Hace tiempo que mi
cabeza no es capaz de encontrarme un futuro en el que pueda tener cabida. Hace
tiempo que me pregunto qué quiero hacer en la vida adulta una vez acabe la
universidad, y esto ocurrirá si no hay sobresaltos de última hora, o mejor
dicho de último curso, el próximo verano. No sé qué camino tengo que coger una
vez acabe la carrera; sé que tengo varias opciones y las estoy barajando todas.
Tengo claro que por desgracia la carrera que elegí hace ya cinco años no me
gusta, por muy diversas razones, pero ya no es momento de lamentarse por ello.
Tengo que actuar, tomar decisiones muy importantes para mi futuro, decisiones
que no sé si seré capaz de tomar, y mucho menos si una vez tomadas no me
arrepentiré de haberlas tomado. No es momento de pensar que hace cinca años la
cagué, eso ya pasó y tengo que asumir aquella decisión. Es aquí y ahora cuando
tengo que volver a tomar una decisión, este año, y no puede demorarse mucho.
Ha llegado
septiembre, mes antesala de la vuelta a la universidad, a mi Escuela, a
reencontrarme con todo aquello que no quiero reencontrarme. Lo único bueno que
tiene esa vuelta a mi hogar, porque por desgracia en mi carrera La Escuela se
termina convirtiendo muy a pesar de todos los estudiantes que allí convivimos
en nuestra casa durante muchas horas al día, es el volver a ver a amigos que
por unas cosas o por otras no he visto desde que acabó el mes de junio. Esto es
lo único que salva mi rutina diaria en la universidad, y obviamente no es poco.
Podría ser mejor, supongo que sí, pero no lo sé; lo que sí sé es que podría ser
mucho peor, simplemente si no tuviera a esas personas en las que sé que puedo
confiar y con las que sé que puedo contar en malos momentos. Y aunque parezca
una tontería, esta rutina diaria de coger el metro a las siete y media de la
mañana, ir en unos vagones atestados de estudiantes y trabajadores
semi-adormecidos todavía, hacer en consabido transbordo de la línea 9 de metro
a la 6, volver a meterme en otro vagón atestado esta vez con más estudiantes
que trabajadores y enlatarme como una sardina en el escaso espacio disponible,
llegar a la estación de Ciudad Universitaria y unirme a la masa de jóvenes promesas
de la ciencia, la medicina, las matemáticas y el arte que se dirigen escaleras mecánicas
arriba hasta sus facultades y escuelas que están empezando a despertar y a
llenarse de vida; como digo esta rutina me sirve para leer, y hacer que al
menos mi día comience bien, ya sea porque Vargas Llosa, Pérez Reverte, Javier
Marías o Paul Auster con cualquiera de sus obras me hayan alegrado ese trayecto
en metro haciendo que todos los días sea diferente a pesar de lo rutinario que
es.
Sé que me consuelo
con poco, que cualquiera que lo piense podría decir que menuda chorrada acabo
de soltar. Pues para mí no lo es. Esos treinta y cinco minutos, o quizá algo
más, de lectura tanto a la ida como a la vuelta de la universidad me han
ayudado muchas veces a sobrellevar el día que se comprendía entre ambos
momentos de lectura. Muchos días solo ese momento ha merecido la pena. Y con
eso me basta. Sin esa lectura no podría afrontar todos los días el ir a
estudiar algo que dejó de interesarme a partir de tercero, cuando apenas
llevaba media carrera hecha. Quizá todavía en cuarto tuve algo de esperanza en recobrar
ese interés perdido, y parecía que así era, pero resultó ser un simple
espejismo. Quinto terminó por confirmarlo. No es lo mío la ingeniería de
caminos por muy bien que se me esté dando la carrera. Este es un hecho que
tengo que asumir. Pero también tengo que asumir que tengo que acabar la
“aventura” que emprendí hace cinco años. Quizá si en su día, al acabar tercero,
hubiera dejado la carrera otro gallo me hubiera cantado, pero decidí esperar
por si volvían esas ganas con las que empecé la carrera, porque no suelo perder
nunca la esperanza, y quizá todavía no la he perdido, pero lo más probable es
que la Escuela me haya matado esa esperanza.
Ahora lo veo
claro. Ahora es fácil decir que no es que perdiera la esperanza por recuperar
el entusiasmo por esta carrera, y las ganas de saber más y más sobre la
ingeniería de caminos, y el ímpetu para convertirme en un buen ingeniero que
hiciera bien su trabajo y sirviera a la sociedad diseñando un puerto, o
administrando la red de carreteras, u ordenando el tráfico de una gran ciudad.
