sábado, 28 de febrero de 2015

El Vals del Emperador (III)

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Se estaba refiriendo a él, el día en que se fijó en ella por primera vez. Hacía frío y era de noche. Era un mes de noviembre y como suele suceder en Madrid las noches se daban mucha prisa por llegar y las sombras pronto dominaban toda la ciudad haciendo que las naranjas luces de las farolas arrojaran sombrar dinámicas sobre las aceras y fachadas de los edificios. Estuvo todo el día lloviendo pero a media tarde, cuando la claridad del sol ya era más bien un lejano recuerdo, el cielo volvió a abrirse a la inmensidad del firmamento. Aún así la humedad del ambiente hacía que el frío calara más allá de la piel y llegara hasta los huesos haciendo que le doliera la pierna izquierda más de lo normal que cuando simplemente iba a cambiar el tiempo. Llevaba muchos meses sin salir a divertirse un rato por la noche, y aquel día decidió que ya eran bastantes.

Nunca había tenido mucha práctica a la hora de salir por la noche, ni si quiera cuando era mucho más joven, allá por su época universitaria, que es cuando se supone que más suele salir la gente, cuando la vida y los años que vendrán quedan muy lejos del presente y no parece que vayan a llegar nunca, cuando lo único que importa es vivir el momento y no pensar en el segundo siguiente porque hay que disfrutar el que está pasando en cada instante. Sin embargo a pesar de los muchos intentos que durante todo su paso por la facultad hizo por salir y tomar con normalidad ese hecho, nunca lo consiguió. Siempre que salía, o simplemente con el mero hecho de pensar en salir el fin de semana siguiente, se le instalaba en el pecho una especie de losa de hormigón, una losa muy pesada que a medida que se acercaba el día en el que había decidido salir con sus compañeros iba creciendo impidiéndole respirar. Una sensación de angustia, de falta de aire y necesidad de respirar para no ahogarse en sus propios pensamientos, se instalaba en su cuerpo y creía al llegar el día señalado.

Terminaba saliendo e intentando estar bien, muchas veces disimulando como podía la ansiedad que sentía, la sensación de ahoga y miedo a la noche y a la transformación que suelen sufrir las personas cuando se las habla de fiesta, marcha o noche. Nunca supo estar en esas situaciones por más que lo intentó y buscó ayuda en los psicólogos. Siempre supo, por mucha ayuda que recibiera, ya fuera pagando o simplemente viendo como sus amigos le animaban para que saliera diciéndole que se lo pasaría bien, que sólo él podía llegar a librarse de esa losa que le impedía respirar y le hacía ahogarse de ansiedad, de romperla en mil pedazos y olvidarse de ella. Lo que pasa es que nunca lo hizo. Nunca dejó de sentir miedo a salir y disfrutar, a dejarse de normas no escritas de comportamiento y perder durante unas horas las composturas y formalidades y comportarse como lo que era un joven con toda la vida por delante para comportarse como debía comportarse. Nunca superó el miedo a salir y no reconocerse en los actos que realizara por considerarlos indignos de su persona, nunca se desató de esas cadenas imaginarias que se impuso muy probablemente por culpa de sus padres que siempre le dijeron que salir de fiesta estaba mal, y que lo primero eran los estudios.

Al final de su vida universitaria, asumió él mismo una actitud muy diferente hacia el salir de fiesta. Entonces, cuando lo hacía ya no sentía miedo, no porque no lo tuviera, sino más bien por haberlo encerrado en lo más profundo de su ser, allí donde también había encerrado su juventud para que no pudiera salir. Cuando salí lo hacía como si fuera un investigador que estuviera haciendo una tesis. No salía para disfrutar de la noche, ni para ligar o pasar un buen rato en la compañía que fuera. Salía para vivir, y poder saber qué era eso que se llamaba fiesta. Salía como si no lo hiciera, en cada garito que entraba con sus amigos lo hacía para ver qué se movía por allí, qué ambiente había y qué tipo de gente les rodeaban. Salía para poder sentir qué era eso de manera fría, sin llegar a interiorizar todo lo que veía, oía y olía.

Por esa razón, llegó un día en que decidió que todo lo anterior era pasado y que tenían que cambiar las cosas. Por mucho que no le gustara salir de noche, es lo que se lleva en el mundo actual, es lo que siempre se ha llevado en Madrid, su Madrid. Aquella noche de noviembre salió casi sin un rumbo fijo. Sólo sabía que iría a la zona más de moda en aquella época para la gente de su edad, para treintañeros que van camino ya de los cuarenta y que por tanto tienen muy lejos las edades de la tercera década de vida, a intentar disfrutar y pasarlo bien y si podía conocer a alguien, a alguna chica, ya que también hacía mucho tiempo, más que meses, que no dormía acompañado y que no amanecía con la sensación de tener a alguien a su lado, aunque fuera una sensación irreal que se eliminaba cuando la chica que se había llevado a su casa para pasar una noche de sexo, sudor y gemidos, se levantaba, desayunaba y se marchaba casi siempre para no volver a aparecer por aquel gran piso del centro de Madrid donde él vivía solo.

El local al que se acercó aquella noche profunda de hacía algo más de dos años, una noche también húmeda, en la que las luces de las farolas se reflejaban en el mojado asfalto de las calles, era ya conocido para él. En ese mismo local había conocido a varias mujeres con las que había terminado acostándose para liberar tensiones, para desfogarse. Mujeres con las que había hecho el amor como los animales simplemente por placer, sin sentir nada más que alivio físico, sin que esa pasión desmedida llegara al alma o al corazón. Sexo sin más. Muchas de esas mujeres también iban a ese local para lo mismo que él. Mujeres muy bellas y hermosas. Mujeres que no tendrían ningún problema en encontrar a alguien que las amara y que las cubriera de halagos y regalos, que las cuidara y protegiera.

Nunca fue tampoco muy hábil a la hora de entrarle a una mujer, y menos si eran guapas, altas, morenas y con ojos profundos que dicen más de lo que aparentan y que escrutan sin contemplaciones a todo aquel que se les acerca, sabiendo de ante mano si iba a ser un imbécil o alguien con quien al final de la noche se iría para tomar la última copa en su casa. Siempre fue muy tímido. Timidez que venía básicamente inspirada por el miedo que sentía al ridículo, a ser rechazado por una mujer, o no verse a la altura de las circunstancias, a no saber qué hacer en los momentos claves. En el fondo nunca resolvió todos estos problemas, lo que pasa es que los acabó disimulando actuando, como si fuera un actor que se tuviera que enfrentar al más difícil personaje de su vida e interpretarlo delante de un rey despiadado y sanguinario al que había que hacer reía para salvar la vida. Sólo interpretando el papel que había visto hacer a sus compañeros de universidad, a esos amigos más guapos que él, con más soltura con las chicas, con más labia, con menos vergüenza, con más polvos a sus espaldas en definitiva, aunque fueran polvos animales, terminó por derribar esa pared que siempre le separó del sexo femenino y que hizo que un día terminara por dar todo por imposible y decidir que si quería tener a una mujer en su cama en alguna ocasión tenía que comportarse como un cretino.

Pero aquella noche no ocurrió esto. El local en el que se adentró era el de otras muchas veces. Los camareros, aunque iban rotando muy a menudo, y casi nunca estaban los mismos de un año para otro, le conocían y sabían qué es lo que tomaba. Es difícil estar en un local de ese tipo y no pedir nada que no lleve alcohol, pero él nunca bebió nunca una gota de más. Nunca se había emborrachado, nunca había perdido el conocimiento, no digo desmayarse, sino el conocimiento de sus propios actos y palabras por culpa del alcohol. Ni tan siquiera el día de su graduación de la universidad se produjo tal milagro, como lo hubieran considerado los que por entonces eran sus compañeros y amigos de universidad. Más difícil es aún asumir que salía de noche y no iba a beber alcohol, mientras todo el mundo a su alrededor sí lo haría. Siempre se consideró el raro por eso, hasta que se dio cuenta que quien no bebe alcohol siempre es fiel a sí mismo, nunca se transforma en nadie. Por estas razones siempre intentaba hacerse amigo de los camareros del local, de ese garito ubicado en uno de los barrios que en aquello época más de moda estaban en Madrid.

Nada más entrar al local cuando los camareros le veían,  sabían qué tenían que ponerle. Nunca alcohol, pero eso sólo lo sabía él y los cómplices camareros que siempre se llevaban una buena propina por ese pequeño favor. Favor que consistía en hacer parecer que bebía lo que no bebía. Camuflaban de cóctel con alcohol lo que simplemente era un combinado de zumos y licores sin pizca del líquido amando por la fauna nocturna de ese tipo de locales. Así podía pasar por uno más y sin embargo seguía siendo el de siempre, al menos en ese aspecto. Así pasó también esa noche en la que decidió salir y merodear por su caía alguna presa, o terminaba él sucumbiendo a la caza de una depredadora más hábil. Quizá porque a fin de cuentas tampoco es que hubiera salido con mucha intención o simplemente porque le pilló desprevenido, la cuestión es que aquella noche no se fijó simplemente en una mujer. Hubo algo más. Algo que aquella primera vez que la vio no supo identificar por falta absoluta de práctica en esas lides y circunstancias.

La vio en el otro extremo de la barra, lo más lejana a él que se podía estar. Se fijó en ella casi al final de su primera inspección visual del lugar para ver qué tipo de gente es la que esa noche había en el local y con la que en el fondo tendría que bregar si se terciaba el caso. No estaba sola, cosa normal pensó él, teniendo en cuenta que destacaba entre toda la multitud. Llevaba un traje negro bastante escotado unos tirantes que cubrían parte de sus hombros aunque no del todo. La vio primeramente de manera fugaz. Luego reparó más tiempo en ella. Preguntó a uno de los camareros, el más mayor con el que tenía mayor confianza, que quién era esa chica y si había venido antes por allí. El camarero dijo que sí había ido alguna vez pero que apenas interactuaba con ellos, pedís lo que iba a beber, pocas veces tomaba una segunda copa y seguía coqueteando con su acompañante de turno. Por lo que pudo inferir de lo que el camarero le había dicho, esa chica, porque se la veía que era algo más joven que él y por tanto en comparación con él mismo era una chica, siempre que iba a ese local lo hacía acompañada y por tanto no iba a “cazar” a nadie como estaba haciendo él.

Esa primera vez que la vio la fotografió mentalmente. Su figura se quedó grabada en su mente, en sus retinas. Algo diferente a lo que siempre sentía cuando veía a una mujer en ese local se instaló en su mente, o quizá no fuera la mente le lugar abstracto donde se instaló ese matiz diferente a las otras veces. Su juventud se notaba en su cuerpo, mucho más estilizado que el de las mujeres con las que él solía acabar la noche, y en su cara. Se fijó desde la lejanía en que tenía el pelo largo y muy probablemente castaño, aunque con la poca luz que suelen tener esos locales bien podría ser negro azabache. La piel sin ser pálida tampoco era de un moreno casi artificial de ese tan de moda ahora entre las mujeres jóvenes que las lleva a gastarse un dineral en sesiones de rayos UVA creyendo que así se ponen morenas cuando lo único que consiguen en coger una tonalidad a piel de naranja quemada, poco natural y poco atractivo. Se pasó toda la noche, o mejor dicho todo el tiempo que pasó ella en el local mirándola, escrutándola.

Hubo un par de ocasiones en que él se dio cuenta de que ella se había percatado de su presencia, de que una mirada entre muchas que seguro se habían fijado en ella lo llevaba haciendo toda la noche sin casi separarse ni un segundo. Sus miradas se cruzaron varias veces, algunas de ellas simplemente por casualidad, pero hubo una en que ambos se quedaron unos segundos, o eso le pareció a él, que no fueron tal cosa sino décimas de segundo, apenas un instante, menos de lo que dura un parpadeo, mirándose, como queriendo comunicarse entre ellos. Desde esa mirada él dejó de ser tan directo en sus vistazos, pasó a mirar a las otras mujeres del local, aunque las demás no levantaban ese sentimiento dentro de él, esa sensación tan rara y diferente que esa noche estaba despertando ella.

Poco duró su presencia común en el local. Ella se marchó con la persona que la había acompañado. Pasaron ambos junto a él. Notó, sin descubrirlo por él mismo ya que prefirió fijar la vista en su bebida para evitar que sus miradas se volvieran a cruzas, que ella le miraba y le analizaba. En el hombre que la acompañaba sí se fijó algo más, mientras ella, unos minutos antes había ido al baño, probablemente a retocarse el maquillaje que llevara. Era mayor que ella, pero lo sorprendente es que también parecía mayor que él, algo que le desconcertó bastante. Y además no es que el hombre fuera el tipo de ella. Era un señor más que un hombre, con la cara trabajada por el tiempo y la vida, una cara que se notaba cansada por todos los avatares de la existencia. Una cara que mientras ella estaba en el baño parecía decir “¿qué hago yo aquí en este lugar, con lo bien que estaría en mi cama calentito en una noche tan fría y húmeda como esta?”. Al volver del baño, la cara del hombre cambió y pareció rejuvenecerse.

Cuando se quedó de nuevo solo en el local el camarero le preguntó si le pasaba algo. Él contestó que no, que parecía que esa no iba a ser su noche. Sin embargo, y a pesar de que no se podía quitar de la mente la cara de la chica que había visto y a la que había estado mirando desde que llegó, a pesar de que no podía pensar en ninguna otra mujer del local y solo era capaz de recordar la mirada que se habían cruzado furtivamente durante un instante minúsculo de tiempo que también pudo no existir, y del que muchas veces a día de hoy sigue dudando, la noche acabó tal como él había planeado. Acabó yéndose con una mujer un par de años mayor que él a la casa de ella que estaba más cerca que la suya y por tanto antes acabaría la noche. Hizo el amor con ella como lo había hecho otras muchas veces ya, sin terminar de acostumbrarse a ese calor humano poco sentimental y sincero, más bien animal que muchas. Tras acabar el polvo la mujer con la que se había ido y que le habría abierto las puertas de su casa y de su cuerpo, se quedó dormida. Estuvo un buen rato tumbado boca arriba, desnudo, junto a ella, sin dormir, pensando únicamente en la chica del local, en que quería volver a verla. Se marchó mientras la mujer roncaba.

Caronte.

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jueves, 26 de febrero de 2015

El Vals del Emperador (II)

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Sin embargo aquella mañana gélida de Madrid que había dejado todas las fuentes de la capital totalmente congeladas, él le devolvió el beso. Sacó la pasión de no se sabe dónde y tras el primer beso de ella, tan cálido y húmedo como siempre, él la cogió por la cadera, la aceró todavía más, hasta llegar a oler el perfume de su cuello y de su pelo y la besó también en los labios, con pasión, con fuego. La besó como si no hubiera besado nunca, como si aquello que estaba haciendo en ese instante, en esos pocos segundos que sus labios estuvieron juntos y sus lenguas jugaron al escondite en sus bocas, fuera la liberación total de su alma, el primer acto de un espíritu pasional encerrado en un cuerpo racional, frío y calculador, que nunca había amado y que no sabía si aquello que llevaba ya un tiempo sintiendo era amor o simplemente atracción física. Aquel beso significó una especie de liberación mental y corporal. Fue un impulso que no pensó ni razonó, fue un golpe de pasión que sofocó todo el calor que durante muchos años había guardado dentro de sí y que aquella mañana, a punto de tomar un avión para irse a Viena a pasar el Fin de Año y disfrutar del concierto de Año Nuevo, se liberó como cuando una gran presa abre sus compuertas y el agua fluye libre.

Cuando sus labios se separaron y estando todavía muy cerca el uno del otro, tan cerca que ambos podían notar el palpitar de sus respectivos corazones: el de ella calmado, probablemente más acostumbrado a esos envites de pasión y fuego, probablemente más bregado en estas lides ya que muy difícilmente su belleza haya pasado desapercibida entre los hombres, ya fuera en el colegio, el instituto o la universidad, o posteriormente en su trabajo; el de él desbocado, acelerado por encima de lo saludable, a punto de salírsele del pecho, mandando borbotones de sangre a todos y cada uno de los capilares de su cuerpo para hacerle sentir vivo, más vivo de lo que había estado en sus casi cuarenta años de vida; todavía sintiéndose mutuamente ella le dijo:

– ¿Y esto a qué ha venido don témpano de hielo ártico?

En su voz él notó algo que hasta el momento y durante los algo más de dos años que llevaban saliendo y acostándose juntos no había percibido nunca: sorpresa. Era un sentimiento sincero, no había duda en su asombro. Ella se le quedó mirando muy fijamente, sonriéndole con la boca semi-abierta todavía, mirándolo muy profundamente a los ojos, intimidándole con la mirada. Ese asombro que a ella la dejó un poco descompuesta por lo inesperado del beso apasionado que él le había plantado en un instante de lujuria, una lujuria que nunca había visto en ese hombre tan tímido, con el pelo claro, siempre corto y con algunas entradas y con un primer atisbo de canas sobre las sienes, la dejó sin palabras, o mejor dicho intentando buscar una respuesta, una explicación racional, de esas que él siempre buscaba a todo, para explicarse ese impulso.

– ¿A qué tiene que venir? Sabes que me gustas mucho, que me vuelves loco, que cada vez que te miro deseo abrazarte, acariciarte, besarte, hacerte el amor hasta desfallecer. ¿No puedo besarte? – le preguntó él, quizá no molesto por la pregunta de ella, pero sí algo temeroso de que esa actuación suya, tan diferente a cómo había sido él siempre hasta entonces, hubiera supuesto un paso demasiado grandes y desconcertante para ella, que obviamente no se esperaba ese recibimiento tan caluroso y furtivo por su parte.
– Sí que puedes, lo que pasa es que como nunca te he visto tan impulsivo, tan visceralmente apasionado que me ha chocado. No pensaba que el señor vergonzoso y tímido al que ahora mismo estoy mirando tuviera en su interior todo ese fuego y fuera capaz de actuar de esa manera tan impulsiva y poco racional.
– Pues acabas de descubrir, al mismo tiempo que yo he de decirte, que también tengo una parte irracional en mi alma. Los témpanos de hielo terminan derritiéndose cuando se acercan a aguas cálidas, y un hay nada más cálido que tu cuerpo.
– ¡Pero qué tonto estas hecho de verdad! –. Y en ese mismo instante empezó a reírse de nuevo con esa risa que él ya había escuchado otras muchas veces y en otros muchos lugares y situaciones. Esa risa amplia, sonora y contagiosa que le hizo sonreír ampliamente, y que podía presagiar un buen Fin de Año en Viena. Antes de ponerse en marcha con sus maletas y dirigirse al mostrador donde una joven señorita ya estaba atendiendo a las personas con las que compartirían travesía aérea, ella le volvió a besar y él se volvió a dejar hacer.

Al viajar en business no tuvieron que esperar en la cola general de facturación de la compañía aérea que les llevaría a Viena. El mostrador de facturación estaba vacío, no había nadie delante de ellos por lo que directamente se encaminaron hacia él siguiendo el fantasmal zig-zag de las cintas organizadoras de las colas de espera que al no haber nadie sólo provocaban que los que se metieran en ese laberinto parecieran payasos ejecutando un número circense de larga preparación y mucha tensión. Al llegar al mostrador apareció un hombre joven y apuesto, con el consabido uniforme de la compañía aérea con la que iban a volar. Se notaba que ese tipo de compañías aéreas elegían a sus trabajadores de cara al público fijándose principalmente en su aspecto físico y en ser agradables de mirar. Este chico lo era, tanto que cuando llegaron al mostrador él se fijó en que miraba mucho a su acompañante y ella a su vez le devolvía la misma sonrisa que dispensaba a cualquier persona que se dirigiera a ella de manera amable y cordial. Quizá fueran celos, o envidia, o temor a perderla, o simplemente odio por todo aquel que fuera más joven, más guapo, más apuesto, más extrovertido y que hubiera vivido y disfrutado más de la vida que él. Lo que es verdad es que su rostro se puso rígido y mostró un seriedad que hubiera impuesto temor al más valiente de los héroes de los cómics de hacía muchas décadas.

– Buenos días, ¿en qué les puedo ayudar? – dijo el chaval.
– Hola buenas, veníamos a facturar el equipaje para el vuelo a Viena – contestó él, con el semblante serio, intentando no entablar ninguna relación más allá de la estrictamente formal.
– ¿Cuántas maletas van a facturar señor? – volvió a preguntar el muchacho levantándose de la silla en la que esperaba que algún turista se acercara a facturar o sacar la tarjeta de embarque. Al levantarse él vio cómo era algo más alto que él. Se le notaba la juventud, quizá diez o doce años menos que los que tenía él, y que tenía un cuerpo trabajado en el gimnasio, musculoso y firme, a diferencia del cuerpo ajado ya por los años que llevaba sin practicar más deporte que un par de días de natación a la semana.
– Tres. – La sequedad en el tono era ya más que evidente lo que hizo que ella interviniera, mostrando que aparte de hermosa y bella, tenía una gran capacidad para media en situaciones tensas y de anticiparse a los sentimientos de él.
– Bueno una maleta normal, y otras dos enormes que se me han ido de peso al hacerlas y que me cuesta un montón moverlas la verdad – dijo ella para intentar suavizar un poco el tono de la conversación, y hacer que él se relajara y se olvidara del chico que les haría la facturación del equipaje.
– Bueno, siempre las mujeres llevan más equipaje que los hombres. Suele ser así. Esta mañana ya he visto varios casos iguales. No se preocupe, en la bodega de los aviones cabe de todo – explicó el muchacho agradeciendo de nuevo con una sonrisa, perdida por la brusquedad de la conversación anterior, que ella le dirigiera la palabra y tomara las riendas de la conversación informal.
– Caben hasta cadáveres en las bodegas de los aviones – volvió a añadir él, con ese humor negro tan característico suyo, pero que a veces no sabía dominar.
– Tiene usted razón caballero. Si me permiten sus maletas las mando hacia las tripas del aeropuerto para que lleguen a su avión. – Tras decir esto el chico salió de detrás del mostrador y con más facilidad de la que él hubiera demostrado puso las tres maletas en la cinta transportadora que las llevaría a lo largo de un periplo desconocido hasta la bodega de la nave alada que les llevaría a Viena.
– ¿Le puedo hacer una pregunta? – preguntó ella.
– Sí, dígame señorita, las que quiera, para eso estoy aquí – contestó del muchacho de nuevo desde detrás del mostrador, sentado en la silla toqueteando el ordenador para comprobar los datos de ambos.
– ¿Se sabe si el vuelo va con retraso? Es que tenemos muchas ganas de llegar a Viena y pasar unos días juntos. – Al decir esto, se giró para mirarle a los ojos mientras el chico seguía con el ordenador, se acercó a él y de nuevo le soltó un beso en los labios. Un beso casi de quinceañeros más que de adultos.
– No señora. El vuelo va en hora, y no se prevé que vaya a haber ningún retraso. – Tras decir esto el chaval, que hasta ahora sólo la había mirado a ella desde que empezó a hablar, cambió el tono en su voz de manera casi imperceptible, y le lanzó un par de miradas a él. Miradas que parecían querer decir “menuda mujer tienes cabrón, no te lo crees ni tú”; miradas a las que ya estaba acostumbrado de tanto haber ido con ella a restaurantes donde los camareros más jóvenes que él le miraban con una especie de envidia y reproche por la gran diferencia de edad que se llevaban ambos y que parecía ser un pecado.
– ¡Qué bien! Muchas gracias. Que tenga muy buen día – le dijo ella a modo de despedida cogiendo los dos pasaportes, el suyo y el de él.
– Gracias a ustedes señora. Que tengan un muy buen día y que disfruten de su viaje a Viena. – Esto último el chico lo dijo mirándole a él e inclinando un poco la cabeza a modo de despedida.
– Gracias. – Contestó él, y agarrando por la cintura a su acompañante se fueron caminando hacia el control de pasaportes para pasar a la zona de tránsito y esperar a que se designara puerta de embarque para su vuelo.

Así, abrazándola a ella por la cintura, se encaminaron hacia la zona de control de pasaportes y se seguridad para pasar a la zona de duty free. Una vez  hubieron realizado todo lo que las normas de seguridad de los aeropuertos imponen a todos los turistas terroristas que vuelan a lo largo y ancho del mundo, a saber, quitarse el cinturón, el reloj, las pulseras y los anillos, dejar la cartera, el móvil, las monedas sueltas que siempre van sonando en el bolsillo y las llaves de la casa en la bandeja que se alejará de nosotros a través de una cinta que la hará pasar por un escáner para que los ojos de un policía experto en ignorar lo que ve decida si hay algo digno de ser considerado sospechoso o no; una vez pasaron por el arco de seguridad y él fue cacheado de manera rutinaria por una mujer que no sonreía ni aunque el mejor cómico del mundo hubiera realizado su mejor espectáculo, se dirigieron a tomarse algo en una de las múltiples cafeterías del aeropuerto.

Una de las cosas que tiene el Aeropuerto de Madrid en comparación con otros aeropuertos del mundo es que en un día claro y luminoso se puede ver a lo lejos la sierra. Aquella mañana era luminosa y clara, y por tanto desde uno de los extremos de la alargada terminal 4 se podía ver casi a la perfección la grandiosidad de las montañas de la sierra de Madrid. Montañas muchas veces ignoradas y menospreciadas por los propios madrileños que las consideran menores, si las comparan con los Picos de Europa o con el Pirineo de Huesca o Lérida. Sin embargo él nunca las consideró montanas de segunda categoría. Hace años cuando estaba en la universidad siempre terminaba polemizando, en ocasiones con amigos y compañeros, sobre esas montañas. Muchos de sus amigos las consideraban de segunda, decían que eran unas montañas sin importancia ni belleza, pequeñas, sin nada interesante, ni lugares o parajes para el recuerdo, a lo que casi siempre respondía con el mismo argumento: “¿cuántas ciudades capitales en Europa pueden presumir de tener de fondo, casi como su skyline, una gran cordillera montañosa, que en invierno suele estar coronada por la blancura de la nieve?”. Casi nadie respondía a esa pregunta, porque no hay ninguna capital de Europa en la que pase eso.

Mientras se tomaban un café en el aeropuerto, sentados uno enfrente del otro en una mesa de la cafetería veían esas montañas, con sus cumbres cubiertas de nieve, con su grandiosidad y pétrea presencia, en la lejanía, iluminadas ya por esa blanca luz de invierno que reina en Madrid en esa época y que no se encuentra en ningún otro lado del mundo. Todavía faltaba como una hora para que su vuelo saliera y pusieran rumbo a Viena, por eso estaban allí sentados haciendo algo de tiempo. Él se estaba tomando un café con leche, ella un té clásico inglés.

– ¿A qué ha venido esa actitud con el chico del mostrador de facturación? – preguntó ella.
– ¿A qué actitud te refieres? – dijo él, intentando hacerse el desentendido y el despistado, pero sabiendo muy bien qué es lo que ella quería decir.
– Pues a que por qué has sido tan serio y seco con ese chico que sólo estaban haciendo su trabajo, que es ser amable con los clientes.
– No creo que haya sido seco, simplemente no me gustaba como te miraba y punto – añadió él, un poco irritado con la actitud de ella que parecía no darse cuenta de cómo la miraban muchas veces los hombres más jóvenes que él, sobre todo cuando se daban cuenta de que iban juntos.
– ¿Y cómo me miraba, si puede saberse? Porque no creo que fuera de ninguna manera especial. – Ella ya no parecía tan irritada. Había cambiado el semblante algo serio que ponía cada vez que hablaba con él de algún asunto más serio de lo normal, para pasar a mostrar una especie de sonrisilla pícara que parecía querer decir que le gustaba verle algo celoso del resto de los hombres.
– Pues con una mirada de deseo, de querer ver más allá del vestido que llevas puesto, de querer ver aquello que sólo yo quiero que me dejes ver. Esas miradas que ponen aquellos hombres que cada vez que te miran, ya sea el chaval del mostrador de facturación o el camarero del restaurante de hace uno días, o incluso el chico que nos vende las entradas para el cine o el teatro. – Él ya sabía que la actitud de ella había cambiado en cuanto notó los celos de él, y eso él lo sabía.
– Vamos, la misma mirada que me puso hace un par de años un hombre algo más mayor que yo y que lo único que quería con ella aquella noche era desnudarme con los ojos, cosa que no pudo hacer hasta un par de ocasiones más tarde cuando por fin dije que quizá esa mirada podía llegar a ser interesante, ¿no? – Al ir escuchando esto, él bajó la cabeza y se pudo a dar vueltas con la cucharilla al café, intentando hacer ruido con ella chocándola contra las paredes de la taza.


Caronte.


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miércoles, 25 de febrero de 2015

El Vals del Emperador (I)

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Todas las partidas son momentos extraños a los que uno no termina de acostumbrarse nunca, a pesar de hacerlas muy a menudo. Por mucho que se esté viajando casi todos los meses por trabajo el inicio de cada uno de estos viajes siempre es diferente por muy rutinarios que terminen siendo. Siempre hay nervios por cómo va a ser esta vez el viaje, por qué es lo que puede cambiar, por el lugar al que por obligación o devoción se tiene que ir. Por esto los aeropuertos siempre han sido para él lugares en los que nunca se ha terminado de sentir a gusto; lugares donde todos son extranjeros, pasajeros, viajantes, personas temporales que van o vienen, se marchan para siempre o vuelven después de mucho tiempo fuera de casa.

Aquella mañana no fue diferente y a pesar de que esa vez el viaje que iba a emprender lo haría acompañado y lo hacía por placer, estaba igual o más nervioso que de costumbre. El Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez, como al final a pesar de las reticencias, las quejas y las impertinencias de ciertos grupos políticos se terminó conociendo al que durante muchas décadas fue el Aeropuerto de Barajas, siempre le produjo una sensación de libertad a la vez que le inspiraba temor. Desde que por primera vez fuera con sus padres, hace ya décadas, a Estambul, en lo que siempre consideró su primer viaje en avión, aunque sabía que no había sido así ya que siendo él muy pequeño, cuando apenas contaba con dos o tres años, viajó a las Islas Canarias, a Lanzarote, para pasar probablemente sus primeras vacaciones en la playa, los aeropuertos siempre habían sido para él la puerta de salida a la libertad, a despegarse de su vida normal, corriente y monótona, y a poder respirar y conocer otros mundos tan semejantes y a la vez tan distantes del suyo.

Pero los aeropuertos siempre fueron también los lugares en los que las despedidas siempre eran más amargas. Esos lugares donde partía para una o dos semanas, a veces incluso varios meses, y donde se despedía de sus padres. Su madre siempre se echaba a llorar y le daba muchos besos en la cara, en las dos mejillas dejando siempre esa humedad incómoda de la saliva que él siempre se limpiaba con la mano. Su padre siempre le despedía de manera menos efusiva, simplemente con un abrazo, intentando consolar más a su madre que preocupándose por él. Esas despedidas siempre se resultaron incómodas, nunca se sintió demasiado unido a sus padres, nunca tuvo esa confianza ciega, total y absoluta en ellos como veía que tenían las demás personas que antes o después pasaron por su vida en forma de amigos, compañeros de estudios o de trabajo. Siempre se sintió como encerrado y aprisionado por su familia, por tener que  hacer siempre de buen hijo, de hijo modelo para que sus padres pudieran presumir y, en cierta manera, despreciar a quienes no eran como él criticando a sus amigos que repetían algún curso en el instituto, a los que no habían decidido estudiar una carrera tan dura y habían optado por otra más sencilla. Sin embargo a pesar de esos sentimientos siempre terminaba sintiéndose más por pensar esas cosas y sentir ese descanso al separarse de sus padres cada vez que se iba de viaje por estudios o trabajo cuando era más joven. Ahora ya esos recuerdos estaban muy lejanos, más aún desde que sus padres murieran en un accidente de tráfico al volver del pueblo.

Por eso aquella mañana cuando iba a marcharse a pasar el final de año a Viena acompañado por ella, todos esos recuerdos buenos y malos se le cruzaron por la mente. De vez en cuando recordaba fragmentos de su vida pasada, de una vida que vivió de la mejor manera posible, o eso es lo que pensaba mientras la vivía, pero que ahora sabía que no había sido una manera buena. Siempre llevaba consigo la losa de melancolía y remordimiento por todo aquello que no hizo y que tuvo que haber hecho, de lo que dijo y quizá debería haber callado, pero también de todo aquello que hizo y luego supo que si no lo hubiera hecho mejor le habrían ido las cosas, o de todo lo que dijo sin tener que haberlo dicho. Pero cada persona es un mundo, y como una vez le dijo un compañero de la universidad cada uno debe hacer siempre aquello que le haga sentirse feliz en cada momento, ya habrá tiempo de juzgar los actos realizados y las palabras dichas y ver si fueron adecuadas o no. Pero nunca hizo caso de los consejos de sus amigos, siempre pensó que en algún momento algo cambiaría porque sí. Ese momento nunca llegó.

Se iba a Viena con ella porque así él se lo había pedido hacía un año. No tenía claro que ella fuera a aceptar teniendo en cuenta que tenían una relación bastante extraña, que no se podía considerar de pareja, o sí quien sabe, pero que no distaba mucho de serlo. Ella dijo que sí y nada más hacerlo, a primeros del mes de enero, pidió las entradas para el Concierto de Año Nuevo. Y por esa razón aquella mañana luminosa, de esas mañanas muy típicas del mes de diciembre en Madrid, se encontraba esperándola en el mostrador de la compañía aérea que les llevaría hasta la capital del antiguo Imperio Austrohúngaro, a la capital de la música, de Sisi emperatriz, del barroco: a Viena. Desde pequeño había visto todos los años cada primero de enero el Concierto de Año Nuevo retransmitido por el primer canal de televisión española. Muy pocas veces se lo había perdido, y cuando lo había hecho no era por voluntad propia sino por asuntos que requerían se total atención o porque estuviera pasando el Fin de Año en algún lugar del mundo en el que no pudiera verlo por televisión. También quiso siempre ir hasta Viena algún año para poder ver el Concierto en vivo, sentado en una de las butacas de la Sala Dorada de la Musikverein siguiendo atentamente los compases y el ritmo de los valses, polkas y marchas que la Filarmónica de Viena interpretara bajo la dirección de la batuta de algún maestro de la música clásica.

Nunca le gustó llegar tarde a los sitios ni que le esperara nadie en una cita, ya fuera con amigos, por trabajo o cuando había quedado con una chica, aunque en este último caso hubieran sido muy pocas las ocasiones en las que se podría haber producido un retraso por su parte. Podría contar con los dedos de las manos, y le sobraría algunos, las veces que había llegado tarde a alguna cita. Las veces que había llegado tarde siempre estaban más que justificadas, si es que en algún caso un retraso en una cita sea cual sea el ámbito o la índole de la misma está justificado y no se pueda achacar a la falta de previsión. Por ese gusto a la puntualidad llegó antes de la hora convenida con ella para encontrarse en el aeropuerto. Por esa misma razón él ya estaba esperándola con su maleta cerca del mostrador donde debía facturar su equipaje para Viena.

Como siempre que quedaban ella estaba radiante, con su melena castaña suelta, ondulada como lo está el mar cuando se prevé que va a haber temporal. Levaba una maleta grande y otra pequeña como equipaje de mano y colgado del hombro un bolso ni muy grande ni muy pequeño, justo lo que siempre consideró un bolso y no esos sacos sin fondo que siempre veía que llevaban las mujeres en su trabajo o simplemente por la calle, donde podría caber desde un pintalabios hasta un gato para levantar un coche y cambiarle la rueda tras un pinchazo. Estaba guapísima, pensó él, y mientras la miraba caminar con ese paso firme, moviendo las caderas como sólo ella sabía, con ese movimiento que le cautivó desde el primer momento en que la vio y supo que la quería a ella, ella le sonrió y él tímidamente, como siempre hacía ante las muestras de cariño, le devolvió la sonrisa sabiendo que por mucho que lo intentara nunca llegaría a sonreír tan sinceramente como ella lo hacía.

Siempre fue muy tímido, y muy torpe quizá también, con las mujeres, con todo el sexo opuesto al suyo. Cada vez que una chica le gustaba y esa chica estaba en su presencia, él se sentía intimidado, con mucha vergüenza y también con algo de miedo, vergüenza a que ella se diera cuenta del pudor que él sentía cada vez que la miraba, y miedo a que si él le dijera algo ella le ignorara o le hiciera de menos. Por eso nunca se atrevió a ir más allá. Nunca supo superar ese miedo escénico que sentía cuando se empezaba a mover por el terreno de la atracción física, de los sentimientos profundos dominados por el corazón y por el deseo, del coqueteo o de la simple relación con una chica. Por esto no había tenido nunca pareja, o al menos nunca sus amigos le habían conocido novia, o rollo, o nada más serio o menos formal. La verdad es que siempre tuvo esa losa sobre sí mismo, siempre se dijo que si sus padres no le hubieran metido en la cabeza que los estudios eran lo primero, por encima de cualquier otra cosa, y que para todo lo demás ya habría tiempo en la vida, probablemente hubiera disfrutado más de la vida, de su juventud, esa que él siempre ha dicho que no disfrutó, y su relación con las chicas hubiera empezado cuando debería haber empezado en el colegio cuando era más un juego de a ver quién del grupo de amigo se atrevía a decirle algo a tal o cual chica. Pero esa losa del deber del estudio pesó más que cualquier otra y nunca se la quitó, o cuando lo hizo ya consideró que todo estaba perdido y que no iba a saber qué hacer ni cómo actuar al relacionarse con una mujer.

Nada más llegar ella a su altura, y sin perder ni un ápice de su sonrisa, le dijo:
– ¿Llevas mucho tiempo esperando?
– No, apenas unos minutos. Ya sabes que no me gusta que me esperen y que no me importa esperar hasta la hora convenida, incluso un poco más si la causa lo merece, como es el caso cada vez que espero para verte de nuevo – le contestó él, siempre intentando mantener una sonrisa semejante a la que ella le brindaba pero que apenas conseguía ser una copia barata, de los chinos, burda y poco sentimental, más bien fría.
– ¿Con que hubiera merecido la espera, eh? – añadió ella, sarcástica, socarronamente usando ese tono burló que tanto le gustaba a él y que siempre intentaba buscar en ella.
– Te hubiera esperado hasta el último minuto de mi vida si hubiera sido necesario, ya lo sabes.
– ¡Cómo te ha gustado siempre exagerar! – exclamó ella levantando la vista al techo de bambú de la Terminal 4 del aeropuerto madrileño, riéndose.

– No exagero, lo único exagerado que hay ahora mismo en este aeropuerto es tu belleza, las ganas que tengo de estar en Viena contigo y de hacerte el amor hasta acabar reventado, y los gritos de ese crío que están a punto de hacer revenar los tímpanos de su madre, si es que no han reventado ya y no le oye por estar más sorda que una tapia. – Dijo él mirando hacia un rincón del aeropuerto, muy cerca de donde estaban parados, donde había una mujer entrada en carnes con dos críos pequeños, uno ensimismado jugando con una consola portátil a algún videojuego de matar violentamente a alguien y el otro pegando unos gritos que ni un torturado por la Santa Inquisición. La madre con cara de hartazgo terminó por soltar un sonoro guantazo al niño gritón que, aparte de sonar como si un músico hubiera chocado dos platillos en el momento más apoteósico de una pieza musical, terminó por silenciar los chillidos maníacos del niño que no tendría más de seis años.

Caronte.

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sábado, 21 de febrero de 2015

¡Qué bueno estás Oscar!

Mañana domingo amanecerá en Los Ángeles como cualquier otro día del año. Sin embargo no será un día cualquiera del año. La mañana se alzará tibia como suele ser habitual incluso en esta época del año en las poblaciones costeras del Estado de California; tibia tirando a fresca, con olor a mar, a sal, a conchas semienterradas en la arena de las playas de Santa Mónica. Poco a poco la oscuridad de la noche se irá disipando y el negro opaco del cielo irá tornándose en violeta, naranja  y luego azul, hasta llega a ser transparente y luminoso. La luz irá ganando terreno a las tinieblas e iluminando el mítico cartel gigante en el que esas letras blancas tan famosas señalan que se está en el centro de la industria del cine comercial mundial: Hollywood.

Como digo el domingo amanecerá como lo hace siempre, con el graznido de las gaviotas como único sonido que rompa la quietud de la mañana. Pero el domingo, mañana, será los Oscar: la noche más esperada por la industria del cine mundial, esa noche donde el duro trabajo de varios años puede verse recompensado y reconocido por aquello que se supone más saben. Es posible que mucha gente se levante el domingo sin haber podido pegar ojo, con unas ojeras de drogadicto que lleva sin dormir por el “mono” varios días. Nervios, tensión, alegría o resignación contenidos dominarán a actores, actrices, directores y guionistas entre otros. Nervios que cerrarán el estómago cuando más hambre se tenga. Tensión que hará que el buen humor y el carácter de muchos pasen a ser insoportables. Alegría contenida de los que saben que tienen muchas posibilidades de alzarse con la dorada estatuilla y que saltarán de sus asientos exultantes cuando el encargado de anuncia el premiado pronuncie su nombre. Resignación del que sabe que ha sido nominado para completar el quinteto de candidatos pero que simplemente irá a la ceremonia a cenar gratis y pasar el rato.

Así será el domingo para unos pocos privilegiados que asistirán a la ceremonia de entrega de premios en el teatro Dolby, que anteriormente y durante muchos años fue el Kodak, y que quizá mañana se termine llamando Microsoft. Para todos los demás mortales habitantes de este planeta que nos gusta el cine el domingo es un día señalado en nuestro calendario como un día importante. Será un domingo que en España pasará en lunes y que llegará a los periódicos el martes, cosas del cambio horario. Los que somos amantes del cine estaremos pendientes de Los Ángeles para saber quiénes son los galardonados este año con la tan deseada estatuilla dorada de un señor en cueros llamado Oscar, y al que muchos le piropearán a posteriori con un ¡qué bueno estás Oscar! Yo estaré entre los que el lunes en cuando tenga un minuto me meteré en internet para saber quiénes han sido los ganadores y triunfadores de la noche, quiénes los rotundos perdedores, y cuáles han sido las injusticias de la noche.

Pero también tendré mucho interés en la ceremonia de los Oscar porque querré saber si he conseguido alzarme con el premio de la “porra de los Oscars” que celebra el cineclub de mi Escuela. Seis años llevo con este participando en la porra, desde el primer año que pisé la universidad y vi que celebraban esto. Y cinco años han sido los que no he sacado nada en claro. El año pasado me quedé a un acierto del ganador. Con los años fui perfeccionando mi técnica para echar esta porra, y siempre que llegaba febrero esperaba con impaciencia y emoción que anunciaran la “porra”. Este año es especial porque se supone que será la última que eche, pero como los anteriores no espero ganarla, siempre hay algún premio que se me termina por escapar ya sea porque voto con el corazón más que con la cabeza, o porque la Academia del cine norteamericana se decanta por hacer una frivolidad.

Y no creo que vaya a sacar nada en claro ni a ganar la porra de los Oscar de mi Escuela porque este año los premios principales, mejor director y película, van a estar muy disputados. Hay categorías en las que los ganadores están más que claros, que han ido arrasando en todas y cada una de las entregas de premios que se llevan celebrando en el mundo del cine desde el pasado mes de enero. Sin embargo hay otras categorías en las que el ganador está algo más dudoso y va a haber mucha más lucha. Por número de candidaturas tres son las grandes favoritas para la noche del domingo, a saber: “El Gran Hotel Budapest”, “Birdman” y “Boyhood”. Estas tres películas se repartirán los premios más técnicos de la noche, ya que los premios interpretativos irán a parar muy probablemente a actores de películas quizá menos conocidas.

En el ámbito interpretativo creo que tres de los cuatro premios están más que claros. Julianne Moore tiene prácticamente adjudicado el Oscar por su papel de enferma de Alzheimer en “Siempre Alice”; a Hollywood siempre le han gustado este tipo de papeles dramáticos en los que los actores tienen que sacar todo su talento para transferir a los personajes credibilidad. No sé si será una justa ganadora o no porque no he visto la película, pero el Oscar a Mejor Actriz Principal lo tiene prácticamente en el bolsillo. En las categorías de actores secundarios los grandes favoritos son J. K. Simmons por “Whipash” y Patricia Arquette por “Boyhood” ya que han arrasado y se han alzado con cuantos premios se han concedido este año. No he visto ninguna de las dos películas, luego tampoco puedo opinar sobre sus interpretaciones, aunque sí he de reconocer que me gustaría ver “Wiplash”, una historia sobre un chaval al que le encanta el jazz y que para ser una gran músico es ayudado por un profesor demencial e inaguantable interpretado por J. K. Simmons. “Boyhood” no tengo intención de verla.

Sin embargo a pesar de esta relativa claridad en los premios interpretativos, está la categoría de Mejor Actor Principal que va a estar mucho más reñida. Hasta el momento ha sido Eddie Redmayne, por su papel en “La Teoría del Todo” como Stephen Hawkings, quien se ha llevado el gato al agua, pero en Hollywood nunca se sabe y quizá por su juventud y por juzgar que tiene toda la vida por delante para ganar un Oscar el premiado sea Michael Keaton por su papel en “Birdman”. Depende de cómo se lo tome la Academia podrá ganar uno u otro, si optan por la juventud, por una interpretación magistral y muy dura como la que hace Redmayne será este quien se alce con el Oscar. Por el contrario si optan por la veteranía y por premiar una carrera brillante en el cine y poco reconocida, será Michael Keaton el ganador. Pero yo aquí sí que tengo algo más que decir, porque creo que ninguno de los dos merece el Oscar, creo que el mejor actor de este año es Benedict Cumberbatch por interpretar de manera intensa, realista y dura a Alan Turing en “The imitation game”. Sin embargo Hollywood ha ignorado este papelón de una intensidad sobrecogedora en algunos momentos, cosa que me parece una frivolidad, algo típico de Hollywood por otra parte. Pero el domingo saldremos de dudas y veremos si se ha hecho justicia.

Pasemos ya a los dos premios gordos de la noche del domingo. Para Mejor Película este año hay ocho candidatas, de las cuales he visto la mitad, aunque ninguna de las dos grandes favoritas para alzarse con este premio como son “Birdman” y “Boyhood”. La primera sí que me hubiera gustado ir a verla pero al final por cuestiones que no vienen al caso no fui, la segunda no tengo ni ganas ni intención de verla, ni en el cine ni en mi casa a posteriori. Supongo que la ganadora será “Boyhood” ya que parece que este año gustan las frikadas. No entiendo qué tiene de cine estar doce años grabando la vida de un chaval durante su adolescencia, o de interesante, no sé qué verdadero placer hay en algo así ni qué se ha pretendido demostrar con esta película, pero algo tendrá digo yo. Si ganara “Birdman” creo que sería algo más justo ya que es una historia original, de las pocas que se hacen en Hollywood últimamente. Pero aquí yo también tengo mi favorita, que no es otra que “El Gran Hotel Budapest” que desde que la vi el año pasado me dejó un grandísimo sabor de boca, y creo que es de lo mejor que ha ideado la industria del cine en los últimos años. Para Mejor Director, pasa tres cuartos de lo mismo, estará entre Alejandro González Iñárritu por “Birdman” y Richard Linklater por “Boyhood”. Vuelvo a decir lo de antes, no puedo juzgar. Creo que estaría bien que este año, y que no sir de precedente, se dividan estos dos grandes premios y vaya cada uno para una película, cosa que como saben quienes me conocen no me gusta que se haga.

Para el resto de los premios que se darán en la noche del domingo creo que el Mejor Guión Original será para “El Gran Hotel Budapest”, aunque “Birdman” también tiene grandes posibilidades; mientras que el Guión Adaptado será muy probablemente para “La Teoría del Todo”. Los premios más técnicos estarán bastante repartidos, con especial predominancia para “El Gran Hotel Budapest”, aunque dependiendo de la categoría podría haber sorpresas, aunque no suelen ser premios en los que las sorpresas sean mayúsculas. La Mejor Banda Sonora debería ser para “La Teoría del Todo” ya que es sin duda la más minimalista e intimista de todas las nominadas y además sabe transmitir los sentimientos adecuaos que acompañan a la historia que se narra en la película. Como película de animación creo que la ganadora será “Cómo entrenar a tu dragón 2” aunque la verdad es que entre las nominadas no es que haya gran calidad, sin desmerecer ninguna que conste.

Pues ya está creo que no tengo mucho más que decir. Sólo queda esperar. La alfombra roja ya estará tendida, el decorado dispuesto, las carpas desplegadas y las gradas de prensa y aficionados al cine colocadas en su sitio para que nadie se pierda ni un ápice ni segunda del desfile de modelitos de las actrices para poder criticar o alabar a gusto una vez acabe la ceremonia. Los sobre con los nombres de los ganadores ya están lacrados y a buen recaudo. Las estatuillas del tío Oscar pulidas y brillantes para levantar los amores y desvelos de los candidatos. Sólo falta que llegue el domingo para que todo se sepa, para que el velo de misterio y nervios que envuelve el anuncio de cada ganador caiga y se sepa quien ha sido galardonado este año con el premio más codiciado del mundo, el Oscar de Hollywood. Apenas quedan unas horas para que llegue todo este gran circo del cine, para que algún ganador nada más recibir su premio diga: ¡Qué bueno estás Oscar!

Caronte.

sábado, 14 de febrero de 2015

No le doy trabajo a Cupido

Es curioso que una de las mercancías que más se transporte por vía aérea, un medio de transporte poco empleado para el transporte de mercancías, sean las flores. Pues aunque pueda parecer chocante es así. Yo me he enterado esta misma semana en la universidad, creo que es de lo poco que este año voy a terminar reteniendo en mi cabeza, bueno este año y muy probablemente en toda la carrera. Las flores son los productos más transportados en los aviones de carga, seguidas del pescado, productos de lujo y por supuesto los muertos que deben ser repatriados, aunque éstos últimos no sé si pagarán asiento (muy probablemente en Ryanair sí lo hagan). ¿No es curioso? A mí al menos sí me lo pareció.

Inmediatamente tras saber este dato aparentemente superficial pensé en la semana que deberían estar pasando los aviones de carga en estos días con el 14 de febrero como fecha horizonte. Ha debido de ser una semana algo movidita para los pilotos que comanden los aviones entre Holanda y España, o entre Venezuela y España. ¡Es San Valentín! Hasta las narices estaría yo si fuera piloto de avión si me dijeran que tengo que hacer varios vuelos entre Ámsterdam y Madrid o Vitoria para llevar cargamentos inmensos de flores para que algunos pringados las compren para regalarlas a sus parejas sólo porque una gran superficie comercial diga que este día hay que hacer algo especial. ¡Coño si quieres a tu pareja regálala flores todos los días, no sólo uno al año! Hasta las narices estaría si fuera piloto y sólo trajera a Madrid en la bodega de mi avión flores de todos los colores, aromas y tamaños desde Ámsterdam, con la de cosas interesantes que puede ofrecer Holanda: marihuana, el barrio rojo, marihuana,..., ¡ay va, me he repetido! Bueno todos sabéis lo bueno que tiene Holanda, no tengo yo que estar recordándolo aquí. Y esto si la ruta que tuviera que seguir es con Holanda, si fuera con Venezuela, probablemente me cortaba las venas.

¡Cuánto mal ha hecho El Corte Inglés a las relaciones de pareja materializándolas y eliminando el factor sorpresa! Porque ahora hay que ser romántico cuando lo dice El Corte Inglés, sólo los días que nos señala muy decentemente en el calendario, ni más ni menos. Pero lo peor no es que las grandes superficies se hayan apropiado de una fecha en el calendario y se hayan apropiado del amor y lo usen solo para su beneficio empresarial. Lo peor es que la gente les ha seguido el rollo, y se la siguen, sobre todo los chavales jóvenes, esos jóvenes enamorados que tienen la cara llena de granos y que hace dos días estaban disfrutando de los Lego que los Reyes Magos (y no los padres) les regalaban por Navidad; estos jóvenes, muchos de ellos imberbes, y ellas imberbas (toma golpe al diccionario, aunque si toda una Ministra del Gobierno de España pudo decir miembras, yo también puedo usar este palabro), se han creído la patraña vendida por los grandes centros comerciales y se suman a la ola que arrastra a toda la masa enamorada (o imbécil, como se quiera ver) en estas fechas previas al 14 de febrero a comprar un regalo para sus parejas, para celebrar lo enamorados que están y lo que se quieren. ¡¿Si quieres a tu chica o chico lo querrás todo el año no?!

Muy hábiles fueron en su día las grandes superficies comerciales para aprovecharse de la ingenuidad de las parejas de enamorados, para jugar con la ilusión y el deseo del amor, de ese fuego irrefrenable que cuando prende ya no hay quien lo extinga, aunque siempre podrá agotarse como todo en la vida. Pocas son las llamas de amor creadas por una flecha de Cupido que duran eternamente, más allá incluso que la propia muerte. Pocas son las pasiones intemporales. Pero las hay. Esas sí que demuestran que todavía puede tenerse esperanza en el mundo. Todavía hay parejas que duran eternamente, hasta después de muertas, cuyo amor traspasa sus propios cuerpos, sus propios seres y se contagia a todo su alrededor; gracias a estas parejas todavía se puede pensar que el amor existe, porque por mucho que lo creamos San Valentín, y todo el ritual y ceremonial que conlleva no es amor, es consumismo.

Por desgracia cada día que pasa y que la globalización nos invade el amor ha pasado de ser uno de los sentimientos más escasos de nuestra vida a ser un bien de consumo. Ahora el amor se consume en días como San Valentín, y en conceptos absurdos que creo que tienen las parejas de hoy en día como por ejemplo el celebrar hasta el más mínimo aniversario. Si nos parásemos un momento a pensar nos daríamos cuenta que amar, lo que se dice amar, amamos a muy pocas personas a lo largo de nuestra vida (los que van a programas como Hombres, Mujeres y Viceversa, aman mucho más, claro, son seres sobrenaturales dotados de mayores capacidades sentimentales que el común de los mortales). Mucha suerte creen tener aquellas personas que dicen haber amado muchas veces, pero sinceramente lo que tienen es ignorancia del amor. Nos podríamos dar con un canto en los dientes si a lo largo de nuestra corta existencia somos capaces de amar a una o dos personas. Podemos apreciar a muchas personas, compañeros del colegio, del instituto, de la universidad, del trabajo, del gimnasio al que vas todos los días o al mecánico al que llevas el coche cada vez que éste se estropea; podemos querer a un puñado de personas, como a nuestra familia y a algún que otro amigo, ya en este sentimiento el grupo se reduce considerablemente; pero a la hora de amar, los dedos de una mano deberían ser más que suficientes para contar a las personas a las que amamos en nuestra vida.

Sin embargo a día de hoy se confunde los términos. Decimos amar a nuestra familia, cuando eso no es así. A la familia se la quiere porque es simplemente tu familia. Decimos querer a cualquier persona que un día nos ha caído bien, aunque no hayamos creado una confianza entre nosotros. Y decimos amar a todas las personas que algún día nos han gustado o que han pasado por nuestra vida de manera algo más intensa de lo normal. Se ha mercantilizado el amor. Cupido ha pasado de ser un dios mitológico que pocas veces aparece por nuestras vidas, si es que en algún momento lo hace, a ser un empleado más de El Corte Inglés, un “relaciones públicas” por obligación encargado de atraer a cuanta más gente mejor a comprar durante los días previos al 14 de febrero a los grandes centros comerciales. ¿Eso es amor? Yo creo que no. Dicen que este día es el más romántico de todos los del año, o al menos eso es lo que nos han vendido y la gente joven ha comprado como cierto. Pero que un día que probablemente para una pareja no suponga ni el aniversario de su primer beso, o la primera cita, o de la primera vez que hicieron el amor o del primer ramo de rosas, sea el más romántico del año, es cuanto menos chocante, y creo que para las parejas que sí suponga tal cosa lo único que representa es su falta de amor y pasión.

Pero está muy bien decir todo esto y creerse al margen de todas estas materializaciones cuando no se tiene pareja. Y es cierto, probablemente esté siendo cínico de más, porque el día que Cupido se fije en mí y me lance una flecha inflamada, o quizá según se considera al amor en estos tiempos un “flyer”, yo me comportaré igual de absurdamente que todos los que hoy harán algo especial solo por ser San Valentín. También a mí me gustará que llegue este día y poder celebrarlo haciendo algo que se salga de lo normal: llevar a mi chica a cenar a un restaurante algo más romántico que a un Vips o a un Ginos, como por ejemplo La Trufa Dorada; buscar durante las semanas anteriores al 14 de febrero un regalo especial que le haga ilusión y no se espere (aunque ella siempre se espera algo, y lo peor es que se espera que ese algo coincida con lo que tú has pensado que es lo que espera); recibir yo también un regalo por su parte, aunque sea un regalo esperable ya que soy una persona a la que es muy fácil regalar algo que me haga ilusión; tras cenar irnos a tomar algo a algún sitio; y por último acabar en mi casa que estaría vacía ya que habría despachado a mis padres por ahí a que se fueran a pasar el fin de semana y así poder tener todo el finde la casa para mí y poder pasarlo con mi chica haciendo las cosas que hacen las parejas, jugar al Monopoly, ver una película de autor turca y construir una Torre Eiffel con palillos.

A pesar de todo, Cupido todavía no se ha fijado en mí, quizá a lo mejor porque sabe que no comulgaría mucho con las política comercial de sus jefes en El Corte Inglés, que hace del amor o de su sucedáneo un negocio como ya en su día se hizo con la muerte. No le doy trabajo a Cupido todavía, y por tanto los aviones de carga no tienen que traer todavía más flores para que yo se las regale a mi chica. Supongo que algún día también yo caeré en este mercantilismo, o quizá debería haber caído ya y haber tomado como amor lo que no lo es y haberme creído enamorado de una chica sin que hubiera entre nosotros nada más que pura y dura atracción física. El amor es una relación sentimental entre dos personas que se aman, respetan y comparten valores comunes, no es una relación comercial, ni tan siquiera sexual aunque ésta última sea un parte imprescindible en el amor. Y sin embargo el amor se considera y se ha degradado a una relación comercial de intercambio en el que unas personas dan algo esperando recibir algo a cambio, y si no se recibe la relación comercial se acaba. San Valentín puede tener algo todavía en el fondo de día romántico y especial en el que se celebre el amor como lo que es, lo que pasa es que no es así. San Valentín es la fecha que las grandes superficies eligieron en su día para poder prolongar un poco más las ventas de Navidad, y como moscar atraídas por esos aparatos de luz fluorescente hemos caído en la trampa, y asumimos que en San Valentín hay que hacer algo porque sí. ¿Y si no se hace qué? Pues que parece que no estás enamorado de tu chica o pareja, que no la quieres y no la valoras, que no luchas por la relación y que no sientes ilusión por la historia de amor que tienes en común con ella. Todo chorradas.

Chorradas que en el fondo me gustaría poder hacer a mí también. Pero hasta que no cambie no podré hacerlo. Aunque pienso que poco o nada cambiaría mi concepto de San Valentín, creo que si amas a tu pareja la amas todos los días y San Valentín no es más que un día a lo largo del año. Lo mismo que nos obligan a hacer el 14 de febrero lo deberíamos hacer el 24 de agosto, por ejemplo, o el 12 de abril. Un día romántico no es aquel que las Grandes Superficies comerciales anuncian con bombo y platillo, un día romántico es aquel en el que estás con la persona a la que amas, a la que necesitas, con la que querrías pasar hasta el último segundo de tu vida, por la que harías todo y más y a la que nada pides a cambio. Un día romántico puede ser el peor día de tu vida, ese en el que te has levantado con el cuerpo cambiado y no pares de vomitar, o ese en el que tienes tan alta la fiebre que salir de la cama es toda una odisea, o ese otro en el que ha pasado alguna desgracia en tu familia. El romanticismo no está en una tarjeta con forma de corazón (¡mira que son horteras las tarjetas de San Valentín!, no sé si los que las diseñan son gente normal o personas aisladas en una isla), o en una caja de bombones, o en esas flores que viajan en avión desde Holanda o Venezuela. Creo que el romanticismo está en una palabra, o en un silencio, en una caricia, en una mirada. Nadie nos tiene que vender romanticismo porque es algo que no se puede producir. ¡Pobres infelices los que piensen que sí, que el romanticismo es algo material!

Hasta que llegue el día en que de trabajo a Cupido pasaré este 14 de febrero como lo que es: la mitad del mes. Y por supuesto, lo pasaré solo sin que vaya a haber nadie que hoy me proclame su amor eterno al oído o me desnude con sus ojos color miel y yo a ella con deseo y pasión. Lo pasaré también tranquilo sin esperar en tensión que el regalo comprado hace unos días para mi chica, pero pensado desde hace semanas, la guste o no, la ilusione o la decepcione. De momento me ahorro tener que recorrerme estos días tiendas y tiendas buscando ese detalle, ese regalo que colme las expectativas de mi novia, o ese restaurante que sea especial. Me ahorro también preocupaciones y tener que pensar el llenar este día con un montón de planes que demuestren ilusión, y palabras bonitas y profundas que soltar, y que en muchos lugares hoy se pronunciarán o susurrarán, muchas siendo sentidas, otras solo fingidas o por cumplir por el ritual de San Valentín que ya nos ha invadido a todos, a los que están enamorados, y a los que no también (¡si hasta los Angry Birds en facebook tienen niveles especiales por este día!). Espero también que cuando Cupido se decida a lanzarme la flecha del amor se acuerde de todos los años que no le he dado trabajo, que lo he hecho pensando en él, que conste.

Caronte.

martes, 10 de febrero de 2015

Cultura y nada más

Vivimos en un país en el que la cultura ha sido tradicionalmente mal tratada ampliamente por la sociedad en general, tanto por la élites políticas que salvo en muy contadas excepciones siempre la ha tenido como un capricho de unos pocos, como por el gran público en general que muchas veces a lo que no entendía por ser algo nuevo lo ha tratado como extravagante y lo ha condenado sin apenas conocerlo. España es ese país en el que a quien intenta dedicarse a la cultura, sea cual sea la rama que decida, siempre encontrará trabas y obstáculos, no sólo oficiales sino también familiares que siempre verán al hijo artista como alguien que no se va a ganar nunca la vida por sí mismo y tras el que se tendrá que estar para sustentarlo económicamente.

Por mucho que queramos no admitirlo, esto es así. Hasta hace dos días quien dice, España ha sido un país de analfabetos, de gente inculta y sin voluntad alguna de cambiar esa situación. Siempre hemos optado por lo más cómodo. Todo aquello que implicaba mucho trabajo, no físico si no intelectual, ha sido siempre dejado a un lado, para que lo hicieran los raritos. España ha sido un país de fuerza bruta, que siempre ha aplaudido a esos brutos que podían matar a un toro bravo sin más ayuda que un trapo rojo y un estoque, o a aquellos que con un hacha se han dedicado a cortar troncos a pulso, golpe tras golpe. Siempre hemos sido más de músculo que de cerebro, y las consecuencias siempre han sido catastróficas. La Guerra Civil que en tres años ensangrentó este país, y dividió para siempre a familias, hermanos, amigos de la infancia y compañeros de trabajo, colgando dos etiquetas, facha o rojo, que todavía por desgracia siguen vigentes.

La Guerra Civil no fue más que la constatación del punto intelectual de una España que siempre había estado enferma de lo mismo: incultura. Matarse entre hermanos es el mayor ejemplo de barbarie y falta de intelecto que se puede dar. Si hubo guerra no fue por ninguna de las razones verdaderamente políticas que los libros de historia hoy promulgan, creo que si España acabó desangrada y llena de odio fuel por la falta de cultura, por el maltrato que durante los siglos siempre se ha dado a la cultura y al librepensamiento. Pero es normal que esto fuera así en la muy devota y cristiana España. En el país de la Virgen María, del Apóstol Santiago, cómo se iba a permitir que la gente pensara por sí sola, que leyera o escuchara música, o fuera al teatro, o contara e inventara historias por sí misma para su propia diversión. Eso no se podía permitir porque si hubiera mucha gente que desarrollara su cultura, su intelecto y pensara por sí misma llegarían las preguntas y se cuestionarían muchas cosas que la Iglesia no quería que se cuestionaran.

Durante la mayor parte de la historia de España, este país ha vivido bajo el paraguas opaco de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Paraguas que no permitió que llegaran los rayos de luz de la razón, que no dejó que los devotos fieles se enteraran de nada de lo que pasaba fuera de este país. La Iglesia durante muchos siglos dominó el mundo cultural de este país, oprimiéndolo, ocultándolo al público, acaparándolo para sí misma, para esconderlo en las mazmorras más profundas para que nunca llegara a ver la luz y no contaminara las mentes sumisas de los feligreses que todos los domingos iban a misa y dejaban su donativo en los cestillos de los monaguillos para sostener a los curas. Durante siglos y más siglos la Iglesia Católica impuso su doctrina: esparció el miedo al infierno por todos los corazones, infundió temor a la gente diciendo qué es lo que estaba bien, y qué es lo que estaba mal, qué había que hacer y qué estaba prohibido bajo pena de excomunión y riesgo de quema en el fuego eterno del reino de Lucifer. Y durante siglos la mayor parte de la sociedad española se creyó todas esas patrañas ideadas para perpetuar en el monopolio de la moral a la Iglesia.

Pocos eran los que se atrevían a meterse con la todopoderosa Iglesia, esa Iglesia que al mismo tiempo promulgaba la pobreza de Jesucristo acumulaba riquezas terrenales y se construía palacios más suntuosos que los de los reyes. Pocos se atrevían a salir del paraguas de la Iglesia, a pensar por sí mismos y a cuestionar todo. Los primeros que se atrevieron se vieron conducidos a la hoguera por herejía, por haber pesado por sí mismos los muy pecadores, para dar ejemplo al resto del pueblo, para seguir imponiendo el reinado del temor a Dios, más que el amor al Él. Poco a poco, con el paso de los siglos, a pesar del gran poder que la Iglesia seguía teniendo, empezó a perder ese monopolio sobre el pensamiento y la moral. Cada vez había más personas que dejaban de estar bajo el paraguas y querían salir fuera, y la Iglesia empezó a ver que ya no podía mandar a todos esos a la hoguera porque no hubiera habido bosques suficientes para conseguir leña.

Gracias a todos los siglos de losa de analfabetismo que la Iglesia había colocado sobre los hombros de los españoles, llegamos a la Guerra Civil. Gracias a esa losa llegamos a la muerte total de la cultura libre que parecía estaba empezando a verse. Muchos fueron los artistas asesinados vilmente, a la luz de la luna en medio de un camino de tierra a las afueras de algún pueblo. Muchos fueron los escritores, pintores, músicos y actores que se vieron obligados a huir de su país amado y salir en la más absoluta clandestinidad, escondidos por sus ideas en camiones de ganado o haciéndose pasar por mendigos asquerosos, de España para poder seguir viviendo en paz, sin ver sus vidas y las de sus familiares amenazadas. España sufrió durante el franquismo una fuga hiriente de grandes artistas. La cultura murió y nadie decía nada porque España era analfabeta.

Franco enseñó a leer y escribir a todos los que se quedaron en España, a los de su bando y a los del otro, aunque a estos últimos después de haberles causado más dolor que si les hubiesen sido amputadas todas sus extremidades sin anestesia alguna. Así se pasaron cuarenta años del siglo pasado, más todos los anteriores en los que siempre se intentó imponer unas ideas por la fuerza fueran cuales fueran sus orígenes. La cultura nunca entrará en el espíritu de la gente a base de imposiciones, como tampoco saldrán unas tradiciones arraigadas en la sociedad por mucho que empujemos para que salgas y legislemos en ese favor.

Muy pesada es la losa que históricamente llevamos en España a la espalda y que ha impedido que amemos la cultura en todas sus manifestaciones. Es cierto que a día de hoy en España no hay nadie que no sepa leer o escribir, sumar, restar o multiplicar, cuál es el río más largo y el más caudaloso, donde están Sevilla, Orense o Huesca. Podemos decir que España ya no es un país analfabeto, ya no somos campesinos incultos que solo sabemos coger aceitunas, pisar uvas para hacer vino, o pedir a la Virgen en Romería buenas lluvias para que las cosechas de cereales sean grandes. Pero parece que desde que hemos salido de lo rural, desde que ya no somos los paletos de Europa y del mundo desarrollado, nos hemos acomodado. Parece que hemos dicho que como ya no nos consideran unos mierdecillas de segunda categoría, como el vino que hacemos está más que a la altura de los mejores, y siempre mejor vendidos a base de engaños y trilerías, caldos franceses, cuando nuestro aceite de oliva es el más apreciado en el mundo, y nuestro jamón serrano un manjar digno de Zeus en el Monde Olimpo, a pesar de que los americanos con su hipocresía absoluta sigan considerando que el cerdo es susceptible de contagiar la peste porcina a quien lo coma, como ahora se nos valora en muchos más aspectos de los que nunca imaginamos hemos dicho basta. Nos hemos conformado con eso.

Pero España, y esta es mi opinión personal, sigue siendo un país analfabeto culturalmente hablando. Seguimos siendo unos animales que despreciamos la cultura por considerarla aburrida, una pérdida de tiempo, algo del pasado o de personas mayores que no tienen nada mejor que hacer. Seguimos siendo unos cazurros y unos ignorantes al pensar esto. La cultura es cultura y ese concepto, que algunos solo relacionan con el Museo del Prado, el de Historia o el de Arqueología, con ir a ver una iglesia románica en un pueblo perdido de la mano de Dios en Palencia, o un monasterio prácticamente aislado de la civilización en el Pirineo Navarro, es mucho más amplio. Quedarse en que cultura son los pintores clásicos (Velázquez, Rubens o Tiziano), o los escultores renacentistas (Bernini o Miguel Ángel), los compositores de música clásica (Strauss, Mozart, Albéniz o Verdi) o los grandes escritores de la historia (Cervantes, Dante, Shakespeare o Dickens), es sinceramente quedarse con la punta más pequeña y reducida del iceberg, es no saber qué es cultura.

El concepto cultura siempre ha abarcado mucho más que la música, la pintura, la escritura o la escultura. Vale, es cierto que quizá estas cuatro artes son los principales pilares, pero hay mucho más detrás del concepto cultura. Y más hoy en día con la globalización del mundo y la interconexión entre las personas que permite la red de redes, Internet. Pero aún así ni por esas la cultura deja de estar estigmatizada por una inmensa mayoría de la sociedad que la mirará siempre desde la distancia con miedo, timidez o arrogancia para no acercarse a descubrirla. La cultura está en muchas más cosas de las que pensamos. Obviamente los libros, los museos, la música y la pintura siempre coparán el escalafón de lo que se considera cultura. Esto es así básicamente porque son más mayores y antiguas, porque desde siempre han sido éstas las artes que más se han cultivado y desarrollado, y por supuesto se seguirán desarrollando y avanzando con la sociedad.

Pero no hay que quedarse ahí. No estoy hablando de la cultura solamente como la parte artística del concepto, que sí, que se lleva la mayor fama, pero cultura también es todo aquello que implica el desarrollo del ser humano, que permite que su intelecto trabaje, se desarrolle y no se apalanque sin trabajar, acomodándose a un estado de las cosas estático. La cultura es dinámica, ser una persona culta no implica saber de música clásica de los siglos XVII y XVIII, ni de pintura renacentista italiana, ni siquiera de la literatura japonesa contemporánea. Ser una persona culta, un amante de la cultura es simplemente ser una persona despierta, que se cuestione todo constantemente y que no tome nada por cierto ni por sentado simplemente por verlo, oírlo o leerlo.

Muchas son las ramas de la cultura, no todas relacionadas con las artes, ni mucho menos con las artes más clásicas. En pleno siglo XXI, y al ritmo que todo se desarrolla en estos tiempos todo puede ser considerado cultura. La música, por ejemplo, ya no se hace como Beethoven o Vivaldi la hacía, ni tan siquiera como los Beatles la hacían. Ahora la música se apoya en la electrónica, en las matemáticas al fin y al cabo, y por ello ya no es cultura. Por supuesto que sí que es cultura, porque la cultura va avanzando con el propio paso del tiempo, y nosotros debemos adaptarnos con ella. Sin embargo debido a la vertiginosidad imperante en la sociedad es posible que esos cambios se produzcan mucho más rápidos de lo que nuestras mentes, en muchos de los casos todavía más clásicas que modernas, pueden asumir. Quizá por eso la cultura a veces no se entiende, no se llega a comprender y puede pasar que lo que en el fondo es cultura, simplemente por haberse adelantado al propio desarrollo cultural de la sociedad termina siendo denostado y criticado.

Cultura también es la arquitectura, la ingeniería, las matemáticas, las ciencias y por su puestos cualquier rama de las letras. Pero cultura también es saber de todo y ante todo querer saber. Lo más importante para que una sociedad termine por salir del oscurantismo cultural e intelectual en el que pueda estar, es tener simplemente la voluntad y las ganas de aprender, de querer ir más allá de lo que se conoce y se sabe, y querer hacerlo no por obligación sino por el mero placer de saber. Para ello hay que tener espíritu crítico y ganas de descubrir cosas nuevas, de abrirse al mundo, porque la cultura también es eso, es mundo y es apertura de mente. Por esa falta histórica de ganas de saber, por esa falta de espíritu crítico alentado por el miedo esparcido primera por la Iglesia y la Monarquía Absoluta que pretendían tener el monopolio total sobre la opinión y el pensamiento, y luego y más recientemente por el Franquismo ayudado por la Santa Madre Iglesia (nótese que la Iglesia está siempre sea el régimen que sea, curioso no) y los fanatismos ideológicos que siempre han lastrado a las sociedades en cualquier parte del mundo, desde Venezuela a Rumanía, desde China a Túnez pasando por supuesto por España, por todo esto sigo pensando que en este país todavía carecemos de ese nivel intelectual y cultural que nos permitiría considerarnos no analfabetos.

Pero en este país nos gusta menos la cultura sea cual sea su forma o modo de expresión que a un niño de tres años las acelgas. O dicho de otra manera nos gusta más estar tirados a la bartola sin hacer nada, al solecito en verano en la playa, o en invierno en un bar tomando unas cuantas cervezas que a un tonto dos palotes. España a mi entender tiene una enfermedad crónica que ni cien siglos de terapia de choque podrían curar. Nos gusta la fiesta, nos gusta vaguear, nos gusta que nos den las cosas hechas, no nos gusta sudar a no ser que sea en la cama haciendo el amor a nuestras parejas o en verano levantando una jarra tras otra de cerveza bien fría, no queremos pensar a menos que sea necesario, y así  nos va. Luego nos quejamos de que es este país los políticos sean unos corruptos, que tengamos a los Bárcenas, Puyol, Granados, Camps y demás miembros del circo robando de las arcas públicas. Con qué desfachatez nos quejamos de esas conductas si en términos general la sociedad sigue siento pobre intelectualmente hablando; o es que nos creemos que los políticos son diferentes a nosotros. Los políticos son reflejo de la sociedad, y si la sociedad es inculta, desprecia el saber y el querer saber, el trabajo duro y las ganas de cuestionarse todo para poder mejorar, por qué iba a ser lo políticos diferentes. No señores, hasta que España no salga del analfabetismo cultural e intelectual en el que se encuentra poco podremos hacer.

Un país que hace que programas de televisión que anulan la capacidad mental de aquellos que los ven, como Gran Hermano, Hombres Mujeres y Viceversa, Sálvame o Adán y Eva, sean líderes de audiencia y congreguen a millones de personas, porque no son decenas ni centenas, sino millones, no puede pretender tener unos políticos decentes. No podemos pretender los españoles tener un país decente mientras en las librerías el libro más vendido sea el de Belén Esteban, mientras que apenas unos pocos conozcan la obra de Javier Marías, Eduardo Mendoza o Arturo Pérez Reverte. Algunos dirán incluso que estos programas que he citado también son cultura, es televisión que en el fondo es una forma más de cultura. A éstos que osen decir semejante majadería les contesto que en parte tienen razón que la televisión sí es cultura y sirve para difundir la cultura en muchos ámbitos y para saber y conocer y para despertar el espíritu crítico (a menos que se vea Telemadrid, Intereconomía o el canal de los Obispos) y para fomentar ciertos hábitos; pero de ahí a que todo lo que sale en la tele pueda ser considerado cultura hay un trecho muy amplio. Porque ver como cinco chicas operadas para aumentarse las tetas hablan, se insultan, y hacen lo indecible para enamorar, aunque de amor hay poco y más bien es para tirarse a un chico que tiene en la sangre más esteroides que Stallone y MacBein juntos, creo que de cultural tiene más bien poco. Aun así hay quien lo considerará una forma más de cultura, y lo considero borreguismo puro y duro.

Es una pena que a día de hoy todo el que quiera saber por saber sea considerado un bicho raro por sus semejantes. Es una pena que muchos chavales que empiezan la universidad y que por tanto están a pocos años de incorporarse por completo a la sociedad como personas independientes, no sepan quien fue Cervantes, ni qué paso en 1492, ni cuándo fue la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial, ni por qué ciudad pasa el Tajo, ni situar en un mapa los principales países del mundo, ni tan siquiera nombrar a diez escritores españoles sea cual sea la época, ni a cinco pintores o músicos clásicos. Es posible que haya cosas que no sean imprescindibles de saber, no pido que se sepa por orden los reyes de España desde Isabel y Fernando, ni dónde nace el Ebro, pero es que por no saber ahora los jóvenes no saben si quiera quién fue Freddie Mercury, o quiénes son los Rolling Stones. Eso sí seguro que sí se saben el ganador de Gran Hermano, o el último y efímero grupo musical de moda (al menos es algo de música, aunque a veces dudo de que ese ruido se pueda considerar como tal).

Es lamentable, triste y deprimente, la poca sensibilidad por el saber y la cultura. Pero también es muy descorazonador que no haya voluntad de cambiar eso, que nadie se preocupe de querer saber. También es descorazonador ver que desde las instituciones públicas poco se hace por remediar eso. A día de hoy tenernos un gobierno que al igual que en tiempo grises y macabros, regidos por supersticiones y monopolios de la opinión y la crítica, mina completamente la capacidad de la gente para acceder a los medios más habituales de la expresión de la cultura. Tenemos un ministro de cultura que aparte de ser un prepotente, denigra todo aquello que considera inferior y que no le guste, que coarta la expresión artística de la gente, limita la cultura a lo de siempre haciendo que los jóvenes consideren que la cultura es cosa de unos pocos y está ligada siempre al poder. Y tenemos un ministro de hacienda que imponiendo un impuesto del IVA del 21% a todo lo que tiene que ver con la cultura (teatro, cine, musicales, danza, etc.) está hundiendo lo poco que en las últimas décadas se había conseguido en este país. Pero volvemos a lo mismo sin personas preocupadas por la cultura y con personas analfabetas intelectualmente qué queremos.

La cultura es cultura, y nada más. La cultura es necesaria siempre para un país porque crea riqueza, no monetaria que es lo que parece que a día de hoy prima más, sino riqueza personal de estar a gusto con uno mismo, y una sociedad que se puede desarrollar a nivel personal y puede sentirse a gusto consigo misma es una sociedad feliz y es una sociedad que vivirá y trabajará mejor, y esto es algo que repercutirá en todos. Yo no quiero que la gente siga un camino cultura u otro. Hay muchas opciones de cultura: te puede gustar más el cine que la literatura, más la música que la pintura, más la danza contemporánea que la escultura renacentista. Lo que yo quiera para España es que la cultura se expanda y me da igual que alguien escuche a Wagner o a Pitbull, que lea cómics manga japoneses o a James Joyce, que prefiera a Calatrava antes que a Moneo, que prefiera ver un partido de fútbol de la liga uzbeca a ir al Prado, que se interese por la flora autóctona del Lago Titicaca o por los coches deportivos, que sea más de la filosofía de Ortega y Gasset que la del último gurú argentino del amor, o que se prefiera el cine mudo y en blanco y negro a una superproducción de Spielberg. Lo que yo deseo es que todo el que tenga una inquietud la desarrolle hasta el final y quiera saber más, porque eso es en definitiva la cultura, y nada más.

Caronte.