lunes, 30 de junio de 2014

Sobre el Departamento de Obras Hidráulicas

Excelentísimos profesores de la cátedra de Obras Hidráulicas de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid; excelsos miembros de la familia ingenieril; destacados prohombres de las obras hidráulicas me gustaría simplemente saber cómo es posible que con tanto talento que atesoran los muros de dicho departamento capitaneados por un catedrático forjado en mil batallas y con tantos años de experiencia, y que cuenta entre sus filas con el insigne e ilustrísimo Director de la Escuela, después de 37 días no hayan sido todavía capaces de publicar las notas del examen correspondiente al segundo parcial de la asignatura. No cabe en mi nimia cabeza cómo es posible que tales intelectuales, dignos de las más altas distinciones no hayan sido capaces de corregir los exámenes de unos imberbes y pueriles estudiantes de quinto curso de carrera cuyos conocimientos apenas puedes acercarse a los suyos y muy lejos están de llegar algún día a hacer sombra a sus excelencias.

Estoy más que seguro de que ha debido de haber algún tipo de error para que las notas que huelga decir llevarán corregidas desde hace más de dos semanas no hayan sido todavía publicadas ni en el tablón de anuncios del curso en la Escuela ni por internet en la plataforma dispuesta para esa misión. Seguro que en secretaria han extraviado las notas (esas funcionarias despistadas más pendientes del cafelito de media mañana, o de salirse a fumar un cigarro que de cualquier otra cosa), ¡qué desfachatez!; o puede que hayan sido los bedeles que no hayan colgado las notas en los tablones, ya que son los encargados de hacerlo, por haber estado más pendiente de leer algún libro en su garita o de jugar al Candy Crush, ¡qué panda de vagos! Estoy más que seguro que ha sido algo de este estilo porque si no, no me explico que una cátedra con tantas mentes privilegiadas hayan podido olvidar, obviar o simplemente no ser capaces de sacar las notas en el plazo que se prefijaron. No puede ser, un fallo así sólo puede deberse a mentes inferiores que no son capaces de procesar tantas cosas a la vez, mentes que ni de lejos tiene la experiencia que dan los años de profesión, mentes que no están a la altura de la máxima autoridad en la Escuela; en definitiva mentes de segunda correspondientes a subalternos.

Pero como a mí no me gusta la ciencia ficción, y de momento lo que estoy escribiendo es simplemente eso, creo que ya es hora de pasar a hablar de la realidad. Y la realidad es que la cátedra de Obras Hidráulicas es una vergüenza total y absoluta, y sus miembros más preeminentes, el catedrático y el director de la escuela, que son los que han llevado el peso de la docencia de quinto curso, son unos ineptos que puede que sean las mentes más brillantes de sus generaciones y que en algún momento fueran dos grandes profesores (cosa que dudo sobre todo en el caso del director ya que es bastante más joven que la momia del catedrático que está a punto de jubilarse además), sin embargo este curso lo que han demostrado clase tras clase, y ahora aun más con la demora en la publicación de las notas de los exámenes, es su completa ineptitud para llevar un departamento docente en la Escuela. Son ya 37 días los que han pasado desde el pasado 24 de mayo mis compañeros y yo hiciéramos el examen correspondiente al segundo parcial de la asignatura (coincidente además con el examen final, cosa que tampoco puedo entender cómo son capaces de hacer algo tan miserable como quitar una oportunidad a los alumnos que hayan ido un poco justos con la asignatura, pero este no es el tema hoy y podría dar para otra artículo ya que no es algo exclusivo al departamento de Obras Hidráulicas); 37 días en los que en este país hemos cambiado al Jefe del Estado, el Real Madrid se ha hecho con su décima Copa de Europa (por cierto el mismo día que hacíamos nosotros el examen cuyas notas todavía esperamos, y quizá sea esta la causa de tanta tardanza ya que varios miembros de este departamento son atléticos confesos y es probable que tras la victoria del Real Madrid cuando ya estaban saboreando su primera Copa de Europa les sumiera en una profunda depresión al darse cuenta que perdían la oportunidad de su vida para ser campeones de Europa), ha empezado el Mundial de Fútbol del que la campeona España ha salido humillada de la manera más vergonzosa posible (hecho que también ha podido retrasar la publicación de la notas) junto con Italia e Inglaterra, además de Portugal; durante estos días también ha empezado y acabado la Feria del Libro de Madrid, y está a punto de entrar el mes de julio, lo que hará que al menos de manera psicológica el examen del que estamos expectantes lo hiciéramos hace dos meses.

Esta es la verdad. No es normal que para corregir unos exámenes se tiren tanto tiempo. Pero tontos no son. Y es que para cubrirse las espaldas y a diferencias de lo que hacen otras muchas cátedras y departamentos, en la convocatoria de examen de Obras Hidráulicas no se especifican fechas precisas para la publicación de las notas, ni para la revisión del examen en caso de quejas; textualmente dice: “La fecha de revisión se anunciará cuando se publiquen las notas (en la segunda quincena de junio)”. Parece una frase escrita por un gallego, o por el Presidente del Gobierno, bueno claro ambas cosas ahora mismo coinciden. Así es como se las gastan en esa excelsa cátedra. Con esto no pueden ser criticados porque no hay ninguna fecha límite, un escueto “en la segunda quincena de junio” lo dice todo, puede ser el día 15 y el 30; pues ninguno de los dos (al menos hasta el momento en que estoy escribiendo este artículo, quizá para dejarme mal la saquen a última hora con nocturnidad y alevosía como los mejores ladrones de guante blanco). No sé si esto que hoy critico es algo normal en otras Escuelas o Facultades,, lo que sé es que en la cátedra de Obras Hidráulicas sí es tradición, al menos este año (no sé si en años anteriores también han sido tan puntuales a la hora de sacar las notas), ya que para el primer parcial también tuvimos que esperar lo que no está escrito para que luego hicieran una serie de carambolas matemática y algebraicas de aritmética para poner unas notas que nadie sabía exactamente de donde las habían sacado.

Pero esto es la segunda parte de la táctica de esta cátedra. Y es que con esta demora a la hora de publicar las notas lo que se garantizan es que nadie se acuerde ya, ni siquiera remotamente, de cuáles fueron las respuestas que pusieron en el examen y por tanto sus excelencias los profesores de la cátedra se ahorran las reclamaciones posteriores y por tanto algo de trabajo y escuchar a los alumnos ir a quejarse de su examen infra-evaluado. Pero no sólo eso, parece que este año las notas van camino de salir en el mes de julio, cuando ya muchos estudiantes, sobre todo los que viven fuera de la Villa y Corte de Madrid, se hayan ido a sus casas y hayan comenzado ya sus vacaciones muchos incluso muy lejos de Madrid. Esta parte de su estrategia, no sé si intencionada o no (quiero pensar que no es intencionado y por tanto ser “bienpensado” pero hace ya tiempo que he visto que en mi escuela es mejor seguir ese refrán que dice así: “piensa mal y acertarás”), es lo que me parece más ruin todavía, porque todos tenemos derecho a que si no estamos conformes con nuestras notas poder reclamar ante los profesores, sin embargo con esta tardanza se elimina esa posibilidad porque, y estoy hablando por mí, si tuviera que ir a reclamar porque no estuviera de acuerdo con mi nota no podría hacerlo porque no me acuerdo siquiera de qué puse en el examen, y por tanto quedo a merced de lo que quieran ponerme los ilustres y nobles profesores de la asignatura porque me el tiempo me quita el poder de réplica.

Además de todo lo dicho el no poner una fecha para la publicación de las notas clara y concreta, lo único que indica es mala gestión del departamento, supongo que por incompetencia de los encargados del mismo: un catedrático en el ocaso de su carrera profesional y docente cuyas clases se parecen más a una tarde en el hogar del pensionista oyendo batallitas sobre sus años ejerciendo la profesión que a lo que deberían ser; y un profesor encargado de la parte de ejercicios que además es el Director de la Escuela (nótese aquí que un día su retrato colgará en los muros forrados de madera de la zona noble de la escuela junto al de personajes, esta vez sí, tan ilustres e insignes como los Torroja, padre e hijo – no cuento aquí a la nieta cantante de Mecano –, Fernández Casado, José de Echegaray y compañía) que se cree que por usar tizas de colores de esas, que se usan en las guarderías para enseñar y llamar la atención de los más jóvenes párvulos de nuestra sociedad, es mejor profesor porque hace que todo sea más claro, y no se da cuenta que más que claridad lo que hace es confundir aún más a los alumnos que asistimos anonadados a la probada incompetencia a la hora de dar clase de este ilustre profesor. A parte de mala gestión creo que es una falta de consideración absoluta por los alumnos, no porque nos la merezcamos este curso en especial (sería más bien todo lo contrario debida cuenta de la mala educación que durante todo el curso muchos compañeros mías han mostrado hacia esta asignatura llegando reiteradamente tarde cuando esto es algo que sobre todo el catedrático no soportaba), sino simplemente por educación, porque se supone que para ser profesor de una Escuela tan importante y prestigiosa, al menos en España, hay que tener cierto nivel personal e intelectual, lo que se demuestra no siendo igual que los estudiantes. Pero parece que esto no pasa en esta cátedra (aunque se podría extender a toda la Escuela), durante todo el curso nos exigen puntualidad para llegar a las clases y luego ellos mismos se pasan la puntualidad por donde amargan los pepinos. Lo dicho una actitud algo propia de gente infantil, para nada de profesores de universidad.

Al menos creo que hay algo de esperanza en esta cátedra en la figura del hijo del catedrático, que esperemos termine por jubilarse prono, un chaval relativamente joven y con ganas al que hemos tenido en un puñado de clases sustituyendo a alguno de los dos profesores anteriormente citados. Este chaval sí se prepara bien las clases y las estructura, y aunque también usa tizas de colores al menos sabe usarlas para ser más claro (podría tomar nota el Director, que vaya últimas clases nos dio este año, dignas de una comedia de Lope de Vega, o de los hermanos Álvarez Quintero). Es posible que en unos años esta cátedra vaya algo mejor, tengo esperanza de que eso que últimamente tanto se dice sobre la renovación generacional llegue a mi escuela (habría mucho que hacer en esos términos), y que los jóvenes profesores a la sombra de los egos de los momificados catedráticos se abran paso y modernicen un poco las formas. Al término de mi este artículo sigue sin haber noticia de la publicación de las notas de esta cátedra. Lamentable. En otras asignaturas, por ejemplo Caminos y Aeropuertos (cuyo examen del 2º parcial se realizó el 27 de mayo, y el final creo que el 17 de junio) ya tienen publicadas hasta las actas provisionales de la asignatura, es decir las notas que previsiblemente y a falta de las últimas revisiones aparecerán en los expedientes; supongo que son formas diferentes de trabajar y de entender la responsabilidad de un departamento para con las notas de los alumnos.