Ahora sé que no he perdido nada de esto, sino que ha sido la propia carrera la
que lo ha destruido. Me lo ha quitado, tanto la esperanza, como las ganas, como
ese ímpetu inicial. La carrera y La Escuela. Esa especie de secta secreta a la
que sólo los elegidos pueden entrar, y en la que parece que a mí me dejaron
entrar simplemente porque se me daba bien esto. Me equivoqué de camino y no
descubrí que senda había escogido hasta pasados unos años después de entrar,
cuando ya ese aura especial que tiene la Escuela cuando entras de nuevas,
cuando eres apenas un estudiante todavía de instituto que empieza una nueva
vida con ilusión estudiando lo que has elegido, se empieza a disipar y lo único
que se ve entonces es el olor a podrido que desprende el ambiente en el que te
estás moviendo. Un ambiente corrompido por el individualismo más radical que
hubiera convertido en egoísta a Gandhi y que hace que todo el mundo termine
mirando única y exclusivamente por su propio beneficio, ni tan siquiera por el
de los que se supone tus amigos allí dentro. Gracias a dios, bueno mejor dicho
gracias a que existen personas que no son como la inmensa mayoría de los
miembros de esta secta que terminan mirando a todo el mundo por encima del
hombre si no tienen sangre caminera de tercera o cuarta generación en tus
venas, o incluso si no tienes sangre universitaria en tu familia, gracias a un
puñado de personas así todavía hay momentos en los que uno puede respirar un
aire limpio de esa corrupción personal.
Pero como digo, ha
llegado septiembre, mes que ya no implica verano, mes con “r”, mes que anuncia
que dentro de poco el calor y la luz del verano y la primavera habrán quedado
muy atrás y el frío y la oscuridad del otoño y el invierno están a la vuelta de
la esquina. Septiembre implica vuelta a la universidad, no ya sólo a los pobres
estudiantes que se han tenido que ver envueltos en el desaguisado de los nuevos
planes de estudios adaptados a Bolonia, sino de todos aquello que tienen que
aprovechar al máximo este mes para sacarse alguna asignatura que no pudieran
aprobar en junio. Por suerte este año a mí no me toca este trance de examinarme
en septiembre, pero lo he tenido que vivir todos los años anteriores y por
tanto sé lo que es. Puede parecer extraño pero a veces lo he echado de menos.
La rutina de la universidad no es igual a la rutina del verano para alguien
como yo que se ha visto casi todo el mes de agosto sin amigos en Madrid porque
estaban de vacaciones. Y es ahora en septiembre cuando tengo que empezar a
buscar el camino que quiero seguir a partir de ahora. Un camino que pueda
rectificar el parte el error que cometí hace cinco años al meterme en esta
carrera mía.
Estoy tachando de
error algo que quizá no lo sea del todo, ni tan siquiera en absoluto. ¿Es un
error coger el tren equivocado si al final te lleva a un destino más apetecible
que el que hubiera sido el correcto de haber tomado el tren contrario? Puede
que aquello que a día de hoy considero un error en mi vida, como fue escoger
estudiar Ingeniería de Caminos, termine siendo ese tren en sentido contrario
que me lleva a descubrir caminos alternativos que puedan conducirme a un
destino más apetecible al que se supone que voy encaminado. Si no hubiera
escogido este camino, erróneo aparentemente, es cierto que me hubiera ahorrado
muchos malos momentos en la Escuela y a muchas personas que me han terminado
haciendo daño o creándome un sentimiento de aberración hacia la Escuela por su
miserable egoísmo, pero probablemente también hubiera pasado por alto algo que
en los últimos años parece que me está volviendo a llenar de ilusión.
Por este error, he
descubierto que a pesar de que los números se me dan bien, son las letras las
que de verdad me atraen, son las humanidades las ciencias que me llaman la atención.
Los números, las carreras de ciencias puras, las que nadan en operaciones
matemáticas enormemente complejas y expresiones larguísimas llenas de números,
símbolos y letras griegas, no son más complicadas que montar un mecano. Una
integración bien hecha siempre tiene que dar lo mismo, aquí que en China; una
operación matemática, por muy compleja que aparentemente pueda parecer, siempre
deberá dar el mismo resultado independientemente de quien la resuelva. Un
puente siempre se construirá de la misma manera, al igual que una presa o un
puerto, por muy “especialitos” que se quieran poner mis compañeros de la
Escuela diciendo que pueden ser miles los factores que pueden alterar los
diseños de las estructuras, siempre es sota, caballo y rey (aunque esto nunca
lo aceptarán los que se creen mejores en mi Escuela ya que sería como si un
cura reconociera que Adán y Eva no existieron nunca, el mito se desmontaría y
se quedarían sin chiringuito).
Ahora sé, gracias
a la Escuela cuál debe ser mi camino, o eso creo, aunque se pueda llegar a
enmascarar con los números en cierta medida. Las letras, las humanidades son lo
que mueve el mundo. Los números sólo sirven para hacer las cosas más fáciles.
Son para personas que quieren una vida fácil y sencilla; para los que quieren
certidumbre ante el mundo, los que prefieren no pensar (en el fondo, 2+2,
siempre será igual a 4, y eso no hay que pensarla mucho). Pocos han sido los
grandes científicos del mundo clásico que no fueran también humanistas, que no
tuvieran las letras como guías de sus vidas. Pitágoras, Aristóteles, Galileo,
Descartes, Laplace, todos ellos además de dejarnos grandes avances en el campo
científico, fueron grandes humanistas que dieron a las letras el verdadero
significado que tienen en nuestras vidas. Son las letras las que de verdad nos
hacen pensar, las que son realmente complicadas las que nunca son lo que
parecen ser. La carrera me ha enseñado esto, a pesar de que nada de esto se
deja ni siquiera entrever en ella. Nos lo ocultan para que seamos puras
máquinas sin capacidad de discernimiento, que no sepamos pensar y simplemente
operemos como nos han enseñado.
Es en este campo,
el del humanismo, donde tengo que buscar mi camino. La historia siempre me ha
llamado la atención, no de manera casual era la asignatura que más me gustaba
en el colegio y el instituto. Todo lo que tiene que ver con la historia me
gusta, incluso aquellas muy pequeñas pinceladas que en mi carrera se dan sobre
historia son las que más me han interesado siempre, pero son tan minúsculas que
apenas uno se da cuenta. Si ahora fueran cuando tuviera que elegir carrera, ni
por asomo escogería Ingeniería de Caminos, sería Historia la afortunada. Pero
sin haber escogido la carrera que escogí no me hubiera dado cuenta de que
Historia me llama y me llena mucho más que la ingeniería. ¿Fue un error aquella
elección? O por el contrario ¿fue aquella elección la que ha terminado de
aclarar mi mente? Fue simplemente una decisión, pero aquella decisión marcará
siempre mi vida y mi paso por la universidad. Todavía está por ver si lo
marcará para bien o para mal. Me gustaría empezar la carrera de Historia, pero
no sé si sería una buena decisión. Cada vez que lo pienso caigo en una especia
de vértigo gigantesco que me echa para atrás que me termina bloqueando. Hace
unos meses pensaba que compaginar mi carrera actual con Historia por la UNED
sería una buena idea, pero según el día, mis ánimos con respecto a esa idea
oscilan entre el ánimo y la ilusión al miedo y el vértigo a no verme capaz de
ello.
No sé qué camino
seguir de cuantos creo que podría tomar. La docencia también está empezando a
llamarme con fuerza. Siempre me ha parecido una buena idea, incluso cuando
entré en la universidad veía con buenos ojos terminar dando clase en mi
Escuela, pero creo que después de cinco años estoy más que curado de espanto
ante esa idea. En la Escuela no, pero cada vez cobra más fuerza en mi interior
terminar dando clase en un instituto y poder formar, aunque sea en ciencias al
principio, a los “futuros” des este país, no sólo en un ámbito estrictamente
académico sino también humanístico. Pero tampoco lo termino de ver claro.
Pienso que quizá no esté preparado o que tampoco sea este el camino que me
lleve a ese destino que me llene de ilusión. Supongo que el haber tomado hace
cinco años a un camino que me ha causado tantos problemas, personales sobre
todo, también me ha causado mucha inseguridad y ahora todo camino que parece
que me gustaría emprender, o toda decisión que se plantea ante mí y que una
parte de mí subconsciente sabe que podría ser una buena decisión, se convierte
en caminos dudosos que me pueden llevar a otra desilusión o en decisiones que
pienso me pueden volver a acarrear malos momentos. Pero también sé que no puedo
estar lastrado de por vida por una decisión que tomé hace tiempo. Debo
sobreponerme a aquellos hechos y es en el ahora en lo que tengo que pensar, y
en las decisiones que tengo que tomar a partir de ahora. La docencia puede
terminar siendo mi camino, pero todavía está lleno de arbustos que no me dejan
ver su inicio; aunque es cierto que en mi cabeza esta opción cobra muchos
enteros, y es muy posible que sea un camino que empiece a allanar una vez acabe
en la Escuela.
Estoy a la deriva
en un mar de dudas, de vértigos y miedos, azotado por tempestades que tan
pronto me acercan a los acantilados en los que parece que voy a encallar, como
me llevan mar adentro. Necesito una luz, un faro en lo alto de una peña que me
guía en mi travesía a buen puerto donde poder llevar a cabo todo aquello que
sueño o quiero. No quiero una vida complicada ni compleja. No quiero ni fama y
laureles. Simplemente me gustaría poder desempeñar una profesión que me llenara
y me permitiera realizarme como persona. Siempre me ha gustado la política, a nivel
general, no la política que por desgracia hacen nuestros políticos
incompetentes que a cualquiera le quitarían las ganas sólo con verlos. Ha sido
la política con mayúsculas la que siempre me ha llamado, la política que puede y debe hacer la vida de los ciudadanos
más fácil y mejor, esa y no otra es la política de verdad. Por esta razón
siempre he estado muy al tanto de las noticas, de lo que pasaba en el mundo.
