viernes, 20 de junio de 2014

El cuento se acabó

A falta de unos segundos empezaron a sonar las campanadas que anunciaban la medianoche y el hechizo empezaba a disiparse, poco a poco la gran carroza de cristal y nácar se iba transformando otra vez en lo que fue originalmente una calabaza camino de la podredumbre, los impetuosos caballos pura sangre poco a poco perdían su majestuosidad y volvían a su ser original, unos ratoncillos propios de un laboratorio, y el traje de la bella princesa de un blanco inmaculado, así como las joyas que adornaban su peinado y su busto poco a poco volvían a dejar ver el triste vestido de sirvienta de casa de barrio de postín. Con la última campanada todo volvió a ser como fue antes, como eran las cosas ayer cuando ni siquiera se podía soñar con lo que había ocurrido. Está claro que estoy copiando el cuento de la Cenicienta, pero es una magnífica metáfora de lo que ha pasado en este Mundial de Fútbol con la selección español, con la diferencia que nuestra “cenicienta” iba vestida de rojo furia y lo que en el cuento dura una noche en este caso ha durado casi seis años.

Nuestro cuento, o si lo preferís mejor, nuestro sueño comenzó hace casi seis años, una noche de verano calurosa como suelen ser en España con prácticamente todo el país pegado a la televisión. Si no recuerdo mal era un 22 de junio de 2008, y la Selección española jugaba aquella noche contra la Escuadra italiana los cuartos de final de la Eurocopa de Austria. Aquella noche en la que por imaginario colectivo todo el mundo tenía pocas esperanzas de que España pasara a semifinales, ya que como buenos españoles somos derrotistas incluso antes de jugar nada, fue cuando todo cambió. El partido fue de infarto, lo recuerdo perfectamente, quizá sea el partido que mejor recuerde de cuantos haya visto en mi vida, más aún que las finales que después ganamos; los dos equipos jugaban al ataque pero ninguno consiguió meter ningún gol en el tiempo reglamentario de juego, tampoco se consiguió romper el empate a cero en la prórroga cuando ya todo el mundo tenía un nudo en la garganta y veíamos que podía haber una posibilidad de que al final se pudiera romper la maldición de los cuartos de final y España pudiera pasar a las semifinales. Pero llegaron los penaltis, la suerte más injusta del fútbol el tercio que nadie quiere que llegue en estas plazas de toros que son los estadios de fútbol. No sé cómo estaban los españoles, lo único que recuerdo es que yo estaba más que atacado de los nervios, porque había visto que España jugó mejor que Italia pero también sabía que podía pasar lo de siempre y volvernos a casa antes de tiempo. Los penaltis empezaron, no celebraba ningún gol de los nuestros, simplemente decía “vamos” y daba una palmada, mi corazón latía a un ritmo altísimo, a ratos casi sentía que se me iba a salir del pecho. Y llegó el segundo turno de Italia, el tirador preparó el balón en el punto de penalti, el árbitro pitó, el italiano cogió algo de carrerilla y tiró. El balón nunca llegó a entrar en la partería que por aquel entonces defendía Casillas. La parada fue espectacular, y la cara del italiano un poema. En ese momento sí que salté del sofá y grité todo lo fuerte que pude “¡toma!”. Pero todavía faltaban varios tiros sólo habíamos tirado dos de los cinco penaltis reglamentarios. Los siguientes dos penaltis fueron goles, uno para España y otro para Italia. Y llegó la cuarta ronda de tiros. El jugador español, colocó el baló, el árbitro volvió a hacer sonar el silbato, pero el balón en este caso no entró en la red, su portero Buffon paró el disparo. Nos la habían devuelto. Todo volvía al principio. Pero le volvió a tocar a Italia tirar, después de la primera parada de Casillas, todo el mundo rezaba para que volviera a obrar el milagro. Dedos cruzados. Corazón en un puño. Silencio sepulcral, tanto en el estadio, como en las calles de Madrid. El jugador italiano disparó. Y el milagro se volvió a repetir, Casillas logró bloquear el tiro. En ese momento mi corazón no podía más. La tensión era enorme. Grité como no había gritado nunca, me asomé a la ventana del salón de mi casa e hice que mis pulmones dieran todo lo que podían dar gritando “¡venga!”. Solo faltaba un gol y le tocaba a España tirar, si marcábamos la maldición de los cuartos sería historia. Fábregas, de él si me acuerdo, le tocaba a él. Besó el balón, lo colocó en su sitio, miró al árbitro, éste pitó, y Fábregas lanzó ese balón. El balón se estrelló contra la red de la portería haciendo que todo el estadio, todos los españoles y casi toda España saltarán de sus asientos si es que podía alguien mantenerse sentado con tanta tensión. Del silencio sepulcral se pasó a la algarabía general. Yo me puse a gritar como loco, con el corazón a un ritmo de ingreso en cardiología (si aquella noche no me dio un ataque al corazón no creo que en la vida vaya a sufrir uno). España estaba en semifinales de la Eurocopa, algo que no pasaba desde hacía lustros. Por fin.

El campeonato continuó. España espoleada por esa inmensa inyección de adrenalina, espíritu e ilusión, pasó por encima de Rusia en las semifinales, haciendo que la euforia terminara ya por desatarse en España. Pero aún quedaba algo más. La final contra Alemania. Miedo. Tensión. Ilusión. Pero nadie podía pararnos ya, nadie podía decirles a aquellos chavales jóvenes que no podían con Alemania por ser esa selección quienes eran. Fue Torres, Fernando Torres quien después de muchas décadas, de más de una generación de españoles que sólo había visto a la selección de fútbol perder, a veces incluso siendo humillada, a veces injustamente (codazo de Tassotti a Luis Enrique), hizo que España aquella noche de junio, aquel 29 de junio de 2008 casi ningún español durmiera, y los que lo hicieron, durmieron mejor que nunca. Todo un país ilusionado con la selección. Mucho se criticó antes de aquella Eurocopa al por entonces seleccionador Luis Aragonés por no llevar convocado a cierto jugador, o a cierto jugadores que todo el mundo (los cuarenta millones de entrenadores de fútbol que hay en España) decían que tenía que llevar. No lo hizo y fuimos campeones de Europa, pero ante todo la Selección logró tener una seña propia de identidad en su estilo de juego. Los que criticaron a Luis Aragonés, esos bocachanclas sabelotodo tuvieron que callarse, poco se les escuchó después de sus críticas iniciales, ni siquiera estoy seguro que celebraran la victoria porque hubiera sido lo mismo que aceptar que se equivocaron, pero a soberbia nadie ganaba a aquellos críticos.

Dos años después de aquello llegó el Mundial de Suráfrica de 2010. España seguía jugando igual que siempre, pero ya no la dirigía Luis Aragonés, sino Vicente del Bosque, entrenador tan alabado cuando entrenaba al Madrid, y que hoy es tan criticado por esos españoles desmemoriados que hablan más que respiran. El Mundial lo empezamos perdiendo, y rápido salieron los derrotismos, esos oportunistas que a la que pueden y siempre al calor de la derrota se ponen a criticar lo que les quita la razón e intentan hacer ver que lo que ellos decían era lo correcto. Ya entonces, cuando perdimos contra Suiza, empezaron a decir que volvíamos a las andadas, que el ciclo de buenos jugadores se acababa, que España no tenía personalidad en el campo, ni agresividad. Bueno una derrota siempre es posible, y si no que se lo digan a todos esos que pusieron verde a Luis Aragonés por no llevar a Raúl a la Selección, menuda ostia se les dio en la boca, sin embargo a algunos todavía no se les ha quitado las ganas de pedir que le lleven (el tonto y la linde, por si alguno sabe lo que es). Perder contra Suiza nos obligaba a ganar todos los partidos siguientes. Y eso es lo que hicieron esos jugadores tan acabados por perder contra los suizos, ganar todos y cada uno de los partidos que tuvieron por delante, incluida la final que ganamos a Holanda, que se dedicó a practicar para los mundiales de taekwondo. Pero estaba Iniesta que a pocos minutos de que acabara la prórroga de la final marcó el gol que hizo a España poseedora del cetro del fútbol mundial y que la convirtió en ejemplo para el fútbol. Esa final la viví en casa de mis abuelos, porque mi casa estaba en obras y no podíamos dormir en ella. Lo que grité esa noche no lo saben más que mi abuela, mi abuelo que me decía “deja ya de gritar muchacho” y mis padres. Qué noche más memorable, recuerdo también que los comentaristas de la radio no podían más, qué gritos de “¡gol!”, qué voces, qué alegría. Tambien de aquella noche tengo un recuerdo algo más agridulce, ya que la única persona ajena a mi familia con la que lo celebré fue con un amigo a quien quería mucho y que me llamó por teléfono para darme le enhorabuena (sabía que tenía mucha ilusión, aunque él no era, ni es, tan futbolero como yo), amigo con el que hoy en día no me hablo y no tengo muy buena relación que digamos. Pero me dejo de recuerdos algo tristes para volver a lo alegre. España entera salió a la calle para festejar aquella noche, aquella Copa del Mundo que Casillas elevó al cielo africano a miles de kilómetros de su patria. El cuento de hadas seguí se curso, añadiendo capítulos que pocos nos podíamos imaginar por mucho que siempre haya gente que diga que lo esperaba, en España también tenemos muchos arribistas que sólo salen cuando se gana. El sueño parecía continuar, y es que en el fondo continuaba, seguíamos soñando.

Y el sueño siguió dos años después en la Eurocopa de 2012. Y volvimos a ganar. Y los calificativos se nos acabaron, no había ya adjetivos en ninguna lengua oficial o cooficial en España, ni siquiera en ninguna lengua extranjera para describir lo que estos chavales, que salvo excepciones eran los mismos que en este Mundial han acabado tan humillados por Holanda y Chile. Estos mismos jugadores y este mismo seleccionador fueron los que dieron una de las mejores finales que recuerdo contra Italia. Estos chavales que tras haber sido eliminados por Chile este año han sido tan criticados, por esos gurús del fútbol que ven cosas que nadie más ve y que son los verdaderos sabios del fútbol español. No es justo. No es justo crucificar peor de cómo se hizo con Jesucristo a esta generación de jugadores que tantas ilusiones nos han dado, que han sido un verdadero opio contra la cruda realidad española (aunque siempre están los guays independientes estos que se creen especiales por criticar el fútbol, y ver baloncesto por ejemplo, o curling, o cualquier cosa de esas). Les han llamado de todo desde que Holanda nos cascó un más humillando 1-5, no lo voy a negar, la Selección española estuvo horrorosa, no era la princesa de cuento que había sido hasta entonces, en estos últimos seis años. El hechizo se estaba rompiendo, las campanadas de la medianoche habían comenzado a sonar. El sueño se empezaba a acabar, y además de la peor manera posible en forma de pesadilla, de mal sueño. Es cierto que tanto Chile como Holanda han sabido hundir a España, pero también hay que decir que cualquiera nos podía haber ganado. Las cosas no duran para siempre, porque si no sólo habría un único ganador en todo (como ocurre en Roland Garros con Nadal), y el mundo estaría lleno de perdedores y esto no es así. En la vida, en el deporte, y sobre todo en el fútbol se pierde y se gana, y en muchas ocasiones se pierde más veces de las que se gana.

El cuento se acabó cuando la última campanada que daba las doce de la noche terminó de sonar, o lo que es lo mismo cuando el árbitro del partido contra Chile pitó el final. En ese momento el hechizo terminó de deshacerse y aquellos jugadores, que en los últimos años sólo los habíamos visto celebrar victorias, alegres y felices, salieron del campo cabizbajos, humillados, hundidos, defenestrados, sabiendo que no lo habían hecho bien y que habían decepcionado a muchas personas que creían en ellos. En este Mundial en ningún momento España fue la España que conocíamos, eso es cierto, pero también es cierto que la mayoría de los jugadores que defendían la camiseta de la selección son los mismos a los que subíamos a los altares hasta hace no mucho. Pero España es un país de radicales, de engreídos, de derrotistas y ante todo de desmemoriados; España es un país de oportunistas que se suben a la ola cuando más fácil es hacerlo, pero cuando ésta se complica prefieren bajarse lo más rápido posible y exigir a los que siguen en ella que no se caigan. Pero lo peor de todo es la actitud de algunas personas, sobre todo en redes sociales que se han puesto a insultar a los jugadores de la manera más vil y ruin posible, y sobre todo a Casillas y sobre todo gente del Real Madrid, borregos que más que madridistas son gente sin criterio que simplemente porque lo dijera Mourinho se subieron a la ola de que Casillas no valía y sin juzgarlo por ellos mismos aceptaron la hipótesis. No creo que el capitán que inició este sueño, que protagonizó el primer capítulo de este cuento contra Italia en aquellos penaltis en cuartos de final de la Eurocopa de 2008, se merezca esta crucifixión por parte de estos jueces que no lo son, que simplemente están escocidos porque lo que ellos piensan solo lo piensan ellos.

Seguro que se han cometido muchos fallos, los primeros que lo saben son los jugadores y el seleccionador; y a los primeros que les pesa la derrota es a ellos, más que a ninguno. Una vez acabado el cuento, generalmente se empieza uno nuevo, o se empieza a pensar en coger uno nuevo y empezar a escribirlo, y lo más seguro es que los personajes no sean los mismo, sean nuevos, más jóvenes y con ganas renovadas, no digo que los jugadores que se han hundido con el barco no fueran con ganas, digo que no se les veían por ninguna parte, o al menos no como antes. Habrá que cambiar cosas, pero los cambios se suelen hacer cuando se termina de constatar que algo va mal. Ya lo hemos constatado, hagamos entonces los cambios. La selección debe empezar una etapa nueva, una etapa en la que como ya se hizo anteriormente se lleve a los mejores jugadores, y no a los que más ganen o a los que haya tradición por llevar; sé que es duro oírlo pero a lo mejor a este Mundial no habría que haber llevado a Casillas o a Xavi, a lo mejor había que haber pensado que había jugadores que no estaban en forma, o que estaban derrotados, agotados físicamente después de una temporada muy larga en el caso de muchos jugadores, porque, y esto también es verdad, los jugadores españoles sí dan todo durante los años de Mundial o Eurocopa con sus respectivos clubes, a diferencia de lo que pasa con otros jugadores que los años señalados se guardan muy mucho para llegar más frescos a las citas mundialistas (véase Messi, Neymar, Benzemá, o en su día otros jugadores importantes). Hay que cambiar muchas cosas porque queremos seguir soñando, porque queremos dejar atrás la pesadilla que ha acabado con el sueño que empezamos hace seis años y que por desgracia todos sabemos cuál es; los aficionados españoles, salvo esos miserables oportunistas que estarán atentos a la mínima para saltar y hacer leña del árbol caído o para disfrutar como carroñeros de los restos del final del cuento, quieren volver a vivir un cuento. Pero ese cuento ya deberá estar protagonizado por otros personajes y escrito de manera diferente para que pueda volver a ilusionar porque este cuento ya se ha acabado.


Caronte.

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