martes, 14 de julio de 2015

Mejor olvidarlo (III)

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(Viene de la entrada anterior)

– Como te iba diciendo, nos sentamos en una mesa, casi en el centro del comedor. Aquí llegó un momento extraño porque no había nadie más para que se sentara con nosotros, y las mesas eran de diez. Podríamos habernos sentado en la mesa donde había otro grupo de personas con las se supone que nos llevábamos bien y con las que hemos tenido relación en los últimos años, pero a la mayoría de los que íbamos, entre los que me incluyo no nos hacía la más mínima gracia; además en esa mesa faltaba un sitio. Al final se sentaron con nosotros una serie de profesores de segunda división, y para sorpresa de todos, y sobre todo mía que no me hubiera esperado en ningún momento esto, el director de la Escuela. Vamos que al final sin comerlo ni beberlo estaba sentado en la mesa presidencial, con la máxima autoridad; aunque por calidad docente no hubiera mucho que decir.
– Y luego dices que no te has cambiado de acera y caminas ahora por donde lo hace la casta.
– Que cabrón. Con esto vas a tener para muchos chistes y varios meses, ¿eh?
– No lo sabes bien. Por lo que me estás contando no parece que nada fuera mal, ni que estuvieras incómodo.
–No, tienes razón y por eso también parte de la impotencia, la rabia y lo demás que me salió anoche. Pero sí tienes razón con lo de que hasta el momento me lo estaba pasando muy bien.
– ¿Cómo se empezó a torcer todo entonces? Con la fiesta supongo.
– Sí, pero todo lleva sus plazos. De hecho todo cambió de repente cuando dos de mis amigos, los que más ganas tenían de ir a la discoteca, no ayer, sino desde que se anunciaron estos fastos de graduación, empezaron a insistir en ir a la discoteca después de la cena. Yo no quería, pero ellos seguían insistiendo.
>> Ya por la mañana por el móvil habían estado intentando mover ficha para que el resto decidiéramos ir, yo me había negado esgrimiendo la excusa del precio de la discoteca, otros treinta euros que me hacía tanta gracia gastarme como tener una fístula en el recto.
– Qué gráfico. Menos mal que ya me he acabado el café.
– Grafico no, realista. Parecía que la tormenta había quedado aplacada por el grupo de móvil cuando los otros dos amigos del grupo dijeron que no les apetecía. En ese momento me tranquilicé viendo que podía tener dos aliados a mi favor. Pero en la cena los otros dos amigos volvieron a insistir al calor del ambiente general de fiesta y desfase que se sentía. Yo seguía sin querer ir. Me horrorizaba la idea de ir a la discoteca. Tenía miedo de tener una crisis de ansiedad allí y que todo acabara mal para mí. Seguían insistiendo y entonces me di cuenta como los dos aliados que podría haber tenido se debilitaron y cedieron también ante el ambiente general.
>> Ante esa situación todo cambió. Me empecé a agobiar. Ya no estaba nada a gusto. Perdí el apetito, ya me daba igual la comida, el filete de ternera, o la cena. Solo pensaba en que muy probablemente terminaría en la discoteca para no ser lo de siempre un marginado, el raro, el monstruo. Al notar que a mí me había cambiado el ánimo y que estaba empezando a sentir un poco de ansiedad, los dos amigos que tenía a ambos lados sentados en la mesa me intentaron animar y convencer para que fuera a la discoteca, e hicieron que la insistencia de los otros dos fuera menor para que no siguiera agobiándome. Uno de ellos incluso me dijo que si era por dinero que me la pagaba él.
– Un gesto que honra a quien te lo dijo, así como al otro que te intentó animar y se preocupó por ti.
– Lo sé. Pero la picadura ya se había producido, solo faltaba que el veneno hiciera efecto. Al final cedí y dije que sí que iba a la discoteca.
– ¿Pero si no querías ir, por qué terminaste por aceptar?
– Porque no quería quedarme separado del resto, estar solo y lo que es peor sentirme solo.