Poco a poco me fue entrando el gusanillo de poder intervenir y formar parte activa
en los grandes problemas del mundo, y por ello la Carrera Diplomática apareció
en el horizonte como una salida que quizá podría ser mi camino. Sin embargo también
me he ido dando cuenta que ese mundo de las altas esferas donde se debaten los
grandes asuntos que atañen al mundo también está corrupto como mi Escuela. La
diplomacia también es una especie de secta, sólo unos pocos elegidos pueden
acceder al Cuerpo Diplomático, y como pasa en mi carrera tener a papá dentro
ayuda mucho. Yo no tengo a mi papá dentro de nada, es un simple conductor de
autobús, y ningún familiar me podría ayudar dado el caso, y tal y cómo
funcionan las cosas en este país a menos de que cambien de manera radical y la “meritocracia”
sustituya a la “dedocracia”, poco o nada tengo yo que hacer en el mundo
diplomático; aparte de que no ve veo capaz de sacar las terriblemente duras
oposiciones a entrar en la Carrera Diplomática. Este ha sido otro de mis sueños
que poco a poco se ha ido diluyendo en la realidad de la vida. Tampoco este
camino creo que hubiera sido el mío.
Muchas ideas
cruzan mi cabeza en los últimos meses, como saetas de fuego que intentan dar en
la diana en una noche oscura y sin luna en el que hasta el más ávido de los
lobos sería incapaz de encontrar ningún rastro. Nunca antes lo había pensado
pero el sector público también puede constituir una buena salida, aunque la
verdad sea dicha no es lo que más me llama la atención. Casi podría decirse que
sería una salida de emergencia, un camino paralelo desde el cual, una vez
encontrado algún otro que me atraiga más, poder pasar sin muchas
complicaciones. Un buen puesto de técnico superior en el Ayuntamiento de Madrid
o en la Comunidad, dentro de lo que cabe no serían tan malas salidas, y al ser
un trabajo público siempre ofrece la seguridad del empleo fijo y más o menos
bien remunerado, aunque en el sector privado se ganara más. No todo es el
dinero, y menos para mí que tengo otras prioridades en la vida, la primera de
ellas poder encontrar ese rastro perdido, ese camino oculto que me lleve donde
quiero para poder ser más o menos feliz. El problema puede estar en que quizá
el camino correcto se encuentre al final de otro que aparentemente no sea el
que hubiéramos querido coger y que lo escogimos por mera obligación de escoger
algo. ¿Y si la decisión correcta se tiene que tomar después de haber tomado
otra errónea, que decidimos no tomar por miedo a volver a equivocarnos? Esto
nunca se sabe y casi mejor no pensarla porque si fuera esto cierto poca
certidumbre tendríamos en nada y nunca acertaríamos en nuestras decisiones. Y
alguna vez habrá que acertar pienso yo.
Muchos son los
caminos que cada uno puede escoger a lo largo de su vida, pero es ahora cuando
a mí se me están empezando a presentar delante de mis narices y siento que no
soy capaz de emprender ninguno. No me siento capaz de tomar una decisión por
miedo a volver a equivocarme, pero ¿qué es la vida sino un continuo errar que
nos permite avanzar? No sé cuál será el camino que cogeré, o el que se cruzará delante
de mí y me obligará a seguirlo hasta que pueda cambiar a otro. No sé si
encontraré entre la bruma que abarca mi mente esa luz de ese faro que me
permita entrar en buen puerto con garantías y que no haya nada que me vuelva a
mandar mar adentro y las dudas, los miedos y los vértigos me vuelvan a rodear y
no sepa hacia dónde remar, ni qué rumbo tomar para salir de esa inmensidad. Lo
único seguro que tengo en estos primeros días de septiembre es que tengo que
hacer el Proyecto Fin de Carrera, que también me ha dado bastante guerra, pero
ya lo mandé y lo que tenga que ser será y lo tendré que afrontar como afronté
en su día que me sacaran las muelas del juicio, sin ganas, con miedo y lleno de
resignación sabiendo que es lo que tengo que hacer. Y así seguiré este año,
yendo por las mañanas a mi Escuela leyendo y soñando también que algún día yo
mismo pueda escribir algo decente y que algún universitario también vaya en el
metro como yo disfrutando de las historias de terceros y sintiendo que las
letras llenan a uno más que miles de fórmulas matemáticas. Y mientras tanto
seguiré intentando buscar mi camino.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario