Señor Secretario
General de las Naciones Unidas; señor Presidente de la Asamblea General;
señoras y señores Jefes de Estado y Gobierno; señores ministros; señoras y
señores. Un año más nos reunimos en Nuevas York bajo esta gran cúpula para
dialogar sobre el mundo y su estado, y para intentar mejorar las condiciones de
vida de millones de personas en todo el globo. Un año más y ya van setenta, las
Naciones Unidas convocan a su Asamblea Nacional a todos los líderes internacionales
para encontrarse, buscar la paz, la concordia y el fin de los conflictos de
toda índole que golpean la Tierra.
Hace un año desde
esta misma tribuna ya alerté de que el mundo cada vez se estaba haciendo más
insolidario, más individualista y que si no hacíamos algo para intentar
revertir dicha situación nos veríamos avocados a tener que vivir en un planeta
que al final nos terminará por dar la espalda. Desde el pasado mes de
septiembre, justo hace un año, el mundo ha cambiado mucho, tanto para bien como
para mal. Aunque por desgracia sea el mal el que más ha avanzado en los últimos
doce meses. ¿Y qué ha hecho la comunidad internacional? Nada. Cada país ha
mirado única y exclusivamente por sus propios intereses sin que les importara
lo que pasaba fuera de sus fronteras. Cada día que pasa los países son más
egoístas. Cada día que pasa la humanidad vale menos y el capital, el dinero, la
riqueza adquiere más valor; aunque ese valor sea ficticio y ruinoso para
sociedad.
Cada vez más el
mundo se está dividiendo en dos mitades: una que tiene dinero, vive bien, no
tiene más problemas que los que la vida cotidiana pueda plantear; y otra mitad
que no vive sino sobrevive como puede. El mundo occidental, o lo que siempre se
ha llamado mundo occidental, es decir esas sociedades y países desarrollados
que tienen un buen nivel de vida y viven en un estado de bienestar que permite
a todo el mundo acceder a una buena educación y sanidad y otorga igualdad de
oportunidades, vive como en una burbuja de la que muy difícilmente sale para
ver el mundo real. El mundo real por su parte, esa gran parte de la población
mundial que malvive como puede sabiendo que sólo un milagro podría hacer que
salieran de la más mísera pobreza y desigualdad, lucha por mejorar su estatus
social como puede, sin ayuda de nadie, o escasa cuando la hay proporcionada por
ONG’s que apenas cuentan en muchas ocasiones con ayudas oficiales de organismos
públicos de los diferentes países que podrían permitirse colaborar a hacer un
mundo mejor.
Sin embargo algo
ha cambiado durante este último año. La burbuja del mundo occidental se ha roto
y ahora los países que siempre nos hemos considerado ricos estamos viendo cómo
también hay países pobres. Durante estos últimos meses en Europa, por poner un
ejemplo claro, se ha producido una avalancha de seres humanos que, huyendo de
la barbarie y la guerra, han llegado a las fronteras europeas pidiendo ayuda,
auxilio, refugio. Los mal llamados inmigrantes por algunos líderes europeos de
los que siento vergüenza ajena al ver su comportamiento y que deshonran con su
comportamiento un ideal que dio forma hace ya muchas décadas a un sueño de
hermandad entre pueblos, no están llegando a Europa porque quieras tener una
vida mejor, o por encontrar trabajo, o por poder mandar a sus familias algo de
dinero para que puedan vivir mejor. No. Todas las personas que en los últimos
meses están intentando alcanzar Europa lo hacen porque no les queda otra opción
más que huir de sus países de origen, de la tierra que les vio nacer, porque si
se quedan allí corren el riesgo de morir en una guerra.
La crisis
migratoria, o de refugiados, o simplemente humanitaria que está viviendo Europa
no tiene diversos orígenes o causas, sino una muy clara la guerra. Las Naciones
Unidas se fundaron hace setenta años después de que el mundo asistiera a la más
sangrienta, cruenta e inhumana guerra que la humanidad hubiera podido imaginar
con el firme objetivo de evitar que se repitieran en el futuro escenas de
muerte, hambre, desolación y destrucción física y moral. Pero desde su
fundación no hemos conseguido parar esas guerras. Más bien todo lo contrario,
han seguido proliferando amparadas por diversos intereses, pero que sin embargo
tienen siempre un factor común: el dinero y los intereses geo-económicos. Podría
haber sido mucho más duro y decir que las guerras no son más que consecuencia
de una falta total y absoluta de moral y de un bajísimo nivel intelectual de
aquellas personas que las amparar y justifica, pero hubiera supuesto insultar a
mucha gente y este no es el foro adecuado para ello.
La guerra en
Siria; el desastre que la comunidad internacional terminó por general en Irak;
la indefinición de todos los países ante el grupo terrorista ISIS; la anarquía
reinante en Libia; y el coladero que en el fondo es todo el norte de África.
Éstas son las verdaderas causas de la crisis humanitaria que se está
produciendo en Europa. ¿Y qué se ha hecho para intentar solucionar esta crisis?
