martes, 12 de abril de 2016

Bibliópata o bibliófilo


Las filias, es un término que proviene del griego "Philos" que significa amor y del sufijo "ia" que significa cualidad. En psicología, son aficiones o atracciones a determinadas realidades o situaciones, por lo tanto, significan lo contrario que las fobias que hacen referencia a los miedos. Luego con esta definición podríamos decir que un bibliófilo es un amante o aficionado a las ediciones originales y más correctas de los libros, así como un estudioso y entendido sobre sus libros o el tema sobre el que se basa su colección. Por el contrario un bibliópata, palabra que no existe, pero que yo me estoy dando el lujo de inventar aquí en esta entrada de blog, sería una persona que ama los libros hasta tal punto que enferma por causa de ese amor, que le lleva a convertirse en un maníaco obsesivo de los libros.

¿Por qué he empezado diciendo todo esto? Pues básicamente porque hace ya un tiempo, bastante más del que honorablemente puedo admitir sin caer en la enfermedad ni casi en el delito, que me llevo preguntando si mi amor en los libros puede entenderse como una conducta más o menos normal, es decir si soy un bibliófilo, o si por el contrario esa pasión por la palabra escrita y encuadernada es más respuesta de una patología médica inaudita que sólo unos pocos seres humanos terminamos por desarrollar y que por tanto no ha sido nunca antes descrita en las grandes enciclopedias médicas.

Algunos ya estarán diciendo que soy un exagerado. Y es cierto, no les falta razón, soy un exagerado de tres pares de narices, pero es que en lo relativo a los libros no tengo mesura ni medida alguna. Soy un exagerado sin paliativos. El año pasado mismamente rocé la cifra de ochenta libros leídos, y porque algunos de ellos eran grandes novelas de más de quinientas páginas siempre llevan más tiempo leer, y otros cuantos novelas en inglés y francés, idiomas que por no ser mi lengua materna me cuestan mucho más leer y lo hago de manera más lenta; por no contar las semanas que en las vacaciones no leí por estar a otras cosas, no sé si más interesantes en el fondo, pero sí más exigentes en cuanto a tiempo se refería.

Puede que esté siendo demasiado presuntuoso y presumido hablando tan de mí mismo en primera persona. Sin embargo no pretendo dejar mal a nadie, ni mucho menos. Lo único que busco es intentar establecer si lo que sufro es una filia o una patología relacionada con los libros. Los casi ochenta libros del año pasado son un síntoma que se puede englobar más, objetivamente hablando, en el ámbito de una patología. Algunos os preguntareis que por qué, y yo respondo porque básicamente esos ochenta libros leídos se convertían en casi una necesidad. Día que no leía día que me sentía mal y me avergonzaba casi de mí mismo por no haber podido encontrar algunos minutos, aunque fueran apenas diez o quince, para entregarme al vicio de la lectura. Y esa necesidad poco a poco se fue convirtiendo en obsesión. Buscaba cualquier instante de tiempo ocioso para leer, llegando hasta tal punto que leer era lo único para lo que muchos días me levantaba.

Es cierto también que el año pasado fue extraordinario en varios factores. El primero fue el asunto universitario. Acabé la carrera con la cantidad de tiempo que dicha misión conlleva entre preparación y estudio de las asignaturas, menos mal que salvo dos en todo el año las demás eran prácticamente “marías”, así como la redacción y elaboración del Proyecto Fin de Carrera que terminé de exponer el primer día de julio del año pasado, bajo un sol abrasador y sudando como un pollo a punto de ser empalado para meterlo en un horno para ser asado. Esas dos misiones me llevaron mucho tiempo y aunque intenté que no fuera así también muchas ganas de leer en los momentos de tiempo libre. El segundo de los factores, y quizá también el más relevante para haber alcanzado la cifra de ochenta libro leídos, fue que a partir de septiembre no tenía ya más universidad y por tanto la obligación de pasar unas cuantas horas al día calentando un sitio en un aula gigantesca en un edifico de hormigón horrible para más gloria del ego de algún profesor a punto de ser momificado para la posteridad.

Estos dos hechos combinados, junto con un tercero consistente en la falta de empleo para aquellas personas normales que no tenemos padrinos que nos enchufen en empresas de amigos o conocidos, hicieron que alcanzara semejante cifra de libros devorados en un solo año. Esta lectura ávida podría ser considerada como normal siempre y cuando las lecturas se hagan única y exclusivamente por devoción y no por obligación, aunque esta venga auto impuesta. Pero a mí me terminó por pasar esto último. El tiempo libre e intentar no pensar en el hecho de que no encontraba trabajo ni rezándole al patrón de la profesión, me llevaron a refugiarme en la literatura y sobre todo en los libros. Digo sobre todo porque también durante todos esos meses del año pasado también dediqué ímprobos esfuerzos a escribir una novela que por suerte ya he acabado.

Dudo por todo esto de que mi afición por la lectura siga manteniéndose dentro de los límites de la salud mental. Tengo miedo de haber traspasado la línea que separa aquello que es filia de aquello que es manía o patología preocupante. Otro síntoma que ya hace tiempo que noto y que me hacen reafirmarme en el hecho de que me estoy convirtiendo en un bibliópata, dejando a un lado el dominio de los bibliófilos, es la angustia que me invade cada vez que voy a una librería a comprar un libro. Esto no es un asunto menor. Quiero decir creo que en este caso sí que he pasado ya la línea de lo sano y lo inquietantemente dañino para mi salud, sobre todo para mis nervios.

Es llegar a una librería sea cual sea, desde la celebérrima e histórica Casa del libro de la Gran Vía, hasta la más cutre de las librerías de segunda mano que inundan desde hace ya unos años barrios como Lavapiés o Malasaña, y ser incapaz de estar en ella menos de una hora. No hablo ya del hecho de que me siento muchas veces incapaz de decidir qué libro comprar. Es una sensación muy extraña y, para más datos, nada agradable. La verdad es que si me pongo a pensar también soy incapaz de definir lo que siento en una librería. El verme rodeado de libros me atora, me agobia. Es como si me asfixiara tener al alcance de la mano tantísimos libros, todos ellos interesantísimos e ignotos. Ir leyendo los títulos y el nombre de los autores, así como observando las portadas de dichos libros me genera ansiedad porque aun sabiendo que me tengo que comprar algún libro, ya que ese es por qué estoy en la librería, me veo incapaz de decidirme por ninguno. Veo multitud de títulos que me atraen y no sé cuál coger.

Cuando parece que voy a decidirme por un libro siempre caigo en la cuenta de que coger ese conlleva irremediablemente dejar de coger otra docena en los que me he fijado anteriormente. Por eso muchas veces opto por la opción de no coger ninguno, o coger alguno que no hubiera sopesado hasta ese momento. Aun así cuando pienso en el libro que he comprado ya en mi casa, donde lo clasifico y registro, vuelvo a sentirme culpable por haber cogido ese y haber dejado otros. Esto me pasa sobre todo en las librerías tradicionales. Menos problemas me generan por ejemplo las librerías de viejo o segunda mano. En estas últimas, aparte de que en ellas paso mucho más tiempo rebuscando entre las decenas de títulos que en las atestadas estanterías se apilan y amontonan, tengo la ventaja de que los libros son más baratos y por tanto no me siento tan culpable a la hora de comprar más de uno. Sin embargo lo que sí que siento en estas librerías es otro síntoma de la patología que temo tener, y es que soy incapaz de comprar libros que no sean de ediciones originales y por así decir “buenas”. Aunque este último síntoma es menos relevante e importante.

Sé que probablemente esta angustia por no poder decidirme por ningún libro en particular y sufrir indecibles dudas ante la cantidad de títulos y autores que me gustaría leer a la vez, se podría solventar si no fuera tan maniático y no llevara guardadas en mi cartera cuatro listas de libros pendientes por leer. Son cuatro pequeñas hojas de papel del tamaño de un post-it en las que con la letra más pequeña y clara que he podido conseguir llevo apuntados casi una treintena de libros de los más diversos autores e idiomas a los que doy prioridad de lectura y por consiguiente de compra. Si esta lista no estuviera probablemente la mayor parte de los problemas de decisión se eliminarían porque no habría ningún papel o documento que me recordaría constantemente una serie de libros y autores prioritarios y por tanto mi mente, o mejor dicho mi subconsciente, no me recordaría títulos y nombres y sería libre de elegir el libro que me más rabia me diera cada vez que voy a una librería. Pero soy incapaz de deshacerme de esos pequeños trozos de papel porque siento que si lo hago, aunque de hecho estas notas no las uso casi nunca porque no avanzo en la lectura de esas prioridades por terminar siempre por comprar libros que no aparecen en esas listas, puedo llegar a olvidar ciertos títulos que quiero leer con toda mi alma.

Si no existieran estos trozos de papel en los que parece escrito el futuro de mis lecturas, sería libre de leer y comprar los libros que quisiera. Pero no me siento libre de ello. Hay lecturas que me llevan mucho tiempo llamando desde la lejanía y desde el más absoluto y atronador silencio de las palabras impresas. Hay títulos míticos que me quedan por leer, pero al mismo tiempo hay decenas de títulos que aparecen como novedades que desearía devorar con fruición. La vida no me da para más. Es imposible leer cuanto está escrito y aún falta por escribir. Creo que esto es algo que debo asumir y cuando antes lo haga mejor ya que en cierto modo paliará estos síntomas amenazantes que me hacen pensar que sufro de bibliopatía.

Según lo hasta ahora expuesto parece que solo hay argumentos para pensar que sufro una patología maligna que poco a poco terminará por secar mi cerebro. Sin embargo, y aunque dé la impresión de que lo que sufro está muy lejos de ser una fobia creo que no es así. Amo los libros por encima de muchas cosas incluso por encima de muchas personas, salgo apenas un par de pares. Cada vez que me paro a leer, ya sea en el metro camino del trabajo, o en mi casa un sábado por la mañana cuando no tengo nada que hacer, o algún día antes de dormir al no encontrara nada estimulante en la televisión, o incluso en el propio trabajo cuando no tengo nada mejor que hacer; cada vez que me pongo a sumergirme en la historia que encierran las páginas de un libro mi mente se libera.

No sé realmente qué conexiones se activarán en mi cerebro, ni si las reacciones químicas que en esa masa gris encerrada en nuestro cráneo seguro que se producen tienen algún nombre científico concreto, sólo sé que la lectura me convierte durante el tiempo que esté inmerso de lleno en ella en otra persona. Cada libro que leo, o devoro según me esté gustando más o menos, es un mundo nuevo que descubro y al que viajo sin moverme de mi natal Madrid. Los libros son una vía de escape a una vida, la mía, que por el momento tiene pocas emociones fuertes, o no tan fuertes. Tengo pocos amigos de verdad, esas personas a las que se quiere casi de manera incondicional porque así se elige hacer, y tampoco tengo pareja con quien compartir problemas y alegrías y disfrutar de la vida hasta niveles hasta ahora no alcanzados por mi persona. Luego algo tenía que conseguir para poder evadirme de la realidad de vez en cuando.

Esa evasión la conseguí hace ya algún tiempo con la lectura y los libros, y hace algo menos también con la escritura. Sé que puede parecer extraño que alguien que en su día decidió tomar un camino lleno de números y ciencia al estudiar una ingeniería tan dura como la de Caminos, Canales y Puertos, aunque no es tan fiero el lobo como lo pintan, disfrute mucho más con las letras y de hecho se sienta mucho más de letras que de números. Me siento orgullo de ello. No cambiaba los libros por nada del mundo a día de hoy, bueno sí que lo hacía por tener pareja, por encontrar a esa persona que me hiciera viajar a los mismos lugares que lo hacen los libros pero con su mera presencia y compañía. Pero eso no va a pasar de manera espontánea. Debo buscarla o simplemente esperar que llegue.

Sin embargo la búsqueda o espera no siempre es agradable. Por ello amo los libros. No puedo decir que sean sustitutos de una relación de pareja, porque entonces debería decir que soy promiscuo y poco fiel ya que cuando termino con uno paso al siguiente sin miramiento alguno, ni tan siquiera del sexo ya que no se puede sustituir algo que no ha estado nunca (¿o sí?). Los libros son otra cosa como ya he dicho. Los libros son mi sustento emocional. Con los libros aprendo, río, me emociono, me conmuevo, me aburro hasta límites insospechados, pero ante todo me siento feliz. Cada vez que me hago con un libro nuevo siento como si ese día fuera el más feliz de mi vida. Las librerías son casi mi hábitat natural: podría vivir en ellas a poco que me dieran de comer a diario. La Feria del Libro de Madrid, así como el Día del Libro el 23 de abril, o la fiesta del libro allá por otoño, son de esas fechas marcadas siempre en rojo en el calendario de mi vida como importantes.

No creo sinceramente que sea un bibliópata aunque tenga ciertos síntomas que así me clasificarían tras el examen en profundidad de un psicólogo. Creo más bien que estoy más cerca de padecer de bibliofilia. Sea lo que sea, aunque preferiría que fuera lo segundo, me da igual. Me siento cómodo siendo lo que soy. Podrán considerarme raro por leer más de setenta libros al año, por devorar casi sin tiempo para digerir los libros que caen en mis manos. Pero me da igual, quien nunca ha leído y no lee de manera habitual no puede sentir lo que yo y las miles de personas como yo que hay en el mundo, sentimos. Aspiro a leer todo lo que se ha escrito en el mundo, aunque me tendré que conformar con aquellos libros que en determinados momentos terminen en mis manos ya sea como regalos de terceras personas o como adquisiciones propias. Aspiro asimismo a crear una gran biblioteca personal que poder legar algún día a mis hijos, si es que algún día encuentro a esa persona que me pueda proporcionar una familia. Aspiro a vivir muchas vidas y aventuras sin salir de mi vida.

Si todo esto es ser bibliópata que venga Dios o quien sea y lo vea. Yo estoy más por la labor de considerarme bibliófilo, o amante de los libros y la lectura, de la palabra escrita o hablada incluso, de las letras en general.

Caronte.

1 comentario:

  1. ¿Como que no existe bibliópata? Mira el dice (o manual) del archivero y bibliotecario García Ejarque.

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