jueves, 22 de enero de 2015

Última primera ronda

Tengo la sensación de que fue hace unos pocos días que empecé el último curso de mi carrera, pero ya han pasado más de tres meses, las Navidades y ahora toca volverse a emplear a fondo con los exámenes de los primeros parciales. Esta primera ronda de exámenes que espero sea la última a la que me tenga que enfrentar. Ya es temporada de exámenes en el Corte Ing......perdón, en la Escuela de Caminos de Madrid. Ha vuelto el circo mundial a instalarse durante unas semanas en Ciudad Universitaria, más concretamente en un horroroso edificio de hormigón gris, con ventanas de mierda que no protegen nada contra el tremendo frío que hace por estos lares de Madrid.

Parece mentira que hayan llegado tan pronto. ¡Si no me ha dado tiempo para estudiarlos! Es sin duda el año que más justo llego a estos primeros parciales. No es de extrañar teniendo en cuenta que este año, por cortesía de los magníficos planificadores de la carrera y administradores de la misma, además de tener que estudiar el curso propiamente dicho, tenemos el Proyecto Fin de Carrera (un mastodóntico trabajo individual que consiste en la redacción de un Proyecto Constructivo que puede variar desde una presa hasta un estadio de fútbol, todo muy adaptado al mundo profesional que nos espera dentro de siete u ocho meses, o menos si se tiene enchufe por parte de papi o el amigo de papi). El PFC me ha quitado, y supongo que a más gente también, que no seré el único, mucho tiempo para preparar estos primeros parciales. Pero bueno este año es así.

El combate ya ha empezado de hecho. Esta semana he tenido dos exámenes, el último hoy mismo. El martes tuve examen de una asignatura de mi especialidad. Fue un asalto más largo de lo que me esperaba antes de empezarlo, pero creo que lo salvé bastante bien. En el fondo esta asignatura no tenía mucha miga, es más con tres lecturas intensas de todo el temario me ha bastado (bueno, eso y el ir a clase y atender bastante, ya que la asignatura me ha parecido interesante, de las pocas que he tenido así en la carrera). El segundo asalto ha sido esta misma mañana: ferrocarriles (nombre llamativo donde los haya, de esos que cuando lo comentas fuera de los círculos camineros levanta la admiración de la audiencia que te esté escuchando). Para este asalto sí que no iba tan preparado como me hubiera gustado. No he podido dedicar más que dos días completos a estudiar una asignatura que en este primer parcial ha sido de las más densas y completas en cuanto a temario. Pero no he salido mal del todo del asalto. Para lo que me había preparado estoy contento.

Aunque ahora que lo pienso he tenido otro asalto más. Sí, de una asignatura optativa de especialidad. Asalto que he ganado sin haber peleado siquiera. Esta asignatura sí que ha sido una broma. Nunca hemos sabido, mis compañeros y yo, qué se daba en cada clase. Era una sorpresa. Como sorpresa era también el profesor que venía a darnos la clase. Que esa es otra. En esta asignatura los profesores principales son un matrimonio. Cuando venía la mujer, llegaba a tiempo, daba la clase más o menos estructurada, sin irse demasiado por las ramas (aunque no podía evitar hacerlo) y más o menos salíamos a nuestra hora, aunque casi siempre había que recordarla que la clase había terminado. Sin embargo cuando llegaba el marido llegaba el descontrol padre. Casi siempre llegaba entre quince y veinte minutos tarde, sofocado debido a su perímetro abdominal, con prisas. Sus clases eran desordenadas a más no poder, aunque la verdad es que lo que contaba, muchas veces, tenía bastante interés. Y lo de salir a la hora era un sueño. Pero bueno toda ha sido por una buena causa: victoria por incomparecencia.

Esta última primera ronda no ha hecho más que empezar. Y lo peor está por llegar. Los payasos del circo no sabemos lo que nos tendrán guardado, y los funambulistas que estamos hechos los estudiantes tendremos que capear el temporal lo mejor posible. Todavía me quedan cinco asaltos en las dos próximas semanas. Una cosa que no entiendo, no ya este año, sino el año pasado también porque ocurrió de manera similar, es por qué tenemos clase durante la época de exámenes. Supongo que somos negros, o chinos, o indios o vete tú a saber qué otra raza perseguida y estigmatizada. Aunque creo que más que negros, o chinos, o indios, los responsables de planificación de la Escuela se han pensado que somos imbéciles. Allá ellos si piensan así. Digo esto porque durante los primeros cuatro años de la carrera durante la época de exámenes no teníamos clases. Es más ahora Bolonia tampoco tiene clase cuando tienes sus exámenes parvularios (que nadie se ofenda con esta comparación por favor. O bueno que sí se ofendan, qué más da, si ya está todo el pescado vendido). ¿No se dan cuenta los que tienen que planificar y organizar el curso que en la época de exámenes a las clases no va casi nadie, y que es injusto que siga habiendo ya que el ir a clase hace perder horas de estudio y preparación de los exámenes, pero el no ir supone perder materia de las asignaturas que entrará en los siguientes parciales? No supongo que no se dan cuenta (luego los imbéciles somos nosotros). Otra cosa más con la que tenemos que tragar. ¡Qué se le va a hacer!

La época de exámenes es un periodo raro. Raro porque la gente parece transformarse en una evolución pokémon diferentes. La gente se ensimisma demasiado en éstas fechas, se encierra en sí misma, en una burbuja que se crea y que la separa del mundo. Pero lo peor es que los que intentamos no caer en eso, o los que hemos aprendido con los años de carrera a no caer en esa burbuja, parece que somos los raros, y que ofendemos a los demás por no meternos en esa burbuja. ¡Hay más vida! No todo son los exámenes. Es más puedo afirmar que los exámenes no son nada. A esas personas que así actúan, y que son un ejército completo en mi Escuela, les aconsejaría que se preguntaran que ¿qué les aportan los exámenes bueno? Estoy seguro que reflexionando un poco sobre esta cuestión, las personas que son normales llegarán a la misma conclusión: nada. Siempre habrá quien responderá “me aportan aprobar la carrera, a sacar buena nota”, esta gente tiene un problema, debería hacérselo mirar. Sacrificar durante algo más de un mes, entre semanas de exámenes y semanas previas, de tu vida de manera completa y absoluta encerrándote en los estudios y la carrera (sea cual sea) es algo que de verdad es de preocuparse, y además no sirve de nada. Bueno sí, sirve para amargarse la existencia. La vida es más que aprobar un examen.

La cuestión es que para llegar a esta conclusión hay que haber pasado por una reflexión importante de lo que queremos que sea nuestra vida. Y no estoy seguro que muchos compañeros mío, a pesar de saber hacer integrales triples, usar la calculadora HP como si fuera su amante y llevar más que al día las asignaturas (no hay cosa más innecesaria en la vida que esto último), no son capaces de reflexionar sobre qué cosas son aquellas que de verdad importan. No digo con esto que quien crea que aprobar una asignatura, o sacarse la carrera bien, sea algo malo. Yo mismo durante los dos primeros años, quizá incluso hasta en tercero, era así. Pero después me di cuenta que no merecía la pena. Solo quiero decir que creo sinceramente que ese planteamiento vital que implica encerrarse en sí mismo y en los estudios, aislarse del mundo y estar todo el tempo circunspecto, de mal humor y amargado y preocupado, no conlleva ningún beneficio.

A parte de este aspecto lamentable de la época de exámenes que en mayor o menor medida, de manera directa o indirecta nos afecta a todos, también hay aspectos positivos, o al menos graciosos (o eso me parece a mí). Dentro de unos años siempre recordaré esta primera época de exámenes, la correspondiente al primer parcial, como una época de mañanas frías y oscuras y de amaneceres extraños, encerrado en un aula inmensa, blanca, silenciosa y hostil; o de atardeceres en los que poco a poco a lo largo de un examen, que puede durar tres o cuatro horas, la oscuridad va venciendo a la luz y la tarde luminosa se va convirtiendo poco a poco, con esos tonos azulados, naranjas y violetas en el preámbulo de la noche. También recordaré siempre el poder contemplar la sierra de Madrid en todo su esplendor, a lo lejos, nevada.

Es más, siempre recuerdo por estas fechas el examen de álgebra de primero de carrera, durante el cual en un momento dado del mismo en un aula de exámenes en la que no cabía ni un alfiler, fuimos testigos de una conjunción de acontecimientos que pocas veces se repiten. Estaban repartiendo el primer ejercicio del examen desde la parte delantera del aula. Poco a poco un silencio sepulcral, que ni siquiera en los cementerios se produce, fue invadiendo el aula. Los murmullos previos, de nervios, se fueron apagando paulatinamente. La razón era que esa primera pregunta teórica del examen se suponía que no entraba porque no se había dado en clase, o porque incluso se había dicho que no iba a caer ese año (la pregunta era: “matriz inversa y traspuesta”). En ese preciso instante, justo cuando toda el aula estaba en silencio, fría, asumiendo el palo en la espalda que acababan de dar, se puso a nevar. Parecía que el frío que nos había invadido debido a esa pregunta hubiera subido hasta las nubes y hubiera puesto en marcha un mecanismo de nevada. No cuajó. Pero la imagen nunca se me borrará de la mente. Cada vez que lo pienso me acuerdo perfectamente de la imagen.

