ha echado el tiempo encima.
– Sí ya es tarde. Vamos a tener que irnos ya.
– Espero que te haya servido quedar esta tarde y que no vuelvas a lo mismo, a darle vueltas a lo de siempre. Ya hemos dado las suficientes vueltas. Ahora déjalo pasar, que el tiempo haga su trabajo.
– Lo intentaré.
– Lo conseguirás, porque si no voy a tu casa y te corro a ostias. Así que tú verás. Y que sepas que por mucho que te digas a ti mismo que eres raro, que no encajas en esta sociedad, que estás solo y todo lo demás, nada es verdad. Puede que seas raro, pero no hay una única definición de rareza. Puede que no encajes en la sociedad, pero es posible que todavía no hayas encontrado el puzle en el que encajar. Y puede que estés solo, pero es muy importante saber que eso nunca es verdad, que siempre nos tenemos a nosotros mismos; sé a qué te refieres cuando dices que estás solo, pero ya te digo yo que llegará un momento en que no lo estés, y entonces a lo mejor echas en parte de menos esa soledad y algunas de sus características.
– Gracias por todo. No me las des y paga la cuenta anda.
– ¿Yo por qué?
– Joder algo tendré que sacar yo de esta tarde, ¿no?
– Venga anda voy a ser generoso y te voy a invitar. Pero no te acostumbres, que estoy seguro que con la excusa de que ya soy ingeniero te vas a aprovechar de mí.
– Cómo lo sabes. Es lo que tiene pertenecer a la casta. Ya puedes ir acostumbrándote a los que se ajunten contigo por interés.
– No si de esos ya he conocido bastantes en la universidad estos años, allí abunda ese tipo de fauna.
– Pues entonces tira. Vamos a pagar a la barra.

Ya no dijimos mucho más de interés. Pagó mi amigo como acabo de contar. Salimos a la calle donde a pesar de que el sol ya estaba detrás de los edificios todavía se notaba su paso demoledor por las aceras, fachadas y asfalto. Allí mismo nos despedimos, ya que yo cogía el metro para volver a mi casa, y él el autobús para hacer lo propio. Nos estrechamos la mano y nos dimos un fuerte abrazo. Nos deseamos buen verano y nos citamos ficticiamente para alguna tarde estival en algún lugar de la ciudad. Esto pasó hace ya unos días. Ahora mi amigo está algo más tranquilo, tiene este episodio ya guardado a buen resguardo en su memoria y no le da más vueltas, según él. No sé si creérmelo. No tuvo que ser la mejor noche a pesar de que empezó bien y con buenos ánimos de pasárselo bien con sus amigos. Tampoco creo que vuelva a hacer algo como aquello y si alguna vez sale por la noche será como a él le gusta, o eso espero por su bien. El verano es largo de todas maneras y sé que ahora lo que más le preocupa y a lo que más teme es a perder el contacto con sus amigos de la universidad, aunque fueran pocos. Espero que no se cumplan sus temores. Mejor olvidarlo.

Caronte.

*********************************************************************************

martes, 14 de julio de 2015

Mejor olvidarlo (III)

*********************************************************************************

(Viene de la entrada anterior)

– Como te iba diciendo, nos sentamos en una mesa, casi en el centro del comedor. Aquí llegó un momento extraño porque no había nadie más para que se sentara con nosotros, y las mesas eran de diez. Podríamos habernos sentado en la mesa donde había otro grupo de personas con las se supone que nos llevábamos bien y con las que hemos tenido relación en los últimos años, pero a la mayoría de los que íbamos, entre los que me incluyo no nos hacía la más mínima gracia; además en esa mesa faltaba un sitio. Al final se sentaron con nosotros una serie de profesores de segunda división, y para sorpresa de todos, y sobre todo mía que no me hubiera esperado en ningún momento esto, el director de la Escuela. Vamos que al final sin comerlo ni beberlo estaba sentado en la mesa presidencial, con la máxima autoridad; aunque por calidad docente no hubiera mucho que decir.
– Y luego dices que no te has cambiado de acera y caminas ahora por donde lo hace la casta.
– Que cabrón. Con esto vas a tener para muchos chistes y varios meses, ¿eh?
– No lo sabes bien. Por lo que me estás contando no parece que nada fuera mal, ni que estuvieras incómodo.
–No, tienes razón y por eso también parte de la impotencia, la rabia y lo demás que me salió anoche. Pero sí tienes razón con lo de que hasta el momento me lo estaba pasando muy bien.
– ¿Cómo se empezó a torcer todo entonces? Con la fiesta supongo.
– Sí, pero todo lleva sus plazos. De hecho todo cambió de repente cuando dos de mis amigos, los que más ganas tenían de ir a la discoteca, no ayer, sino desde que se anunciaron estos fastos de graduación, empezaron a insistir en ir a la discoteca después de la cena. Yo no quería, pero ellos seguían insistiendo.
>> Ya por la mañana por el móvil habían estado intentando mover ficha para que el resto decidiéramos ir, yo me había negado esgrimiendo la excusa del precio de la discoteca, otros treinta euros que me hacía tanta gracia gastarme como tener una fístula en el recto.
– Qué gráfico. Menos mal que ya me he acabado el café.
– Grafico no, realista. Parecía que la tormenta había quedado aplacada por el grupo de móvil cuando los otros dos amigos del grupo dijeron que no les apetecía. En ese momento me tranquilicé viendo que podía tener dos aliados a mi favor. Pero en la cena los otros dos amigos volvieron a insistir al calor del ambiente general de fiesta y desfase que se sentía. Yo seguía sin querer ir. Me horrorizaba la idea de ir a la discoteca. Tenía miedo de tener una crisis de ansiedad allí y que todo acabara mal para mí. Seguían insistiendo y entonces me di cuenta como los dos aliados que podría haber tenido se debilitaron y cedieron también ante el ambiente general.
>> Ante esa situación todo cambió. Me empecé a agobiar. Ya no estaba nada a gusto. Perdí el apetito, ya me daba igual la comida, el filete de ternera, o la cena. Solo pensaba en que muy probablemente terminaría en la discoteca para no ser lo de siempre un marginado, el raro, el monstruo. Al notar que a mí me había cambiado el ánimo y que estaba empezando a sentir un poco de ansiedad, los dos amigos que tenía a ambos lados sentados en la mesa me intentaron animar y convencer para que fuera a la discoteca, e hicieron que la insistencia de los otros dos fuera menor para que no siguiera agobiándome. Uno de ellos incluso me dijo que si era por dinero que me la pagaba él.
– Un gesto que honra a quien te lo dijo, así como al otro que te intentó animar y se preocupó por ti.
– Lo sé. Pero la picadura ya se había producido, solo faltaba que el veneno hiciera efecto. Al final cedí y dije que sí que iba a la discoteca.
– ¿Pero si no querías ir, por qué terminaste por aceptar?
– Porque no quería quedarme separado del resto, estar solo y lo que es peor sentirme solo.
– Ya pero si sin ir a la discoteca ya te habías puesto así de nervioso y la ansiedad ya había empezado a hacer de las suyas, deberías haberte negado.
– No quería equivocarme. No quería defraudar a mis amigos. No quería fallarles.
– ¡Pero qué tontería es esa! ¿Y te da igual fallarte a ti mismo?
– Sí.
– Pues es un error. Te lo he dicho muchas veces en estos años, por el primero que tienes que mirar, aunque suene egoísta es por ti mismo. Tienes que estar a gusto contigo mismo y con tu vida, y deber ser tú mismo. Si nos fallamos a nosotros mismos no podemos esperar no fallar a los demás.
– Es muy fácil decirlo cuando se tienen amigos y personalidad fuerte.
– Mira no me vengas con estas. Sé que lo difícil es aplicar esto que te digo a la vida real, pero es lo que tienes que hacer para ser feliz. Tú no tienes que demostrar nada a nadie salvo a ti mismo. Si fallas a la gente no es problema tuyo sino de la gente, y si a alguien decepcionas por tu forma de ser es que ese alguien no merece la pena, ¿me escuchas?
– Sí te escucho, pero no podía fallar a mis amigos ayer. No tengo muchos y no puedo permitirme perderlos. Me lo estaban pidiendo por favor. No podía negarme.
– Ya. ¿Y esos amigos que te lo pedía por favor, dónde están hoy? ¿Te han preguntado qué tal te lo pasaste? ¿Se han preocupado?
– Las cosas no son así.
– ¿Y cómo son entonces?
