domingo, 12 de julio de 2015

Mejor olvidarlo (II)

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(Sigue de la anterior entrada)

El alba llegó y con ella la luz empezó a entrar en mi habitación, aunque todavía con muy poca fuerza no sólo porque el sol estaba apenas asomando por el horizonte, sino también porque suelo dormir lo más a oscuras posible para que ninguna luz de la noche, luz artificial se entiende, me pueda molestar e impedir aún más el poder conciliar el sueño. Como tampoco soy de los que se está en la cama dando vueltas por las mañanas, y tampoco me iba a dormir siendo ya tan temprano como era, al final decidí levantarme. Eran poco más de la ocho de la mañana, hacía por tanto poco más de tres horas que había recibido la llamada de mi amigo, y todavía pensaba en ella con desasosiego. Quería que llegara la hora en la que había quedado en el Café Comercial con él para poder hablar cara a cara e intentar por todos los medios hacerle entrar en razón, ayudarle todo lo posible y evitar que siguiera en ese estado de ansiedad y agobio en que le había notado por teléfono. Mientras desayunaba pensé en que muy probablemente mi amigo no habría dormido absolutamente nada. Suele pasar cuando se le da vueltas de manera incansable a una cosa o idea que no podemos quitarnos de nuestros pensamientos, de nuestra cabeza, esa cosa o idea hasta que no la hablamos con otra persona sobre ello, o si no se da el caso, hasta que pasa el suficiente tiempo como para que esa cosa o idea desaparezcan por sí solas.

Pensé que el día se me iba a hacer mucho más largo de lo que al final fue. Supongo que el tener en la cabeza la situación de mi amigo ayudó en parte a que no tuviera en mente el sopor de los primeros días de verano, digo de manera oficial, porque con calor llevábamos ya bastantes más días de los que el calendario llama verano. Entre unas cosas y otras, recados que hacer, libros que leer, un cuadro que pintar y varios artículos que escribir, junto con el tiempo dedicado a la comida y la siesta posterior (hablo de siesta por decir algo porque también llevo años sin dormirme después de comer), dieron las seis de la tarde, hora límite que me había auto impuesto para salir de mi casa y llegar a la cita en el Café Comercial con tiempo de sobra para ser yo quien esperara, y por qué no decirlo, también porque siempre me ha gustado llegar el primero a las citas con mis amigos, o con mi familia, o con mi novia el día que la tenga. Además el Café Comercial es un sitio al que tengo mucho cariño porque sigue siendo uno de los pocos reductos que hay en la ciudad donde uno puede ir solo y pasar totalmente desapercibido, a leer o incluso como en varias ocasiones he hecho a escribir o tomar notas para posibles relatos, cuentos o historias. Sigo buscando esa gran idea que me lleve a escribir una novela completa.

De mi casa al Café Comercial hay unas cuantas paradas de metro separadas también por un trasbordo lo suficientemente largo como para constituir por sí solo una odisea independiente. Se tarda, si se consigue coger el metro bien y no eternizarse en los andenes del infierno esperando, unos cuarenta minutos. Si uno no tiene la tarde, o la mañana, puede tardar hasta casi una hora en llegar. La boca de metro está prácticamente en la puerta del café. Cuando llegué la terraza estaba repleta de gente, turistas los menos, sobre todo adultos de mediana edad sentados tranquilamente al frescor de los ventiladores de vapor charlando de temar variados y parejas, también había algún valiente solitario en una mesa situada en uno de los extremos del café. Yo me dirigí directamente dentro del Café. Para hablar con calma y tranquilidad, sin gafas de sol que protejan los ojos del inclemente sol urbano que se gasta el mes de junio en esta ciudad, es el mejor lugar. Además era dentro donde había quedado con mi amigo.

De un primer vistazo me di cuenta que no había llegado todavía, luego como había planeado era el primero. El interior del café no estaba demasiado abarrotado de gente. Había por ser sábado una tertulia literaria, no recuerdo muy bien cuál era el tema que logré adivinar por encima del murmullo típico de un café, pero sin duda debía versar sobre escritores americanos contemporáneos. Para mis adentros pensé que no era mal tema de tertulia, y que dependiendo del gusto de cada lector podría dar para confrontar muchas ideas y visiones literarias. Decidí sentarme en un rincón del local en una zona en la que no había mucha gente para así poder hablar con tranquilidad con mi amigo sin que conversaciones ajenas nos hicieran levantar demasiado la voz. Me senté de espaldas a la pared forrada de espejos mirando hacia el resto del café. Desde esa posición podía controlar casi todas las mesas y por supuesto la entrada por la que suponía no tardaría en entrar mi amigo. Mientras esperaba su llegada pedí un café vienés, saqué mi cuaderno de notas y escribí varias reflexiones e ideas que se me habían pasado por la cabeza yendo hacia el café.

No tuve que esperar demasiado tiempo. Poco después de que el camarero que me había tomado nota me hubiera traído el café, apareció por la puerta mi amigo. Le hice una señal con la mano para que me viera y pudiera venir hacia la mesa en la que estaba. Voy a decir la verdad: mi amigo no tenía muy buena pinta, no se le veía lleno de ánimos ni ganas de estar allí probablemente. Pero allí estaba. Se acercó sin prisa hacia la mesa donde me encontraba, quitándose las gafas de sol y llevándolas en la mano. Al llegar a la mesa yo me levanté para saludarle, le di la mano y un abrazo como suelo hacer con esos amigos que de verdad merecen la pena, y también en parte porque sabía que él ese día lo necesitaba. Tras saludarnos empezamos a hablar y así lo primero que le dije fue:

– ¿Qué tal? ¿Cómo has pasado el día?
– Pues bueno, ha pasado simplemente.
– No tienes tampoco muy mala cara.
– La de siempre, eso no creo que cambie nunca.
– Es cierto. ¿Qué vas a querer tomar?
– Nada.
– Venga hombre no me vengas con esas. Pídete un café, o una cerveza con limón, o un refresco.
– Si es que no me apetece nada.
– Pues entonces si quieres nos vamos y adiós muy buenas.
– Bueno. Me tomo una caña con limón.
– Perfecto. ¿Cómo estás de ánimos?
– Mal.
– ¿Pero mal por qué? Ayer tuviste la cena de graduación. Se supone que tenías muchas ganas de ir.
– Sí. Pero luego allí las cosas empezaron a torcerse un poco, y luego con la fiesta en la discoteca..., al final terminó la cosa mal cuando me fui para mi casa.
– ¿Al final fuiste a la discoteca? Creía que no querías ir.
– Y no quería pero como siempre pasa los planes cambian sin tener nunca en cuenta la opinión de los demás.
– No te entiendo. Anda cuéntame desde el principio cómo fue todo, así podré ayudarte mejor. Intenta decirme todo lo que se te pase por la cabeza, eso ayuda a uno de desahogarse.
– Pues nada. El día comenzó muy bien. Salí a correr y todo.
– Joder pues ya hay que tener ganas para eso sabiendo que ibas a trasnochar bastante.
– Ya, pero correr me relaja bastante. Por eso ayer por la mañana me fui a correr. Cuando terminé llamé a un amigo para ver si quería que me pasara por la tarde a por él y su novia e ir los tres en mi coche, ya que me pillaba de camino sin casi desviarme. En el fondo lo hacía no por hacer de buen amigo y por ser algo normal, sino también por no ir solo hasta el restaurante donde se iba a celebrar la cena.
– ¿Y por qué no querías ir solo? No creo que hubiera sido nada raro.
– Si no es porque me pareciera raro, sino porque no quería llegar, no conocer a nadie, quiero decir, no poder estar allí con nadie esperando a que llegaran mis amigos, y estar allí solo como marginado sin hablar con nadie y sin relacionarme con nadie. Por eso quería ir con alguien a la cena, para sentirme algo más normal.
– Te entiendo, aunque creas que no.
– Sigo. Como te decía el día se pasó muy bien y rápido para lo que yo pensaba. Casi sin darme cuenta llegó el momento de ducharme, vestirme y prepararme para ir a por mi amigo y su novia. Hice todo esto y tras recogerlos no demasiado lejos de la estación central nos fuimos hacia el restaurante siguiendo los túneles del río y luego la carretera del noroeste. Llegamos puntuales a la hora que nos habían dicho que estuviéramos allí, es más quizá llegamos unos minutos antes. Aparqué un poco retirado del restaurante y fuimos dando un paseo, bajo un sol abrasador, hasta el sitio. Todo muy normal. Me sentía muy cómodo y a gusto, incluso diría que feliz.
>> Al llegar al restaurante pasamos al jardín donde se iba a realizar el cóctel y....
– Os dieron cóctel y todo, ¡qué nivel! Cómo se nota que sois ya prácticamente ingenieros. Menudo pijo te estás volviendo, no sé si debo seguir quedando contigo siendo yo tan poco digno de la presencia de alguien como tú.
– ¿Sí, no? O eso, o empezamos a quedar en lugares más apropiados a mi estatus.
– ¿Qué tiene de malo esté café? Que sepas que es el más antiguo de la ciudad.
– Lo sé, lo sé. Sólo bromeaba.
– Pues yo no.
– Ya seguro. Bueno como te decía. Al llegar al jardín todavía no había casi nadie, bueno estaba el delegado y compañía, la creme de la creme vamos, saludamos por cortesía y nos dirigimos hacia una zona algo alejada de la entrada para no estorbar y para no estar donde todos los pelotas y pijos de verdad irían llegando. Estuvimos esperando, mi amigo, su novia y yo charlando animadamente y muy a gusto, hasta que volvieron a aparecer caras conocidas por la entrada al restaurante. Legaron entonces los tres amigos que quedaban por llegar. Ni que decir tiene que todos íbamos con nuestras mejores galas. Hasta yo me había comprado un disfraz apropiado para no desentonar, y la verdad es que no desentoné porque era de los pocos que llevaba pantalón claro, y mi americana era la única con coderas de todas las que había.
– Vamos, ibas para haberte echado una foto y enmarcarla. Lo único que deberán empezar a acostumbrarte a esos “disfraces” como tú los llamas porque los vas a tener que vestir más a menudo.
– Entonces ya no serán disfraces.
– Menudo hipócrita estás hecho.
– ¿Por qué?
– Por lo que acabas de decir.
– No estoy de acuerdo contigo. Ayer yo iba disfrazado porque llevaba un tipo de ropa que no me he puesto nunca. Sólo dos veces antes había llevado una chaqueta o americana puesta: en mi comunión y en una obra de teatro. Y que yo sepa cuando uno viste de manera diferente a como lo hace durante la mayor parte del año se dice que va disfrazado. Es como en carnavales. ¿O tú en carnavales vistes como lo haces a diario?
– No, claro.
– Pues ahí está la explicación. La ropa que llevé ayer, y la que llevaron la mayor parte de mis compañeros de clase, eran disfraces. Y yo decidí ser el payaso más original, que para eso estamos.
– Está hablando tu resentimiento hacia la carrera.
– También puede ser.
– Anda sigue contando, que no acabamos.
– Si no me interrumpieras...Durante el cóctel estuvimos todos muy a gusto, muy bien en un rincón del patio en corrillo entre nosotros. Se nos acercó un profesor y todo a conversar un poco con nosotros. Fue algo agradable estar en un ambiente tan distendido, aunque no todos los profesores hacían lo mismo, la mayoría hablaban entre ellos o con sus estudiantes palmeros, esos que babean a su paso y pierden casi toda su dignidad, si es que tienen alguna, haciendo la pelota para conseguir un extra en la nota final de la asignatura. Nada nuevo, tampoco te vayas a creer que esto lo descubrí ayer. El cóctel se excedió de tiempo y al final pasamos a cenar propiamente dicho como media hora más tarde de lo planeado, aunque con la cantidad de canapés que me había comido, yo casi había cenado ya. Pero vamos para el riñón que nos costó la cena, o la broma según cómo se mire, comí poco....y mal.
>> Pasamos al comedor y buscamos una mesa donde sentarnos los seis que éramos, hubiéramos sido ocho pero dos amigos no vinieron, uno porque dijo que cincuenta euros eran una barbaridad, algo por lo que le di la razón, el otro porque decía que era un paripé ir para estar solo con nosotros y que para eso íbamos a un sitio solos. Este último argumento sí que no lo compartí porque me parece falto de sustancia; es cierto que estar lo que se dice estar juntos estuvimos los mismos que llevamos estando juntos seis años en clase, pero yo al menos hablé con más gente y, aunque sí puedo aceptar que hice el paripé estuve con el resto de compañeros, muchos de los cuáles prefiero no volver a ver en mi vida por no compartir su forma de ser ni en un uno por ciento. Pero aislarse del mundo y vivir amargado tampoco es una opción que quiera en mi vida. Al final eché de menos a estos dos amigos, pero cada uno tiene sus razones, las de verdad y las de mentira, y yo no soy nadie para hacerlas cambiar.
– Tampoco deberías ser nadie para juzgar dichas razones, ¿no?
– No estoy juzgando.
– ¿Ah, no?
– Para nada. No he hecho nada que conmigo no se haya hecho.
– Pero entonces asumes que estás juzgando la decisión de tus amigos.
– No estoy juzgando, simplemente estoy dándote mi opinión sobre lo que mis dos amigos dijeron para no ir a la cena. Si hubiera juzgado hubiera terminado con una sentencia, positiva o negativa con respecto a esas razones o motivos, porque si no te hubiera dicho que me parece totalmente aceptable y legítimo decir que no pagas cincuenta euros por una cena, pero que me parece poro decente decir que no vas a una cena por la gente que va pero que si hubiéramos querido hacer una cena de manera independiente sí que te apuntas. Esto sí sería juzgar.
– Bueno, bueno.

Caronte.

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