Caronte.

martes, 24 de junio de 2014

Mi barrio

Un buen amigo mío, el bohemio burgués del cúter, siempre me dice que vivo en un pueblo, y no le voy a quitar la razón porque mi barrio, Vicálvaro, ha sido siempre, es y será un pueblo. Yo me siento muy orgulloso de ello porque ante todo en mi barrio, donde me he criado, donde vive casi toda mi familia, donde he crecido y donde tengo muchos recuerdos, buenos y malos. Sí vivo en un pueblo, pero porque hasta no hace muchas décadas Vicálvaro era un pueblo cercano a Madrid, pero como todas las ciudades grandes los años 50 y 60 del siglo pasado transformaron a Madrid que poco a poco se fue tragando a todos los pequeños pueblos que había en sus cercanías y los puso bajo su administración. Pero a pesar de ese pequeño cambio administrativo Vicálvaro siguió conservando sus características de pueblo, y hoy la imagen que da, al menos sus zonas originales (sin contar los barrios adicionales que se han ido construyendo en los años 90 y posteriores, como Valdebernardo y Valderrivas), es la de un pueblo normal y corriente.

Mis abuelos desde que se vinieron del pueblo, este de verdad pueblo, Estremera, a la ciudad siempre han vivido en Vicálvaro, y mi madre también. Siempre me cuentan que cuando ellos llegaron apenas había ninguna instalación pública en Vicálvaro, no había alumbrado público en las calles, algunas de las cuales estaban todavía sin asfaltar, no había colegios públicos ni institutos, vamos no había más que una fábrica de cementos que daba trabajo a mucha gente venida desde los pueblos de la región. Y eso que para cuando mis abuelos y mi madre, mi tío todavía no había nacido todavía, llegaron a Vicálvaro ya era parte de la ciudad de Madrid. A base de manifestaciones y luchas vecinales consiguieron que llegaran todos esos avances, consiguieron luz, colegios e institutos. Pero aunque pertenecieran ya a Madrid capital, mi barrió siguió siendo un pueblo. Mi madre me cuenta que cuando era pequeña ella iba con mi abuela a lavar la ropa al lavadero, que aunque parezca algo del pasado y rural también había de eso en Madrid, y hoy todavía hay una calle en mi barrio que se llama del lavadero; también me cuenta muchas veces que iba a por la leche a la lechería donde se llevaba un par de botellas de leche recién ordeñada de las vacas, botellas que luego tenía que devolver. Así era la vida en Vicálvaro. Madrid seguía siendo algo a parte del barrio, no se asociaba Vicálvaro con ser un distrito más de la gran capital; es más aún hoy mis abuelos cuando tienen que ir al  hospital Gregorio Marañón, o cuando mi abuelo tenía que ir a hacer cualquier gestión al centro ya fuera al Banco de España, o a Correos, siempre dicen “vamos a Madrid” o “tenemos que ir a Madrid” a tal o cual cosa. En muchos sentidos Vicálvaro sigue siendo eso: un pueblo. Y me siento muy orgulloso de ello.

En cierto modo mi barrio sigue siendo un pueblo por el aislamiento, no voluntario por supuesto, pero aislamiento al fin y al cabo, ya que por tres de sus cuatro costados, si es que se puede hablar de eso en un núcleo urbano, está rodeado por autovías: la carretera de Valencia (A-3), la M-40 y la autopista de peaje (vergüenza de los ingenieros de caminos y políticos que la idearon) AP-3. El costado que falta es campo hasta Rivas-Vaciamadrid. Vicálvaro pertenece a Madrid por puro formalismo pero sigue manteniendo una identidad propia igual que Vallecas, Villaverde o Carabanchel, todos ellos pueblos también anexionados por la vorágine expansionista de Madrid de los años 60. Por mucho que mi barrio sea un distrito más de la Villa y Corte sobre el papel, legalmente, en el propio espíritu de mis vecinos seguirá ese sentimiento de ser algo diferente. También es cierto que desde los años 90 con la necesaria ampliación de la ciudad y la necesidad de crear nuevos barrios para dar cabida a toda la inmigración que poco a poco iba viniendo y a las ansias de mejora social de la gente que poco a poco iba acomodándose más, no sólo en mi barrio sino en otras muchas partes de la ciudad fueron surgiendo nuevos ensanches urbanos con organizaciones urbanas mucho más abiertas, y con otra tipología de edificación que poco a poco hacía que los barrios más tradicionales fueran perdiendo su alma original y todos se parecieran un poco entre sí. En el caso de Vicálvaro, fueron los nuevos ensanches de Valdebernardo, donde vivo yo actualmente, y Valderrivas que ocupó todos los terrenos que dejó la fábrica de cementos demolida a principio de los años 2000 ya que significaba un símbolo del pasado más industrial de la periferia de Madrid. A pesar de que ahora yo vivo en uno de esos barrios “nuevos” en una urbanización cerrada con patio interior que en cierta medida limita bastante la vida. Y digo que limita la vida porque la hace más privada, más sectaria; en las nuevas urbanizaciones con piscinas y pistas de pádel, tenis, o fútbol, que poco a poco van constituyendo la imagen de los nuevos barrios de las ciudades, ya no es necesario salir de esas urbanizaciones para hacer vida, los habitantes de las misma pasan a ser miembros de una especia de secta y se relacionan sobre todo entre ellos dejando la vida de barrio a un lado, en muchos casos muchas de las personas que viven en esas urbanizaciones no han sabido nunca qué es eso de la vida de barrio. Por suerte, y también por desgracia, mi urbanización no tiene ni piscina ni pistas de deportes, simplemente es un patio con una zona de columpios a la que en su día ya di el uso pertinente, una mesa de ping-pong que también tuvo su cometido, y una mesa de ajedrez sede de muchas charlas con mis vecinos con los que pasaba prácticamente la totalidad de las tardes de verano jugando a las cartas, o a cualquier juego de mesa.

Sin embargo no siempre he vivido donde ahora lo hago, hasta los seis años vivía en el pueblo de Vicálvaro como a mi querido amigo del cúter le gusta decir, en un piso pequeño de poco más de 50 m2, propio de una familia de clase media baja que poco a poco fue mejorando algo su situación. Y aunque ahora tengo ya 23 años, y por tanto hace ya mucho que dejé aquel pisito normal y corriente de barrio humilde para mudarme a donde hoy vivo, un piso el doble de grande que aquél en la urbanización que ya he descrito un poco anteriormente, todavía sigo recordando muchas cosas de aquella otra vida que tuve durante mis primeros años de vida. Ese otro piso en el que viví no tenía patio privado donde poder jugar, pero sí una plaza donde bajaba muchas veces a jugar al escondite o con una pelota o con cualquier cosa y de la que tengo bastantes buenos recuerdos. Durante los primeros seis años de mi vida vivía en un segundo piso y desde la terraza del mismo nos comunicábamos con unos vecinos de enfrente que eran amigos nuestros, aunque con los años la relación se fue poco a poco perdiendo hasta que ahora apenas queda un recuerdo de ella. De aquellos años también recuerdo una tienda de ultramarinos de toda la vida a la que muchas veces iba con mi madre a comprar cualquier cosa, una papelería que era donde compraba las cosas para el colegio, y mi peluquería de toda la vida donde siempre me iba a cortar el pelo en esos sillones en los que el peluquero tenía que poner un alzador porque todavía era muy pequeño para sentarme directamente en el sillón de peluquero. De esa peluquería, que estaba al lado de la farmacia donde siempre que comprábamos las medicinas que fueran necesarias las farmacéuticas me regalaban caramelos, recuerdo bastantes cosas, sobre todo recuerdo quedar siempre asombrado de la cantidad de frascos, botes, y utensilios diversos que había por doquier y que siempre me preguntaba para qué servirían si es que tenían uso alguno. Una muestra bastante clara de que Vicálvaro ha sido siempre un pueblo es que una vez la Vuelta Ciclista a España pasó por allí, justo por delante de mi casa. Mis padres y yo bajamos a verla pasar y para que yo pudiera verla bien me sentaron encima de un contenedor de basura verde, de esos que existían antes de que pusieran de todos los colores para diferenciar donde echar cada resto producido ya fuera orgánico, plástico, papel o vidrio. Encima de aquél contenedor vi la Vuelta pasar, y lo recuerdo como si fuera ayer mismo, y cada vez que paso por esa calle, la que durante seis años fue mi calle, todavía soy capaz de ver ese arco hinchable que pusieron a la altura de un supermercado cercano a mi casa, por debajo del cual pasaban los ciclistas y todos los coches de apoyo que seguían al pelotón. Otro de los recuerdos que tengo de aquellos años en mi barrio era la de ir al videoclub a alquilar alguna película para ver, muchas veces íbamos mi padre y yo a ese local pequeño pero lleno de películas de todo tipo muchas de las cuáles para mí eran más que desconocidas. Es triste pero hoy en día nadie puede tener ya ese tipo de recuerdos porque los videoclubes ya no existen, y los que hay son meros vestigios de una época pasada frecuentados por personas que no quieren olvidar lo que hasta ayer mismo como quien dice, era algo habitual en un fin de semana, bajar a alquilar una película o varias para verlas durante la tarde del sábado y del domingo y devolverlas el lunes sin falta. Ese tipo de recuerdos ya no podrán estar en la memoria de los jóvenes de hoy en día, ni de los adolescentes, y mucho me temo que pocos sabrían decir qué es eso de un videoclub.

Para mí mi barrio no es simplemente el lugar donde vivo. Es mucho más. Es donde me he criado, donde he pasado de momento la mayor parte de mi vida, y probablemente donde pase la mayor cantidad de años. Desde pequeño primero en mi primera casa y luego posteriormente ya en Valdebernardo, siempre he estado muy vinculado a mi barrio, y lo he andado y paseado muchas veces, por obligación y por devoción. Mis padres tenían que trabajar mucho para sacar adelante la casa, a mí y sus vidas y por ello apenas pasaban tiempo en casa conmigo, y debido a esto siempre que no estaba en el colegio estaba en casa de mis abuelos, que son los que en el fondo me han criado, como a la mayoría de las personas de mi generación, o al menos como a la mayoría de las personas de familias muy humildes que tenían que apoyarse en los abuelos para sacar adelante a sus hijos (en esto poco hemos evolucionado hasta el día de hoy, y los abuelos siguen siendo el mayor apoyo que se tiene para criar a los hijos). Con mis abuelos pasé la mayor parte de los días de mi infancia, ya fuera por las tardes cuando mi abuelo me iba a recoger a la salida del colegio y luego bajábamos andando hasta su casa atravesando toda la parte antigua del barrio, lo que conforma el verdadero pueblo de Vicálvaro, con sus casas viejas encaladas, sus escudos en algunas fachadas de casas viejas de los prohombres del barrio, la plaza de Don Antonio de Andrés, centro neurálgico de la vida de barrio de Vicálvaro donde estaba el antiguo ayuntamiento y hoy se levanta la Junta Municipal del Distrito, las viejas y estrechas y empinadas calles que van a parar a la iglesia de Santa María de la Antigua, donde se casaron mis padres y posteriormente yo fui bautizado. En verano pasaba prácticamente todo el día en casa de mis abuelos, viendo la tele, los dibujos animados que echaban por entonces, luego después de comer los documentales sobre animales de La 2, y por la tarde las series para personas algo más mayores pero que yo también veía. Aquello sí que era vida de barrio, acompañaba a mi abuelo a por el pan a la plaza, o a por un helado a la cercana heladería Siena, donde hacen unos de los mejores helados artesanos de Madrid (tengo especial devoción por el de dulce de leche y por el leche merengada), o al mercado a comprar para hacer la comida y entonces nos teníamos que atravesar casi todo el barrio para llegar allí y cruzarnos con los vecinos del barrio a los que mi abuelo saludaba y se paraba a hablar un rato con ellos, a comentar lo que fuera, o a preguntar por la familia, en esos momentos me enfadaba un poco y me impacientaba porque cada dos pasos mi abuelo se paraba con alguien a saludar y parecía que no íbamos a llegar nunca a nuestro destino. Pero sí llegábamos después de atravesar todo el casco viejo del barrio, del pueblo, y llegar la parte más moderna, la que ya se parecía más a los barrios de Madrid capital de los años 60 y 70, y que encuentra gemelos en casi todos los barrios humildes de esa época en otras partes de la Villa y Corte. Así se pasaban los días durante mis primeros siete, u ocho o nueve años, ya no mi acuerdo hasta cuándo. Pero todo se termina acabando y aquello duró hasta que les dije a mis padres que ya era mayor y que me podía quedar solo en casa por las mañanas en verano, y ahí se acabaron mis paseos con mi abuelo por el barrio, y comer lo que hiciera mi abuela, y ver la tele en el sofá de toda la vida de casa de mis abuelos. Ahí empecé a separarme un poco cada vez más de mi barrio, aunque en el fondo siempre guardaré esos recuerdos de esos días y esas tardes al salir del colegio y bajar acompañado de mi abuelo para merendar lo que mi abuela me hubiera preparado.

Si tengo tantos recuerdos de mi barrio, y lo tengo tanto cariño es porque no lo abandoné y no salí de él hasta que cumplí los 18 años y empecé la universidad en Ciudad Universitaria. Fue entonces cuando descubrí Madrid a fondo, y vi todo aquello que por vivir en ese pueblo que era Vicálvaro me había perdido hasta entonces. Sé que ese abandono tardío de mi barrio ha pesado sobre mi forma de ser y mi personalidad, y ha acentuado malos hábitos y costumbres y en el fondo hizo que a día de hoy sea quizá más introvertido de lo que debería ser para la época en la que vivimos, y más casero; estoy seguro que si hubiera salido antes de mi barrio mejor me hubieran ido las cosas en muchos ámbitos personales y de relación social pero como el pasado no se puede cambiar es mejor asumirlo tal cual ha sido e intentar de alguna manera enmendarlo. No salí de mi barrio hasta que fui a la universidad porque durante toda mi vida me he educado en Vicálvaro, en mi barrio, tanto la guardería a la que fui siendo apenas un querubín, como el colegio que me vio crecer durante doce años, como el instituto que terminó por prepararme para dar el salto a la universidad estaban en mi barrio. De esas tres etapas guardo bastantes recuerdos, buenos y malos, como todo en la vida, y aunque parezca raro uno de los que más vivamente tengo presente y guardado en mi memoria corresponde a mis dos años pasado en la guardería El Cristo de la Guía. Esta guardería no era muy grande y estaba casi escondida en una callecilla estrecha y de un único sentido muy cerca de donde vivía por entonces. Pasaba allí todo el día desde que mi madre me dejaba por las mañanas para así ella poderse ir a trabajar, no sin dificultad porque según parece yo lloraba que daba gusto llegando incluso a vomitar todo el desayuno que me daba mi madre por las mañanas y haciendo por tanto que mi madre se fuera con mucha pena y tristeza a trabajar llorando también ella muchas veces, pero es lo que tiene tener que trabajar para mantener una familia que hay que hacer muchos sacrificios, muchos de los cuales impagables. Y allí me quedaba solo y berreando. De estos lloros no me acuerdo mucho la verdad, lo que sí recuerdo y es a lo que iba, es la hora del recreo cuando todos los chavales que estábamos en la guardería salíamos a un patio de tierra con unos cuantos árboles en una zona que estaba en cuesta y que acababa en una pared de cemento; recuerdo las carreras que había por salir de las clases y llegar a una especie de cueva de paredes grises, sucia y llena de trastos viejos y juguetes a la que se llegaba por unas escales adosadas a la pared del edificio central (nunca llegué a saber qué era esa sala donde íbamos todos con tanta prisa, ha quedado como un misterio en mi recuerdo), en esa sala nos dejaban coger lo que quisiéramos para jugar en el patio, y los más codiciado eran unas ruedas, unos neumáticos usados que hacían las delicias de todos nosotros por la cantidad de oportunidades de juego que proporcionaban. Cuando sonaba el timbre que anunciaba el final de recreo dejábamos todo donde estuviésemos en ese momento y empezábamos a descontar las horas que quedaban para que llegara el día siguiente para volver a subir hasta aquella habitación, o cuarto trastero, para coger otra vez lo que fuera. Pero todavía hay un recuerdo más vivo que tengo grabado en mi memoria. Resulta que un día, durante el tiempo que duraba el patio en la guardería unos amigos, si es que se puede usar esta palabra en esa edad, no cogimos nada de esa sala de las ruedas porque habíamos llegado tarde y ya no quedaba nada interesante por lo tanto decidimos jugar al modo tradicional, o mejor dicho investigar, lanzarnos a la aventura, y por eso bajamos por esa zona que tenía unos cuantos árboles y estaba en cuesta y desde la que perdíamos la visión del resto del patio. Debido a esto cuando nos quisimos dar cuenta, y subimos por la cuesta después de haber estado por aquella zona descubriendo nuevos rincones del patio descubrimos que ya no quedaba nadie en el patio, que ya todo el mundo había vuelto a sus clases. Asustados porque estábamos solos en ese enorme patio (enorme a ojos de unos críos de tres o cuatro años, seguramente un espacio minúsculo si lo volviera a ver hoy en día) volvimos corriendo a nuestras clases donde la profesora nos echó una vuela regañina y nos castigó sin salir unos día al patio. Después de la guardería llegó el colegio donde he pasado la mayor cantidad de años hasta la fecha, doces, desde los cuatro hasta los dieciséis. En el Colegio El Cid de Vicálvaro, por aquel entonces uno de los mejores y con más fama del barrio, pasé los años más intensos de mi vida, aprendí todo lo que ahora sé y soy capaz de recordar, hice amigos, compañeros, y dejé buenos recuerdos también en los profesores siendo como era un buen estudiante. Tengo muy buenos recuerdos de profesores como Don Cesáreo, Don Próspero y Don Félix, que fueron los directores del colegio durante casi todo el tiempo que estuve allí, pero también de otros muchos como Merce que fue la profesora que con cuatro o cinco años me enseño a leer y quizá por ella también amo tanto la lectura como lo hago a día de hoy, también Don Rafa, el mejor profesor de ciencias que he tenido nunca, o Juanjo una especie de científico loco que siempre hacía, sin proponérselo, que las clases fueran muy amenos, Don Ángel, el mejor profesor que he tenido nunca, Loli mi profesora de francés durante cuatro años y de lengua en el último año de clase en el colegio. No sólo guardo recuerdo de los profesores que en el fondo me han formado para ser el estudiante que soy ahora sino también de mis compañeros y amigos de por aquel entonces. También hubo momentos malos y duros pero esos es mejor no tratarlo hoy aquí, mejor olvidarlos aunque sea difícil. Y luego ya el instituto, preludio de mu huida del barrio hacia lo desconocido hasta entonces; dos años que se me pasaron volando y de los que también tengo recuerdos pero aunque parezca mentira no tan nítidos ni vivos en mi recuerdo como los que tengo de mi paso por el colegio o incluso por la guardería.

Mi barrio es más que simplemente el lugar donde he vivido durante mis 23 años de vida, y donde todavía tendré que vivir unos cuantos años más. Mi barrio es mi vida, y quiero que sea así. De mi barrio tengo y guardo muchos recuerdos, y a muchas personas, porque en el fondo como en un pueblo todos, o casi todos nos conocemos las caras, y hoy en día es muy complicado que dándome una vuelta por donde vivía antes, por los alrededores de mi antiguo colegio, por la plaza, o por donde siguen viviendo mis abuelos no me cruce con alguien a quien conozco y me pare a saludar. Siempre es un placer después de pasar muchas horas fuera de mi casa volver a mi casa, aunque sea a Valdebernardo que a pesar de ser un barrio de nueva hornada, con calles amplias y grandes bulevares, sigue manteniendo su aire de barrio, quizá contagiado por la parte vieja de Vicálvaro cuya fuerza sigue siendo grande y hace que ese aire a viejo siga estando presente en mi nuevo barrio – aunque lleve 17 años en él – dentro de mi viejo barrio, mi barrio de siempre. Pero no solo son recuerdos y personas lo que guardo de mi barrio, también son olores y formas de vida. Hay a quien no le gustará pero ir por la calle y que de repente te venga un aroma a pimientos fritos, o a carne asada, o a paella, o a cocido es una delicia, propia de los pueblos es verdad, pero eso es lo que es Vicálvaro, un barrio de una gran ciudad pero con alma de pueblo, con aires del pasado. Eso es lo que me gusta, ver, oír, oler que un barrio está vivo, y vivo está Vicálvaro, y quizá ya menos porque los chavales adolescente de hoy en día reniegan de todo esto porque no les parece moderno, y ahora los barrios se usan para los botellones antes y poco más, para vivir los adolescentes prefieren irse al centro a Sol, a Atocha, a Moncloa. Ellos se lo pierden porque ningún sitio de esos tiene esa alma que tiene mi barrio, o los barrios de toda la vida de Madrid (seguro que en Villaverde, Vallecas o Carabanchel pasa lo mismo). Mi barrio no es el más glamuroso del mundo, ni el más bonito, pero es donde me he criado, donde tengo mis raíces y eso no lo tiene ninguna otra parte del mundo, por muy bonita, romántica o exótica que sea. Mi barrio, Vicálvaro, es vida, es sociedad, es lucha, es supervivencia, es ir por la calle y oler a comida a la hora de comer, es ir por la tarde a un parque y sólo oír a críos gritando o verles corres o jugar al fútbol, es pasear una viernes o un sábado por la tarde por sus calles y verlas llenas de gente y las terrazas de los bares atestadas más incluso que las del centro de Madrid. Podría seguir escribiendo páginas y páginas pero creo que ya es suficiente, tampoco quiero aburrir a nadie, aunque seguro que a veces lo consigo. Mi barrio lo cambiaré por cualquier lado, seguro, pero ningún sitio nunca dejará los recueros tan profundos y vivos en mi memoria como Vicálvaro, mi barrio.

Caronte.

viernes, 20 de junio de 2014

El cuento se acabó

A falta de unos segundos empezaron a sonar las campanadas que anunciaban la medianoche y el hechizo empezaba a disiparse, poco a poco la gran carroza de cristal y nácar se iba transformando otra vez en lo que fue originalmente una calabaza camino de la podredumbre, los impetuosos caballos pura sangre poco a poco perdían su majestuosidad y volvían a su ser original, unos ratoncillos propios de un laboratorio, y el traje de la bella princesa de un blanco inmaculado, así como las joyas que adornaban su peinado y su busto poco a poco volvían a dejar ver el triste vestido de sirvienta de casa de barrio de postín. Con la última campanada todo volvió a ser como fue antes, como eran las cosas ayer cuando ni siquiera se podía soñar con lo que había ocurrido. Está claro que estoy copiando el cuento de la Cenicienta, pero es una magnífica metáfora de lo que ha pasado en este Mundial de Fútbol con la selección español, con la diferencia que nuestra “cenicienta” iba vestida de rojo furia y lo que en el cuento dura una noche en este caso ha durado casi seis años.

Nuestro cuento, o si lo preferís mejor, nuestro sueño comenzó hace casi seis años, una noche de verano calurosa como suelen ser en España con prácticamente todo el país pegado a la televisión. Si no recuerdo mal era un 22 de junio de 2008, y la Selección española jugaba aquella noche contra la Escuadra italiana los cuartos de final de la Eurocopa de Austria. Aquella noche en la que por imaginario colectivo todo el mundo tenía pocas esperanzas de que España pasara a semifinales, ya que como buenos españoles somos derrotistas incluso antes de jugar nada, fue cuando todo cambió. El partido fue de infarto, lo recuerdo perfectamente, quizá sea el partido que mejor recuerde de cuantos haya visto en mi vida, más aún que las finales que después ganamos; los dos equipos jugaban al ataque pero ninguno consiguió meter ningún gol en el tiempo reglamentario de juego, tampoco se consiguió romper el empate a cero en la prórroga cuando ya todo el mundo tenía un nudo en la garganta y veíamos que podía haber una posibilidad de que al final se pudiera romper la maldición de los cuartos de final y España pudiera pasar a las semifinales. Pero llegaron los penaltis, la suerte más injusta del fútbol el tercio que nadie quiere que llegue en estas plazas de toros que son los estadios de fútbol. No sé cómo estaban los españoles, lo único que recuerdo es que yo estaba más que atacado de los nervios, porque había visto que España jugó mejor que Italia pero también sabía que podía pasar lo de siempre y volvernos a casa antes de tiempo. Los penaltis empezaron, no celebraba ningún gol de los nuestros, simplemente decía “vamos” y daba una palmada, mi corazón latía a un ritmo altísimo, a ratos casi sentía que se me iba a salir del pecho. Y llegó el segundo turno de Italia, el tirador preparó el balón en el punto de penalti, el árbitro pitó, el italiano cogió algo de carrerilla y tiró. El balón nunca llegó a entrar en la partería que por aquel entonces defendía Casillas. La parada fue espectacular, y la cara del italiano un poema. En ese momento sí que salté del sofá y grité todo lo fuerte que pude “¡toma!”. Pero todavía faltaban varios tiros sólo habíamos tirado dos de los cinco penaltis reglamentarios. Los siguientes dos penaltis fueron goles, uno para España y otro para Italia. Y llegó la cuarta ronda de tiros. El jugador español, colocó el baló, el árbitro volvió a hacer sonar el silbato, pero el balón en este caso no entró en la red, su portero Buffon paró el disparo. Nos la habían devuelto. Todo volvía al principio. Pero le volvió a tocar a Italia tirar, después de la primera parada de Casillas, todo el mundo rezaba para que volviera a obrar el milagro. Dedos cruzados. Corazón en un puño. Silencio sepulcral, tanto en el estadio, como en las calles de Madrid. El jugador italiano disparó. Y el milagro se volvió a repetir, Casillas logró bloquear el tiro. En ese momento mi corazón no podía más. La tensión era enorme. Grité como no había gritado nunca, me asomé a la ventana del salón de mi casa e hice que mis pulmones dieran todo lo que podían dar gritando “¡venga!”. Solo faltaba un gol y le tocaba a España tirar, si marcábamos la maldición de los cuartos sería historia. Fábregas, de él si me acuerdo, le tocaba a él. Besó el balón, lo colocó en su sitio, miró al árbitro, éste pitó, y Fábregas lanzó ese balón. El balón se estrelló contra la red de la portería haciendo que todo el estadio, todos los españoles y casi toda España saltarán de sus asientos si es que podía alguien mantenerse sentado con tanta tensión. Del silencio sepulcral se pasó a la algarabía general. Yo me puse a gritar como loco, con el corazón a un ritmo de ingreso en cardiología (si aquella noche no me dio un ataque al corazón no creo que en la vida vaya a sufrir uno). España estaba en semifinales de la Eurocopa, algo que no pasaba desde hacía lustros. Por fin.

El campeonato continuó. España espoleada por esa inmensa inyección de adrenalina, espíritu e ilusión, pasó por encima de Rusia en las semifinales, haciendo que la euforia terminara ya por desatarse en España. Pero aún quedaba algo más. La final contra Alemania. Miedo. Tensión. Ilusión. Pero nadie podía pararnos ya, nadie podía decirles a aquellos chavales jóvenes que no podían con Alemania por ser esa selección quienes eran. Fue Torres, Fernando Torres quien después de muchas décadas, de más de una generación de españoles que sólo había visto a la selección de fútbol perder, a veces incluso siendo humillada, a veces injustamente (codazo de Tassotti a Luis Enrique), hizo que España aquella noche de junio, aquel 29 de junio de 2008 casi ningún español durmiera, y los que lo hicieron, durmieron mejor que nunca. Todo un país ilusionado con la selección. Mucho se criticó antes de aquella Eurocopa al por entonces seleccionador Luis Aragonés por no llevar convocado a cierto jugador, o a cierto jugadores que todo el mundo (los cuarenta millones de entrenadores de fútbol que hay en España) decían que tenía que llevar. No lo hizo y fuimos campeones de Europa, pero ante todo la Selección logró tener una seña propia de identidad en su estilo de juego. Los que criticaron a Luis Aragonés, esos bocachanclas sabelotodo tuvieron que callarse, poco se les escuchó después de sus críticas iniciales, ni siquiera estoy seguro que celebraran la victoria porque hubiera sido lo mismo que aceptar que se equivocaron, pero a soberbia nadie ganaba a aquellos críticos.

Dos años después de aquello llegó el Mundial de Suráfrica de 2010. España seguía jugando igual que siempre, pero ya no la dirigía Luis Aragonés, sino Vicente del Bosque, entrenador tan alabado cuando entrenaba al Madrid, y que hoy es tan criticado por esos españoles desmemoriados que hablan más que respiran. El Mundial lo empezamos perdiendo, y rápido salieron los derrotismos, esos oportunistas que a la que pueden y siempre al calor de la derrota se ponen a criticar lo que les quita la razón e intentan hacer ver que lo que ellos decían era lo correcto. Ya entonces, cuando perdimos contra Suiza, empezaron a decir que volvíamos a las andadas, que el ciclo de buenos jugadores se acababa, que España no tenía personalidad en el campo, ni agresividad. Bueno una derrota siempre es posible, y si no que se lo digan a todos esos que pusieron verde a Luis Aragonés por no llevar a Raúl a la Selección, menuda ostia se les dio en la boca, sin embargo a algunos todavía no se les ha quitado las ganas de pedir que le lleven (el tonto y la linde, por si alguno sabe lo que es). Perder contra Suiza nos obligaba a ganar todos los partidos siguientes. Y eso es lo que hicieron esos jugadores tan acabados por perder contra los suizos, ganar todos y cada uno de los partidos que tuvieron por delante, incluida la final que ganamos a Holanda, que se dedicó a practicar para los mundiales de taekwondo. Pero estaba Iniesta que a pocos minutos de que acabara la prórroga de la final marcó el gol que hizo a España poseedora del cetro del fútbol mundial y que la convirtió en ejemplo para el fútbol. Esa final la viví en casa de mis abuelos, porque mi casa estaba en obras y no podíamos dormir en ella. Lo que grité esa noche no lo saben más que mi abuela, mi abuelo que me decía “deja ya de gritar muchacho” y mis padres. Qué noche más memorable, recuerdo también que los comentaristas de la radio no podían más, qué gritos de “¡gol!”, qué voces, qué alegría. Tambien de aquella noche tengo un recuerdo algo más agridulce, ya que la única persona ajena a mi familia con la que lo celebré fue con un amigo a quien quería mucho y que me llamó por teléfono para darme le enhorabuena (sabía que tenía mucha ilusión, aunque él no era, ni es, tan futbolero como yo), amigo con el que hoy en día no me hablo y no tengo muy buena relación que digamos. Pero me dejo de recuerdos algo tristes para volver a lo alegre. España entera salió a la calle para festejar aquella noche, aquella Copa del Mundo que Casillas elevó al cielo africano a miles de kilómetros de su patria. El cuento de hadas seguí se curso, añadiendo capítulos que pocos nos podíamos imaginar por mucho que siempre haya gente que diga que lo esperaba, en España también tenemos muchos arribistas que sólo salen cuando se gana. El sueño parecía continuar, y es que en el fondo continuaba, seguíamos soñando.

Y el sueño siguió dos años después en la Eurocopa de 2012. Y volvimos a ganar. Y los calificativos se nos acabaron, no había ya adjetivos en ninguna lengua oficial o cooficial en España, ni siquiera en ninguna lengua extranjera para describir lo que estos chavales, que salvo excepciones eran los mismos que en este Mundial han acabado tan humillados por Holanda y Chile. Estos mismos jugadores y este mismo seleccionador fueron los que dieron una de las mejores finales que recuerdo contra Italia. Estos chavales que tras haber sido eliminados por Chile este año han sido tan criticados, por esos gurús del fútbol que ven cosas que nadie más ve y que son los verdaderos sabios del fútbol español. No es justo. No es justo crucificar peor de cómo se hizo con Jesucristo a esta generación de jugadores que tantas ilusiones nos han dado, que han sido un verdadero opio contra la cruda realidad española (aunque siempre están los guays independientes estos que se creen especiales por criticar el fútbol, y ver baloncesto por ejemplo, o curling, o cualquier cosa de esas). Les han llamado de todo desde que Holanda nos cascó un más humillando 1-5, no lo voy a negar, la Selección española estuvo horrorosa, no era la princesa de cuento que había sido hasta entonces, en estos últimos seis años. El hechizo se estaba rompiendo, las campanadas de la medianoche habían comenzado a sonar. El sueño se empezaba a acabar, y además de la peor manera posible en forma de pesadilla, de mal sueño. Es cierto que tanto Chile como Holanda han sabido hundir a España, pero también hay que decir que cualquiera nos podía haber ganado. Las cosas no duran para siempre, porque si no sólo habría un único ganador en todo (como ocurre en Roland Garros con Nadal), y el mundo estaría lleno de perdedores y esto no es así. En la vida, en el deporte, y sobre todo en el fútbol se pierde y se gana, y en muchas ocasiones se pierde más veces de las que se gana.

El cuento se acabó cuando la última campanada que daba las doce de la noche terminó de sonar, o lo que es lo mismo cuando el árbitro del partido contra Chile pitó el final. En ese momento el hechizo terminó de deshacerse y aquellos jugadores, que en los últimos años sólo los habíamos visto celebrar victorias, alegres y felices, salieron del campo cabizbajos, humillados, hundidos, defenestrados, sabiendo que no lo habían hecho bien y que habían decepcionado a muchas personas que creían en ellos. En este Mundial en ningún momento España fue la España que conocíamos, eso es cierto, pero también es cierto que la mayoría de los jugadores que defendían la camiseta de la selección son los mismos a los que subíamos a los altares hasta hace no mucho. Pero España es un país de radicales, de engreídos, de derrotistas y ante todo de desmemoriados; España es un país de oportunistas que se suben a la ola cuando más fácil es hacerlo, pero cuando ésta se complica prefieren bajarse lo más rápido posible y exigir a los que siguen en ella que no se caigan. Pero lo peor de todo es la actitud de algunas personas, sobre todo en redes sociales que se han puesto a insultar a los jugadores de la manera más vil y ruin posible, y sobre todo a Casillas y sobre todo gente del Real Madrid, borregos que más que madridistas son gente sin criterio que simplemente porque lo dijera Mourinho se subieron a la ola de que Casillas no valía y sin juzgarlo por ellos mismos aceptaron la hipótesis. No creo que el capitán que inició este sueño, que protagonizó el primer capítulo de este cuento contra Italia en aquellos penaltis en cuartos de final de la Eurocopa de 2008, se merezca esta crucifixión por parte de estos jueces que no lo son, que simplemente están escocidos porque lo que ellos piensan solo lo piensan ellos.

Seguro que se han cometido muchos fallos, los primeros que lo saben son los jugadores y el seleccionador; y a los primeros que les pesa la derrota es a ellos, más que a ninguno. Una vez acabado el cuento, generalmente se empieza uno nuevo, o se empieza a pensar en coger uno nuevo y empezar a escribirlo, y lo más seguro es que los personajes no sean los mismo, sean nuevos, más jóvenes y con ganas renovadas, no digo que los jugadores que se han hundido con el barco no fueran con ganas, digo que no se les veían por ninguna parte, o al menos no como antes. Habrá que cambiar cosas, pero los cambios se suelen hacer cuando se termina de constatar que algo va mal. Ya lo hemos constatado, hagamos entonces los cambios. La selección debe empezar una etapa nueva, una etapa en la que como ya se hizo anteriormente se lleve a los mejores jugadores, y no a los que más ganen o a los que haya tradición por llevar; sé que es duro oírlo pero a lo mejor a este Mundial no habría que haber llevado a Casillas o a Xavi, a lo mejor había que haber pensado que había jugadores que no estaban en forma, o que estaban derrotados, agotados físicamente después de una temporada muy larga en el caso de muchos jugadores, porque, y esto también es verdad, los jugadores españoles sí dan todo durante los años de Mundial o Eurocopa con sus respectivos clubes, a diferencia de lo que pasa con otros jugadores que los años señalados se guardan muy mucho para llegar más frescos a las citas mundialistas (véase Messi, Neymar, Benzemá, o en su día otros jugadores importantes). Hay que cambiar muchas cosas porque queremos seguir soñando, porque queremos dejar atrás la pesadilla que ha acabado con el sueño que empezamos hace seis años y que por desgracia todos sabemos cuál es; los aficionados españoles, salvo esos miserables oportunistas que estarán atentos a la mínima para saltar y hacer leña del árbol caído o para disfrutar como carroñeros de los restos del final del cuento, quieren volver a vivir un cuento. Pero ese cuento ya deberá estar protagonizado por otros personajes y escrito de manera diferente para que pueda volver a ilusionar porque este cuento ya se ha acabado.


Caronte.

jueves, 19 de junio de 2014

Perdonar no siempre es posible

A veces por mucho que queramos perdonar algo no somos capaces de hacerlo, a veces incluso cuando hemos perdonado pensamos que ese perdón que hemos dados no debería haber existido. También hay perdones que queremos dar pero que al final nos resultan muy complicados y no sabemos cómo proceder, y cuando queremos darnos cuenta no los hemos hecho y por tanto el perdón que pudo ser al final no fue y se pierde, no se da. Perdonar es algo que solo compete al ser humano, los animales no saben perdonar, o mejor dicho no tienen la necesidad de perdonar o no, no tienen el concepto de ofensa ni el de afrenta y por tanto tampoco tienen la necesidad de deshacer esa ofensa o afrenta. Los seres humanos sí, las personas sí ofendemos y afrentamos muchas veces sin querer hacerlo y otras muchas sabiendo que es injusta esa ofensa y por tanto las personas sí necesitamos del perdón para intentar restaurar el tiempo al instante previo a haber producido esa ofensa o afrenta.

Perdonar es una característicamente humana, y que demuestra gran sentido humanístico. Perdonar no sólo es recibir una disculpa de otra persona, es un gento de olvido, de intentar borrar de nuestra cabeza y en muchas ocasiones también de nuestro corazón algo que nos haya podido hacer daño, doler, ya fuera una palabra, un acto, un gesto o una omisión. Quien perdona sabe generalmente qué es pedir perdón y por tanto sabe que en la disculpa hay implícito un gesto grande de contrición y arrepentimiento, y sabe que este gesto no es sencillo de llevar a cabo porque en la propia naturaleza humana, como vestigio de que una vez fuimos seres tan irracionales como los animales tenemos un sentido del orgullo que, aunque en ciertas personas esté más dormido que en otras, siempre está latente. Perdonar y pedir perdón son actos que no pueden ir separados, quien está dispuesto a perdonar siempre espera que cuando reciba una ofensa que se la profese sea capaz de disculparse; quien pide perdón siempre suele esperar que la persona a la que ofendió le perdone y olvide aquella ofensa realizada. Pero a veces esto no es así. Hay ocasiones que se pide perdón por imperativo y por tanto ese perdón se dice sin sentimiento, sin sentirlo realmente, como cuando a un niño que le ha dado un puñetazo a otro porque le ha quitado la pelota con la que estaba jugando sus padres o su profesora le dicen que pida perdón al otro niño y le de la mano; el niño que pega el puñetazo no siente arrepentimiento, quizá porque ese sentimiento se aprende a medida que se madura, no se tiene cuando uno es pequeño, y por tanto si pide perdón es para evitar una reprimenda mayor o un castigo por parte de sus padres o profesora. Pero este es el perdón más vacuo, ya que las ofensas realizadas cuando somos unos críos no son más que cosas de críos y por tanto sin repercusión más allá de una tarde en el parque; las afrentas infantiles se olvidan con el sueño y lo que una tarde puede parecer una enemistad cruenta entre dos niños al día siguiente se convierte en camaradería infinita y amistad. Pero en el fondo estas cosas ni son ofensas de verdad, ni perdones en condiciones, porque mientras somos niños, meros críos, no concebimos el verdadero significado del perdón, ni realmente ofendemos en serio, somos apenas unos cachorros de ser humano. Sólo a medida que se crece, y nos adentramos de verdad en el mundo de los sentimientos, de los adultos, sólo entonces es cuando empezamos realmente a saber qué es el perdón, cuándo debemos pedirlo y cuándo saber perdonar.

Sin embargo a pesar de que sólo a medida que maduramos nos damos cuenta de que con nuestros actos y nuestras palabras, a veces incluso con nuestros silencios y omisiones, podemos ofender y hacer daño a terceras personas, en muchas ocasiones no queremos reconocer esas ofensas que generamos ni tampoco perdonar las que recibimos. ¿Todo se puede perdonas? Está pregunta tan recurrente en la conciencia de cada persona, que se plantea cada vez que nos vemos en un trance en el que tenemos que decidir si realmente una ofensa que nos han hecho merece la pena perdonarla, asumiendo el error ajeno, o simplemente se puede olvidar sin más y ni exigimos ni necesitamos un perdón. Desde mi más humilde punto de vista creo que todo en cierta manera es perdonable. O si no todo, una inmensa mayoría de las cosas. Pero hay una cosa que creo que no se puede llegar a perdonar nunca, y es la reiteración en la ofensa, cometer una y otra vez los mismo actos que hicieron mal a una persona, el decir una y otra vez las mismas palabras que una vez dañaron a otro corazón. Tampoco creo que pueda ser perdonable nunca la traición, en ninguna de sus formas, pero sobre todo en la que tiene que ver con las relaciones personales. La traición implica faltar a la palabra dada de manera explícita o de manera implícita, cualquiera de las dos. La traición siempre va ligada a la confianza y por tanto cometer un acto traidor implica romper esa confianza que una persona ha puesto en ti, ya sea contándote sus secretos, sus sueños, sus deseos, sus ambiciones o sus preocupaciones, ya sea contando contigo para saber simplemente que en un momento malo estará ahí. Romper esa relación tan fuerte como es la confianza, aparte de ser un acto de los más vil y ruin posible, implica un gesto que sólo los humildes y con mejor corazón podrían en algún momento perdonar. Pero la mayoría de la gente no tiene ese corazón tan grande capaz de perdonar hasta los actos más crueles en cuanto a ruptura de la confianza se refieren. Confiar en alguien es un vínculo sagrado entre dos personas y se da tanto en la amistad como en la pareja, como en la familia. Confiar implica querer a esa persona en la que te intentas apoyar, a la que permites saber tus inquietudes y pensamientos más profundos y privados; por esto quien traiciona esa confianza muy difícilmente podrá esperar el perdón. Es posible que si el vínculo entre dos personas en muy fuerte, o simplemente con que una de ellas no quiera romperlo por mucho que pase, la traición se pueda llegar a perdonar, al menos una primera vez. No hay que olvidar que como seres humanos podemos errar, cometer errores, nadie es perfecto y nadie vivo puede decir que nunca en su vida ha cometido un error, que haya fallado, sólo los muy prepotentes y orgullosos, los más cretinos cuyo corazón en gris y duro y su alma ruin, creerán no haber fallado nunca, pero se equivocarán nada más pensarlo.

Perdonar es un gesto de aceptar los errores que otros han cometido, y pedir perdón implica asumir una culpa, pero por encima de todo es un gesto de amor, solo quien es capaz de amar y querer a otras personas es capaz de perdonarlas si en algún momento esas personas comenten algún error y ofenden o traicionan la confianza de los que las quieres y aman. Perdonar también conlleva pasar página sobre asuntos que nos pueden haber causado malestar, incluso daño, palabras o gestos que pueden llegar a quebrar la confianza entre dos amigos, o en una pareja y que por tanto pueden llegar a romper esa amistad o ese amor. Perdonar casi siempre es posible, o al menos eso pienso yo, siempre y cuando alguien pida perdón claro está, pero esto último no tiene porqué darse siempre y hay ocasiones en las que se perdona a una persona antes de que ésta haya sido capaz de pedir perdón, de arrepentirse por unas palabras erróneamente dichas o equivocadamente calladas, de asumir unos gestos que nunca debieron producirse o que quizá sí debieron haber salido del corazón pero que por circunstancias que sólo quien debe hacer esos gestos no se produjeron. A veces el perdón también puede llegar tarde, o incluso puede no llegar porque quien debiera haber pedido disculpas no lo hace y, como ya he comentado alguna vez, el tiempo hace que lo que en un momento pudo ser perdonado, las palabras que en un instante pudieron haber sido rectificadas, los gestos que en determinada situación podrían haber sido disculpados, en otro momento, una vez pasado el tiempo, que no espera a que nos decidamos a disculparnos y a arrepentirnos, ya no lo son y por mucho que se pida perdón el perdón no llegará porque el tiempo habrá borrado la posibilidad de perdonar, la ofensa se habrá fijado más de lo que debería haber hecho y hasta es posible que se haya terminado por enquistar y por tanto ninguna disculpa, ningún perdón podrá llegar a recomponer una amistad, o el amor en una pareja, o la relación con tu padre o con tu madre o con un compañero de trabajo, y ese amor, ese cariño y esa amistad ya no podrán volver al instante previo a ese gesto o esa palabra o esa ausencia o ese silencio que provocó la ruptura de la confianza que mantenía viva esa relación.