– Más complicadas de lo que parecen.
– Por supuesto que serán más complicadas de lo que parecen. Las relaciones humanas son muy complicadas. La vida es complicada. Por eso todo modo de simplificarla es bien recibido. Sabías qué podía pasar yendo a la discoteca, no allí probablemente, sino después. No querías ir, no te hacía ilusión, es probable que te diera miedo no saber comportarte, ni estar allí, que temieras no estar a gusto y llenarte de ansiedad. Sabías que no yendo ibas a estar más tranquilo, entonces ¿por qué decidiste ir? Sigo sin entenderlo.
– Pues por lo de siempre otra vez. Porque no quería ser el raro, el que no va a una discoteca, el que no sabe divertirse, el que...
– Hay muchas maneras de divertirse, y creo sinceramente que una discoteca no es una de ellas. Siempre he sido de la opinión que una discoteca no es más que un lugar donde la gente, sobre todo los jóvenes, va para intentar ser otra persona, para tapar carencias personales y donde cree que se está divirtiendo simplemente porque es lo que la mayoría de la gente hace. Es una ilusión de ignorantes.
– ¿Y qué? No ir sabiendo que el resto de mis amigos iba a ir tampoco hubiera sido mucho mejor para mí, quizá incluso peor, por hacerme ver todavía de manera más clara que estoy solo.
–  Bueno. ¿Cómo siguió la cosa?
– ¿Dónde me he quedado?
– Habías terminado por aceptar ir a la discoteca.
– Eso. Terminamos la cena y antes de dirigirnos a la fiesta en el restaurante nos tomamos la primera copa. Bueno mis amigos se tomaron la primera copa. Yo no bebí nada más en toda la noche. Como digo fue en el restaurante donde empezó la fiesta a caldearse. Mientras unos organizaban el traslado de los futuros borrachos, ¿o era ingenieros?, a la discoteca el resto empezamos a bailar.
– Habría que verte a ti bailando.
– Ya. La verdad es que no bailé mucho, tampoco es que sepa cómo se baila en una fiesta o en una discoteca si no vas con pareja o como era mi caso con un grupo en el que todos éramos hombres y la única chica que había era la novia de un amigo.
– Es complicado. Aunque también te digo: en una discoteca no se baila, se sufren ataques de epilepsia y neurosis.
– Bueno lo que sea. El caso es que los que sí bailaron, aunque fuera por insistencia mía y del resto del grupo fueron mi amigo y su novia. Me dio mucha envidia verles ahí bailar con el resto de las gente que también iba en pareja o al menos formaba parte de un grupo en el que había chicas. En un momento dado decidí salir del local a la calle a que me diera el aire. Aunque en el fondo salí para no estar dentro viendo cómo todo el mundo incluidos mis amigos, en pareja o sin pareja, sabían disfrutar de una fiesta y pasárselo bien. Salí para intentar calmarme y prepararme para la discoteca diciéndome que no iba a pasar nada y que en el momento en que quisiera podría irme.
>> Dio la casualidad que no volví a entrar en el restaurante, no porque no quisiera volver a hacerlo, sino porque todo el mundo empezó a marcharse camino ya de la discoteca. Era bastante tarde y ya íbamos con retraso.
– El retraso algunos lo lleváis de serie, así que no pongas como excusa que ayer ibais con retraso.
– Tienes razón. A la discoteca fuimos con mi coche. Solo uno de mis amigos fue en uno de los autocares que habían alquilado para la ocasión. El camino se hizo muy rápido. A esas horas no había mucho tráfico, ni por la carretera del noroeste, ni por el centro de la ciudad. Tuvimos suerte y aparcamos sin dar mucha vuelta, por cierto no muy lejos de por aquí. Y fuimos a la discoteca.
>> Camino de la entrada uno de mis amigos, el que iba con su novia, se me acercó y me dijo que estuviera tranquilo que no iba a pasar nada y que lo disfrutara todo lo que pudiera. No voy a negar que estuviera nervioso. Llegamos a la puerta de la discoteca y esperamos a que llegara nuestro amigo que venía en autobús. Cuando lo hizo entramos en la discoteca sin esperar colas ni nada porque llevábamos una pulserita, asquerosamente incómoda, que nos hacía ser guays, casi VIPS, o mejor dicho mamarrachos.
– No creo que tengas que usar esos apelativos. Hay mucha gente que va a discotecas.
– Sí, y siempre es el mismo tipo de gente y para lo mismo.
– Creo que tienes una serie de estereotipos que no se corresponden con la realidad. No todo el mundo que va a una discoteca va a lo mismo.
– Es verdad, hay gente que va para estar tranquilamente tomándose algo y charlando con sus amigos, con su pareja, o para conocer gente nueva mediante el intercambio de pareceres sobre el gobierno o el último libro de Vargas Llosa.
– Te vas siempre a los extremos. La gente usa las discotecas para divertirse.
– Ye te he dicho antes lo que pienso de eso. La gente va a las discotecas a desfasar, a emborracharse, y a ver si se puede liar con alguna, o alguno para terminar en la cama o en un puto rincón del baño dándose el lote y comportándose como animales sin raciocinio.
– No creo que eso sea así sinceramente. Aunque no he ido a muchas discotecas. De todas maneras, ¿viste tú eso ayer entre tus compañeros o amigos?
– No del todo.
– Ves.
– No veo nada porque te he dicho que no del todo. La gente ya iba mamada, algunos ya ni enfocaban correctamente; otros no eran totalmente conscientes de su cuerpo.
– Me da a mí que estás exagerando.
– No estabas allí.
– Cierto. Sigue contando entonces.
– Entramos en la discoteca nos condujeron hacia una sala que estaba especialmente habilitada para nuestra fiesta de graduación, aunque también había un par de grupos que nada tenían que ver con nosotros. Una cosa que me llamó la atención y que me reafirma en mis ideas preconcebidas sobre las discotecas, es que los seguratas nos miraban a todos como si fuéramos parte del mismo ganado de siempre, como si fuéramos delincuentes a los que hay que vigilar para que a ninguno nos dé por hacer de las nuestras. Por eso pienso que a las discotecas van los desechos de la sociedad, esas personas sin dos dedos de frente que lo único que van a hacer en el futuro es formar una sociedad de la que por desgracia formaré parte pero de la que renegaré toda la vida por no ser como ellos.
>> Me jode mucho que a todos los jóvenes se nos meta en el mismo saco. Yo no soy igual que la mayoría de los que estuvieron ayer en la fiesta de graduación, yo no soy de los que busca divertirse a través del alcohol como única vía de esparcimiento. Ni me gusta la fiesta como se entiende en este país, ni considero que sea una forma decente de divertirse. Es una forma ignorante de pasarlo bien, para gente de bajo nivel intelectual.
– Ten cuidado con lo que dices. Yo que tú me guardaba esos pensamientos para cuando estuvieras con gente que piense como tú, o que sea muy tolerante, porque no sé si sabes que en este país la fiesta es sagrada, y de lo que más se valora fuera.
– Claro porque es exótico, vulgar, barriobajero, propio de salvajes. ¿Por qué en Europa nos gustan tanto los zoológicos o viajar a países subdesarrollados? Porque no es algo que se vea todos los días.
– ¿Y qué tiene que ver?
– Joder, pues que en el resto del mundo gusta España y su fiesta porque no la hay fuera. Hacer balconing se puede hacer en Newcastle, pero los jóvenes ingleses vienen a Mallorca a hacerlo porque aquí no desentonan. Es todo lo mismo. Vulgaridad, falta de cultura, falta de decencia y exceso de salvajismo.
– En parte estoy contigo, pero creo que tienen posturas demasiado radicales, y poco realistas. ¿Tus amigos ayer se comportaron como animales sin raciocinio?
– ¿Eh? Bueno, no.
– ¿Y estuvieron cómodamente y a gusto en la discoteca, pasándolo bien?
– Sí. Y es por eso por lo que cuando me fui todo me terminó por salir y acabé explotando de rabia, tensión y ansiedad. Pero eso fue luego. De momento y para mi sorpresa estaba tranquilo. La sala se empezó a llenar, creo que por encima de su capacidad. Era imposible moverse sin rozarse o golpearse con alguien. Apenas había sitio para bailar cuando empezara la música. Nos colocamos cerca de unos sillones en una zona con relativamente poca gente. Como era imposible ir a pedir nada a la barra para beber estuvimos sin nada un buen rato.
>> Antes de empezar la fiesta propiamente dicha se entregaban los premios del final de carrera, una especie de pantomima encaminada a favorecer las relaciones entre nosotros y el compañerismo, así como para reírnos un poco y soltar tensiones acumuladas durante seis años. De hecho yo estaba nominado en una de las categorías, cosa realmente sorprendente, teniendo en cuenta que al final la clase estaba dividida en sectas, y yo por suerte no pertenecía a ninguna, que yo supiera.
>> Al final eso de los premio fue lo de siempre, una farsa total y absoluta, una verdadera payasada.
– Porque no ganaste.
– No. La verdad que aunque me hizo ilusión estar nominado en lo que era una conjura de necios en los que la mayoría de nominados en las categorías eran siempre de los mismos grupitos de gente cool, no quería ganar, me daba vergüenza. Pero como te decía todo fue una gran farsa, porque al final los que ganaron eran los de siempre, los miembros de grupitos sectarios. Algunos premios me parecieron verdaderas bromas. Otros tenían algo más de sentido, pero la mayoría eran dignos de una comedia surrealista.
>> Tras los premios empezó la fiesta de verdad con música y gente bailando, dando saltos, desfasando, bebiendo como esponjas marinas, tirando los tejos a las chicas, algunas de las cuales se dejaban hacer con facilidad, vertiendo sin darse cuenta del pedo que ya empezaban a llevar parte de su bebida al suelo, subiéndose a las mesas o sofás, flases de cámaras inmortalizando la fiesta. Todo de altura.
>> Yo no me separé de mis amigos. En el fondo tampoco conocía a nadie más con quien poder estar, y además con los míos era con los que me sentía cómodo.
– No creo que hicieras mal. En el fondo si sabías que así ibas a estar más tranquilo y controlando la situación es lo que debías hacer.
– Por eso. La sala estaba a reventar y hacía un calor de mil demonios. Uno de mis amigos debido a esto decidió marcharse. Me sorprendió no ser el primero en irse. Aunque entendía que mi amigo se marchara porque hubo un momento que era insoportable estar allí metido. Se notaba mucho agobio.

Caronte.

*********************************************************************************

domingo, 12 de julio de 2015

Mejor olvidarlo (II)

*********************************************************************************

(Sigue de la anterior entrada)

El alba llegó y con ella la luz empezó a entrar en mi habitación, aunque todavía con muy poca fuerza no sólo porque el sol estaba apenas asomando por el horizonte, sino también porque suelo dormir lo más a oscuras posible para que ninguna luz de la noche, luz artificial se entiende, me pueda molestar e impedir aún más el poder conciliar el sueño. Como tampoco soy de los que se está en la cama dando vueltas por las mañanas, y tampoco me iba a dormir siendo ya tan temprano como era, al final decidí levantarme. Eran poco más de la ocho de la mañana, hacía por tanto poco más de tres horas que había recibido la llamada de mi amigo, y todavía pensaba en ella con desasosiego. Quería que llegara la hora en la que había quedado en el Café Comercial con él para poder hablar cara a cara e intentar por todos los medios hacerle entrar en razón, ayudarle todo lo posible y evitar que siguiera en ese estado de ansiedad y agobio en que le había notado por teléfono. Mientras desayunaba pensé en que muy probablemente mi amigo no habría dormido absolutamente nada. Suele pasar cuando se le da vueltas de manera incansable a una cosa o idea que no podemos quitarnos de nuestros pensamientos, de nuestra cabeza, esa cosa o idea hasta que no la hablamos con otra persona sobre ello, o si no se da el caso, hasta que pasa el suficiente tiempo como para que esa cosa o idea desaparezcan por sí solas.

Pensé que el día se me iba a hacer mucho más largo de lo que al final fue. Supongo que el tener en la cabeza la situación de mi amigo ayudó en parte a que no tuviera en mente el sopor de los primeros días de verano, digo de manera oficial, porque con calor llevábamos ya bastantes más días de los que el calendario llama verano. Entre unas cosas y otras, recados que hacer, libros que leer, un cuadro que pintar y varios artículos que escribir, junto con el tiempo dedicado a la comida y la siesta posterior (hablo de siesta por decir algo porque también llevo años sin dormirme después de comer), dieron las seis de la tarde, hora límite que me había auto impuesto para salir de mi casa y llegar a la cita en el Café Comercial con tiempo de sobra para ser yo quien esperara, y por qué no decirlo, también porque siempre me ha gustado llegar el primero a las citas con mis amigos, o con mi familia, o con mi novia el día que la tenga. Además el Café Comercial es un sitio al que tengo mucho cariño porque sigue siendo uno de los pocos reductos que hay en la ciudad donde uno puede ir solo y pasar totalmente desapercibido, a leer o incluso como en varias ocasiones he hecho a escribir o tomar notas para posibles relatos, cuentos o historias. Sigo buscando esa gran idea que me lleve a escribir una novela completa.

De mi casa al Café Comercial hay unas cuantas paradas de metro separadas también por un trasbordo lo suficientemente largo como para constituir por sí solo una odisea independiente. Se tarda, si se consigue coger el metro bien y no eternizarse en los andenes del infierno esperando, unos cuarenta minutos. Si uno no tiene la tarde, o la mañana, puede tardar hasta casi una hora en llegar. La boca de metro está prácticamente en la puerta del café. Cuando llegué la terraza estaba repleta de gente, turistas los menos, sobre todo adultos de mediana edad sentados tranquilamente al frescor de los ventiladores de vapor charlando de temar variados y parejas, también había algún valiente solitario en una mesa situada en uno de los extremos del café. Yo me dirigí directamente dentro del Café. Para hablar con calma y tranquilidad, sin gafas de sol que protejan los ojos del inclemente sol urbano que se gasta el mes de junio en esta ciudad, es el mejor lugar. Además era dentro donde había quedado con mi amigo.

De un primer vistazo me di cuenta que no había llegado todavía, luego como había planeado era el primero. El interior del café no estaba demasiado abarrotado de gente. Había por ser sábado una tertulia literaria, no recuerdo muy bien cuál era el tema que logré adivinar por encima del murmullo típico de un café, pero sin duda debía versar sobre escritores americanos contemporáneos. Para mis adentros pensé que no era mal tema de tertulia, y que dependiendo del gusto de cada lector podría dar para confrontar muchas ideas y visiones literarias. Decidí sentarme en un rincón del local en una zona en la que no había mucha gente para así poder hablar con tranquilidad con mi amigo sin que conversaciones ajenas nos hicieran levantar demasiado la voz. Me senté de espaldas a la pared forrada de espejos mirando hacia el resto del café. Desde esa posición podía controlar casi todas las mesas y por supuesto la entrada por la que suponía no tardaría en entrar mi amigo. Mientras esperaba su llegada pedí un café vienés, saqué mi cuaderno de notas y escribí varias reflexiones e ideas que se me habían pasado por la cabeza yendo hacia el café.

No tuve que esperar demasiado tiempo. Poco después de que el camarero que me había tomado nota me hubiera traído el café, apareció por la puerta mi amigo. Le hice una señal con la mano para que me viera y pudiera venir hacia la mesa en la que estaba. Voy a decir la verdad: mi amigo no tenía muy buena pinta, no se le veía lleno de ánimos ni ganas de estar allí probablemente. Pero allí estaba. Se acercó sin prisa hacia la mesa donde me encontraba, quitándose las gafas de sol y llevándolas en la mano. Al llegar a la mesa yo me levanté para saludarle, le di la mano y un abrazo como suelo hacer con esos amigos que de verdad merecen la pena, y también en parte porque sabía que él ese día lo necesitaba. Tras saludarnos empezamos a hablar y así lo primero que le dije fue:

– ¿Qué tal? ¿Cómo has pasado el día?
– Pues bueno, ha pasado simplemente.
– No tienes tampoco muy mala cara.
– La de siempre, eso no creo que cambie nunca.
– Es cierto. ¿Qué vas a querer tomar?
– Nada.
– Venga hombre no me vengas con esas. Pídete un café, o una cerveza con limón, o un refresco.
– Si es que no me apetece nada.
– Pues entonces si quieres nos vamos y adiós muy buenas.
– Bueno. Me tomo una caña con limón.
– Perfecto. ¿Cómo estás de ánimos?
– Mal.
– ¿Pero mal por qué? Ayer tuviste la cena de graduación. Se supone que tenías muchas ganas de ir.
– Sí. Pero luego allí las cosas empezaron a torcerse un poco, y luego con la fiesta en la discoteca..., al final terminó la cosa mal cuando me fui para mi casa.
– ¿Al final fuiste a la discoteca? Creía que no querías ir.
– Y no quería pero como siempre pasa los planes cambian sin tener nunca en cuenta la opinión de los demás.
– No te entiendo. Anda cuéntame desde el principio cómo fue todo, así podré ayudarte mejor. Intenta decirme todo lo que se te pase por la cabeza, eso ayuda a uno de desahogarse.
– Pues nada. El día comenzó muy bien. Salí a correr y todo.
– Joder pues ya hay que tener ganas para eso sabiendo que ibas a trasnochar bastante.
– Ya, pero correr me relaja bastante. Por eso ayer por la mañana me fui a correr. Cuando terminé llamé a un amigo para ver si quería que me pasara por la tarde a por él y su novia e ir los tres en mi coche, ya que me pillaba de camino sin casi desviarme. En el fondo lo hacía no por hacer de buen amigo y por ser algo normal, sino también por no ir solo hasta el restaurante donde se iba a celebrar la cena.
– ¿Y por qué no querías ir solo? No creo que hubiera sido nada raro.
– Si no es porque me pareciera raro, sino porque no quería llegar, no conocer a nadie, quiero decir, no poder estar allí con nadie esperando a que llegaran mis amigos, y estar allí solo como marginado sin hablar con nadie y sin relacionarme con nadie. Por eso quería ir con alguien a la cena, para sentirme algo más normal.
– Te entiendo, aunque creas que no.
– Sigo. Como te decía el día se pasó muy bien y rápido para lo que yo pensaba. Casi sin darme cuenta llegó el momento de ducharme, vestirme y prepararme para ir a por mi amigo y su novia. Hice todo esto y tras recogerlos no demasiado lejos de la estación central nos fuimos hacia el restaurante siguiendo los túneles del río y luego la carretera del noroeste. Llegamos puntuales a la hora que nos habían dicho que estuviéramos allí, es más quizá llegamos unos minutos antes. Aparqué un poco retirado del restaurante y fuimos dando un paseo, bajo un sol abrasador, hasta el sitio. Todo muy normal. Me sentía muy cómodo y a gusto, incluso diría que feliz.
>> Al llegar al restaurante pasamos al jardín donde se iba a realizar el cóctel y....
– Os dieron cóctel y todo, ¡qué nivel! Cómo se nota que sois ya prácticamente ingenieros. Menudo pijo te estás volviendo, no sé si debo seguir quedando contigo siendo yo tan poco digno de la presencia de alguien como tú.
– ¿Sí, no? O eso, o empezamos a quedar en lugares más apropiados a mi estatus.
– ¿Qué tiene de malo esté café? Que sepas que es el más antiguo de la ciudad.
– Lo sé, lo sé. Sólo bromeaba.
– Pues yo no.
– Ya seguro. Bueno como te decía. Al llegar al jardín todavía no había casi nadie, bueno estaba el delegado y compañía, la creme de la creme vamos, saludamos por cortesía y nos dirigimos hacia una zona algo alejada de la entrada para no estorbar y para no estar donde todos los pelotas y pijos de verdad irían llegando. Estuvimos esperando, mi amigo, su novia y yo charlando animadamente y muy a gusto, hasta que volvieron a aparecer caras conocidas por la entrada al restaurante. Legaron entonces los tres amigos que quedaban por llegar. Ni que decir tiene que todos íbamos con nuestras mejores galas. Hasta yo me había comprado un disfraz apropiado para no desentonar, y la verdad es que no desentoné porque era de los pocos que llevaba pantalón claro, y mi americana era la única con coderas de todas las que había.
