domingo, 29 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (XIII)

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Él estaba alucinando. La mujer no es que durmiera, es que se estaba pegando la sobada padre, pensó él. Estaba totalmente recostada sobre el asiento del avión con una revista de esas que muestran el catálogo de productos alimenticios, cosméticos y perfumes que todos las compañías aéreas llevan a bordo y que todo el mundo ojea pero que muy poca gente acaba comprando nada de lo allí anunciado, si acaso y como mucho un refresco servido en unas mini latas de hojalata que son muy curiosas pero nada más, porque el timo está asegurado, sobre las manos. Supuso que la tediosa lectura de la revista había provocado esa situación de dejarse llevar por los designios de Morfeo, o eso o que la pobre señora también estaba harta de los dos críos. Porque a todo esto el otro niño, algo más mayor que el de las patadas voladoras, seguía jugando con algún videojuego en la maquinita que no había soltado en toda la mañana, y ahora además llevaba puesto unos cascos de música con lo que su separación del mundo real era total.

Pero de toda la situación absurda que estaba viendo lo que más se le quedó marcado fue la placidez con que la señora dormía. “Está en el paraíso”, pensó él. A parte de tener la revista abrazada sobre su enorme barriga, aunque él pensó que podrían ser perfectamente sus enormes pechos, como si se tratara de ese peluche de la infancia que durante tantas noches suele acompañarnos, tenía la cabeza ladeada hacia su derecha y la boca totalmente abierta, tanto que un fino hilo de baba estaba empezando a deslizarse por su enorme papada. De vez en cuando la señora daba una especie de estertor, como si se ahogara, entre ronquido y respiración fuerte, como para recobrar fuerzas y seguir navegando por los sueños que la embargaran. “Cualquiera despierta a este Moby Dick varado en la playa de Morfeo”, se dijo él a sí mismo, pensado qué hacer para despertar a la señora y que parara al maléfico crío y admirando la indefinible escena que tenía delante de él: un niño huido del mundo jugando con una maquinita, otro dando patadas contra un asiento molestando descaradamente al ocupante de dicho asiento, y una mujer que se supone debía controlar a esos dos mocosos durmiendo plácidamente totalmente recostada en el asiento del avión. Era sin duda la escena más surrealista que él había vivido en su vida. Y mientras tanto Anna y Javier seguían a lo suyo: reírse de la situación tan embarazosa en la que él estaba.

– Sí, sí reíros ahora que podéis. – Les dijo a ambos, más mirando a Anna que a Javier, ya que ella reía de una manera más directamente dirigida hacia él, como queriendo decirle que le hacía mucha gracia la situación en la que se encontraba. – Pero me hubiera gustado que esto mismo os hubiera pasado a vosotros. Especialmente a ti que tanto te ríes. – Añadió esto último mirando a Anna y, como rendido ante la evidencia, esbozando una pequeña sonrisa de derrota total y absoluta ante una situación irreverente a más no poder.

Les dejó a los dos riéndose y hablando de nuevo de sus cosas, y él se volvió a mirar al trío que tenían detrás. Tenía la intención de dirigirse a la señora, intentar despertarla lo más sutilmente posible, o intentar hacer lo posible para que fuera ella misma la que terminara por despertarse como por arte de magia. Intentó chistarla un poco “chsssst, chsssst”, pero era inútil, la mujer estaba profundamente dormida. “Va a ser una tarea ardua”, pensó para sí mismo al mismo tiempo que intentaba buscar alguna otra manera de traer de vuelta del mundo de Morfeo a la mujer. Decidió llamarla, “señora”, “señora”, pero nada ocurria ni se advertía en el rostro de la mujer. “¿Señora me escucha?”, intentó por última vez. Mientras hacía esto el crío de las patadas le miraba riéndose, tranquilo, sin dar patadas, esperando a que él se cansara y diera la misión por imposible.

– A ver chaval, lo he intentado por las buenas, o te sientas tranquilito o llamo al comandante del avión para que te lance por la puerta al vacío, total no creo que la humanidad se vaya a perder mucho, como mucho un campeón olímpico de taekwondo.- Había decidido volver a cambiar la estrategia y volvió a dirigirse al chaval que no mutaba su cara de pillo y que parecía decir que le daba igual lo que ese hombre le dijera que iba a seguir haciendo de las suyas a menos que la mujer hiciera algo. – Así que no te lo digo más. – Tras esto volvió a su asiento y a calmarse un poco.

Pero poco duró la calma. Nada más volver él a sentarse bien en el asiento y a pensar en sus propias cosas otra vez comenzaron las patadas y los “toma”. Ahora ya sí que no esperó por si acaso el mocoso dejaba de hacerlo. Se volvió a levantar y antes de que la ira le venciera intervino Anna, que aunque mantenía la sonrisa vio cómo él estaba ya desesperado por la situación y no sabía cómo controlarla ni qué hacer para que aquello terminara bien si parecía preocupada por el cariz que aquello estaba tomando.

– Espera, anda déjame a mí que tú ya estás muy alterado por culpa de este chavalín. – Le dijo ella poniendo su mano sobre la de él que estaba cerrada con bastante presión, tanta que se le marcaba la sangre en los nudillos.
– ¿Qué vas a hacer Anna? La mujer está totalmente dormida y no reacciona cuando se la llama. Y tampoco quiero moverla ni hacerla nada para que al despertar no piense que soy un descarado. – Dijo él, angustiado por no saber qué hacer.
– Perdona chaval, – se dirigió al tercero en discordia, al chico que estaba con los cascos ensimismado en su mundo y jugando con la maquinita a algún videojuego no apto para su edad pero que sus padres le compraría para que no les diera el coñazo en casa – ¿le puedes decir, a tu mamá, o a tu abuela, que se despierte, que tengo que decirla una cosa?
– Sí claro señora. – Dijo el chaval con unos modales que ninguno esperaba encontrar en el niño.

Inmediatamente el chaval dejó sobre la bandeja del asiento la consola, se quitó los cascos y con una delicadeza que tampoco ni Anna ni él esperaban empezó a llamar a la mujer, que resultó ser su tía, con un tono de voz muy suave, casi cariñoso, y a darla pequeños golpecitos en el hombro. Como veía que no reaccionaba, el chaval subió un poco más el tono y en vez de dar golpecitos ahora la movía claramente para despertarla. Ahora sí volvió de las profundidades del sueño, volvió al presente al mundo real, el de las personas de carne y hueso.

– ¿Qué quieres Aitor? ¿Hemos llegado ya? – Preguntó la señora.
– No tía, es que esta señorita quiere hablar contigo de algo. – Le contestó el niño, que inmediatamente después de haber cumplido su cometido, volvió con lo que estaba haciendo, a saber, jugar con la consola y escuchar música en los cascos, no sin antes dirigir a Anna una sonrisa de niño educado y bueno.
– Ah, hola. ¿Quería hablar conmigo? – Pregunto la señora mirando a Anna más que a otra persona, casi ignorándole a él, que estaba justo a su lado, pero con el gesto torcido y con cara de muy pocos amigos.
– Sí, mire me presento soy Anna y este de aquí mi acompañante de viaje. No he querido despertarla yo misma porque me parecía algo muy brusco y fuera de lugar, pero es que su sobrino pequeño – dijo Anna a la vez que le lanzaba al susodicho una mirada de misericordia que ni una santa hubiera puesto – lleva molestando a mi acompañante unos cuantos minutos, dando patadas al asiento y no dejándole terminar el vuelo en calma.
- ¡Cómo! ¿Jon, has estado dando patadas al asiento del señor? – Interpeló la señora al crío de las patadas, que ahora ya no miraba desafiante a nadie, porque había agachado la cabeza intentando evitar el temporal de reproches que se avecinaba. – Jon, ¡contesta! – Volvió a decir la señora tras un breve silencio en espera de la respuesta del niño, que seguía mudo, a pesar de que se había levantado un poco la voz.
– No es preciso que le regañe señora, con que lo que quede de vuelo no lo vuelva a hacer es suficiente. Seguro que no tenía intención de molestar. Son cosas de críos. – Dijo Anna ante el asombro de su acompañante que la miró como diciendo que no, que lo que el crío necesitaba era una buena colleja que le corrigiera su comportamiento antisocial.
– Si el problema es que no es la primera vez que hace estas cosas este niño. Si ya se lo digo yo a mi hermana, que hay que meterle en vereda, que es un travieso de mucho cuidado, que la lía allá donde vamos. Pero ella ni caso. – Empezó a explicarse la señora entre cansada ya de tantas veces que tiene que dar la cara por su sobrino y enfadada consigo misma por no haber estado despierta y haber evitado el espectáculo de las patadas. – Jon pide perdón al señor, que le has estado molestando. – Pero Jon no reaccionaba, seguía con la cabeza gacha mirándose las manos que tenía juntas como esperando que acabara la reprimenda para salirse con la suya. – Me has oído Jon, ¡que le pidas perdón al señor! – Ya la señora no podía aguantar más el silencio y la inmovilidad del chaval y le zarandeó un poco.
– No se preocupe señora, que tampoco ha sido para tanto. Casi podría decirse que ha sido un masaje. No le regañe más, con que no lo haga más le doy por disculpado. – Intervino él, viendo que si no lo hacía la mujer podría terminar por darle al crío una bofetada y tampoco era para eso según él.
– Discúlpeme caballero. De veras que lo siento. No se preocupe que no le va a molestar más durante lo que quede de vuelo, que parece que ya no es mucho. Y vuelvo a pedirle perdón. – Dijo la señora mirándole. – Y en cuanto a ti jovencito en cuanto veamos a tu padre en Viena te vas a enterar de lo que es bueno. Se te van a quitar las ganas de hacer el gamberro durante una buena temporada. – Añadió esto último dirigiéndose al crío que seguía como una estatua mirándose las manos y mudo como un muerto.

Vuelto todo a la normalidad él le preguntó a Anna en voz baja para que ni Javier, que se había puesto a leer un pequeño libro en cuya portada se podía leer “El Rey Lear” de Shakespeare, ni la señora gorda de la fila de atrás, tía del crío de las patadas y del que no se separa de la consola ni a tiros, pudieran escucharles.