Pedir perdón y perdonar también son actos que terminar trayendo paz a uno mismo ya sea a quien perdona como a quien pide disculpas. En muchas ocasiones cuando ya el perdón no va a poder recomponer una relación de confianza que ya sea por haber dejado pasar mucho tiempo desde que empezó a quebrarse o porque en el fondo se sabe que por mucho perdón que se pida, incluso inmediatamente después de haber hecho o dicho algo que ha empezado a resquebrajar esa confianza, las cosas no va a poder ser como antes, el perdón sirve para quedarse a gusto, para quedar en paz sabiendo que se ha hecho lo que había que hacer aunque ese gesto, el de pedir perdón y a su vez el de perdonar, no valgan para nada efectivo y lo que se rompió no se vaya a poder recomponer. Pero a veces ni siquiera este gesto para quedar en paz es posible realizarlo porque, perdonar y asumir errores van siempre ligados a los sentimientos y no se pueden hacer sin que éstos intervengan. Una disculpa sin sentimiento, sin sentir esa disculpa podrá ser aceptada, pero tanto el que asume esa disculpa como el que la da saben que es puro teatro, como cuando de niños ante las órdenes del profe pedías perdón a un compañero simplemente para que no te siguieran echando más bronca. Una disculpa sin sentimiento no es nada, y quien tiene que perdonar sabe cuando alguien se está disculpando simplemente “de boquilla” y no de sentimiento ni de corazón, eso se nota. Se nota en cosas muy pequeñas que para quien observa desde fuera son imperceptibles pero para los implicados en el perdón son gestos muy significativos.

Pero como he dicho hay ocasiones que perdonar es muy difícil aunque haya una parte de nosotros mismo que quiera llegar a perdonar. Hay veces en las que el quiebro en la confianza, la ruptura en esa relación tan personal, entre dos amigos, compañeros, en una pareja, es tan obvia y tan dolorosa (siempre para uno de los lados de la relación) que poco se puede hacer por mucho que se quiera. La reiteración de las acciones, de las palabras, y de las omisiones, también juegan un papel fundamental en esta imposibilidad de perdonar, así como el orgullo que todos tenemos en lo más profundo de nosotros, como animales que somos, pero que en algunos domina en la personalidad e impide que se pueda pedir disculpas aunque se sepa que se ha obrado mal y se haya hecho daño. La imposibilidad de perdonar no llega por un gesto muy o una palabra muy dura, a veces simplemente llega después de haber perdonado en varias ocasiones; a veces llega por hastío al darnos cuenta que por mucho que intentemos perdonar, o incluso pedir disculpas admitiendo también nuestra parte de culpa en el quiebro de la confianza, lo que llevó a romper una amistad, o una relación de pareja es la reiteración de los hechos y la constatación de que las veces que nos habían pedido perdón era para figurar en la foto, para cumplir con su malograda conciencia, una conciencia negra, oscura, envilecida por el orgullo, ruin.

Perdonar y pedir perdón son en definitiva dos caras de la misma moneda: sin lo uno no existe lo otro, pero a la vez pueden existir de manera independiente. Si no existiera el perdón, si los seres humanos no tuviéramos la capacidad de perdonas, el pedir disculpas carecería de toda razón de ser y por tanto sería absurdo hablar de pedir perdón; pero también se puede perdonar sin que se nos pida perdón por algo aunque solo los mejores de corazón son capaces de esto último, por norma general el ser humano, por ese orgullo que siempre está presente, por mucho que perdone sin que se le haya pedido perdón necesita de ese gesto también aunque en el momento en que se produce se reste importancia al mismo. Por mucho que una persona le diga a otra que no es necesario pedir perdón, esta persona siempre necesita que la otra lo haga, simplemente por el hecho de escucharlo de palabra, aunque de corazón ya haya perdonado. Sin embargo también se puede negar el perdón aunque se pidan disculpas por algo dicho o hecho, o darlo simplemente para cumplir, es decir, así como hay personar que piden perdón simplemente por pedirlo, sin sentirlo, también hay personas que perdonan por pasar el trámite, no sintiéndolo y no borrando la ofensa recibida, a veces porque esa persona prefiere seguir teniendo esa ofensa presente para poder usarla en el futuro contra la persona que en algún momento le hizo daño. A veces el daño es tan grande, la relación de confianza ha quedado tan quebrada y el tiempo en el que llega el perdón es tan tardío que perdonar no siempre es posible.


Caronte.

viernes, 13 de junio de 2014

Reflexiones acabando quinto

Pues parece que quinto se va acabando, el curso ya está prácticamente finiquitado, faltan los últimos flecos ya casi testimoniales aunque también importantes. Para mí el día 20 de junio tras acabar el examen de ingeniería del tráfico habrá terminado mi paso por quinto curso de la Escuela de Caminos de Madrid, aunque me quede alguna asignatura para septiembre yo eso no lo considero quinto sino los principios de sexto aunque de las asignaturas que se supone que me tendría que examinar fueran de quinto aún. Da igual. Quinto ya es historia, o casi, y menos mal porque la carrera cada curso que ha ido pasando se me ha ido haciendo cada vez más cuesta arriba y lo único que deseo ya es que acabe pronto.

Podría estar ya de vacaciones, disfrutando de la rutina de mierda que el tiempo libre me impone y que la ausencia de clases en la universidad acentúa aún más si quiera, pero este año, los lumbreras diseñadores del calendario universitario de exámenes han decidido hacen malabares absurdos con las fechas de los diferentes exámenes y me han endiñado, a mí y a mis compañeros de especialidad, un examen en medio de un puente, el del Corpus. ¡Qué genios! De verdad mi más sincera enhorabuena a quiénes hayan decidido que el día 20 de junio, viernes, haya examen en la Escuela. Pero no contentos con eso, que supongo les parecía poca cosa, encima dicho examen es a las cuatro de la tarde y tiene una duración de dos horas y media; siendo ingeniería del tráfico una asignatura cuatrimestral de especialidad me parece más que desproporcionado cuando los exámenes de este año de momento no están siendo extremadamente largos (gracias a Dios, que en el caso de la Escuela supongo que será el director de la misma, que las asignaturas de este curso ya no tienen exámenes de duración total más de cuatro horas contando un descanso). Cabría esperar mayor diligencia a la hora de diseñar los calendarios de exámenes pero parece ser que este año los han hecho con los dados, o jugando a los dardos poniendo un calendario en una pared y tirando con los ojos vendados los dardos y donde caían pues habían caído.

No encuentro más explicación que esta a cómo han caído, al menos en quinto los exámenes de los segundos parciales y finales de junio. No es posible que en cuatro días del 24 al 27 de mayo tuviéramos dos exámenes, y además de dos de las asignaturas más duras y con mayor temario del curso y luego casi en 25 días sólo tuviéramos tres exámenes. Y digo solo, no porque crea que deberíamos haber tenido más, para nada, con los que hemos tenido ha sido suficiente, sino que no veo lógica a que para las asignaturas más jodidas haya tanta prisa por poner los exámenes y colocarlos tan juntitos en el tiempo y para el resto se tomen tantísimo tiempo. Lo único bueno que esto ha tenido ha sido que este período de exámenes de quinto, para mí, ha sido el más relajado de cuantos llevo en la Escuela, eso no quiere decir que sea algo general, tengo amigos y compañeros que por desgracias que se producen en esta carrera, o por caprichos de ciertos catedráticos amargados con su vida marital, tienen asignaturas pendientes del año pasado y están bastante agobiados, dicho sea de paso. Con esto no pido que los exámenes estén todos juntos en una única semana, lo que supondría nuestra muerte y la destrucción de nuestra columna vertebral debido a los magníficos taburetes de hojalata tan cómodos en los que debemos hacer los exámenes, pero tampoco creo que una separación entre ellos de una semana sea algo normal, cuando en cinco años este curso ha sido el primero en que se ha dado un calendario de exámenes tan perfectamente diseñado.

Pero bueno en el fondo la cuestión es que ya se ha acabado quinto. ¡Adiós quinto! ¡Hasta nunca! Me alegro de que haya acabado este curso tan, cómo definirlo sin llegar a herir sensibilidades, tan realista. Creo que realista es la palabra adecuada para definir mi paso por este penúltimo curso de la carrera. Realista porque me he dado cuenta de lo que realmente nunca tuve que hacer que fue empezar esta carrera; este ha sido el año en el que he visto por fin que no quiero pertenecer a este mundo de la ingeniería civil tal y como está planteado a día de hoy en este país; no quiero pertenecer a esa “casta”, palabra tan de moda últimamente en los medios de comunicación, a la que creo que esta carrera y esta Escuela acaban conduciendo, casta que sólo va a velar por sus propios intereses cuando el fin último de un ingeniero de caminos es el de realizar la obra pública que haga bien a la sociedad en su conjunto y no a unos intereses económicos (intereses particulares de unos pocos a los que muchos en mi escuela querrían pertenecer, algunos de los cuáles algún día lograrán) que nada tiene que ver con la sociedad a la que un ingeniero debería servir siempre. Pero no, es mucho más importante llenarte el bolsillo con un suculento contrato de obra pública aún a sabiendas que esa obra que vas a llevar a cabo no sólo no es necesaria sino que cuesta mucho menos de lo que en realidad se dice; y así es como a día de hoy en España tenemos grandes infraestructuras civiles (carreteras, aeropuertos, vías de ferrocarril, etc.) que no sólo no son rentables, que por ser algo que se supone se realiza por el bien y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos no tendría por qué dar beneficios, sino que están costando dinero a todos por el mero hecho de que había un político que quería tener un aeropuerto en su provincia (véanse los casos de Castellón, Ciudad Real o Reus), unos alcaldes que querían que el AVE parara por su pueblo, y digo pueblo con todo el significado del mundo, porque se supone que es algo que todo pueblo debería tener (el caso de Tardienta en la provincia de Huesca es muy ilustrativo de esto que digo, con menos de 1000 habitantes tiene estación de AVE, con un par di que sí que se sientan orgullosos en ese pueblo). Sin embargo el caso más hiriente de todos los excesos en obra civil, patrocinada y firmada por gente de la que una vez haya acabado la carrera seré compañero de profesión, son las autopistas radiales de peaje que se han hecho por toda España; en este caso para que los empresas privadas que exigían construir y posteriormente explotar dichas carreteas, éstas tenían que presentar una serie de informes en los que aparecieran las previsiones de uso de las autopistas, informes firmados por ingenieros de caminos, canales y puertos; esto informes dijeron que iban a tener un tráfico casi estratosférico y que iban a ser más que rentables quitando incluso vehículos a las autovías estatales. Pues bueno, la realidad no sólo ha dicho que estos informen fueron erróneos, sino que sabiendo ahora lo que sé por estar en la carrera que estoy me doy cuenta de que esos informes no fueron erróneos sino simplemente falseados, y firmados por el correspondiente ingeniero de caminos, con el aval, y quizá la premisa también, de los políticos interesados y los empresarios con intereses económicos particulares y a quienes los intereses de la gente pues como que les dan igual. Estos ingenieros de caminos que firmaban dichos informen y firman a día de hoy muchos proyectos cuyos presupuestos se infravaloran para que así luego las empresas puedan pedir más dinero, prefirieron obviamente llevarse un buen pellizco sacrificándose su profesionalidad. Pero claro la honradez no es materia de examen y por tanto no interesa ni aprenderla ni enseñarla, porque si no todo el chiringuito levantado desde hace ya muchas décadas podría dejar de ser rentable para unos pocos.

