martes, 10 de febrero de 2015

Cultura y nada más

Vivimos en un país en el que la cultura ha sido tradicionalmente mal tratada ampliamente por la sociedad en general, tanto por la élites políticas que salvo en muy contadas excepciones siempre la ha tenido como un capricho de unos pocos, como por el gran público en general que muchas veces a lo que no entendía por ser algo nuevo lo ha tratado como extravagante y lo ha condenado sin apenas conocerlo. España es ese país en el que a quien intenta dedicarse a la cultura, sea cual sea la rama que decida, siempre encontrará trabas y obstáculos, no sólo oficiales sino también familiares que siempre verán al hijo artista como alguien que no se va a ganar nunca la vida por sí mismo y tras el que se tendrá que estar para sustentarlo económicamente.

Por mucho que queramos no admitirlo, esto es así. Hasta hace dos días quien dice, España ha sido un país de analfabetos, de gente inculta y sin voluntad alguna de cambiar esa situación. Siempre hemos optado por lo más cómodo. Todo aquello que implicaba mucho trabajo, no físico si no intelectual, ha sido siempre dejado a un lado, para que lo hicieran los raritos. España ha sido un país de fuerza bruta, que siempre ha aplaudido a esos brutos que podían matar a un toro bravo sin más ayuda que un trapo rojo y un estoque, o a aquellos que con un hacha se han dedicado a cortar troncos a pulso, golpe tras golpe. Siempre hemos sido más de músculo que de cerebro, y las consecuencias siempre han sido catastróficas. La Guerra Civil que en tres años ensangrentó este país, y dividió para siempre a familias, hermanos, amigos de la infancia y compañeros de trabajo, colgando dos etiquetas, facha o rojo, que todavía por desgracia siguen vigentes.

La Guerra Civil no fue más que la constatación del punto intelectual de una España que siempre había estado enferma de lo mismo: incultura. Matarse entre hermanos es el mayor ejemplo de barbarie y falta de intelecto que se puede dar. Si hubo guerra no fue por ninguna de las razones verdaderamente políticas que los libros de historia hoy promulgan, creo que si España acabó desangrada y llena de odio fuel por la falta de cultura, por el maltrato que durante los siglos siempre se ha dado a la cultura y al librepensamiento. Pero es normal que esto fuera así en la muy devota y cristiana España. En el país de la Virgen María, del Apóstol Santiago, cómo se iba a permitir que la gente pensara por sí sola, que leyera o escuchara música, o fuera al teatro, o contara e inventara historias por sí misma para su propia diversión. Eso no se podía permitir porque si hubiera mucha gente que desarrollara su cultura, su intelecto y pensara por sí misma llegarían las preguntas y se cuestionarían muchas cosas que la Iglesia no quería que se cuestionaran.

Durante la mayor parte de la historia de España, este país ha vivido bajo el paraguas opaco de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Paraguas que no permitió que llegaran los rayos de luz de la razón, que no dejó que los devotos fieles se enteraran de nada de lo que pasaba fuera de este país. La Iglesia durante muchos siglos dominó el mundo cultural de este país, oprimiéndolo, ocultándolo al público, acaparándolo para sí misma, para esconderlo en las mazmorras más profundas para que nunca llegara a ver la luz y no contaminara las mentes sumisas de los feligreses que todos los domingos iban a misa y dejaban su donativo en los cestillos de los monaguillos para sostener a los curas. Durante siglos y más siglos la Iglesia Católica impuso su doctrina: esparció el miedo al infierno por todos los corazones, infundió temor a la gente diciendo qué es lo que estaba bien, y qué es lo que estaba mal, qué había que hacer y qué estaba prohibido bajo pena de excomunión y riesgo de quema en el fuego eterno del reino de Lucifer. Y durante siglos la mayor parte de la sociedad española se creyó todas esas patrañas ideadas para perpetuar en el monopolio de la moral a la Iglesia.

