Tengo la sensación
de que fue hace unos pocos días que empecé el último curso de mi carrera, pero
ya han pasado más de tres meses, las Navidades y ahora toca volverse a emplear
a fondo con los exámenes de los primeros parciales. Esta primera ronda de
exámenes que espero sea la última a la que me tenga que enfrentar. Ya es temporada
de exámenes en el Corte Ing......perdón, en la Escuela de Caminos de Madrid. Ha
vuelto el circo mundial a instalarse durante unas semanas en Ciudad
Universitaria, más concretamente en un horroroso edificio de hormigón gris, con
ventanas de mierda que no protegen nada contra el tremendo frío que hace por estos
lares de Madrid.
Parece mentira que
hayan llegado tan pronto. ¡Si no me ha dado tiempo para estudiarlos! Es sin
duda el año que más justo llego a estos primeros parciales. No es de extrañar
teniendo en cuenta que este año, por cortesía de los magníficos planificadores
de la carrera y administradores de la misma, además de tener que estudiar el
curso propiamente dicho, tenemos el Proyecto Fin de Carrera (un mastodóntico
trabajo individual que consiste en la redacción de un Proyecto Constructivo que
puede variar desde una presa hasta un estadio de fútbol, todo muy adaptado al
mundo profesional que nos espera dentro de siete u ocho meses, o menos si se
tiene enchufe por parte de papi o el amigo de papi). El PFC me ha quitado, y
supongo que a más gente también, que no seré el único, mucho tiempo para
preparar estos primeros parciales. Pero bueno este año es así.
El combate ya ha
empezado de hecho. Esta semana he tenido dos exámenes, el último hoy mismo. El
martes tuve examen de una asignatura de mi especialidad. Fue un asalto más
largo de lo que me esperaba antes de empezarlo, pero creo que lo salvé bastante
bien. En el fondo esta asignatura no tenía mucha miga, es más con tres lecturas
intensas de todo el temario me ha bastado (bueno, eso y el ir a clase y atender
bastante, ya que la asignatura me ha parecido interesante, de las pocas que he
tenido así en la carrera). El segundo asalto ha sido esta misma mañana:
ferrocarriles (nombre llamativo donde los haya, de esos que cuando lo comentas
fuera de los círculos camineros levanta la admiración de la audiencia que te
esté escuchando). Para este asalto sí que no iba tan preparado como me hubiera
gustado. No he podido dedicar más que dos días completos a estudiar una
asignatura que en este primer parcial ha sido de las más densas y completas en
cuanto a temario. Pero no he salido mal del todo del asalto. Para lo que me
había preparado estoy contento.
Aunque ahora que
lo pienso he tenido otro asalto más. Sí, de una asignatura optativa de
especialidad. Asalto que he ganado sin haber peleado siquiera. Esta asignatura
sí que ha sido una broma. Nunca hemos sabido, mis compañeros y yo, qué se daba
en cada clase. Era una sorpresa. Como sorpresa era también el profesor que
venía a darnos la clase. Que esa es otra. En esta asignatura los profesores
principales son un matrimonio. Cuando venía la mujer, llegaba a tiempo, daba la
clase más o menos estructurada, sin irse demasiado por las ramas (aunque no
podía evitar hacerlo) y más o menos salíamos a nuestra hora, aunque casi
siempre había que recordarla que la clase había terminado. Sin embargo cuando
llegaba el marido llegaba el descontrol padre. Casi siempre llegaba entre
quince y veinte minutos tarde, sofocado debido a su perímetro abdominal, con
prisas. Sus clases eran desordenadas a más no poder, aunque la verdad es que lo
que contaba, muchas veces, tenía bastante interés. Y lo de salir a la hora era
un sueño. Pero bueno toda ha sido por una buena causa: victoria por
incomparecencia.
Esta última
primera ronda no ha hecho más que empezar. Y lo peor está por llegar. Los
payasos del circo no sabemos lo que nos tendrán guardado, y los funambulistas
que estamos hechos los estudiantes tendremos que capear el temporal lo mejor
posible. Todavía me quedan cinco asaltos en las dos próximas semanas. Una cosa
que no entiendo, no ya este año, sino el año pasado también porque ocurrió de
manera similar, es por qué tenemos clase durante la época de exámenes. Supongo
que somos negros, o chinos, o indios o vete tú a saber qué otra raza perseguida
y estigmatizada. Aunque creo que más que negros, o chinos, o indios, los
responsables de planificación de la Escuela se han pensado que somos imbéciles.
