Vivimos en un país
en el que la cultura ha sido tradicionalmente mal tratada ampliamente por la
sociedad en general, tanto por la élites políticas que salvo en muy contadas
excepciones siempre la ha tenido como un capricho de unos pocos, como por el
gran público en general que muchas veces a lo que no entendía por ser algo
nuevo lo ha tratado como extravagante y lo ha condenado sin apenas conocerlo.
España es ese país en el que a quien intenta dedicarse a la cultura, sea cual
sea la rama que decida, siempre encontrará trabas y obstáculos, no sólo
oficiales sino también familiares que siempre verán al hijo artista como
alguien que no se va a ganar nunca la vida por sí mismo y tras el que se tendrá
que estar para sustentarlo económicamente.
Por mucho que
queramos no admitirlo, esto es así. Hasta hace dos días quien dice, España ha
sido un país de analfabetos, de gente inculta y sin voluntad alguna de cambiar
esa situación. Siempre hemos optado por lo más cómodo. Todo aquello que implicaba
mucho trabajo, no físico si no intelectual, ha sido siempre dejado a un lado,
para que lo hicieran los raritos. España ha sido un país de fuerza bruta, que
siempre ha aplaudido a esos brutos que podían matar a un toro bravo sin más
ayuda que un trapo rojo y un estoque, o a aquellos que con un hacha se han
dedicado a cortar troncos a pulso, golpe tras golpe. Siempre hemos sido más de
músculo que de cerebro, y las consecuencias siempre han sido catastróficas. La
Guerra Civil que en tres años ensangrentó este país, y dividió para siempre a
familias, hermanos, amigos de la infancia y compañeros de trabajo, colgando dos
etiquetas, facha o rojo, que todavía por desgracia siguen vigentes.
La Guerra Civil no
fue más que la constatación del punto intelectual de una España que siempre
había estado enferma de lo mismo: incultura. Matarse entre hermanos es el mayor
ejemplo de barbarie y falta de intelecto que se puede dar. Si hubo guerra no
fue por ninguna de las razones verdaderamente políticas que los libros de historia
hoy promulgan, creo que si España acabó desangrada y llena de odio fuel por la
falta de cultura, por el maltrato que durante los siglos siempre se ha dado a
la cultura y al librepensamiento. Pero es normal que esto fuera así en la muy
devota y cristiana España. En el país de la Virgen María, del Apóstol Santiago,
cómo se iba a permitir que la gente pensara por sí sola, que leyera o escuchara
música, o fuera al teatro, o contara e inventara historias por sí misma para su
propia diversión. Eso no se podía permitir porque si hubiera mucha gente que
desarrollara su cultura, su intelecto y pensara por sí misma llegarían las
preguntas y se cuestionarían muchas cosas que la Iglesia no quería que se
cuestionaran.
Durante la mayor
parte de la historia de España, este país ha vivido bajo el paraguas opaco de
la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Paraguas que no permitió que llegaran
los rayos de luz de la razón, que no dejó que los devotos fieles se enteraran
de nada de lo que pasaba fuera de este país. La Iglesia durante muchos siglos
dominó el mundo cultural de este país, oprimiéndolo, ocultándolo al público,
acaparándolo para sí misma, para esconderlo en las mazmorras más profundas para
que nunca llegara a ver la luz y no contaminara las mentes sumisas de los
feligreses que todos los domingos iban a misa y dejaban su donativo en los
cestillos de los monaguillos para sostener a los curas. Durante siglos y más
siglos la Iglesia Católica impuso su doctrina: esparció el miedo al infierno
por todos los corazones, infundió temor a la gente diciendo qué es lo que
estaba bien, y qué es lo que estaba mal, qué había que hacer y qué estaba
prohibido bajo pena de excomunión y riesgo de quema en el fuego eterno del
reino de Lucifer. Y durante siglos la mayor parte de la sociedad española se
creyó todas esas patrañas ideadas para perpetuar en el monopolio de la moral a
la Iglesia.