Nada. Soy muy crítico en este aspecto con la Unión Europea. Una UE que a principios
de año para solucionar el problema con Grecia y sus apuros económicos no dudó
ni un segundo en reaccionar airadamente y con contundencia para salvar su
dinero haciendo incluso caer un gobierno democráticamente elegido en las urnas.
Una UE que no dudó en reunir de urgencia las veces que fue necesario a sus
líderes hasta horas intempestivas para ahogar a Grecia económicamente, pero que
cuando se trata de seres humanos arriesgando su vida para poder llegar a vivir
en paz en una tierra donde nadie les matará por lo que son, solo es capaz de
posponer una y otra vez las soluciones y las tomas de decisiones. Me da
verdadera vergüenza ser tachado de europea allá donde vaya. Me da vergüenza ver
cómo hay países europeos que ya han olvidado su historia más reciente y tratan
a estas personas como seres de segunda categoría.
Pero la UE no es
el único ente culpable de esta crisis migratoria. Toda la comunidad
internacional, encarnada por Occidente, los grandes veladores de la paz y la
democracia del mundo, auto-nombrados como tales guardianes. Pero claro cómo se
va a intentar acabar con una guerra en Siria o en Libia, o cómo se va a
intentar destruir a ISIS si no hay dinero ni petróleo de por medio como pasaba
en Irak. Miserable. Esa es la palabra que define a la perfección la actitud de
muchos países que podrían estar haciendo mucho más que simplemente decir que
van a aceptar a tantas decenas de miles de refugiados.
Sé que este foro
quizá no sea el lugar más adecuado para la petición que voy a hacer. Sé también
que las Naciones Unidas se crearon para intentar evitar los conflictos bélicos
armados en el mundo para no tener que volver a vivir el infierno de la IIGM.
Pero a día de hoy el mundo, todo el mundo, no ya solo eso que siempre se ha
llamado occidente, tiene delante una amenaza global encarnada por una
organización terrorista fanática de carácter religioso, ISIS. No pediría esto
si no creyera que es la única solución para afrontar este problema y acabar con
estos monstruos, pero con ellos no cabe la negociación porque decapitan,
lapidan, queman o degüellan a los intermediarios; para ISIS no hay ley que
valga, ni tribunal de justicia que pueda otorgarles el derecho a defenderse de
las acusaciones de sus crímenes. Llamo a toda la comunidad internacional a
unirse contra el terrorismo del ISIS. Llamo a los países a unirse y atacar a
los terroristas en el terreno. No me queda más remedio que llamar a las
Naciones Unidas a la guerra.
Son palabras
duras, lo sé y me hago cargo de ellas, y algún día responderé de ellas ante
alguien que me pida responsabilidades. Pero las he pronunciado con todo el
conocimiento y el significado que poseen. La guerra nunca es deseable y siempre
he creído que ninguna razón legitima el uso de la fuerza. Pero también creo que
el mundo, ante la amenaza de ISIS, está viviendo momentos cruciales, y en estos
momentos las soluciones ordinarias o más deseadas no son útiles. Hay mucha
gente que está muriendo. Hay mujeres que están siendo violadas constantemente,
niñas inclusive. Los hombres adultos están siendo obligados a luchar y los que
se niegan mueren de la forma más cruel y dolorosa posible. Ante esa situación
creo que todos los aquí presentes, saldríamos corriendo de nuestra tierra natal
para intentar buscar la paz para al menos tener la posibilidad de tener un
futuro, aunque sea miserable.
No veo más
solución que acabar con los terroristas en su terreno, enfrentándonos a ellos
como hacen ellos, matándoles. Pero esta solución deben de llevarla a cabo
principalmente los países de Oriente Medio que son los más amenazados, con
apoyo incondicional del resto de potencias internacionales. Nadie está a salvo
de los terroristas, ni China que a veces parece un gigante sordo, mudo y ciego;
ni Rusia que juega normalmente a dos bandas; ni Estados Unidos que sólo parece
interesarse por los problemas ajenos cuando no le queda más remedio, o cuando
puede sacar algo a cambio. Hay que hablar, por supuesto, y el diálogo es algo
que siempre tendré como prioridad. Pero ante todo hay que actuar. Todo el mundo
está en peligro ante la amenaza del fanatismo terrorista, por eso debe ser todo
el mundo el que responda con una sola voz a los terroristas.
De momento mi
discurso está siendo pesimista. Poca esperanza para la paz, el bienestar y el
desarrollo de las sociedades y los pueblos del mundo veo en un mundo egoísta y
preocupado únicamente del crecimiento económico y de los mercados financieros
globales. Poca esperanza digo que hay, pero algo sí que hay. Este último año el
mundo ha sido testigo a una serie de cambios que pueden perfectamente ser
tachados de históricos por aquellos que se dediquen a estudiar la historia, y
estoy seguro que en su día, dentro de muchas décadas en los colegio, institutos
e universidades se estudiará este año 2015 como un año histórico y sobre todo
dinámico en cuanto a las relaciones internacionales se refiere.
En los últimos
meses hemos visto como el diálogo y la diplomacia han sustituido a las amenazas
y lo silencios, y los buenos gestos a los desplantes constantes. El deshielo de
las relaciones entre los EE.UU. y Cuba e Irán, han demostrado que cuando hay
voluntad de resolver problemas, de acercar posturas y de eliminar diferencias,
se puede conseguir lo que sea. Cuando los países, las naciones se unen para
trabajar en pos de un objetivo común de bienestar para sus ciudadanos nada las
puede parar. Las posiciones inmovilistas solo conducen al estancamiento de los
problemas, al rencor y a fin de cuentas a quedarnos como estamos, aunque en el
fondo no nos guste esa relación.
No me cabe ninguna
duda de que estas conversaciones que simplemente acaban de comenzar y que
tienen un muy largo recorrido por delante, seguirán por buen camino y
terminarán con décadas de tensión y desacuerdo entre naciones. Mucho queda por
hacer y muchos avances deben hacer todas las partes implicadas en recobrar una relación,
si no de amistad, al menos cordial. A nadie se nos escapa que Cuba debe dar todavía
muchos pasos en la dirección del reconocimiento de los derechos humanos y en el
camino de la democracia real y en el mundo de las libertades individuales
reales. Nadie duda de que Irán deba dejar a un lado todo matiz religioso en sus
relaciones con el resto del mundo; pero tampoco hay que olvidar que es un país
llamado a liderar su región. También EE.UU. debe aprender a no entrometerse en
los asuntos políticos internos de los países de manera tan abierta y descarada,
muchas veces con tono arrogante y prepotente. Con humildad se consiguen muchas
más cosas y se avanza más en la dirección correcta.
Por estos cambios
sigo pensando que hay algo de esperanza en el mundo. Pero la esperanza es muy
débil y si no se ponen ganas por las partes de un conflicto, o una disputa,
nunca se podrá resolver para bien. Me gustaría ser una persona esperanzada con
el planeta. Me gustaría que en unos años en esta Asamblea General no se hablara
de disputas entre países que deberían ser hermanos; me gustaría no tener que
nombrar la intolerancia racial, religiosa o política; me gustaría poder decir
que en el mundo hay igualdad de oportunidades en todas la naciones para
cualquier ser humano sea cual sea su origen, creencia religiosa, ideología
política, país de nacimiento, tendencia sexual, o color de piel.
Sin embargo también
sé que conseguir paz, libertada e igualdad y acabar con el hambre y las guerras
en el mundo no es algo que competa únicamente a un idealista como podría ser
considerado y mismo. Esta enorme tarea es algo que nos debería implicar a todos
los aquí presentes. Pero todavía hay quien no se entera de esto y piensa que la
libertad, la paz y la igualdad de oportunidades son un capricho de Occidente,
que intenta imponer estos ideales falsos en sus sociedades. Así países
falsamente democráticos como Rusia, Venezuela o China limitan esos derechos
universales a sus ciudadanos pensando sus líderes que así podrán mantener
eternamente el control político y económico, cuando lo único que demuestran es
ignorancia sobre la fuerza de los ciudadanos que son los que deben madurar,
prosperar y cambiar las cosas cuando se den cuenta de los abusos cometidos
contra ellos por un bien mayor intangible que en el fondo no son más que
falacias muy bien estructuradas para ser creíbles o impuestas por el miedo.
El mundo no es
perfecto. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Pero solo la humanidad lo
puede cambiar. Por eso quiero acabar mi discurso ante la Asamblea General
exigiendo a las Naciones Unidas que reformen esta institución para adaptarla a
los nuevos tiempos. Desde que se creó este organismo, hace ya setenta años el
mundo ha cambiado mucho, tanto para bien como para mal, por ello esta Casas no
puede tener la misma estructura y organización que cuando se creó porque desde
entonces los países han cambiado. Cuando se fundó la ONU, por ejemplo la Unión
Europea no era más que un sueño, muchos países de África y Asia todavía estaban
bajo el dominio y protectorado de naciones europeas, existían dos Alemanias,
una sociedad de naciones llamada URSS y países como Checoslovaquia o
Yugoslavia; incluso España todavía mantenía parte de su impero colonial. Hago
desde esta tribuna un llamamiento a las diferentes naciones del mundo para
reformar las Naciones Unidas y su funcionamiento para dar a esta casa mayor
poder e influencia a la hora de resolver conflictos y acercar posturas entre
naciones enemigas. Creo que es una obligación moral y que es algo que la
sociedad terminará por reclamarnos, no abiertamente pero sí con su actitud ante
esta Casa.
Llego así al final
de mi discurso. No creo que vaya a servir de mucho teniendo en cuenta la
cantidad de palabras que se pronunciarán en este foro internacional, muchas de
ellas vagas, vacías y sin contenido. Como he dicho tengo esperanza en el ser
humano, no en los líderes de las naciones de la tierra que solo miran por sus
intereses personales, sobre todo los económicos; y como tengo esperanza creo
que el año que viene el mundo estará un poco mejor. Aunque por desgracia, y
supongo también que por inercia, también soy pesimista en relación a algunos asuntos
que creo que seguirán enquistados en diferentes partes del mundo, olvidados y
tapados por otros asuntos que se juzguen más apremiantes.
Muchas gracias por
su atención señoras y señores.