*********************************************************************************
(continúa de la última entrada)
– Se lo agradezco,
pero eso pasó hace tanto tiempo que ya no es más que un viejo recuerdo.
Prosigo. En el funeral de mi madre, mi hermano me echó en cara que me hubiera
marchado a Viena dejándole a él solo con ella y con la tarea de cuidarla. Nunca
pretendí tal cosa. Es más si en algún momento hubiera sabido algo de todo ese
rencor, no hubiera dudado ni un solo segundo en dejar a Hannah y volver a
Madrid con mi familia. Supongo que mi hermano en parte en aquella época me
tenía algo de envidia. Por suerte ese rencor guardado en su interior no fue
demasiado. Sí es cierto que nunca tuve con mi hermano una relación estrecha que
se diga.
>> A la
vuelta de Madrid, Viena me seguía pareciendo igual de gris, quizá más todavía.
Pasé muchos mese echándome en cara a mí mismo lo que mi hermano me había dicho
en Madrid: ¿por qué me marché a Viena? ¿Por qué les dejé a ellos dos solos en
Madrid? ¿Por qué había estado tan ensimismado conmigo mismo y no me había dado
cuenta de lo que pasaba en mi familia? Muchas noches acababa llorando. Hannah
siempre estuvo ahí. Meses después cuando mi ánimo estaba algo más recuperado y
dejaba de estar deprimido por el fallecimiento de mi madre, aunque no sólo por
eso, también influía que me sintiera como un cero a la izquierda en Viena, sin
posibilidad de hacer nada, sin poder realizarme como persona en nada que me
ilusionara; como digo meses más tarde una noche que Hannah había conseguido
sacarme de casa para ir a tomar algo, todo ese velo de melancolía que llevaba
conmigo desde hacía mucho tiempo se esfumó. Aquella noche engendramos a nuestra
primera hija, muy ayudados por el whisky también tengo que decirlo.
>> La
noticia de que iba a ser padre, aparte de devolverme al mundo de los vivos, me
ayudó a darme cuenta de que la vida seguía y que me gustara o no, me adaptara o
no, Viena era mi presente y mi futuro a medio plazo. Además el embarazo nos
recordó el asunto de la boda. Aceleramos los preparativos y nos casamos estando
Hannah de cuatro meses. Apenas se le notaba la barriguita y por esa razón el
traje de novia le quedaba que ni pintado. Nos casamos en una de las iglesias
más bonitas de toda Viena, al menos para mí gusto, la Iglesia de la Jesuitas,
si tienen tiempo pásense por ella, no les defraudará. En toda esta vorágine de
acontecimientos mi suegro pareció tocado por alguna especie de conjuro, ya que
en el momento que supo que iba a ser abuelo se le cambió el humor. Empecé a
recibir, si no muestras de afecto por parte de mi suegro, sí de respeto. Con el
tiempo el viejo Wolfang, me terminó cogiendo hasta cariño y acabábamos muchas
tardes hablando de la situación política de Austria, España y sobre todo de la
música clásica de la que ambos éramos verdaderos amantes.
>> En el
ámbito profesional también las cosas parecían mejorar. Empecé a dar clases de
español a un grupo de estudiantes austríacos que querían en el futuro irse a
estudiar a España. Mediante un contacto de Hannah en la Universidad conseguí
que me convalidaran mi título de licenciado en Historia. Decidí entonces
hacerme profesor de instituto. Pero no fue algo sencillo. Primero debía dominar
el alemán como si hubiera nacido en el centro mismo de Dresde, cosa que me
costó mi tiempo, mi dinero y mis disgustos. Pero tenía ventaja porque tanto
Hannah, como mis suegros y cuñados cuando se enteraron que quería hacerme
totalmente bilingüe dejaron de hablarme en su precario inglés y pasaron a
hacerlo únicamente en la lengua de Goethe, exagerando además el acento vienés.
Pero al final lo conseguí, y otra vez mediante ayuda de mi mujer, aunque esta
vez gracias a que mi suegra Ilsa tenía una amiga que trabajaba en el Ministerio
de Educación Austríaco, terminé por obtener el título para dar clase de
Historia en un instituto.
>> El
nacimiento de mi primera hija, a la que pusimos el nombre de mi madre en
recuerdo suyo, María, fue todo un acontecimiento. Yo le he comentado que mi
suegro fue todo un callo cuando llegué con Hannah. Pues bien, cuando tuvo a su
nieta en brazos se le caía la baba. Sólo tenía ojitos para ella. También hay
que tener en cuenta que era su primera nieta, mis cuñados solo habían tenido
varones de momento. Hannah y yo decidimos que mi hermano fuera el padrino de
nuestra primera hija, y cuando le llamé para comunicárselo, a pesar de la
frialdad que todavía mostraba, le noté emocionarse. Y no me equivocaba. Vino a
Viena al bautizo, dejándose todo un suelo mensual en el viaje, y cuando me vio
me abrazó como si nunca lo hubiera hecho. Ambos nos dijimos perdón, aunque
probablemente ninguno lo necesitábamos escuchar.
>> Todo
siguió su curso perfectamente. Mi mujer pasó de ser asistente del catedrático
Steinberg, a ser profesora titular y sustituir más de una vez al ya viejo
experto. Mi carrera como profesor también seguía su curso. Mis alumnos cuando
sabían que era español, al principio se extrañaban un poco, e incluso me
miraban como si fuera un bicho raro, pero siempre terminaban cogiéndome tal
cariño que no tuve una solo promoción que no me hiciera algún regalo a fin de
curso para agradecerme mi entusiasmo dando clase. No creo que mereciera ninguno
de esos regalos la verdad.
– No sea modesto
Javier, estoy más que segura que no sólo los merecía sino que en muchos casos
usted fue el mejor profesor que sus alumnos tuvieron. Además da gusto
escucharle. – Dijo ella, sin perder nunca el contacto visual con el señor
sentado a su diestra, mirando siempre esos ojos que mostraban mejor que
ningunos una vida vivida plenamente, con sus venturas y desventuras, alegría y
penas.
– Le agradezco el cumplido
enormemente, pero sigo diciendo que no merecía ser premiado por hacer bien algo
que era mi profesión y que quería hacer.
– Los maestros son
los pilares de la sociedad y su labor siempre debería estar reconocida. –
Añadió él, mirando al hombre mayor como queriendo también darle las gracias por
haber sido un buen profesor, y sin duda un buen hombre que había pasado mucho
lejos de su patria natal.
– Se lo agradezco
a ambos enormemente, de verdad. Pero sigamos que aunque queda poco ya, y
probablemente menos interesante que lo ya contado, aún hay que contar.
>> Ambos
empezamos a ganar más dinero y pudimos vivir algo más desahogados. Un día,
apenas dos años y medio después de dar a luz a nuestra primera hija, Hannah
vino y me dijo que de nuevo estaba embarazada, algo que aunque no nos pilló por
sorpresa ya que, y no se me escandalicen, teníamos una vida sexual bastante
animada, sobre todo teniendo en cuenta la frialdad austriaca en esos asuntos,
sí nos trastocó un poco los planes porque en el estudio que vivíamos no
cabríamos cuando naciera nuestro segundo retoño. Nos pusimos manos a la obra a
buscar una nueva casa, y encontramos una en un barrio residencial muy tranquilo
y sencillo, muy familiar podría decirse, de las afueras de Viena. La verdad es
que la casa era muy mona y en ella sí cabríamos los cuatro con holgura. El
problema es que se nos iba un poco de precio a pesar de que Hannah cobraba un
buen sueldo como profesora titular en la universidad, y yo tampoco podía
quejarme de lo que ganaba dando clase en un instituto de un barrio humilde de
la capital austriaca.
>> Fueron
mis suegros los que al enterarse de la noticia del embarazo y de que teníamos
pensado mudarnos a una casa algo más grande, nos ayudaron con esa casita, que a
la postre fue mi hogar, y de hecho lo sigue siendo hoy en día. Hogar al que
están invitados si les apeteciera pasarse a tomar una café o un té.
>> Y así
pasó el tiempo y nació nuestra segunda hija a la que llamamos Claudia. Mi
hermano volvió a venir para el bautizo, pero esta vez vino acompañado para
sorpresa tanto mía como de mi mujer. Y es que mi hermano vino con su pareja,
pero no era una mujer, sino un hombre. Resultó que era homosexual, algo que no
me hubiera imaginado nunca ya que cuando era joven e iba al instituto varias
veces le pillé en el portal de nuestra casa dándose un buen lote con alguna que
otra muchacha. Ante la cara de sorpresa que debimos poner tanto Hannah como yo
cuando le recibimos en nuestra nueva casa acompañado por Rubén, así se llamaba
su chico, nos llevó a la cocina y nos explicó un poco todo. Esa misma noche
mientras mi mujer estaba con Rubén hablando entusiasmadamente sobre el siglo
XIV y las técnicas de tortura medievales, conduje a mi hermano a la cocina y le
pedí más explicaciones. Me terminó confesando que siempre había sentido que le
gustaban más los hombres que las mujeres, aunque cuando era joven fuera más
detrás de ellas que de ellos. También me contó que llevaba saliendo con Rubén
de manera serie más de cuatro años, es decir que antes de que nuestra madre
muriera ya estaba con él. En ese punto mi hermano se me echó a llorar y a
contarme que nunca pudo decírselo a mi madre por temer que ella se sintiera
defraudada. No le dije nada para consolarse, simplemente le abracé como el
hermano al que siempre quise.