Yo no quiero pertenecer a este mundo, y quinto me ha terminado por dar la razón, y abrirme los ojos ante este caciquismo que desde hace muchos años hunde a España. Guste o no los ingenieros de caminos participan de este juego, ¿qué no son los verdaderos responsables?, pues claro que no pero con sus firmas, nuestras firmas, somos cómplices del trapicheo. Yo no quiero formar parte de una profesión que parece tan alejada del mundo real, al que tan pegada tendría que estar porque nuestras obras, las usan todos los ciudadanos sea cual sea su condición, y es para los ciudadanos para quienes tendríamos que construir no para los intereses de unos pocos, como ya he dicho antes. Pero quinto ya se ha acabado, ya sólo queda sexto para abandonar por fin esta carrera. El año pasado, en cuarto hubo muchas ocasiones en que pensé no empezar quinto, dejarlo todo cuando me empezaba a dar cuanta como olían ciertas cosas, pero no lo hice porque creí que tirar por la borda una carrera que estoy sacándome tan bien me parecía de cobardes por mucho que pudiera aborrecerla. Por eso, y a pesar de que hay cosas que veo, y oigo decir a los profesores sobre cómo funciona nuestra profesión a ciertos niveles que me hacen sentirme sucio y mal conmigo mismo por seguir aguantando en los comodísimos pupitres vintage de las aulas de la escuela día tras día. Pero esto va llegando a su fin. Cada vez más deprisa. Este año se me ha pasado volado, quizá también en parte por eso que he dicho hace unas líneas de que ha sido un curso realista para mí en el que no me he tenido que ocultar ni fingir ser quien no soy, bueno algo de teatro siempre se hace para intentar mantener unas relaciones personales que son casi ficticias, puros castillos de naipes, aunque más que teatro esa una especia de diplomacia que es como yo lo veo; no he tenido que fingir pensar cosas que no pienso, ni considerar amigos a quien no son más que compañeros de clase y casi ni eso. Quizá ha sido por este desenmascaramiento que me he impuesto por lo que he podido por fin disfrutar de mis amigos de verdad en la escuela, y disfrutar de ir cada mañana a la universidad rompiendo la solitaria monotonía que mi casa, y en particular mi habitación, me imprimen cuando no hay clase.

Por ser este curso el más realista para mí he podido tomarme todo lo que tenía que ver con la carrera con una tranquilidad que a veces hasta a mí me parecía impropia de mí lo que me ha permitido poder disfrutar más de la gente que más merece la pena en clase que son con los que más tiempo paso en ese sobrio y triste edificio gris de hormigón al que todos llamamos con cariño, odio, ilusión o amor Escuela, ¡y que nadie ose llamarla Facultad, porque si no….! Es muy probable que el hecho de haber descubierto que esta no es ni de lejos mi vocación – que hace cinco años me equivoqué de tal manera que mirando hacia atrás veo que he podido perder cinco años de mi vida que podría haber empleado para realmente formarme en lo que ahora (maldito tiempo que no avisa cuando debería) me doy cuenta que es realmente para lo que más valgo como son las letras y no los números (he aquí la eterna división de los universitarios españoles, letras o números, qué error más grandes, cómo si se pudieran estudiar los números sin contar con las letras) – me haya permitido poder descubrir que esta carrera no me merece más esfuerzo del que este año he realizado que aun habiendo sido importante, ya que sin estudio y esfuerzo esta carrera no se saca, no es ni de lejos lo que en años anteriores he dedicado a la carrera y a las diferente asignaturas. Y es que este año de todos los que llevo en la carrera en cuando menos he estudiado, y cuando más tiempo he dedicado a mí mismo: he estado yendo a la piscina de media tres días por semana, he retomado mis estudios de francés abandonados tras acabar la ESO apuntándome a una academia dos días por semana (días que no dedicaba nada a estudiar nada de la universidad), he leído más que ningún curso y empezando a escribir como hobby y como válvula de escape de mis ideas, pensamientos y sentimientos. Ha sido la escritura lo que más me ha gustado descubrir que soy capaz de hacer; gracias a ella la carrera me ha parecido lo que de verdad es, he podido descubrir que lo que merece la pena no es la carrera ni mucho menos, a pesar de que haya gente que sólo viva para lamerle el culo a algún profesor o vivir allí; nosotros mismos, cada uno de nosotros merecemos mucho más la pena que sacarse una asignatura, y también las personas que nos rodean y a las que llamamos amigos, a las que queremos, y sobre todo merecen la pena aquellos que nos quieren. Pero aunque sea triste siempre habrá gente que prefiera sacarse una asignatura cueste lo que cueste, o conseguir unos apuntes aun teniendo que ser falsos. Cada cual con su conciencia, ah se me olvidaba, la conciencia también es otra cosa que como no se pregunta en exámenes y no se evalúa no interesa tener, cómo he podido pasar por alto este matiz.

Quinto se acaba ya, está en sus últimos días, al menos de manera oficial, porque yo llevo ya con el interruptor de mi cabeza puesto en modo semi-vacaciones unos días. Y a pesar de que quiera y desee que se acabe quinto, también me gustaría que esto no sucediera porque esto implica volver a la rutina de la casi absoluta soledad que me da mi habitación, mi casa. La universidad, la Escuela, tendrá muchas cosas que odio y que me asquean, pero también tiene lo único de lo que me siento orgulloso y de lo que no me gustaría desprenderme nunca como son mis amigos. Que se acabe quinto implica no verles a diario, no bromear con ellos, no compartir momentos en la cafetería, no reírnos, ni criticar de manera conjunta a tal o cual profesor, o a tal o cual cátedra. El fin de curso, aunque parezca contradictorio para mí implica rutina, monotonía, soledad, tiempo libre; implica no ir todos los días a la escuela, lo que a veces es un alivio, pero que significa no estar con los únicos amigos que tengo. Pero este año también ha sido el año en que he decidido no pasar ningún fin de semana amargado en mi casa, y por tanto he empezado a salir yo solo, si no había oportunidad de poder quedar con nadie, a darme vueltas por Madrid, a descubrir nuevos sitios por esta ciudad increíble que algunos consideran fea y aburrida, cualidades ambas que yo no veo que encajen con la descripción de la Villa y Corte. Gracias a esa decisión de no quedarme en mi casa muerto del asco estudiando he descubierto sitios que jamás pensé que podían existir en Madrid, barrios como Chueca, Malasaña, Lavapiés o Tribunal, y rincones increíbles como la Plaza del Dos de Mayo donde en una de sus esquinas se esconde una librería de segunda mano que se ha convertido en un lugar obligado de peregrinación para mí cada cierto tiempo. Esto es lo que merece la pena y no la Escuela; la pena es que estas incursiones aventureras por Madrid y sus barrios todavía las tenga que hacer sólo.

Ya solo me queda sexto – espero – y por tanto el año que viene va a ser movidito, sobre todo por el Trabajo Fin de Carrera, algo que ocupará el pensamiento de todos mis compañeros durante todo el curso y que nos tendrá bastante ocupados, vernos si es para tanto y si cómo lo pintan es la realidad o pura imaginación para meter miedo. No creo que el año que viene vaya a ser tan placentero como este, aunque en principio no pienso variar mi forma de ver la carrera ni de cómo la afronto, con calma y tranquilidad que es como mejor se puede afrontar. Espero poder seguir escribiendo, nadando, leyendo y practicando mi francés; también deseo poder añadir a todo esto el emplear parte de mi tiempo libre para quedar con una novia que me pueda echar, o en su defecto con mis amigos; también espero echarle bemoles y comenzar a estudiar la carrera de Historia por la UNED, algo que de verdad me hace ilusión y me entusiasma bastante. Lo que sí sé que no voy a hacer es agobiarme por la carrera, aunque el año que viene toque tener que aguantar a un catedrático que vive en los mundos de yupi subido a una lámpara y se cree Dios, sólo porque no ha dado con alguien que se le enfrente de verdad. Pero ya será para menos. De momento hay que pensar que por desgracia, o mejor dicho por la incompetencia de quien diseña el calendario de exámenes, todavía me queda un examen y una vez pase, aunque parezca que ya estoy de vacaciones, estaré de verdad de vacaciones y quinto se habrá acabado espero que para no volver.


Caronte.

domingo, 8 de junio de 2014

El bohemio burgués del cúter

Hacía ya tiempo que tenía pendiente escribir y posteriormente publicar esto que estoy escribiendo y que vosotros estáis leyendo. Hace tiempo ya que un amigo me pidió que escribiera sobre él en el blog. Me lo dijo como reto, como si yo no me fuera a atrever, como si estuviera apostándose algo conmigo que seguro iba a ganar por incomparecencia mía; y es cierto que ha estado a punto de ganar esa apuesta virtual, porque no es fácil escribir sobre alguien siendo ese escrito una especie de encargo que esa persona está esperando y que tras la publicación del mismo éste puede ser del agrado o no de esa persona. Pero al final ha llegado el momento, aunque algo más tarde de lo que esta persona quizá hubiera querido, pero no quería defraudarle, escribiendo algo que no estuviese a su altura, ni a la mía, escribiendo algo sin sentimiento, plano y sin sentido alguno. Por esto me he pensado mucho este artículo y por eso ha tardado tanto en salir (además de que ahora de vacaciones, no teniendo que ir a la universidad, veo menos a mi amigo y si el artículo no le gusta pues no me puede dar una paliza con la barra que guarda en su coche).

Este amigo mío es más bien un tanto imbéc…, llegando al nivel de gilipol…; con grandes toques de cabr…, aunque pensándolo bien creo que ante todo en un grandísimo hij… No. No. La verdad es que aunque quizá este amigo mío querría que hablara mal de él, y así me lo dijo cuando me instó a escribir un artículo sobre él mismo, pero no puedo hacerlo porque no me sale; porque esta persona es muy buena gente, con muy poco maldad para con sus amigos, y aunque él quiera no parecerlo es una grandísima persona que siempre está dispuesta a ayudar a cualquiera sea amigo o simplemente un compañero cualquiera de la escuela. Eso sí, también he de decir que es la persona con más huevos y más franca de las que conozco, que dice las cosas como son aun a riesgo de meterse en fregados importantes dándole igual lo que piensen de él los demás, simplemente siendo fiel a sí mismo. Mantiene el más alto nivel de coherencia entre actos y palabras de todas las personas que conozco con lo que ello puede llegar a provocar, prefiera ser coherente consigo mismo a un falso integral como las muchas personas que nos rodean en la escuela. Yo mismo envidio esa coherencia personal de la que hace gala, ya me gustaría a mí mismo ser tan franco y sincero, y poder decir lo que opino sin tapujos y sin pelos en la lengua; aunque la verdad es que últimamente me corto cada vez menos, estoy empezando a ser cada vez menos políticamente correcto o diplomático. Cuando hay que ponerse serio, es la persona que más serio se pone y que más respeto puede llegar a imponer; nunca dice una palabra fuera de tono si no merece la pena y si se ha tenido que enfadar de verdad es porque el asunto lo merecía, si no, como buen estoico, pasa del tema no dándole la más mínima importancia. Y sus enfados son serios, tanto que a veces los afectados por los mismo esconden la cabeza como avestruces intentado que el asunto no les salpique, y salta con las cosas que le duelen o molestan de verdad, tanto si van contra él como si van contra otra persona si considera que es injusto.

Aunque siente su tierra como el que más, cada vez que puede se va a sus pueblos de Soria o Toledo a subirse al monte como él dice, se siente profundamente francófilo, ama todo lo que tiene que ver con nuestro país vecino, con los remilgados franceses (en este punto seguro que este comentario no le gusta y me lo echa en cara), lee los periódicos franceses por internet y escucha la radio de nuestro vecinos. Habla francés con bastante fluidez, fruto de algún que otro verano ayudando en campamentos en Francia; y cada vez que me meto con mis queridos amigos europeos, los franceses, me empieza a decir que sin ellos no tendríamos muchos inventos muy útiles hoy en día (¿la guillotina?) y a defenderlos a ultranza, cual mosquetero defendiendo a su rey. Además, aunque creo que esto es más bien debido a su animadversión contra el Real Madrid, cada vez que éste ha jugado contra algún equipo francés siempre ha apoyado a los gabachos; es más recuerdo una ocasión, creo que fue en primero de la carrera, que el Madrid perdió contra el Olympique de Lyon y al día siguiente, este gran amigo mío se presentó en la universidad con la bufanda de los franceses, echándole un par de bemoles; he de añadir que es seguidor de un noble equipo de fútbol: el Numancia, que juega en los pajaritos (y cuyo himno lo ha hecho Mª Jesús con su acordeón). A parte de a Francia, también ama los coches, la automoción, y quizá sea una de las personas que más sepa del tema de toda la Escuela de Caminos, y cuando digo saber es que sabe mucho, no algunas pinceladas que para dar imagen de conocimiento algunos aprenden. Es asiduo seguidor de las más importantes revistas de coches de Europa, me viene a la memoria el AutoBild que siempre que pasamos por algún quiosco mira a ver si la tienen para comprarla; además de gustarle los coches de verdad, también colecciona coches en miniatura, algunos de los cuales se los hace traer desde Alemania, y puedo asegurar que su colección, que tiene expuesta en varias vitrinas en su habitación, es la más variada y extensa que he visto (no es mucho mérito siendo la única colección de este tipo que he visto, pero va camino de anexionarse alguna otra habitación de su casa para seguir con ella).

Pero ahora viene lo duro, y es que por muy buena persona que sea creo que en su casa no tiene espejo alguno, si lo tuviera no vendría con esas pintas de talibán afgano, de musulmán con un harén de cuarenta vírgenes (¡cómo para mantenerlas a todas!); pero no solo por eso sino porque tiene fijación en llamar a los demás cosas que también lo es él mismo. Para refutar esta acusación pongo un ejemplo, y es que cada vez que voy a la universidad vestido como a mí me gusta, es decir con camisa, jersey y pantalón de vestir (esto en invierno) me llama abuelo/yayo Herman (usa este nombre debido a mi alto parecido físico con una ario alemán, aunque nada más lejos de la realidad), o papi Herman si voy simplemente con camisa y vaqueros; cuando él por norma general viste de la misma manera que yo casi durante todo el año, exactamente igual: pantalón, camisa y jersey, o polo en verano (siendo además prendas todas de primeras marcas). Yo supongo esta aparente incoherencia o negación de la realidad es porque la envidia que tiene a mi cuerpo hercúleo y apolíneo le nubla la visión, normal. Pero aunque parezca que esto que acabo de decir es una crítica, no lo es, si no fuera por esos dulces calificativos que nos dedicamos mutuamente los días en la universidad serían pura basura (¿más?) y muy monótonos y aburridos. Y es que como buen hijo de periodista que es domina el arte de la palabra y el calificativo como el mejor y así me dedica perlitas como: cerdo chupóptero, perro del imperialismo, esbirro del capitalismo, oligarca explotador, fascista, Judas, traidor, Cánovas (adjetivo que me dedicaba ante cuando según mi amigo me parecía a este gran político decimonónico) o potentado. Este último, a pesar de que pueda resultar el más flojo, es el que más gracia me hace viniendo de una persona como él, que tiene tres coches (aunque es cierto que uno lleva varios años muerto en una plaza de aparcamiento de su casa esperando un sepelio digno), dos casas, una en alquiler y otra con parquet (y digo lo del parquet porque en primero de carrera en una conversación que no recuerdo por qué se produjo, hablando sobre nuestras casas otro amigo en común comentó que en su casa no había parquet a lo que mi gran amigo salto ¡NO TENÉIS PARQUET!), además le gusta veranear donde lo hace Rajoy y le llevan el pan a casa. Y es que me llama potentado porque me voy en verano a la playa unos días y luego a alguna ciudad extranjera a visitarla, como si él no se hubiera ido el año pasado a Francia con sus padres en coche durante una semana (o más no me acuerdo). Eso sí a pesar de llamarme a mí potentado, u oligarca explotador, él miso se define a sí mismo como un bohemio burgués, casi nada. Lo dicho creo que espejos no tiene en su casa, o muy pocos.

Sin embargo he de decir que cuando yo le conocí la primera impresión que me dio fue de ser mucho más diferente a mí de lo que una vez le conocí supe que era. Y es que a pesar de que venimos de mundos diferentes, sus padres ambos tiene carrera y ha estudiado en colegios de curas, mientras que yo a parte de estudiar en colegios laicos y públicos (el instituto) tengo unos padres que no tienen carrera, y además vivo como él mismo dice en un pueblo (cosa que es cierto aunque Vicálvaro, donde vivo, pertenezca a Madrid desde hace 60 años), y él en Madrid (teniendo en cuenta que considera que todo lo que esté más al sur de Príncipe Pío no es Madrid, sino pueblos aledaños que se han ido incorporando a la capital). Quizá este amigo sea con quien más gustos pueda compartir, y forma de ser también aunque a primera vista no lo parezca, además somos casi de la misma ideología, con pequeños matices (o grandes según se mire), aunque todo el tiempo me esté llamando fascista. Además es un gran amigo, con todas las letras y con el más amplio sentido de la palabra amigo, siempre que me ha visto mal o preocupado por algo o por alguien me ha intentado ayudar, incluso si fuera necesario me ha llegado a amenazar con un cúter que lleva siempre consigo en su estuche a la universidad (supongo que lo lleva con la esperanza de usarlo algún día para algo, aunque no sé muy bien para qué, o contra quién) para que reaccionara y me espabilara y dejara de hacer el gilipollas; además siempre dice la verdad, aunque a veces no quiera oírla, cosa que es de agradecer.

A parte de ser uno de mis mejores amigos, también fue el único testigo, casi diría yo el único privilegiado en presenciar la más mítica y épica de las caídas que he tenido en mi vida. Este suceso ocurrió durante los segundos parciales de primero de carrera, más concretamente antes de empezar el segundo parcial de Álgebra Lineal, allá por el mes de junio de 2010 por la tarde. Como nuevos, imberbes, novatos estudiantes que éramos, yo que suelo ser curioso por naturaleza decidí meterme a investigar y curiosear en una clase tipo anfiteatro (de cerca de 350 asientos) de la primera planta de mi escuela. No iba sólo, sino que a parte de esta persona como digo, iban también otros dos compañeros. Como digo, me metí en esa clase que por otro lado estaba completamente a oscuras y me subí al estrado del profesor, una gran plataforma que abarca todo el frontal de la clase, desde la cual imparten sus conocimientos sus señorías los profesores y catedráticos de la universidad. No se veía un pimiento, y además el suelo de la clase era de color gris oscuro con lo que el borde de la tarima había que intuirlo, cosa que no hice y es que a la hora de querer bajarme del estrado pues resulta que calculé mal dónde se encontraba el borde del mismo e intentando emular a Jesucristo intenté caminar en el vacío, con la consiguiente caída a peso muerto que experimenté. ¡Plafff! Ni siquiera intenté parar la caída, no me dio tiempo, no me la esperaba. No me hice ningún daño, por aquel entonces mi cuerpo estaba más mullidito de lo que lo está ahora. Lo que más recuerdo fue la forma en que caís, como una  bisagra de una puerta, pasé de estar en vertical y estar horizontal tendido en el suelo todo lo largo que era. Sólo vio esta caída esta persona de la que llevo hablando todo el artículo, aunque el sonido traspasó las puertas de la clase y alcanzó al resto de compañeros con los que iba al examen. Me levanté lo más rápido que pude y rompí a reír de la mejor manera que se puede hacer: acompañado de un amigo, varios minutos estuvimos riéndonos, y todavía hoy cuando recuerdo este momento me entra la risa. Siempre que intento contar esta anécdota a otras personas, y está el testigo de la misma presente le dejo que lo haga él ya que la vio desde fuera y además la narra casi mejor que yo.

Creo que poco más puedo añadir sobre esta persona sin poder revelar secretos que si los espías del CNI leyeran pudieran concluir con la detención de mi amigo por apropiación indebida de cierto material de oficina procedente de cierto lugar que él y yo sabemos. Ambos guardamos secretos el uno del otro y por tanto nuestra relación que aparte de poder ser de sincera amistad, también lo es de mutuo interés porque no se conozcan estos secretos. Quizá después de leer este pequeño resumen de nuestras vivencias en común, o de mi visión sobre ellas, quede decepcionado porque no me he metido con él como quizá podría haber esperado, pero no podría haberlo hecho aunque me hubiera estado amenazando a punta de cúter este bohemio burgués amante de los coches y de la cultura francesa a quien tanto quiero y aprecio y al que creo poder llamar amigo con mucho orgullo de hacerlo, y sintiéndome un privilegiado por ello. Seguro que se me quedan cosas por contar, algunas, seguro que me las recordarán a posteriori los amigos que tenemos en común, o los compañeros de la escuela que también compartimos, pero si pusiera todo lo que esta persona merece es posible que no acabara nunca de escribir, porque a medida que lo fuera haciendo me irían surgiendo anécdotas, vivencias que he podido vivir con él en esto años de universidad, y cosas divertidas que contar o que poder criticarle. Simplemente espero que en el futuro pueda volver a hacer otro artículo sobre él, lo que indicará que seguiré teniéndolo como amigo y compartiendo más momentos alegres, a pesar de que dice que cuando acabe la carrera se quiere ir lo más lejos posible, quizá Nueva Zelanda que es lo más lejos que se me ocurre a mí, aunque vaya donde vaya espero seguir teniéndolo como amigo, y además si se va a un país exótico ya tendría casa donde ir.


Caronte.