martes, 8 de septiembre de 2015

El Vals del Emperador (XXXIII)

*********************************************************************************

(Viene de la entrada anterior)

Acabada la función y tras recoger sus pertenencias del ropero del teatro se dirigieron al restaurante en el que también él esa misma mañana había decidido reservar. El restaurante en cuestión no estaba muy alejado del teatro, algo que él mismo había previsto, para que los desplazamientos no se hicieran demasiado largos y cansinos. De hecho dando un paseo no tardarían más de diez minutos en llegar atravesando alguna de las calles más típicas de los barrios de Universidad y Malasaña. Mientras recorrían las calles de Madrid Anna le cogió del brazo y él se dejó coger, y charlaron sobre la obra de teatro entre otros temas.

– Me ha gustado mucho la obra de teatro. Me he reído como una cría. – Empezó a decir ella sin soltarle del brazo.
– Me alegro. – Respondió él algo cohibido por ir con una mujer abiertamente más joven que él paseando a los ojos de todo el mundo.
– Al final no ha sido ninguna pérdida de tiempo. Parece que tienes buen ojo para esto. – Volvió a decir Anna sonriéndole para hacerle sentir menos cohibido, algo que ella había notado desde el primer momento en que le había cogido del brazo.
– Espero entonces que tu vuelta al teatro haya sido agradable. Tengo que decirte que por mi parte nunca lo había disfrutado tanto, y eso que la obra por muy graciosa que haya sido no es de las mejores que he visto en Madrid en los últimos años. Aunque reconozco el éxito que tiene. – Apuntó él dejando a un lado toda la vergüenza y timidez que tenía encima.
– Yo también me lo he pasado muy bien. Pero esto no ha hecho más que empezar. De hecho, si no recuerdo mal de ayer, sería ahora cuando empezaría la cita, cenando. – Sonrío ampliamente Anna dirigiéndose a él para animarle a que se soltara del todo y dejara de tener miedo, vergüenza o lo que fuera que sintiera en esos momentos.
– Tienes razón. Espero que también te guste el sitio que he elegido. – Dijo él devolviéndola la sonrisa y la mirada.
– Seguro que sí. Si eliges tan bien los restaurantes como las obras de teatro, habrás acertado sin duda. Además tengo hambre.
– No te preocupes que no queda mucho para llegar.

No tardaron mucho en llegar, es cierto. De hecho pocas palabras más cruzaron antes de llegar hasta la puerta del restaurante, situado en el extremo de una plaza pequeñita en pleno barrio de Malasaña. Al entrar en el local notaron al instante el calor de la calefacción. Calor que por otra parte agradecieron bastante porque a esas hora y en esa época del año, llevando el sol oculto al otro lado el mundo varias horas ya, el fresco de Madrid se acercaba más al frío que a la tibieza de otros lugares. Un camarero joven y perteneciente a una de esas nuevas tribus urbanas que han conquistado Madrid y la mayor parte de sus barrios más céntricos y típicos, largamente olvidados por los propios madrileños, le atendió. Una vez comprobado que tenían reserva el camarero les acompañó hasta su mesa situada por casualidad, aunque a ambos les gustó, junto a una de las ventanas que daban a la plaza y por la que se podrían ver los transeúntes que por ser Madrid una ciudad nocturna nunca faltan por las calles de la capital.