Allá ellos si piensan así. Digo esto porque durante los primeros cuatro años de
la carrera durante la época de exámenes no teníamos clases. Es más ahora
Bolonia tampoco tiene clase cuando tienes sus exámenes parvularios (que nadie
se ofenda con esta comparación por favor. O bueno que sí se ofendan, qué más
da, si ya está todo el pescado vendido). ¿No se dan cuenta los que tienen que
planificar y organizar el curso que en la época de exámenes a las clases no va
casi nadie, y que es injusto que siga habiendo ya que el ir a clase hace perder
horas de estudio y preparación de los exámenes, pero el no ir supone perder
materia de las asignaturas que entrará en los siguientes parciales? No supongo
que no se dan cuenta (luego los imbéciles somos nosotros). Otra cosa más con la
que tenemos que tragar. ¡Qué se le va a hacer!
La época de
exámenes es un periodo raro. Raro porque la gente parece transformarse en una evolución
pokémon diferentes. La gente se ensimisma demasiado en éstas fechas, se
encierra en sí misma, en una burbuja que se crea y que la separa del mundo.
Pero lo peor es que los que intentamos no caer en eso, o los que hemos
aprendido con los años de carrera a no caer en esa burbuja, parece que somos
los raros, y que ofendemos a los demás por no meternos en esa burbuja. ¡Hay más
vida! No todo son los exámenes. Es más puedo afirmar que los exámenes no son
nada. A esas personas que así actúan, y que son un ejército completo en mi
Escuela, les aconsejaría que se preguntaran que ¿qué les aportan los exámenes
bueno? Estoy seguro que reflexionando un poco sobre esta cuestión, las personas
que son normales llegarán a la misma conclusión: nada. Siempre habrá quien responderá
“me aportan aprobar la carrera, a sacar buena nota”, esta gente tiene un
problema, debería hacérselo mirar. Sacrificar durante algo más de un mes, entre
semanas de exámenes y semanas previas, de tu vida de manera completa y absoluta
encerrándote en los estudios y la carrera (sea cual sea) es algo que de verdad
es de preocuparse, y además no sirve de nada. Bueno sí, sirve para amargarse la
existencia. La vida es más que aprobar un examen.
La cuestión es que
para llegar a esta conclusión hay que haber pasado por una reflexión importante
de lo que queremos que sea nuestra vida. Y no estoy seguro que muchos
compañeros mío, a pesar de saber hacer integrales triples, usar la calculadora
HP como si fuera su amante y llevar más que al día las asignaturas (no hay cosa
más innecesaria en la vida que esto último), no son capaces de reflexionar
sobre qué cosas son aquellas que de verdad importan. No digo con esto que quien
crea que aprobar una asignatura, o sacarse la carrera bien, sea algo malo. Yo
mismo durante los dos primeros años, quizá incluso hasta en tercero, era así.
Pero después me di cuenta que no merecía la pena. Solo quiero decir que creo
sinceramente que ese planteamiento vital que implica encerrarse en sí mismo y
en los estudios, aislarse del mundo y estar todo el tempo circunspecto, de mal
humor y amargado y preocupado, no conlleva ningún beneficio.
A parte de este aspecto
lamentable de la época de exámenes que en mayor o menor medida, de manera
directa o indirecta nos afecta a todos, también hay aspectos positivos, o al
menos graciosos (o eso me parece a mí). Dentro de unos años siempre recordaré
esta primera época de exámenes, la correspondiente al primer parcial, como una
época de mañanas frías y oscuras y de amaneceres extraños, encerrado en un aula
inmensa, blanca, silenciosa y hostil; o de atardeceres en los que poco a poco a
lo largo de un examen, que puede durar tres o cuatro horas, la oscuridad va
venciendo a la luz y la tarde luminosa se va convirtiendo poco a poco, con esos
tonos azulados, naranjas y violetas en el preámbulo de la noche. También
recordaré siempre el poder contemplar la sierra de Madrid en todo su esplendor,
a lo lejos, nevada.
Es más, siempre recuerdo
por estas fechas el examen de álgebra de primero de carrera, durante el cual en
un momento dado del mismo en un aula de exámenes en la que no cabía ni un
alfiler, fuimos testigos de una conjunción de acontecimientos que pocas veces
se repiten. Estaban repartiendo el primer ejercicio del examen desde la parte
delantera del aula. Poco a poco un silencio sepulcral, que ni siquiera en los
cementerios se produce, fue invadiendo el aula. Los murmullos previos, de
nervios, se fueron apagando paulatinamente. La razón era que esa primera
pregunta teórica del examen se suponía que no entraba porque no se había dado
en clase, o porque incluso se había dicho que no iba a caer ese año (la
pregunta era: “matriz inversa y traspuesta”). En ese preciso instante, justo
cuando toda el aula estaba en silencio, fría, asumiendo el palo en la espalda
que acababan de dar, se puso a nevar. Parecía que el frío que nos había
invadido debido a esa pregunta hubiera subido hasta las nubes y hubiera puesto
en marcha un mecanismo de nevada. No cuajó. Pero la imagen nunca se me borrará
de la mente. Cada vez que lo pienso me acuerdo perfectamente de la imagen.
Este es uno de los
muchos recuerdo que tendré grabados debido a la época de exámenes. Pero no será
el único. Tampoco podré olvidar, y creo que ninguno de mis compañeros tampoco,
las magníficas mesas de examen. Esas mesas blancas, que si tienes la suerte de
ser de los primeros en hacer un examen en el año en curso te las encontrarán
impolutas, pero que a medida que los asaltos van pasando, los exámenes de las
diversas asignaturas de la carreras celebrándose, van llenándose de fórmulas
matemáticas, números, ecuaciones, dibujos de triángulos (parece que no hay
otras formas geométricas en el mundo); pero también se llenan de mensajes, de
fórmulas que algún alumno pillo se ha apuntado antes de empezar a hacer el
examen para que no se le olvide, dibujos artísticos y mensajes, por no decir
insultos y críticas que ni Boyero en El País, dirigidos a profesores (casi
todos con más razón que un santo). Esas mesas fantásticas, comodísimas,
inclinadas hasta tal punto que logran que, a menos que borres ficticiamente con
la goma de borrar un sector de la misma, todos los útiles de escritura, dibujo
y cálculo deslicen todo el rato haciendo que el estudiante esté casi más
pendiente de que no se le caigan las cosas que del propio examen.
Esto es dentro de
esa inmensa aula de exámenes, en la que la vista no alcanza a distinguir con
claridad donde está el final, o el principio. Pero si hay una cosa que tampoco
se me olvidará de la época de exámenes es el momento de la apertura del aula
donde los estudiantes debemos mostrar nuestros conocimientos, o nuestra
inventiva que también vale para salir del paso. A medida que se va aproximando
la hora del examen el área de espera, amplia y generalmente en penumbra, de la
primera planta se va llenando de estudiantes nerviosos, con apuntes en la mano
dando los últimos repasos (repasos que no sirven para absolutamente nada, sólo
para que los más ingenuos e ilusos crean que con ellos van a fijar algún
concepto de última hora). Hasta que llega el momento en que aquellos apostados
a las puertas del aula de exámenes que ocupa prácticamente toda la tercera
planta del edificio que alberga la Escuela, empiezan a moverse, a ascender las
escaleras a paso procesional. No sé qué interés tienen los alumnos que se ponen
los primeros, supongo que estarán invadidos por el espíritu de la “maruja de
rebajas” que todos los primeros días de rebajas de los grandes almacenes entra
a todo correr al vacío por si acaso le quitan las bragas paracaídas que tiene
fichadas en la planta de lencería.
Cada vez que se
abren las puertas tengo la impresión de ser vacas que vamos al matadero y que
sin criterio objetivo alguno nos dirigimos a nuestro amargo destino como
burros. A mí me divierte ver tanta preocupación por algo que no la tiene,
nerviosismo por algo irreal, angustia por cosas que no valen nada y prisas por
hacer un examen (seguro que para otras cosas que merecen más prisas no tienen
tanta vida). Estas cosas me divierten ahora, en primer y segundo curso no
tanto. Yo era igual. Lo que pasa es que uno se da cuenta del circo que se monta
en época de exámenes, de los payasos que actúan, de los funambulistas que
intentan no caer en el vacío (a pesar de que es un vacío ficticio) y de las
fieras salvajes e irracionales en que alguno se convierte en esos días del mes
de enero.
Lo bueno es que si
dios quiere esta será la última primera ronda de exámenes. Una vez afronte los
asaltos correspondientes que me quedan, muy probablemente no vuelva a pisar esa
aula de exámenes más en estas fechas. Con esto ganaré en salud seguro, porque
además de unas mesas incomodísimos las sillas de hojalata negra en las que nos
sentamos no es que sean el trono de un rey. Pero perderé momentos de diversión,
recuerdos que ya no grabaré en mi memoria, experiencias todas diferentes cada
año y en cada examen. Pero esto es la vida, empezar y acabar asaltos, y salir
lo mejor posible de ellos. Esperemos salir bien parados de todos los asaltos
que nos quedan en esta última primera ronda.
Caronte.