sábado, 7 de febrero de 2015

Un día como hoy

Un día como hoy, una vez acabados los exámenes en la universidad, debería estar contento, debería estar por ahí fuera en la calle, dándome una vuelta o de fiestas con amigos, con mi pareja o simplemente disfrutando el día. Sin embargo aquí estoy, en mi casa, sin salir, al calor del radiador que hay debajo de mi escritorio, escribiendo estas líneas y sintiéndome encerrado en una prisión, mirando por la ventana y sólo viendo los barrotes que impedirían a un ladrón romper el cristal y robarnos lo poco que tenemos. No debería ser así. Pero no me queda más remedio que asumir que hay días en los que por mucho que quiera salir es imposible o no tengo las ganas suficientes, ni probablemente el valor tampoco, para hacerlo yo sólo sin depender de nadie ni de nada.

Es verdad que hace un frío de mil demonios. Probablemente estemos en Madrid ante la semana más fría, no sólo de este año, ni de este invierno, sino quizá de los últimos diez o quince años. Hacía mucho tiempo que no hacía tanto frío y durante tantos días seguidos. Para muestra de lo que digo sólo hay que haber visto las noticias en la televisión o en internet para descubrir que la mitad de España está bajo una capa importante de nieve, y la otra mitad bajo capas y capas de ropa intentándose proteger del frío glaciar con que el viejo y gruñón invierno nos ha querido deleitar este año. Pero no me hubiera hecho falta tener que ver las noticias y las imágenes de carreteras desaparecidas bajo un manto blanco, o las capitales del norte de España dejando estampas de postal para saber que este año ha devuelto el frío de antaño a nuestras calles. Sin ir más lejos, muchos son los años que las fuentes de mi barrio llevaban sin amanecer completamente congeladas, yo al menos no recuerdo haberlas visto así al menos desde que iba al colegio, cuando tenía unos quince años, y cuento ahora con veintitrés.

Por mucho que hubiera podido aprovechar este fin de semana de “vacaciones”, y digo vacaciones por no echarme a llorar, ya que llevo (yo y todos mis compañeros de universidad) tres semanas seguidas de exámenes sin haber descansado un puñetero día para nada, para salir y despejarme por fin, para recobrar las fuerzas perdidas desde la Navidad fantasma que he tenido este año, probablemente el frío hubiera echado para atrás a cualquiera de las personas a las que se lo hubiera pedido. Porque siendo sinceros, no hace tiempo para hacer lo que a mí más me gustaría hacer en un día como hoy, sea la época del año que sea, dar una vuelta por Madrid sin tener un rumbo fijo, simplemente recorriendo calle tras calle. Pero estamos en invierno, y este año ha venido crudo de verdad, como los de antaño, por lo tanto tengo que asumir que el frío pueda minar las ganas de salir a la calle, por miedo de acabar con la nariz, o las orejas perfectas para usar de cubitos de hielo en un cubata.

Debería aprovechar al menos estos dos días que tengo sin ocupaciones, ni obligaciones de la universidad, ni preocupaciones académicas, ni relacionadas con mi Proyecto Fin de Carrera. Pero parece que siempre que se me puede presentar una oportunidad para disfrutar, para salir y despejarme y olvidarme de todo lo que me suele rondar la cabeza y que termina preocupándome de más, todo se acaba truncando. Ha dado la casualidad que de los pocos amigos que tengo ninguno esté este fin de semana para quedar y tomarnos algo o dar una vuelta, aunque muy probablemente lo que a mí me gustaría hacer a ellos no es lo que más les guste y por eso quizá tampoco puedo estar todos los fines de semana diciéndoles nada. Además está el Proyecto que les absorbe por completo y les separa del mundo para hacerlo. Yo no comparto esa obsesión con lo relativo a la Escuela y por ello los fines de semana si le echo ganas suelo salir, aunque sea un rato minúsculo y por mi barrio y aunque tenga muchas cosas que hacer de la universidad.

Quizá si estuviera en otra carrera que me gustara y me ilusionara podría compartir con mis amigos más inquietudes y horarios, y quizá me administraría el tiempo igual que ellos. Pero no es así. Estoy en una carrera que con el tiempo me ha dejado de llenar. Me he dado cuenta del error que cometí. Me di cuenta tarde y no pude rectificar, por eso ahora me siento encerrado en mí mismo, con una parte de mí a la que le gustaría volar lejos y dejar todo atrás, incluso a todos los que esta carrera me ha dado y a los que quiero como amigos. También es cierto que si tuviera amigos fuera del ámbito de mi Escuela no me sentiría así, y un día como hoy podría aprovechar para desconectar del todo, de la universidad, de mi casa, de mi vida y de mis problemas y preocupaciones. Podría escaparme de mí mismo y respirar, cambiar de aires. Pero no puedo hacerlo. Mi círculo es único, y quizá eso a la larga me termine por agobiar, haciendo que el círculo acabe de nuevo en un único punto.