– Bueno pues ahora es cuando comienza de verdad la cita ¿no? – Dijo Anna una vez se hubo sentado en la mesa y él terminó de dejar su abrigo en el respaldo de la silla.
– Supongo que sí. – Sonrió él muy tímidamente.
– Te sigo notando muy nervioso. No pienses más en lo que te esté causando ese estado de nerviosismo porque si no, no disfrutarás de la velada. – Le aconsejó Anna mirándole a los ojos.
– Ya. Sabes lo que pasa, que llevo muchos años queriendo hacer esto y no estoy muy acostumbrado. – Replicó él sin saber muy bien de dónde había sacado las agallas para sincerarse de esa manera.
– Bueno. Las cosas al final llegan. ¿Qué se pide en este restaurante para cenar?
– Pues la verdad es que para cenar no lo sé muy bien, porque las veces que he venido siempre han sido para comer y siembre había menú.
– No serán muy diferente. La carta será la misma siempre y los platos también.
– Supongo. Creo que la pasta la hacen muy bien y de manera bastante original. Aunque no sé si a ti te gustará la pasta. – Se aventuró a decir él.
– La pasta gusta siempre y a cualquier edad a no ser que se sea muy rarito. – Rió ella.
– Es verdad. – Se sumó él a la broma.
– Por lo que leo, tienen una amplia selección de ensaladas. ¿Te apetece pedir una para compartir como primer plato?
– Sí, puede estar bien. Pide la que más te apetezca.
– ¿Y de segundo plato?
– No sé. Ya te digo las pasta la hacen muy bien. La primera vez que estuve aquí fue hace muchos años con un muy buen amigo que fue quien me descubrió este sitio al que venía con su novia y me pedí un pato de espaguetis que estaba deliciosos si no recuerdo mal. Pero ya han pasado muchos años desde entonces. – Comentó él recordando con cierto tono nostálgico en su voz, casi imperceptible salvo para él que lo notaba en su garganta.
– Creo que tú te vas a decantar por la pasta por lo que parece. – Dijo ella divertida dirigiéndole sin que él lo notara una mirara escrutadora.
– Sí. O eso o una pizza de pulpo que parece bastante exótico.
– Pues yo me voy a pedir un ceviche que la comida peruana siempre me ha gustado mucho.
– Pareces atrevida. Yo para la comida soy muy tradicional y conservador. No suelo innovar mucho. – Dijo él mirándola fijamente.
– Pues te pierdes muchos placeres de la vida. – Dijo ella devolviéndole la mirada y mostrando una especie de doble sentido en sus palabras que él en un principio no supo captar.

Volvió el camarero y les tomó nota de la cena. Poco después trajo la bebida: agua y vino. Antes de retomar la conversación Anna se adelantó a llenar ambas copas con vino y propuso un brindis que a él le dejó un tanto desconcertado y cohibido por lo que implicada.

– ¡Por esta velada inolvidable del teatro de la improvisación! – Dijo Anna levantando levemente la copa mostrándosela a él y animándole a que con la suya la chocara.
– ¡Por esta velada! – Respondió él al brindis con algo de timidez.

Comieron y bebieron muy a gusto. Durante la velada ella habló y preguntó mucho más que él. Él por su parte contestó a casi todo lo que ella le preguntaba con interés, sin ánimo de cotilleo simplemente para que él se soltara y perdiera esa tensión que tenía encima. Anna le preguntó por su trabajo y él la explicó en qué consistía trabajar en una editorial de libros aceptando y rechazando novelas, redactando cartas de agradecimiento sutiles a escritores que probaban suerte en un mundo, el editorial, muy complicado y casi hermético, en el que es muy complicado entrar si no tienes a alguien dentro o con contactos dentro, pero no imposible de conseguir. A Anna le resultó muy curioso que trabajara en algo diametralmente opuesto, y estas fueron sus palabras textuales, a lo que había estudiado y a lo que por destino quizá debería haberse dedicado. En ese punto él no fue del todo sincero y tras vacilar un poco en su explicación se inventó una pseudo mentira para no contarla la verdad, una verdad que en el fondo seguía provocándole algo de vergüenza, o si no vergüenza sí un sentimiento de melancolía y dolor por la pérdida de tiempo, las sinsabores y las decepciones que supuso su paso por la universidad y su formación como ingeniero. Anna se dio cuenta de que no decía toda la verdad. Mucha experiencia tenía a sus espaldas como para no darse cuenta cuándo un hombre no estaba diciendo toda la verdad. En ningún momento ella se creyó esa milonga sobre que al acabar la carrera probó a trabajar en su mundo pero que secretamente seguía escribiendo y metido de lleno en clubes de lectura y escritura, donde conoció a un par de personas que tras leer alguna de sus criticas sobre libros, algunos artículos y varios relatos cortos le ofrecieron conocer a los “jefes” de la editorial en la que a día de hoy trabajaba. Y en el fondo él supo que la excusa que dio a Anna para justificar su trabajo en un mundo profesional tan alejado y en ocasiones, sino siempre, enfrentado a las ciencias, los números y las tecnologías, no había terminado de calar.

En un momento dado de la cena, cuando estaban tomando ya los postres, él unas natillas caseras con una galleta maría encima y canela espolvoreada, ella una tarta de queso totalmente artesanal y con pinta de haber sido hecha esa misma mañana, ocurrió algo que hizo que él se terminara de sincerar con ella con respecto a sus sentimiento, por mucho que eso le incomodara y no quisiera hacerlo. Mientras ella comía distraída su tarta de queso él se quedó mirándola, viéndola allí sentada en frente de él, contemplando sus suaves rasgos, su pelo castaño ondulado semirrecogido en la nuca dejando su cara libre. No quería que ella se diera cuenta de esa mirada furtiva que él pretendía que fuera secreta, como cuando de pequeños miramos jugar a la niña que nos gusta y a la que nos gustaría decir algo para que nos dejara jugar con ella. Pero ella se dio cuenta.

 – ¿Qué miras con tanta insistencia? – Dijo ella al levantar la cabeza en un instante, probablemente para preguntarle algo a él, pregunta que se vio abortada al descubrirle mirándola y apartando rápidamente la vista de ella.
– No, nada. – Dijo él volviendo a sus natilla, algo avergonzado, sintiendo el rubor subirle a las mejillas.
– ¿Tengo monos en la cara, o se me ha quedado la nariz manchada de vino al beber, o es que tengo algo entre los dientes? Porque mirarme me estabas mirando digas los que digas. – Repitió ella usando un tono irónico, sabiendo que le estaba poniendo en un aprieto y que él se estaba poniendo más rojo que un tomate.
– Simplemente te estaba mirando. Sólo eso. – Dijo él intentando excusarse.
– Ya. Por eso te estás poniendo colorado. Pareces un alemán que acaba de venir de Mallorca. – Volvió a insistir ella empezando ya a esbozar en su cara una sonrisa.
– Vale. Sí te estaba mirando. Me pareces la mujer más guapa que he visto nunca y no puedo dejar de mirarte. Tus ojos me impresionan y a la vez me dan miedo de los bellos que son. – Aceptó por fin él asumiendo el calor que le seguía subiendo y haciendo que el cuello de la camisa se quedara pequeño.
– ¿Y por eso te avergüenzas? – Preguntó ella sorprendida.
– Sí, porque no me había pasado antes con ninguna mujer con las que he estado. Me gustas. Me gustas mucho y solo puedo admirarte, mirarte a hurtadillas porque si lo hago de frente, al descubierto siento que no lo merezco.
– Muchas gracias por el piropo, al final vas a conseguir que yo también me ponga colorada. Pero no digas que no puedes mirarme de frente y abiertamente. Estoy aquí también porque yo quiero estar. – Apuntó ella cogiéndole la mano por encima de la mesa.
– Lo sé. Aún así todo esto es nuevo para mí.
– Nuestro conocido en común, Miguel el del local de anoche, no me ha dicho eso.
– ¡Ah! ¿Y qué te ha dicho ese viejo bribón? – Quiso saber él algo desconcertado por la revelación de Anna.
– No soy la primera chica con la que quedas en ese bar.
– Cierto. Pero eres la primera chica con la que no sé que tengo que hacer. Eres la primera mujer que ha desajustado todos mis planteamientos previos. Las mujeres con las que me voy del local algunas noches no son como tú, no me gustan en el fondo. Sí, suelen ser atractivas y por ello acabo con ellas en la cama. – A medida que hablada se estaba dando cuenta de que estaba ganando en confianza y de que Anna no le quitaba la mirada de encima, esos ojos escrutadores tan profundos que se podría bucear en ellos y descubrir un mundo nuevo. – Pero tú eres diferente.
– ¿No quieres acabar conmigo en la cama? – Preguntó ella cortante, sin querer ser brusca ni grosera, simplemente uso un tono algo más firme para causarle cierta impresión a él; impresión que por supuesto causó.
– ¿Cómo? Bueno...eh...sí claro. Digo no. Bueno supongo. – Empezó a tartamudear él.
– ¿Entonces por qué dices que soy diferente? – Siguió ella empleando ese tono firme que le tenía acogotado.
– Claro que quiero acostarme contigo. – Al escucharse decir esto cambió de tono porque pensaba que había sonado demasiado directo, vulgar, típico. – Pero la diferencia entre tú y el resto de mujeres con las que he acabado en la cama es que a ellas no las quería, sólo me gustaban, me atraían físicamente. Tú no sólo me gustas sino creo que te quiero. – Terminó de sincerarse él.
– Sólo hemos hablado dos veces, ayer y hoy, ¿y ya me quieres? En el fondo no sabes nada de mí, y no creo que me quieras como dices que me quieres. No creo que puedas hacerlo nunca. – Dijo ella, ahora sí usando un tono entre firme y cordial que no buscaba enfrentarse con él, ni reprocharle nada, sino más bien todo lo contrario, hacerle ver qué es lo que estaba pasando.
– Bueno, espero que haya más veces en las que podamos hablar, y más a menudo también. Me gustaría contemplar esos ojos muchas otras noches, y días también. Me gustaría que esos ojos se fijaran en mí más a menudo, me escrutaran y me hicieran rehuir tu mirada. También me gustaría oler ese pelo tan hermoso, besar esa piel tan morena y tersa. Pero en el fondo lo que yo quiera no vale nada.
– Al final sí que vas a hacer que ponga colorada. A mí tampoco ningún hombre me había dicho nunca estas cosas, ni se había sincerado tanto conmigo. Muchos sólo han salido conmigo un par de semanas para exhibirme en público como si fuera un perro al que sacan al parque a pasear.
– Estas cosas las diré siempre, porque son verdad, son lo que siento. – Terminó diciendo él, ya apartando la mirada de los ojos de Anna que habían vuelto a recobrar la intensidad anterior.
– Y siempre te las agradeceré. Por cierto la cena ha estado muy buena y el sitio me ha gustado mucho. – Concluyó Anna cambiando de tema.
– Me alegro. Al menos me iré tranquilo a casa sabiendo que mi elección tanto con el teatro como con el restaurante has sido acertadas. Si quieres pedimos la cuenta y nos vamos. – Dijo él algo abatido, pensando que quizá con todo lo que había dicho, mostrándose más sincero y directo de lo que nunca había sido con ninguna mujer, Anna se había sentido incómoda y la cita iba a acabar ahí.
– Todavía no ha terminado la cita. Todavía queda noche. – Añadió Anna sonriéndole de manera provocativa.

Y en el fondo ella decía la verdad. La noche no había hecho más que comenzar en Madrid, una ciudad que los fines de semana vive por la noche, sale por la noche, se divierte por la noche; aunque de esta vida nocturno él no hubiera tenido constancia hasta hace apenas unos cuantos años cuando decidió darle un cambio radical a su vida y dejar toda su ética a un lado, todos sus principios aparcados en el garaje de su mente, para salir y olvidarse de su sentido más desarrollado, el sentido común que le había hecho no probar nunca la noche madrileña por pensar que era algo pobre intelectualmente hablando que nada le iba a reportar a nivel personal, pensamientos que terminó por corroborar cuando empezó a salir y a terminar en la cama con mujeres que habían pasado ya por otras camas otras noches, y a ver cómo el ser humano se rebaja hasta límites insospechados para divertirse de manera ficticia, con alcohol y sexo físico.

Caronte.

*********************************************************************************

No hay comentarios:

Publicar un comentario