Este es uno de los muchos recuerdo que tendré grabados debido a la época de exámenes. Pero no será el único. Tampoco podré olvidar, y creo que ninguno de mis compañeros tampoco, las magníficas mesas de examen. Esas mesas blancas, que si tienes la suerte de ser de los primeros en hacer un examen en el año en curso te las encontrarán impolutas, pero que a medida que los asaltos van pasando, los exámenes de las diversas asignaturas de la carreras celebrándose, van llenándose de fórmulas matemáticas, números, ecuaciones, dibujos de triángulos (parece que no hay otras formas geométricas en el mundo); pero también se llenan de mensajes, de fórmulas que algún alumno pillo se ha apuntado antes de empezar a hacer el examen para que no se le olvide, dibujos artísticos y mensajes, por no decir insultos y críticas que ni Boyero en El País, dirigidos a profesores (casi todos con más razón que un santo). Esas mesas fantásticas, comodísimas, inclinadas hasta tal punto que logran que, a menos que borres ficticiamente con la goma de borrar un sector de la misma, todos los útiles de escritura, dibujo y cálculo deslicen todo el rato haciendo que el estudiante esté casi más pendiente de que no se le caigan las cosas que del propio examen.

Esto es dentro de esa inmensa aula de exámenes, en la que la vista no alcanza a distinguir con claridad donde está el final, o el principio. Pero si hay una cosa que tampoco se me olvidará de la época de exámenes es el momento de la apertura del aula donde los estudiantes debemos mostrar nuestros conocimientos, o nuestra inventiva que también vale para salir del paso. A medida que se va aproximando la hora del examen el área de espera, amplia y generalmente en penumbra, de la primera planta se va llenando de estudiantes nerviosos, con apuntes en la mano dando los últimos repasos (repasos que no sirven para absolutamente nada, sólo para que los más ingenuos e ilusos crean que con ellos van a fijar algún concepto de última hora). Hasta que llega el momento en que aquellos apostados a las puertas del aula de exámenes que ocupa prácticamente toda la tercera planta del edificio que alberga la Escuela, empiezan a moverse, a ascender las escaleras a paso procesional. No sé qué interés tienen los alumnos que se ponen los primeros, supongo que estarán invadidos por el espíritu de la “maruja de rebajas” que todos los primeros días de rebajas de los grandes almacenes entra a todo correr al vacío por si acaso le quitan las bragas paracaídas que tiene fichadas en la planta de lencería.

Cada vez que se abren las puertas tengo la impresión de ser vacas que vamos al matadero y que sin criterio objetivo alguno nos dirigimos a nuestro amargo destino como burros. A mí me divierte ver tanta preocupación por algo que no la tiene, nerviosismo por algo irreal, angustia por cosas que no valen nada y prisas por hacer un examen (seguro que para otras cosas que merecen más prisas no tienen tanta vida). Estas cosas me divierten ahora, en primer y segundo curso no tanto. Yo era igual. Lo que pasa es que uno se da cuenta del circo que se monta en época de exámenes, de los payasos que actúan, de los funambulistas que intentan no caer en el vacío (a pesar de que es un vacío ficticio) y de las fieras salvajes e irracionales en que alguno se convierte en esos días del mes de enero.

Lo bueno es que si dios quiere esta será la última primera ronda de exámenes. Una vez afronte los asaltos correspondientes que me quedan, muy probablemente no vuelva a pisar esa aula de exámenes más en estas fechas. Con esto ganaré en salud seguro, porque además de unas mesas incomodísimos las sillas de hojalata negra en las que nos sentamos no es que sean el trono de un rey. Pero perderé momentos de diversión, recuerdos que ya no grabaré en mi memoria, experiencias todas diferentes cada año y en cada examen. Pero esto es la vida, empezar y acabar asaltos, y salir lo mejor posible de ellos. Esperemos salir bien parados de todos los asaltos que nos quedan en esta última primera ronda.

Caronte.

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