– Ya pero si sin ir a la discoteca ya te habías puesto así de nervioso y la ansiedad ya había empezado a hacer de las suyas, deberías haberte negado.
– No quería equivocarme. No quería defraudar a mis amigos. No quería fallarles.
– ¡Pero qué tontería es esa! ¿Y te da igual fallarte a ti mismo?
– Sí.
– Pues es un error. Te lo he dicho muchas veces en estos años, por el primero que tienes que mirar, aunque suene egoísta es por ti mismo. Tienes que estar a gusto contigo mismo y con tu vida, y deber ser tú mismo. Si nos fallamos a nosotros mismos no podemos esperar no fallar a los demás.
– Es muy fácil decirlo cuando se tienen amigos y personalidad fuerte.
– Mira no me vengas con estas. Sé que lo difícil es aplicar esto que te digo a la vida real, pero es lo que tienes que hacer para ser feliz. Tú no tienes que demostrar nada a nadie salvo a ti mismo. Si fallas a la gente no es problema tuyo sino de la gente, y si a alguien decepcionas por tu forma de ser es que ese alguien no merece la pena, ¿me escuchas?
– Sí te escucho, pero no podía fallar a mis amigos ayer. No tengo muchos y no puedo permitirme perderlos. Me lo estaban pidiendo por favor. No podía negarme.
– Ya. ¿Y esos amigos que te lo pedía por favor, dónde están hoy? ¿Te han preguntado qué tal te lo pasaste? ¿Se han preocupado?
– Las cosas no son así.
– ¿Y cómo son entonces?
– Más complicadas de lo que parecen.
– Por supuesto que serán más complicadas de lo que parecen. Las relaciones humanas son muy complicadas. La vida es complicada. Por eso todo modo de simplificarla es bien recibido. Sabías qué podía pasar yendo a la discoteca, no allí probablemente, sino después. No querías ir, no te hacía ilusión, es probable que te diera miedo no saber comportarte, ni estar allí, que temieras no estar a gusto y llenarte de ansiedad. Sabías que no yendo ibas a estar más tranquilo, entonces ¿por qué decidiste ir? Sigo sin entenderlo.
– Pues por lo de siempre otra vez. Porque no quería ser el raro, el que no va a una discoteca, el que no sabe divertirse, el que...
– Hay muchas maneras de divertirse, y creo sinceramente que una discoteca no es una de ellas. Siempre he sido de la opinión que una discoteca no es más que un lugar donde la gente, sobre todo los jóvenes, va para intentar ser otra persona, para tapar carencias personales y donde cree que se está divirtiendo simplemente porque es lo que la mayoría de la gente hace. Es una ilusión de ignorantes.
– ¿Y qué? No ir sabiendo que el resto de mis amigos iba a ir tampoco hubiera sido mucho mejor para mí, quizá incluso peor, por hacerme ver todavía de manera más clara que estoy solo.
–  Bueno. ¿Cómo siguió la cosa?
– ¿Dónde me he quedado?
– Habías terminado por aceptar ir a la discoteca.
– Eso. Terminamos la cena y antes de dirigirnos a la fiesta en el restaurante nos tomamos la primera copa. Bueno mis amigos se tomaron la primera copa. Yo no bebí nada más en toda la noche. Como digo fue en el restaurante donde empezó la fiesta a caldearse. Mientras unos organizaban el traslado de los futuros borrachos, ¿o era ingenieros?, a la discoteca el resto empezamos a bailar.
– Habría que verte a ti bailando.
– Ya. La verdad es que no bailé mucho, tampoco es que sepa cómo se baila en una fiesta o en una discoteca si no vas con pareja o como era mi caso con un grupo en el que todos éramos hombres y la única chica que había era la novia de un amigo.
– Es complicado. Aunque también te digo: en una discoteca no se baila, se sufren ataques de epilepsia y neurosis.
