Las filias, es un
término que proviene del griego "Philos" que significa amor y del
sufijo "ia" que significa cualidad. En psicología, son aficiones o
atracciones a determinadas realidades o situaciones, por lo tanto, significan lo
contrario que las fobias que hacen referencia a los miedos. Luego con esta
definición podríamos decir que un bibliófilo es un amante o aficionado a las
ediciones originales y más correctas de los libros, así como un estudioso y
entendido sobre sus libros o el tema sobre el que se basa su colección. Por el
contrario un bibliópata, palabra que no existe, pero que yo me estoy dando el
lujo de inventar aquí en esta entrada de blog, sería una persona que ama los
libros hasta tal punto que enferma por causa de ese amor, que le lleva a
convertirse en un maníaco obsesivo de los libros.
¿Por qué he
empezado diciendo todo esto? Pues básicamente porque hace ya un tiempo,
bastante más del que honorablemente puedo admitir sin caer en la enfermedad ni
casi en el delito, que me llevo preguntando si mi amor en los libros puede
entenderse como una conducta más o menos normal, es decir si soy un bibliófilo,
o si por el contrario esa pasión por la palabra escrita y encuadernada es más
respuesta de una patología médica inaudita que sólo unos pocos seres humanos
terminamos por desarrollar y que por tanto no ha sido nunca antes descrita en
las grandes enciclopedias médicas.
Algunos ya estarán
diciendo que soy un exagerado. Y es cierto, no les falta razón, soy un
exagerado de tres pares de narices, pero es que en lo relativo a los libros no
tengo mesura ni medida alguna. Soy un exagerado sin paliativos. El año pasado
mismamente rocé la cifra de ochenta libros leídos, y porque algunos de ellos
eran grandes novelas de más de quinientas páginas siempre llevan más tiempo
leer, y otros cuantos novelas en inglés y francés, idiomas que por no ser mi
lengua materna me cuestan mucho más leer y lo hago de manera más lenta; por no
contar las semanas que en las vacaciones no leí por estar a otras cosas, no sé
si más interesantes en el fondo, pero sí más exigentes en cuanto a tiempo se
refería.
Puede que esté
siendo demasiado presuntuoso y presumido hablando tan de mí mismo en primera
persona. Sin embargo no pretendo dejar mal a nadie, ni mucho menos. Lo único
que busco es intentar establecer si lo que sufro es una filia o una patología
relacionada con los libros. Los casi ochenta libros del año pasado son un
síntoma que se puede englobar más, objetivamente hablando, en el ámbito de una
patología. Algunos os preguntareis que por qué, y yo respondo porque
básicamente esos ochenta libros leídos se convertían en casi una necesidad. Día
que no leía día que me sentía mal y me avergonzaba casi de mí mismo por no
haber podido encontrar algunos minutos, aunque fueran apenas diez o quince,
para entregarme al vicio de la lectura. Y esa necesidad poco a poco se fue
convirtiendo en obsesión. Buscaba cualquier instante de tiempo ocioso para
leer, llegando hasta tal punto que leer era lo único para lo que muchos días me
levantaba.
Es cierto también
que el año pasado fue extraordinario en varios factores. El primero fue el
asunto universitario. Acabé la carrera con la cantidad de tiempo que dicha
misión conlleva entre preparación y estudio de las asignaturas, menos mal que
salvo dos en todo el año las demás eran prácticamente “marías”, así como la
redacción y elaboración del Proyecto Fin de Carrera que terminé de exponer el
primer día de julio del año pasado, bajo un sol abrasador y sudando como un
pollo a punto de ser empalado para meterlo en un horno para ser asado. Esas dos
misiones me llevaron mucho tiempo y aunque intenté que no fuera así también
muchas ganas de leer en los momentos de tiempo libre. El segundo de los
factores, y quizá también el más relevante para haber alcanzado la cifra de
ochenta libro leídos, fue que a partir de septiembre no tenía ya más
universidad y por tanto la obligación de pasar unas cuantas horas al día
calentando un sitio en un aula gigantesca en un edifico de hormigón horrible para
más gloria del ego de algún profesor a punto de ser momificado para la
posteridad.
Estos dos hechos
combinados, junto con un tercero consistente en la falta de empleo para
aquellas personas normales que no tenemos padrinos que nos enchufen en empresas
de amigos o conocidos, hicieron que alcanzara semejante cifra de libros
devorados en un solo año. Esta lectura ávida podría ser considerada como normal
siempre y cuando las lecturas se hagan única y exclusivamente por devoción y no
por obligación, aunque esta venga auto impuesta. Pero a mí me terminó por pasar
esto último. El tiempo libre e intentar no pensar en el hecho de que no
encontraba trabajo ni rezándole al patrón de la profesión, me llevaron a
refugiarme en la literatura y sobre todo en los libros. Digo sobre todo porque
también durante todos esos meses del año pasado también dediqué ímprobos
esfuerzos a escribir una novela que por suerte ya he acabado.
Dudo por todo esto
de que mi afición por la lectura siga manteniéndose dentro de los límites de la
salud mental. Tengo miedo de haber traspasado la línea que separa aquello que
es filia de aquello que es manía o patología preocupante. Otro síntoma que ya
hace tiempo que noto y que me hacen reafirmarme en el hecho de que me estoy
convirtiendo en un bibliópata, dejando a un lado el dominio de los bibliófilos,
es la angustia que me invade cada vez que voy a una librería a comprar un
libro. Esto no es un asunto menor. Quiero decir creo que en este caso sí que he
pasado ya la línea de lo sano y lo inquietantemente dañino para mi salud, sobre
todo para mis nervios.
Es llegar a una
librería sea cual sea, desde la celebérrima e histórica Casa del libro de la
Gran Vía, hasta la más cutre de las librerías de segunda mano que inundan desde
hace ya unos años barrios como Lavapiés o Malasaña, y ser incapaz de estar en
ella menos de una hora. No hablo ya del hecho de que me siento muchas veces
incapaz de decidir qué libro comprar. Es una sensación muy extraña y, para más
datos, nada agradable. La verdad es que si me pongo a pensar también soy
incapaz de definir lo que siento en una librería. El verme rodeado de libros me
atora, me agobia. Es como si me asfixiara tener al alcance de la mano
tantísimos libros, todos ellos interesantísimos e ignotos. Ir leyendo los títulos
y el nombre de los autores, así como observando las portadas de dichos libros
me genera ansiedad porque aun sabiendo que me tengo que comprar algún libro, ya
que ese es por qué estoy en la librería, me veo incapaz de decidirme por
ninguno. Veo multitud de títulos que me atraen y no sé cuál coger.
Cuando parece que
voy a decidirme por un libro siempre caigo en la cuenta de que coger ese
conlleva irremediablemente dejar de coger otra docena en los que me he fijado
anteriormente. Por eso muchas veces opto por la opción de no coger ninguno, o
coger alguno que no hubiera sopesado hasta ese momento. Aun así cuando pienso
en el libro que he comprado ya en mi casa, donde lo clasifico y registro,
vuelvo a sentirme culpable por haber cogido ese y haber dejado otros. Esto me
pasa sobre todo en las librerías tradicionales. Menos problemas me generan por
ejemplo las librerías de viejo o segunda mano. En estas últimas, aparte de que
en ellas paso mucho más tiempo rebuscando entre las decenas de títulos que en
las atestadas estanterías se apilan y amontonan, tengo la ventaja de que los
libros son más baratos y por tanto no me siento tan culpable a la hora de
comprar más de uno. Sin embargo lo que sí que siento en estas librerías es otro
síntoma de la patología que temo tener, y es que soy incapaz de comprar libros
que no sean de ediciones originales y por así decir “buenas”. Aunque este
último síntoma es menos relevante e importante.
Sé que
probablemente esta angustia por no poder decidirme por ningún libro en particular
y sufrir indecibles dudas ante la cantidad de títulos y autores que me gustaría
leer a la vez, se podría solventar si no fuera tan maniático y no llevara
guardadas en mi cartera cuatro listas de libros pendientes por leer. Son cuatro
pequeñas hojas de papel del tamaño de un post-it en las que con la letra más
pequeña y clara que he podido conseguir llevo apuntados casi una treintena de
libros de los más diversos autores e idiomas a los que doy prioridad de lectura
y por consiguiente de compra. Si esta lista no estuviera probablemente la mayor
parte de los problemas de decisión se eliminarían porque no habría ningún papel
o documento que me recordaría constantemente una serie de libros y autores
prioritarios y por tanto mi mente, o mejor dicho mi subconsciente, no me
recordaría títulos y nombres y sería libre de elegir el libro que me más rabia
me diera cada vez que voy a una librería. Pero soy incapaz de deshacerme de
esos pequeños trozos de papel porque siento que si lo hago, aunque de hecho
estas notas no las uso casi nunca porque no avanzo en la lectura de esas
prioridades por terminar siempre por comprar libros que no aparecen en esas
listas, puedo llegar a olvidar ciertos títulos que quiero leer con toda mi
alma.
Si no existieran
estos trozos de papel en los que parece escrito el futuro de mis lecturas,
sería libre de leer y comprar los libros que quisiera. Pero no me siento libre
de ello. Hay lecturas que me llevan mucho tiempo llamando desde la lejanía y
desde el más absoluto y atronador silencio de las palabras impresas. Hay
títulos míticos que me quedan por leer, pero al mismo tiempo hay decenas de
títulos que aparecen como novedades que desearía devorar con fruición. La vida
no me da para más. Es imposible leer cuanto está escrito y aún falta por escribir.
Creo que esto es algo que debo asumir y cuando antes lo haga mejor ya que en
cierto modo paliará estos síntomas amenazantes que me hacen pensar que sufro de
bibliopatía.
Según lo hasta
ahora expuesto parece que solo hay argumentos para pensar que sufro una
patología maligna que poco a poco terminará por secar mi cerebro. Sin embargo,
y aunque dé la impresión de que lo que sufro está muy lejos de ser una fobia
creo que no es así. Amo los libros por encima de muchas cosas incluso por
encima de muchas personas, salgo apenas un par de pares. Cada vez que me paro a
leer, ya sea en el metro camino del trabajo, o en mi casa un sábado por la
mañana cuando no tengo nada que hacer, o algún día antes de dormir al no
encontrara nada estimulante en la televisión, o incluso en el propio trabajo
cuando no tengo nada mejor que hacer; cada vez que me pongo a sumergirme en la
historia que encierran las páginas de un libro mi mente se libera.
No sé realmente
qué conexiones se activarán en mi cerebro, ni si las reacciones químicas que en
esa masa gris encerrada en nuestro cráneo seguro que se producen tienen algún
nombre científico concreto, sólo sé que la lectura me convierte durante el
tiempo que esté inmerso de lleno en ella en otra persona. Cada libro que leo, o
devoro según me esté gustando más o menos, es un mundo nuevo que descubro y al
que viajo sin moverme de mi natal Madrid. Los libros son una vía de escape a
una vida, la mía, que por el momento tiene pocas emociones fuertes, o no tan
fuertes. Tengo pocos amigos de verdad, esas personas a las que se quiere casi
de manera incondicional porque así se elige hacer, y tampoco tengo pareja con
quien compartir problemas y alegrías y disfrutar de la vida hasta niveles hasta
ahora no alcanzados por mi persona. Luego algo tenía que conseguir para poder
evadirme de la realidad de vez en cuando.
Esa evasión la
conseguí hace ya algún tiempo con la lectura y los libros, y hace algo menos
también con la escritura. Sé que puede parecer extraño que alguien que en su
día decidió tomar un camino lleno de números y ciencia al estudiar una ingeniería
tan dura como la de Caminos, Canales y Puertos, aunque no es tan fiero el lobo
como lo pintan, disfrute mucho más con las letras y de hecho se sienta mucho
más de letras que de números. Me siento orgullo de ello. No cambiaba los libros
por nada del mundo a día de hoy, bueno sí que lo hacía por tener pareja, por
encontrar a esa persona que me hiciera viajar a los mismos lugares que lo hacen
los libros pero con su mera presencia y compañía. Pero eso no va a pasar de
manera espontánea. Debo buscarla o simplemente esperar que llegue.
Sin embargo la
búsqueda o espera no siempre es agradable. Por ello amo los libros. No puedo
decir que sean sustitutos de una relación de pareja, porque entonces debería
decir que soy promiscuo y poco fiel ya que cuando termino con uno paso al
siguiente sin miramiento alguno, ni tan siquiera del sexo ya que no se puede
sustituir algo que no ha estado nunca (¿o sí?). Los libros son otra cosa como
ya he dicho. Los libros son mi sustento emocional. Con los libros aprendo, río,
me emociono, me conmuevo, me aburro hasta límites insospechados, pero ante todo
me siento feliz. Cada vez que me hago con un libro nuevo siento como si ese día
fuera el más feliz de mi vida. Las librerías son casi mi hábitat natural:
podría vivir en ellas a poco que me dieran de comer a diario. La Feria del
Libro de Madrid, así como el Día del Libro el 23 de abril, o la fiesta del
libro allá por otoño, son de esas fechas marcadas siempre en rojo en el
calendario de mi vida como importantes.
No creo sinceramente
que sea un bibliópata aunque tenga ciertos síntomas que así me clasificarían
tras el examen en profundidad de un psicólogo. Creo más bien que estoy más
cerca de padecer de bibliofilia. Sea lo que sea, aunque preferiría que fuera lo
segundo, me da igual. Me siento cómodo siendo lo que soy. Podrán considerarme
raro por leer más de setenta libros al año, por devorar casi sin tiempo para
digerir los libros que caen en mis manos. Pero me da igual, quien nunca ha
leído y no lee de manera habitual no puede sentir lo que yo y las miles de
personas como yo que hay en el mundo, sentimos. Aspiro a leer todo lo que se ha
escrito en el mundo, aunque me tendré que conformar con aquellos libros que en
determinados momentos terminen en mis manos ya sea como regalos de terceras
personas o como adquisiciones propias. Aspiro asimismo a crear una gran
biblioteca personal que poder legar algún día a mis hijos, si es que algún día
encuentro a esa persona que me pueda proporcionar una familia. Aspiro a vivir
muchas vidas y aventuras sin salir de mi vida.
Si todo esto es
ser bibliópata que venga Dios o quien sea y lo vea. Yo estoy más por la labor
de considerarme bibliófilo, o amante de los libros y la lectura, de la palabra
escrita o hablada incluso, de las letras en general.
Caronte.
¿Como que no existe bibliópata? Mira el dice (o manual) del archivero y bibliotecario García Ejarque.
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