Pocos eran los que
se atrevían a meterse con la todopoderosa Iglesia, esa Iglesia que al mismo
tiempo promulgaba la pobreza de Jesucristo acumulaba riquezas terrenales y se
construía palacios más suntuosos que los de los reyes. Pocos se atrevían a
salir del paraguas de la Iglesia, a pensar por sí mismos y a cuestionar todo.
Los primeros que se atrevieron se vieron conducidos a la hoguera por herejía,
por haber pesado por sí mismos los muy pecadores, para dar ejemplo al resto del
pueblo, para seguir imponiendo el reinado del temor a Dios, más que el amor al
Él. Poco a poco, con el paso de los siglos, a pesar del gran poder que la
Iglesia seguía teniendo, empezó a perder ese monopolio sobre el pensamiento y
la moral. Cada vez había más personas que dejaban de estar bajo el paraguas y
querían salir fuera, y la Iglesia empezó a ver que ya no podía mandar a todos
esos a la hoguera porque no hubiera habido bosques suficientes para conseguir
leña.
Gracias a todos
los siglos de losa de analfabetismo que la Iglesia había colocado sobre los
hombros de los españoles, llegamos a la Guerra Civil. Gracias a esa losa
llegamos a la muerte total de la cultura libre que parecía estaba empezando a
verse. Muchos fueron los artistas asesinados vilmente, a la luz de la luna en
medio de un camino de tierra a las afueras de algún pueblo. Muchos fueron los
escritores, pintores, músicos y actores que se vieron obligados a huir de su
país amado y salir en la más absoluta clandestinidad, escondidos por sus ideas
en camiones de ganado o haciéndose pasar por mendigos asquerosos, de España
para poder seguir viviendo en paz, sin ver sus vidas y las de sus familiares
amenazadas. España sufrió durante el franquismo una fuga hiriente de grandes
artistas. La cultura murió y nadie decía nada porque España era analfabeta.
Franco enseñó a
leer y escribir a todos los que se quedaron en España, a los de su bando y a
los del otro, aunque a estos últimos después de haberles causado más dolor que
si les hubiesen sido amputadas todas sus extremidades sin anestesia alguna. Así
se pasaron cuarenta años del siglo pasado, más todos los anteriores en los que
siempre se intentó imponer unas ideas por la fuerza fueran cuales fueran sus
orígenes. La cultura nunca entrará en el espíritu de la gente a base de
imposiciones, como tampoco saldrán unas tradiciones arraigadas en la sociedad
por mucho que empujemos para que salgas y legislemos en ese favor.
Muy pesada es la
losa que históricamente llevamos en España a la espalda y que ha impedido que
amemos la cultura en todas sus manifestaciones. Es cierto que a día de hoy en
España no hay nadie que no sepa leer o escribir, sumar, restar o multiplicar,
cuál es el río más largo y el más caudaloso, donde están Sevilla, Orense o
Huesca. Podemos decir que España ya no es un país analfabeto, ya no somos
campesinos incultos que solo sabemos coger aceitunas, pisar uvas para hacer
vino, o pedir a la Virgen en Romería buenas lluvias para que las cosechas de
cereales sean grandes. Pero parece que desde que hemos salido de lo rural,
desde que ya no somos los paletos de Europa y del mundo desarrollado, nos hemos
acomodado. Parece que hemos dicho que como ya no nos consideran unos
mierdecillas de segunda categoría, como el vino que hacemos está más que a la
altura de los mejores, y siempre mejor vendidos a base de engaños y trilerías,
caldos franceses, cuando nuestro aceite de oliva es el más apreciado en el
mundo, y nuestro jamón serrano un manjar digno de Zeus en el Monde Olimpo, a
pesar de que los americanos con su hipocresía absoluta sigan considerando que
el cerdo es susceptible de contagiar la peste porcina a quien lo coma, como
ahora se nos valora en muchos más aspectos de los que nunca imaginamos hemos
dicho basta. Nos hemos conformado con eso.
Pero España, y
esta es mi opinión personal, sigue siendo un país analfabeto culturalmente
hablando. Seguimos siendo unos animales que despreciamos la cultura por
considerarla aburrida, una pérdida de tiempo, algo del pasado o de personas
mayores que no tienen nada mejor que hacer. Seguimos siendo unos cazurros y
unos ignorantes al pensar esto. La cultura es cultura y ese concepto, que
algunos solo relacionan con el Museo del Prado, el de Historia o el de
Arqueología, con ir a ver una iglesia románica en un pueblo perdido de la mano
de Dios en Palencia, o un monasterio prácticamente aislado de la civilización
en el Pirineo Navarro, es mucho más amplio. Quedarse en que cultura son los
pintores clásicos (Velázquez, Rubens o Tiziano), o los escultores renacentistas
(Bernini o Miguel Ángel), los compositores de música clásica (Strauss, Mozart,
Albéniz o Verdi) o los grandes escritores de la historia (Cervantes, Dante,
Shakespeare o Dickens), es sinceramente quedarse con la punta más pequeña y
reducida del iceberg, es no saber qué es cultura.
El concepto
cultura siempre ha abarcado mucho más que la música, la pintura, la escritura o
la escultura. Vale, es cierto que quizá estas cuatro artes son los principales
pilares, pero hay mucho más detrás del concepto cultura. Y más hoy en día con
la globalización del mundo y la interconexión entre las personas que permite la
red de redes, Internet. Pero aún así ni por esas la cultura deja de estar estigmatizada
por una inmensa mayoría de la sociedad que la mirará siempre desde la distancia
con miedo, timidez o arrogancia para no acercarse a descubrirla. La cultura
está en muchas más cosas de las que pensamos. Obviamente los libros, los
museos, la música y la pintura siempre coparán el escalafón de lo que se
considera cultura. Esto es así básicamente porque son más mayores y antiguas,
porque desde siempre han sido éstas las artes que más se han cultivado y
desarrollado, y por supuesto se seguirán desarrollando y avanzando con la
sociedad.
Pero no hay que
quedarse ahí. No estoy hablando de la cultura solamente como la parte artística
del concepto, que sí, que se lleva la mayor fama, pero cultura también es todo
aquello que implica el desarrollo del ser humano, que permite que su intelecto
trabaje, se desarrolle y no se apalanque sin trabajar, acomodándose a un estado
de las cosas estático. La cultura es dinámica, ser una persona culta no implica
saber de música clásica de los siglos XVII y XVIII, ni de pintura renacentista
italiana, ni siquiera de la literatura japonesa contemporánea. Ser una persona
culta, un amante de la cultura es simplemente ser una persona despierta, que se
cuestione todo constantemente y que no tome nada por cierto ni por sentado
simplemente por verlo, oírlo o leerlo.
Muchas son las
ramas de la cultura, no todas relacionadas con las artes, ni mucho menos con
las artes más clásicas. En pleno siglo XXI, y al ritmo que todo se desarrolla
en estos tiempos todo puede ser considerado cultura. La música, por ejemplo, ya
no se hace como Beethoven o Vivaldi la hacía, ni tan siquiera como los Beatles
la hacían. Ahora la música se apoya en la electrónica, en las matemáticas al
fin y al cabo, y por ello ya no es cultura. Por supuesto que sí que es cultura,
porque la cultura va avanzando con el propio paso del tiempo, y nosotros
debemos adaptarnos con ella. Sin embargo debido a la vertiginosidad imperante
en la sociedad es posible que esos cambios se produzcan mucho más rápidos de lo
que nuestras mentes, en muchos de los casos todavía más clásicas que modernas,
pueden asumir. Quizá por eso la cultura a veces no se entiende, no se llega a
comprender y puede pasar que lo que en el fondo es cultura, simplemente por
haberse adelantado al propio desarrollo cultural de la sociedad termina siendo
denostado y criticado.
Cultura también es
la arquitectura, la ingeniería, las matemáticas, las ciencias y por su puestos
cualquier rama de las letras. Pero cultura también es saber de todo y ante todo
querer saber. Lo más importante para que una sociedad termine por salir del
oscurantismo cultural e intelectual en el que pueda estar, es tener simplemente
la voluntad y las ganas de aprender, de querer ir más allá de lo que se conoce
y se sabe, y querer hacerlo no por obligación sino por el mero placer de saber.
Para ello hay que tener espíritu crítico y ganas de descubrir cosas nuevas, de
abrirse al mundo, porque la cultura también es eso, es mundo y es apertura de
mente. Por esa falta histórica de ganas de saber, por esa falta de espíritu
crítico alentado por el miedo esparcido primera por la Iglesia y la Monarquía
Absoluta que pretendían tener el monopolio total sobre la opinión y el
pensamiento, y luego y más recientemente por el Franquismo ayudado por la Santa
Madre Iglesia (nótese que la Iglesia está siempre sea el régimen que sea,
curioso no) y los fanatismos ideológicos que siempre han lastrado a las sociedades
en cualquier parte del mundo, desde Venezuela a Rumanía, desde China a Túnez
pasando por supuesto por España, por todo esto sigo pensando que en este país
todavía carecemos de ese nivel intelectual y cultural que nos permitiría
considerarnos no analfabetos.
Pero en este país
nos gusta menos la cultura sea cual sea su forma o modo de expresión que a un
niño de tres años las acelgas. O dicho de otra manera nos gusta más estar
tirados a la bartola sin hacer nada, al solecito en verano en la playa, o en
invierno en un bar tomando unas cuantas cervezas que a un tonto dos palotes.
España a mi entender tiene una enfermedad crónica que ni cien siglos de terapia
de choque podrían curar. Nos gusta la fiesta, nos gusta vaguear, nos gusta que
nos den las cosas hechas, no nos gusta sudar a no ser que sea en la cama
haciendo el amor a nuestras parejas o en verano levantando una jarra tras otra de
cerveza bien fría, no queremos pensar a menos que sea necesario, y así nos va. Luego nos quejamos de que es este
país los políticos sean unos corruptos, que tengamos a los Bárcenas, Puyol,
Granados, Camps y demás miembros del circo robando de las arcas públicas. Con
qué desfachatez nos quejamos de esas conductas si en términos general la
sociedad sigue siento pobre intelectualmente hablando; o es que nos creemos que
los políticos son diferentes a nosotros. Los políticos son reflejo de la
sociedad, y si la sociedad es inculta, desprecia el saber y el querer saber, el
trabajo duro y las ganas de cuestionarse todo para poder mejorar, por qué iba a
ser lo políticos diferentes. No señores, hasta que España no salga del
analfabetismo cultural e intelectual en el que se encuentra poco podremos
hacer.
Un país que hace
que programas de televisión que anulan la capacidad mental de aquellos que los
ven, como Gran Hermano, Hombres Mujeres y Viceversa, Sálvame o Adán y Eva, sean
líderes de audiencia y congreguen a millones de personas, porque no son decenas
ni centenas, sino millones, no puede pretender tener unos políticos decentes.
No podemos pretender los españoles tener un país decente mientras en las
librerías el libro más vendido sea el de Belén Esteban, mientras que apenas
unos pocos conozcan la obra de Javier Marías, Eduardo Mendoza o Arturo Pérez
Reverte. Algunos dirán incluso que estos programas que he citado también son
cultura, es televisión que en el fondo es una forma más de cultura. A éstos que
osen decir semejante majadería les contesto que en parte tienen razón que la televisión
sí es cultura y sirve para difundir la cultura en muchos ámbitos y para saber y
conocer y para despertar el espíritu crítico (a menos que se vea Telemadrid,
Intereconomía o el canal de los Obispos) y para fomentar ciertos hábitos; pero
de ahí a que todo lo que sale en la tele pueda ser considerado cultura hay un
trecho muy amplio. Porque ver como cinco chicas operadas para aumentarse las
tetas hablan, se insultan, y hacen lo indecible para enamorar, aunque de amor
hay poco y más bien es para tirarse a un chico que tiene en la sangre más esteroides
que Stallone y MacBein juntos, creo que de cultural tiene más bien poco. Aun
así hay quien lo considerará una forma más de cultura, y lo considero
borreguismo puro y duro.
Es una pena que a
día de hoy todo el que quiera saber por saber sea considerado un bicho raro por
sus semejantes. Es una pena que muchos chavales que empiezan la universidad y
que por tanto están a pocos años de incorporarse por completo a la sociedad
como personas independientes, no sepan quien fue Cervantes, ni qué paso en
1492, ni cuándo fue la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial, ni
por qué ciudad pasa el Tajo, ni situar en un mapa los principales países del
mundo, ni tan siquiera nombrar a diez escritores españoles sea cual sea la
época, ni a cinco pintores o músicos clásicos. Es posible que haya cosas que no
sean imprescindibles de saber, no pido que se sepa por orden los reyes de España
desde Isabel y Fernando, ni dónde nace el Ebro, pero es que por no saber ahora
los jóvenes no saben si quiera quién fue Freddie Mercury, o quiénes son los
Rolling Stones. Eso sí seguro que sí se saben el ganador de Gran Hermano, o el
último y efímero grupo musical de moda (al menos es algo de música, aunque a
veces dudo de que ese ruido se pueda considerar como tal).
Es lamentable,
triste y deprimente, la poca sensibilidad por el saber y la cultura. Pero también
es muy descorazonador que no haya voluntad de cambiar eso, que nadie se
preocupe de querer saber. También es descorazonador ver que desde las
instituciones públicas poco se hace por remediar eso. A día de hoy tenernos un
gobierno que al igual que en tiempo grises y macabros, regidos por supersticiones
y monopolios de la opinión y la crítica, mina completamente la capacidad de la
gente para acceder a los medios más habituales de la expresión de la cultura.
Tenemos un ministro de cultura que aparte de ser un prepotente, denigra todo
aquello que considera inferior y que no le guste, que coarta la expresión artística
de la gente, limita la cultura a lo de siempre haciendo que los jóvenes
consideren que la cultura es cosa de unos pocos y está ligada siempre al poder.
Y tenemos un ministro de hacienda que imponiendo un impuesto del IVA del 21% a
todo lo que tiene que ver con la cultura (teatro, cine, musicales, danza, etc.)
está hundiendo lo poco que en las últimas décadas se había conseguido en este
país. Pero volvemos a lo mismo sin personas preocupadas por la cultura y con
personas analfabetas intelectualmente qué queremos.
La cultura es
cultura, y nada más. La cultura es necesaria siempre para un país porque crea
riqueza, no monetaria que es lo que parece que a día de hoy prima más, sino
riqueza personal de estar a gusto con uno mismo, y una sociedad que se puede
desarrollar a nivel personal y puede sentirse a gusto consigo misma es una
sociedad feliz y es una sociedad que vivirá y trabajará mejor, y esto es algo
que repercutirá en todos. Yo no quiero que la gente siga un camino cultura u
otro. Hay muchas opciones de cultura: te puede gustar más el cine que la
literatura, más la música que la pintura, más la danza contemporánea que la
escultura renacentista. Lo que yo quiera para España es que la cultura se
expanda y me da igual que alguien escuche a Wagner o a Pitbull, que lea cómics
manga japoneses o a James Joyce, que prefiera a Calatrava antes que a Moneo,
que prefiera ver un partido de fútbol de la liga uzbeca a ir al Prado, que se
interese por la flora autóctona del Lago Titicaca o por los coches deportivos,
que sea más de la filosofía de Ortega y Gasset que la del último gurú argentino
del amor, o que se prefiera el cine mudo y en blanco y negro a una superproducción de Spielberg. Lo que yo deseo es que todo el que tenga una inquietud la desarrolle
hasta el final y quiera saber más, porque eso es en definitiva la cultura, y
nada más.
Caronte.
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