viernes, 13 de junio de 2014

Reflexiones acabando quinto

Pues parece que quinto se va acabando, el curso ya está prácticamente finiquitado, faltan los últimos flecos ya casi testimoniales aunque también importantes. Para mí el día 20 de junio tras acabar el examen de ingeniería del tráfico habrá terminado mi paso por quinto curso de la Escuela de Caminos de Madrid, aunque me quede alguna asignatura para septiembre yo eso no lo considero quinto sino los principios de sexto aunque de las asignaturas que se supone que me tendría que examinar fueran de quinto aún. Da igual. Quinto ya es historia, o casi, y menos mal porque la carrera cada curso que ha ido pasando se me ha ido haciendo cada vez más cuesta arriba y lo único que deseo ya es que acabe pronto.

Podría estar ya de vacaciones, disfrutando de la rutina de mierda que el tiempo libre me impone y que la ausencia de clases en la universidad acentúa aún más si quiera, pero este año, los lumbreras diseñadores del calendario universitario de exámenes han decidido hacen malabares absurdos con las fechas de los diferentes exámenes y me han endiñado, a mí y a mis compañeros de especialidad, un examen en medio de un puente, el del Corpus. ¡Qué genios! De verdad mi más sincera enhorabuena a quiénes hayan decidido que el día 20 de junio, viernes, haya examen en la Escuela. Pero no contentos con eso, que supongo les parecía poca cosa, encima dicho examen es a las cuatro de la tarde y tiene una duración de dos horas y media; siendo ingeniería del tráfico una asignatura cuatrimestral de especialidad me parece más que desproporcionado cuando los exámenes de este año de momento no están siendo extremadamente largos (gracias a Dios, que en el caso de la Escuela supongo que será el director de la misma, que las asignaturas de este curso ya no tienen exámenes de duración total más de cuatro horas contando un descanso). Cabría esperar mayor diligencia a la hora de diseñar los calendarios de exámenes pero parece ser que este año los han hecho con los dados, o jugando a los dardos poniendo un calendario en una pared y tirando con los ojos vendados los dardos y donde caían pues habían caído.

No encuentro más explicación que esta a cómo han caído, al menos en quinto los exámenes de los segundos parciales y finales de junio. No es posible que en cuatro días del 24 al 27 de mayo tuviéramos dos exámenes, y además de dos de las asignaturas más duras y con mayor temario del curso y luego casi en 25 días sólo tuviéramos tres exámenes. Y digo solo, no porque crea que deberíamos haber tenido más, para nada, con los que hemos tenido ha sido suficiente, sino que no veo lógica a que para las asignaturas más jodidas haya tanta prisa por poner los exámenes y colocarlos tan juntitos en el tiempo y para el resto se tomen tantísimo tiempo. Lo único bueno que esto ha tenido ha sido que este período de exámenes de quinto, para mí, ha sido el más relajado de cuantos llevo en la Escuela, eso no quiere decir que sea algo general, tengo amigos y compañeros que por desgracias que se producen en esta carrera, o por caprichos de ciertos catedráticos amargados con su vida marital, tienen asignaturas pendientes del año pasado y están bastante agobiados, dicho sea de paso. Con esto no pido que los exámenes estén todos juntos en una única semana, lo que supondría nuestra muerte y la destrucción de nuestra columna vertebral debido a los magníficos taburetes de hojalata tan cómodos en los que debemos hacer los exámenes, pero tampoco creo que una separación entre ellos de una semana sea algo normal, cuando en cinco años este curso ha sido el primero en que se ha dado un calendario de exámenes tan perfectamente diseñado.

Pero bueno en el fondo la cuestión es que ya se ha acabado quinto. ¡Adiós quinto! ¡Hasta nunca! Me alegro de que haya acabado este curso tan, cómo definirlo sin llegar a herir sensibilidades, tan realista. Creo que realista es la palabra adecuada para definir mi paso por este penúltimo curso de la carrera. Realista porque me he dado cuenta de lo que realmente nunca tuve que hacer que fue empezar esta carrera; este ha sido el año en el que he visto por fin que no quiero pertenecer a este mundo de la ingeniería civil tal y como está planteado a día de hoy en este país; no quiero pertenecer a esa “casta”, palabra tan de moda últimamente en los medios de comunicación, a la que creo que esta carrera y esta Escuela acaban conduciendo, casta que sólo va a velar por sus propios intereses cuando el fin último de un ingeniero de caminos es el de realizar la obra pública que haga bien a la sociedad en su conjunto y no a unos intereses económicos (intereses particulares de unos pocos a los que muchos en mi escuela querrían pertenecer, algunos de los cuáles algún día lograrán) que nada tiene que ver con la sociedad a la que un ingeniero debería servir siempre. Pero no, es mucho más importante llenarte el bolsillo con un suculento contrato de obra pública aún a sabiendas que esa obra que vas a llevar a cabo no sólo no es necesaria sino que cuesta mucho menos de lo que en realidad se dice; y así es como a día de hoy en España tenemos grandes infraestructuras civiles (carreteras, aeropuertos, vías de ferrocarril, etc.) que no sólo no son rentables, que por ser algo que se supone se realiza por el bien y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos no tendría por qué dar beneficios, sino que están costando dinero a todos por el mero hecho de que había un político que quería tener un aeropuerto en su provincia (véanse los casos de Castellón, Ciudad Real o Reus), unos alcaldes que querían que el AVE parara por su pueblo, y digo pueblo con todo el significado del mundo, porque se supone que es algo que todo pueblo debería tener (el caso de Tardienta en la provincia de Huesca es muy ilustrativo de esto que digo, con menos de 1000 habitantes tiene estación de AVE, con un par di que sí que se sientan orgullosos en ese pueblo). Sin embargo el caso más hiriente de todos los excesos en obra civil, patrocinada y firmada por gente de la que una vez haya acabado la carrera seré compañero de profesión, son las autopistas radiales de peaje que se han hecho por toda España; en este caso para que los empresas privadas que exigían construir y posteriormente explotar dichas carreteas, éstas tenían que presentar una serie de informes en los que aparecieran las previsiones de uso de las autopistas, informes firmados por ingenieros de caminos, canales y puertos; esto informes dijeron que iban a tener un tráfico casi estratosférico y que iban a ser más que rentables quitando incluso vehículos a las autovías estatales. Pues bueno, la realidad no sólo ha dicho que estos informen fueron erróneos, sino que sabiendo ahora lo que sé por estar en la carrera que estoy me doy cuenta de que esos informes no fueron erróneos sino simplemente falseados, y firmados por el correspondiente ingeniero de caminos, con el aval, y quizá la premisa también, de los políticos interesados y los empresarios con intereses económicos particulares y a quienes los intereses de la gente pues como que les dan igual. Estos ingenieros de caminos que firmaban dichos informen y firman a día de hoy muchos proyectos cuyos presupuestos se infravaloran para que así luego las empresas puedan pedir más dinero, prefirieron obviamente llevarse un buen pellizco sacrificándose su profesionalidad. Pero claro la honradez no es materia de examen y por tanto no interesa ni aprenderla ni enseñarla, porque si no todo el chiringuito levantado desde hace ya muchas décadas podría dejar de ser rentable para unos pocos.

Yo no quiero pertenecer a este mundo, y quinto me ha terminado por dar la razón, y abrirme los ojos ante este caciquismo que desde hace muchos años hunde a España. Guste o no los ingenieros de caminos participan de este juego, ¿qué no son los verdaderos responsables?, pues claro que no pero con sus firmas, nuestras firmas, somos cómplices del trapicheo. Yo no quiero formar parte de una profesión que parece tan alejada del mundo real, al que tan pegada tendría que estar porque nuestras obras, las usan todos los ciudadanos sea cual sea su condición, y es para los ciudadanos para quienes tendríamos que construir no para los intereses de unos pocos, como ya he dicho antes. Pero quinto ya se ha acabado, ya sólo queda sexto para abandonar por fin esta carrera. El año pasado, en cuarto hubo muchas ocasiones en que pensé no empezar quinto, dejarlo todo cuando me empezaba a dar cuanta como olían ciertas cosas, pero no lo hice porque creí que tirar por la borda una carrera que estoy sacándome tan bien me parecía de cobardes por mucho que pudiera aborrecerla. Por eso, y a pesar de que hay cosas que veo, y oigo decir a los profesores sobre cómo funciona nuestra profesión a ciertos niveles que me hacen sentirme sucio y mal conmigo mismo por seguir aguantando en los comodísimos pupitres vintage de las aulas de la escuela día tras día. Pero esto va llegando a su fin. Cada vez más deprisa. Este año se me ha pasado volado, quizá también en parte por eso que he dicho hace unas líneas de que ha sido un curso realista para mí en el que no me he tenido que ocultar ni fingir ser quien no soy, bueno algo de teatro siempre se hace para intentar mantener unas relaciones personales que son casi ficticias, puros castillos de naipes, aunque más que teatro esa una especia de diplomacia que es como yo lo veo; no he tenido que fingir pensar cosas que no pienso, ni considerar amigos a quien no son más que compañeros de clase y casi ni eso. Quizá ha sido por este desenmascaramiento que me he impuesto por lo que he podido por fin disfrutar de mis amigos de verdad en la escuela, y disfrutar de ir cada mañana a la universidad rompiendo la solitaria monotonía que mi casa, y en particular mi habitación, me imprimen cuando no hay clase.

Por ser este curso el más realista para mí he podido tomarme todo lo que tenía que ver con la carrera con una tranquilidad que a veces hasta a mí me parecía impropia de mí lo que me ha permitido poder disfrutar más de la gente que más merece la pena en clase que son con los que más tiempo paso en ese sobrio y triste edificio gris de hormigón al que todos llamamos con cariño, odio, ilusión o amor Escuela, ¡y que nadie ose llamarla Facultad, porque si no….! Es muy probable que el hecho de haber descubierto que esta no es ni de lejos mi vocación – que hace cinco años me equivoqué de tal manera que mirando hacia atrás veo que he podido perder cinco años de mi vida que podría haber empleado para realmente formarme en lo que ahora (maldito tiempo que no avisa cuando debería) me doy cuenta que es realmente para lo que más valgo como son las letras y no los números (he aquí la eterna división de los universitarios españoles, letras o números, qué error más grandes, cómo si se pudieran estudiar los números sin contar con las letras) – me haya permitido poder descubrir que esta carrera no me merece más esfuerzo del que este año he realizado que aun habiendo sido importante, ya que sin estudio y esfuerzo esta carrera no se saca, no es ni de lejos lo que en años anteriores he dedicado a la carrera y a las diferente asignaturas. Y es que este año de todos los que llevo en la carrera en cuando menos he estudiado, y cuando más tiempo he dedicado a mí mismo: he estado yendo a la piscina de media tres días por semana, he retomado mis estudios de francés abandonados tras acabar la ESO apuntándome a una academia dos días por semana (días que no dedicaba nada a estudiar nada de la universidad), he leído más que ningún curso y empezando a escribir como hobby y como válvula de escape de mis ideas, pensamientos y sentimientos. Ha sido la escritura lo que más me ha gustado descubrir que soy capaz de hacer; gracias a ella la carrera me ha parecido lo que de verdad es, he podido descubrir que lo que merece la pena no es la carrera ni mucho menos, a pesar de que haya gente que sólo viva para lamerle el culo a algún profesor o vivir allí; nosotros mismos, cada uno de nosotros merecemos mucho más la pena que sacarse una asignatura, y también las personas que nos rodean y a las que llamamos amigos, a las que queremos, y sobre todo merecen la pena aquellos que nos quieren. Pero aunque sea triste siempre habrá gente que prefiera sacarse una asignatura cueste lo que cueste, o conseguir unos apuntes aun teniendo que ser falsos. Cada cual con su conciencia, ah se me olvidaba, la conciencia también es otra cosa que como no se pregunta en exámenes y no se evalúa no interesa tener, cómo he podido pasar por alto este matiz.

Quinto se acaba ya, está en sus últimos días, al menos de manera oficial, porque yo llevo ya con el interruptor de mi cabeza puesto en modo semi-vacaciones unos días. Y a pesar de que quiera y desee que se acabe quinto, también me gustaría que esto no sucediera porque esto implica volver a la rutina de la casi absoluta soledad que me da mi habitación, mi casa. La universidad, la Escuela, tendrá muchas cosas que odio y que me asquean, pero también tiene lo único de lo que me siento orgulloso y de lo que no me gustaría desprenderme nunca como son mis amigos. Que se acabe quinto implica no verles a diario, no bromear con ellos, no compartir momentos en la cafetería, no reírnos, ni criticar de manera conjunta a tal o cual profesor, o a tal o cual cátedra. El fin de curso, aunque parezca contradictorio para mí implica rutina, monotonía, soledad, tiempo libre; implica no ir todos los días a la escuela, lo que a veces es un alivio, pero que significa no estar con los únicos amigos que tengo. Pero este año también ha sido el año en que he decidido no pasar ningún fin de semana amargado en mi casa, y por tanto he empezado a salir yo solo, si no había oportunidad de poder quedar con nadie, a darme vueltas por Madrid, a descubrir nuevos sitios por esta ciudad increíble que algunos consideran fea y aburrida, cualidades ambas que yo no veo que encajen con la descripción de la Villa y Corte. Gracias a esa decisión de no quedarme en mi casa muerto del asco estudiando he descubierto sitios que jamás pensé que podían existir en Madrid, barrios como Chueca, Malasaña, Lavapiés o Tribunal, y rincones increíbles como la Plaza del Dos de Mayo donde en una de sus esquinas se esconde una librería de segunda mano que se ha convertido en un lugar obligado de peregrinación para mí cada cierto tiempo. Esto es lo que merece la pena y no la Escuela; la pena es que estas incursiones aventureras por Madrid y sus barrios todavía las tenga que hacer sólo.

Ya solo me queda sexto – espero – y por tanto el año que viene va a ser movidito, sobre todo por el Trabajo Fin de Carrera, algo que ocupará el pensamiento de todos mis compañeros durante todo el curso y que nos tendrá bastante ocupados, vernos si es para tanto y si cómo lo pintan es la realidad o pura imaginación para meter miedo. No creo que el año que viene vaya a ser tan placentero como este, aunque en principio no pienso variar mi forma de ver la carrera ni de cómo la afronto, con calma y tranquilidad que es como mejor se puede afrontar. Espero poder seguir escribiendo, nadando, leyendo y practicando mi francés; también deseo poder añadir a todo esto el emplear parte de mi tiempo libre para quedar con una novia que me pueda echar, o en su defecto con mis amigos; también espero echarle bemoles y comenzar a estudiar la carrera de Historia por la UNED, algo que de verdad me hace ilusión y me entusiasma bastante. Lo que sí sé que no voy a hacer es agobiarme por la carrera, aunque el año que viene toque tener que aguantar a un catedrático que vive en los mundos de yupi subido a una lámpara y se cree Dios, sólo porque no ha dado con alguien que se le enfrente de verdad. Pero ya será para menos. De momento hay que pensar que por desgracia, o mejor dicho por la incompetencia de quien diseña el calendario de exámenes, todavía me queda un examen y una vez pase, aunque parezca que ya estoy de vacaciones, estaré de verdad de vacaciones y quinto se habrá acabado espero que para no volver.


Caronte.

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