miércoles, 18 de marzo de 2015

El Vals del Emperador (XIX)

*********************************************************************************

(continúa de la última entrada)

– Se lo agradezco, pero eso pasó hace tanto tiempo que ya no es más que un viejo recuerdo. Prosigo. En el funeral de mi madre, mi hermano me echó en cara que me hubiera marchado a Viena dejándole a él solo con ella y con la tarea de cuidarla. Nunca pretendí tal cosa. Es más si en algún momento hubiera sabido algo de todo ese rencor, no hubiera dudado ni un solo segundo en dejar a Hannah y volver a Madrid con mi familia. Supongo que mi hermano en parte en aquella época me tenía algo de envidia. Por suerte ese rencor guardado en su interior no fue demasiado. Sí es cierto que nunca tuve con mi hermano una relación estrecha que se diga.
>> A la vuelta de Madrid, Viena me seguía pareciendo igual de gris, quizá más todavía. Pasé muchos mese echándome en cara a mí mismo lo que mi hermano me había dicho en Madrid: ¿por qué me marché a Viena? ¿Por qué les dejé a ellos dos solos en Madrid? ¿Por qué había estado tan ensimismado conmigo mismo y no me había dado cuenta de lo que pasaba en mi familia? Muchas noches acababa llorando. Hannah siempre estuvo ahí. Meses después cuando mi ánimo estaba algo más recuperado y dejaba de estar deprimido por el fallecimiento de mi madre, aunque no sólo por eso, también influía que me sintiera como un cero a la izquierda en Viena, sin posibilidad de hacer nada, sin poder realizarme como persona en nada que me ilusionara; como digo meses más tarde una noche que Hannah había conseguido sacarme de casa para ir a tomar algo, todo ese velo de melancolía que llevaba conmigo desde hacía mucho tiempo se esfumó. Aquella noche engendramos a nuestra primera hija, muy ayudados por el whisky también tengo que decirlo.
>> La noticia de que iba a ser padre, aparte de devolverme al mundo de los vivos, me ayudó a darme cuenta de que la vida seguía y que me gustara o no, me adaptara o no, Viena era mi presente y mi futuro a medio plazo. Además el embarazo nos recordó el asunto de la boda. Aceleramos los preparativos y nos casamos estando Hannah de cuatro meses. Apenas se le notaba la barriguita y por esa razón el traje de novia le quedaba que ni pintado. Nos casamos en una de las iglesias más bonitas de toda Viena, al menos para mí gusto, la Iglesia de la Jesuitas, si tienen tiempo pásense por ella, no les defraudará. En toda esta vorágine de acontecimientos mi suegro pareció tocado por alguna especie de conjuro, ya que en el momento que supo que iba a ser abuelo se le cambió el humor. Empecé a recibir, si no muestras de afecto por parte de mi suegro, sí de respeto. Con el tiempo el viejo Wolfang, me terminó cogiendo hasta cariño y acabábamos muchas tardes hablando de la situación política de Austria, España y sobre todo de la música clásica de la que ambos éramos verdaderos amantes.
>> En el ámbito profesional también las cosas parecían mejorar. Empecé a dar clases de español a un grupo de estudiantes austríacos que querían en el futuro irse a estudiar a España. Mediante un contacto de Hannah en la Universidad conseguí que me convalidaran mi título de licenciado en Historia. Decidí entonces hacerme profesor de instituto. Pero no fue algo sencillo. Primero debía dominar el alemán como si hubiera nacido en el centro mismo de Dresde, cosa que me costó mi tiempo, mi dinero y mis disgustos. Pero tenía ventaja porque tanto Hannah, como mis suegros y cuñados cuando se enteraron que quería hacerme totalmente bilingüe dejaron de hablarme en su precario inglés y pasaron a hacerlo únicamente en la lengua de Goethe, exagerando además el acento vienés. Pero al final lo conseguí, y otra vez mediante ayuda de mi mujer, aunque esta vez gracias a que mi suegra Ilsa tenía una amiga que trabajaba en el Ministerio de Educación Austríaco, terminé por obtener el título para dar clase de Historia en un instituto.
>> El nacimiento de mi primera hija, a la que pusimos el nombre de mi madre en recuerdo suyo, María, fue todo un acontecimiento. Yo le he comentado que mi suegro fue todo un callo cuando llegué con Hannah. Pues bien, cuando tuvo a su nieta en brazos se le caía la baba. Sólo tenía ojitos para ella. También hay que tener en cuenta que era su primera nieta, mis cuñados solo habían tenido varones de momento. Hannah y yo decidimos que mi hermano fuera el padrino de nuestra primera hija, y cuando le llamé para comunicárselo, a pesar de la frialdad que todavía mostraba, le noté emocionarse. Y no me equivocaba. Vino a Viena al bautizo, dejándose todo un suelo mensual en el viaje, y cuando me vio me abrazó como si nunca lo hubiera hecho. Ambos nos dijimos perdón, aunque probablemente ninguno lo necesitábamos escuchar.
>> Todo siguió su curso perfectamente. Mi mujer pasó de ser asistente del catedrático Steinberg, a ser profesora titular y sustituir más de una vez al ya viejo experto. Mi carrera como profesor también seguía su curso. Mis alumnos cuando sabían que era español, al principio se extrañaban un poco, e incluso me miraban como si fuera un bicho raro, pero siempre terminaban cogiéndome tal cariño que no tuve una solo promoción que no me hiciera algún regalo a fin de curso para agradecerme mi entusiasmo dando clase. No creo que mereciera ninguno de esos regalos la verdad.
– No sea modesto Javier, estoy más que segura que no sólo los merecía sino que en muchos casos usted fue el mejor profesor que sus alumnos tuvieron. Además da gusto escucharle. – Dijo ella, sin perder nunca el contacto visual con el señor sentado a su diestra, mirando siempre esos ojos que mostraban mejor que ningunos una vida vivida plenamente, con sus venturas y desventuras, alegría y penas.
– Le agradezco el cumplido enormemente, pero sigo diciendo que no merecía ser premiado por hacer bien algo que era mi profesión y que quería hacer.
– Los maestros son los pilares de la sociedad y su labor siempre debería estar reconocida. – Añadió él, mirando al hombre mayor como queriendo también darle las gracias por haber sido un buen profesor, y sin duda un buen hombre que había pasado mucho lejos de su patria natal.
– Se lo agradezco a ambos enormemente, de verdad. Pero sigamos que aunque queda poco ya, y probablemente menos interesante que lo ya contado, aún hay que contar.
>> Ambos empezamos a ganar más dinero y pudimos vivir algo más desahogados. Un día, apenas dos años y medio después de dar a luz a nuestra primera hija, Hannah vino y me dijo que de nuevo estaba embarazada, algo que aunque no nos pilló por sorpresa ya que, y no se me escandalicen, teníamos una vida sexual bastante animada, sobre todo teniendo en cuenta la frialdad austriaca en esos asuntos, sí nos trastocó un poco los planes porque en el estudio que vivíamos no cabríamos cuando naciera nuestro segundo retoño. Nos pusimos manos a la obra a buscar una nueva casa, y encontramos una en un barrio residencial muy tranquilo y sencillo, muy familiar podría decirse, de las afueras de Viena. La verdad es que la casa era muy mona y en ella sí cabríamos los cuatro con holgura. El problema es que se nos iba un poco de precio a pesar de que Hannah cobraba un buen sueldo como profesora titular en la universidad, y yo tampoco podía quejarme de lo que ganaba dando clase en un instituto de un barrio humilde de la capital austriaca.
>> Fueron mis suegros los que al enterarse de la noticia del embarazo y de que teníamos pensado mudarnos a una casa algo más grande, nos ayudaron con esa casita, que a la postre fue mi hogar, y de hecho lo sigue siendo hoy en día. Hogar al que están invitados si les apeteciera pasarse a tomar una café o un té.
>> Y así pasó el tiempo y nació nuestra segunda hija a la que llamamos Claudia. Mi hermano volvió a venir para el bautizo, pero esta vez vino acompañado para sorpresa tanto mía como de mi mujer. Y es que mi hermano vino con su pareja, pero no era una mujer, sino un hombre. Resultó que era homosexual, algo que no me hubiera imaginado nunca ya que cuando era joven e iba al instituto varias veces le pillé en el portal de nuestra casa dándose un buen lote con alguna que otra muchacha. Ante la cara de sorpresa que debimos poner tanto Hannah como yo cuando le recibimos en nuestra nueva casa acompañado por Rubén, así se llamaba su chico, nos llevó a la cocina y nos explicó un poco todo. Esa misma noche mientras mi mujer estaba con Rubén hablando entusiasmadamente sobre el siglo XIV y las técnicas de tortura medievales, conduje a mi hermano a la cocina y le pedí más explicaciones. Me terminó confesando que siempre había sentido que le gustaban más los hombres que las mujeres, aunque cuando era joven fuera más detrás de ellas que de ellos. También me contó que llevaba saliendo con Rubén de manera serie más de cuatro años, es decir que antes de que nuestra madre muriera ya estaba con él. En ese punto mi hermano se me echó a llorar y a contarme que nunca pudo decírselo a mi madre por temer que ella se sintiera defraudada. No le dije nada para consolarse, simplemente le abracé como el hermano al que siempre quise.
>> Pasado el tiempo, y pensando que no se producirían nuevas noticias sorprendentes, Hannah vino otra mañana y me volvió a comunicar que estaba de nuevo embarazada. Esa vez sí que no me esperaba el gol. Cuatro bocas en total que alimentar todavía eran aceptables para el nivel de renta que teníamos, pero con la previsión de la quinta algo había que hacer. Hannah decidió prepararse para optar a la plaza de catedrática, algo que supondría ser la primera mujer en la facultad de historia que alcanzara dicho rango, cosa bastante difícil en aquella época, ya que por muy de progres que vayan los austriacos ahora siempre han sido unos machistas de cuidado.
>> Mi tercera hija, de nuevo una chica en la familia, sí que lo iba a tener complicado para hacer valer mis gustos en mi casa de ahí en adelante teniendo en frente a cuatro hembras de sangre mestiza austríaca y española, vino al mundo a principios de diciembre. Es de ver y celebrar el cumpleaños de esta última hija de donde vengo ahora. La llamamos Olivia, nombre que al principio no me entusiasmaba mucho pero que con el tiempo aprendí a amar. Y de hecho aunque está mal reconocerlo, es a Olivia a la que más quiero de todas, porque además es la que más se parece físicamente a su madre con lo que cada vez que la veo soy capaz de ver a esa mujer a la que un día entregué mi corazón y por la que dejé todo en Madrid para venirme a Viena.
>> Mis hijas iban creciendo y haciéndonos mayores tanto a su madre, que siempre conservó esa belleza que me cautivó, como a mí, que terminé por hacerme un padre mayor y protector de mis hijas. Creo que cuando empezaron a llevar a algún amigo a casa, aunque sólo fueran amigos de verdad, a mí se me cambiaba la cara y los pobres muchachos acababan completamente asustado e intimidados con mi presencia, sobre todo si se quedaban algunos minutos a solas conmigo. Esto por supuesto lo aprovechaba yo para divertirme un rato
>> Mis suegros estaban encantados con sus tres princesitas, sobre todo el padre de Hannah. Wolfang se convirtió en el abuelo más blando, adorable y tierno que haya pisado la tierra. Las colmaba de regalos cada dos por tres, las mimaba demasiado, tanto que más de una vez Hannah le leyó la cartilla diciendo que no podía ser que ella regañara a sus hijas por algo que hubieran hecho mal y que luego llegara él y les dijera que no había pasado nada, que lo que habían hecho no tenía importancia.
>> Por desgracia mi suegro no pudo disfrutar demasiado de sus nietas. El viejo Wolfang murió de un infarto repentinamente mientras jugaba al golf con unos amigos y socios. Todavía no me explico cómo es posible que le diera un infarto jugando al golf, si todo el rato iba en carrito eléctrico y apenas caminaba por el geen. Fue un golpe muy duro para Hannah, porque era todavía relativamente joven. Su madre, Ilsa, también lo pasó bastante mal. Al quedarse sola en la gran casa familiar, Hannah y sus hermanos decidieron que irían viviendo una temporada con cada uno, para que no se sintiera tan sola. Creo que esto le vino bien. Cada vez que estaba con nosotros en casa, aparte de tener que pasar unos mese algo más apretados, rejuvenecía. Estar con sus nietas, llevarlas al parque cercano o ir con ellas a merendar a algún café le daban la vida.
>> Hannah al final se sacó la plaza de catedrática, pese a las reticencias de un grupo de profesores arcaicos de la facultad. Fue la primera mujer catedrática de historia de la Universidad de Viena. Yo estaba muy orgulloso de ella, porque había cumplido un sueño. A veces ella me miraba como pidiéndome disculpas por todo lo que yo había tenido que sacrificar por ella, incluso a veces se me echada a llorar por esa razón. Siempre la dije que no sólo no había hecho ningún sacrificio que no eligiera yo libremente, sino que me había dado lo mejor que había hecho en el mundo: mis tres hijas, María, Claudia y Olivia, mis tres princesas.
– Deben de ser tres mujeres excepcionales y muy bellas. – Dijo ella visiblemente emocionada por la historia de Javier, con alguna lagrimilla de emoción en los ojos.

Caronte.

*********************************************************************************************

No hay comentarios:

Publicar un comentario