jueves, 29 de mayo de 2014

El tren se escapa

Con el paso de los meses la academia de francés se convirtió para él más que un una manera de estar ocupado y hacer algo diferente y de provecho dos días por semana, en una obligación. Cada semana que pasaba le costaba más ir hasta la Plaza de Santo Domingo, en el centro de Madrid, para pasar dos horas hablando francés, aprendiendo fonética y conociendo un poco más la cultura y la sociedad francesa. No es que no le gustara, más bien todo lo contrario, le entusiasmaba haber podido recuperar todo el tiempo perdido con un idioma que había empezado a aprender en el colegio pero que había dejado apartado durante casi siete años, lo que pasaba es que cada día que pasaba ella le gustaba más, pero a la vez cada día que pasaba sabía que nunca iba a poder tenerla entre sus brazos.

Si había algo que le motivara para ir todos los lunes y miércoles hasta la academia perdiendo toda la tarde era poder verla, estar con ella aunque no hablara con él más que un rato. No le importaba que hubiera otro compañero que él creyera que estaba detrás de ella, simplemente él quería verla, oírla hablar ya fuera en francés o en español, verla sonreír, verla bromear con él, que ella le mirara a los ojos y así él poder sumergirse en su inmensidad marrón. Sin embargo él sabía que nunca, por mucho que ella le gustara y por mucho que cada día ella le gustara más, ella iba a ser suya. En el fondo de sí mismo sabía que lo que más le gustaba de ella era su físico, y eso a él le molestaba mucho porque siempre había sido de esas personas que habían dicho que lo más importante es poder conectar con una persona no por su aspecto exterior sino por su forma de ser, pero la atracción era mucho más fuerte en su caso, aunque sabía, estaba más que seguro, que también había facetas de ella que él todavía desconocía que harían que la atracción no fuera simplemente física. Pero él también se daba cuenta de que estaba cambiando, que sí que el interior de una persona es lo que más debería primar a la hora de enamorarte, compartir gustos y aficiones, y en cierta manera formas de pensar y de entender la vida, pero el ser humano y sobre todo los hombres somos animales y por tanto lo primero que vemos es el físico. ¿Está mal que lo primero que a él le gustara de ella fuera eso, ella? ¿Estaba mal poder disfrutar de su belleza simplemente por ello? Poco a poco él fue contestando a esas preguntas en su interior, y la única respuesta que encontró fue un no rotundo, por qué iba a estar mal que un chico se fijara en una chica porque sea bonita, es lo más normal del mundo, ellas también lo hacen los tíos, él no era diferente aunque siempre hubiera pensado lo contrario.

Atrás habían quedado los días del primer trimestre de academia cuando él se dio cuenta por primera vez en su vida que una chica le atraía de verdad, que deseaba ir todos los lunes y miércoles a francés para poder verla, mirarla cuando ella no se diera cuenta, hablar con ella durante el descanso que el profesor les daba en mitad de las dos horas de francés. También quedaron atrás las navidades, cuando él le mandó un christmas a ella porque así se lo pidió descuadrando cualquier suposición, sueño y planteamiento que él tuviera en la cabeza. Incluso quedó atrás la pequeña broma que le gastó un día y que él creyó que había acabado con su relación en clase porque pensó que le había sentado muy mal. Poco a poco ella volvió a ser la misma de siempre con él, cosa que al principio le volvió a coger con el pie cambiado sin saber cómo narices interpretarlo. El curso seguí avanzando, las semanas volaban, y los meses seguían pasando y él veía como ella volvía a relacionarse más con él y menos con quien hasta entonces él pensaba que estaba tras de ella, el industrial, algo que le chocó bastante pero que en el fondo le gustó y le animó a pensar que quizá si en algún momento le echaba valor y le decía algo a ella podría quedar a tomar algo o cualquier cosa.

Lo malo era eso, que no le echaba valor ni para atrás, que no tenía agallas, que lo único que tenía era miedo por hacer el ridículo y darse la ostia, por más que sus amigos le decían que no tenía nada que perder, que lo peor que le podía pasar es que ella le dijera que no y eso era lo mismo que tenía en ese momento. Y tenían todo la razón, ¿qué podía perder, si nada tenía? Pero por mucho que él mismo se dijese que nada tenía que perder, seguía sin atreverse a hacer nada, por qué razón, ni él mismo lo sabía, o quizá sí, quizá en lo más profundo de su ser sabía que por mucho que ella le gustara, no era como él, por lo poco que sabía ella era una chica más marchosa, más lanzada, todo lo contrario que era él, por mucho que eso fuera lo que a él le gustaría encontrar en una chica, que fuera diferente que sacara el chico marchoso que había en su interior y que apartara a un lado a la persona aburrida que él se consideraba que era. Él sabía que su atracción por ella era sobre todo física, aunque también sabía que podía llegar a haber algo más, estaba seguro que en el fondo habría más cosas que terminarían por gustarle de ella. Para empezar a ella tampoco le gustaba la carrera que estaba estudiando, como a él, sin embargo pertenecían a mundos diferentes, ella siempre había ido a colegios privados y religiosos sólo para chicas, mientras que él venía de un mundo humilde de colegios públicos, ella vivía en Plaza de España, él en un barrio perdido de la mano de Dios, humilde y trabajador; a ella le gustaba salir por la noche y divertirse con sus amigas, ir de marcha a discotecas, a él todo eso le ponía muy nervioso. Él sabía que había cosas que era mejor no decir, como por ejemplo que no bebía alcohol, que no le gustaba, que no salía de fiesta, en el sentido que todo el mundo entiende; el día que ella le preguntó en Navidad si hacía algo en Nochevieja y él le dijo que no, ella le miró como si fuera un bicho raro, se quedó perpleja, y cuando aún más le dijo que él no solía beber alcohol ella le preguntó que qué bebía entonces cuando iba de fiesta, a lo que sólo pudo contestar con la verdad que pocas veces salía de fiesta por la noche.

Quizá fuera por todo esto por lo que él se veía que no estaba a la altura de ella, que no podría llegar nunca a tenerla, a poder besarla, a poder cogerla por la cintura y atraerla hacia sí mismo y poder sentir su cuerpo cerca del suyo, y abrazarla y acariciarla. Nada de eso podría llegar a pasar porque él sabía que nunca le podría llegar a gustar, no ya físicamente, que bueno quizá podría haber alguna oportunidad, sino en otros muchos ámbitos. Él mismo se hacía de menos, él mismo se consideraba un bicho raro, muy lejos de poder estar con una chica como ella, no porque fuera la chica más guapa que había conocido, sino porque él no era como ella, no pertenecía a su mundo, no podría hacer que le gustaran las mismas cosas que a ella, ni hacer que ella sintiera el mismo entusiasmo que él por otras muchas. Él mismo no se quería, se hacía de menos, y verla a ella lo único que le provocaba era tristeza por sí mismo, por saber que quizá esta oportunidad tan clara no se le volviera a poner tan a tiro para hacer algo, para decirle algo a una chica que le gustara, para poder empezar una relación con ella o por lo menos para intentarlo si quiera. No. Veía como el tren se estaba escapando, esta oportunidad que había tenido para subirse en él no suele aparecer tan claramente, pero cada vez que tenía las ganas, la voluntad, cada vez que parecía que había logrado armarse de valor y decirla de tomar algo, había algo en su interior que le decía que ella era mucho para él, que no estaba a su altura, que estaba mal que le atrajera una chica sólo por su físico, que le iba a rechazar riéndose de él, que iba a hacer el ridículo; todo esto hacía que no terminara de dar el paso de subirse en ese tren, quizá también por miedo de no saber hacia dónde le llevaría ese tren y si estaría preparado para ello. Quería con toda su alma poder tener pareja, poder decirles a sus amigos que tenía novia, que llevaba unas semanas saliendo con ella, presentársela; pero a la vez le daba miedo las cosas que eso conllevaría, el cambio de vida que eso supondría y que él pensaba que no estaba preparado para experimentar. Pero todavía no podía decir eso, con lo que se conformaba era con llegar pronto a la academia porque sabía que ella también suele hacerlo y así poder hablar un poco con ella a solas, de su carrera, de las cosas que la gustan, de lo que hace los fines de semana, de él si ella le pregunta. Tendría que conformarse con verla en la academia y desear poder abrazarla y besarla, soñar que fuera su novia para atraerla hacia él y oler su precioso pelo castaño, y poder sumergirse en la profundidad de sus ojos marrones, y poder tocar su morena piel y acariciar su cuerpo. Pero esto son sueños que quizá nunca se hagan realidad, y seguro que no lo harán a menos que él cambie y empiece a quererse.

Por eso, aunque el tren parecía parado en la estación, esperando a que él se subiera y emprendiera el viaje, se estaba acabando el tiempo, ya que una vez acabado el curso de francés, a finales de junio ya no la volvería a ver más, porque el curso siguiente ella se iría a Estrasburgo de Erasmus, y entonces se habría escapado del todo. Pero todavía estaba en parada, quedaba poco para que saliera. Sin embargo hasta que él no terminara de conocerse a sí mismo, de encontrarse, de saber qué es lo que quiere, no podrá coger ese tren, no tendrá valor suficiente para subirse en él y emprender un viaje hacia lo desconocido hasta ahora para él, hacia nuevas experiencias, hacia otro mundo de sentimientos. Hasta que no venciera el miedo no podría conseguir lo que más ansiaba: amar a alguien, o que le amaran mejor dicho. Él sabía que o se lanzaba a coger ese tren aunque fuera cuando éste ya hubiera emprendido la marcha, aunque entonces fuera más difícil, o el tren se escaparía con ella y quién sabe si volvería a llegar otro de manera tan clara. Sabía que o cambiaba o por muchos trenes que pararan en la estación que él estuviera nunca iba a atreverse a coger ninguno, todos se escaparían y nunca descubriría adonde llevan dichos trenes, se quedaría sólo en la estación, viendo como otras personas sí cogen el tren en sus andenes y emprender nuevos caminos.


Caronte.

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