En 1951 se firmó
en París el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero,
la CECA. Más tarde en 1957 en Roma en un gran salón que actualmente pertenece a
los Museo Capitolinos, Italia, Francia, Alemania y el Benelux conformaron
realmente lo que hoy se conoce, o hasta hoy se conocía, como Unión Europea. En aquel
entonces los líderes europeos dejaron atrás sus diferencias, y probablemente
sus odios históricos (no hay que olvidad que Francia y Alemania siempre han
sido enemigos en Europea) y se unieron para conformar una hermandad que
compartiera valores y dejara atrás conflictos y guerras que lo único que
conseguían era empobrecer y destruir a los países y romper familias generando
miles de muertos, sangre y dolor.
Pero el ideal de
aquellos primeros grandes hombres con pinta más de humanistas casi que de personalidades
de estado egoístas y egocéntricas, duró más bien poco. Los valores que llevaron
a fundar la Unión Europea como una sociedad de países hermanados en busca de la
paz y la prosperidad social poco a poco fue degenerando únicamente en una
búsqueda del beneficio económico individual de cada país, obviando al conjunto
de la sociedad. El egoísmo sustituyó al altruismo y a la generosidad de los
países que sabían que si todo el conjunto de la Unión progresaba lo harían
todos y cada uno de sus miembros.
Quizá desde los
primeros años el germen del mal, de ese virus que lo ha destruido todo desde
que Adam Smith planteó sus síntomas, fue calando profundamente sin que nadie se
diera cuenta, o sin que nos quisiéramos dar cuenta. La Unión Europea siguió
creciendo buscando el bienestar social, basándolo y justificando el progreso
económico como única herramienta para lograrlo. El capitalismo o mejor dicho,
ya que no me considero para nada comunista, el capitalismo mezclado con el
liberalismo más radical y duro, fue haciéndose hueco en la agenda europea. Poco
a poco los objetivos de la Unión dejaron de ser sociales y humanistas, como el
principio pretendían también ser, para ser únicamente económicos.
Cada país se fue
conformando como un ente independiente, como una empresa, que sólo miraba por
el conjunto si esa visión iba a beneficiarle económicamente en algo. A día de
hoy la Unión Europea es un conjunto compartimentado, un recipiente de vasos incomunicantes,
de países que poco a nada tienen que ver los unos con los otros, cosa que de
hecho debería de ser buena, pero que además no quieren saber nada los unos de
los otros salvo para asuntos económicos. ¡Así no nació Europa! No entiendo cómo
a los líderes europeos no se les cae la cara de vergüenza al pertenecer a una
UE que a día de hoy ha terminado por perder todos los valores que llevaron a su
fundación. Nada queda de 1957, del Tratado de Roma, salvo un papel mojado que
sirve a algunos nostálgicos de la verdadera Unión para cerciorarse de que en
algún momento sí que existió algo que se denominó Unión Europea.
Pero claro,
generalmente los proyectos complejos, esos para los que son necesarios muchos
esfuerzos, mucho valor y muchas ganas, o como diría Churchill (aunque la cita
no es correcta): sangre, sudor y lágrimas; estos proyectos siempre van bien por
una de las siguientes dos opciones: la primera, porque todo funciona bien, no
hay problemas graves y por tanto no hay que enfrentarse a crisis de envergadura
considerable y por esto mismo quienes estén al frente de dicho proyecto poco o
nada tienen que hacer más que administrar bien, y eso se aprende en cualquier
escuela de negocios; o bien, y aquí viene la segunda de las opciones, los
líderes del proyecto son de tal envergadura, con la suficiente capacidad de
reacción, agallas y valor como para enfrentarse sin titubear a cualquier
circunstancia por muy enrevesada que sea y por muy delicada que se pueda llegar
a poner, logrando así mantener el proyecto a flote y aprender de esas
situaciones delicadas.
Dicho lo anterior cabe
señalar que la Unión Europea siempre ha funcionado bien mientras las crisis a
las que se ha tenido que enfrentar en su historia se podían resolver mediante
una buena gestión y administración de las mismas, y mientras las medidas a
tomar simplemente fueran económicas, fueran quienes fueran los líderes de los
países miembros y fueran cuales fueran sus capacidades por muy mediocres que
éstas pudieran llegar a ser. Pero ahora esto ya no vale. Europa ha dado con la
horma de su zapato: la crisis de los refugiados. Nótese que se usa la palabra
“crisis” como si ésta pudiera ser resuelta como una crisis económica, o
agrícola, o política. Pero si hemos de ser correctos usando el lenguaje
deberíamos de estar hablando de “Éxodo masivo”.
Como comencé
diciendo un poco más arriba, Europa ha muerto, ha sido asesinada esta semana.
Si todavía alguien tenía esperanzas de que Europa y sus gobernantes estuvieran
verdaderamente a la altura de las circunstancias, éstas han quedado tiradas por
el barro de los campos de refugiados, por no llamarlos de concentración, donde
se hacinan miles de personas sin posibilidad de vivir dignamente. El pacto con
Turquía por el que en el fondo se venden personas por unos 3000 millones de
euros, repito, por 3000 millones de euros, ha terminado por asestar un golpe
mortal a todos aquellos valores que en su día conformaron la comunidad de
países, la unión de sociedades más avanzada del mundo, envidiada por mucha más
gente de la que lo reconocía abiertamente.
Los refugiados
sirios, iraquíes, afganos, libios, están huyendo de sus países e intentan
llegar a Europa: esa tierra que siempre hemos vendido como la tierra prometida
para todo aquel que quisiera mejorar, vivir bien y tener un futura decente.
Porque en el fondo esto ha sido siempre Europa hasta los últimos años: una
tierra de oportunidades, el viejo continente donde todo funcionaba bien, donde
la generosidad estaba por encima de toda individualidad, donde el bien común
siempre ha reinado por encima de los intereses particulares de un único estado
miembro. Pero como también he dicho ya en este artículo todo iba bien hasta que
han llegado los problemas importantes, hasta que la Unión y sus gobernantes de
turno se han tenido que enfrentar a asuntos verdaderamente importantes que no
se resuelven con un Consejo Europeo extraordinario que dure hasta las tantas de
la madrugada.
No voy a hablar
aquí de la situación de los refugiados y de los motivos que les llevan a
arriesgar sus vidas y la de sus familias, a pagar un dinero que no tienen
vendiendo probablemente a sus hijas y mujeres a mafias para ser violadas
durante una temporada, por llegar a Europa para simplemente tener un futuro, y
no muerte por delante. Ya he hablado de esto en otro artículo en el blog. No
voy a repetirme.
El problema de los
refugiados es algo que Europa directa o indirectamente, tampoco voy a meterme a
analizar las cuestiones geopolíticas que han conducido hasta esta situación, ha
provocado. La guerra civil en Siria, iniciada durante esa Primavera Árabe que
tanto se aplaudió en Europa y EE.UU. porque estaba derrocando a dictadores,
previamente asentados en sus respectivos tronos de poder absoluto por esas
mismas democracias de ambos lados del Atlántico, se ha convertido en un
conflicto semi-dormido, casi olvidado, que está destruyendo un país, que
amenaza con extenderse debido al terrorismo islamista de ISIS y que parece que
se va a enquistar si no se pone remedio de verdad a la situación. Pero no se va
a hacer nada por una simple razón: Siria no tiene nada que ofrecer a Occidente
de lo que Occidente pueda aprovecharse. Siria es un desierto, un montón de
kilómetros cuadrados de arena y roca, sin petróleo, ni gas, ni recursos
minerales como tiene África. Siria es un erial y no interesa. Siria solo tiene
una cultura milenaria, alberga de las más bellas ciudades antiguas del mundo;
pero eso es cultura y no se puede traficar con ella, no genera millones de
millones de millones.
Europa se ha
traicionado así misma con su actitud para con los refugiados. En 1989 desde el
corazón del viejo continente, allí donde las diferencias surgidas durante la
Guerra Fría tras el albor de la IIGM, desde Berlín se dio un gran ejemplo de
humanidad al mundo con la Caída del Muro de Berlín. Hoy también desde el viejo
continente, tan largamente envidiado por su calidad de vida, se enseña al mundo
cómo se puede ser racista, intolerante, mezquinos, zafios, ruines y egoístas
mediante la construcción de nuevos muros y alambradas de espino que eviten la
llegada de personas “non gratas” y nuestra tierra. Lamentable, vergonzoso,
asqueroso.
Los líderes
europeos, todos sin excepción, han demostrado con el pago a Turquía por que se
haga cargo de los refugiados, su nivel de humanismo. Nada queda de la época
dorada de Europa donde la generosidad imperaba. El viejo continente ha olvidado
su pasado de refugiados; hemos olvidado las guerras, las tragedias humanas, el
hambre, la muerte y el sufrimiento de la sociedad. Desde los despachos de las
cancillerías y las diferentes presidencias de gobierno el mundo se ve muy lejano
y lo que menos quieren los líderes es que el mundo real llegue hasta el
alféizar de sus ventanas.
Hace meses Europa
acordó acoger a miles de refugiados y a repartirlos por cuotas, como si fuera
ganado o toneladas de cereal, entre los diferentes países miembros. Parecía que
Europa estaba reaccionando a un drama humanitario que no se ha conocido desde
la IIGM. Pero eran simples espejismos. De todas aquellas palabras
bienintencionadas solo queda papel mojado, mojado por la sangre de las miles de
personas que mueren cada mes intentando llegar a las costas y a las tierras
europeas. Llegan miles de personas todas las semanas pero no se hace nada:
simplemente se hacinan en campos de refugiados, que siempre queda mejor que
llamarlos de concentración, ya que las reminiscencias nazis parece que sí que
están presentes; cuando lo que estos campos lo único que son es campos de
concentración donde los refugiados están obligados a quedarse porque no se les
quiere acoger en ningún sitio. Tampoco difieren muchos líderes europeos de
Hitler o Mussolini, al menos en cuanto a racismo se refiere.
Obviamente el
problema con los refugiados es delicado, quizá el más complejo al que Europa se
haya tenido que enfrentar nunca. Pero se supone que los líderes europeos están
para algo, ¿no? No hay respuesta para esto. Los líderes europeas están solo
para que sus respectivos países vayan bien económicamente, y si te he visto no
me acuerdo. La Unión ya no es más que una asociación económica de países
egoístas que busca generar riqueza al precio que sea y si hay que sacrificar a
miles de personas que intentan buscarse un futuro lejos de una guerra, pues da
igual. ¡Es ruin! No sé qué va a ser de Europa en los próximos tiempos pero no
auguro nada bueno.
Cada vez que veo
en las noticias, leo en los periódicos o escucho en la radio alguna noticia
relativa a los refugiados o a las medidas que Europa se supone que está tomando
para solventar la situación, siento una mezcla de pena, rabia, impotencia y
también asco. No me siento representado con la Unión Europea actual. No puedo
ya decir con orgullo, como antes decía, que me siento casi más europeo que
simplemente español. El problema es que tampoco puedo decir simplemente que me
siento orgulloso de ser español porque la actitud del gobierno con referencia a
este asunto no es que esté siendo ejemplar (ni en este asunto ni en otros
muchos); muy pronto España ha olvidado que hace no muchas décadas también
nosotros éramos refugiados en Francia o México, ¿qué hubiera pasado si nos
hubieran hacinado en un campo de concentración y nos hubieran tratado como
mierda de vaca?
Hay quien me
tachará de oportunista, de demagogo e hipócrita por simplemente escribir pero
no hacer nada más. Y en parte tendrán razón aquellos que me critiquen por ello,
pero lo que sí sé es que no sería cobarde como lo están siendo los líderes
europeos, ni tampoco ruin ni miserable. La Unión Europea no puede llamarse así
mientras consienta los campos de concentración de refugiados. De hecho el
nombre Europa cada día que pasa vuelve a tener únicamente el significado que
tuvo en su día, a saber, uno de los continentes. Nada más. Es una pena que
costara tanto esfuerzo y sufrimiento crear la Unión Europea para que unos
líderes cobardes y miserables, unos vendidos al dinero y a los mercados que
quizá sea una descalificación peor aún, la hayan matado en apenas un par de
años. Sólo falta gritar eso de: ¡Europa ha muerto, larga vida a la vergüenza!
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario