domingo, 27 de marzo de 2016

Una Pascua algo extraña

Esta Semana Santa está siendo algo diferente a las que hasta ahora he vivido. Tampoco excesivamente, es verdad, pero sí lo suficiente como para que los pequeños matices que la están diferenciando de otras se hagan notar. De primeras esta Semana de Pasión estoy trabajando, no es que esté trabajando los días principales de celebración religiosa/festiva/vacacional, sino que estoy trabajando en general. De hecho esta semana por el tipo de trabajo que tengo estoy de vacaciones. Es lo que tiene trabajar en la Universidad, que cuando llegan las vacaciones escolares/universitarias no se trabaja demasiado (aunque esto de no trabajar demasiado no es que sea solo en época vacacional, ya que un día normal en el trabajo me cuesta mucho encontrar algo que hacer para matar el tiempo). Pero estoy trabajando y esa es una diferencia fundamental.

Otra diferencia de esta Pascua es que un poco más y cae en invierno. Esto es común para todo el mundo, no es una diferencia o matiz que me ataña solamente a mí. Pero no es menor, ya que todas las procesiones salen casi de noche, por lo menos en Madrid. Es probable que en otras ciudades mucho más pías y por tanto menos pecadoras que la comunista y pro URSS Madrid, gobernada por los rojos desde el pasado mes de mayo cuando se desalojó de la alcaldía a los herederos del régimen que llevaban acaparando el poder absoluto de la villa desde hace un cuarto de siglo, las procesiones salgan a cualquier hora del día. Sin ir más lejos en Sevilla, la catolicísima y muy creyente capital andaluza, tienen procesiones a todas horas, todos los días de la semana desde el fin de semana del domingo de ramos hasta el de resurrección.

Yo no soy una persona excesivamente creyente, o mejor dicho religiosa, no me gusta que nadie me diga cómo me tengo que comportar para ir al cielo, al paraíso, para disfrutar de la vida eterna. Es más no creo en nada más allá que nuestra estancia temporal y mal aprovechada en la Tierra. Es aquí donde debemos disfrutar de la vida y no en el más allá con Dios, que vete a saber tú qué es Dios para cada uno de los millones de creyentes de cualquier fe y creencia que hay en el mundo. No se puede decir que sea muy feligrés tampoco. Llevo sin pisar una iglesia sin ir a un entierro, un bautizo o una boda, o simplemente de turismo como mínimo desde que hice la primera comunión. Y sin que me den una hostia también bastante tiempo. Y aquí sigo, vivo, sin que el pecado me reconcoma la mente ni el alma, y sin notar que me estoy condenando al fuego eterno, donde probablemente se tenga una existencia post-terrenal mucho más entretenida.

Pero a pesar de que no me considero un creyente de los pies a la cabeza sí que tengo mi fe. La llevo a mi manera. No necesito que un señor que ha estado enclaustrado toda la vida, alejado de la normalidad y que habla como si tuviera una almorrana del tamaño de un melocotón de Calanda, me diga como tengo que vivir mi fe. Sé que estoy blasfemando, pero considero que ese Dios del que todo el mundo habla en estas fechas está más con gente como yo que respeta el mundo y lo intenta preservar todo lo posible, disfrutándolo, cuidándolo, conociéndolo y descubriéndolo en todo su esplendor, que con todos esos que siguen intransigentemente a un cura con sotana y que no soportan que se haga broma con la religión. De hecho me da igual blasfemar a ojos de estos radicales, con lo a gusto que se vive así.

Como digo a pesar de mi peculiar forma de vivir y de creer en algo respeto profundamente las tradiciones católicas de España, ya que es mi país. Además las procesiones y todos los demás actos que conlleva la Semana Santa en España: torrijas, potajes, bacalao con tomate, monas de Pascua en Cataluña el próximo lunes, etc., son algo extraordinario. Aparte de todo el turismo que viene a nuestro país para disfrutar de estos eventos supersticiosos en los que se venera una imagen de madera sobre una carroza cargada a hombros sobre penitentes que pasea dicha carroza y la imagen que en ella va subida por toda la ciudad en un recorrido de varios kilómetros y muchas horas. Es un negocio redondo y perfecto. Ya en las procesiones de Semana Santa en España no hay fe, o la hay de manera muy minoritaria; o eso al menos creo yo. Y por esto mismo creo que nadie va a quitar las procesiones de ninguna ciudad por mucho temor que infundan esos políticos necios que usan el miedo para intentar ganar algún voto ignorante. La Semana Santa es un negocio y por eso mismo siempre se celebrará en este país, gobierne quien gobierne, y sea España la forma de gobierno que sea: Monarquía o República.

Como el año pasado, esta Pascua he ido a ver tres procesiones distintas en Madrid, tres días diferentes. De las tres sólo una es a la que voy de manera incondicional y es la del Cristo de los Alabarderos. Las otras dos la verdad es que me dan un poco igual, es más si no fuera a verlas estaría tan contento y feliz en mi casa rascándome la barriga, pero a mi madre le hace ilusión ir a verlas ya que ya no vamos al pueblo a ver las de allí (mucho más deprimentes y chapadas a la antigua, tanto que hay momentos en los que temo que la bandera que se ponga en el Ayuntamiento venga con pajarraco incluida).

Pero este año la procesión de los Alabarderos ha traído consigo una sorpresa muy grata y agradable. Resulta que estando ya mi madre y yo preparados en un punto del recorrido a pocos metros del inicio de la procesión, que sale desde la Puerta de Oriente del Palacio Real de Madrid, un matrimonio de turistas americanos se me acerca y me pregunta si hablo inglés; yo le contesté a la mujer, ya que fue ella la que me preguntó (siempre son las mujeres las más lanzadas en estos temas, es como si a los hombres nos diera reparo), que sí que hablaba inglés, con lo que la di pie para que me preguntara que qué era todo eso que estaba pasando y por qué había tanta gente allí de pie parada. Ahí empezó una especie de Via Crucis algo especial, porque me vi en la necesidad de explicar en inglés a un par de guiris qué es una procesión de Semana Santa y por qué se hacían. Menos mal que mientras me intentaba explicar cómo podía explicando los pormenores de la procesión, una mujer española, ya jubilada, que había vivido veinticinco años en Nueva York se sumó a la conversación y entre ella y yo, mi madre la pobre hacía de convidada de piedra en la conversación al no saber inglés, conseguimos explicar al matrimonio qué era la procesión.

