*********************************************************************************
(Viene de la entrada anterior)
– ¿Bailaste mucho?
– Bueno, parado no
estuve todo el tiempo que me quedé en la discoteca, lo que pasa es que bailar
lo que se dice bailar tampoco, porque en el fondo la música que ponían no se
podía bailar, según entiendo yo el concepto baile. De todas las canciones que
pusieron mientras estuve allí sólo reconocí tres o cuatro, que son las que
bailé más, sobre todo una de Radio Futura creo recordar, que al escucharla se
encendió en mi interior una luz de esperanza por los gustos musicales. No creo
que más de diez o doce personas de las que estábamos supieran de quien era la
canción o la hubiera escuchado alguna vez, pero bueno. Fue como un oasis de
buen gusto en un desierto de ruido sin sentido y música para ignorante y
desconocedores de la buena música.
– Algo es algo.
Aunque Radio Futura queda ya muy lejos de esta época.
– Lo que es bueno
no pasa nunca de moda. Lo que pasa es que en una juventud mediocre musicalmente
hablando, que suene algo de calidad pues choca. Fue la canción que más bailé.
Después mis amigos sí que fueron ya a por bebida, aunque tardaron lo suyo en
volver.
>> Mis dos
amigos que más habían insistido en ir a la discoteca desaparecía por momentos.
Ellos sí que se lo pasaron bien, aunque después de tanta insistencia sí que
eché en falta un poco más de interés en los que habían terminado por aceptar
ir. Aunque los dos me preguntaron en ciertos momentos de la noche si estaba a
gusto, al menos eso es de agradecer.
– Pues parece que
estuviste mucho tiempo. ¿Hasta cuándo estuviste en la discoteca?
– Hasta tarde.
Sobre las cuatro y media decidí irme. De hecho no me fui antes por si mi amigo
y su novia, con los que había ido a la cena en el coche, también se iban y
querían que les acercara de vuelta a casa. Pero al final por mucho que dijera
mi amigo que no quería ir a la discoteca, que no le apetecía, se lo estaba
pasando bien. Algo normal, si yo hubiera estado con mi novia probablemente
también hubiera estado muy a gusto y me hubiera quedado más tiempo; y además
ellos conocían a más gente y estuvieron con más personas que yo, que no me
movía del sitio.
>> Creo que
también estuve alargando la hora de irme porque no quería parecer diferente a
los demás, porque quería demostrarme que estaba bien, a gusto, tranquilo,
cómodo. Pero en el fondo no era así. Me sentí raro toda la noche, como un pez
al que le sacas de su río y le llevas al mar. No sabía estar en la discoteca,
no me lo pasé mal, pero tampoco me lo estaba pasando bien.
– Entonces hiciste
bien en irte.
– Pues eso
pensaba. Es más cuando dije que me iba lo decía convencido. Me despedí de mis
amigos. Me sorprendió mucho la despedida que me dio uno de ellos, el que iba
con su novia y con quien al año pasado no tenía para nada buena relación, más
bien todo lo contrario; me dio un abrazo sin yo mismo ofrecerlo primero y me
dedicó una palabras de sincera amistad, que la verdad es que agradecí
enormemente porque en parte las necesitaba. Hasta la salida, y hasta el mismo
coche me acompañó otro de mis amigos, que también había acompañado al otro
amigo que ya se había marchado. También me despedí de él, pero en este caso
para mucho más tiempo ya que está de Erasmus por Centroeuropa.
>> Fue
entonces cuando empezó la odisea. En cuanto me subí en el coche sabía que algo
iba a acabar mal. A pesar de que creía que estaba tranquilo y bien, y de que
había superado mis miedos. Todo era irreal. A medida que me alejaba de la
discoteca crecía la ansiedad. Me empezaba a agobiar y a dar vueltas a la cabeza
al por qué no era capaz de estar a gusto haciendo algo que se supone todo el
mundo de mi edad puede hacer sin problemas. Me comparaba constantemente con mis
amigos que se quedaban en la discoteca y lo bien y cómodos que estaban; me
comparaba también con el resto de mis compañeros de carrera que también estaba
en la fiesta y que sabían estar allí. Yo no supe estar, no he sabido nunca
estar y por eso siento que soy un ser extraño, alguien que no encaja en la
sociedad que vive.
– No tienes razón.
Pero sigue.
– Camino de mi
casa en el lateral de la Biblioteca del Estado había un control de alcoholemia.
Reduje la marcha, bajé mi ventanilla y un policía me preguntó que si iba bien.
Porque sabía que se refería a si había bebido, porque me dieron ganas de
decirle que no iba bien, que necesitaba estar con alguien, hablar y
desahogarme, que no quería llegar a mi casa y estar de nuevo solo, aunque
estuviera con mis padres. Pasé de largo sin problemas.
>> Ver la
ciudad viva aun siendo casi las cinco de la mañana me hacía sentir aún peor,
más raro todavía. La ciudad estaba viva, yo estaba muerto. Sentía que no era
nadie, que no valía para nada, que era como una pieza de un puzle que no encaja
en ninguna parte.
>> Seguía
acercándome a mi casa y cuando ya entré en mi barrio y me sentí en casa, es
cuando me terminó por salir toda la ansiedad, la tensión y la rabia que llevaba
dentro. Me puse a llorar y tuve que pararme en una calle cerca de mi casa. Paré
el motor y lloré con calma, dejándome llevar, sintiendo como las lágrimas me
caían por la cara y terminaban estampadas contra la camisa. Me sentí como una
puta mierda, ¿sabes? Nunca me había sentido así. Nunca. Ni si quiera hace uno
años cuando recaí y volví a meterme en ese túnel llama desesperación, falta de
autoestima y ausencia de ganas e ilusión por nada. Y entonces en cuando decidí
llamarte.
– La mejor
decisión que has tomado en años.
– Quizá no debí
hacerlo. Fue un error. Te molesté sin razón alguna, solo para aburrirte
contándote mis penas y mierdas. Sólo porque soy un puto egoísta.
– ¿Has acabado ya
de auto martirizarte? Que sepas que no dan ningún premio Nobel por ello.
Primero a mí no me las molestado, segundo tampoco me has aburrido y tercero
eres mi amigo y por eso estoy aquí escuchándote para intentar ayudarte en todo
lo que pueda.
>> Vamos a
lo serio. Tú no eres ningún mierda, ya te lo dije ayer y te lo diré siempre. No
es nada malo, ni raro, ni extraño que no te gusten las discotecas, que no estés
cómodo de fiesta desfasada y que no te sientas a gusto en esos ambientes. Eso
no te hace ser peor persona, quizá incluso a mi entender te hace ser más normal
y tener más nivel. Una discoteca es una jaula de grillos. Que es un sitio en el
que a día de hoy los jóvenes van a divertirse, pues bueno qué se le va a hacer.
No por eso hay que ir como gilipollas y zombis. Eso es lo que te diferencia de
ellos. Y las diferencias no son para nada malas, ni buenas, son simplemente
diferencias.
– Yo no quiero ser
diferente. Quiero ser normal.
– ¿Y qué es ser
normal?
– Pues no sé.
Normal.
– No hay
normalidad en el mundo. Nadie es normal porque nadie es igual a nadie. Triste
sería que todos fuéramos iguales y por tanto normales. Triste son aquellos que
sin criterio propio piensan que por hacer lo que la mayoría son más normales y
están dentro de la sociedad. Y además no creo que tú quieras ser normal en ese
sentido. No tienes que compararte con nadie.
– ¿Y entonces por
qué sentí ayer que no encajaba con nadie, que era un bicho raro, un monstruo?
– Pues porque creo
que sigues pensando que tienes que agradar a alguien, que tienes que cumplir
las expectativas que otros han puesto en ti. Y eso no es así. Ya te he dicho
que al único que no tienes que defraudar es a ti mismo. Y si tienes miedo de
perder a tus amigos por esta razón, por decepcionarles, no tienes que temer
nada. Sin son amigos tuyos de verdad seguirán ahí y te apoyarán; y si dejan de
estar ahí es que no merecían la pena por mucho que tú puedas pensar que sí.
– Tengo miedo de
quedarme solo, de no terminar de encajar en este mundo, de sentirme toda la
vida como si fuera alguien raro.
– Pero si es que
no eres raro. No tienes nada de raro. Todos somos raros, te repito.
– No quiero volver
a caer en el pozo. No quiero volver a pasar por lo que he pasado la mayor parte
de los años en la universidad. No quiero volver a sufrir en mi casa, a sentir
esa presión en el pecho que no se quita y que en muchas ocasiones me impedía
casi respirar, no quiero volver a sentirme solo, a ser presa de la ansiedad.
Tengo miedo a todo eso. Pero creo que ya está volviendo a ocurrir.
– Yo no creo que
sea igual. Tú no eres el mismo que hace ya cuatro años, ¿no?
– Sí, cuatro
largos y eternos años.
– Has cambiado,
para bien en muchos casos. No te veo igual que entonces. Sé que tienes miedo a
eso, a volver a caer en lo mismo, en esa espiral de desesperación, falta de
autoestima e ilusión por todo. Pero las cosas han cambiado. Ya no eres un
joven, joven, valga la redundancia. Ahora estás más cerca de la madurez que de
la juventud, como yo vamos. A partir de ahora más que nunca tú eres el capitán
de tu vida, y no tienes por qué hacer absolutamente nada que no quieras hacer.
– ¿Y si surge una
cosa como la de ayer? ¿Qué hago? Yo no quiero volver a pasar por esto, no me
gusta salir de esa manera, no me siento cómodo.
– Pues no sales y
punto.
– Entonces
decepcionaré a mis amigos.
– Pues
sinceramente que se jodan, hablando mal y pronto. Si tú no estás cómodo
haciendo una cosa nadie puede obligarte a hacerlo, y si eso les decepciona pues
el problema es suyo. Porque está muy bien insistirle a uno para que haga algo
que nos apetece mucho, aunque es una actitud muy egoísta, pero luego qué.
¿Alguno de tus amigos te ha preguntado hoy qué tal?
– Uno solo.
– Ves. ¿Y crees
que alguno va a saber lo que te ha pasado, lo que pasaste ayer de vuelta a tu
casa?
– No lo creo.
– Pues entonces
las únicas decepciones que puede haber aquí, creo que te las puedes llevar tú,
y no al revés. Antes has dicho que te sentías como un pez al que han sacado de
su río y lo han llevado al mar. Me ha gustado esa comparación. Es muy realista.
No sé si te habrás dado cuenta que no has dicho que te sentiste como un pez
fuera del agua, lo que generaría la muerte del pez, sino que simplemente eras
un pez que no estaba en su río, que en tu caso sería uno tranquilo, sin muchos
peligros, uno que controlarías a la perfección; eras un pez en el mar, con
peces con los que no estás acostumbrado a estar y enfrentándote a situaciones a
las que nunca te has enfrentado. Pero eras un pez entre peces. Tú mismo de
manera subconsciente has aceptado que eres diferente. Y no pasa nada.
– Ayer no tenía la
sensación de que no pasara nada.
– ¿Y qué? Ayer tuviste
una crisis de ansiedad. Te asomaste al abismo de nuevo pero hoy estás aquí
hablando de ello, y mañana lo recordarás aún menos, y pasado menos todavía. Y
llegará un día en que verás lo que te pasó ayer con mucha perspectiva y
distancia.
– El problema es
que lo estoy viendo ahora. No he sido siquiera capaz de decírselo a mis padres.
Ellos creen que me lo he pasado muy bien, y que a pesar de no estar en mi
ambiente preferido he estado a gusto. Les he mentido.
– Es probable que
a veces una mentira haga bien. Si has hecho eso es porque no quieres hacer
pasar a tus padres por mayores problemas. No quieres que vuelvan a pasar por lo
que han pasado estos últimos años viendo como su hijo estaba tan bajo de
ánimos. No creo que les hayas mentido.
– Yo no me siento
así.
– Pero porque
todavía todo está muy reciente. No le des más vueltas a nada por favor. Esto ha
sido un bache. Un bache muy grande, pero un bache al fin y al cabo.
– Sé que va a
haber más baches.
– Por supuesto que
habrá más baches, de este tipo y de muchos otros. Vuelvo a decirte que se la
vida. Si todo fuera un paseo triunfal no naceríamos llorando y moriríamos
haciendo llorar. La vida eso: pasar dificultades la mayor parte del tiempo para
poder tener unos pocos momentos de felicidad absoluta, de tranquilidad suprema
que compensan todo lo demás.
– Pues yo de
momento no he tenido de esos momentos.
– Seguro que sí.
Si haces memoria de verdad, si buscas dentro de tus recuerdos seguro que has
vivido ya alguno de esos momentos. Lo que pasa es que ahora no lo ves porque
estás en un momento complicado. Pero de esos momentos tenemos todas las
personas, más prolongados en el tiempo o menos, más duros o más livianos, pero
ninguno nos libramos. ¿Y sabes qué? Que tienes gente que te apoya, que te
apoyamos y que estamos ahí.
– Ya lo sé. Y
siento mucho siempre meterte a ti en estos embrollados.
– No sientas nada
porque en el trabajo de amigo van estos extras, y quienes no los quieran pues
que renuncien. Además este trabajo está muy mal pagado para aquéllos que buscan
siempre contraprestaciones por lo que hacen.
– No todo el mundo
opina así.
– No. Ya lo sé.
Por eso no hay que ser amigo de todo el mundo. Bueno parece que se nos ha
echado el tiempo encima.
– Sí ya es tarde.
Vamos a tener que irnos ya.
– Espero que te haya
servido quedar esta tarde y que no vuelvas a lo mismo, a darle vueltas a lo de
siempre. Ya hemos dado las suficientes vueltas. Ahora déjalo pasar, que el
tiempo haga su trabajo.
– Lo intentaré.
– Lo conseguirás,
porque si no voy a tu casa y te corro a ostias. Así que tú verás. Y que sepas
que por mucho que te digas a ti mismo que eres raro, que no encajas en esta
sociedad, que estás solo y todo lo demás, nada es verdad. Puede que seas raro,
pero no hay una única definición de rareza. Puede que no encajes en la
sociedad, pero es posible que todavía no hayas encontrado el puzle en el que
encajar. Y puede que estés solo, pero es muy importante saber que eso nunca es
verdad, que siempre nos tenemos a nosotros mismos; sé a qué te refieres cuando
dices que estás solo, pero ya te digo yo que llegará un momento en que no lo
estés, y entonces a lo mejor echas en parte de menos esa soledad y algunas de
sus características.
– Gracias por
todo. No me las des y paga la cuenta anda.
– ¿Yo por qué?
– Joder algo
tendré que sacar yo de esta tarde, ¿no?
– Venga anda voy a
ser generoso y te voy a invitar. Pero no te acostumbres, que estoy seguro que
con la excusa de que ya soy ingeniero te vas a aprovechar de mí.
– Cómo lo sabes.
Es lo que tiene pertenecer a la casta. Ya puedes ir acostumbrándote a los que
se ajunten contigo por interés.
– No si de esos ya
he conocido bastantes en la universidad estos años, allí abunda ese tipo de
fauna.
– Pues entonces
tira. Vamos a pagar a la barra.
Ya no dijimos
mucho más de interés. Pagó mi amigo como acabo de contar. Salimos a la calle
donde a pesar de que el sol ya estaba detrás de los edificios todavía se notaba
su paso demoledor por las aceras, fachadas y asfalto. Allí mismo nos
despedimos, ya que yo cogía el metro para volver a mi casa, y él el autobús
para hacer lo propio. Nos estrechamos la mano y nos dimos un fuerte abrazo. Nos
deseamos buen verano y nos citamos ficticiamente para alguna tarde estival en
algún lugar de la ciudad. Esto pasó hace ya unos días. Ahora mi amigo está algo
más tranquilo, tiene este episodio ya guardado a buen resguardo en su memoria y
no le da más vueltas, según él. No sé si creérmelo. No tuvo que ser la mejor
noche a pesar de que empezó bien y con buenos ánimos de pasárselo bien con sus
amigos. Tampoco creo que vuelva a hacer algo como aquello y si alguna vez sale
por la noche será como a él le gusta, o eso espero por su bien. El verano es
largo de todas maneras y sé que ahora lo que más le preocupa y a lo que más
teme es a perder el contacto con sus amigos de la universidad, aunque fueran
pocos. Espero que no se cumplan sus temores. Mejor olvidarlo.
Caronte.
*********************************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario