Hace ya casi un
año que me despedí de la Feria del Libro 2013 deseando dar la bienvenida a la
del año 2014, y ayer fui a servirle honores a la mayor fiesta de los libros que
se celebra no ya solo en Madrid sino en España. Muchos son 365 para pasarlos
deseando que llegue algo, pero si ese algo merece la pena la espera no es tan
dura, y si mientras tanto uno puede estar acompañado por libros, sumergido en
un mar de letras mejor que mejor. Todos los años, desde hace ya unos cuantos,
cuando se acerca el mes de junio empiezo a pensar única y exclusivamente en ir
a la Feria del Libro; desde primeros de mayo empiezo a ansiar con fuerza que se
abran las decenas de casetas que jalonan todo el paseo de coches de los
Jardines del Buen Retiro, y poder ir a mezclarme en la marea humana que llena
el asfalto y que impide que se pueda ver. Es un ritual que llevo repitiendo
muchos años, y al cual solo faltaría por causa de enfermedad, ni siquiera los exámenes
de la universidad (ni mucho menos algo que no merece la pena como mi Escuela
iba a impedirme ir a la Feria) han impedido que vaya año tras año y un par de
días a la Feria a comprar algún libro; y espero no faltar en el futuro sean cuales
sean las circunstancias personales que tenga en cada momento. Para mí la Feria
del Libro es uno de los eventos insustituibles a los que asisto todos los años.
Como corresponde a
un buen fin de semana de Feria del Libro, la tarde estaba radiante con un cielo
pintado con un intenso color azul propio y digno de la mejor de las primaveras,
lleno a su vez de esponjosas nubes de algodón blanco. Como buen fin de semana
ferial el cielo aunque de cara amable guardaba a lo lejos la amenaza de la
lluvia, fiera enemiga de los libreros y del papel, pero ¿qué sería una Feria
del Libro sin uno de esos magníficos e inesperados caparrones primaverales que
pillan desprevenidos a la multitud de paseantes y lectores que abarrotan las
casetas? No sería lo mismo ir al Retiro en estas dos semanas si no hubiese esa
permanente amenaza oculta de poder acabar un poco mojados y tener que correr a
protegerse bajo los toldos color crema de las diferentes casetas de la Feria, o
a cobijarse bajo las enormes verdes copas de los árboles. Esto también es la
Feria del Libro. Recuerdo hace unos años una tarde que estaba en la Feria
acompañado de un buen amigo, Ángel (espero que no le moleste que use su nombre),
con quien desde que estoy en la universidad he estado yendo año tras año al
menos uno de los tres sábados que cubre la Feria y que desgraciadamente para
mí, aunque también con cierta alegría por él, este año no podrá acompañarme por
estar en Múnich de Erasmus. Aquella tarde, hace dos o tres años, estaba igual
que la de este año, el mismo cielo, las mismas nubes, sin embargo hacía algo
más de viento lo que hizo que de repente y sin que nadie de los aficionados a
los libros que estábamos en el Retiro nos lo esperáramos cayó un chaparrón más propio
de latitudes ecuatoriales, de una intensidad endiablada las gotas caían
intentando hacer daño y perforar las delicadas bolsas de papel en la que los
afortunados compradores de libros llevan sus adquisiciones. Dicha tromba de
agua duró apenas cinco minutos e hizo que todos los visitantes de la Feria
buscaran refugio donde fuera. Ángel y yo nos refugiamos a la altura del Florida
Park debajo del toldo de una de las casetas con otras personas. Los libreros,
con buen ojo, en cuanto vieron que el agua caía con esa violencia se
apresuraron a extender los toldos para intentar dar cobijo a la mayor parte de
la gente allí congregada aquella tarde. Una vez la tormenta, más bien la nube
maldita, pasó, todo volvió a la normalidad, eso sí al menos yo volví más
contento que antes de la tromba, me resultó gracioso vernos correr para
intentar no mojarnos, bueno Ángel corría poco, y es que como buen boy scout
estaba acostumbrado a mojarse. Tengo muy buenos recuerdos de las Ferias del
Libro pasadas con Ángel, no puedo olvidar que con él fue la primera vez que fui
a que un autor me firmara un libro, en aquella ocasión y hace ya un par de años
fue Eduardo Mendoza y Almudena Grandes, y la verdad es que para lo nervioso que
estuve entonces y que cada vez que voy a que me firme un autor algún libro, he
de decir que Ángel estaba más que tranquilo, no se inmutaba ante nada. Espero
este año poder ir con otros amigos y poder también guardar buenos recuerdos de
ello, aunque para ello tenga que sacar el látigo y obligarles a acompañarme al
Paseo de Coches.
Sin embargo este
año había una importante diferencia con los anteriores, y es que la temperatura
que hacía para estar en junio, en las postrimerías de la primavera se me
antojaba más otoñal, de principios de dicha estación, que propia de las fechas
en las que estábamos (a tres semanas de la llegada del invierno), pero es que
todos sabemos que hasta el cuarenta de mayo…No voy a ser yo quien se queje de
la temperatura que hacía, para mí era perfecta para estar en la Feria, para ir
de caseta en caseta buscando esos libros que estaban esperándome; aunque tengo
que reconocer que se me hizo raro ver poca ropa de verano, pocas camisetas y
camisas de manga corta, poco pantalón bermudas y poco tirante en las chicas,
sólo unos pocos se atrevían con esas prendas, más bien para llamar la atención
que porque fueran necesarias. Algo raro sí, pero todavía estábamos en el primer
sábado de Feria, quedaban dos más y el calor seguro que iba a llegar. Como he
dicho la tarde estaba perfecta para ir a ver, descubrir y comprar algunos
libros, pero además yo iba a que varios de mis autores preferidos, algunos
descubiertos en el último año, me firmaran varios libros, y a ello me dispuse
con la ayuda de mis padres. El primer objetivo fue la gran Julia Navarro, autora de entre otros libros “Dime quien soy” y “Dispara,
yo ya estoy muerto”, dos novelas inmensas (más de 950 páginas cada una)
cuyas páginas cuentas dos grandes historias conmovedoras llenas de intensidad,
aunque a mí la que más me gustó fue la primera; a pesar de que yo pensaba que
por fama y ventas íbamos a tener que esperar una larga cola para que nos
firmara estos dos libros la verdad fue que fue llegar y besar el santo, no
tuvimos que esperas más que la autora firmara a una persona. Cuando nos llegó
el turno mi madre saludó efusivamente a la escritora y expuso sus opiniones
sobre los dos libros, yo en este caso guardé algo más de silencio, dejé que
fuera mi madre a quien también le hacía mucha ilusión aquello que dijera para
quien tenía que dedicar los dos libros. Una vez firmados estos dos grandes
libros, que pesan un quintal, seguimos avanzando por el Paseo de Coches hasta
poder alcanzar a nuestro siguiente objetivo, éste ya algo más personal mío. En
este caso tampoco tuvimos que esperar mucho, algo más que para Julia Navarro
pero no mucho más, y es que Javier Reverte es el mejor escritor de libros de
viajes que hay en este país, y aunque menor que en otros géneros, también tiene
un público muy importante al que desde que he terminado de leer “El sueño de África” me he
incorporado. Si Julia Navarro me había
parecido una escritora, tímida, poco acostumbrada a las grandes masas que
conlleva la Feria del Libro, Javier
Reverte, por el contrario me pareció una persona ya veterana en estas
lides, y mucho más amable y cercano como escritor, algo que también se ve en la
dedicatoria que me hizo en el libro que he citado y en otro que me compré para
que también me lo firmara, en este caso la adquisición fue “El río de la luz”.
Poco a poco iba
cumpliendo mis objetivos, tanto de libros como de firmas. El siguiente era Juan Eslava Galán un escritor de novela
normal y corriente, pero también de libros de historia contada de una manera
muy peculiar, muy amena desde puntos de vista poco convencionales y añadiendo
anécdotas que ayudan a que la historia no sea tan densa como es de costumbre
(aunque a mí me guste tal como es de normal); y eran dos de estos libros de
historia, “Historia de España contada
para escépticos” y “Historia
del mundo contada para escépticos” los que llevé para que me firmara. También
en este caso Eslava Galán me pareció
un tipo muy simpático y corriente, hablador y muy amable, y también como en el
caso de Javier Reverte, sus dedicatorias
fueron algo más extensas y personales que las de Julia Navarro. Pero cada autor es un mundo, y no hay que olvidar
que son también personas como sus lectores, y como personas cada cual es
diferente. La tarde seguía avanzando y las nubes iniciales de algodón empezaban
a transformarse en amenazantes nubes grises de chaparrón, pero todavía no eran
más que posibles amenazas, una espada de Damocles que teníamos que aceptar. Da
la casualidad que sin esperármelo descubrí que un autor que no pensaba que iba
a firmar libros esa tarde estaba haciéndolo, y para no desperdiciar dicha oportunidad
decidí comprar un libro suyo para que estampase su rúbrica en él. Este autor,
para mí uno de mis preferidos era Javier Marías, alguien que a no mucho tardar
estoy convencido que se convertirá en el próximo Premio Nobel español, por mucho
que otro buen amigo mío se ría de mí cada vez que lo digo, guarden estas
palabras queridos lectores, guarda estas palabras querido amigo mío. Como he
dicho para aprovechar la presencia inesperada de Javier Marías decidí comprar su libro “Todas las almas” y llevárselo a que me lo firmara. He de
decir que ya había ido anteriormente a que Javier
Marías me firmara unos libros, fue durante el Día del Libro, y creo que no
he estado más nervioso en toda mi vida que aquel 23 de abril, de verdad; por
tanto esa tarde en la Feria del Libro ya sabía a quién me enfrentaba, a una
persona algo arisca a la primera impresión pero muy amable y agradecido con sus
lectores una vez te sueltas a hablar y cruzas unas palabras con él; por cierto
he de decir que es zurdo, algo que me sorprendió bastante, no por nada malo
sino porque no me lo imaginaba.
La tarde estaba ya
más que completa. Mis objetivos estaban sobradamente cumplidos, mis padres
cargados de bolsas con libros traídos de casa para que fueran firmados y de
nuevas adquisiciones. Sin embargo me quedaba por hacer una compra, y es que
desde que leí en El País un artículo relacionado con este libro, he estado
esperando que llegara la Feria del Libro para poder adquirirlo; “Nos vemos allá
arriba” de Pierre Lemaitre es la novela ganadora del premio más prestigioso de
las letras francesas, y trata sobre la Gran Guerra de cuyo fatídico inicio se
conmemoran este año 100 años. La tarde de libros por el Retiro, mi tarde de
libros por el Retiro con mis padres estaba llegando a su fin, y la lluvia
parecía que iba a hacer acto de presencia para también honrar a la Feria en su
nueva edición. Por ese sábado todos mis planes se habían cumplido y con creces,
había ido a la Feria del Libro, había comprado algunos nuevos ejemplares y
había llevado otros a que me los firmaran sus autores, y además había conocido
a dichos autores, ¿qué más podía pedir? Nada. Ya sólo me quedaba esperar a que
llegara el siguiente sábado para volver a acercarme a ese gran pulmón que son
los Jardines del Buen Retiro, porque a diferencia de Central Park o Hyde Park, El
Retiro es un jardín que en su día perteneció al que probablemente hubiera sido
el palacio más imponente de toda Europa si no hubiera sido por los facinerosos
de los gabachos que durante la Guerra de Independencia española usaron la
fachada del Palacio del Buen Retiro como diana para hacer prácticas de tiro.
Sólo quedaban ya
siete días para poder volver a acercarme a la Feria del Libro, a respirar el
ambiente literario que se vive a lo largo de todo el Paseo de Coches, a
intentar hacerme paso por entre la gente que se agolpa delante de las casetas
para, sin haber comprado nada y sin tener la intención de que algún autor les
firme algún libro, poder ver a ese famoso que firma libros. Esto es en sí mimo
la Feria del Libro, la aglomeración de gente, oler a libro nuevo, a tinta
recién impresa, a hojas llenas de historias, pasear o intentarlo entre la
gente, a admirar la exposición de fotografía que alrededor del Florida Park
acompaña a los visitantes y que ameniza el paseo, el buscar la complicidad de
los escritores, el comprar alguna novela que llevabas años deseando tener entre
tus dedos, el descubrir novelas que ni te pensabas que existían pero que te
estaban esperando. Esto es la Feria para mí, y no lo cambio por nada del mundo.
El siguiente sábado tocará intentar convencer a algún amigo para que me acompañe
ya que Ángel, como he dicho, está en Alemania, pero seguro que lo consigo, ¿qué
mejor plan hay para un sábado por la tarde que ir al Retiro? Ninguno.
¿Estudiar? Ni pensarlo, no merece la pena. Mientras tanto, mientras pasa la
semana, sé que los libros seguirán allí esperándome hasta el fin de semana
siguiente, desenado que los coja entre mis manos y los abra para descubrir las
historias que encierra el mar de letras de sus páginas. Y yo iré como llamado
por las sirenas, a cuyo canto no me podré resistir, y no querré resistirme.
Caronte.
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