El primer paquete
de días grandes de las fiestas navideñas ya se ha acabado. O se está acabando,
mejor dicho. Una vez finalice el día de hoy ya habrán pasado las dos fechas más
familiares del año: la Nochebuena y la Navidad. Dos fechas que prácticamente sin
excepciones se celebran en todas las casas por igual, con comidas excesivas
para demostrar no sé muy bien qué, pero que terminan por pasar factura a
nuestros estómagos. Comidas que podrían alimentar a nuestras familias y a tres
o cuatro personas más, y que por esa razón sirven de comida para sucesivos días
hasta que se ponen malos los resto y hay que acabar por tirar a la basura lo
que quede. Estas comidas tan copiosas en el fondo son la propia Navidad, una
época llena de excesos en todos los campos. Excesos que por desgracia en este
país y en la situación económica en la que estamos inmersos no todas las
familias se pueden permitir.
Este año nos ha
tocado celebrar la Nochebuena en mi casa con la rama de la familia de mi padre,
es decir con mis abuelos, mi tío y su familia y mi otro tío soltero. Además para
que mis otros abuelos no cenaran solos también se vinieron, bueno más bien fui
yo con el coche a buscarlos (viven a cinco minutos en coche). Como siempre que
ha tocado celebrar estas cenas en mi casa la desmesura ha reinado en el menú;
aunque también es cierto que en los últimos años se intenta hacer lo justo para
que no sobre demasiada comida, o si sobra que sea la justa para comer al día
siguiente, y poco más.
Desde hace muchos
años sólo celebramos en mi casa por norma general la Nochebuena. Quiero decir
con esto que el día de Navidad no nos juntamos toda la familia para comer. Antes
sí. Cuando era yo más pequeño y mis primos más enanos no habían nacido, sí
recuerdo alternar las cenas de Nochebuena y Nochevieja con una familia (la de
mi padre o la de mi madre), con las comidas de Navidad y Año Nuevo. Siempre era
lo mismo. Si la Nochebuena cenábamos con la familia de mi madre, el día de
Navidad comíamos con la de mi padre así como cenábamos con ellos en Nochevieja,
volviendo el Día de Año Nuevo a comer con la familia de mi madre. No sé si me
explicado. Es complicado explicar estas combinaciones de manera clara. Es lo
que tienen las familias.
De aquella época
tengo muchos recuerdos. Prácticamente diodos buenos y entrañables. Recuerdos
que cada vez que me vienen a la cabeza me hacen ver que sucedieron hace una
eternidad, la universidad no era más que una cosa abstracta para mí para la que
todavía faltaba mucho tiempo. Recuerdo bastante bien los días que tocaba cenar
o comer en casa de mis abuelos paternos y teníamos que coger el coche para ir
hasta Carabanchel y allí dar una y mil vueltas a las manzanas para poder
encontrar un hueco para poder aparcar el coche, cosa que no conseguíamos
rápidamente. De aquellos “viajes” a Carabanchel, donde mi padre y mis tíos se
criaron, y donde siempre vivieron mis abuelos hasta que por cercanía se mudaron
a mi barrio, que a la postre también es el de mis tíos. La casa de mis abuelos
no estaba mal, era humilde, lo que en su momento se pudieron permitir teniendo
en cuenta que mi abuela no trabajaba y tenían que mantener a tres hijos. Era un
semisótano interior que tenía un patio donde mi abuelo tenía plantado un
limonero y donde mi abuela fregaba los platos en verano. Tampoco era una casa
pequeña, lo que pasa es que estaba pésimamente distribuida, pero ante todo era
acogedora, muy acogedora, desprendía más calor de hogar que ninguna otra en la
que haya estado nunca. Las cenas y comidas en aquella casa eran un absoluto
caos, porque el salón en el que nos acoplábamos todos, aunque en su momento éramos
uno menos porque mi primo no había nacido aún, era bastante estrecho y una vez
estabas sentado era mejor no moverse.
Las Navidades de
entonces estaban cargadas de una magia diferente, un ambiente repetitivo
cargado de sus tradiciones y rutinas que se repetían de año en año. También recuerdo
muchas cenas y comidas de estas fechas en la antigua casa de mi tío por parte
de madre en Rivas. También era una rutina aquel “viaje” fuera de Madrid en el
que muchas veces nos llevábamos a mis abuelos en el coche para que mi abuelo no
tuviera que conducir. A diferencia de la casa de mis abuelos en Carabanchel, la
de mis tíos en Rivas sí era algo más grande, lo que pasa es que se les terminó
quedando pequeña al ir teniendo a mis primos (tres; don niños y una niña),
sobre todo cuando nació mi prima y ahijada, que fue cuando decidieron mudarse a
otro piso aún mayor también en Rivas. De aquellas cenas en casa de mis tíos
recuerdo sobre todo el hecho de que siempre había un bebé y también que eran en
las que más comida había siempre y por tanto más sobraba. Sin embargo no todo
era tan bonito. Hubo un tiempo que no me gustaba ir a casa de mis tíos por mi primo
mayor, a quien saco cuatro años, porque me pegaba y mordía y siempre estaba metiéndose
conmigo. Eran cosas de críos pero quizá por aquellas ocasiones hoy no puedo
decir que con mi primo mayor, con quien mejor me podría llevar, tenga una relación
muy estrecha de verdaderos primos de mutua confianza y camaradería. Es una gran
espina que tengo clavada en mi corazón y que no sé si algún día podré sacar.
Sin embargo como
ya he dicho ya no hacemos esto. Sí se mantiene lo de cenar cada noche
importante con una parte de la familia. Este año ha tocado la Nochebuena con mi
familia paterna, y la Nochevieja con la materna. Al final los abuelos de uno u
otro lado se han convertido en comodines y si tienen que cenar solos se
terminan viniendo con nosotros para que eso no pase. A pesar de que cada cena
importante la hacemos con una parte de mi familia, ambas noches nos toca este año
organizarlas a mis padre y a mí. Bueno básicamente a mis padres porque yo con
la carga del Proyecto Fin de Carrera apenas tengo tiempo para nada que no sea
mantener una tensión constante para tenerlo acabado para la primera entrega el
12 de enero (fantástica fecha la que han elegido, la justa para amargarnos las
Navidades).
Anoche la cena de
Nochebuena se pasó como casi siempre en los últimos años: con tranquilidad y
abundante comida. En mi casa se estuvo preparando la cena desde por la mañana,
para que llegada la tarde no hubiera que hacer prácticamente nada salvo los
últimos retoques y detalles, y ante todo preparar el salón para dar cabida a
todos los que nos íbamos a juntar. En total fuimos doce personas, menos mal que
mis tíos no tuvieron un hijo más, que mi tío no se ha echado pareja, y que mis
padres no me dieran en su día un hermanito, porque si no hubiéramos sido trece
y uno tendría que haber cenado en el patio de mi urbanización.
Sobre las seis y
media de la tarde dejé de estudiar y de hacer el PFC, me afeité porque no era
plan estar en la cena como Robinson Crusoe, me duché, me vestí con mis mejores
galas y bajé a por mis abuelos a su casa. Poco después de volver con mis
abuelos llegaron mi tío con mis abuelos. Los últimos en llegar fueron mis tíos
con mis dos primos, que por cierto viven en la manzana de enfrente de mi
urbanización. Una vez todos estuvimos en cuartel se empezó a rematar la cena
con lo que mi abuelo paterno siempre trae – o al menos desde que yo tengo
memoria – de más para cenar, patas de cangrejo y boquerones en vinagre, quiero
añadir que éstos últimos le salen como a nadie en mi familia, un verdadero
manjar.
La cena estaba
servida. En primer lugar se tomaron unos entrantes calientes (pulpo a la
gallega y gambas al ajillo), seguidos de los fríos (jamón serrano, langostinos,
canapés variados, mejillones a la vinagreta y picadillo de pulpo con verdura). Tras
los entrantes, que de por sí hubieran constituido ya una buena cena, llegó el
plato principal, a elegir entre solomillo de cerdo o ternera, y bacalao en
papillote. Hubo disparidad de gustos. Creo que al final quedaron empatados la
carne y el pescado. Yo tomé bacalao por ser más sano y ligero para cenar que la
carne. Mis abuelos maternos se tomaron casi por obligación un filete de
solomillo pequeño para los dos. Mi prima por su parte se metió para ella sola
el filete de solomillo de ternera más grande que había, y además sangrando,
cosa que a mí no me gusta. Aunque tampoco me gusta el otro extremo, es decir,
la alpargata de solomillo con salsa de pimienta que se comió mi abuelo por parte
de padre. Pero como reza el dicho, para gustos los colores. De postre oficial:
piña, un clásico creo yo en todas las casa por estas fechas.
Pero aquí no
acababa la cena. No hay Nochebuena, es más, no hay Navidad sin dulces navideños.
El turrón, los polvorones, los bombones, las trufas se distribuyeron por la
mesa para saciar las ganas de dulce de la familia. La verdad es que es una pena
para el cuerpo, los sentidos y el placer, que los turrones y los polvorones
engorden tanto y estén tan deliciosos. Si no fuera porque se pegan al riñón y
al flotador que todos tenemos alrededor de la cintura, estaría todo el día comiendo
turrones y polvorones. Pero tengo que hacerlo con moderación y más desde hace
un par de años en los que he perdido tanto peso y he conseguido por fin estar
delgado, algo que siempre he deseado y que nunca he sido. No puedo perder en
Navidad lo que tanto me ha constado conseguir durante el año. Para quien ha
estado siempre en un peso normal, más o menos delgado, el que a uno no le rocen
los muslos cuando anda no es algo que reseñar, pero para quienes siempre hemos
terminado por desgastar los pantalones por la zona interna del muslo es una
gran ilusión no hacerlo más.
Tras haber
engullido el turrón llegaron los licores. Y tras los licores mi padre y mis
tíos se hicieron un gin-tonic como la moda ordena. No sé que le habrá dado a la
gente ahora con la ginebra y la tónica. Parece que no hay otro combinado más en
el mundo. Todo se resume en gin-tonic. La cena ya estaba acabada. Estábamos en
los minutos del descuento. Minutos que terminaron por ser un par de horitas. Durante
este tiempo se habla de todo, y hay tiempo para comentar cualquier asunto,
aunque por norma general la política nunca entra en estos temas, supongo yo que
porque a estas altura ya estamos todos bastante cansados de los ladrones de los
dos colores y todos pensamos igual, y por tanto no hay nada que comentar que
merezca la pena.
Yo ya estaba
cansado. Estas cenas me cansan más de la cuenta. No quiero ni imaginar lo
cansada que estaría mi madre después de estar todo el día preparando la comida
que en apenas una hora había desaparecido tras las dentaduras de mi familia. En
un momento dado, bordeando la medianoche mis abuelos maternos me dijeron que ya
era hora de que les llevara de vuelta a su casa. Y así hice. No quiero decir
que estuviera a disgusto en mi casa, pero el salir con el coche para llevar a
mis abuelos a su casa me liberó en cierto modo del ambiente que había allí. No era
un mal ambiente, para nada, y no me puedo quejar de ello, teniendo en cuenta
que nunca ha habido problemas familiares que hayan hecho que mi padre no se
hablara con mis abuelos, o con alguno de mis tíos. Simplemente muchas veces
termino agobiado de estar en mi casa que parece convertirse en una cómoda
prisión. Por esto llevar a mis abuelos hizo que ese agobio que estaba empezando
a tener se rebajara. La noche estaba fría, y se preparaba una buena pelona que
ya estaba empezando a caer sobre los coches que abarrotaban los aparcamientos y
las aceras de mi barrio. Pero el frío no impidió que cuando ya me volvía, viera
a una muchacha de mi edad más o menos, vestida con unos pantalones, si es que a
lo que llevaba se les podía llamar pantalones, que apenas tenían cinco dedos de
ancho
Cuando volví a mi
casa mis abuelos paternos estaban preparándose para irse, así como mi tío soltero
que le llevaría hasta su casa. Yo me pasé con mi primo al cuarto de estar para
poder estar más tranquilo y cómodo sentado en el sofá, viéndole jugar un rato a
la Play Station al juego de Los Simpsons. Sobre la una de la madrugada mi casa
ya quedó por fin desierta. Mi tíos y mis primos fueron los últimos en
marcharse. El salón parecía un campo de batalla tras una guerra. Antes de
acostarnos recogimos un poco las cosas y limpiamos la cocina todo lo que se
pudo. Mientras tanto Papá Noel pasó por mi casa dejándonos unos detalles; a mí
me dejó algo clásico, un libro, una camisa lisa blanca y un jersey de rombos
muy bonito la verdad. Regalos más típicos de un adulto que de un joven
universitario, pero las cosas son así. Supongo que necesito una chica en mi
vida que me devuelva la adolescencia y la juventud pasadas por alto y me
rejuvenezca en gustos y ánimos. Pero esto que me gustaría que Papá Noel me
trajera, o Sus Majestades de Oriente, no lo pueden conseguir porque sólo me
compete a mí recibir como regalo en algún momento el amor de una chica.
Y así llegó el día
de Navidad. Hoy. Día que ya está terminando y que ha amanecido con un sol y una
luz radiantes. Una luz que invitaba a salir de casa, a pasar la mañana, antes
de ir a comer con la familia, con tu pareja dando una vuelta por el Retiro, o
tomando algo con los amigos en un bar para celebrar la Navidad. Una luz que ha
acompañado a todos los niños madrileños a estrenar sus nuevos juguetes recién dejados
debajo del árbol de Navidad por Santa Claus. Una luz que yo he disfrutado
sentado delante del ordenador haciendo el PFC, relativamente amargado y
agobiado, viendo que muy probablemente no llegue a la primera entrega del mismo
con las suficiente garantías. Pero vamos estar estudiando y haciendo un trabajo
agobiado ya no es algo nuevo por Navidad. Ya el año pasado tuve que estar
haciendo otro trabajo mucho más manual y trabajoso por voluntad de un profesor
amargado de la vida que lleva sin comerse un buen “polvorón” años, y que
pretendió que todos fuéramos como él. También es cierto que si mis compañeros
de carrera y yo pensamos ser ingenieros de caminos esta es la vida que nos
espera, ¿o es que piensa alguno de mis compañeros que van a volver a disfrutar
de unas vacaciones hasta que no sean abuelos, si es que lo son algún día?
Es duro y difícil
aceptar, asumir o incluso darse cuenta que para uno el día de Navidad no tiene
nada que lo diferencie de un nueve de agosto o un veinticuatro de mayo. Es duro
pero es así. Ya dije antes que hace años que el día de Navidad comemos mis
padres y yo solos en mi casa. No por nada, sino porque mi padre no libra el día
de Navidad, ni tan siquiera el de Nochebuena. Si no trabaja alguno de esos días
es que por casualidad le ha tocado librar esos días o porque los ha pedido a la
empresa y ésta se los ha concedido. En más de una ocasión mi padre no se ha
tomado las uvas en Nochevieja con nosotros por estar trabajando, y puedo asegurar
que no es algo ni bonito ni agradable. Pero es así. Hoy mi padre tiene que
trabajar. Es más de hecho, mientras estoy escribiendo estas líneas está
trabajando. Por esta razón no comemos con nadie de mi familia hoy.
Hoy no tenía
pensado ni estudiar ni hacer nada relacionado con la universidad, pero la
realidad supera a los deseos, y casi nunca los planes que nos fijamos de
antemano se cumplen. Lo que tenía pensado no se ha cumplido y he terminado
estudiando y haciendo el PFC. Lo que pasa es que ha llegado un momento en que
me he dicho que ya estaba bien, que era Navidad y que aunque me gustaría estar
pasando la tarde con mi pareja, o haciendo cualquier otra cosa con amigos, no
puede ser, primero porque no tengo pareja y segundo porque el día de Navidad se
supone que es para pasarlo en familia, y por tanto lo que tenía que hacer era
no gastar más tiempo en algo relacionado con la universidad. Y así están
saliendo estas líneas. Es escribir lo que me permite pasar días como este. Días
en los que la melancolía me invade y pienso y siento que me gustaría estar en
otro lado haciendo otras cosas. Porque he aprendido que lo que siento no es
tristeza sino melancolía. Pero la melancolía se siente cuando se recuerda o se
piensa en momentos pasados que ya no se pueden vivir, pero lo que yo siento es
melancolía por lo que pudo, y quizá debió, haber sido y pude haber vivido, pero
que no he vivido y no fue. He aprendido con el tiempo que esa melancolía no es
tristeza y que puede llegar a irse en algún momento.
El día de Navidad
se está terminando ya, y espero que sea rápido, porque se me está haciendo más
largo de lo deseable. Lo mismo me pasó el año pasado. Y lo mismo sentí
entonces. Y como todos los años llegada la Navidad deseo que el año que termina
de paso a uno nuevo en el que cambie mi situación sentimental, y que pueda
llegar a las Navidades siguientes teniendo alguien a quien querer y amar y por
tanto alguien con quien compartir estas fechas. Pero siempre todo sigue igual. Nada
cambia de año en año. Hay cosas que con respecto al año pasado están mejor en
mi vida, y que me hacen sentirme más a gusto conmigo mismo. Pero no todo me
hace sentir así, y en estas fechas tiene más fuerza dentro de mí lo que no ha cambiando,
lo negativo, que aquello que va mejor o que se ha reconducido. Pero quizá nada
cambia porque el primero que no lo hace soy yo mismo. Y de ahí supongo que
viene la melancolía que en días como hoy siento; melancolía por algo que nunca
fue y que por tanto no puedo saber cómo pudo haber sido.
Pero siempre me
queda el turrón y los polvorones, los libros y la escritura, y los estrenos de
cine que por estas fechas son muchos y de mejor calidad que el resto del año. Y
cómo no, este año tengo el PFC para acompañarme y tener mi mente ocupada con
cosas. ¡Qué sería de mí sin el PFC, y esa tensión constante! Bueno el día de
Navidad de 2014 se acaba, disfrutad lo que queda de día y sobre y ante todo os
deseo a todos ¡FELIZ NAVIDAD!
Caronte.
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