– Vamos, ibas para haberte echado una foto y enmarcarla. Lo único que deberán empezar a acostumbrarte a esos “disfraces” como tú los llamas porque los vas a tener que vestir más a menudo.
– Entonces ya no serán disfraces.
– Menudo hipócrita estás hecho.
– ¿Por qué?
– Por lo que acabas de decir.
– No estoy de acuerdo contigo. Ayer yo iba disfrazado porque llevaba un tipo de ropa que no me he puesto nunca. Sólo dos veces antes había llevado una chaqueta o americana puesta: en mi comunión y en una obra de teatro. Y que yo sepa cuando uno viste de manera diferente a como lo hace durante la mayor parte del año se dice que va disfrazado. Es como en carnavales. ¿O tú en carnavales vistes como lo haces a diario?
– No, claro.
– Pues ahí está la explicación. La ropa que llevé ayer, y la que llevaron la mayor parte de mis compañeros de clase, eran disfraces. Y yo decidí ser el payaso más original, que para eso estamos.
– Está hablando tu resentimiento hacia la carrera.
– También puede ser.
– Anda sigue contando, que no acabamos.
– Si no me interrumpieras...Durante el cóctel estuvimos todos muy a gusto, muy bien en un rincón del patio en corrillo entre nosotros. Se nos acercó un profesor y todo a conversar un poco con nosotros. Fue algo agradable estar en un ambiente tan distendido, aunque no todos los profesores hacían lo mismo, la mayoría hablaban entre ellos o con sus estudiantes palmeros, esos que babean a su paso y pierden casi toda su dignidad, si es que tienen alguna, haciendo la pelota para conseguir un extra en la nota final de la asignatura. Nada nuevo, tampoco te vayas a creer que esto lo descubrí ayer. El cóctel se excedió de tiempo y al final pasamos a cenar propiamente dicho como media hora más tarde de lo planeado, aunque con la cantidad de canapés que me había comido, yo casi había cenado ya. Pero vamos para el riñón que nos costó la cena, o la broma según cómo se mire, comí poco....y mal.
>> Pasamos al comedor y buscamos una mesa donde sentarnos los seis que éramos, hubiéramos sido ocho pero dos amigos no vinieron, uno porque dijo que cincuenta euros eran una barbaridad, algo por lo que le di la razón, el otro porque decía que era un paripé ir para estar solo con nosotros y que para eso íbamos a un sitio solos. Este último argumento sí que no lo compartí porque me parece falto de sustancia; es cierto que estar lo que se dice estar juntos estuvimos los mismos que llevamos estando juntos seis años en clase, pero yo al menos hablé con más gente y, aunque sí puedo aceptar que hice el paripé estuve con el resto de compañeros, muchos de los cuáles prefiero no volver a ver en mi vida por no compartir su forma de ser ni en un uno por ciento. Pero aislarse del mundo y vivir amargado tampoco es una opción que quiera en mi vida. Al final eché de menos a estos dos amigos, pero cada uno tiene sus razones, las de verdad y las de mentira, y yo no soy nadie para hacerlas cambiar.
– Tampoco deberías ser nadie para juzgar dichas razones, ¿no?
– No estoy juzgando.
– ¿Ah, no?
– Para nada. No he hecho nada que conmigo no se haya hecho.
– Pero entonces asumes que estás juzgando la decisión de tus amigos.
– No estoy juzgando, simplemente estoy dándote mi opinión sobre lo que mis dos amigos dijeron para no ir a la cena. Si hubiera juzgado hubiera terminado con una sentencia, positiva o negativa con respecto a esas razones o motivos, porque si no te hubiera dicho que me parece totalmente aceptable y legítimo decir que no pagas cincuenta euros por una cena, pero que me parece poro decente decir que no vas a una cena por la gente que va pero que si hubiéramos querido hacer una cena de manera independiente sí que te apuntas. Esto sí sería juzgar.
– Bueno, bueno.

Caronte.

********************************************************************************