domingo, 11 de junio de 2017

Entre Feria y Feria, el año

Un año natural comienza un uno de enero y finaliza un treinta y uno de diciembre. Esto es así para el común de los mortales, para el habitante ordinario del mundo. Es lo normal. Es lo natural. Es lo que por acuerdo se estableció hace siglos para que todos lleváramos una cuenta exacta de en qué día vivíamos y de qué año. Nadie se cuestiona el hecho de que sea así; ni tan siquiera es asunto de debate en ninguna corriente filosófica o sociológica. Y entre ese uno de enero y ese treinta y uno de diciembre pasan 365 días y 12 horas, lo que hace que cada cuatro años tengamos uno bisiesto permitiendo las gracias típicas de aquellos que por biología tienen la suerte o desgracia de nacer un día que solo existe cada cuatro años. Esto es el año natural.

Para mí, habitante de la Villa y Corte de Madrid, capital insigne desde que así lo decidió Felipe II en el siglo XVI del Reino de España, de la Monarquía Hispánica que durante varios siglos dominó el mundo para caer inexorablemente bajo el yugo de su propio éxito, el año es ese periodo de tiempo, esas cuarenta y nueve semanas más o menos que van desde el segundo fin de semana de junio hasta el último de mayo. Mi medida de año la rige la Feria del Libro.

Suena exagerado y sin lugar a dudas lo es. Al mismo tiempo que es una exageración también es una verdad personal y una realidad que viven mis padres y todas aquellas personas que me conocen bien. Mi año biológico, como el de todos los mortales, comienza un uno de enero: en mi caso escuchando los acordes y compases de las piezas musicales de la Familia Strauss que interpreta la Orquesta Filarmónica de Viena desde la Musikverein de la capital del Imperio Austríaco; en otros casos probablemente en estado comatoso después de una noche en la que los timos están a la orden del día al cobrarse por un cubata un precio desorbitadamente exagerado para la calidad del mismo. Sin embargo mi año vital no da comienzo con el primer día del primer mes del año, sino el viernes en el que los Reyes inauguran en el Paseo de Coches de El Retiro la Feria del Libro.

Durante tres fines de semana seguidos Madrid vive de las letras, los libros y la creación literaria; el Retiro se convierte en la mayor librería del planeta Tierra, y los madrileños abarrotan su gran pulmón verde simplemente para ir a echar un vistazo a libros y escritores (y autores varios que les ha dado por escribir aunque no sepan qué es eso realmente). La ciudad se transforma y eso se nota en muchos lugares. El Retiro es más parque aún si cabe que el resto del año: niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos; escritores, editores y libreros; lectores apasionados, veteranos, selectivos o principiantes. Todo tipo de amante de la cultura, las letras y la literatura, del arte en general, tiene cabida en un lugar que por sí solo siempre recibe a quien lo visita con gusto y placer.

No hay rival para la Feria del Libro durante las tardes de viernes, sábado y domingo de los tres fines de semana que dura la Feria entre mayo y junio. De hecho siempre digo, intentando claro está dejar en evidencia a algunos, que no hay más Feria en Madrid que la del Libro, en clara referencia al anacronismo que supone un espectáculo tan poco culto (por muchos Vargas Llosas y Sabinas que vayan) e intelectual como es una corrida de toros en las Ventas. Y es que Feria del Libro y Feria de San Isidro comparten muchos días de primavera; lo que probablemente no compartan sean fieles y visitantes.

Recientemente, estos dos últimos años, la Feria del Libro también ha tenido que lidiar con un evento estelar que congrega en este caso frente a un televisor a millones de personas, como es la Final de la Liga de Campeones. Tanto el pasado año como el presente el segundo fin de semana de Feria ha coincidido con la Final, y para más inri jugada por el equipo capitalino por excelencia. El año pasado estuve en la Feria dicho fin de semana y viví luego la final, ya mediada la primera parte, en un asturiano con mi mejor amigo y su novia, también amiga. Este año, recibido plantón por parte del mismo amigo para ir por la tarde a la Feria, tuve que cambiar la que espero que sea ya una tradición que dure muchos años de la tarde a la mañana, con el consiguiente aguante de calor y sudor. Porque este año parece que el infierno veraniego madrileño quiere dar por saco a los habitantes de la Villa y Corte antes de lo esperado.

Y es que otra de las tradiciones de la Feria del Libro es o el calor o la lluvia. Si el año pasado el día de la Final de la Liga de Campeones tuve que ir a la Feria con pantalón largo y una cazadora, y me tuve que resguardar en el paraguas de mi amiga y bajo los toldos de las casetas del ligero chaparrón que cayó, este año la lluvia, al menos las mañanas y las tardes que yo he pisado El Retiro, no ha hecho acto de presencia, ni tan siquiera amago. Cosa rara he de decir, porque todos los años desde que tengo memoria de ir a la Feria, me ha caído alguna gota estando en el Paseo de Coches con varias bolsas de papel y libros en su interior. Dirán algunos que la lluvia siempre cae cuando menos se la espera y más daño puede hacer como es durante la Semana Santa Sevillana. Mentira cochina y exageración andaluza. A lo que de verdad hace daño la lluvia es al papel, y los libros están hechos de papel y no las figuras de santos, santas, Vírgenes y Cristos yacientes o crucificados. Mil veces más duele que no se pueda pisar un sábado la Feria del Libro de Madrid que que la Macarena no pueda salir una Madrugá. Por no hablar del valor intelectual y cultural de una cosa y otra.

Este año la lluvia ni se ha olido, y sí el calor. Ni tan siquiera el verdor de los árboles de El Retiro ha tenido fuerzas para aplacar un poco el calor tórrido que este año ha asolado los tres fines de semana de Feria. Ni un respiro ha dado el sol inclemente a los lectores y a los curiosos que se han acercado al Paseo de Coches. Nada. Si se ha podido sobrellevar el calor quizá haya sido por la “recompensa” de conocer a ese escritor predilecto o favorito y pedirle que firme tu libro favorito suyo. Pongo entre comillas lo de recompensa, porque a mí sí que me ha compensado aguantar el sol, por ejemplo ayer por la mañana, para que Muñoz Molina me firmara un par de sus libros; pero dudo mucho que realmente compense, objetivamente hablando, que un youtuber escritor (lo que acabo de escribir ya de por sí es sacrilegio) te firme su “libro”. Pero es así: cada año más fenómenos de masas adolescentes provocan colas interminables de jóvenes, todos cortados bajo el mismo patrón, esperando a conocer y a echarse una foto con su “escritor” favorito. Ilusos.

Puede que me haya salido la vena más radical pero no voy a poder compara nunca a un escritor de verdad (Javier Marías, Javier Reverte, Muñoz Molina, Martínez de Pisón, Julia Navarro, Almudena Grandes, Eduardo Mendoza, Juanjo Millás, Inma Chacón) con uno que simplemente escribe patochadas infumables, todas iguales y repetitivas, sin imaginación ni gracia (metería aquí el nombre de los youtubers pero no me sé ninguno, fruto de mi clara y objetiva ignorancia e incultura en estos lares). No puedo soportarlo. Dicen que da igual qué se lea mientras se lea. Pensando así no me extraña que tengamos a Rajoy como presidente, si no sale del MARCA y del AS, y creo que en su vida ha leído algo sin fotografías o dibujos. Para mí no todo vale a la hora de leer. Y dudo mucho que quien con doce o trece años (si no más) lee a un youtuber, vaya a leer con dieciocho o veinte a Le Carré, García Márquez, Grass o Eduardo Mendoza. Yo no lo veo y ojalá me equivoque de cabo a rabo.

Mi cosecha libresca de este año ha consistido en nueve ejemplares: cuatro de autores españoles y cinco de autores extranjeros. Podrían haber sido varias decenas más los libros que me hubiera comprado pero hace ya tiempo que debo de contenerme más de lo que me gustaría a la hora de comprar, aunque me cuesta mucho. Tampoco ha sido fácil elegir los libros de autores extranjeros (los otros han sido decisiones más que pensadas y deseadas), pero para eso está la Feria del Libro: para poder ojear y palpar, los catálogos de todas las editoriales de España, grandes y pequeñas, conocidas y prácticamente ignoradas.

Todo esto se ha acabado. Las colas, al sol o a la sombra, largas, medianas, cortas o eternas, para que tu autor preferido o autores preferidos te firmen los ejemplares que llevas desde casa o los que acabas de adquirir en alguna de las ya pasadas de moda casetas de la Feria. El calor agobiante, las sombras arbóreas de la tarde, las colas de espera en las fuentes, el polvo de los caminos de tierra laterales del Paseo de Coches, la megafonías monótona que anuncia periódicamente como una salmodia eterna los autores que están firmando en la Feria y en la caseta que lo hacen. La búsqueda de libros, la petición de recomendaciones, el buceo entre la gente para allegarse hasta el borde de la caseta que deseas para preguntar. El saludo a los autores, el comentario sobre tal o cual libro, la pregunta sobre la próxima novela si es que la hay, la recomendación ilustrada, la foto robada, el apretón de manos sincero, la sonrisa cansada, la muñeca dislocada, el bolígrafo sin tinta y la página inmaculada. La mañana, la tarde y el mediodía. Las fotografías impresionantemente bellas y hermosas que muestran el Planeta que nos estamos cargando entre todos por imbéciles, tercos y necios. El nuevo Florida Park sin vallas de obras. La estatua ecuestre del General Martínez Campos vigilante regio sobre la feria en el tramo más bonito de la misma antes del desdoblamiento del Paseo de Coches. La muchedumbre en procesión lenta y ceremoniosa con carritos de bebés, perros obedientes y poco ladradores, jóvenes ilusionados por encontrar ese libro que les enganche de una vez a la lectura, padres intentando alentar a sus hijos a que se dejen llevar por los libros, grupos de amigos que comparten gustos literarios, géneros y autores, parejas jóvenes que buscan un libro qué regalar de recuerdo a su contrario y ya adultas que simplemente buscan ese libro que les acompañe en las tardes pesadas de monotonía, bibliófilos que buscan finamente ese libro que no encuentran en casi ningún lugar y que no lee ya casi nadie y roza por tanto el umbral del olvido y la descatalogación. Gente sola que busca simplemente encontrarse con su pasión por encima de cualquier otra cosa: los libros; que en silencio se acerca a las casetas y ojea de lejos títulos diversos hasta que se decide a comprar y entabla breve conversación con el librero que al ver el título del libro escogido sonríe como aprobando la elección no consultada y alabando, o no, el buen gusto, o no, del lector anónimo que paga y recibe la bolsa de papel con el cartel de la Feria plasmado en ella; que esquiva colas y aglomeraciones de curiosos ante una caseta con “famoso”, entendiéndose como famoso a alguien que sale por la tele y se llama “escritor” por haber escrito un libro y vender ejemplares; que llega sola pero se marcha acompañada por los libros que leerá en las próximas semanas; gente que en el fondo nunca está sola porque siempre tiene un libro al lado que le acompaña, anima y alegra los días.

Mi año acaba de empezar y ahora solo falta comenzar a descontar, semana a semana, los cuarenta y nueve fines de semana que faltan para que de nuevo a finales de mayo de 2018 empiece un nuevo año vital. Por delante muchos libros que leer, algunos ya comprados y otros por descubrir.

Caronte.