– ¿Por qué no me has dejado a mí decirle a la señora lo que pasaba? – Le preguntó él.
– Porque te estabas poniendo como un basilisco y muy probablemente no hubieras mantenido las formas necesarias para tratar cosas de crío. – Le contestó Anna.
– ¡Que no hubiera mantenido las formas!, ¿pero cuándo he perdido yo las formas? Además no entiendo que hayas quitado hierro al asunto de las patadas del crío, cuando has visto los arreos que pegaba contra el asiento. Poco más y lo arranca de cuajo.
– Pero que exagerado eres de verdad. Primero eran patadas normales no las eleves a golpes maestros de taekwondo porque si quieres un día de hago una demostración de lo que es una patada fuerte. Segundo no me tires de la lengua porque si quieres que te enumere las veces en que conmigo delante has perdido algo las formas por asunto menos graves que el que acaba de pasar, necesitaríamos que este vuelo vaya hasta Sídney para acabar. Y tercero si le quito hierro al asunto es porque quizá no era para tanto, lo que pasa es que siempre te enervas con cosas sin demasiada importancia. Es un crío que no tendrá ni cinco años, su tía estaba dormida y su hermano pasa de él, ¿qué quieres que hiciera, ponerse a leer a Javier Marías? – Contestó ella, pasando de la seriedad el principio, a esbozar al decir lo último la sonrisa irónica y socarrona que tanto le gustaba a él.
– Como te gusta picarme Anna. Un día en vez de seguirte la corriente me voy a cabrear de verdad. – Apuntó él, mirándola fijamente a los ojos.
– ¡Anda cállate ya tontorrón!, y disfruta de lo poco que queda de vuelo que ya debemos estar llegando al aeropuerto. Se ve muy cerca ya el suelo y el horizonte. – Terminó por añadir ella acariciándole la cabeza por la zona de la nuca, algo que a él le relajaba mucho y siempre que ella lo hacía se daba por derrotado en cualquier conversación.

Caronte.

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jueves, 26 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (XII)

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En ese punto el viejo volvió a callar. Pero esta vez con una sonrisa en la cara y los ojos vidriosos a punto de llorar. Muchos habían sido los recuerdo rememorados y muchas también las emociones revividas en unos minutos. El silencio se contagió a sus dos acompañantes de fila. Ella estaba visiblemente emocionada; había sacado un pañuelo de su bolso y se enjuagaba las lágrimas que le rebosaban de los ojos y caían por su lisa cara, recorriendo sus pómulos redondeado y rosados, hasta meterse por la comisura de sus labios rojos. Él por su parte, aunque no mostrara visiblemente la emoción también estaba conmovido por semejante historia, y miraba al señor mayor con intensidad y admiración. Admiración por una vida tan larga, tan intensa, tan llena de momentos de toda clase. Estuvieron varios segundos sin pronunciar palabra alguna, cada uno pensando en sus cosas.

– Y de ver a esta nieta vengo ahora – fue Javier quien primero volvió a hablar, haciendo que el silencio acabara –, bueno a ella y a sus padres, ya que ha sido el cumpleaños de mi hija pequeña. Y como supongo que han podido averiguar las razones por las que viajo tanto entre Viena y Madrid son mis hijas y mis nietos. Todos viven en España.
– Todos menos usted Javier. ¿Por qué teniendo a toda su familia aquí sigue viviendo usted en Viena? Si me permite la pregunta claro está. – Preguntó él con cierta curiosidad por saber cómo es posible que ese señor tan mayor estuviera solo en Viena cuando todos sus seres queridos vivían tan lejos de él.
– Sí le permito la pregunta, ¡cómo no, después de esta conversación! – Rió Javier, contento porque sus acompañantes se interesaran por su vida. – Pues mire sigo viviendo allí porque es en Viena donde todavía tengo a la persona a la que más he amado en mi vida. Todos los meses voy a ver a Hannah al cementerio, a llevarla flores, a contarla cómo están sus hijas y sus nietos, a decirla que la echo de menos y que la amaré hasta que me reúna con ella allá donde esté.
– Es usted un señor increíble que por desgracia ha tenido que vivir momento muy duros que no se merecía. – Dijo ella con la voz entrecortada, llorado todavía y visiblemente muy emocionada con todo lo que les estaba contando.
– No creo que sea increíble señorita. He vivido una vida que mucha gente vive. He amado con toda mi alma a una mujer que se me fue hace casi quince años, y desde entonces la he echado de menos cada día. Es cierto que tras la muerte de Hannah pasé unos meses muy triste, deprimido; meses en los que cada cosa que hacía me recordaba a ella. La melancolía me invadió, pero me dije que no podía pasar mucho tiempo así, que tenía que volver a vivir y a disfrutar de las personas que me querían. En el fondo eso es lo que mi mujer también hubiera querido.
– Le honra la humildad con que habla de todo esto Javier, pero no creo que muchas personas se tomen la vida como lo hace usted. Claro que ha amado, más de lo que la mayoría amaremos, y ha querido, pero también ha sufrido. Primer dejando a su familia atrás para irse a Viena, más tarde intentando aclimatarse y adaptarse a una nueva vida que se fue hostil durante muchos tiempo, luego perdiendo a su madre, y por último a su mujer. – Dijo él hablándole con asombrosa sinceridad, como envidiando la vida que ese hombre había llevado, llena de sufrimiento, distancias y ausencias, pero sobre todo llena de amor.
– Habla como envidiando la vida que he llevado. Sólo le puedo decir una cosa, tómelo como un consejo, todavía son jóvenes, disfruten de cada momento juntos y no piensen en nada más cuando lo hagan. Amen, odien, quieran, admiren, besen, hagan el amor, discutan y no se hablen si quieren, pero hagan todo esto con intensidad sintiéndolo de verdad. Sólo una vida vivida intensamente merece la pena ser vivida. No estamos en este mundo para pasar por él de manera ordinaria. Debemos tener todos una vida extraordinaria, cada cual a su manera, y una vida extraordinaria sólo se consigue si en cada momento hacemos aquello que más nos llene aunque a veces esto parezca una quimera imposible.
>> Pero bueno creo que ya les he dado bastante la tabarra por hoy, además les he quitado mucho tiempo con la historia de mi vida. Debemos estar casi llegando ya a Viena. No creo que nos queden más de quince minutos para empezar a descender y tomar tierra en el aeropuerto. Y según parece por la ventanilla la Ciudad Imperial, la austríaca digo no Toledo, nos va a recibir con un día despejado de nubes y con un sol radiante.

Al decir esto él volvió a girarse hacia la ventanilla y comprobó que lo que decía el viejo era verdad: ni una solo nube enturbiaba el cielo de Austria. Se veían con claridad los campos de cultivo, las casas, las ciudades pequeñas, casi pueblos, las industrias, las carreteas y autovías en las que discurrían como pequeñas hormigas motorizadas y de diferentes colores los coches. Se estaban acercando a Viena ya. Poco les quedaba de vuelo. Vuelo que se le estaba haciendo algo largo, quizá por la ansiedad que tenía de estar con ella de nuevo a solas ya fuera caminando por las calles de Viena, enseñándola la ciudad que él tan bien conocía; ya fuera en un café a media tarde disfrutando una deliciosa tarta o pastel; ya fuera en el hotel, en su habitación disfrutando de su cuerpo para él solo, haciendo el amor o simplemente viéndola dormir tan plácidamente como solía hacerlo.

Él se desentendió ya por completo de la conversación que su acompañante, Anna, y el viejo Javier, continuaron unos minutos más, ahora hablando de cosas más amenas, comentando anécdotas de viajes en avión, preguntándose mutuamente por su vida. Él por el contrario volvió a quedarse mirando embobado por la ventanilla, viendo pasar lentamente kilómetros y kilómetros de tierra austríaca. El verde antinatural que tienen los campos, los cultivos, los bosques fuera de España siempre ejercía una fuerza de atracción y fijeza sobrenaturales. Mirar por la ventanilla no era sólo una manera de ver por dónde iba, sino de profundizar en su propia vida y en las innumerables veces que había montado en avión y de recordar, en muchas ocasiones con nostalgia y melancolía, viajes pasados y vividos con intensidad con sus padres cuando él era apenas un chaval, un adolescente, o con amigos cuando ya la adolescencia pasó a un segundo plano y el ir con sus padres lo único que le producía era rabia y ganas de estar solo.

Mientras miraba por la ventana tranquilo, pensando en sus cosas o en nada – muchas veces no se sabía si tenía la mente ocupada con alguna cosa, algún recuerdo o algún asunto que le preocupara, o simplemente en blando, pensando en la nada, en el vacío, mirando sin ver y oyendo sin escuchar – notó como algo le golpeaba la espalda, una presión continuada que deformaba la propia estructura del asiento para posarse sobre su columna vertebral y moverse erráticamente de un lado para otro. Pronto se dio cuenta de que esa presión venía del ocupante del asiento de detrás de él. En ese momento se acordó de la mujer entrada en carnes y de los dos monstruitos que la acompañaban que aquella mañana habían visto en el aeropuerto y que dio la terrible casualidad que también iban en el mismo vuelo a Viena, y no solo en el mismo vuelo sino justo en la fila de asientos siguiente a la suya. Pensó en darse la vuela y decirle al chaval – si no recordaba mal, era el más pequeño, el que más se merecía una buena colleja que le cortara la tontería que llevaba encima – que se sentara normal y dejara de molestar, que los asientos son para sentarse no para entrenar patadas de kárate con ellos. Sin embargo también pensó que al ser un chaval pronto se le pasaría el dar patadas y apretar con los pies o las rodillas el asiento delantero.

Volvió a intentar mirar por la ventana y contemplar el verde paisaje austriaco, cada vez más cercano y nítido ya que el avión había empezado a descender lentamente, de manera casi imperceptible. Pero el niño no paró de golpear el asiento, y cada vez con mayor intensidad. Ya no era simplemente que apretara con los pies o con las rodillas, o con la cabeza quizá, sino que eran golpes periódicos que no seguían un ritmo preciso y por tanto no se podían prever. El crió le estaba poniendo de los nervios, pero por su carácter no diría nada hasta que el vaso no solo colmara tras la última gota, sino que llevara ya tiempo rebosando agua. Los golpes fueron a más, ya le movían del asiento haciéndole incluso rebotar contra el mismo de vez en cuando. Anna se dio cuenta y le preguntó que porque no le decía nada al niño, contestándole él que no tenía importancia que serían cosas de críos y que ya pararía. Pero no paró el chaval. Anna empezó a reírse, al igual que Javier que esbozaba una tierna sonrisa en su cara ajada por el tiempo y los años.