Pero la cosa no quedó ahí. El matrimonio, que resultó ser americano y concretamente de Kansas City, se quedó durante toda la procesión junto a nosotros, siendo “nosotros” mi madre, la mujer medio neoyorquina y yo mismo. Estuvimos como hora y media hablando sobre España y EE.UU., sus diferentes tradiciones y formas de entender la religión. Resultó que el matrimonio era bastante religioso. Además acababan de llegar a Madrid hacía apenas unas horas. Previamente habían estado en Barcelona, San Sebastián y Bilbao. Vamos que al llegar a la capital y descubrir ese guirigay de procesiones, Cristos Crucificados por las calles y demás debieron de quedarse más que petrificados. En todo el tiempo que estuvieron con nosotros también hablamos un poco de Donal Trumpo y el alivio que para ellos suponía estar lejos de su tierra sin poder escuchar absolutamente nada de ese “personaje” que es como le llamaron.

Una de las cosas más curiosas y también por qué no decirlo delicadas que pasó y que viví, fue el momento de explicarles a los americanos qué era un nazareno y porqué se parecía tanto a los miembros del Ku Klux Klan, o simplemente como ellos se referían a esta organización: el Klan. En el momento que le comenté al matrimonio la semejanza en vestimenta entre los nazarenos y el Klan la mujer puso una cara de horror increíble, no se lo podía creer de hecho. Es más creo que no se lo creyó hasta que vio a menos de un metro suyo a uno de esos nazarenos y entonces me dio la razón aparentemente entre conmovida y asustada. Como pude también les expliqué que la vestimenta de nazareno es anterior al Klan con lo que parece que se calmó la mujer un poco. El hombre por su parte sacó la cámara de fotos, o el móvil, y echó una foto a uno de esos nazarenos para mostrarla en Kansas a sus amigos y familiares, comentando a continuación que se apuntaría la explicación que yo le había dado para darla también ante las más que previsibles protestas y exclamaciones de asombro de dichos amigos y conocidos.

Pasada la procesión por delante de nosotros, nos despedimos todos de manera muy efusiva y cordial. Los americanos nos agradecieron a la mujer española que había vivido en Nueva York y a mí que les hubiéramos explicado tan bien la procesión y todo lo que nos preguntaron sobre España, la Semana Santa y más asuntos varios. Nos agradecieron igualmente que hubiéramos invertido nuestro tiempo acompañándoles mientras la procesión se desarrollaba, a lo que yo al menos respondí diciendo que era un honor, porque de hecho yo lo viví así ya que no siempre se puede mostrar algo de la ciudad que se ama a gente que lo desconoce todo de ella. Nos estrechamos las manos y nos despedimos todos, siguiendo cada cual nuestro camino. Ahora repasando lo que ocurrió para poder escribirlo lo siento de manera muy especial. Fue un rato muy agradable durante el que comprobé que mis años de estudio de inglés habían servido para algo, además el hombre americano me dijo que hablaba bastante bien inglés cosa que hizo que me enorgulleciera.

Las otras dos precesiones a las que he ido esta Pascua poco o nada tienen de reseñables. Están a años luz de la de los Alabarderos, tanto por presentación como por escenario de desarrollo. Pocos lugares hay en Madrid que se puedan asemejar al Palacio Real y todo su entorno, exceptuando claro está el insidioso edificio que alberga la Catedral de la Almudena, construcción desentonante donde las haya pero que a fuerza de verla ahí siempre al final uno la coge cariño. Pero este año ha habido una diferencia y es la luz. Las procesiones de Madrid este año han salido todas al borde del ocaso, con el sol ya vencido sobre el horizonte, dispuesto a caer rendido al otro lado del mundo y dar paso a la penumbra y las sombras de la noche madrileña.

Para ir acabando también he de decir que este año como todos los demás en mi casa el Viernes Santo, día de la crucifixión y muerte de Jesús hijo de Dios nuestro Señor, ha habido bacalao con tomate pare comer. Un manjar delicioso que a mi madre le sale casi celestial, valga la blasfemia para describir las cualidades culinarias de mi madre en este ámbito. Pero no se ha quedado ahí la cosa ya que las torrijas tampoco es que le salgan malas, sino más bien todo lo contrario y también como todas las Semanas Santas en mi casa hay torrijas casi durante una semana. Este año la diferencia ha estado en que ha sido mi madre la que también ha hecho las torrijas para mi abuela, ya que la pobre ya no está para cocinar algo tan laborioso como este dulce tan empalagoso y delirante, aunque a mis abuelos les han durado apenas tres días y a día de hoy ya no tienen ni una sola que llevarse a la boca. Lo único que este año no se ha comido en mi casa ha sido potaje. Una pena la verdad, pero no paso todo el año hambre para no subir de peso para que llegue esta semana de Pascua y me ponga a comer manjares pecaminosos como un cerdo y todo el esfuerzo se venga abajo.

Sin embargo todo lo anterior son minucias, extrañezas poco serias, diferencias insustanciales y casi imperceptibles, cambios irrelevantes y casi anecdóticos. Esta Pascua para mí ha traído consigo un estado de agitación interior personal muy relevante. No, esta Semana Santa por suerte o por desgracia, aunque no creo que ni lo uno ni lo otro tengan nada que ver en los cambios, no ha sido como las anteriores. Las anteriores se desarrollaron en un entorno que controlaba con un futuro estable por delante sin cambios y sin decisiones relevantes y decisivas que tomar. La de este año no ha sido así. Antes de comenzar los días grandes de la Pascua de este año recibí una noticia que me turbó y cambió todo mi planteamiento mental, afectando relevantemente a mi situación personal, o que afectaría relevantemente a mi situación personal si yo tomo la decisión de que así sea.

Es muy probable que en un periodo de tiempo tenga que tomar una decisión que cambiará mucho. Y eso es lo que me lleva reconcomiendo la cabeza toda esta Semana Santa, lo que ha hecho de esta Pascua algo extraño y muy diferente a todas las anteriores, y probablemente también a las siguientes que deban venir en los años que hay por delante de nosotros aunque estos todavía no existan ni puedan ni deban ser imaginados. Son las decisiones que pueden afectar seriamente al ámbito personal las más complicadas de tomar. Pero siempre hay que decidir. De hecho lo hacemos constantemente. El problema es que las decisiones que tomamos todos los días y a todas horas no nos cambian la vida de manera relevante, no ya en un futuro a muy corto plazo, sino a la larga. Son las decisiones que sabemos que nos transformarán en otra personas las que más nos cuesta tomar, básicamente porque el ser humano es un animal que necesita seguridad para hacerlo todo, salvo contadas excepciones temerarias, un animal al que no le gusta el riesgo porque se ha acomodado a vivir tranquilamente en un entorno que más o menos es capaz de controlar.

Lo que tengo que decidir no lo puedo controlar y por eso me perturba, me genera incertidumbre y miedo, mucho miedo. Pero son los hechos y es la vida. Esta Pascua la voy a recordar toda mi vida, no por haber sido ligeramente diferente a las anteriores, sino por probablemente ser diferente a todas las que en el futuro puedan venir y pueda vivir. Además la semana que viene es mi cumpleaños, un cuarto de siglo, que tampoco va a ser igual que todos los anteriores, empezando por la edad que cumplo, y siguiendo por las mismas razones que acabo de exponer aquí. También en esto esta Pascua ha sido extraña ya que mi cumpleaños no cae cerca de la Semana Santa sino que ésta ya ha acabado, cuando habitualmente mi cumpleaños siempre ha caído o el fin de semana del Domingo de Ramos, o en el de Resurrección, sino justo en mitad de estos días de celebración de fe religiosa y espiritualidad. Vamos que la Pascua de este año ha sido y será siempre una Pascua extraña venga lo que tenga que venir.

Caronte.

jueves, 17 de marzo de 2016

Frío sol

Madrid tiene a finales de invierno, entre otras muchas cosas únicas en el mundo, si todo viene como tiene que venir y la primavera no se adelanta demasiado un sol radiante que no calienta, que riega la tierra, las calles y los edificios, así como a las personas que habitamos en la ciudad, con una luz fría que aún en los momentos más álgidos del día, esos durante los cuales en verano el sol agita su fusta implacable sobre la ciudad y la abrasa con sus rayos. Madrid a finales del invierno, más o menos por el mes de marzo, o incluso a finales de febrero, cuando ya el sol termina por vencer a la oscuridad y se emparejan las duraciones del día y la noche, de la luz y la oscuridad, disfruta de días más soleados que muchos del verano y la primavera, con un sol radiante y espectacular pero que no logra calentar.

Ya hablé de la blanca luz del invierno en Madrid en otra entrada en el blog; de esa luz que acaricia las fachadas de los edificios durante las tardes soleadas invernales de Madrid, si es que el mal tiempo, los cielos grises y la lluvia lo permiten, y las ilumina con una luz inconmensurable y que no se encuentra en ningún otro rincón del mundo. Madrid no es una ciudad hermosa al estilo de Roma, París, Viena o Praga, ni tan siquiera como Londres o Berlín. Podría incluso aventurarme a decir, por mucho que me pueda doler que Madrid es una ciudad fea, aunque más que fea yo creo que es una ciudad rústica y rural a pesar de ser cosmopolita e internacional. Pero ninguna de las ciudades que he nombrado comparándolas con Madrid en cuanto a belleza tiene esa blanca luz de invierno ni ese sol frío que tiene la villa y corte ciudad capital de España.

El sol de finales del invierno en Madrid es un sol cuya luz a pesar de ir día a día ganándole la batalla a la oscuridad todavía no es capaz de calentar. A finales de febrero o principios de marzo el sol ya se siente victorioso frente a las largas noches de invierno y es capaz casi de igualar con su luz a la oscuridad todavía reinante. Pero a pesar de que la guerra empieza a estar ganada no puede sin embargo sacar fuerzas para calentar y que sus rayos piquen en la piel de los madrileños. Sin embargo este sol débil, casi victorioso, apenas todavía pletórico, que empieza a dominar sobre la luna y la noche no dura siempre. Esa sensación de tener días radiantes sin una sola nube en el firmamento que enturbie la vista del horizonte y unos cielos de un azul tan intenso que hace daño contemplar no duran mucho, son casi un oasis en medio de todo un año.

Los días de estas pocas semanas del año en las que luce el sol pero éste no calienta son días en los que el frío gélido de las mañanas, que hace que los campos y las zonas ajardinadas de la capital queden cubiertas por un muy sutil y delicado manto de hielo y escarcha blanca, pase a ser un frío tibio o una tibieza fría que impide que uno se quite el abrigo ya que para ir en mangas de camisa o jersey por mucho sol que haga es todavía pronto en el calendario, para acabar el día, cuando un tono malva se va adueñando del cielo hasta que la más amplia gama de tonos azules van ganando terreno en la bóveda celeste para convertirse al final en el más profundo y sideral negro, con un frío acorchado que se mete de nuevo por todos los resquicios de la ropa para intentar rozarnos la piel desnuda.

Es increíble, conmovedor incluso, disfrutar de este sol frío que lo único a lo que nos obliga es a usar gafas de sol, ya que a pesar de que no tiene fuerza para calentar ni tan siquiera en las horas centrales del día, sí manda su luz reconfortante sobre las calles de Madrid. Los abrigos no sobran, y esto hace que las imágenes de la gente por las grandes calles del centro de la capital sean chocantes. Si se hiciera una foto en plena Gran Vía de Madrid en la que quedara reflejado y congelado un instante veríamos un cielo totalmente raso, de un azul intensísimo y bellísimo como en pocas épocas vemos en Madrid, sin una sola nube, diáfano e inescrutable, inmenso e inabarcable; un cielo que para quien no se fijara en las ropas de los viandantes que saldrían en la foto evocaría calor, una buena y cálida temperatura. Sin embargo quien se fijara un poco más detenidamente en la gente que en la fotografía apareciese se daría cuenta cómo van abrigados, usando incluso bufandas y guantes, sobre todo en la acera de sombra.

No es de extrañar que mucha gente, turistas extranjeros y nacionales, habitantes de la urbe capital o simplemente gente de paso por ella, quedé extrañada por este fenómeno único que, aunque no lo sepan de primeras, no vivirán en ninguna otra parte del mundo. Los amaneceres de estos días de sol frío con absolutamente gélidos, las tardes también, y en medio de esos dos momentos cuando el sol nace y muere diariamente como un ave fénix eterno está el día soleado de Madrid de finales de invierno. El sol acaricia la cara, la intenta tostar y reconfortar tras varios meses de cielos encapotados, grises y lluviosos en los que las ganas de salir a la calle se ven frustradas y truncadas por una mezcla de pereza y melancolía por esos días soleados y alegres, bulliciosos y animados de la primavera y parte del verano. Pero no consigue su objetivo.

Por muchas ganas que el sol ponga en su misión es incapaz de dar calor, de hacer que los ciudadanos de Madrid nos quitemos alguna capa de abrigo de encima. Pero con el paso de los días este sol impotente, todavía en su edad temprana en la que es todo entusiasmo y ganas pero que no puede con nada, va ganando fuerza e intensidad. Todavía mientras escribo estas líneas el sol sigue siendo joven e inmaduro para calentar y derrochar la fuerza que suele tener también en Madrid en verano, más quizá que en cualquier otra parte de España también, aunque aquí sé que exagero más. Pero estos días ya están a punto de llegar a su fin.

Ya cada vez el sol es capaz de calentar más sobre todo a medio día, de alzarse más en el cielo para lanzar sus rayos lo más verticales posibles y golpear inmisericordes sobre Madrid. Están lejos todavía las jornadas eternas de luz, sol y calor que traerán los meses de junio y julio, y también por qué no agosto aunque en menor medida, cuando los que quedemos en Madrid tendremos que aguantar sufriendo esas largas y densas horas estivales, cuando la canícula y el ambiente infernal llenan todos los rincones y calles de Madrid, cuando las sombras son tanto o más calurosas que las zonas de sol, cuando no hay refugio donde ocultarse de ese mismo sol que en estos últimos días de invierno todavía no puede calentar.

Ojalá estos días pudieran durar todo el año. No puedo negar que me gusta el frío y mucho. Sé que aunque muchos dicen que vivir en un país con fríos, duros e inclementes inviernos no es algo divertido, yo sería feliz haciéndolo. Me gustaría que en Madrid en invierno nevara todos los años, pero el maldito y maravilloso a un tiempo Sistema Central se queda con la poca nieve que en invierno cae por estos lares peninsulares. Por esto me gusta este sol incapaz de calentar y de tornar el frío en tibio ambiente pre-primaveral. Me gusta caminar por las calles de Madrid con gafas de sol porque el sol me moleste en los ojos, pero al mismo tiempo hacerlo con bufanda y abrigo pesado y calentito, con jersey y con botas para que los pies no se queden tiritando. No cambiaba esta sensación por ninguna otra del mundo, no trocaba este sol por una temperatura caribeña ni loco. Prefiero estos días de cielos casi siempre nítidos y azules, sin nubes, con ligera brisa del norte y frío.

Sin embargo este tipo de días no tienen por qué existir. No todos los años hay días de estos, o tantos días de estos. Sí es cierto que es lo normal. Además este año está siendo todo un poco más raro de lo normal por el invierno tan atípicamente caluroso que estamos teniendo. No creo que este sol frío vaya a durar mucho más. Es una pena porque estos días están siendo una maravilla, sobre todo aquellos en los que el cielo está verdadera y completamente azul, que por desgracia no son todos. Cuando esto pasa, y se combinan la blanca y fría luz de este sol de finales de invierno y el azul impoluto del cielo de Madrid pasear por las calles de la ciudad pasa a ser un lujo del que únicamente los madrileños podemos disfrutar y que todo el mundo con al menos dos dedos de frente es capaz de reconocer. Ir al Retiro una mañana de sábado o domingo tras haberse pasado antes por la Cuesta del Moyano para buscar en sus puestos algún libro que merezca la pena a un precio más que inmejorable, es algo que pocas ciudades del mundo pueden ofrecer.

Las mañanas de los fines de semana son las mejores para disfrutar de este sol, para retarle y burlarse de él por su impotencia a la hora de calentar. Y digo las mañanas porque durante las tardes, a pesar de que día a día el sol gana tiempo y terreno a la noche, todavía las sombras cubren la ciudad demasiado temprano para los gustos de la capital, aunque para el mío personal no. Esos fines de semana en los que brilla espléndido el sol son las mejores para disfrutar de él, para salir  pasear antes de tomar algo y comer tranquilamente, no sobra ropa, pero tampoco falta nada. Uno puede ir al Retiro como he dicho a disfrutar de un buen rato con la pareja, o a la Plaza de Oriente a pasear junto a las estatuas de reyes godos, o a la zona del río recientemente acondicionada para el uso y disfrute de todos los vecinos de la villa y corte.

El sol anima a moverse, a salir del letargo invernal para ir empezando a entrenarse de nuevo para la temporada primaveral cuando la vida sale de las casas para instalarse en las calles, plazas y parques, hasta bien entrado el otoño. El sol es vida siempre, salvo entre el quince de julio y el de agosto, cuando en vez de vida es horno asador y solo genera muerte (figuradamente quiero decir). Pero el sol de invierno es un sol que quiere avisar de lo que está por venir pero para lo que todavía falta tiempo, apenas unas semanas. No caliente, no quema, no broncea, no pica, pero transmite vida, levanta el ánimo y si se combina con el cielo azul es perfecto para dejarse llevar por las mejores y más bonitas emociones. Es un sol que alegra siempre, al menos a mí me alegra más que ningún otro a lo largo del año, porque me permite salir a pasear solo y sentirme a gusto, sin envidiar a las parejas que luego en verano y sobre todo en primavera abarrotan el Retiro, los parques y las plazas de cualquier zona de Madrid, demostrando su amor y su falta de soledad. Puedo decir que amo al sol frío de finales de invierno.

Pero esto ya se acaba. El sol ya no será más un simple faro luminoso. No creo que los días de cielos despejados durante los cuales desde ciertos lugares de Madrid se puede contemplar a la perfección la silueta inmensa y pétrea, regia y sólida de la sierra madrileña con sus cumbres cubiertas de nieve, y radiante sol vayan a durar mucho más. Cada día que pasa noto que al mediodía el abrigo va sobrando más. El sol empieza a quemar, a saberse un poco más fuerte con cada momento, a recordar que el invierno está prácticamente muerto y la primavera ya llama a las puertas de la naturaleza. Aunque esto da igual. No importa que haya que esperar de nuevo todo un año para volver a ver esta maravillosa luz blanca y fría de invierno en Madrid. No importa que lo que venga ahora vaya poco a poco ganando en intensidad y calor hasta llegar al horno veraniego en el que se convierte la capital de España en verano. No importa porque quienes llevamos a Madrid en nuestros corazones y en nuestra alma sabemos que ese sol frío ha de volver en menos de un año.

Mientras este sol frío de finales de invierno termina por desarrollarse y pasar a ser un sol más poderoso y arrogante incluso, inmisericorde y despótico. Mientras este sol solo mande rayos de luz y el calor esté ausente en ellos, hay que disfrutarlo porque puedo asegurar que somos los únicos que podemos disfrutar de él, y esto sí que no es poca cosa. Simplemente hay que saber aprovechar y amar a este joven sol principiante que cuando aprenda lo que tiene que hacer lo hará sin piedad alguna, y entonces echaremos en falta el frío de esta época y la luz blanca de este frío sol.

Caronte.

jueves, 10 de marzo de 2016

Europa ha muerto

Hace tiempo que lo llevaba intuyendo pero no ha sido hasta esta semana cuando he terminado de constatar que la Unión Europea no existe, ha muerto. El problema quizá no está en que se haya muerto recientemente sino en que muy probablemente llevara muerta ya varios años y no me hubiera dado cuenta. Siempre he sido un europeísta convencido: he nacido siendo europeo al contrario que mis padres que les pilló ya creciditos y a punto de casarse, y siempre he visto en el sueño de unión de la sociedad europea como algo que solo podría traer a la sociedad cosas buenas. Pero ya no puedo seguir fingiendo y soñando. Esta semana me ha dado de bruces con la realidad, y no puedo más que lamentar que la Unión Europea no existe, que lleva muerta varios años, quizá alguna década y que por desgracia no ha sido por causas naturales sino que ha sido asesinada por los líderes europeos sucesores de aquellos padres de la Unión.

En 1951 se firmó en París el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la CECA. Más tarde en 1957 en Roma en un gran salón que actualmente pertenece a los Museo Capitolinos, Italia, Francia, Alemania y el Benelux conformaron realmente lo que hoy se conoce, o hasta hoy se conocía, como Unión Europea. En aquel entonces los líderes europeos dejaron atrás sus diferencias, y probablemente sus odios históricos (no hay que olvidad que Francia y Alemania siempre han sido enemigos en Europea) y se unieron para conformar una hermandad que compartiera valores y dejara atrás conflictos y guerras que lo único que conseguían era empobrecer y destruir a los países y romper familias generando miles de muertos, sangre y dolor.

Pero el ideal de aquellos primeros grandes hombres con pinta más de humanistas casi que de personalidades de estado egoístas y egocéntricas, duró más bien poco. Los valores que llevaron a fundar la Unión Europea como una sociedad de países hermanados en busca de la paz y la prosperidad social poco a poco fue degenerando únicamente en una búsqueda del beneficio económico individual de cada país, obviando al conjunto de la sociedad. El egoísmo sustituyó al altruismo y a la generosidad de los países que sabían que si todo el conjunto de la Unión progresaba lo harían todos y cada uno de sus miembros.

Quizá desde los primeros años el germen del mal, de ese virus que lo ha destruido todo desde que Adam Smith planteó sus síntomas, fue calando profundamente sin que nadie se diera cuenta, o sin que nos quisiéramos dar cuenta. La Unión Europea siguió creciendo buscando el bienestar social, basándolo y justificando el progreso económico como única herramienta para lograrlo. El capitalismo o mejor dicho, ya que no me considero para nada comunista, el capitalismo mezclado con el liberalismo más radical y duro, fue haciéndose hueco en la agenda europea. Poco a poco los objetivos de la Unión dejaron de ser sociales y humanistas, como el principio pretendían también ser, para ser únicamente económicos.

Cada país se fue conformando como un ente independiente, como una empresa, que sólo miraba por el conjunto si esa visión iba a beneficiarle económicamente en algo. A día de hoy la Unión Europea es un conjunto compartimentado, un recipiente de vasos incomunicantes, de países que poco a nada tienen que ver los unos con los otros, cosa que de hecho debería de ser buena, pero que además no quieren saber nada los unos de los otros salvo para asuntos económicos. ¡Así no nació Europa! No entiendo cómo a los líderes europeos no se les cae la cara de vergüenza al pertenecer a una UE que a día de hoy ha terminado por perder todos los valores que llevaron a su fundación. Nada queda de 1957, del Tratado de Roma, salvo un papel mojado que sirve a algunos nostálgicos de la verdadera Unión para cerciorarse de que en algún momento sí que existió algo que se denominó Unión Europea.

Pero claro, generalmente los proyectos complejos, esos para los que son necesarios muchos esfuerzos, mucho valor y muchas ganas, o como diría Churchill (aunque la cita no es correcta): sangre, sudor y lágrimas; estos proyectos siempre van bien por una de las siguientes dos opciones: la primera, porque todo funciona bien, no hay problemas graves y por tanto no hay que enfrentarse a crisis de envergadura considerable y por esto mismo quienes estén al frente de dicho proyecto poco o nada tienen que hacer más que administrar bien, y eso se aprende en cualquier escuela de negocios; o bien, y aquí viene la segunda de las opciones, los líderes del proyecto son de tal envergadura, con la suficiente capacidad de reacción, agallas y valor como para enfrentarse sin titubear a cualquier circunstancia por muy enrevesada que sea y por muy delicada que se pueda llegar a poner, logrando así mantener el proyecto a flote y aprender de esas situaciones delicadas.

Dicho lo anterior cabe señalar que la Unión Europea siempre ha funcionado bien mientras las crisis a las que se ha tenido que enfrentar en su historia se podían resolver mediante una buena gestión y administración de las mismas, y mientras las medidas a tomar simplemente fueran económicas, fueran quienes fueran los líderes de los países miembros y fueran cuales fueran sus capacidades por muy mediocres que éstas pudieran llegar a ser. Pero ahora esto ya no vale. Europa ha dado con la horma de su zapato: la crisis de los refugiados. Nótese que se usa la palabra “crisis” como si ésta pudiera ser resuelta como una crisis económica, o agrícola, o política. Pero si hemos de ser correctos usando el lenguaje deberíamos de estar hablando de “Éxodo masivo”.

Como comencé diciendo un poco más arriba, Europa ha muerto, ha sido asesinada esta semana. Si todavía alguien tenía esperanzas de que Europa y sus gobernantes estuvieran verdaderamente a la altura de las circunstancias, éstas han quedado tiradas por el barro de los campos de refugiados, por no llamarlos de concentración, donde se hacinan miles de personas sin posibilidad de vivir dignamente. El pacto con Turquía por el que en el fondo se venden personas por unos 3000 millones de euros, repito, por 3000 millones de euros, ha terminado por asestar un golpe mortal a todos aquellos valores que en su día conformaron la comunidad de países, la unión de sociedades más avanzada del mundo, envidiada por mucha más gente de la que lo reconocía abiertamente.

Los refugiados sirios, iraquíes, afganos, libios, están huyendo de sus países e intentan llegar a Europa: esa tierra que siempre hemos vendido como la tierra prometida para todo aquel que quisiera mejorar, vivir bien y tener un futura decente. Porque en el fondo esto ha sido siempre Europa hasta los últimos años: una tierra de oportunidades, el viejo continente donde todo funcionaba bien, donde la generosidad estaba por encima de toda individualidad, donde el bien común siempre ha reinado por encima de los intereses particulares de un único estado miembro. Pero como también he dicho ya en este artículo todo iba bien hasta que han llegado los problemas importantes, hasta que la Unión y sus gobernantes de turno se han tenido que enfrentar a asuntos verdaderamente importantes que no se resuelven con un Consejo Europeo extraordinario que dure hasta las tantas de la madrugada.

