lunes, 5 de septiembre de 2016

Historia de amor por dos ciudades (2 de 2)

No. Londres y Madrid no son comparables y por eso las amo a ambas por igual. Recuerdo perfectamente cómo Paco, un hombre que llevaba viviendo en Londres media vida, andaluz como él solo, nos llevó a mis padres y a mí a nuestro hotel aquella primera vez. Un hotel inmenso en mitad justo del lado norte de Hyde Park; un hotel que para nada nos podríamos haber permitido si no hubiera sido por la huelga de pilotos de Iberia que hizo que nuestro viaje, con el consecuente disgusto enorme de mi madre que lloró lo que no estaba escrito, se viera retrasado y nuestro hotel inicial tuviera que ser cambiado por otro. Recuerdo ese primer viaje en coche con Paco por Londres. Mi padre me dejó ir en el asiento del copiloto donde le debería haber correspondido a él. No pude despegarme de la ventanilla. Mis ojos recorrían todo lo que se encontraba a su paso y no daban abasto para grabarlo todo en mi memoria. Recuerdo vivamente la blancura de las columnas de las casas de los barrios de Chelsea y Kensington por donde Paco no llevó dando un rodeo. El hombre iba diciendo por donde pasábamos pero yo ya lo sabía. Tenía Londres no solo en el corazón sino en la cabeza.

Cinco años más tarde, la segunda vez que estuve en Londres uno de los empleados del hotel que también se llamaba Francisco y que también era andaluz, nos dijo que Paco había fallecido hacía un par de años a causa de un cáncer. Paco era conocido por prácticamente toda la colonia española de la capital británica, era una leyenda según nos dijo Francisco, “Fran”. La noticia fue como un jarro de agua fría ya que Paco fue la primera persona que nos recibió en Londres y por tanto, después de los pasillos enmoquetados del aeropuerto de Heathrow, de los primeros gratos recuerdos que tenía de la ciudad a la que tanto amaba y amo a día de hoy.

Y han vuelto a pasar otros cinco años. Estoy en Riad, ahora mismo, mientras escribo esta frase, escuchando al muecín llamar a la oración desde los altavoces de los minaretes de las varias mezquitas que rodean el compound en el que me tengo que alojas. En apenas una semana volveré a Londres. Serán mis primeras vacaciones ganadas por mí, y que yo mismo me pague íntegramente. Londres. No podía ser otra ciudad la que me viera aparecer como persona independiente económicamente. Podría haberme ido a otras muchas ciudades que no conozco y que tengo muchas ganas de conocer, pero no podía no ser Londres el destino. Cinco años han pasado de la última vez que estuve allí, como acabo de decir, y diez desde la primera vez. En esa cifra redonda tenía que volver. Además sigo sin conocer a mi amor. Por muchas veces que vaya a Londres creo que nunca terminaré de conocerla y saber cómo es. Al igual que Madrid, que nunca sabes qué te va a deparar aunque todo siga en su sitio como la última vez.

Tengo muchas ganas de volver a Londres y volver a descubrir esa inmensa ciudad, con sus calles ingentes llenas de gente, con sus plazas arboladas y jardines privados, con sus viviendas de estilo georgiano, victoriano, jacobino, sus museos gratuitos, sus tiendas de modas, sus monumentos más significativos. Pueda parecer absurdo volver por tercera vez a una ciudad que ya se conoce. Pero yo no conozco Londres. Amo Londres pero como buen amante siempre debe sorprender para mantener esa magia del primer día. Hay quien puede aburrirse de una ciudad, rehusar de ella por haber generado unos recuerdos que con el tiempo se pueden volver dolorosos, odiar su forma de vida. Hay quien puede sentir todo esto por Madrid y por Londres, pero quien lo siente no sabe que esas ciudades, que tienen almas mucho más intensas y profundas que las de mucha gente, también rechazan a esas personas y las echan de sus calles, plazas y parques.

El viaje que en unos días emprenderé a Londres de nuevo será todo lo que uno quiera, pueda o desee llamarlo pero no será un viaje repetitivo. Ya no voy a Londres como aquel adolescente imberbe y lleno de granos. Tampoco soy ese otro joven algo más maduro pero gordo y seboso, que volvió cinco años más tarde a volver a descubrir una ciudad que nunca se puede descubrir. Vuelvo a Londres siendo ya un joven adulto, o eso creo, que sabe qué es Londres y que ama esa ciudad. Vuelvo para reencontrarme con mi amada Londres sabiendo de antemano que no la voy a encontrar porque será otra ciudad totalmente distinta. Una ciudad diferente de la que sin lugar a dudas volveré a enamorarme o a enamorarme aún más profundamente si cabe.

Objetivamente hablando el Londres que quiero visitar no lo he visitado nunca antes. El Big Ben y las Casas del Parlamento, la Abadía de Westminster, la Catedral de San Pablo, el London Eye, el Puente de la Torre, la Torre de Londres, Covent Garden, el Museo Británico, la National Gallery, Picadilly Circus, el Museo Victoria&Albert, el de Ciencias Naturales, el Támesis, Oxford y Regent Street, la City, el Palacio de Buckingham con su cambio de guardia, Trafalgar Square, Fleet Street, Soho, las estaciones de tren, el metro de Londres, Hyde Par, Whitehall, el 10 de Downing Street, Belgravia, Harrods, la zona del Temple; todo esto seguirá allí donde lo dejé hace cinco años pero no por ello dejaré de volver a visitar alguno de estos monumentos y lugares de Londres. Es imprescindible y además no me perdonaría no volver a verlos de cerca. Sería como no repetir ciertas rutinas cada año con nuestra pareja. Eso es algo que no me puedo permitir.

Sin embargo vuelvo a Londres para redescubrir la ciudad que amo. Así habrá un día que me alejaré de ella para hacer que la ansiedad por pisar de nuevo sus calles aumente y la pasión con que me vuelva a encontrar con ella sea mayor si es que puede ser así. Me acercaré el primer día que amanezca en la ciudad del Támesis, siempre engullida durante las últimas horas de la larga noche y los primeros minutos del alba, por una niebla extraña que luego levante del todo para mostrar un cielo tan azul, si no más, que el que se puede ver en Madrid en ciertas épocas de año, me acercaré como digo a Cambridge, ciudad universitaria por excelencia junto con si rival antagónica Oxford. En Cambridge me patearé de cabo a rabo, de arriba abajo, de este a oeste sus calles, pasaré a ver los patios y capillas de sus colleges, contemplaré el puente matemático construido hace más de dos siglos en madera sin un solo clavo, comeré allí donde se descubrió el ADN a ver si así puedo dar con cual es mi verdadera razón de ser. Y volveré cuando el sol empiece ya a declinar por el firmamento hacia la gran urbe inglesa. Y Londres me esperará sin esperarme y yo la volveré a pisar amándola aún más y deseando volver a verla en todo su esplendor ya a la mañana siguiente.

Greenwich será otra de las paradas de mi nueva aventura londinense. Allí donde el mundo se divide en oriente y occidente visitaré los imponentes edificios del Museo Naval y la Universidad de Greenwich, no podré sin embargo visitar el gran salón comedor del college que para las fechas que voy estará cerrado por un evento privado. Esa es una de las sorpresas e incidencias que a priori sé que me voy a encontrar en Londres. Una espinita en un viaje que también me llevará después de visitar la línea que separa el mundo a la City. Puede que haya visitado Londres ya dos veces pero da la casualidad de que no he visitado nunca la City más allá de entrar en mi primer viaje a la grandiosa Catedral de San Pablo, uno de los puntos más diferenciadores entre Madrid y Londres, ya que si en Madrid al hablar de nuestra catedral debemos casi hacerlo con la boca pequeña y susurrando el nombre y la dirección del edificio religioso, en Londres no pasa algo semejante. San Pablo es una construcción soberbia, como soberbios han sido siempre los ingleses, que impone nada más verla y que resalta con su enorme cúpula, la segunda más grande después de San Pedro en el Vaticano y antes que la de San Lorenzo del Escorial (orgullo patrio), sobre las modernas construcciones londinenses de acero y cristal. La magna obra de Sir Christopher Wren es el edificio más importante de la City y prácticamente el único que he visto de esa zona donde los romanos hace ya muchos siglos establecieron el asentamiento de Londinium. Pero no es lo único de la City que ya conozco, también el Monumento al Gran Incendio de Londres y la Torre de Londres, esa fortaleza medieval situada en mitad de la más moderna urbe de Europa y que por tanto resalta por sí misma con una personalidad propia. La Torre de Londres guarda la historia del Reino Unido mejor que muchos otros edificios en las islas británicas, y también sirve de gran caja fuerte a las joyas de la corona que custodian los beefeaters. Pero estos tres monumentos citados son los únicos que conozco de la City. Ahora en mi tercer viaje descubriré realmente ese núcleo originario de Londres y visitaré la muchas iglesias erigidas después del gran incendio que devoró Londres en 1666 (350 años se cumples este septiembre de aquel desgraciado momento para la historia de Londres, de mi amada Londres) muchas de las cuales diseñadas por Wren; y recorreré calles tan emblemáticas como Fleet Street; y contemplaré los gruesos muros que guardan el Banco del Inglaterra; y levantaré la vista hacia las alturas desde casi los cimientos de los grandes rascacielos que jalonan la City; y visitaré la antigua y muy noble sede del Consejo de Londres, el antiguo y medieval ayuntamiento de la capital inglesa, el Guidhall; y me perderé por calles que no conozco pero que descubriré por primera vez para amarlas como amo el resto de la ciudad. Pero la City no será lo único nuevo que descubra en Londres. El Soho va a ser otro de mis objetivos en este tercer viaje a Londres, ese barrio tradicionalmente marginal pero que a semejanza de Malasaña en su día, Tribunal más recientemente, las Letras siempre y ahora también Lavapiés en Madrid, poco a poco fue poniéndose se moda y revitalizándose después de muchos años de decadencia. Opuestamente el Soho podría considerarse Mayfair, que tampoco conozco y que también voy a recorrer por primera vez admirando sus casas señoriales en las que mi mente soñaría con habitar si no fuera tan realista y supiera que están muy lejos de mi alcance. En el apartado museos pocos hay que no haya visitado y realmente quiera visitar. Sin embargo sí que hay uno que en el primer viaje deseche ruin y vilmente por no interesarme (necio de mí), en el segundo no visité por quedarse demasiado alejado de cualquier ruta turística, pero que ya no puedo seguir obviando. La Tate Britain es un museo de arte inglés, cosa que dice más bien poco ya que pocos artistas ingleses has alcanzado el Olimpo del Arte donde se pueden encontrar Velázquez, Goya, Picasso, Rubens, Tintoretto, Miguel Ángel, Jacques Louis David, Delacroix, Van Gogh o Rembrandt. Sin embargo hay un pintor inglés al que admiro profundamente y que sitúo sentado prácticamente al lado de los artistas anteriormente citados. Dicho pintor es Turner, y la Tate Britain tiene la mejor colección de sus obras. Por eso mis pasos me llevarán hasta la orilla norte del Támesis río arriba de las Casas del Parlamento, para poder contemplar la obra de este gran pintor.

No todo va a ser descubrir Londres de nuevo. A un amante en el fondo ya se le conoce. Yo a Londres la conozco bastante bien y a pesar de que vuelvo de nuevo a ella para descubrirla más profundamente, no puedo olvidarme de aquellas facetas suyas que me robaron el corazón hace diez años. Ya hice esto mismo hace cinco años cuando volví de nuevo a Londres, y pienso volver a hacerlo en apenas unos días. Sin embargo haré esto de una forma más productiva. Las dos veces que he ido a Londres lo he hecho como turista de masas. En esta tercera ocasión pienso dejar mi lado más turístico a un lado y transformarme en una especie de londinense que vuelve a su hogar después de mucho tiempo alejado de él. Recorreré los hitos fundamentales de la capital británica con ojos diferentes. No tengo que sacar cien fotos del Big Ben porque y está grabado en mi corazón y de ahí no se va a mover nunca. No tengo que pasar varias horas en la National Gallery porque simplemente me bastará ir a saludar a la Dama del Espejo de Velázquez, ni tendré que dedicar todo un día al Museo Británico porque ya sé qué hay robado allí dentro y solo tendré que ir a comprobar que los dinteles del Partenón de Atenas y su friso siguen donde los dejé la última vez, así como la Piedra Rosetta; no tendré que pasar a Westminster porque sé que los grandes hombres allí enterrados siguen en paz descansando a pesar de los centenares de turistas que intentar perturbar su eterno sueño. No tengo que volver a hacer nada de lo que hice como turista porque Londres ya no es para mí un destino turístico sino parte de mí. Visitaré todo lo anterior como quien vuelve a reconocer las partes más anheladas de su amante en una noche de sexo desenfrenado después de mucho tiempo alejado de él. Así visitaré todo lo que siempre sé que está en Londres parándome en todas las librerías que encuentre: la inmensa Waterstones en Picadille, vecina de la histórica Hatchards, la viajera Stanfords, la bella Daunt Books, la comercial Foyles en la literaria y libresca Charing Cross Road; entraré en las más célebres tiendas de té de Londes: desde Twinings, con su eterna tienda enfrente de los Juzgados, proveedora de la Familia Real, hasta la histórica East India Company, pasando cómo no por la tradicional y muy inglesa Fortnum and Mason´s. Y además comeré donde nunca he comido en mis viajes a Londres en sus pubs, no tomando cerveza porque por desgracia para un amante de Londres, a mí no me gusta y menos las ales inglesas con su fuerte sabor a cebada, pero sí tomando sus porridges, fish and chips, pies y demás delicatesens del recetario tradicional inglés. En este punto obviamente tampoco puedo comparar con Madrid, donde comas donde comas, arriesgándote a que te sableen el bolsillo según donde te sientes a comer o no, siempre vas a poder deleitarte con la comida. Londres no es tan generosa con sus comensales y no tratará bien sus estómagos.

Tras todo esto mi viaje terminará. Me despediré de mi amada Londres hasta la próxima vez sin caber cuando será y no sabiendo si habrá tal próxima vez tan si quiera. Si el mundo sigue girando como lo lleva haciendo desde que piso este mundo, seguro que habrá próxima vez. Lo que pasa es que no sé si la próxima vez será como la sueño. Tras mi primer viaje a Londres me dije que el segundo lo haría acompañado por amigos o con mi pareja. Eso no ocurrió y fui con mis padres como en el primero. Tras ese segundo viaje, hace ya cinco años me dije que el siguiente, el que estoy a punto de emprender, lo haría ya sin mis padre pero acompañado por amigos o pareja. El mismo sueño que la primera vez. Vuelve a no cumplirse. Aunque ya no me acompañarán mis padres. Ojalá, y lo digo bien claro y lo más alto que la mente de cada lector pueda leer esta frase, que la cuarta vez que visite Londres lo haré acompañado. No voy a concretar porque sinceramente no creo que la siguiente vez que pise Londres lo vaya a hacer con pareja. Tendrán que ser amigos quienes me acompañen a ver de nuevo mi amada ciudad.

Pienso que este artículo se me ha ido demasiado de las manos. Pero creo que el amor no tiene límites y no se le pueden poner. Cuando se ama de verdad  nada puede contener la fuerza de ese amor. Amo Londres, y amo Madrid. El destino me tiene permanentemente alejado de una de esas ciudades como es Londres, ya que no soy londinense ni inglés ni británico. Pero desde hace dos meses la necesidad de encontrar un trabajo de ingeniero de caminos, profesión corrupta tradicionalmente donde las haya, endogámica a más no poder y oscura como una noche sin luna, me mantiene alejado de Madrid, y no hay día que no note la distancia inmensa que me separa de sus calles.

Que nadie dude que lo primero que haré el viernes que llego a Madrid, tras un vuelo nocturno en el que sobrevolaré sin saberlo y sin verlo tres continentes diferentes, será después de pasar la mañana viendo a mis abuelos que me echan de menos como nadie, será irme a reencontrarme con Madrid, a patearme mis sitios favoritos, si puede ser con un par de amigos muy queridos mejor, sino solo. Pisaré la Plaza del Dos de Mayo y entraré en mi librería preferida escondida en un rincón de la plaza porque como el heroinómano adicto al caballo necesito oler a libro, páginas y a tinta. Recorreré la Gran Vía aunque no me guste, me comeré una palmera de chocolate de Viena Capellanes o el Riojano o una napolitana igualmente de chocolate de la Mallorquina. En esto último Londres también perdería en una hipotética comparación que hiciera sobre ambas ciudades. Pero Madrid lo haría a la hora de comparar ambos ríos por ejemplo.

No comparo porque no puedo comparar, porque me duele compara, porque no cabe en mi cabeza la diferencia entre Londres y Madrid. Podré ser considerado un necio por mucha gente al equipara Madrid y Londres. Bueno pues soy el mayor de los necios que verá el mundo entonces. Madrid y Londres comparten una cosa y es mi amor por ellas. Siempre están en mis pensamientos y cada vez que voy a una ciudad que no conozco creo que estoy siendo infiel a mis dos amadas ciudades. Pero no hay todavía ninguna ciudad que las supere en conjunto y las haya podido suplantar en mi corazón. Y dudo mucho que pueda haber ninguna ciudad que pueda despertar en mi interior los mismos sentimientos que Londres y Madrid, Madrid y Londres, despiertan en mí.


Caronte.

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