– Bueno lo que sea. El caso es que los que sí bailaron, aunque fuera por insistencia mía y del resto del grupo fueron mi amigo y su novia. Me dio mucha envidia verles ahí bailar con el resto de las gente que también iba en pareja o al menos formaba parte de un grupo en el que había chicas. En un momento dado decidí salir del local a la calle a que me diera el aire. Aunque en el fondo salí para no estar dentro viendo cómo todo el mundo incluidos mis amigos, en pareja o sin pareja, sabían disfrutar de una fiesta y pasárselo bien. Salí para intentar calmarme y prepararme para la discoteca diciéndome que no iba a pasar nada y que en el momento en que quisiera podría irme.
>> Dio la casualidad que no volví a entrar en el restaurante, no porque no quisiera volver a hacerlo, sino porque todo el mundo empezó a marcharse camino ya de la discoteca. Era bastante tarde y ya íbamos con retraso.
– El retraso algunos lo lleváis de serie, así que no pongas como excusa que ayer ibais con retraso.
– Tienes razón. A la discoteca fuimos con mi coche. Solo uno de mis amigos fue en uno de los autocares que habían alquilado para la ocasión. El camino se hizo muy rápido. A esas horas no había mucho tráfico, ni por la carretera del noroeste, ni por el centro de la ciudad. Tuvimos suerte y aparcamos sin dar mucha vuelta, por cierto no muy lejos de por aquí. Y fuimos a la discoteca.
>> Camino de la entrada uno de mis amigos, el que iba con su novia, se me acercó y me dijo que estuviera tranquilo que no iba a pasar nada y que lo disfrutara todo lo que pudiera. No voy a negar que estuviera nervioso. Llegamos a la puerta de la discoteca y esperamos a que llegara nuestro amigo que venía en autobús. Cuando lo hizo entramos en la discoteca sin esperar colas ni nada porque llevábamos una pulserita, asquerosamente incómoda, que nos hacía ser guays, casi VIPS, o mejor dicho mamarrachos.
– No creo que tengas que usar esos apelativos. Hay mucha gente que va a discotecas.
– Sí, y siempre es el mismo tipo de gente y para lo mismo.
– Creo que tienes una serie de estereotipos que no se corresponden con la realidad. No todo el mundo que va a una discoteca va a lo mismo.
– Es verdad, hay gente que va para estar tranquilamente tomándose algo y charlando con sus amigos, con su pareja, o para conocer gente nueva mediante el intercambio de pareceres sobre el gobierno o el último libro de Vargas Llosa.
– Te vas siempre a los extremos. La gente usa las discotecas para divertirse.
– Ye te he dicho antes lo que pienso de eso. La gente va a las discotecas a desfasar, a emborracharse, y a ver si se puede liar con alguna, o alguno para terminar en la cama o en un puto rincón del baño dándose el lote y comportándose como animales sin raciocinio.
– No creo que eso sea así sinceramente. Aunque no he ido a muchas discotecas. De todas maneras, ¿viste tú eso ayer entre tus compañeros o amigos?
– No del todo.
– Ves.
– No veo nada porque te he dicho que no del todo. La gente ya iba mamada, algunos ya ni enfocaban correctamente; otros no eran totalmente conscientes de su cuerpo.
– Me da a mí que estás exagerando.
– No estabas allí.
– Cierto. Sigue contando entonces.
– Entramos en la discoteca nos condujeron hacia una sala que estaba especialmente habilitada para nuestra fiesta de graduación, aunque también había un par de grupos que nada tenían que ver con nosotros. Una cosa que me llamó la atención y que me reafirma en mis ideas preconcebidas sobre las discotecas, es que los seguratas nos miraban a todos como si fuéramos parte del mismo ganado de siempre, como si fuéramos delincuentes a los que hay que vigilar para que a ninguno nos dé por hacer de las nuestras. Por eso pienso que a las discotecas van los desechos de la sociedad, esas personas sin dos dedos de frente que lo único que van a hacer en el futuro es formar una sociedad de la que por desgracia formaré parte pero de la que renegaré toda la vida por no ser como ellos.
>> Me jode mucho que a todos los jóvenes se nos meta en el mismo saco. Yo no soy igual que la mayoría de los que estuvieron ayer en la fiesta de graduación, yo no soy de los que busca divertirse a través del alcohol como única vía de esparcimiento. Ni me gusta la fiesta como se entiende en este país, ni considero que sea una forma decente de divertirse. Es una forma ignorante de pasarlo bien, para gente de bajo nivel intelectual.
– Ten cuidado con lo que dices. Yo que tú me guardaba esos pensamientos para cuando estuvieras con gente que piense como tú, o que sea muy tolerante, porque no sé si sabes que en este país la fiesta es sagrada, y de lo que más se valora fuera.
– Claro porque es exótico, vulgar, barriobajero, propio de salvajes. ¿Por qué en Europa nos gustan tanto los zoológicos o viajar a países subdesarrollados? Porque no es algo que se vea todos los días.
– ¿Y qué tiene que ver?
– Joder, pues que en el resto del mundo gusta España y su fiesta porque no la hay fuera. Hacer balconing se puede hacer en Newcastle, pero los jóvenes ingleses vienen a Mallorca a hacerlo porque aquí no desentonan. Es todo lo mismo. Vulgaridad, falta de cultura, falta de decencia y exceso de salvajismo.
– En parte estoy contigo, pero creo que tienen posturas demasiado radicales, y poco realistas. ¿Tus amigos ayer se comportaron como animales sin raciocinio?
– ¿Eh? Bueno, no.
– ¿Y estuvieron cómodamente y a gusto en la discoteca, pasándolo bien?
– Sí. Y es por eso por lo que cuando me fui todo me terminó por salir y acabé explotando de rabia, tensión y ansiedad. Pero eso fue luego. De momento y para mi sorpresa estaba tranquilo. La sala se empezó a llenar, creo que por encima de su capacidad. Era imposible moverse sin rozarse o golpearse con alguien. Apenas había sitio para bailar cuando empezara la música. Nos colocamos cerca de unos sillones en una zona con relativamente poca gente. Como era imposible ir a pedir nada a la barra para beber estuvimos sin nada un buen rato.
>> Antes de empezar la fiesta propiamente dicha se entregaban los premios del final de carrera, una especie de pantomima encaminada a favorecer las relaciones entre nosotros y el compañerismo, así como para reírnos un poco y soltar tensiones acumuladas durante seis años. De hecho yo estaba nominado en una de las categorías, cosa realmente sorprendente, teniendo en cuenta que al final la clase estaba dividida en sectas, y yo por suerte no pertenecía a ninguna, que yo supiera.
>> Al final eso de los premio fue lo de siempre, una farsa total y absoluta, una verdadera payasada.
– Porque no ganaste.
– No. La verdad que aunque me hizo ilusión estar nominado en lo que era una conjura de necios en los que la mayoría de nominados en las categorías eran siempre de los mismos grupitos de gente cool, no quería ganar, me daba vergüenza. Pero como te decía todo fue una gran farsa, porque al final los que ganaron eran los de siempre, los miembros de grupitos sectarios. Algunos premios me parecieron verdaderas bromas. Otros tenían algo más de sentido, pero la mayoría eran dignos de una comedia surrealista.
>> Tras los premios empezó la fiesta de verdad con música y gente bailando, dando saltos, desfasando, bebiendo como esponjas marinas, tirando los tejos a las chicas, algunas de las cuales se dejaban hacer con facilidad, vertiendo sin darse cuenta del pedo que ya empezaban a llevar parte de su bebida al suelo, subiéndose a las mesas o sofás, flases de cámaras inmortalizando la fiesta. Todo de altura.
>> Yo no me separé de mis amigos. En el fondo tampoco conocía a nadie más con quien poder estar, y además con los míos era con los que me sentía cómodo.
– No creo que hicieras mal. En el fondo si sabías que así ibas a estar más tranquilo y controlando la situación es lo que debías hacer.
– Por eso. La sala estaba a reventar y hacía un calor de mil demonios. Uno de mis amigos debido a esto decidió marcharse. Me sorprendió no ser el primero en irse. Aunque entendía que mi amigo se marchara porque hubo un momento que era insoportable estar allí metido. Se notaba mucho agobio.

Caronte.

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