Pero estoy donde estoy, tengo los amigos que tengo y de los que no me puedo quejar. Tengo mejores amigos de los que me merezco, amigos que nunca pensé podría llegar a tener, y a los que a veces muestro menos amistad de la que ellos a mí me demuestran. No soy muchas veces justo con ellos, es más podría llegar a considerarme un traidor o un judas, pero muy probablemente sin ellos, aunque sean pocos, peor llevaría la carrera y mi propia vida. No creo que pudiera pedir ni encontrar mejores amigos, lo que pasa es que a veces si siento como si necesitara tener otros amigos que nada tuvieran que ver con la Escuela, porque como un virus que va atacando y destruyendo todas las células y tejidos del cuerpo humano, mi Escuela termina por alejar, individualizar y consumir las ganas de todo. Hay ocasiones que necesitaría estar en un aire diferente, con gente diferente y que nada tuviera que ver con la ingeniería. Con gente con la que pudiera compartir quizá más inquietudes y aficiones personales. A veces como he dicho antes necesitaría volar, irme lejos del aquí y el ahora, de mi escuela y de mis amigos. A veces siento que me falta el aire y que sólo lo podría recuperar con nada que tuviera que ver con mi vida. Pero eso es imposible.

En días como hoy me gustaría, no voy a negarlo, quedar con mi novia, con mi pareja y salir a dar una vuelta, a pasar frío los dos de la mano recorriendo las calles de Madrid, sentándonos al calor de las estufas eléctricas de la Chocolatería San Ginés a tomarnos un bueno chocolate caliente y unos churros, a contemplar el frío caer sobre el Palacio Real y ver a otras parejas hacer lo mismo que nosotros, simplemente pasear juntos de la mano o abrazados, acompasando nuestros pasos y sintiendo el calor de uno en el cuerpo del otro. Todo llegará algún día. O no. Quizá deba acostumbrarme a pasar días como hoy como lo estoy pasando, en mi casa, escribiendo o leyendo, calentito en invierno, viendo una película de esas que uno siempre ve en tardes en las que no hace nada salvo hibernar en casa, películas que termina sabiéndose de memoria. Debería empezar a acostumbrarme a esta vida, o al menos debería empezar a pensar que a lo mejor algún día cambie todo y tardes como esta las pase igual que hoy pero acompañado de mi novia en mi casa, o en la suya, bajo una manta zamorana viendo una película que me sepa de memoria pero que a ella le haga ilusión ver y con la que me quedaría dormido sin remedio, pero no pasaría nada porque ella me despertaría susurrándome al oído, o con una caricia en el pelo o simplemente con un codazo brusco que me hiciera dar un pequeño bote en el sillón, tras el cual fingiría haber estado viendo la película muy interesado.

Pero no hay nada de eso. Ni amigos con los que poder quedar hoy, ni novia con la que pasar la tarde o ir a cenar fuera a celebrar cualquier chorrada, simplemente que nos queremos o que he acabado los exámenes. Lo único que tengo hoy, en este día tan frío es lo que estoy haciendo, escribir. No es gran cosa, es más, muy probablemente no sea nada, y lo que en un principio pueda hacerme sentir mejor al ser una válvula de escape a mi mente y mis ideas, termine convirtiéndose en un espejo de mi alma, el reflejo de una vida que cuando en el futuro lo vuelva a mirar o leer vea lo que fui, o lo que sea en el momento en que vuelva a mirarme en estas letras, un reflejo de mis preocupaciones y de todo lo que me inquiera y me impide ver más allá. No debería estar escribiendo una tarde como hoy, pero todo ha querido que así sea. Las letras en el fondo pueden ser unas magníficas compañeras, y dar más compañía que muchas personas. Las letras permiten leer vidas ajenas, o propias por semejanza y paralelismo. Vidas más o menos difíciles, depresivas, o por el contrario dichosas y envidiables, llenas de aventuras, emociones, diversión y alegría, y vidas llenas de amor.

Hoy me toca refugiarme en las letras. Primero escribiendo estas letras yo mismo, mostrando aquello que siento esta tarde fría de la semana más fría de todo el año y el invierno; y después probablemente las letras escritas de otros, o mejor dicho de otro escritor. Letras ajenas en las que me sumergiré para poder así volar lejos, a los escenarios que se describan en esa historia, en ese libro. Volar e irme yo también a vivir las mismas aventuras que pasen los personajes descritos en esas letras ajenas a mí, y en las que a veces me parece verme descrito. Volar para no estar aquí en mi habitación tras las ventanas enrejadas de mi casa, como encerrado en una prisión de la que quisiera escaparme para ser fugitivo de mi propia vida, para huir hacia delante sin mirar a todo lo que hay detrás y que no quiero ni siquiera recordar. Solo las letras me permiten esa huida a día de hoy, esa carrera sin descanso hacia lugares lejanos, hacia vidas ajenas que se parezcan la mía, o sean radicalmente ajenas a mí, para así al menos no pensar en que un día como hoy que se supone de vacaciones, el primero realmente en el que no tengo que hacer absolutamente nada desde que empecé este último curso de universidad en el que estoy inmerso, estoy en mi casa deseando salir a hacer algo con alguien sin poder hacerlo.

No me sale nada más. Hoy no me nacen más palabras que pueda dejar fijas en un folio de papel. Folio ficticio que no es más que la fría pantalla de un ordenador que no huele a árbol y en el que la tinta no es más que unas imágenes en forma de letras unas tras otras que no huelen a tinta tampoco. Me gustaría poder escribir más pero hoy ya me he agotado, hoy no tengo más vida que contar. Hoy ya se ha acabado. Mañana quien sabe si habrá algo que merezca la pena contar.

Caronte.

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