>> Pasado el
tiempo, y pensando que no se producirían nuevas noticias sorprendentes, Hannah
vino otra mañana y me volvió a comunicar que estaba de nuevo embarazada. Esa
vez sí que no me esperaba el gol. Cuatro bocas en total que alimentar todavía
eran aceptables para el nivel de renta que teníamos, pero con la previsión de
la quinta algo había que hacer. Hannah decidió prepararse para optar a la plaza
de catedrática, algo que supondría ser la primera mujer en la facultad de
historia que alcanzara dicho rango, cosa bastante difícil en aquella época, ya
que por muy de progres que vayan los austriacos ahora siempre han sido unos
machistas de cuidado.
>> Mi
tercera hija, de nuevo una chica en la familia, sí que lo iba a tener complicado
para hacer valer mis gustos en mi casa de ahí en adelante teniendo en frente a
cuatro hembras de sangre mestiza austríaca y española, vino al mundo a
principios de diciembre. Es de ver y celebrar el cumpleaños de esta última hija
de donde vengo ahora. La llamamos Olivia, nombre que al principio no me
entusiasmaba mucho pero que con el tiempo aprendí a amar. Y de hecho aunque
está mal reconocerlo, es a Olivia a la que más quiero de todas, porque además
es la que más se parece físicamente a su madre con lo que cada vez que la veo
soy capaz de ver a esa mujer a la que un día entregué mi corazón y por la que
dejé todo en Madrid para venirme a Viena.
>> Mis hijas
iban creciendo y haciéndonos mayores tanto a su madre, que siempre conservó esa
belleza que me cautivó, como a mí, que terminé por hacerme un padre mayor y
protector de mis hijas. Creo que cuando empezaron a llevar a algún amigo a
casa, aunque sólo fueran amigos de verdad, a mí se me cambiaba la cara y los
pobres muchachos acababan completamente asustado e intimidados con mi
presencia, sobre todo si se quedaban algunos minutos a solas conmigo. Esto por
supuesto lo aprovechaba yo para divertirme un rato
>> Mis
suegros estaban encantados con sus tres princesitas, sobre todo el padre de
Hannah. Wolfang se convirtió en el abuelo más blando, adorable y tierno que
haya pisado la tierra. Las colmaba de regalos cada dos por tres, las mimaba
demasiado, tanto que más de una vez Hannah le leyó la cartilla diciendo que no
podía ser que ella regañara a sus hijas por algo que hubieran hecho mal y que
luego llegara él y les dijera que no había pasado nada, que lo que habían hecho
no tenía importancia.
>> Por
desgracia mi suegro no pudo disfrutar demasiado de sus nietas. El viejo Wolfang
murió de un infarto repentinamente mientras jugaba al golf con unos amigos y
socios. Todavía no me explico cómo es posible que le diera un infarto jugando
al golf, si todo el rato iba en carrito eléctrico y apenas caminaba por el
geen. Fue un golpe muy duro para Hannah, porque era todavía relativamente
joven. Su madre, Ilsa, también lo pasó bastante mal. Al quedarse sola en la
gran casa familiar, Hannah y sus hermanos decidieron que irían viviendo una
temporada con cada uno, para que no se sintiera tan sola. Creo que esto le vino
bien. Cada vez que estaba con nosotros en casa, aparte de tener que pasar unos
mese algo más apretados, rejuvenecía. Estar con sus nietas, llevarlas al parque
cercano o ir con ellas a merendar a algún café le daban la vida.
>> Hannah al
final se sacó la plaza de catedrática, pese a las reticencias de un grupo de
profesores arcaicos de la facultad. Fue la primera mujer catedrática de
historia de la Universidad de Viena. Yo estaba muy orgulloso de ella, porque
había cumplido un sueño. A veces ella me miraba como pidiéndome disculpas por
todo lo que yo había tenido que sacrificar por ella, incluso a veces se me
echada a llorar por esa razón. Siempre la dije que no sólo no había hecho
ningún sacrificio que no eligiera yo libremente, sino que me había dado lo
mejor que había hecho en el mundo: mis tres hijas, María, Claudia y Olivia, mis
tres princesas.
– Deben de ser tres
mujeres excepcionales y muy bellas. – Dijo ella visiblemente emocionada por la
historia de Javier, con alguna lagrimilla de emoción en los ojos.
Caronte.
*********************************************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario