Un día como hoy,
una vez acabados los exámenes en la universidad, debería estar contento,
debería estar por ahí fuera en la calle, dándome una vuelta o de fiestas con
amigos, con mi pareja o simplemente disfrutando el día. Sin embargo aquí estoy,
en mi casa, sin salir, al calor del radiador que hay debajo de mi escritorio,
escribiendo estas líneas y sintiéndome encerrado en una prisión, mirando por la
ventana y sólo viendo los barrotes que impedirían a un ladrón romper el cristal
y robarnos lo poco que tenemos. No debería ser así. Pero no me queda más
remedio que asumir que hay días en los que por mucho que quiera salir es
imposible o no tengo las ganas suficientes, ni probablemente el valor tampoco,
para hacerlo yo sólo sin depender de nadie ni de nada.
Es verdad que hace
un frío de mil demonios. Probablemente estemos en Madrid ante la semana más
fría, no sólo de este año, ni de este invierno, sino quizá de los últimos diez
o quince años. Hacía mucho tiempo que no hacía tanto frío y durante tantos días
seguidos. Para muestra de lo que digo sólo hay que haber visto las noticias en
la televisión o en internet para descubrir que la mitad de España está bajo una
capa importante de nieve, y la otra mitad bajo capas y capas de ropa
intentándose proteger del frío glaciar con que el viejo y gruñón invierno nos
ha querido deleitar este año. Pero no me hubiera hecho falta tener que ver las
noticias y las imágenes de carreteras desaparecidas bajo un manto blanco, o las
capitales del norte de España dejando estampas de postal para saber que este
año ha devuelto el frío de antaño a nuestras calles. Sin ir más lejos, muchos
son los años que las fuentes de mi barrio llevaban sin amanecer completamente
congeladas, yo al menos no recuerdo haberlas visto así al menos desde que iba
al colegio, cuando tenía unos quince años, y cuento ahora con veintitrés.
Por mucho que
hubiera podido aprovechar este fin de semana de “vacaciones”, y digo vacaciones
por no echarme a llorar, ya que llevo (yo y todos mis compañeros de
universidad) tres semanas seguidas de exámenes sin haber descansado un puñetero
día para nada, para salir y despejarme por fin, para recobrar las fuerzas
perdidas desde la Navidad fantasma que he tenido este año, probablemente el
frío hubiera echado para atrás a cualquiera de las personas a las que se lo
hubiera pedido. Porque siendo sinceros, no hace tiempo para hacer lo que a mí
más me gustaría hacer en un día como hoy, sea la época del año que sea, dar una
vuelta por Madrid sin tener un rumbo fijo, simplemente recorriendo calle tras
calle. Pero estamos en invierno, y este año ha venido crudo de verdad, como los
de antaño, por lo tanto tengo que asumir que el frío pueda minar las ganas de
salir a la calle, por miedo de acabar con la nariz, o las orejas perfectas para
usar de cubitos de hielo en un cubata.
Debería aprovechar
al menos estos dos días que tengo sin ocupaciones, ni obligaciones de la
universidad, ni preocupaciones académicas, ni relacionadas con mi Proyecto Fin
de Carrera. Pero parece que siempre que se me puede presentar una oportunidad
para disfrutar, para salir y despejarme y olvidarme de todo lo que me suele
rondar la cabeza y que termina preocupándome de más, todo se acaba truncando. Ha
dado la casualidad que de los pocos amigos que tengo ninguno esté este fin de
semana para quedar y tomarnos algo o dar una vuelta, aunque muy probablemente
lo que a mí me gustaría hacer a ellos no es lo que más les guste y por eso
quizá tampoco puedo estar todos los fines de semana diciéndoles nada. Además
está el Proyecto que les absorbe por completo y les separa del mundo para
hacerlo. Yo no comparto esa obsesión con lo relativo a la Escuela y por ello
los fines de semana si le echo ganas suelo salir, aunque sea un rato minúsculo
y por mi barrio y aunque tenga muchas cosas que hacer de la universidad.
Quizá si estuviera
en otra carrera que me gustara y me ilusionara podría compartir con mis amigos
más inquietudes y horarios, y quizá me administraría el tiempo igual que ellos.
Pero no es así. Estoy en una carrera que con el tiempo me ha dejado de llenar.
Me he dado cuenta del error que cometí. Me di cuenta tarde y no pude
rectificar, por eso ahora me siento encerrado en mí mismo, con una parte de mí
a la que le gustaría volar lejos y dejar todo atrás, incluso a todos los que
esta carrera me ha dado y a los que quiero como amigos. También es cierto que
si tuviera amigos fuera del ámbito de mi Escuela no me sentiría así, y un día
como hoy podría aprovechar para desconectar del todo, de la universidad, de mi
casa, de mi vida y de mis problemas y preocupaciones. Podría escaparme de mí
mismo y respirar, cambiar de aires. Pero no puedo hacerlo. Mi círculo es único,
y quizá eso a la larga me termine por agobiar, haciendo que el círculo acabe de
nuevo en un único punto.
Pero estoy donde
estoy, tengo los amigos que tengo y de los que no me puedo quejar. Tengo
mejores amigos de los que me merezco, amigos que nunca pensé podría llegar a
tener, y a los que a veces muestro menos amistad de la que ellos a mí me
demuestran. No soy muchas veces justo con ellos, es más podría llegar a
considerarme un traidor o un judas, pero muy probablemente sin ellos, aunque
sean pocos, peor llevaría la carrera y mi propia vida. No creo que pudiera
pedir ni encontrar mejores amigos, lo que pasa es que a veces si siento como si
necesitara tener otros amigos que nada tuvieran que ver con la Escuela, porque
como un virus que va atacando y destruyendo todas las células y tejidos del
cuerpo humano, mi Escuela termina por alejar, individualizar y consumir las
ganas de todo. Hay ocasiones que necesitaría estar en un aire diferente, con
gente diferente y que nada tuviera que ver con la ingeniería. Con gente con la
que pudiera compartir quizá más inquietudes y aficiones personales. A veces
como he dicho antes necesitaría volar, irme lejos del aquí y el ahora, de mi
escuela y de mis amigos. A veces siento que me falta el aire y que sólo lo
podría recuperar con nada que tuviera que ver con mi vida. Pero eso es
imposible.
En días como hoy me
gustaría, no voy a negarlo, quedar con mi novia, con mi pareja y salir a dar
una vuelta, a pasar frío los dos de la mano recorriendo las calles de Madrid,
sentándonos al calor de las estufas eléctricas de la Chocolatería San Ginés a
tomarnos un bueno chocolate caliente y unos churros, a contemplar el frío caer
sobre el Palacio Real y ver a otras parejas hacer lo mismo que nosotros,
simplemente pasear juntos de la mano o abrazados, acompasando nuestros pasos y
sintiendo el calor de uno en el cuerpo del otro. Todo llegará algún día. O no.
Quizá deba acostumbrarme a pasar días como hoy como lo estoy pasando, en mi
casa, escribiendo o leyendo, calentito en invierno, viendo una película de esas
que uno siempre ve en tardes en las que no hace nada salvo hibernar en casa,
películas que termina sabiéndose de memoria. Debería empezar a acostumbrarme a
esta vida, o al menos debería empezar a pensar que a lo mejor algún día cambie
todo y tardes como esta las pase igual que hoy pero acompañado de mi novia en
mi casa, o en la suya, bajo una manta zamorana viendo una película que me sepa
de memoria pero que a ella le haga ilusión ver y con la que me quedaría dormido
sin remedio, pero no pasaría nada porque ella me despertaría susurrándome al
oído, o con una caricia en el pelo o simplemente con un codazo brusco que me
hiciera dar un pequeño bote en el sillón, tras el cual fingiría haber estado
viendo la película muy interesado.
Pero no hay nada
de eso. Ni amigos con los que poder quedar hoy, ni novia con la que pasar la
tarde o ir a cenar fuera a celebrar cualquier chorrada, simplemente que nos
queremos o que he acabado los exámenes. Lo único que tengo hoy, en este día tan
frío es lo que estoy haciendo, escribir. No es gran cosa, es más, muy
probablemente no sea nada, y lo que en un principio pueda hacerme sentir mejor
al ser una válvula de escape a mi mente y mis ideas, termine convirtiéndose en
un espejo de mi alma, el reflejo de una vida que cuando en el futuro lo vuelva
a mirar o leer vea lo que fui, o lo que sea en el momento en que vuelva a
mirarme en estas letras, un reflejo de mis preocupaciones y de todo lo que me
inquiera y me impide ver más allá. No debería estar escribiendo una tarde como
hoy, pero todo ha querido que así sea. Las letras en el fondo pueden ser unas magníficas
compañeras, y dar más compañía que muchas personas. Las letras permiten leer
vidas ajenas, o propias por semejanza y paralelismo. Vidas más o menos
difíciles, depresivas, o por el contrario dichosas y envidiables, llenas de
aventuras, emociones, diversión y alegría, y vidas llenas de amor.
Hoy me toca
refugiarme en las letras. Primero escribiendo estas letras yo mismo, mostrando
aquello que siento esta tarde fría de la semana más fría de todo el año y el
invierno; y después probablemente las letras escritas de otros, o mejor dicho
de otro escritor. Letras ajenas en las que me sumergiré para poder así volar
lejos, a los escenarios que se describan en esa historia, en ese libro. Volar e
irme yo también a vivir las mismas aventuras que pasen los personajes descritos
en esas letras ajenas a mí, y en las que a veces me parece verme descrito.
Volar para no estar aquí en mi habitación tras las ventanas enrejadas de mi
casa, como encerrado en una prisión de la que quisiera escaparme para ser
fugitivo de mi propia vida, para huir hacia delante sin mirar a todo lo que hay
detrás y que no quiero ni siquiera recordar. Solo las letras me permiten esa
huida a día de hoy, esa carrera sin descanso hacia lugares lejanos, hacia vidas
ajenas que se parezcan la mía, o sean radicalmente ajenas a mí, para así al
menos no pensar en que un día como hoy que se supone de vacaciones, el primero
realmente en el que no tengo que hacer absolutamente nada desde que empecé este
último curso de universidad en el que estoy inmerso, estoy en mi casa deseando
salir a hacer algo con alguien sin poder hacerlo.
No me sale nada
más. Hoy no me nacen más palabras que pueda dejar fijas en un folio de papel.
Folio ficticio que no es más que la fría pantalla de un ordenador que no huele
a árbol y en el que la tinta no es más que unas imágenes en forma de letras
unas tras otras que no huelen a tinta tampoco. Me gustaría poder escribir más
pero hoy ya me he agotado, hoy no tengo más vida que contar. Hoy ya se ha
acabado. Mañana quien sabe si habrá algo que merezca la pena contar.
Caronte.
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