Ya no podía más. Se incorporó en su asiento, giró el cuerpo agarrándose a su reposacabezas y fue a dirigirse a la señora en carnes para que metiera en vereda a su hijo, o nieto, o sobrino o lo que fuera esa criatura endiablada y terriblemente pesada que le estaba sacando de quicio. El crio, que no tendría más de cinco años, en cuanto vio su cabeza por encima del asiento mirándole severamente, con cara de muy pocos amigos, cara que desde muy joven él supo poner muy bien a quien le molestara o tocara demasiado las narices, paró de dar golpes al asiento. Pero en vez de amilanarse y ponerse serio como queriendo decir que no sabía lo que hacía y que no se volvería a provocar, le sostuvo la mirada y esbozó una sonrisa de pillo, de crío que sabe que por muchas travesuras que haga no va a ser castigado, ni reprendido, ni recibirá una colleja o será privado de salir a jugar. Él se quedó pasmado por la actitud chulesca del chaval a pesar de ser todavía como quien dice un niño de teta.

– Hola chaval, mira sé que es divertido dar patadas al asiento de un desconocido al que no conoces y no vas a volver a ver en tu vida, pero no está bien y puedes molestar. Así que te pido que te quedes sentadito y tranquilito que ya estamos llegando y podrás bajarte pronto del avión y dar patadas de nuevo a cualquier objeto que se te cruce por delante. – Le dijo al crío intentando sonreírle un poco, tal y como el crío estaba haciendo.

Mientras decía esto, sus acompañantes le miraron divirtiéndose bastante por la escena que sin lugar a dudas sabían que se podría producir viendo la actitud chulesca del chaval y sabiendo que apenas tendría cinco años, una edad en la que las reprimendas si no nos por parte de los padres – y a veces ni eso – tienen el mismo efecto que una gota de agua en el mar: inapreciable. Anna sonreía ampliamente cuando él volvió a girarse de nuevo y a ocupar debidamente su asiento para disfrutar tranquilamente y sin un masaje no pedido en la espalda por parte de un pequeño Mowgli salido de no se sabe qué jungla. Pero la paz le duró lo mismo que duran los alto el fuego en Oriente Medio: nada. Apenas había recobrado su sitio y se había acomodado, volvió a recibir una patada en el respaldo del asiento. Una patada bastante fuerte que hizo que todo su cuerpo se estremeciera. Javier y Anna volvieron a reír ostentosamente y a mirarle como diciendo: “menuda te ha caído en lo poco que queda para aterrizar; a ver como lidias con esto”. Él pensó que tenía la misma gracia que una patada en esas partes nobles de los hombres que cuando reciben un golpe fuerte hacen que la respiración se corte y que una corriente eléctrica recorra todas y cada una de las terminaciones nerviosas del cuerpo hasta llegar al cerebro donde se produce una explosión de dolor y calor poco equiparable a nada en el mundo.

El niño además ahora había empezado a acompañar sus cometidas contra el respaldo del asiento de delante con onomatopeyas vocales. A cada patada, golpe o cabezazo el niño pronunciaba un “toma”, como boxeado que se está entrenando en un gimnasio con un saco de esos que cuelgan de una viga del techo como un cerdo en un matadero antes de ser descuartizado para posteriormente ser disfrutado como manjar en cualquier casa; como dándose ánimos para continuar con su obra maestra. “Toma”, decía el crío y tras cada uno de ellos él se ponía más nervioso y se daba cuenta que o intervenía seriamente o hasta que no saliera del avión el suplicio no iba a acabarse.

Se volvió a girar para dirigirse, no esta vez al niño sino a su abuela, o madre o tía, vamos a la mujer entrada en carnes que acompañaba al crío. No entendía cómo era posible que esa mujer no le dijera nada al chaval, que se estuviera quieto, que no molestara al señor, que se comportara bien. Sin mirar siquiera al niño y con cara de muy pocos amigos ya que estaba realmente llegando a un punto de cabreo que pocas veces había alcanzado se dispuso a llamar la atención a la mujer que iba sentada justo detrás de Anna y que no había dicho ni una sola palabra en todo el vuelo.

– Me va a disculpar señora pero... – Empezó a decir con toda la amabilidad de la que todavía era capaz, pero tuvo que quedarse a mitad de frase porque para su asombro la mujer estaba totalmente dormida. Pensó que aquello era una broma. Pensó que aquello era una broma, que había alguna cámara oculta en algún lado. Javier y Anna se giraron y elevaron un poco por encima de sus asientos para contemplar la escena que se avecinaba, pero al comprobar ellos también que la señora dormía plácidamente no pudieron aguantarse las carcajadas que empezaron a soltar mientras volvían a ocupar sus asientos mirando al frente y riendo de manera bastante ostensible.

Caronte.

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domingo, 22 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (XI)

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(Continúa de la entrada anterior)

En ese momento, justo cuando ella le estaba acariciando el hombro y cogiéndole con su otra mano una de las viejas y arrugadas manos del viejo, volvió en sí. Abrió de nuevo los ojos. Unos ojos más brillantes que antes, húmedos, preparados para lo que pudiera venir a continuación en la historia que les estaba relatando.

– No se preocupen por mí, sólo soy un viejo muy mayor al que se le acumulan los recuerdos y que muchas veces es vencido por alguno de ellos. Son los recuerdos de mi mujer los que más alegrías me devuelven, pero también los que más dolor y sufrimiento me causan muchas veces. Dolor por su pérdida, y sufrimiento por el tiempo, los años, que tuve que verla irse poco a poco sin poder yo hacer nada, simplemente contemplar impotente como la enfermedad se la llevaba poco a poco, me la arrebataba de la manera más cruel: dejando que viese como su vida, su alegría por vivir y su fuerza se iban extinguiendo; dejando que se marchara lentamente haciendo que todos los que estábamos a su alrededor sufriéramos tantísimo.
>> A mi mujer la detectaron cáncer de mama apenas cuatro años después de que nuestra hija pequeña, Olivia, acabara la universidad. Todavía era joven Hannah y aquella noticia, aunque quiso siempre demostrar públicamente que la asumió con entereza y determinación de superar aquel grandioso obstáculo, hizo mella en ella. Supe que cuando el médico del Hospital General de Viena nos comunicó la noticia, ésta fue un tremendo mazado en Hannah. No nos lo esperábamos. Todo hasta entonces había sido normal, además no había antecedentes en su familia de casos similares. Los médicos nos dijeron que había posibilidades de superar aquello, pero que Hannah, sin falta debía empezar el tratamiento.
>> Aquello cambió por completo nuestra vida. Hannah tuvo que aminorar su vertiginosa carrera académica y de investigación. No dejó de dar clase salvo cuando el tratamiento podía con ella y no era ni siquiera capaz de levantarse de la cama para ir al servicio. Como pueden imaginarse en aquella época la medicina y los tratamientos de lucha contra el cáncer no estaban tan avanzados como a día de hoy. Los médicos me dijeron a mí a solas que el tratamiento iba a ser muy duro, que mi mujer iría perdiendo poco a poco el pelo, el apetito y las fuerzas, incluso las ganas de hacer nada. El pelo y el apetito sí que los perdió, pero los médicos no sabían que Hannah ante todo era una mujer que siempre sacó fuerzas de donde ninguno de los que la conocíamos creíamos que las tenía guardadas. Casi nunca perdió la sonrisa, y cada vez que algún amigo venía a casa a preguntar por ella, Hannah siempre le contestaba: “no lo ves, mejor que nunca” y sonreía de tal manera que podía haber iluminado hasta la más tétrica de las cuevas.
>> A medida que el tratamiento avanzaba los médicos, que sólo hablaban conmigo para que fuera yo quien decidiera qué información dar a Hannah y cuál ocultar, me decían que parecía que el cáncer estaba siendo vencido. Para mí ver a mi mujer sacar fuerzas para cada vez que me veía sonreírme me partía el alma. Yo intentaba no llorar delante de ella, ni de mis hijas cada vez que venían a Viena desde Madrid, París o cualquier rincón del mundo; pero a veces me era imposible y terminaba derrumbándome con mi hija mayor o a solas si ésta estaba en Madrid.
>> Mis hijas también recibieron la noticia como un jarro de agua fría. No se imaginaban a su madre enferma, pocas veces lo había estado nunca, y mucho menos con cáncer, esa enfermedad que era prácticamente sinónimo de muerte en aquellos años. Creo que para ella siempre fue más duro estar lejos de Viena en aquella época, pero también supongo que si hubieran estado aquí hubiera sido peor, sobre todo para la mediana, Claudia, que adoraba a su madre y la tenía en un pedestal como modelo a seguir, ya que hubiera visto la degradación paulatina que fue teniendo.
>> Pero esta primera prueba acabó. Los médicos me aseguraron que el cáncer había sido superado. Mi mujer al final del tratamiento, de los diferentes ciclos de sesiones que la tuvieron que dar durante casi un año, estaba irreconocible. Totalmente calva, la piel de un blanco mortecino, los ojos hinchados y muy saltones en una cabeza que más que humana parecía de un esqueleto, y su cuerpo muy menudo y prácticamente sin fuerzas para nada. Los últimos meses de tratamiento fueron los peores. Tuvo que dejar la universidad y se pasaba casi todo el día postrada o en la cama o en un sillón en el salón. Apenas hablábamos, no tenía fuerzas ni para eso. De esa época recuerdo un silencio sepulcral en mi casa. Silencio y soledad, porque a pesar de que mi mujer estaba allí, era como si no estuviera, era una presencia ausente.
>> Una vez acabó el tratamiento Hannah poco a poco se fue recuperando. Empezó a comer algo más, estaba más animada, dejó de pasar casi todo el tiempo en la cama o en el sillón y empezamos a salir a la calle a dar paseos por el barrio donde la gente la saludaba y la mostraba su afecto y cariño. Vinieron incluso algunos alumnos de la universidad para interesarse por ella, algo que creo que le hizo mucho bien. También le hizo mucho bien que en el plazo de dos meses nuestras dos hijas mayores nos anunciaran que íbamos a ser abuelos. Eso sí que la ilusionó y la llenó de fuerzas de nuevo. Casi de golpe y como si se hubiera obrado un milagro, recuperó el color de la piel, engordó un poco y el pelo empezó a tupirle de nuevo la cabeza.
>> El embarazo de mis dos hijas mayores fue la mejor noticia que pudimos recibir. Iluminó nuestras vidas después de unos meses muy duros y complejos. Como Hannah estaba todavía muy débil como para moverse o estar viajando a Madrid y a París para ver a nuestras hijas, fueron ellas las que vinieron un par de veces. El saber que íbamos a ser abuelos nos dio algo en lo que pensar e ilusionarnos y nos permitió ir dejando poco a poco el calvario del cáncer, que no obstante seguía periódicamente presente debido a las revisiones a las que se tenía que someter mi mujer. Para Hannah ver a sus dos hijas mayores tan felices con sus maridos, y con esas tripas que cada vez que las veíamos estaban más gordas e infladas.
>> Para cuando dieron a luz nuestras hijas, Hannah estaba muy bien ya. El pelo, sin llegar a la longitud que tenía antes de que se le cayera del todo, le había crecido bastante y tenía ya una melena corta. Su cuerpo aunque no llegó nunca a recuperar su volumen anterior sí logró ser de nuevo fuerte. Gracias a esa recuperación pudimos viajar tanto a Paris como a Madrid para conocer a nuestros nietos, que habían sido ambos varones. Como broma les diré que a ninguno le pusieron mi nombre.
>> Mis hijas decidieron celebrar el primer año de sus hijos, nuestros nietos, a la vez, en una fecha intermedia entre ambas, en Viena con nosotros. Cuando supimos su intención nos pusimos como locos para preparar todo para que todos se pudieran alojar en nuestra casa, algo apretados pero juntos. Una semana antes de que llegaran, tuvimos que ir al médico porque mi mujer se encontraba un poco mal. Pensábamos que podía ser una gripe muy fuerte que en aquellas fechas estaba llenando los hospitales de Austria. Sin embargo cuando los médicos nos dijeron que el cáncer había vuelto mi mujer y yo envejecimos de golpe una eternidad, sobre todo Hannah que tras esa noticia, en casa se derrumbó y empezó a romper cosas, a tirar libros de historia por el suelo, a romper recuerdos, tazas, platos y fotografías. Nunca la había visto así. No podía pararla. Me llevé más de un golpe hasta que conseguí agarrarla con los dos brazos y atraerla hacia mí. La abrace e intenté que se calmara. La pesadilla volvía a empezar.
>> El cáncer es así de traicionero, a veces parece que se esconde para luego aparecer y hacer más daño aún. Los médicos dijeron que había que retomar el tratamiento de manera inmediata, sin perder ni un segundo, para intentar atajarlo. Esto se lo dijeron a Hannah, pero lo que sólo me dijeron a mí es que en aquella ocasión había muy pocas posibilidades de que se superara el cáncer. No quise creerles. Sabía que Hannah era una mujer muy fuerte, que iba a luchar con todas sus fuerzas para que el cáncer se fuera definitivamente de nuestras vidas.
>> Cuando mis hijas llegaron para celebrar el primer año de mis nietos no les dijimos nada hasta que la fiesta había acabado, y sólo se les dijo lo que los médicos le habían dicho a Hannah, lo que me habían dicho a mí, preferí no contarlo. Cuando supieron la noticia Olivia se derrumbó; María aguantó más el tipo, quizá porque era la mayor y la más austríaca de las tres en cuanto carácter, pero también se la notó muy tocada. La pequeña también, aunque por haber estudiado Farmacia, y saber algo de medicina, me llevó a la cocina y me dijo que qué es lo que habían dicho los médicos de verdad. Se lo tuve que contar. Prometió guardarme el secreto. Pero no era el único secreto que había sobrevolando la casa aquel día. Fue Olivia, la pequeña la que nos sorprendió a todos diciendo que estaba embarazada de su pareja, que no pudo estar allí por encontrarse en Malí con la ONG. La noticia generó una felicidad amarga, pero fue una gota de esperanza muy necesitada.
>> Pero mi mujer cada día iba a peor. El tratamiento fue mucho más duro que la primera vez. Desde casi el principio de las sesiones Hannah tuvo que dejar la Universidad, y yo pedí un permiso en el instituto para poder atender a mi mujer todo el tiempo que fuera posible. No quería separarme de su lado ni un solo segundo. Por lo que los médicos me decían el cáncer no remitía, no daba señales de ir debilitándose, más bien todo lo contrario. Los meses pasaron y mi mujer ya no parecía tener vida en sí misma, era un esqueleto viviente. Llegó un momento en que decidí que se quedara en el hospital ingresada para seguir allí el tratamiento. Hannah estaba muy débil. Veía que la estaba perdiendo y que no podía hacer absolutamente nada para evitarlo. Me sentí impotente, inútil. Muchas veces en aquellos días me pregunté si en casos así merece la pena seguir alargando esa agonía en vano, sin esperanza.
>> Verse en el hospital día y noche provocó en Hannah una gran desilusión. Terminó por perder todo signo de ilusión y de fuerza. Un día me preguntó por la verdad, me dijo que le contara todo lo que desde que los médicos habían vuelto a detectar el cáncer le había ocultado. Así lo hice. No pude reprimir las lágrimas. Cuando acabé por contarle todo, me dijo que quería hablar con los médicos. No quería seguir sufriendo el tratamiento infernal que terminaba quemándola por dentro.
>> Los médicos nos advirtieron de que sin el tratamiento a Hannah apenas la quedarían un par de meses de vida. Pero cuando yo les pregunté que si con él ella viviría, ellos me dijeron que no. La decisión estaba tomada. Hannah no quiso seguir con el tratamiento y pidió volver a casa, a su cama, a nuestra cama, donde tantos buenos momentos vivimos y tan buenos recuerdos le traía.
>> Nuestras hijas siguieron todo el proceso día a día desde que ingresamos a Hannah en el hospital. Venían a menudo a Viena a ver a su madre. Ni un solo día estuvo sola en el hospital, aparte de mí, sus hermanos, sus sobrinos mayores, mis hijas que se turnaban para ir a Viena, mucha gente iba a ver a Hannah al hospital. Al menos sintió el cariño de la gente que la quería. Me quedó con eso sobre todo.
>> Una vez instalada de nuevo en nuestra casa Hannah pareció recobrar algo el ánimo. Pero siguió yéndose poco a poco. En la habitación se instaló un equipo médico de seguimiento para ir controlándola y alimentándola por vía intravenosa porque no tenía ni fuerzas para comer. Verla allí postrada, en la misma cama donde tantas noches hicimos el amor, donde muchas mañanas cuando mis hijas eran muy pequeñas éstas aparecían y se metían con nosotros a despertarnos, me rompía el corazón. Siempre que estaba con Hannah intentaba parecer contento, sonreír, para que ella no me viera triste, pero los días eran un suplicio, todos grises, todos llenos de pena y recuerdos. La casa se me caía encima.
>> Un par de semanas antes de que todo acabara los médicos decidieron suministrarla sedación para intentar paliar los dolores y el malestar. Hannah ya no era más que huesos recubiertos de carne. Era apenas un espectro de lo que fue. Mis dos hijas mayores vinieron y se instalaron también en Viena para estar con su madre en los últimos momentos que todos sabíamos que estaban cerca. Mi hija pequeña, Olivia, no pudo venir estaba a punto de dar a luz y los médicos la desaconsejaban viajar. Eso fue algo muy duro tanto para ella que no pudo despedirse de su madre, como para Hannah, aunque ésta no se enteraba ya de nada de lo que pasaba a su alrededor.
>> Los últimos días fueron los peores. A Hannah lo único que la unía a la vida era un pequeño hilo, muy débil que en cualquier momento se rompería. La agonía fue muy dura, muy cruel. Vi como mi mujer se moría día a día, con dolor a veces, sedada otras. La mayor parte del tiempo estaba completamente dormida; cuando no lo estaba los sonidos y gemidos de dolor que pronunciaba eran superiores a mis fuerzas. Pedí a los médicos que hicieran algo para acabar con esa agonía, con ese sufrimiento, pero no podían hacer nada. ¡Qué cruel es la vida a veces!
>> Mi mujer murió tranquila, después de haberse despedido de todos nosotros: de sus tres hijas, incluso de Olivia con quien pudo hablar por teléfono y escuchar por última vez su voz, y de mí. Todos estuvimos presentes cuando mientras dormía la máquina que llevaba sus constantes vitales anunció que su agonía, su lento pasar a la otra vida había acabado. Los médicos nos aseguraron que no sufrió nada en los últimos instantes, algo que nos reconfortó a todos después de unas semanas horribles que no deseo a nadie. Sin embargo el destino a veces produce situaciones excepcionales en las que la pena y la tristeza por la pérdida de un ser amado y querido se mezclan con noticias de extraordinaria alegría. Cuando iba a llamar a mi hija pequeña para decirla que su madre ya había muerto, sonó el teléfono y al otro lado mi hija llorando me dijo que acababa de ser abuelo. Vida y muerte se dieron cita en mismo día en mi casa. Pena y alegría se juntaron en los momentos más oscuros que vivimos. Nada más escuchar la voz de mi hija diciéndome eso me eché a llorar, y fue ella la que me pregunto, casi afirmando si su madre había fallecido. El silencio fue la respuesta. Mi hija había dado a luz a una pequeña vida, una pequeña mujercita, mi primera nieta, que llevaría en nombre de su abuela: Hannah.

Caronte.

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jueves, 19 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (X)

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(continúa de la entrada anterior)

– Sin lugar a dudas, las tres tan bellas como su madre – prosiguió Javier – y tan viajeras como el padre, ya que ninguna de ellas vive en Viena. Es más, las tres a día de hoy viven en España, dos en Madrid y la tercera en Toledo. Pero ahora voy a ello. Ya termino. Espero que no les haya molestado, ni aburrido mucho.
>> Mis hijas fueron poco a poco creciendo como he dicho. Llegó un momento en que la mayor, María, entró en la universidad, a estudiar Historia también, y como se madre hacía ya muchos años decidió venir un año a estudiar a España, a Madrid también. Fue duro tenerla todo un año lejos. Pero también sirvió para que el resto hiciéramos nuestro primer viaje juntos a Madrid. Fue algo muy emocionante. Mi hermano y su pareja, Rubén, nos recibieron con los brazos abiertos, muy contentos de ser ellos los anfitriones en vez de nosotros. Mi hija María también se pudo muy contenta, y como su madre también ella era muy llorona y cada dos por tres se ponía a llorar. La despedida antes de volvernos a Viena fue igualmente dura y ahí todos lloramos. A mis otras dos hijas Madrid las cautivó, y su tío, mi hermano las dijo que si querían ir serían bien recibidas siempre y que siempre tendrían una cama dispuesta para ellas. En aquel momento no di demasiada importancia a las palabras de mi hermano, en el fondo son las palabras que cualquier tío haría a sus sobrinas.
>> Los años seguían pasando tanto Claudia, como Olivia, también entraron en la universidad. La primera eligió Derecho y la segunda Farmacia. Las dos también decidieron marcharse un año a estudiar a Madrid. Aquellas estancias universitarias terminaron por hacer crecer sus lazos de sangre con España, y especialmente con Madrid. Por mi parte, yo cada vez me sentía más cómodo dando clase, hasta me animé a pedir plaza en uno de los institutos más prestigiosos de Viena; plaza que tras una serie de entrevistas y pruebas terminé consiguiendo, con lo que parecía que mi vida en Viena se terminaba de asentar por completo.
>> Pero no todo podían ser buenas noticias. Estando mi hija pequeña en Madrid terminando su último curso de Farmacia, mi suegra falleció. Murió durante la noche en casa de uno de mis cuñados. No sufrió, simplemente entró en un sueño eterno, quedó dormida para siempre. Fue una muerte dulce, y feliz. Hannah, aunque llena de dolor por la pérdida de su madre, no sufrió tanto como cuando murió mi suegro. Ilsa había vivido mucho, murió con casi cien años, si no recuerdo mal tenía 96 cuando falleció. Había disfrutado de la vida, de sus cuatro hijos, de sus nietos, y sobre todo de sus nietas a las que siempre consideró las niñas de sus ojos. Yo sentí mucho la muerte de mi suegra porque a pesar de que cuando la conocí fue algo fría conmigo por ser yo un extranjero que le había robado a su hija, al final fue la persona más cariñosa del mundo, y tras la muerte de mi madre siempre se portó conmigo estupendamente, demostrándome un cariño que yo pensaba que un austríaco, con lo fríos que parecen, pudiera demostrar.
>> No sé que tendrá España, o mejor dicho Madrid, pero todas mis hijas nada más volver de su estancia universitaria en la capital de España nos decían a su madre y a mí que querían trabajar allí, que les atraía más Madrid que Viena. Es cierto que en esa época Madrid atraía a mucha gente joven de toda Europa, era algo moderno y también por qué no decirlo, algo extravagante y exótico, muy diferente a lo que Centroeuropa podría ofrecerlas. Pero no sólo eso. Mis dos hijas mayores volvieron de Madrid enamoradas: la mayor de un español, por lo que se repetía la historia de nuevo; y la mediana de un francés que también había ido a España a estudiar un año. Es curioso como el amor lo cambia, lo destruye y lo crea todo de la nada, nos modifica y nos hiere, nos hace felices y nos trastorna. La pequeña sin embargo no vino de Madrid enamorada, sino que vino deseando dejar Austria, y el frío clima europeo. Olivia sólo quería dejar Viena y ver mundo, y así lo hizo. Es de mis tres princesas la que más espíritu español ha sacado, incluso más que yo; es también la que menos hija mía parece.
>> A mí me costó mucho asumir que mis tres hijas querían volar del nido tan rápido, sin apenas haberlas disfrutado, o al menos esa era la sensación que tenía y que supongo tenemos todos los padres. No quería que mis hijas se marcharan lejos de su madre y de mí, dejándonos solos en un país que en el fondo seguía sin ser el mío. Pero tuve que aceptarlo. Es la vida, y en el fondo es algo que yo también hice. Aunque como suele pasar todos recordamos únicamente lo que queremos, y muchas veces adaptamos esos recuerdos a lo que nos conviene con tal de sentirnos felices y con la razón siempre.
>> Mis hijas se marcharon de casa. Empezaron a vivir su vida y a crear su propia familia. La mayor se fue a vivir directamente a Madrid y allí sigue dando clases de Historia en el Instituto de San Isidro, ¿no sé si lo conocen?, supongo que sí porque es de los más prestigiosos. La mediana primero se marchó a Francia con su pareja, Henry, que resultó ser un francés atípico ya que estaba enamorado de España y soñaba con vivir allí algún día. En París vivieron un par de años trabajando en el bufete del padre de Henry, pero al final el que terminaría convirtiéndose en mi yerno tuvo una bronca muy grande con su padre, su madre murió siendo él pequeño, y se marchó con mi hija a Madrid donde a ella la acababan de contratar en Garrigues. Ahora los dos siguen viviendo en Madrid y trabajando como asociados de ese bufete.
>> Por su parte mi hija pequeña, la más vividora y soñadora de las tres, tras acabar su carrera decidió irse a África a ayudar en todo lo que pudiera. Se enroló en Médicos Sin Fronteras y estuvo varios años viajando por varios países de África y Centroamérica ayudando a fundar hospitales y farmacias con lo que tenían a mano. En uno de esos viajes conoció al que hoy en día es su marido y mi yerno, Pablo, un cirujano neurólogo que también colaboraba con Médicos Sin Fronteras. Al final sentaron algo la cabeza y en vez de tirarse todo el año viajando de un país a otro sin una estabilidad personal adecuada, y quizá también influenciados por que mi hija me iba a dar a mis primeros nietos, dos gemelos más traviesos que y revoltosos que una lagartija, se compraron una casa en Toledo, de donde era Pablo, y allí viven. En verano se suelen ir un mes o dos con Médicos Sin Fronteras a seguir ayudando por los mundos de Dios olvidados por los hombres, con lo que soy yo y sus otros abuelos los que nos encargamos de cuidar de sus hijos, cosa que por otro lado hago totalmente encantado de la vida.
– No me extraña entonces que viaje tanto entre Viena y Madrid, si tiene toda su vida aquí: a sus hijas y nietos. – Dijo él sonriéndole y mostrando bastante admiración en su tono de voz. Admiración por una persona que había vivido mucho y que tenía una vida llena de emociones y vivencias.
– La verdad es que sí, Javier, de otra cosa no pero de tener una vida movidita y emocionante no se podrá quejar. No sé si yo sería tan valiente como ha sido usted en su vida. – Dijo ella, también asombrada por la complejidad de la vida del señor mayor que tan poca cosa parecía por su aspecto.
– No puedo quejarme de haber tenido una vida tan movidita, como usted bien dice señorita. Y tampoco de que haya sido emocionante. Pero puedo asegurarla que aunque no cambiaría ni un solo instante de lo que he vivido junto a mi mujer y mis hijas, incluso junto a mi familia política, si les digo que siempre hubo momentos en que esa vida me dio más de un disgusto y más de una preocupación. Muchas veces sentí miedo por mis hijas: por no saber si lo que me decían a través del teléfono, a mí o a su madre, era toda la verdad; si detrás de esas voces de ilusión no se escondía algún problema oculto que no nos querían decir para no hacernos sufrir.
>> Pero con el tiempo, ese maldito embrujo que tiene condenada a toda la humanidad desde el mismo momento en el que nacemos. Ese tiempo equiparador que iguala al rico y al pobre, al guapo y el feo, al tímido y al extrovertido, a todos en definitiva acabando con nuestra vida y haciendo que nos convirtamos no ya en polvo, sino en un recuerdo que siempre acaba siendo olvidado. Ese tiempo terminó por eliminar esos temores. Bueno el tiempo y mi hermano que como un espía infiltrado en terreno enemigo nos contaba a Hannah y a mí cómo iban de verdad las cosas. Nunca supe cómo hacía mi hermano para enterarse de todos los pormenores de la vida de sus sobrinas, pero lo hacía y cada vez que pasaba algo más o menos serio nos lo comunicaba. Mi tío fue un padre para mis hijas, el padre que yo no pude ser por la distancia obvia que hay entre Madrid y Viena, un padre que las cuidada y las aconsejaba, no siempre por el buen camino, ya que estoy seguro que fue él y su pareja quienes incitaron a mis hijas a quedarse en Madrid y disfrutar de esa vida mucho menos estricta y fría que Viena por aquel entonces las podía ofrecer. En cierto modo fue mi hermano quien las metió en la sangre su amor por España y sacó su parte más española, durante muchos años dormida a causa del temperamento austríaco donde se habían criado.
>> Una pena que muriera antes de lo que esperado, pero quien puede esperar nunca a la muerte si nuestra fecha de caducidad la llevamos en algún lugar impresa aunque no sepamos donde. Pero así son las cosas. Curiosamente las que más sintieron la muerte de mi hermano fueron mis hijas que a día de hoy siguen llevando flores a su tumba en el aniversario de su fallecimiento. ¡Pero qué le vamos a hacer!
– Sentimos también la muerte de su hermano Javier. – Dijo ella hablando en este caso por los dos, mientras volvía a cogerle de la mano y a guardarla entre las suyas.
– Gracias. Es también otra de las cosas que han jalonado mi vida: la muerte. Aunque supongo que no más que en sus propias vidas. En el fondo en eso consiste la vida: en vivir, ver vivir, ver morir y morir uno mismo. Es cierto que he enterrado a muchas personas queridas, pero lo más duro no es eso, sino verlas morir agonizando, sufriendo a lo largo de una enfermedad que va quitando poco a poco la vida de una persona, alargando injusta e inhumanamente la agonía y el final. Por desgracia también tuve que vivir esto último.

En ese momento Javier se detuvo. No podía hablar. Parecía que un nudo se le hubiera agarrado en la garganta e impidiera que ningún sonido saliera de sus cuerdas vocales. Estaba afectado. Cerró los ojos y bajó un poco la cabeza de manera prácticamente imperceptible para sus compañeros de vuelo. Respiró hondo y muchos recuerdos se le pasaron por delante de sus retinas, formando en la negra espesura en la que nos sumergimos cada vez que bajamos nuestros párpados nítidas imágenes de su mujer, de su vida en común: del día en que la conoció; de su primera vez con ella; el abrazo que le sumergió en su cuerpo en día del funeral de su madre en el cementerio de La Almudena; la nacimiento de sus tres hijas; su mujer llorando desconsoladamente abrazada a su madre el día del funeral de su padre. Pero Javier no paró por eso que ya había contado. Paró por el dolor que sabía le iba a traer de nuevo el recuerdo de su mujer y de sus último días junto a ella.

– ¿Se encuentra bien Javier? – Preguntó el con preocupación mirando al caballero de blanca cabellera, preguntándose qué sería aquello que tanto trastorno parecía haberle provocado en un abrir y cerrar de ojos.
– ¿Necesita que llamemos a la azafata? ¿Quiere un poco de agua? – Preguntó también ella, que al estar sentada a su lado pasó su mano por el hombro del viejo intentando calmarle, darle calor humano, haciendo que se sintiera reconfortado y acompañado.
Caronte.

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miércoles, 18 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (XIX)

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(continúa de la última entrada)

– Se lo agradezco, pero eso pasó hace tanto tiempo que ya no es más que un viejo recuerdo. Prosigo. En el funeral de mi madre, mi hermano me echó en cara que me hubiera marchado a Viena dejándole a él solo con ella y con la tarea de cuidarla. Nunca pretendí tal cosa. Es más si en algún momento hubiera sabido algo de todo ese rencor, no hubiera dudado ni un solo segundo en dejar a Hannah y volver a Madrid con mi familia. Supongo que mi hermano en parte en aquella época me tenía algo de envidia. Por suerte ese rencor guardado en su interior no fue demasiado. Sí es cierto que nunca tuve con mi hermano una relación estrecha que se diga.
>> A la vuelta de Madrid, Viena me seguía pareciendo igual de gris, quizá más todavía. Pasé muchos mese echándome en cara a mí mismo lo que mi hermano me había dicho en Madrid: ¿por qué me marché a Viena? ¿Por qué les dejé a ellos dos solos en Madrid? ¿Por qué había estado tan ensimismado conmigo mismo y no me había dado cuenta de lo que pasaba en mi familia? Muchas noches acababa llorando. Hannah siempre estuvo ahí. Meses después cuando mi ánimo estaba algo más recuperado y dejaba de estar deprimido por el fallecimiento de mi madre, aunque no sólo por eso, también influía que me sintiera como un cero a la izquierda en Viena, sin posibilidad de hacer nada, sin poder realizarme como persona en nada que me ilusionara; como digo meses más tarde una noche que Hannah había conseguido sacarme de casa para ir a tomar algo, todo ese velo de melancolía que llevaba conmigo desde hacía mucho tiempo se esfumó. Aquella noche engendramos a nuestra primera hija, muy ayudados por el whisky también tengo que decirlo.
>> La noticia de que iba a ser padre, aparte de devolverme al mundo de los vivos, me ayudó a darme cuenta de que la vida seguía y que me gustara o no, me adaptara o no, Viena era mi presente y mi futuro a medio plazo. Además el embarazo nos recordó el asunto de la boda. Aceleramos los preparativos y nos casamos estando Hannah de cuatro meses. Apenas se le notaba la barriguita y por esa razón el traje de novia le quedaba que ni pintado. Nos casamos en una de las iglesias más bonitas de toda Viena, al menos para mí gusto, la Iglesia de la Jesuitas, si tienen tiempo pásense por ella, no les defraudará. En toda esta vorágine de acontecimientos mi suegro pareció tocado por alguna especie de conjuro, ya que en el momento que supo que iba a ser abuelo se le cambió el humor. Empecé a recibir, si no muestras de afecto por parte de mi suegro, sí de respeto. Con el tiempo el viejo Wolfang, me terminó cogiendo hasta cariño y acabábamos muchas tardes hablando de la situación política de Austria, España y sobre todo de la música clásica de la que ambos éramos verdaderos amantes.
>> En el ámbito profesional también las cosas parecían mejorar. Empecé a dar clases de español a un grupo de estudiantes austríacos que querían en el futuro irse a estudiar a España. Mediante un contacto de Hannah en la Universidad conseguí que me convalidaran mi título de licenciado en Historia. Decidí entonces hacerme profesor de instituto. Pero no fue algo sencillo. Primero debía dominar el alemán como si hubiera nacido en el centro mismo de Dresde, cosa que me costó mi tiempo, mi dinero y mis disgustos. Pero tenía ventaja porque tanto Hannah, como mis suegros y cuñados cuando se enteraron que quería hacerme totalmente bilingüe dejaron de hablarme en su precario inglés y pasaron a hacerlo únicamente en la lengua de Goethe, exagerando además el acento vienés. Pero al final lo conseguí, y otra vez mediante ayuda de mi mujer, aunque esta vez gracias a que mi suegra Ilsa tenía una amiga que trabajaba en el Ministerio de Educación Austríaco, terminé por obtener el título para dar clase de Historia en un instituto.
>> El nacimiento de mi primera hija, a la que pusimos el nombre de mi madre en recuerdo suyo, María, fue todo un acontecimiento. Yo le he comentado que mi suegro fue todo un callo cuando llegué con Hannah. Pues bien, cuando tuvo a su nieta en brazos se le caía la baba. Sólo tenía ojitos para ella. También hay que tener en cuenta que era su primera nieta, mis cuñados solo habían tenido varones de momento. Hannah y yo decidimos que mi hermano fuera el padrino de nuestra primera hija, y cuando le llamé para comunicárselo, a pesar de la frialdad que todavía mostraba, le noté emocionarse. Y no me equivocaba. Vino a Viena al bautizo, dejándose todo un suelo mensual en el viaje, y cuando me vio me abrazó como si nunca lo hubiera hecho. Ambos nos dijimos perdón, aunque probablemente ninguno lo necesitábamos escuchar.
>> Todo siguió su curso perfectamente. Mi mujer pasó de ser asistente del catedrático Steinberg, a ser profesora titular y sustituir más de una vez al ya viejo experto. Mi carrera como profesor también seguía su curso. Mis alumnos cuando sabían que era español, al principio se extrañaban un poco, e incluso me miraban como si fuera un bicho raro, pero siempre terminaban cogiéndome tal cariño que no tuve una solo promoción que no me hiciera algún regalo a fin de curso para agradecerme mi entusiasmo dando clase. No creo que mereciera ninguno de esos regalos la verdad.
– No sea modesto Javier, estoy más que segura que no sólo los merecía sino que en muchos casos usted fue el mejor profesor que sus alumnos tuvieron. Además da gusto escucharle. – Dijo ella, sin perder nunca el contacto visual con el señor sentado a su diestra, mirando siempre esos ojos que mostraban mejor que ningunos una vida vivida plenamente, con sus venturas y desventuras, alegría y penas.
– Le agradezco el cumplido enormemente, pero sigo diciendo que no merecía ser premiado por hacer bien algo que era mi profesión y que quería hacer.
– Los maestros son los pilares de la sociedad y su labor siempre debería estar reconocida. – Añadió él, mirando al hombre mayor como queriendo también darle las gracias por haber sido un buen profesor, y sin duda un buen hombre que había pasado mucho lejos de su patria natal.
– Se lo agradezco a ambos enormemente, de verdad. Pero sigamos que aunque queda poco ya, y probablemente menos interesante que lo ya contado, aún hay que contar.
>> Ambos empezamos a ganar más dinero y pudimos vivir algo más desahogados. Un día, apenas dos años y medio después de dar a luz a nuestra primera hija, Hannah vino y me dijo que de nuevo estaba embarazada, algo que aunque no nos pilló por sorpresa ya que, y no se me escandalicen, teníamos una vida sexual bastante animada, sobre todo teniendo en cuenta la frialdad austriaca en esos asuntos, sí nos trastocó un poco los planes porque en el estudio que vivíamos no cabríamos cuando naciera nuestro segundo retoño. Nos pusimos manos a la obra a buscar una nueva casa, y encontramos una en un barrio residencial muy tranquilo y sencillo, muy familiar podría decirse, de las afueras de Viena. La verdad es que la casa era muy mona y en ella sí cabríamos los cuatro con holgura. El problema es que se nos iba un poco de precio a pesar de que Hannah cobraba un buen sueldo como profesora titular en la universidad, y yo tampoco podía quejarme de lo que ganaba dando clase en un instituto de un barrio humilde de la capital austriaca.
>> Fueron mis suegros los que al enterarse de la noticia del embarazo y de que teníamos pensado mudarnos a una casa algo más grande, nos ayudaron con esa casita, que a la postre fue mi hogar, y de hecho lo sigue siendo hoy en día. Hogar al que están invitados si les apeteciera pasarse a tomar una café o un té.
>> Y así pasó el tiempo y nació nuestra segunda hija a la que llamamos Claudia. Mi hermano volvió a venir para el bautizo, pero esta vez vino acompañado para sorpresa tanto mía como de mi mujer. Y es que mi hermano vino con su pareja, pero no era una mujer, sino un hombre. Resultó que era homosexual, algo que no me hubiera imaginado nunca ya que cuando era joven e iba al instituto varias veces le pillé en el portal de nuestra casa dándose un buen lote con alguna que otra muchacha. Ante la cara de sorpresa que debimos poner tanto Hannah como yo cuando le recibimos en nuestra nueva casa acompañado por Rubén, así se llamaba su chico, nos llevó a la cocina y nos explicó un poco todo. Esa misma noche mientras mi mujer estaba con Rubén hablando entusiasmadamente sobre el siglo XIV y las técnicas de tortura medievales, conduje a mi hermano a la cocina y le pedí más explicaciones. Me terminó confesando que siempre había sentido que le gustaban más los hombres que las mujeres, aunque cuando era joven fuera más detrás de ellas que de ellos. También me contó que llevaba saliendo con Rubén de manera serie más de cuatro años, es decir que antes de que nuestra madre muriera ya estaba con él. En ese punto mi hermano se me echó a llorar y a contarme que nunca pudo decírselo a mi madre por temer que ella se sintiera defraudada. No le dije nada para consolarse, simplemente le abracé como el hermano al que siempre quise.
>> Pasado el tiempo, y pensando que no se producirían nuevas noticias sorprendentes, Hannah vino otra mañana y me volvió a comunicar que estaba de nuevo embarazada. Esa vez sí que no me esperaba el gol. Cuatro bocas en total que alimentar todavía eran aceptables para el nivel de renta que teníamos, pero con la previsión de la quinta algo había que hacer. Hannah decidió prepararse para optar a la plaza de catedrática, algo que supondría ser la primera mujer en la facultad de historia que alcanzara dicho rango, cosa bastante difícil en aquella época, ya que por muy de progres que vayan los austriacos ahora siempre han sido unos machistas de cuidado.
>> Mi tercera hija, de nuevo una chica en la familia, sí que lo iba a tener complicado para hacer valer mis gustos en mi casa de ahí en adelante teniendo en frente a cuatro hembras de sangre mestiza austríaca y española, vino al mundo a principios de diciembre. Es de ver y celebrar el cumpleaños de esta última hija de donde vengo ahora. La llamamos Olivia, nombre que al principio no me entusiasmaba mucho pero que con el tiempo aprendí a amar. Y de hecho aunque está mal reconocerlo, es a Olivia a la que más quiero de todas, porque además es la que más se parece físicamente a su madre con lo que cada vez que la veo soy capaz de ver a esa mujer a la que un día entregué mi corazón y por la que dejé todo en Madrid para venirme a Viena.
>> Mis hijas iban creciendo y haciéndonos mayores tanto a su madre, que siempre conservó esa belleza que me cautivó, como a mí, que terminé por hacerme un padre mayor y protector de mis hijas. Creo que cuando empezaron a llevar a algún amigo a casa, aunque sólo fueran amigos de verdad, a mí se me cambiaba la cara y los pobres muchachos acababan completamente asustado e intimidados con mi presencia, sobre todo si se quedaban algunos minutos a solas conmigo. Esto por supuesto lo aprovechaba yo para divertirme un rato
>> Mis suegros estaban encantados con sus tres princesitas, sobre todo el padre de Hannah. Wolfang se convirtió en el abuelo más blando, adorable y tierno que haya pisado la tierra. Las colmaba de regalos cada dos por tres, las mimaba demasiado, tanto que más de una vez Hannah le leyó la cartilla diciendo que no podía ser que ella regañara a sus hijas por algo que hubieran hecho mal y que luego llegara él y les dijera que no había pasado nada, que lo que habían hecho no tenía importancia.
>> Por desgracia mi suegro no pudo disfrutar demasiado de sus nietas. El viejo Wolfang murió de un infarto repentinamente mientras jugaba al golf con unos amigos y socios. Todavía no me explico cómo es posible que le diera un infarto jugando al golf, si todo el rato iba en carrito eléctrico y apenas caminaba por el geen. Fue un golpe muy duro para Hannah, porque era todavía relativamente joven. Su madre, Ilsa, también lo pasó bastante mal. Al quedarse sola en la gran casa familiar, Hannah y sus hermanos decidieron que irían viviendo una temporada con cada uno, para que no se sintiera tan sola. Creo que esto le vino bien. Cada vez que estaba con nosotros en casa, aparte de tener que pasar unos mese algo más apretados, rejuvenecía. Estar con sus nietas, llevarlas al parque cercano o ir con ellas a merendar a algún café le daban la vida.
>> Hannah al final se sacó la plaza de catedrática, pese a las reticencias de un grupo de profesores arcaicos de la facultad. Fue la primera mujer catedrática de historia de la Universidad de Viena. Yo estaba muy orgulloso de ella, porque había cumplido un sueño. A veces ella me miraba como pidiéndome disculpas por todo lo que yo había tenido que sacrificar por ella, incluso a veces se me echada a llorar por esa razón. Siempre la dije que no sólo no había hecho ningún sacrificio que no eligiera yo libremente, sino que me había dado lo mejor que había hecho en el mundo: mis tres hijas, María, Claudia y Olivia, mis tres princesas.
– Deben de ser tres mujeres excepcionales y muy bellas. – Dijo ella visiblemente emocionada por la historia de Javier, con alguna lagrimilla de emoción en los ojos.

