domingo, 27 de marzo de 2016

Una Pascua algo extraña

Esta Semana Santa está siendo algo diferente a las que hasta ahora he vivido. Tampoco excesivamente, es verdad, pero sí lo suficiente como para que los pequeños matices que la están diferenciando de otras se hagan notar. De primeras esta Semana de Pasión estoy trabajando, no es que esté trabajando los días principales de celebración religiosa/festiva/vacacional, sino que estoy trabajando en general. De hecho esta semana por el tipo de trabajo que tengo estoy de vacaciones. Es lo que tiene trabajar en la Universidad, que cuando llegan las vacaciones escolares/universitarias no se trabaja demasiado (aunque esto de no trabajar demasiado no es que sea solo en época vacacional, ya que un día normal en el trabajo me cuesta mucho encontrar algo que hacer para matar el tiempo). Pero estoy trabajando y esa es una diferencia fundamental.

Otra diferencia de esta Pascua es que un poco más y cae en invierno. Esto es común para todo el mundo, no es una diferencia o matiz que me ataña solamente a mí. Pero no es menor, ya que todas las procesiones salen casi de noche, por lo menos en Madrid. Es probable que en otras ciudades mucho más pías y por tanto menos pecadoras que la comunista y pro URSS Madrid, gobernada por los rojos desde el pasado mes de mayo cuando se desalojó de la alcaldía a los herederos del régimen que llevaban acaparando el poder absoluto de la villa desde hace un cuarto de siglo, las procesiones salgan a cualquier hora del día. Sin ir más lejos en Sevilla, la catolicísima y muy creyente capital andaluza, tienen procesiones a todas horas, todos los días de la semana desde el fin de semana del domingo de ramos hasta el de resurrección.

Yo no soy una persona excesivamente creyente, o mejor dicho religiosa, no me gusta que nadie me diga cómo me tengo que comportar para ir al cielo, al paraíso, para disfrutar de la vida eterna. Es más no creo en nada más allá que nuestra estancia temporal y mal aprovechada en la Tierra. Es aquí donde debemos disfrutar de la vida y no en el más allá con Dios, que vete a saber tú qué es Dios para cada uno de los millones de creyentes de cualquier fe y creencia que hay en el mundo. No se puede decir que sea muy feligrés tampoco. Llevo sin pisar una iglesia sin ir a un entierro, un bautizo o una boda, o simplemente de turismo como mínimo desde que hice la primera comunión. Y sin que me den una hostia también bastante tiempo. Y aquí sigo, vivo, sin que el pecado me reconcoma la mente ni el alma, y sin notar que me estoy condenando al fuego eterno, donde probablemente se tenga una existencia post-terrenal mucho más entretenida.

Pero a pesar de que no me considero un creyente de los pies a la cabeza sí que tengo mi fe. La llevo a mi manera. No necesito que un señor que ha estado enclaustrado toda la vida, alejado de la normalidad y que habla como si tuviera una almorrana del tamaño de un melocotón de Calanda, me diga como tengo que vivir mi fe. Sé que estoy blasfemando, pero considero que ese Dios del que todo el mundo habla en estas fechas está más con gente como yo que respeta el mundo y lo intenta preservar todo lo posible, disfrutándolo, cuidándolo, conociéndolo y descubriéndolo en todo su esplendor, que con todos esos que siguen intransigentemente a un cura con sotana y que no soportan que se haga broma con la religión. De hecho me da igual blasfemar a ojos de estos radicales, con lo a gusto que se vive así.

Como digo a pesar de mi peculiar forma de vivir y de creer en algo respeto profundamente las tradiciones católicas de España, ya que es mi país. Además las procesiones y todos los demás actos que conlleva la Semana Santa en España: torrijas, potajes, bacalao con tomate, monas de Pascua en Cataluña el próximo lunes, etc., son algo extraordinario. Aparte de todo el turismo que viene a nuestro país para disfrutar de estos eventos supersticiosos en los que se venera una imagen de madera sobre una carroza cargada a hombros sobre penitentes que pasea dicha carroza y la imagen que en ella va subida por toda la ciudad en un recorrido de varios kilómetros y muchas horas. Es un negocio redondo y perfecto. Ya en las procesiones de Semana Santa en España no hay fe, o la hay de manera muy minoritaria; o eso al menos creo yo. Y por esto mismo creo que nadie va a quitar las procesiones de ninguna ciudad por mucho temor que infundan esos políticos necios que usan el miedo para intentar ganar algún voto ignorante. La Semana Santa es un negocio y por eso mismo siempre se celebrará en este país, gobierne quien gobierne, y sea España la forma de gobierno que sea: Monarquía o República.

Como el año pasado, esta Pascua he ido a ver tres procesiones distintas en Madrid, tres días diferentes. De las tres sólo una es a la que voy de manera incondicional y es la del Cristo de los Alabarderos. Las otras dos la verdad es que me dan un poco igual, es más si no fuera a verlas estaría tan contento y feliz en mi casa rascándome la barriga, pero a mi madre le hace ilusión ir a verlas ya que ya no vamos al pueblo a ver las de allí (mucho más deprimentes y chapadas a la antigua, tanto que hay momentos en los que temo que la bandera que se ponga en el Ayuntamiento venga con pajarraco incluida).

Pero este año la procesión de los Alabarderos ha traído consigo una sorpresa muy grata y agradable. Resulta que estando ya mi madre y yo preparados en un punto del recorrido a pocos metros del inicio de la procesión, que sale desde la Puerta de Oriente del Palacio Real de Madrid, un matrimonio de turistas americanos se me acerca y me pregunta si hablo inglés; yo le contesté a la mujer, ya que fue ella la que me preguntó (siempre son las mujeres las más lanzadas en estos temas, es como si a los hombres nos diera reparo), que sí que hablaba inglés, con lo que la di pie para que me preguntara que qué era todo eso que estaba pasando y por qué había tanta gente allí de pie parada. Ahí empezó una especie de Via Crucis algo especial, porque me vi en la necesidad de explicar en inglés a un par de guiris qué es una procesión de Semana Santa y por qué se hacían. Menos mal que mientras me intentaba explicar cómo podía explicando los pormenores de la procesión, una mujer española, ya jubilada, que había vivido veinticinco años en Nueva York se sumó a la conversación y entre ella y yo, mi madre la pobre hacía de convidada de piedra en la conversación al no saber inglés, conseguimos explicar al matrimonio qué era la procesión.

Pero la cosa no quedó ahí. El matrimonio, que resultó ser americano y concretamente de Kansas City, se quedó durante toda la procesión junto a nosotros, siendo “nosotros” mi madre, la mujer medio neoyorquina y yo mismo. Estuvimos como hora y media hablando sobre España y EE.UU., sus diferentes tradiciones y formas de entender la religión. Resultó que el matrimonio era bastante religioso. Además acababan de llegar a Madrid hacía apenas unas horas. Previamente habían estado en Barcelona, San Sebastián y Bilbao. Vamos que al llegar a la capital y descubrir ese guirigay de procesiones, Cristos Crucificados por las calles y demás debieron de quedarse más que petrificados. En todo el tiempo que estuvieron con nosotros también hablamos un poco de Donal Trumpo y el alivio que para ellos suponía estar lejos de su tierra sin poder escuchar absolutamente nada de ese “personaje” que es como le llamaron.

Una de las cosas más curiosas y también por qué no decirlo delicadas que pasó y que viví, fue el momento de explicarles a los americanos qué era un nazareno y porqué se parecía tanto a los miembros del Ku Klux Klan, o simplemente como ellos se referían a esta organización: el Klan. En el momento que le comenté al matrimonio la semejanza en vestimenta entre los nazarenos y el Klan la mujer puso una cara de horror increíble, no se lo podía creer de hecho. Es más creo que no se lo creyó hasta que vio a menos de un metro suyo a uno de esos nazarenos y entonces me dio la razón aparentemente entre conmovida y asustada. Como pude también les expliqué que la vestimenta de nazareno es anterior al Klan con lo que parece que se calmó la mujer un poco. El hombre por su parte sacó la cámara de fotos, o el móvil, y echó una foto a uno de esos nazarenos para mostrarla en Kansas a sus amigos y familiares, comentando a continuación que se apuntaría la explicación que yo le había dado para darla también ante las más que previsibles protestas y exclamaciones de asombro de dichos amigos y conocidos.

Pasada la procesión por delante de nosotros, nos despedimos todos de manera muy efusiva y cordial. Los americanos nos agradecieron a la mujer española que había vivido en Nueva York y a mí que les hubiéramos explicado tan bien la procesión y todo lo que nos preguntaron sobre España, la Semana Santa y más asuntos varios. Nos agradecieron igualmente que hubiéramos invertido nuestro tiempo acompañándoles mientras la procesión se desarrollaba, a lo que yo al menos respondí diciendo que era un honor, porque de hecho yo lo viví así ya que no siempre se puede mostrar algo de la ciudad que se ama a gente que lo desconoce todo de ella. Nos estrechamos las manos y nos despedimos todos, siguiendo cada cual nuestro camino. Ahora repasando lo que ocurrió para poder escribirlo lo siento de manera muy especial. Fue un rato muy agradable durante el que comprobé que mis años de estudio de inglés habían servido para algo, además el hombre americano me dijo que hablaba bastante bien inglés cosa que hizo que me enorgulleciera.

Las otras dos precesiones a las que he ido esta Pascua poco o nada tienen de reseñables. Están a años luz de la de los Alabarderos, tanto por presentación como por escenario de desarrollo. Pocos lugares hay en Madrid que se puedan asemejar al Palacio Real y todo su entorno, exceptuando claro está el insidioso edificio que alberga la Catedral de la Almudena, construcción desentonante donde las haya pero que a fuerza de verla ahí siempre al final uno la coge cariño. Pero este año ha habido una diferencia y es la luz. Las procesiones de Madrid este año han salido todas al borde del ocaso, con el sol ya vencido sobre el horizonte, dispuesto a caer rendido al otro lado del mundo y dar paso a la penumbra y las sombras de la noche madrileña.

Para ir acabando también he de decir que este año como todos los demás en mi casa el Viernes Santo, día de la crucifixión y muerte de Jesús hijo de Dios nuestro Señor, ha habido bacalao con tomate pare comer. Un manjar delicioso que a mi madre le sale casi celestial, valga la blasfemia para describir las cualidades culinarias de mi madre en este ámbito. Pero no se ha quedado ahí la cosa ya que las torrijas tampoco es que le salgan malas, sino más bien todo lo contrario y también como todas las Semanas Santas en mi casa hay torrijas casi durante una semana. Este año la diferencia ha estado en que ha sido mi madre la que también ha hecho las torrijas para mi abuela, ya que la pobre ya no está para cocinar algo tan laborioso como este dulce tan empalagoso y delirante, aunque a mis abuelos les han durado apenas tres días y a día de hoy ya no tienen ni una sola que llevarse a la boca. Lo único que este año no se ha comido en mi casa ha sido potaje. Una pena la verdad, pero no paso todo el año hambre para no subir de peso para que llegue esta semana de Pascua y me ponga a comer manjares pecaminosos como un cerdo y todo el esfuerzo se venga abajo.

Sin embargo todo lo anterior son minucias, extrañezas poco serias, diferencias insustanciales y casi imperceptibles, cambios irrelevantes y casi anecdóticos. Esta Pascua para mí ha traído consigo un estado de agitación interior personal muy relevante. No, esta Semana Santa por suerte o por desgracia, aunque no creo que ni lo uno ni lo otro tengan nada que ver en los cambios, no ha sido como las anteriores. Las anteriores se desarrollaron en un entorno que controlaba con un futuro estable por delante sin cambios y sin decisiones relevantes y decisivas que tomar. La de este año no ha sido así. Antes de comenzar los días grandes de la Pascua de este año recibí una noticia que me turbó y cambió todo mi planteamiento mental, afectando relevantemente a mi situación personal, o que afectaría relevantemente a mi situación personal si yo tomo la decisión de que así sea.

Es muy probable que en un periodo de tiempo tenga que tomar una decisión que cambiará mucho. Y eso es lo que me lleva reconcomiendo la cabeza toda esta Semana Santa, lo que ha hecho de esta Pascua algo extraño y muy diferente a todas las anteriores, y probablemente también a las siguientes que deban venir en los años que hay por delante de nosotros aunque estos todavía no existan ni puedan ni deban ser imaginados. Son las decisiones que pueden afectar seriamente al ámbito personal las más complicadas de tomar. Pero siempre hay que decidir. De hecho lo hacemos constantemente. El problema es que las decisiones que tomamos todos los días y a todas horas no nos cambian la vida de manera relevante, no ya en un futuro a muy corto plazo, sino a la larga. Son las decisiones que sabemos que nos transformarán en otra personas las que más nos cuesta tomar, básicamente porque el ser humano es un animal que necesita seguridad para hacerlo todo, salvo contadas excepciones temerarias, un animal al que no le gusta el riesgo porque se ha acomodado a vivir tranquilamente en un entorno que más o menos es capaz de controlar.

Lo que tengo que decidir no lo puedo controlar y por eso me perturba, me genera incertidumbre y miedo, mucho miedo. Pero son los hechos y es la vida. Esta Pascua la voy a recordar toda mi vida, no por haber sido ligeramente diferente a las anteriores, sino por probablemente ser diferente a todas las que en el futuro puedan venir y pueda vivir. Además la semana que viene es mi cumpleaños, un cuarto de siglo, que tampoco va a ser igual que todos los anteriores, empezando por la edad que cumplo, y siguiendo por las mismas razones que acabo de exponer aquí. También en esto esta Pascua ha sido extraña ya que mi cumpleaños no cae cerca de la Semana Santa sino que ésta ya ha acabado, cuando habitualmente mi cumpleaños siempre ha caído o el fin de semana del Domingo de Ramos, o en el de Resurrección, sino justo en mitad de estos días de celebración de fe religiosa y espiritualidad. Vamos que la Pascua de este año ha sido y será siempre una Pascua extraña venga lo que tenga que venir.

Caronte.

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