Pocos eran los que se atrevían a meterse con la todopoderosa Iglesia, esa Iglesia que al mismo tiempo promulgaba la pobreza de Jesucristo acumulaba riquezas terrenales y se construía palacios más suntuosos que los de los reyes. Pocos se atrevían a salir del paraguas de la Iglesia, a pensar por sí mismos y a cuestionar todo. Los primeros que se atrevieron se vieron conducidos a la hoguera por herejía, por haber pesado por sí mismos los muy pecadores, para dar ejemplo al resto del pueblo, para seguir imponiendo el reinado del temor a Dios, más que el amor al Él. Poco a poco, con el paso de los siglos, a pesar del gran poder que la Iglesia seguía teniendo, empezó a perder ese monopolio sobre el pensamiento y la moral. Cada vez había más personas que dejaban de estar bajo el paraguas y querían salir fuera, y la Iglesia empezó a ver que ya no podía mandar a todos esos a la hoguera porque no hubiera habido bosques suficientes para conseguir leña.

Gracias a todos los siglos de losa de analfabetismo que la Iglesia había colocado sobre los hombros de los españoles, llegamos a la Guerra Civil. Gracias a esa losa llegamos a la muerte total de la cultura libre que parecía estaba empezando a verse. Muchos fueron los artistas asesinados vilmente, a la luz de la luna en medio de un camino de tierra a las afueras de algún pueblo. Muchos fueron los escritores, pintores, músicos y actores que se vieron obligados a huir de su país amado y salir en la más absoluta clandestinidad, escondidos por sus ideas en camiones de ganado o haciéndose pasar por mendigos asquerosos, de España para poder seguir viviendo en paz, sin ver sus vidas y las de sus familiares amenazadas. España sufrió durante el franquismo una fuga hiriente de grandes artistas. La cultura murió y nadie decía nada porque España era analfabeta.

Franco enseñó a leer y escribir a todos los que se quedaron en España, a los de su bando y a los del otro, aunque a estos últimos después de haberles causado más dolor que si les hubiesen sido amputadas todas sus extremidades sin anestesia alguna. Así se pasaron cuarenta años del siglo pasado, más todos los anteriores en los que siempre se intentó imponer unas ideas por la fuerza fueran cuales fueran sus orígenes. La cultura nunca entrará en el espíritu de la gente a base de imposiciones, como tampoco saldrán unas tradiciones arraigadas en la sociedad por mucho que empujemos para que salgas y legislemos en ese favor.

Muy pesada es la losa que históricamente llevamos en España a la espalda y que ha impedido que amemos la cultura en todas sus manifestaciones. Es cierto que a día de hoy en España no hay nadie que no sepa leer o escribir, sumar, restar o multiplicar, cuál es el río más largo y el más caudaloso, donde están Sevilla, Orense o Huesca. Podemos decir que España ya no es un país analfabeto, ya no somos campesinos incultos que solo sabemos coger aceitunas, pisar uvas para hacer vino, o pedir a la Virgen en Romería buenas lluvias para que las cosechas de cereales sean grandes. Pero parece que desde que hemos salido de lo rural, desde que ya no somos los paletos de Europa y del mundo desarrollado, nos hemos acomodado. Parece que hemos dicho que como ya no nos consideran unos mierdecillas de segunda categoría, como el vino que hacemos está más que a la altura de los mejores, y siempre mejor vendidos a base de engaños y trilerías, caldos franceses, cuando nuestro aceite de oliva es el más apreciado en el mundo, y nuestro jamón serrano un manjar digno de Zeus en el Monde Olimpo, a pesar de que los americanos con su hipocresía absoluta sigan considerando que el cerdo es susceptible de contagiar la peste porcina a quien lo coma, como ahora se nos valora en muchos más aspectos de los que nunca imaginamos hemos dicho basta. Nos hemos conformado con eso.

Pero España, y esta es mi opinión personal, sigue siendo un país analfabeto culturalmente hablando. Seguimos siendo unos animales que despreciamos la cultura por considerarla aburrida, una pérdida de tiempo, algo del pasado o de personas mayores que no tienen nada mejor que hacer. Seguimos siendo unos cazurros y unos ignorantes al pensar esto. La cultura es cultura y ese concepto, que algunos solo relacionan con el Museo del Prado, el de Historia o el de Arqueología, con ir a ver una iglesia románica en un pueblo perdido de la mano de Dios en Palencia, o un monasterio prácticamente aislado de la civilización en el Pirineo Navarro, es mucho más amplio. Quedarse en que cultura son los pintores clásicos (Velázquez, Rubens o Tiziano), o los escultores renacentistas (Bernini o Miguel Ángel), los compositores de música clásica (Strauss, Mozart, Albéniz o Verdi) o los grandes escritores de la historia (Cervantes, Dante, Shakespeare o Dickens), es sinceramente quedarse con la punta más pequeña y reducida del iceberg, es no saber qué es cultura.

El concepto cultura siempre ha abarcado mucho más que la música, la pintura, la escritura o la escultura. Vale, es cierto que quizá estas cuatro artes son los principales pilares, pero hay mucho más detrás del concepto cultura. Y más hoy en día con la globalización del mundo y la interconexión entre las personas que permite la red de redes, Internet. Pero aún así ni por esas la cultura deja de estar estigmatizada por una inmensa mayoría de la sociedad que la mirará siempre desde la distancia con miedo, timidez o arrogancia para no acercarse a descubrirla. La cultura está en muchas más cosas de las que pensamos. Obviamente los libros, los museos, la música y la pintura siempre coparán el escalafón de lo que se considera cultura. Esto es así básicamente porque son más mayores y antiguas, porque desde siempre han sido éstas las artes que más se han cultivado y desarrollado, y por supuesto se seguirán desarrollando y avanzando con la sociedad.

Pero no hay que quedarse ahí. No estoy hablando de la cultura solamente como la parte artística del concepto, que sí, que se lleva la mayor fama, pero cultura también es todo aquello que implica el desarrollo del ser humano, que permite que su intelecto trabaje, se desarrolle y no se apalanque sin trabajar, acomodándose a un estado de las cosas estático. La cultura es dinámica, ser una persona culta no implica saber de música clásica de los siglos XVII y XVIII, ni de pintura renacentista italiana, ni siquiera de la literatura japonesa contemporánea. Ser una persona culta, un amante de la cultura es simplemente ser una persona despierta, que se cuestione todo constantemente y que no tome nada por cierto ni por sentado simplemente por verlo, oírlo o leerlo.

Muchas son las ramas de la cultura, no todas relacionadas con las artes, ni mucho menos con las artes más clásicas. En pleno siglo XXI, y al ritmo que todo se desarrolla en estos tiempos todo puede ser considerado cultura. La música, por ejemplo, ya no se hace como Beethoven o Vivaldi la hacía, ni tan siquiera como los Beatles la hacían. Ahora la música se apoya en la electrónica, en las matemáticas al fin y al cabo, y por ello ya no es cultura. Por supuesto que sí que es cultura, porque la cultura va avanzando con el propio paso del tiempo, y nosotros debemos adaptarnos con ella. Sin embargo debido a la vertiginosidad imperante en la sociedad es posible que esos cambios se produzcan mucho más rápidos de lo que nuestras mentes, en muchos de los casos todavía más clásicas que modernas, pueden asumir. Quizá por eso la cultura a veces no se entiende, no se llega a comprender y puede pasar que lo que en el fondo es cultura, simplemente por haberse adelantado al propio desarrollo cultural de la sociedad termina siendo denostado y criticado.

Cultura también es la arquitectura, la ingeniería, las matemáticas, las ciencias y por su puestos cualquier rama de las letras. Pero cultura también es saber de todo y ante todo querer saber. Lo más importante para que una sociedad termine por salir del oscurantismo cultural e intelectual en el que pueda estar, es tener simplemente la voluntad y las ganas de aprender, de querer ir más allá de lo que se conoce y se sabe, y querer hacerlo no por obligación sino por el mero placer de saber. Para ello hay que tener espíritu crítico y ganas de descubrir cosas nuevas, de abrirse al mundo, porque la cultura también es eso, es mundo y es apertura de mente. Por esa falta histórica de ganas de saber, por esa falta de espíritu crítico alentado por el miedo esparcido primera por la Iglesia y la Monarquía Absoluta que pretendían tener el monopolio total sobre la opinión y el pensamiento, y luego y más recientemente por el Franquismo ayudado por la Santa Madre Iglesia (nótese que la Iglesia está siempre sea el régimen que sea, curioso no) y los fanatismos ideológicos que siempre han lastrado a las sociedades en cualquier parte del mundo, desde Venezuela a Rumanía, desde China a Túnez pasando por supuesto por España, por todo esto sigo pensando que en este país todavía carecemos de ese nivel intelectual y cultural que nos permitiría considerarnos no analfabetos.

Pero en este país nos gusta menos la cultura sea cual sea su forma o modo de expresión que a un niño de tres años las acelgas. O dicho de otra manera nos gusta más estar tirados a la bartola sin hacer nada, al solecito en verano en la playa, o en invierno en un bar tomando unas cuantas cervezas que a un tonto dos palotes. España a mi entender tiene una enfermedad crónica que ni cien siglos de terapia de choque podrían curar. Nos gusta la fiesta, nos gusta vaguear, nos gusta que nos den las cosas hechas, no nos gusta sudar a no ser que sea en la cama haciendo el amor a nuestras parejas o en verano levantando una jarra tras otra de cerveza bien fría, no queremos pensar a menos que sea necesario, y así  nos va. Luego nos quejamos de que es este país los políticos sean unos corruptos, que tengamos a los Bárcenas, Puyol, Granados, Camps y demás miembros del circo robando de las arcas públicas. Con qué desfachatez nos quejamos de esas conductas si en términos general la sociedad sigue siento pobre intelectualmente hablando; o es que nos creemos que los políticos son diferentes a nosotros. Los políticos son reflejo de la sociedad, y si la sociedad es inculta, desprecia el saber y el querer saber, el trabajo duro y las ganas de cuestionarse todo para poder mejorar, por qué iba a ser lo políticos diferentes. No señores, hasta que España no salga del analfabetismo cultural e intelectual en el que se encuentra poco podremos hacer.

Un país que hace que programas de televisión que anulan la capacidad mental de aquellos que los ven, como Gran Hermano, Hombres Mujeres y Viceversa, Sálvame o Adán y Eva, sean líderes de audiencia y congreguen a millones de personas, porque no son decenas ni centenas, sino millones, no puede pretender tener unos políticos decentes. No podemos pretender los españoles tener un país decente mientras en las librerías el libro más vendido sea el de Belén Esteban, mientras que apenas unos pocos conozcan la obra de Javier Marías, Eduardo Mendoza o Arturo Pérez Reverte. Algunos dirán incluso que estos programas que he citado también son cultura, es televisión que en el fondo es una forma más de cultura. A éstos que osen decir semejante majadería les contesto que en parte tienen razón que la televisión sí es cultura y sirve para difundir la cultura en muchos ámbitos y para saber y conocer y para despertar el espíritu crítico (a menos que se vea Telemadrid, Intereconomía o el canal de los Obispos) y para fomentar ciertos hábitos; pero de ahí a que todo lo que sale en la tele pueda ser considerado cultura hay un trecho muy amplio. Porque ver como cinco chicas operadas para aumentarse las tetas hablan, se insultan, y hacen lo indecible para enamorar, aunque de amor hay poco y más bien es para tirarse a un chico que tiene en la sangre más esteroides que Stallone y MacBein juntos, creo que de cultural tiene más bien poco. Aun así hay quien lo considerará una forma más de cultura, y lo considero borreguismo puro y duro.

Es una pena que a día de hoy todo el que quiera saber por saber sea considerado un bicho raro por sus semejantes. Es una pena que muchos chavales que empiezan la universidad y que por tanto están a pocos años de incorporarse por completo a la sociedad como personas independientes, no sepan quien fue Cervantes, ni qué paso en 1492, ni cuándo fue la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial, ni por qué ciudad pasa el Tajo, ni situar en un mapa los principales países del mundo, ni tan siquiera nombrar a diez escritores españoles sea cual sea la época, ni a cinco pintores o músicos clásicos. Es posible que haya cosas que no sean imprescindibles de saber, no pido que se sepa por orden los reyes de España desde Isabel y Fernando, ni dónde nace el Ebro, pero es que por no saber ahora los jóvenes no saben si quiera quién fue Freddie Mercury, o quiénes son los Rolling Stones. Eso sí seguro que sí se saben el ganador de Gran Hermano, o el último y efímero grupo musical de moda (al menos es algo de música, aunque a veces dudo de que ese ruido se pueda considerar como tal).

Es lamentable, triste y deprimente, la poca sensibilidad por el saber y la cultura. Pero también es muy descorazonador que no haya voluntad de cambiar eso, que nadie se preocupe de querer saber. También es descorazonador ver que desde las instituciones públicas poco se hace por remediar eso. A día de hoy tenernos un gobierno que al igual que en tiempo grises y macabros, regidos por supersticiones y monopolios de la opinión y la crítica, mina completamente la capacidad de la gente para acceder a los medios más habituales de la expresión de la cultura. Tenemos un ministro de cultura que aparte de ser un prepotente, denigra todo aquello que considera inferior y que no le guste, que coarta la expresión artística de la gente, limita la cultura a lo de siempre haciendo que los jóvenes consideren que la cultura es cosa de unos pocos y está ligada siempre al poder. Y tenemos un ministro de hacienda que imponiendo un impuesto del IVA del 21% a todo lo que tiene que ver con la cultura (teatro, cine, musicales, danza, etc.) está hundiendo lo poco que en las últimas décadas se había conseguido en este país. Pero volvemos a lo mismo sin personas preocupadas por la cultura y con personas analfabetas intelectualmente qué queremos.

La cultura es cultura, y nada más. La cultura es necesaria siempre para un país porque crea riqueza, no monetaria que es lo que parece que a día de hoy prima más, sino riqueza personal de estar a gusto con uno mismo, y una sociedad que se puede desarrollar a nivel personal y puede sentirse a gusto consigo misma es una sociedad feliz y es una sociedad que vivirá y trabajará mejor, y esto es algo que repercutirá en todos. Yo no quiero que la gente siga un camino cultura u otro. Hay muchas opciones de cultura: te puede gustar más el cine que la literatura, más la música que la pintura, más la danza contemporánea que la escultura renacentista. Lo que yo quiera para España es que la cultura se expanda y me da igual que alguien escuche a Wagner o a Pitbull, que lea cómics manga japoneses o a James Joyce, que prefiera a Calatrava antes que a Moneo, que prefiera ver un partido de fútbol de la liga uzbeca a ir al Prado, que se interese por la flora autóctona del Lago Titicaca o por los coches deportivos, que sea más de la filosofía de Ortega y Gasset que la del último gurú argentino del amor, o que se prefiera el cine mudo y en blanco y negro a una superproducción de Spielberg. Lo que yo deseo es que todo el que tenga una inquietud la desarrolle hasta el final y quiera saber más, porque eso es en definitiva la cultura, y nada más.

Caronte.

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