Caronte.

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martes, 17 de marzo de 2015

Del Atleti, francófilo y con un Cívic...

A este caballero, o señor, o quizá mejor señorito por el tamaño, o mejor aún chaval de barrio, sí esto último le viene que ni pintado, le conocí en primero de carrera un día extraño para qué engañaros. Fue una mañana tibia, de esas de principios de otoño en las que no se sabe si ponerse cazadora o ir a pelo en manga corta. Estaba en primero de carrera en las primeras semanas de curso, de carrera y de universidad. Como todas las mañanas me sentaba junto a otro amigo al que conocí también al poco de comenzar las clases, el del cúter no sé si os acordaréis (aunque lo del cúter vino después cuando se echó a perder por su adicción a la cafeína del café y las coca-colas), y una amiga que también conocí durante el curso cero durante el mes de septiembre. La primera clase de la mañana era Cálculo, y el profesor Don Mariano Soler, quizá el mejor profesor que haya tenido durante la carrera (y probablemente en toda mi vida).

Pues bien, estando allí sentados, en esos horrendos bancos de hojalata para cuatro personas en los que la espalda acaba deformada totalmente, llegó este chaval y se sentó en la fila de delante nuestra. Mi amiga le conocía del metro y nada más verle se sorprendió de que estuviera allí, ya que le correspondía ir a otra clase, ya que estaba en otro grupo (éramos muchos, muy jóvenes, ingenuos y llenos de esperanza, y nos dividieron en cuatro grupos). Este chaval llegó, mi amiga nos lo presentó, y se pusieron a hablar entre ellos. A él se le veía que ella le gustaba porque solo hablaba con ella, a mí y al del cúter poco caso nos hacía (algo sí, para guardar las formas). En un momento dado, no sé cómo, salió un tema relacionado con las parejas, o con lo que hacíamos los fines de semana. En realidad no me acuerdo mucho de cómo se llegó al hecho de que mi amiga dijera que tenía novio. En ese momento la cara de este chaval, que a la postre se convertiría con los años en uno de mis mejores amigos de la universidad (y fuera de ella también), cambió.

Todo se oscureció de repente. Supongo que él tenía la ilusión de que nuestra compañera no tuviera novio. ¡Menudo chasco se llevó! Todavía tengo graba a fuego en mi memoria la cara que se le quedó al pobre. Había llegado todo ilusionado, feliz y contento, y de repente todo cambió. Para mí la escena y el cambio en su rostro fue como cuando en las películas fantásticas se produce un cambio brutal y radical en el ambiente para dar a entender que algo malo se avecina, y rápido y hay que huir. Fue como un día en el que el sol brillaba radiante en lo más alto de la bóveda celeste y se cubriera súbitamente con nubarrones negros y se hiciera la oscuridad. El golpe que se tuvo que llevar, la decepción que tuvo que sentir supongo que serían fuertes; pero en el fondo son golpes y decepciones que todos nos hemos llevado alguna vez. Yo también he pasado por estos golpes: descubrir que la chica que me gustaba tenía novio (y no una vez); pero lo que pasa es que creo que yo lo he sabido disimular mejor. Este es uno de los problemas de mi amigo, que en cuanto tiene un problema se le nota en la cara a la legua.

Después de aquella mañana de octubre de primeo de carrera no volví a ver a aquel joven chaval hasta varios meses después. Fue a partir de entonces cuando mi relación con él empezó a crecer y a hacerse amistad algo que hasta entonces solo se podía considerar como compañerismo. También hay que decir que a pesar de aquel mazazo recibido esa mañana cuando se enteró que la chica que le gustaba tenía novio, no se dejó intimidar y siguió erre que erre, hasta que consiguió salir con ella y que fuera su novia. Pero no voy a hablar aquí de su relación con ella, que a día de hoy ya no es tal, no quiero con este artículo abrir heridas que se están cerrando mal y con dolor y no quiero traer de nuevo al presente malos recuerdos. Hoy me toca hablar de este chaval de barrio como yo, aunque aún más que lo que yo lo soy. Lo que pasa es que no sé si hablar de sus cosas buenas, que son muchas, o de las malas. Pero supongo que como muchas veces él mismo me dice, es mejor que escriba carnaza que es lo que vende, por tanto creo que me decantaré por las cosas malas, o aquellas que le pueden dejar en mal lugar y humillar públicamente que son la que venden y las que mejor pegan en este blog sensacionalista que escribo con más pena que gloria. De las cosas buenas que hablen otros.

¿Y por qué estoy hablando hoy de este amigo? Pues como he ido haciendo con todos mis amigos porque es su cumpleaños. No sé si querrá que escriba de él, supongo que no, aunque medio en broma medio en serio cuando le comenté que tenía pensado escribir de él me dijo que había varias cosas que quería “vetarme” (cosa que la final no ha hecho, y que yo no hubiera aceptado) y cosas que quería que incorporara al mismo. Lo que sí sé es que todos los años desde que le conozco y le considero mi amigo me ha venido diciendo que no quiere que le regale nada por su cumpleaños, ni que me confabule con nadie para celebrarlo. Dice que su cumpleaños es un día como cualquier otro y que por eso no le da mayor importancia, y yo le he contestado que como es un día cualquiera a mí me apetece regalarle algo porque es mi amigo. Discusión acabada.

En esto y en otros muchos asuntos es una persona muy cabezona, cerrada y terca. Sobre todo con lo que tiene que ver con la universidad, con la que se frustra siempre que las cosas no le salen como a él le gustan o como tenía pensado y planeado. Y cuando se cierra en banda no hay quien le soporte. Yo también soy una persona cabezona, cerrada y cuadriculada pero con cosas que afectan más al ámbito personal, lo reconozco pero creo que no tanto como lo es él con la universidad o con cosas absurdas y más situadas en el plano material. Si resulta que una clase en la universidad la da un profesor que no esperábamos qué le vamos a hacer, pues le aguantamos aunque sea una mierda. Pero él no lo toma así, se enfada y enfurruña, cambia la cara y parece que le han arrancado de cuajo una muela y sin anestesia. Muchas veces le digo que no tiene que tomarse tan a pecho los asuntos de la Escuela y la universidad, que no merecen la pena. Pero vamos, me hace el mismo caso que yo a él cuando me da a mí otros consejos.

También he de decir que me meto mucho con él, no porque yo quiera sino porque da para ello. Me meto con su estatura, más bien bajito es el chaval qué le vamos a hacer, y además da bajito compacto, porque podría decir que está fuerte pero estaría mintiendo y ya sabéis que todo lo que cuento en el blog es rigurosamente cierto, comprobado científicamente por expertos independientes de la universidad de Wichita. De lejos y según le dé la luz del sol parece ser descendiente de una de las legendarias tribus árabes de Oriente, o un beduino del desierto, o un miembro de una tribu caló de su barrio, o simplemente un marroquí que trapichea con costo debajo de los soportales de urbanizaciones y pisos de protección oficial. Pero eso es de lejos, luego cuando está cerca.....pues cuando está cerca las cosas no cambian tampoco mucho, sigue pareciendo todo lo anterior, aunque quizá gane más se aspecto caló.

Pero el aspecto es lo de menos, porque lo mejor de este chaval es su gran corazón. No me quiero poner muy moña ni sentimental, porque al final se lo terminaría creyendo, pero es la verdad. Es muy buena gente. Siempre intenta ayudar a todos, y se preocupa por sus amigos, entre los que creo encontrarme. Para mí ha sido un gran apoyo personal en momentos bastante duros y penosos en estos últimos años, y gracias a su ayuda, apoyo y consejos en el último año he podido superar por fin una época de mi vida oscura y muy complicada en el ámbito personal. Por eso también aprovecho este artículo para darle las gracias por ello (aunque no es al único que tengo que dárselas, el del cúter también ha colaborado bastante, aunque desde un punto de vista más amenazante).

Volvamos a los palos, a la carnaza. Una de las peores cosas que tiene mi amigo y que le consiento no sé muy bien porqué, es que es aficionado al Atlético de Madrid. ¡Qué desperdicio de ser humano! Pero bueno algo malo tendría que tener. Aunque ahora que lo pienso si solo esto fuera lo malo tendría un pase, pero es que no es así. No sólo es aficionado de una equipo que es puro “quiero y no puedo” y que consigue títulos solo cuando el resto de equipos están en baja forma, sino que es anti-madridista. Yo soy aficionado al Real Madrid, aunque el fútbol me gusta lo mismo que ir a misa, quizá por eso soy en el fondo del Madrid, y el chaval intenta hacer siempre bromas para dejar mal al Madrid, refiriéndose a cómo consiguió sus títulos pasados, a los jugadores que tiene (insultándolos de la manera más barriobajera que puede existir) y demás cosas. El problema es que por mucho que quiera meterse con el Madrid siempre puedo salir y contestarle diciendo “minuto 93”, y ahí se acaba todo, al menos de momento. He de añadir que en su juventud jugó al futbol, justo hasta que entró en la Escuela y todo se vino abajo. En sus tiempos mozos llegó a marcar en una temporada más de 50 goles, tras lo que yo me pregunto ¿si este señorito es capaz de meter 50 goles, cómo debían de ser los demás jugadores?

Otra de sus grandes pasiones es el motor. De hecho su Proyecto Fin de Carrera consiste en el diseño de un Circuito de Velocidad, que debería llevarse el premio a mejor proyecto de la historia de mi Escuela porque se lo está currando como un negro. Le encanta el mundo de los coches. Entre él y el del cúter, cuando se ponen a hablar de cuestiones mecánicas me terminan por perder y entonces me intento evadir de la conversación para no acumular datos inútiles. Este verano pasado estuve con él y un amigo suyo en Nürburgring, la meca de los amantes de la velocidad, el circuito de carreras más mítico que hay sobre la tierra. Se lo pasó allí como un enano, bueno vamos como es él. Tiene un Honda Cívic rojo, sí habéis leído bien no me he equivocado. Es una pena pero es así, pero no soy nadie para juzgar en qué malgasta nadie su dinero. En términos generales es un buen coche, cómodo y tal, pero es feo de narices. Una cosa mala que tienen esta afición suya por los coches es que también se ofusca mucho con el suyo. En varias ocasiones su coche ha sido objeto de ataques vandálicos: en mi barrio le fastidiaron los espejos, en su garaje le cambiaron las ruedas por extintores, etc. Pero lo peor le pasó en Alemania, en Múnich, este verano pasado cuando tuvo un percance con el mobiliario urbano de la ciudad arrancando desde parado. Sólo diré una palabra sobre aquel episodio: Bo-lar-do.

Otra cosa en la que mi amigo falla a la hora de elegir, a parte de las chicas, es el país en el que quiere vivir: Francia. Sí, este amigo también el francófilo. Quel dommage! Pero bueno tiene excusa, ya que parte de su familia vive en Francia, concretamente en una muy bella ciudad llamada Annecy, al pie de los Alpes. Este verano pasado estuve allí con él y un par de amigos más pasando un par de días, descansando de un largo viaje por Alemania. He de decir que si mi amigo es buena gente, y de las personas más generosas que conozco, su familia no lo es menos y tuvimos un recibimiento digno de reyes. ¡Cómo comimos! ¡Qué delicias! ¡Qué manjares más exquisitos! No me extraña que le guste Francia......pero qué estoy diciendo. Francia es lo peor, nos han copiado los quesos, los vinos, el cava (al que llaman champagne), han intentado imitar nuestra Vuelta Ciclista a España, y lo que es peor no vuelcan los camiones de fruta española en la frontera. Lo único bueno que tiene Francia son los cines guarros de Perpiñán.

En relación a su gusto por todo lo francés me acabo de acordar de una cosa: sus gustos musicales. En el viaje de este verano pasado en su coche acabé hasta los mismísimos (que cada cual ponga su imaginación para decidir hasta que mismísimos) del rap francés. En mi vida había escuchado rap, o hip-hop, y mucho menos francés, pero en esos doce días me harté. Todavía tengo pesadillas con esas canciones, que todavía de vez en cuando, cuando voy en su coche pone y entonces empiezo a sudar y a agobiarme hasta el punto de pensar en abrir la puerta del coche y tirarme donde sea. Bueno quizá he exagerado un poco en esto último. Pero si solo fuera el rapo francés todavía tendría un pase. ¡Pero es que también le gusta Pitbull! ¡¡Pitbull!! Un horror vamos. Un joyita de persona. No sé todavía cómo es posible que me haya podido juntar con semejante kinki. Pero lo peor no es que le guste Pitbull, sino que diga que es buen músico y además se lo crea. ¡De alucinar! También he de decir que le gusta Gran Hermano, Quien Qquiere Casarse Con Mi Hijo, Hombres, Mujeres y Viceversa, y en general toda la basura que eche Telecinco. Lo dicho menudo cani está hecho. ¿Pero no dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno? Pues eso, es mi amigo cani.


Ahora que lo estoy pensando, entre que es del Atlético de Madrid, que le gusta Francia y todo lo francés (incluida una amiga francesa suya que da la casualidad que ahora está por España), que tiene un Honda Cívic, que le entusiasma Pitbull y que se ofusca con cualquier chorrada, ¿qué tiene de bueno mi amigo? Pues como he ido diciendo, su generosidad que aunque le podamos llamar catalán (no porque tenga cuentas en Andorra, sino por su aprehensión a gastar), siempre en broma que conste, es mucha y no simplemente en el sentido monetario, sino en el sentido humano. La generosidad que vale. Siempre que pueda ayudar a alguien lo hará, conmigo lo ha hecho en muchas ocasiones tanto en el ámbito personal como de la Escuela. Tiene una virtud que también puede llegar a ser considerada un defecto, y es que se preocupa mucho por los demás, por sus amigos, tanto que cuando yo o alguno de sus amigos tenemos un problema más o menos grave lo asume como propio y se preocupa tanto como lo haríamos los verdaderos afectados. Esto no está mal siempre que se haga de manera moderada, pero a veces se pasa preocupándose por temas que en el fondo no le tocan a él directamente. Pero también es de agradecer que sea sí la verdad.

Tengo que ir acabando ya de soltar palos, aunque bien es cierto que podría estar así mucho tiempo porque hay para dar y tomar. Algún día si él quiere podría escribir su biografía. Desde que le conozco, no desde aquella mañana en la que el cielo tornó en oscuridad allá por primero de carrera, sino más bien desde segundo curso de carrera, han sido muchas las experiencias que he vivido con él. Al principio la relación fue algo fría, para qué engañarnos, pero a medida que le fui conociendo fui cogiendo confianza con él y a día de hoy es un gran y buen amigo. Muchos son los recuerdos que tengo con él, tanto buenos como malos, tanto graciosos como de echarse a llorar y no precisamente de risa. Muchas horas hemos echado en la Escuela y en la academia durante los primeros cursos de la carrera, y luego también muchas han sido las ocasiones que hemos hecho cosas juntos (que nadie se piense que son cosas sucias, que ya os veo yo por donde vais).

Recuerdo con especial cariño el viaje que hicimos a Mágina en el verano de segundo, junto con otros cuantos amigos de clase a casa de otro amigo común de todos. Fueron días muy buenos, visitamos Granada, la histórica capital nazarí con su grandiosa Alhambra presidiéndola desde lo más alto y mirándonos orgullosa de de historia y pasado. Allí en Granada pasó una de las anécdotas que mejor recuerdo y es que cerca de la Catedral unas gitanas leían el futuro de todo aquel incauto que se dejara. A mi amigo le cogió una por banda y le dijo que tenía que buscar el amor en una morena. ¡Ay si hubiera hecho caso a la gitana lo que se podría haber ahorrado! Que se ponga a buscar de una vez a esa morena, que candidatas de esas características no le faltan, y se deje de milongadas (aunque no estoy yo para hablar de búsqueda de nadie). Milongadas como la que me soltó en Múnich, en las escaleras de la residencia universitaria donde estaba nuestro amigo el scout de Mágina, tras haber ingerido unas cuantas cervezas de más: “Me han roto el corazón y no sé si alguna vez volveré a tenerlo curado”. Menuda llevaba encima el tío. Menos mal que no se acuerda de aquello bien que si no… Pero bueno será mejor que vaya acabando que si no se me puede calentar la mano de darle al teclado y acabar escribiendo cosas que no quiero y que debo reservar para cuando escriba su biografía (que saldrá probablemente por tomos del tamaño de los de Ken Follet).

Mucho me quedaría por escribir de este amigo, pero acabo aquí. No sé si habré dado mucha cera, repartido muchos palos o soltado carnaza que pueda ser aprovechada por vosotros mis queridos lectores carroñeros ávidos de restos humanos que devorar y terminar por destrozar. De todo lo malo que haya escrito quedaos con una décima parte, el resto lo he exagerado para poder venderlo bien. De lo bueno asumid que probablemente me haya quedado corto. Pero es que si hubiera sido completamente sincero escribiendo sobre este señor la mayor parte de lo aquí dicho tendrían que haber sido piropos y alabanzas sobre una persona que tiene ganado mis más sincero cariño y amistad y al que siempre deberé todo por haberme ayudado más de lo que hubiera esperado. Ayuda por la que no he dado las suficientes gracias todavía y que nunca podré hacer. Es complicado escribir un artículo que intenta ser ligero y ameno intentando bromear con anécdotas y peculiaridades de cada cual, si de la persona que estoy hablando no tiene muchas cosas malas de las que hacer leña con saña. No es fácil encontrar cosas malas en alguien que poca maldad tiene, pero lo he intentado que conste.

Acaba aquí mi artículo sobre este gran pequeño amigo. Artículo que he escrito porque, como ya he mencionado, mañana cumple años y este he querido que sea mi pequeña contribución a la celebración del mismo. Espero que le guste, si no fuera así he fracasado tanto a nivel de escritor (aunque esto me da igual), como a nivel de amigo, cosa que sí me molestaría más y que no me perdonaría. Bueno lo dicho, escrito queda todo lo anterior. Y con este artículo acaba mi serie sobre mis amigos de la universidad ya que para el próximo cumpleaños que tiene que llegar ya no estaremos en la Escuela.

Caronte.