Ya hablé de la
blanca luz del invierno en Madrid en otra entrada en el blog; de esa luz que
acaricia las fachadas de los edificios durante las tardes soleadas invernales
de Madrid, si es que el mal tiempo, los cielos grises y la lluvia lo permiten,
y las ilumina con una luz inconmensurable y que no se encuentra en ningún otro
rincón del mundo. Madrid no es una ciudad hermosa al estilo de Roma, París,
Viena o Praga, ni tan siquiera como Londres o Berlín. Podría incluso
aventurarme a decir, por mucho que me pueda doler que Madrid es una ciudad fea,
aunque más que fea yo creo que es una ciudad rústica y rural a pesar de ser
cosmopolita e internacional. Pero ninguna de las ciudades que he nombrado comparándolas
con Madrid en cuanto a belleza tiene esa blanca luz de invierno ni ese sol frío
que tiene la villa y corte ciudad capital de España.
El sol de finales
del invierno en Madrid es un sol cuya luz a pesar de ir día a día ganándole la
batalla a la oscuridad todavía no es capaz de calentar. A finales de febrero o
principios de marzo el sol ya se siente victorioso frente a las largas noches
de invierno y es capaz casi de igualar con su luz a la oscuridad todavía
reinante. Pero a pesar de que la guerra empieza a estar ganada no puede sin
embargo sacar fuerzas para calentar y que sus rayos piquen en la piel de los
madrileños. Sin embargo este sol débil, casi victorioso, apenas todavía
pletórico, que empieza a dominar sobre la luna y la noche no dura siempre. Esa
sensación de tener días radiantes sin una sola nube en el firmamento que
enturbie la vista del horizonte y unos cielos de un azul tan intenso que hace
daño contemplar no duran mucho, son casi un oasis en medio de todo un año.
Los días de estas
pocas semanas del año en las que luce el sol pero éste no calienta son días en
los que el frío gélido de las mañanas, que hace que los campos y las zonas
ajardinadas de la capital queden cubiertas por un muy sutil y delicado manto de
hielo y escarcha blanca, pase a ser un frío tibio o una tibieza fría que impide
que uno se quite el abrigo ya que para ir en mangas de camisa o jersey por
mucho sol que haga es todavía pronto en el calendario, para acabar el día,
cuando un tono malva se va adueñando del cielo hasta que la más amplia gama de
tonos azules van ganando terreno en la bóveda celeste para convertirse al final
en el más profundo y sideral negro, con un frío acorchado que se mete de nuevo
por todos los resquicios de la ropa para intentar rozarnos la piel desnuda.
Es increíble,
conmovedor incluso, disfrutar de este sol frío que lo único a lo que nos obliga
es a usar gafas de sol, ya que a pesar de que no tiene fuerza para calentar ni
tan siquiera en las horas centrales del día, sí manda su luz reconfortante
sobre las calles de Madrid. Los abrigos no sobran, y esto hace que las imágenes
de la gente por las grandes calles del centro de la capital sean chocantes. Si
se hiciera una foto en plena Gran Vía de Madrid en la que quedara reflejado y
congelado un instante veríamos un cielo totalmente raso, de un azul intensísimo
y bellísimo como en pocas épocas vemos en Madrid, sin una sola nube, diáfano e
inescrutable, inmenso e inabarcable; un cielo que para quien no se fijara en
las ropas de los viandantes que saldrían en la foto evocaría calor, una buena y
cálida temperatura. Sin embargo quien se fijara un poco más detenidamente en la
gente que en la fotografía apareciese se daría cuenta cómo van abrigados,
usando incluso bufandas y guantes, sobre todo en la acera de sombra.
No es de extrañar
que mucha gente, turistas extranjeros y nacionales, habitantes de la urbe
capital o simplemente gente de paso por ella, quedé extrañada por este fenómeno
único que, aunque no lo sepan de primeras, no vivirán en ninguna otra parte del
mundo. Los amaneceres de estos días de sol frío con absolutamente gélidos, las
tardes también, y en medio de esos dos momentos cuando el sol nace y muere
diariamente como un ave fénix eterno está el día soleado de Madrid de finales
de invierno. El sol acaricia la cara, la intenta tostar y reconfortar tras
varios meses de cielos encapotados, grises y lluviosos en los que las ganas de
salir a la calle se ven frustradas y truncadas por una mezcla de pereza y
melancolía por esos días soleados y alegres, bulliciosos y animados de la
primavera y parte del verano. Pero no consigue su objetivo.
Por muchas ganas
que el sol ponga en su misión es incapaz de dar calor, de hacer que los
ciudadanos de Madrid nos quitemos alguna capa de abrigo de encima. Pero con el
paso de los días este sol impotente, todavía en su edad temprana en la que es
todo entusiasmo y ganas pero que no puede con nada, va ganando fuerza e
intensidad. Todavía mientras escribo estas líneas el sol sigue siendo joven e
inmaduro para calentar y derrochar la fuerza que suele tener también en Madrid en
verano, más quizá que en cualquier otra parte de España también, aunque aquí sé
que exagero más. Pero estos días ya están a punto de llegar a su fin.
Ya cada vez el sol
es capaz de calentar más sobre todo a medio día, de alzarse más en el cielo
para lanzar sus rayos lo más verticales posibles y golpear inmisericordes sobre
Madrid. Están lejos todavía las jornadas eternas de luz, sol y calor que
traerán los meses de junio y julio, y también por qué no agosto aunque en menor
medida, cuando los que quedemos en Madrid tendremos que aguantar sufriendo esas
largas y densas horas estivales, cuando la canícula y el ambiente infernal
llenan todos los rincones y calles de Madrid, cuando las sombras son tanto o
más calurosas que las zonas de sol, cuando no hay refugio donde ocultarse de
ese mismo sol que en estos últimos días de invierno todavía no puede calentar.
Ojalá estos días
pudieran durar todo el año. No puedo negar que me gusta el frío y mucho. Sé que
aunque muchos dicen que vivir en un país con fríos, duros e inclementes
inviernos no es algo divertido, yo sería feliz haciéndolo. Me gustaría que en
Madrid en invierno nevara todos los años, pero el maldito y maravilloso a un
tiempo Sistema Central se queda con la poca nieve que en invierno cae por estos
lares peninsulares. Por esto me gusta este sol incapaz de calentar y de tornar
el frío en tibio ambiente pre-primaveral. Me gusta caminar por las calles de
Madrid con gafas de sol porque el sol me moleste en los ojos, pero al mismo
tiempo hacerlo con bufanda y abrigo pesado y calentito, con jersey y con botas
para que los pies no se queden tiritando. No cambiaba esta sensación por
ninguna otra del mundo, no trocaba este sol por una temperatura caribeña ni
loco. Prefiero estos días de cielos casi siempre nítidos y azules, sin nubes,
con ligera brisa del norte y frío.
Sin embargo este
tipo de días no tienen por qué existir. No todos los años hay días de estos, o
tantos días de estos. Sí es cierto que es lo normal. Además este año está
siendo todo un poco más raro de lo normal por el invierno tan atípicamente
caluroso que estamos teniendo. No creo que este sol frío vaya a durar mucho
más. Es una pena porque estos días están siendo una maravilla, sobre todo aquellos
en los que el cielo está verdadera y completamente azul, que por desgracia no
son todos. Cuando esto pasa, y se combinan la blanca y fría luz de este sol de
finales de invierno y el azul impoluto del cielo de Madrid pasear por las
calles de la ciudad pasa a ser un lujo del que únicamente los madrileños
podemos disfrutar y que todo el mundo con al menos dos dedos de frente es capaz
de reconocer. Ir al Retiro una mañana de sábado o domingo tras haberse pasado antes
por la Cuesta del Moyano para buscar en sus puestos algún libro que merezca la
pena a un precio más que inmejorable, es algo que pocas ciudades del mundo
pueden ofrecer.
Las mañanas de los
fines de semana son las mejores para disfrutar de este sol, para retarle y
burlarse de él por su impotencia a la hora de calentar. Y digo las mañanas
porque durante las tardes, a pesar de que día a día el sol gana tiempo y
terreno a la noche, todavía las sombras cubren la ciudad demasiado temprano
para los gustos de la capital, aunque para el mío personal no. Esos fines de
semana en los que brilla espléndido el sol son las mejores para disfrutar de
él, para salir pasear antes de tomar
algo y comer tranquilamente, no sobra ropa, pero tampoco falta nada. Uno puede
ir al Retiro como he dicho a disfrutar de un buen rato con la pareja, o a la
Plaza de Oriente a pasear junto a las estatuas de reyes godos, o a la zona del
río recientemente acondicionada para el uso y disfrute de todos los vecinos de
la villa y corte.
El sol anima a
moverse, a salir del letargo invernal para ir empezando a entrenarse de nuevo
para la temporada primaveral cuando la vida sale de las casas para instalarse
en las calles, plazas y parques, hasta bien entrado el otoño. El sol es vida
siempre, salvo entre el quince de julio y el de agosto, cuando en vez de vida
es horno asador y solo genera muerte (figuradamente quiero decir). Pero el sol
de invierno es un sol que quiere avisar de lo que está por venir pero para lo que
todavía falta tiempo, apenas unas semanas. No caliente, no quema, no broncea,
no pica, pero transmite vida, levanta el ánimo y si se combina con el cielo azul
es perfecto para dejarse llevar por las mejores y más bonitas emociones. Es un
sol que alegra siempre, al menos a mí me alegra más que ningún otro a lo largo
del año, porque me permite salir a pasear solo y sentirme a gusto, sin envidiar
a las parejas que luego en verano y sobre todo en primavera abarrotan el
Retiro, los parques y las plazas de cualquier zona de Madrid, demostrando su
amor y su falta de soledad. Puedo decir que amo al sol frío de finales de
invierno.
Pero esto ya se
acaba. El sol ya no será más un simple faro luminoso. No creo que los días de
cielos despejados durante los cuales desde ciertos lugares de Madrid se puede
contemplar a la perfección la silueta inmensa y pétrea, regia y sólida de la
sierra madrileña con sus cumbres cubiertas de nieve, y radiante sol vayan a
durar mucho más. Cada día que pasa noto que al mediodía el abrigo va sobrando
más. El sol empieza a quemar, a saberse un poco más fuerte con cada momento, a
recordar que el invierno está prácticamente muerto y la primavera ya llama a
las puertas de la naturaleza. Aunque esto da igual. No importa que haya que
esperar de nuevo todo un año para volver a ver esta maravillosa luz blanca y
fría de invierno en Madrid. No importa que lo que venga ahora vaya poco a poco
ganando en intensidad y calor hasta llegar al horno veraniego en el que se
convierte la capital de España en verano. No importa porque quienes llevamos a Madrid
en nuestros corazones y en nuestra alma sabemos que ese sol frío ha de volver
en menos de un año.
Mientras este sol
frío de finales de invierno termina por desarrollarse y pasar a ser un sol más
poderoso y arrogante incluso, inmisericorde y despótico. Mientras este sol solo
mande rayos de luz y el calor esté ausente en ellos, hay que disfrutarlo porque
puedo asegurar que somos los únicos que podemos disfrutar de él, y esto sí que
no es poca cosa. Simplemente hay que saber aprovechar y amar a este joven sol
principiante que cuando aprenda lo que tiene que hacer lo hará sin piedad
alguna, y entonces echaremos en falta el frío de esta época y la luz blanca de
este frío sol.
Caronte.
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