No voy a hablar aquí de la situación de los refugiados y de los motivos que les llevan a arriesgar sus vidas y la de sus familias, a pagar un dinero que no tienen vendiendo probablemente a sus hijas y mujeres a mafias para ser violadas durante una temporada, por llegar a Europa para simplemente tener un futuro, y no muerte por delante. Ya he hablado de esto en otro artículo en el blog. No voy a repetirme.

El problema de los refugiados es algo que Europa directa o indirectamente, tampoco voy a meterme a analizar las cuestiones geopolíticas que han conducido hasta esta situación, ha provocado. La guerra civil en Siria, iniciada durante esa Primavera Árabe que tanto se aplaudió en Europa y EE.UU. porque estaba derrocando a dictadores, previamente asentados en sus respectivos tronos de poder absoluto por esas mismas democracias de ambos lados del Atlántico, se ha convertido en un conflicto semi-dormido, casi olvidado, que está destruyendo un país, que amenaza con extenderse debido al terrorismo islamista de ISIS y que parece que se va a enquistar si no se pone remedio de verdad a la situación. Pero no se va a hacer nada por una simple razón: Siria no tiene nada que ofrecer a Occidente de lo que Occidente pueda aprovecharse. Siria es un desierto, un montón de kilómetros cuadrados de arena y roca, sin petróleo, ni gas, ni recursos minerales como tiene África. Siria es un erial y no interesa. Siria solo tiene una cultura milenaria, alberga de las más bellas ciudades antiguas del mundo; pero eso es cultura y no se puede traficar con ella, no genera millones de millones de millones.

Europa se ha traicionado así misma con su actitud para con los refugiados. En 1989 desde el corazón del viejo continente, allí donde las diferencias surgidas durante la Guerra Fría tras el albor de la IIGM, desde Berlín se dio un gran ejemplo de humanidad al mundo con la Caída del Muro de Berlín. Hoy también desde el viejo continente, tan largamente envidiado por su calidad de vida, se enseña al mundo cómo se puede ser racista, intolerante, mezquinos, zafios, ruines y egoístas mediante la construcción de nuevos muros y alambradas de espino que eviten la llegada de personas “non gratas” y nuestra tierra. Lamentable, vergonzoso, asqueroso.

Los líderes europeos, todos sin excepción, han demostrado con el pago a Turquía por que se haga cargo de los refugiados, su nivel de humanismo. Nada queda de la época dorada de Europa donde la generosidad imperaba. El viejo continente ha olvidado su pasado de refugiados; hemos olvidado las guerras, las tragedias humanas, el hambre, la muerte y el sufrimiento de la sociedad. Desde los despachos de las cancillerías y las diferentes presidencias de gobierno el mundo se ve muy lejano y lo que menos quieren los líderes es que el mundo real llegue hasta el alféizar de sus ventanas.

Hace meses Europa acordó acoger a miles de refugiados y a repartirlos por cuotas, como si fuera ganado o toneladas de cereal, entre los diferentes países miembros. Parecía que Europa estaba reaccionando a un drama humanitario que no se ha conocido desde la IIGM. Pero eran simples espejismos. De todas aquellas palabras bienintencionadas solo queda papel mojado, mojado por la sangre de las miles de personas que mueren cada mes intentando llegar a las costas y a las tierras europeas. Llegan miles de personas todas las semanas pero no se hace nada: simplemente se hacinan en campos de refugiados, que siempre queda mejor que llamarlos de concentración, ya que las reminiscencias nazis parece que sí que están presentes; cuando lo que estos campos lo único que son es campos de concentración donde los refugiados están obligados a quedarse porque no se les quiere acoger en ningún sitio. Tampoco difieren muchos líderes europeos de Hitler o Mussolini, al menos en cuanto a racismo se refiere.

Obviamente el problema con los refugiados es delicado, quizá el más complejo al que Europa se haya tenido que enfrentar nunca. Pero se supone que los líderes europeos están para algo, ¿no? No hay respuesta para esto. Los líderes europeas están solo para que sus respectivos países vayan bien económicamente, y si te he visto no me acuerdo. La Unión ya no es más que una asociación económica de países egoístas que busca generar riqueza al precio que sea y si hay que sacrificar a miles de personas que intentan buscarse un futuro lejos de una guerra, pues da igual. ¡Es ruin! No sé qué va a ser de Europa en los próximos tiempos pero no auguro nada bueno.

Cada vez que veo en las noticias, leo en los periódicos o escucho en la radio alguna noticia relativa a los refugiados o a las medidas que Europa se supone que está tomando para solventar la situación, siento una mezcla de pena, rabia, impotencia y también asco. No me siento representado con la Unión Europea actual. No puedo ya decir con orgullo, como antes decía, que me siento casi más europeo que simplemente español. El problema es que tampoco puedo decir simplemente que me siento orgulloso de ser español porque la actitud del gobierno con referencia a este asunto no es que esté siendo ejemplar (ni en este asunto ni en otros muchos); muy pronto España ha olvidado que hace no muchas décadas también nosotros éramos refugiados en Francia o México, ¿qué hubiera pasado si nos hubieran hacinado en un campo de concentración y nos hubieran tratado como mierda de vaca?

Hay quien me tachará de oportunista, de demagogo e hipócrita por simplemente escribir pero no hacer nada más. Y en parte tendrán razón aquellos que me critiquen por ello, pero lo que sí sé es que no sería cobarde como lo están siendo los líderes europeos, ni tampoco ruin ni miserable. La Unión Europea no puede llamarse así mientras consienta los campos de concentración de refugiados. De hecho el nombre Europa cada día que pasa vuelve a tener únicamente el significado que tuvo en su día, a saber, uno de los continentes. Nada más. Es una pena que costara tanto esfuerzo y sufrimiento crear la Unión Europea para que unos líderes cobardes y miserables, unos vendidos al dinero y a los mercados que quizá sea una descalificación peor aún, la hayan matado en apenas un par de años. Sólo falta gritar eso de: ¡Europa ha muerto, larga vida a la vergüenza!

Caronte.

martes, 1 de marzo de 2016

Vergüenza cervantina

A nadie se la habrá pasado el hecho de que estamos en 2016, que no tenemos gobierno electo pero sí en funciones, que el Real Madrid ha perdido la Liga y que no sabe a qué juega si es que juega a algo ni que el invierno que está a punto de acabar no ha sido invierno sino más bien una fría primavera en la que los almendros y otros árboles de floración temprana se han adelantado casi un mes y ya han florecido. Nadie habrá obviado estos hechos, y sin embargo desde mi punto de vista en España este año se conmemora un hecho fundamental no ya solo para la cultura de nuestro país de la que nos deberíamos que sentir más que orgullosos, sino para el conjunto de los castellano-parlantes: la muerte de Don Miguel de Cervantes Saavedra. Seguro que muchos habréis pensado que me estaba refiriendo a algo mucho más importante y al daros cuenta de a lo que me voy a referir en este artículo dejéis de leer inmediatamente; allá vosotros con vuestra conciencia y vuestra soberana incultura.

Miguel de Cervantes (en este artículo será o Don Miguel, ya que quizá es y será el único hombre con ese nombre que podrá ser referido universalmente siempre con dicho título de distinción y respeto, o Cervantes a secas, según me dé) murió en el mes de abril de 1616, es decir, justo hace cuatro siglos. Ahí es nada. Sé que hay gente que este dato le dará totalmente igual, y a la que le dejará completamente indiferente, pero a mí no. Las figuras como Cervantes siempre merecen hueco en la cultura de un país y más aún en fechas tan importantes como el cuatrocientos aniversario de su muerte.

La figura de Don Miguel no es una figura cualquiera en la cultura española. Miguel de Cervantes ha sido, es, y será siempre una figura literaria universal, que ha traspasado, traspasa y traspasará (aunque a muchos les pese) nuestras fronteras. Cervantes no pertenece únicamente a España, como sí lo hacen otras figuras de la historia cultural española, sino a todo el mundo. Don Miguel es una de esas personalidades que están presentes en el estudio de la literatura universal en todos los rincones del planeta. Desde Reino Unido hasta Nueva Zelanda, desde la Tierra del Fuego hasta la Península de Kamkatcha, desde la ciudad más cosmopolita de los EE.UU., hasta el pueblo más perdido y tradicional de Japón. Quizá he exagerado un poco pero la figura de Cervantes y la ocasión merecen la pena.

Pero España es diferente a todo. Siempre lo hemos sido y siempre lo seremos. Da igual que Don Miguel naciera en una de las ciudades más bellas y hermosas de España, Alcalá de Henares, da igual que pusiera en el mapa una de las regiones más solitarias y áridas de nuestro país como es La Mancha. Da igual todo. En España hemos tratado siempre mal a quienes nos han  puesto en el mundo, a quienes han hecho que se conozca nuestro país, nuestra lengua y nuestra cultura allende los mares. Nunca nos ha importado la cultura ni sus figuras más relevantes fuera cual fuera su ámbito: literatura, escultura, pintura, cine, teatro, etc. En España solo nos preocupamos por la fiesta, por el alcohol, por inventarnos alguna celebración para no trabajar, por el sol y la playa, por ver el fútbol y que nadie nos lo toque, por estar al día de la vida de los demás (famosos si puede ser), de insultar al vecino, de envidiar al amigo y de nosotros mismos de manera individual olvidándonos de que formamos parte de un país riquísimo en muchos ámbitos.

Cervantes está siendo olvidado, menospreciado, condenado al ostracismo, tachado de antigualla y de vestigio del pasado. Ya han pasado dos meses desde que empezó este 2016 y no hay noticia alguna de los actos que todo país orgulloso de su pasado, su historia y su cultura estaría celebrando o a punto de celebrar por todo lo alto. Pero ya he dicho esto es España. La sociedad no va a exigir que se haga nada especial, que no se gaste ni un euro en conmemorar a un muerto por mucho que ese muerto sea de la talla de Cervantes, a menos que corra la cerveza y la comida y haya fiestas y días de vacaciones por ese hecho. Es vergonzoso que no haya nada preparado para conmemorar la muerte de una de las figuras más grandes de la historia de la literatura universal, cuya obra magna, “El Quijote”, ha sido traducida a más idiomas que cualquier otra obra de ficción exceptuando la Biblia. A los españoles les da igual todo esto, pero es que al gobierno de la nación mucho más.

Pero qué le vamos a pedir a un gobierno de derechas, cuando dicha ideología en España siempre ha sentido verdadera alergia por todo lo que sonora a cultura e intelectualidad. Una ideología analfabeta por norma general, aunque siempre ha habido excepciones como en todas las malas familias, que tacha de izquierdas todo aquello relacionado con la cultura, y que considera como rojos a todo el mundo que dedique su vida a crear algo hermoso para ser disfrutado por el resto de la humanidad. No entiendo tanto desdén a la cultura por parte de la derecha política española a no ser que estén acomplejado por ver que pocos intelectuales y artistas (en el término más amplio de esta palabra tan denigrada por los poderes mediáticos conservadores) comulgan con sus ideas.

El actual gobierno en funciones del PP, encabezado por Mariano Rajoy y secundado por ministros tan ilustres e ilustrados como Fernández Díaz, Montoro, Báñez y anteriormente por el gran intelectual de este país Wert, lleva despreciando la cultura española desde que llegó al poder y decidió subir los impuestos a todo lo que tenía que ver con ella, ignorando que intentar recabar dinero de aquella gente que va al teatro o al cine para intentar ser un poco mejor persona lo único que consigue es generar analfabetos. Pero quizá esto es lo que pretender: ampliar su base de votantes para así poder seguir gobernando durante muchos años sin que nadie les tosa y sin que nadie se cuestione de verdad lo que hacen.

Este gobierno ha ignorado desde el principio la cultura y lo sigue haciendo ahora en funciones. Pero Don Miguel sigue expectante. Y así creo que seguirá. Sólo en los últimos días parece haber algo de movimiento en todo lo relacionado con los eventos que se van a realizar para conmemorar y recodar la figura de Cervantes, pero esto es así básicamente porque organizaciones como la RAE o el Instituto Cervantes, así como muchos intelectuales de este país se han empezado a movilizar para exigir que desde las instituciones públicas se haga algo, que se empiecen a mover los hilos de un año que debería estar lleno de actos, celebraciones, exposiciones, charlas, congresos, conferencias y ferias literarias que centraran su actividad en la figura de este español universal que sin saberlo dio al mundo una de sus referencias culturales clave.

Personalmente no tengo esperanza alguna de que se pueda recomponer algo que parece más improvisado que realmente reflexionado y preparado durante muchos meses. Siento vergüenza de mi gobierno (si es que podía llegar a sentir más todavía). Pero lo que para mí es más grave aún, es que también siento vergüenza de los españoles, de mis propios conciudadanos. Entiendo que un gobierno como el del PP no tenga la más mínima voluntad de celebrar algo de este calibre sabiendo que congregará a decenas de intelectuales que no dudarán en criticar y dar palos al gobierno y de sacarle los colores (algunos en el PP saldrían inmediatamente a contestar a dichos intelectuales tachándoles de izquierdosos e hipócritas, incluso de defraudadores de hacienda y caraduras). Sin embargo lo que no acabo de entender es cómo la sociedad española no se indigna por este hecho. Y mientras tanto Cervantes seguirá esperando.

Para mayor inri y vergüenza del gobierno español y de España en su conjunto, este 2016 también se celebra otra efeméride igual de importante: también se cumplen 400 de la muerte de William Shakespeare. Y digo esto porque el gobierno de Su Majestad la Reina Isabel II del Reino Unido sí tiene un plan preparado durante meses por no decir años que ya lleva ejecutando desde el primer día de este año y que su primer ministro, David Cameron, por cierto de la misma familia política que Mariano Rajoy, anunció lleno de orgullo durante su discurso de año nuevo. Me gusta mucho el RU, pero no envidio ni su cultura, ni su estilo de vida, ni su sociedad. Sin embargo sí envidio el hecho de que saben recordad a sus figuras más importantes. A los ingleses no les molesta ni les incomoda conmemorar la muerte de sus compatriotas más célebres. Los ingleses no sienten esa especie de envidia e inquina que desde tiempos inmemoriales se instaló en la sociedad española y que desde entonces corre por nuestras venas.

En España parece como si envidiáramos que Cervantes sea reconocido en el mundo entero y sea tachado de español. Mientras tanto en RU sienten todo lo contrario. ¿Pero qué podíamos esperar de un país como España que ni sabe dónde está enterrado su escritor más universal, y que solo lo busca con ahínco para que una alcaldesa nefasta que ama las “relaxing cups of café con leche” se haga la correspondiente foto al final de su mandato para que se la recuerde como paladín de la cultura y de un orgulloso pasado? Los ingleses sin embargo saben bien donde pueden ir a dejarle flores a William Shakespear, ni más ni menos que a la majestuosa e imponente Abadía de Westminster al “Poet’s Corner” (para Ana Botella “El rincón de los poetas”).

La diferencia entre la sociedad inglesa y la española estriba en el hecho de que ellos no se avergüenzan de su pasado sea cual sea. En España sí y ese creo que es el problema que tenemos en este país. Cada vez que hablamos de algo que tiene que ver con el pasado se nos pone la piel de gallina y un escalofrío nos recorre la médula espinal como advirtiéndonos de que entramos en terrenos pantanosos. ¿Qué culpa tiene Don Miguel de que en España a día de hoy no sepamos mirar hacia atrás y darnos cuenta de que nuestra historia, a veces triste y dolorosa, es una historia en común muy poderosa que se remonta muy atrás en el tiempo? Ninguna, pero lo estamos pagando con su figura.

Cervantes es quizá la figura española más conocida en el mundo. No estoy hablando del mundo de bajo nivel intelectual, de los analfabetos del siglo XXI que solo viven de ver la televisión, sino de ese mundo cultivado, que ve en la cultura la única herramienta de progreso. Don Miguel es una figura universal de la que los españoles nos deberíamos sentir más que orgullosos, pero que por desgracia parece que queremos esconder y no mostrar para que nadie se sienta mal. No lo entiendo, y por más que pienso en alguna explicación que pueda tener algún argumento de peso para defenderla, no la encuentro. ¡Hasta los ingleses van a conmemorar también la figura de Miguel de Cervantes durante su Año Shakespeare! No entiendo cómo no se nos cae la cara de vergüenza. Bueno sí que lo entiendo pero quizá es mejor que no piense en ello para no deprimirme aún más.

Sé que escribo todo esto por tener quizá más sensibilidad que la mayoría a toda expresión cultural, en especial al mundo de la literatura. Pero aun así me parece indignante, por no decir indecente, que no se haga nada para honrar la figura del padre de “El Quijote”. Creo que los españoles no nos damos cuenta, ni tampoco valoramos, la magnitud de la figura de Don Miguel a escala universal. Preferimos sentirnos orgullosos de que la selección española de fútbol haya sido campeona del mundo en 2010 que tener a uno de los más grandes escritores de la historia de la literatura. Es más, la consecución del Mundial de Fútbol se recordará periódicamente siempre can actos y celebraciones por todo lo alto, mientras que la conmemoración de los 400 años de la muerte de Cervantes pasará desapercibida a no ser que conlleve como dije al principio días de fiesta, cerveza y comida gratis.

A nivel personal no me resigno a que la figura de Miguel de Cervantes pase desapercibida. No me resigno a constatar que nadie en este país mueve un solo dedo para que se recuerde como es debido la persona del creador de “El Quijote”, entre otras muchas obras, eclipsadas todas ellas por la magnitud y relevancia de aquélla. Pero me tengo que resignar a que en este país ocupen más portadas de periódicos y minutos en la información de los telediarios de ámbito nacional lo que ocurre en Venezuela, lo mala y diabólica que es Manuela Carmena con sus Reyes Magos de mercadillo y sus titiriteros pro etarras, y lo bueno que sería para la estabilidad y el bienestar de España que Mariano Rajoy con su nivel intelectual y cultura siga al frente del gobierno, que las celebraciones y los actos del Año de Cervantes.

No me he leído “El Quijote” lo que sin duda servirá como argumento para quien quiera criticarme y llamarme hipócrita; pero no creo que haya que ser un experto en arte para saber por ejemplo que La ronda de noche de Rembrandt es uno de los cuadros más importantes de la pintura flamenca. No me siento orgulloso de no haber leído la obra cumbre de las letras españolas, sino más bien todo lo contrario, pero sí sé que si España y los españoles no somos capaces de conmemorar y recordar cómo se debe la figura de Don Miguel de Cervantes Saavedra en el 400 aniversario de su muerte estaremos cometiendo un error histórico que algún día se calificará como “vergüenza cervantina” del que no nos arrepentiremos nunca (o quizá sí, en España todo es posible).

Sólo espero que ya que estamos ya en marzo no se tarde mucho más en empezar a recordar a Cervantes. Don Miguel lo merece. Como merece que ayer mismo en TVE la serie El Ministerio del Tiempo, le rindiera un homenaje más que digno, quizá el primero que se hace en su año, con un capítulo repleto de comedia, en el que se recordaba la figura de Cervantes y lo que “El Quijote” ha supuesto, y de hecho todavía supone, para España, y del que el propio autor se hubiera reído y habría disfrutado como un niño con zapatos nuevos. Todavía estamos a tiempo se salvar lo que ya ha comenzado como vergüenza, aunque solo sea por superar a los ingleses en su conmemoración de Shakespeare. Ojalá Cervantes tenga el año que se merece.

Caronte.