lunes, 2 de marzo de 2015

Quien no habla, acepta

A continuación adjunto el último artículo que he publicado en la revista de mi Escuela, el Correocaminos (cOc). No es muy largo, en la revista no puedo extenderme tanto como en el propio blog, así que no creo que os aburráis leyéndolo y tampoco perderéis mucho tiempo haciéndolo (supongo que esto os gustará, lo de la brevedad digo, ya que cada vez que publico uno largo no le leéis pendones). Lo dicho aquí lo tenéis:

Mucho se ha venido hablando en los últimos tiempos de la libertad de expresión en el mundo y del libre derecho a ejercerla de manera clara y sin amenazas de nada ni de nadie. Este derecho es uno de los pilares fundamentales en el que se apoyan las sociedades desarrolladas, esas que se suponen deben conducir al progreso y avance del planeta. Sin la posibilidad de decir, pensar, opinar, criticar y cuestionar libremente todo y a todos los que nos rodean, este mundo no avanzaría. Y esto se ve en aquellas sociedades/países donde este derecho ha sido históricamente coartado, a saber, la España franquista, la Cuba castrista, la Venezuela chavista y otras.

Pero por curioso que pueda parecer también este fenómeno se produce con mayor frecuencia de la deseada en nuestra querida Escuela y lo que es peor en el siglo XXI. ¿Por qué esta Escuela está tan atrasada con respecto a lo que pasa en Europa en instituciones semejantes? ¿Por qué se sigue impartiendo un modelo educativo propio de principios del siglo pasado? Porque durante muchos años se ha callado y por tanto se ha aceptado el status quo imperante. La crítica a esta Escuela, su administración y a su equipo docente siempre ha sido casi nula, como coto vedado de caza. Y la poca que de vez en cuando se ha producido siempre ha sido acallada.

Quien en algún momento pretenda hacer una crítica en esta Escuela, una de dos, o se encuentra con la sordera típica de unas estructuras centenarias que llevan así décadas y que no quieren cambiar porque sería más incómodo que un cojín de alfileres, o se encuentra que esa crítica será vista como un ataque personal y por tanto será represaliado, señalado públicamente por su nombre, y lo que es peor por su número de matrícula, quedando estigmatizados durante el tiempo que dicha persona crítica e incómoda para las estructuras inmóviles, esté en la Escuela.

Es un poco lamentable que esto sea así. Y probablemente también bastante triste. Que en una parte importante de la sociedad, como es una Escuela Universitaria que se supone es donde se forma la élite profesional de este país, no se pueda criticar, opinar y hablar libremente sobre cómo están las cosas y qué se podría hacer para mejorarlas es cuanto menos chocante, y demuestra el poco nivel intelectual que existe. Nos forman como máquinas, sin capacidad crítica, solo preparados para aceptar lo que venga de arriba.

¿Podrían ser las cosas diferentes? Sí. Lo que pasa es que no interesa que las cosas sean diferentes. Es muy cómodo estar sentado en un sillón público durante décadas sin adaptarse a los nuevos tiempos y simplemente asumiendo como propios formas y modos de dar clase más que obsoletos. Pero claro criticar la forma de dar clase de un catedrático, o de un doctor ingeniero de caminos es un sacrilegio. Pecado penado con la excomunión. ¿Por qué no se puede decir que un catedrático da clase de manera penosa y sus formas son más de tirano y dictador bananero que de formador?

Que yo sepa no debería haber nadie en este mundo sobre quien no se pudiera opinar libremente, siempre sin sobrepasar el límite de la falta de respeto personal. Una crítica no es una falta de respeto, ni mucho menos. Lo que pasa es que en esta Escuela sí parece haber estamentos intocables, o al menos sobre los que no se puede hablar bajo riesgo de ser tachado de crítico con el régimen y por tanto arriesgarse a ver tu carrera comprometida.

Es curioso como cuando los alumnos hacemos un examen pésimo, lamentable, vergonzoso, se nos dice a la cara y tenemos que aguantar esa crítica, esa opinión; pero cuando desde el cuerpo estudiantil se pretende criticar que quizá ese examen es resultado de unos métodos de enseñanza anticuados y de algún pésimo profesor (aunque bellísima persona), nos debemos callar porque entramos en terrenos pantanosos.

Las únicas críticas y opiniones que se aceptan en la Escuela son las positivas. Hay un Premio al Mejor Profesor del Año, pero no lo hay para el peor, ¿por qué? Los alumnos sabemos quién de entre nosotros saca sobresalientes y quien ceros más grandes que la Catedral de Sevilla. Debería ser igual entre los profesores.

Creo sinceramente que si en esta Escuela se empezara a hacer un poco más de crítica, a opinar un poco más de todo y de todos, irían mejor las cosas. Pero claro, siempre sale más rentable hacer la pelota para conseguir prebendas, que criticar abiertamente a un profesor, a una asociación de alumnos o a la propia dirección y administración de la Escuela, porque todos tienen lo suyo en cómo funcionan las cosas en esta Casa.

La libertad de expresión debería entrar de una vez por todas en esta Escuela. Cuando esto pase y la crítica y la opinión sean algo normal y se acepten como lo que son: medios para avanzar, habremos conseguido mucho. Mientras tanto seguiremos sin hablar y por tanto aceptando lo que nos caiga, o nos tiren, encima.

Caronte.

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