lunes, 14 de noviembre de 2016

Papel en blanco

Crear desde la nada es algo tan complejo como hermoso.Ver como poco a poco se va dando formo a lo que hasta ese momento no ha existido, o solo lo ha hecho de manera intangible en forma de idea, es algo que debería maravillarnos a todos. Pero llegar a dar lugar a esa creación conlleva un proceso que para nada es sencillo y que genera muchas frustraciones, penas y decepciones. Sin embargo una vez se ha concluido la obra, una vez se ha creado lo que no existía, y se ve que está bien y ha quedado como se quería que quedara, el autor de dicha obra experimenta un nivel de felicidad difícilmente igualable.

Pasa en todos los aspectos de la vida. Y es que la vida misma es un proceso de creación constante y complejo, plagado de alegrías y penas, fracasos y éxitos, decepciones y orgullos. Todo ser humano es una obra en sí misma. Quizá la obra más compleja que exista en todo el universo conocido hasta ahora. O quizá sea ese universo la más perfecta creación del tiempo y el espacio mismos unidos en su día para dar lugar a aquello que jamás la vida podrá conocer.

Dejando a un lado aquello que la mente humana es incapaz de concebir y entender en toda su inmensidad y complejidad, queda el hombre como mayor y más compleja creación. Todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta somos simplemente el producto de un encuentro, fortuito o no, planificado o improvisado, deseado o forzado entre un hombre y una mujer. Un óvulo tranquilo, sin preocupaciones, que descansa hasta que le llega su hora y muere en una sangría de vida, de repente es abordado, atacado, avasallado por miles de millones de espermatozoides con el único obsesivo objetivo de romper su barrera protectora y dar lugar al proceso químico-físico-biológico más complejo y hermoso de la naturaleza.

Pero ese proceso de creación de vida aunque parece sencillo, y en el fondo descrito en términos médicos puede llegar a serlo, sobre todo a una mente técnica y acostumbrada a simplificar todo en procesos relativamente fáciles de explicar, entraña una complejidad inmensa que radica en la propia complejidad individual del ser humano. Para que ese óvulo y ese espermatozoide avanzado, más fuerte y astuto que sus hermanos terminen dando lugar a la explosión de vida que desde el primer instante se produce después de su unión, desaten todo lo que viene después es necesario que previamente dos seres humanos, surgidos muchos años atrás en un proceso semejante, dejando a un lado sus enormes complejidades individuales y diferencias o combinándolas de tal modo que encajen a la perfección hayan hecho el amor, se hayan entregado en otro proceso de creación complejo y duro de culminar.

La aparición de vida desde la nada es algo que por mucho que los científicos hayan simplificado explicando los procesos que tienen lugar, nunca podrá encajar en la mente humana normal y sencilla. Solo vemos el resultado: después del sexo viene la vida. Ese acto que en la mayoría de los casos es sucio, lleno de vicio, de complejos, de fluidos que tomados fuera de contexto lo único que producen son arcadas, es el más bello y perfecto acto de creación de que el hombre es capaz. Cada vez que pienso en este proceso de vida por mucho que sepa que no es más que un proceso biológico normal y corriente, siento que mi mente es incapaz de abarcarlo en toda su envergadura. La creación de todo ser humano pasa por estos pasos preconcebidos y preestablecidos. Y siempre son los mismos pasos, lo que podría llevar a pensar que casi estamos ante una cadena de montaje de una fábrica. Pero aun así, aun sabiendo todo esto, cada vez que veo un recién nacido se me pone piel de gallina por ver un ejemplo más de la complejidad que conlleva la creación.

Pero no quería que este artículo versara sobre la creación de la vida, sino de la creación literaria. No es un misterio para nadie que me conozca que amo los libros y todo el mundo que los rodea: escritores, editores, libreros, lectores… Amo los libros, amo las letras, amo la literatura y amo la escritura. Entrar en cualquiera de mis librerías preferidas levante en mi interior muchos y complejos sentimientos. Entre libros soy feliz. Sacando de las estanterías algún libro cuyo título o autor me hayan llamado la atención para luego volverlo a dejar en el hueco que le corresponde porque he visto en otra estantería otro libro que me ha atraído hacia él es algo que llena mi alma y me hace sentir a veces incluso ansiedad. Descubrir librerías que hasta la fecha no conocía y enamorarme al instante de su ambiente, me genera sentimientos encontrados, por un lado pienso que todos los días que he estado sin saber de su existencia han sido días perdidos, y al mismo tiempo una felicidad inmensa, una sensación que llena todo los rincones de mi cuerpo y que me cuesta mucho describir, me sobrecoge.

Soy ingeniero de caminos de formación. Eso es lo que he estudiado durante seis años de mi vida. No voy a decir que han sido seis años tirados a la basura porque no sería tampoco justo conmigo mismo. Pero esos seis años han sido muy difíciles porque al mismo tiempo que veía cómo poco a poco iban pasando y yo me acercaba más a ser ingeniero, me daba cuenta de que en mi interior se empezaba a despertar una pasión inexplicable por las letras, por los libros y su mundo. Primero fue la lectura. Me convertí en un lector obsesivo compulsivo que llego a leerse seis libros al mes, y un comprador adicto a las librerías y a comprar libros uno tras otros. De mi último viaje a Londres aparte de varios tés, me he traído una docena de libros. ¡Una docena! Pero con los años, esos libros, esas lecturas fueron también despertando en mi interior una voluntad mayor: quería escribir.

Aquí es donde vuelvo a enlazar con el complejo proceso de creación que he ilustrado al principio con el ejemplo de la creación de vida. No los voy a comparar porque es imposible hacerlo. Sin embargo, y aunque pueda parecer frívolo, creo que tienen varios puntos en común. Como cualquier mortal que sepa escribir… no tenía ni idea de escribir. Parece pero no es una contradicción. Se puede saber leer, sumar, restar, escribir, y ser un perfecto analfabeto. De hecho de estos últimos hay muchos ejemplos notables, algunos de los cuales han hecho vida de ello saliendo en televisión y aireando su ignorancia supina. Yo sabía escribir pero ni tenía ni idea de cómo hacerlo. Y tenía – y de hecho sigo teniendo – en mi interior muchas historias que contar pero era incapaz de encauzarlas y plasmarlas en un folio en blanco. Hasta que me puse a ello después de que una compañera de clase me regalara durante una cena de navidad en la que unos cuantos compañeros más de universidad hicimos un “amigo invisible” un pequeño marco con una frase que encorajinaba a la gente a escribir. Así lo hice desde ese día y apenas unas semanas después abrí este blog y publiqué mi primera entrada.

Desde entonces he intentado escribir lo más a menudo posible, artículos de todo tipo, reflexiones personales de diversa índole, criticas de películas o libros… Y sin embargo no era capaz de crear nada. Varias veces me puse delante de un papel en blanco, en mi caso una pantalla en blanco de Word en el ordenador, y no me salía escribir nada realmente original. Puede sonar extraño teniendo en cuenta que todo lo que he escrito y publicado en el blog ha sido creado originalmente por mí. Pero aun así, todos esos artículos que publicaba no podían considerarse mis creaciones porque no lo eran. Escribía sobre lo que vivía: de mi amor hacia Toledo, de mis compañeros de universidad el día de sus cumpleaños como regalo simbólico, de algún viaje que hiciera, de la actualidad política, de mi propia vida como desahogo…

Todo estaba muy bien y me daba cuenta que si quería expresar algo era capaz de hacerlo mediante la palabra escrita. Pero no era capaz de crear nada. Escribir sobre lo que viví o dejé de vivir en un viaje a Mágina, o durante las cuatro vueltas que me dieron al legendario circuito de Nürburgring un par de compañeros de viaje por Europa, o de las sensaciones que experimenté descendiendo el río Noguera Palleresa en los Pirineos no es crear sino simplemente contar. Crear va más allá. No siempre, cada vez que un hombre y una mujer se acuestan y hacen el amor crean vida; la mayoría de las veces esa vida es coartada por simple conveniencia y se retrasa el proceso de creación hasta que los implicados estén preparados. No siempre que he escrito algo he creado algo.

Pero yo sabía que tenía algo que crear. Sigo sabiéndolo. Necesitaba crear porque notaba que la creación estaba en mi interior luchando por salir. El problema estaba en que no sabía cómo dar rienda suelta a todo aquello que quería contar y expresar haciéndolo surgir de la nada… o de la masa gris de mi cerebro como quiera verse. Las historias se amontonaban en mi cabeza, las ideas bullían en mi interior pero el papel en blanco me bloqueaba. Ese papel en blanco que como un ovulo esperaba ser fecundado por los miles y millones (exagero aquí de manera literaria) de caracteres que formarían las palabras, y estas las frases, y estas a su vez los párrafos que terminarían dando forma a un texto completo y complejo como lo es la vida de un ser humano. Pero yo era incapaz de tener sexo con ese papel en blanco. En lugar de temblarme las piernas y no saber cómo actual o decir como a muchos hombres les puede pasar cada vez que se enfrentan al cuerpo desnudo de una mujer, a mí me temblaban las manos por así decir y no sabía por dónde empezar.

Así, una y otra y otra vez cada vez que intentaba empezar a contar algo, a crear algo. Pero yo sabía que había algo que crear. Hasta que llegó la primera vez. El cuento, porque creo que lo que creé puede considerarse más un cuento que otra cosa, o relato corto como se prefiera llamar, lo titulé “Segunda página” y simplemente narraba un accidental encuentro entre dos personas en una librería. Un relato, quizá amargo, de amor en el que un joven caía rendido ante la belleza de una joven que había entrado en la librería de segunda mano en la que él estaba mirando libros. Curioso fue que las personas que me conocían y que leyeron el relato me preguntaron si aquello era verdad. Nada más lejos de la realidad. Me hubiera gustado que fuera real ese encuentro y que el protagonista del mismo hubiera sido yo, pero no fue así. Era todo inventado, salvo la localización de la historia.

Ese primer cuento, esa primera creación, aunque es de la que más orgulloso me siento y a la que más cariño tengo me volvió a saber a poco una vez que la termine. Además una vez terminé de escribirla me quedé necesitando escribir más, seguir creando. Pero volví a toparme con el mismo bloqueo. El papel en blanco seguía siendo demasiado imponente. Dentro de mí seguía bullendo algo mucho más grande, algo que me presionaba y me angustiaba. Tenía dentro de mi algo que crear mucho más importante y ambicioso que lo que había creado hasta la fecha. Pero el papel seguía en blanco.

Y de repente surgió. Un día me puse delante del papel (del ordenador) y empecé a teclear letra tras letra. Así surgió la primera frase del embrión de novela que todavía es “El Vals del Emperador”. La novela está acabada, revisada y guardada en mi habitación. Empecé a publicarla en el blog pero cuando vi que se me iba de las manos dejé de hacerlo. Una vez puse la primera frase de la historia que quería contar, esta simplemente iba surgiendo de mis dedos, desde el interior de mi alma. Iba rellenando hoja tras hojas, intentando no dejarme nada en el tintero, intentando que lo que estuviera haciendo, que lo que estaba creando mereciera la pena. Llené más de setecientas páginas de palabras.

Durante nueve meses estuve escribiendo prácticamente todos los días. Hubo épocas en las que apenas avanzaba unas dos mil palabras por semana, y otras en las que esas dos mil palabras las producía en un único día. Durante esos meses cada vez que me ponía delante de una nueva página en blanco por unos instantes pensaba que no iba a ser capaz de seguir adelante que tendría que tirar todo a la basura por quedarme bloqueado del todo. Esto por suerte no paso. Había días de mayor inspiración y otros en los que esta capacidad creadora no llegaba. Cuando terminé de escribir, cuando cerré la novela y la historia sentí un vacío tremendo dentro de mí. Vacío y miedo. Vacío porque durante nueve meses había estado creando algo que quería, algo que llevaba mucho tiempo planeando y rondándome en la cabeza y por fin había conseguido vencer al papel en blanco. Y miedo porque una vez terminado y visto todo lo que había creado en conjunto me sobrevino una sensación terrorífica al pensar que quizá no volvería a repetir lo que había hecho en esos nueves meses.

Cada vez que me sentaba a escribir y escribiera la cantidad de palabras que escribiera, me sentía muy bien. Una especie de paz y felicidad me recorría todo el cuerpo y hacia que me sintiera por fin alguien en mi propia vida. Estaba creando algo, algo que antes no existía nada más que en mi cabeza y que solo yo podía imaginar. Al acabar la novela sentí una tristeza inmensa. Los días de escritura de verdad, de creación, de lucha contra el papel en blanco, habían terminado y no sabía si para siempre. Eso también me angustiaba mucho porque no quería dejar esa sensación que tiene uno al crear.

Casi diez meses después de haber acabado “El Vals del Emperador” vuelvo a ser incapaz de crear nada. He escrito algún que otro cuento más, incluso una novela corta, pero sé que hay mucho más dentro de mí que necesita salir y quedar plasmado sobre un papel en blanco. Pero ese papel… Ese papel… Ese papel sigue siendo muy poderoso. Me intimida. Me dice que no valdrá la pena nada que plasme en él; que nada tendrá el valor de esa primera creación; que no voy a ser capaz de volver a crear nada más de lo que pueda sentirme orgulloso. Ese sentimiento destructivo está ganando la batalla a ese hecho que dice que ya lo he hecho una vez y que por tanto soy capaz de volver a hacerlo… Pero no puedo…

Probablemente sea que estoy fuera de mi vida estando en Riad, que necesite estar de nuevo en mi casa, con las personas a las que quiero: mis padres, mi familia, mis amigos Carlos y Noe, a Pablo y a Ángel. Puede que simplemente sea que el trabajo que ejerzo no es el que mi mente quiere y que por tanto me corresponde. Puede incluso que estar tan lejos de todo lo que necesito para intentar ser feliz me esté bloqueando y no me deje sacar de mi interior las historias que quiero contar y crear. Hay días que me gustaría llenar papel en blanco tras papel en blanco, pero no soy capaz de hacerlo. Creo que para volver a vencer esa barrera invisible, esa imposibilidad para crear, deba volver a mi vida. Ese día está cerca. Ese día volveré a saber si puedo dar salida de nuevo a toda esa presión creadora que tengo dentro y vencer de nuevo al papel en blanco.


Caronte.