A falta de unos
segundos empezaron a sonar las campanadas que anunciaban la medianoche y el
hechizo empezaba a disiparse, poco a poco la gran carroza de cristal y nácar se
iba transformando otra vez en lo que fue originalmente una calabaza camino de
la podredumbre, los impetuosos caballos pura sangre poco a poco perdían su
majestuosidad y volvían a su ser original, unos ratoncillos propios de un
laboratorio, y el traje de la bella princesa de un blanco inmaculado, así como
las joyas que adornaban su peinado y su busto poco a poco volvían a dejar ver
el triste vestido de sirvienta de casa de barrio de postín. Con la última
campanada todo volvió a ser como fue antes, como eran las cosas ayer cuando ni
siquiera se podía soñar con lo que había ocurrido. Está claro que estoy
copiando el cuento de la Cenicienta,
pero es una magnífica metáfora de lo que ha pasado en este Mundial de Fútbol
con la selección español, con la diferencia que nuestra “cenicienta” iba
vestida de rojo furia y lo que en el cuento dura una noche en este caso ha
durado casi seis años.
Nuestro cuento, o
si lo preferís mejor, nuestro sueño comenzó hace casi seis años, una noche de
verano calurosa como suelen ser en España con prácticamente todo el país pegado
a la televisión. Si no recuerdo mal era un 22 de junio de 2008, y la Selección
española jugaba aquella noche contra la Escuadra italiana los cuartos de final
de la Eurocopa de Austria. Aquella noche en la que por imaginario colectivo
todo el mundo tenía pocas esperanzas de que España pasara a semifinales, ya que
como buenos españoles somos derrotistas incluso antes de jugar nada, fue cuando
todo cambió. El partido fue de infarto, lo recuerdo perfectamente, quizá sea el
partido que mejor recuerde de cuantos haya visto en mi vida, más aún que las
finales que después ganamos; los dos equipos jugaban al ataque pero ninguno
consiguió meter ningún gol en el tiempo reglamentario de juego, tampoco se
consiguió romper el empate a cero en la prórroga cuando ya todo el mundo tenía
un nudo en la garganta y veíamos que podía haber una posibilidad de que al
final se pudiera romper la maldición de los cuartos de final y España pudiera
pasar a las semifinales. Pero llegaron los penaltis, la suerte más injusta del
fútbol el tercio que nadie quiere que llegue en estas plazas de toros que son
los estadios de fútbol. No sé cómo estaban los españoles, lo único que recuerdo
es que yo estaba más que atacado de los nervios, porque había visto que España
jugó mejor que Italia pero también sabía que podía pasar lo de siempre y
volvernos a casa antes de tiempo. Los penaltis empezaron, no celebraba ningún
gol de los nuestros, simplemente decía “vamos” y daba una palmada, mi corazón
latía a un ritmo altísimo, a ratos casi sentía que se me iba a salir del pecho.
Y llegó el segundo turno de Italia, el tirador preparó el balón en el punto de
penalti, el árbitro pitó, el italiano cogió algo de carrerilla y tiró. El balón
nunca llegó a entrar en la partería que por aquel entonces defendía Casillas.
La parada fue espectacular, y la cara del italiano un poema. En ese momento sí
que salté del sofá y grité todo lo fuerte que pude “¡toma!”. Pero todavía
faltaban varios tiros sólo habíamos tirado dos de los cinco penaltis
reglamentarios. Los siguientes dos penaltis fueron goles, uno para España y
otro para Italia. Y llegó la cuarta ronda de tiros. El jugador español, colocó
el baló, el árbitro volvió a hacer sonar el silbato, pero el balón en este caso
no entró en la red, su portero Buffon paró el disparo. Nos la habían devuelto.
Todo volvía al principio. Pero le volvió a tocar a Italia tirar, después de la
primera parada de Casillas, todo el mundo rezaba para que volviera a obrar el
milagro. Dedos cruzados. Corazón en un puño. Silencio sepulcral, tanto en el
estadio, como en las calles de Madrid. El jugador italiano disparó. Y el
milagro se volvió a repetir, Casillas logró bloquear el tiro. En ese momento mi
corazón no podía más. La tensión era enorme. Grité como no había gritado nunca,
me asomé a la ventana del salón de mi casa e hice que mis pulmones dieran todo
lo que podían dar gritando “¡venga!”. Solo faltaba un gol y le tocaba a España
tirar, si marcábamos la maldición de los cuartos sería historia. Fábregas, de
él si me acuerdo, le tocaba a él. Besó el balón, lo colocó en su sitio, miró al
árbitro, éste pitó, y Fábregas lanzó ese balón. El balón se estrelló contra la
red de la portería haciendo que todo el estadio, todos los españoles y casi
toda España saltarán de sus asientos si es que podía alguien mantenerse sentado
con tanta tensión. Del silencio sepulcral se pasó a la algarabía general. Yo me
puse a gritar como loco, con el corazón a un ritmo de ingreso en cardiología
(si aquella noche no me dio un ataque al corazón no creo que en la vida vaya a
sufrir uno). España estaba en semifinales de la Eurocopa, algo que no pasaba
desde hacía lustros. Por fin.
El campeonato
continuó. España espoleada por esa inmensa inyección de adrenalina, espíritu e
ilusión, pasó por encima de Rusia en las semifinales, haciendo que la euforia
terminara ya por desatarse en España. Pero aún quedaba algo más. La final
contra Alemania. Miedo. Tensión. Ilusión. Pero nadie podía pararnos ya, nadie
podía decirles a aquellos chavales jóvenes que no podían con Alemania por ser
esa selección quienes eran. Fue Torres, Fernando Torres quien después de muchas
décadas, de más de una generación de españoles que sólo había visto a la
selección de fútbol perder, a veces incluso siendo humillada, a veces
injustamente (codazo de Tassotti a Luis Enrique), hizo que España aquella noche
de junio, aquel 29 de junio de 2008 casi ningún español durmiera, y los que lo
hicieron, durmieron mejor que nunca. Todo un país ilusionado con la selección.
Mucho se criticó antes de aquella Eurocopa al por entonces seleccionador Luis
Aragonés por no llevar convocado a cierto jugador, o a cierto jugadores que
todo el mundo (los cuarenta millones de entrenadores de fútbol que hay en
España) decían que tenía que llevar. No lo hizo y fuimos campeones de Europa,
pero ante todo la Selección logró tener una seña propia de identidad en su
estilo de juego. Los que criticaron a Luis Aragonés, esos bocachanclas sabelotodo
tuvieron que callarse, poco se les escuchó después de sus críticas iniciales,
ni siquiera estoy seguro que celebraran la victoria porque hubiera sido lo
mismo que aceptar que se equivocaron, pero a soberbia nadie ganaba a aquellos
críticos.
Dos años después
de aquello llegó el Mundial de Suráfrica de 2010. España seguía jugando igual
que siempre, pero ya no la dirigía Luis Aragonés, sino Vicente del Bosque,
entrenador tan alabado cuando entrenaba al Madrid, y que hoy es tan criticado
por esos españoles desmemoriados que hablan más que respiran. El Mundial lo
empezamos perdiendo, y rápido salieron los derrotismos, esos oportunistas que a
la que pueden y siempre al calor de la derrota se ponen a criticar lo que les
quita la razón e intentan hacer ver que lo que ellos decían era lo correcto. Ya
entonces, cuando perdimos contra Suiza, empezaron a decir que volvíamos a las
andadas, que el ciclo de buenos jugadores se acababa, que España no tenía
personalidad en el campo, ni agresividad. Bueno una derrota siempre es posible,
y si no que se lo digan a todos esos que pusieron verde a Luis Aragonés por no
llevar a Raúl a la Selección, menuda ostia se les dio en la boca, sin embargo a
algunos todavía no se les ha quitado las ganas de pedir que le lleven (el tonto
y la linde, por si alguno sabe lo que es). Perder contra Suiza nos obligaba a
ganar todos los partidos siguientes. Y eso es lo que hicieron esos jugadores
tan acabados por perder contra los suizos, ganar todos y cada uno de los
partidos que tuvieron por delante, incluida la final que ganamos a Holanda, que
se dedicó a practicar para los mundiales de taekwondo. Pero estaba Iniesta que
a pocos minutos de que acabara la prórroga de la final marcó el gol que hizo a
España poseedora del cetro del fútbol mundial y que la convirtió en ejemplo
para el fútbol. Esa final la viví en casa de mis abuelos, porque mi casa estaba
en obras y no podíamos dormir en ella. Lo que grité esa noche no lo saben más
que mi abuela, mi abuelo que me decía “deja ya de gritar muchacho” y mis
padres. Qué noche más memorable, recuerdo también que los comentaristas de la
radio no podían más, qué gritos de “¡gol!”, qué voces, qué alegría. Tambien de
aquella noche tengo un recuerdo algo más agridulce, ya que la única persona
ajena a mi familia con la que lo celebré fue con un amigo a quien quería mucho
y que me llamó por teléfono para darme le enhorabuena (sabía que tenía mucha
ilusión, aunque él no era, ni es, tan futbolero como yo), amigo con el que hoy
en día no me hablo y no tengo muy buena relación que digamos. Pero me dejo de
recuerdos algo tristes para volver a lo alegre. España entera salió a la calle
para festejar aquella noche, aquella Copa del Mundo que Casillas elevó al cielo
africano a miles de kilómetros de su patria. El cuento de hadas seguí se curso,
añadiendo capítulos que pocos nos podíamos imaginar por mucho que siempre haya
gente que diga que lo esperaba, en España también tenemos muchos arribistas que
sólo salen cuando se gana. El sueño parecía continuar, y es que en el fondo
continuaba, seguíamos soñando.
Y el sueño siguió
dos años después en la Eurocopa de 2012. Y volvimos a ganar. Y los
calificativos se nos acabaron, no había ya adjetivos en ninguna lengua oficial
o cooficial en España, ni siquiera en ninguna lengua extranjera para describir
lo que estos chavales, que salvo excepciones eran los mismos que en este
Mundial han acabado tan humillados por Holanda y Chile. Estos mismos jugadores
y este mismo seleccionador fueron los que dieron una de las mejores finales que
recuerdo contra Italia. Estos chavales que tras haber sido eliminados por Chile
este año han sido tan criticados, por esos gurús del fútbol que ven cosas que
nadie más ve y que son los verdaderos sabios del fútbol español. No es justo.
No es justo crucificar peor de cómo se hizo con Jesucristo a esta generación de
jugadores que tantas ilusiones nos han dado, que han sido un verdadero opio
contra la cruda realidad española (aunque siempre están los guays
independientes estos que se creen especiales por criticar el fútbol, y ver
baloncesto por ejemplo, o curling, o cualquier cosa de esas). Les han llamado
de todo desde que Holanda nos cascó un más humillando 1-5, no lo voy a negar,
la Selección española estuvo horrorosa, no era la princesa de cuento que había
sido hasta entonces, en estos últimos seis años. El hechizo se estaba
rompiendo, las campanadas de la medianoche habían comenzado a sonar. El sueño
se empezaba a acabar, y además de la peor manera posible en forma de pesadilla,
de mal sueño. Es cierto que tanto Chile como Holanda han sabido hundir a
España, pero también hay que decir que cualquiera nos podía haber ganado. Las
cosas no duran para siempre, porque si no sólo habría un único ganador en todo
(como ocurre en Roland Garros con Nadal), y el mundo estaría lleno de
perdedores y esto no es así. En la vida, en el deporte, y sobre todo en el
fútbol se pierde y se gana, y en muchas ocasiones se pierde más veces de las
que se gana.
El cuento se acabó
cuando la última campanada que daba las doce de la noche terminó de sonar, o lo
que es lo mismo cuando el árbitro del partido contra Chile pitó el final. En
ese momento el hechizo terminó de deshacerse y aquellos jugadores, que en los
últimos años sólo los habíamos visto celebrar victorias, alegres y felices,
salieron del campo cabizbajos, humillados, hundidos, defenestrados, sabiendo
que no lo habían hecho bien y que habían decepcionado a muchas personas que
creían en ellos. En este Mundial en ningún momento España fue la España que
conocíamos, eso es cierto, pero también es cierto que la mayoría de los
jugadores que defendían la camiseta de la selección son los mismos a los que
subíamos a los altares hasta hace no mucho. Pero España es un país de
radicales, de engreídos, de derrotistas y ante todo de desmemoriados; España es
un país de oportunistas que se suben a la ola cuando más fácil es hacerlo, pero
cuando ésta se complica prefieren bajarse lo más rápido posible y exigir a los
que siguen en ella que no se caigan. Pero lo peor de todo es la actitud de
algunas personas, sobre todo en redes sociales que se han puesto a insultar a
los jugadores de la manera más vil y ruin posible, y sobre todo a Casillas y
sobre todo gente del Real Madrid, borregos que más que madridistas son gente
sin criterio que simplemente porque lo dijera Mourinho se subieron a la ola de
que Casillas no valía y sin juzgarlo por ellos mismos aceptaron la hipótesis.
No creo que el capitán que inició este sueño, que protagonizó el primer
capítulo de este cuento contra Italia en aquellos penaltis en cuartos de final
de la Eurocopa de 2008, se merezca esta crucifixión por parte de estos jueces
que no lo son, que simplemente están escocidos porque lo que ellos piensan solo
lo piensan ellos.
Seguro que se han
cometido muchos fallos, los primeros que lo saben son los jugadores y el
seleccionador; y a los primeros que les pesa la derrota es a ellos, más que a
ninguno. Una vez acabado el cuento, generalmente se empieza uno nuevo, o se
empieza a pensar en coger uno nuevo y empezar a escribirlo, y lo más seguro es
que los personajes no sean los mismo, sean nuevos, más jóvenes y con ganas
renovadas, no digo que los jugadores que se han hundido con el barco no fueran
con ganas, digo que no se les veían por ninguna parte, o al menos no como
antes. Habrá que cambiar cosas, pero los cambios se suelen hacer cuando se
termina de constatar que algo va mal. Ya lo hemos constatado, hagamos entonces
los cambios. La selección debe empezar una etapa nueva, una etapa en la que
como ya se hizo anteriormente se lleve a los mejores jugadores, y no a los que
más ganen o a los que haya tradición por llevar; sé que es duro oírlo pero a lo
mejor a este Mundial no habría que haber llevado a Casillas o a Xavi, a lo
mejor había que haber pensado que había jugadores que no estaban en forma, o
que estaban derrotados, agotados físicamente después de una temporada muy larga
en el caso de muchos jugadores, porque, y esto también es verdad, los jugadores
españoles sí dan todo durante los años de Mundial o Eurocopa con sus
respectivos clubes, a diferencia de lo que pasa con otros jugadores que los
años señalados se guardan muy mucho para llegar más frescos a las citas
mundialistas (véase Messi, Neymar, Benzemá, o en su día otros jugadores
importantes). Hay que cambiar muchas cosas porque queremos seguir soñando,
porque queremos dejar atrás la pesadilla que ha acabado con el sueño que
empezamos hace seis años y que por desgracia todos sabemos cuál es; los
aficionados españoles, salvo esos miserables oportunistas que estarán atentos a
la mínima para saltar y hacer leña del árbol caído o para disfrutar como
carroñeros de los restos del final del cuento, quieren volver a vivir un
cuento. Pero ese cuento ya deberá estar protagonizado por otros personajes y
escrito de manera diferente para que pueda volver a ilusionar porque este
cuento ya se ha acabado.
Caronte.
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