Llego tarde a
escribir sobre uno de los amigos que me faltaba. Tarde por falta de tiempo
debido a un asuntillo de la universidad llamado PFC, y porque para ser sincero
no encontraba la suficiente inspiración para que me saliera un artículo
decente. Esto no quiere decir que todos los artículos anteriores hayan sido
decentes. Muy probablemente no lo hayan sido, pero al menos los he escrito
sabiendo cuáles podrían ser las consecuencias y gustándome a mí mismo. Me hubiera
gustado poder publicar este artículo justo el día del cumpleaños de este amigo
mío, pero tampoco me he pasado muchos días.
Del amigo que hoy
me toca hablar y retratar un poco, siempre de manera algo cubista ya que en el
fondo es como yo lo veo. Da la casualidad que es al mayor, por edad
fisiológica, del grupo de amigos de la universidad. Nació el día quince de
diciembre de 1990, a punto de espirar el año, y como regalo de Navidad
adelantado para sus padres. Yo nací apenas cuatro meses después, tiempo justo
para que en un normal desarrollo de una vida académica no nos hubiéramos
conocido nunca en clase. Pero es lo que tiene nacer en años diferentes, aunque
uno lo haga el último día de un año y otro lo haga el primero del siguiente.
Pero a pesar de ser el mayor, el abuelo, el adulto, el más maduro (¿ein?),
parece todo lo contrario. Tanto por apariencia física como por espíritu parece
el más joven de todo el grupo, y es algo paradójico porque quien se supone es
el benjamín del mismo grupo de amigos, resulta que parece no sólo el mayor sino
bastante más que eso.
Por suerte para mí
(permitidme que sea un poco egoísta alguna vez y no me juzguéis por ello), y
también para el resto de mis amigos en común con esta persona, pero quizá por
desgracia para él, le conocí en primero de carrera. Primero para mí, pero para
él era ya su segundo año en la Escuela. Durante su primer año por
circunstancias de la vida sólo aprobó Dibujo, y por tanto tuvo que volver a
cursar todas las asignaturas de primero. Fue así como le conocí. Casi siempre
que yo llegaba a clase él ya estaba allí, sentado en la primera fila del
anfiteatro de una clase enorme, leyendo el periódico solo. Cuando yo llegaba al
verle siempre allí y al pasar siempre por su lado, una vez pasaron los primeros
días o semanas de aterrizaje en ese nuevo mundo que era la Escuela, le saludad
dándole los buenos días. Así, poco a poco me empezó a sonar su cara, y no os
penséis que era poca cosa al menos para mí, que suelo ser bastante tímido a la
hora de empezar a relacionarme con la gente.
Aquel primer año
realmente no tuve mucho más contacto con él que ese, es decir, de saludo
cordial. Supongo que por yo pensar que al ser él de un curso superior, más
mayor que yo, tampoco tenía mucho sentido hacerme amigo suyo. Sin embargo
estaba muy equivocado. Aquel año perdí la oportunidad de hacer un amigo más
cercano y tener mayor relación con él. Fue luego ya a partir de segundo de
carrera cuando realmente el grupo que hoy tengo de amigos se empezó a cimentar
de verdad un poco más.
Alguien se podrá
preguntar el por qué del título que he elegido para este artículo. No es un
título normal, lógico está buscado para llamar la atención y que lo leáis
¡panda de vagos, chupatintas carroñeros que solo leéis lo que publico si
escribo carnaza y meto cizaña! Pero el título tiene su lógica. Este amigo no es
de Madrid, es de provincias como antiguamente se decía. Pero además de
provincias de verdad de la buena. Es de Toledo, provincia de Toledo. Si fuera
de la capital visigoda para mí sería incluso de mayor estatus que los
madrileños usurpadores de la capitalidad histórica de las Españas. Pero no es
de Toletum. Es de al lado. Un pueblecito o más bien pueblo, que si no seguro
que se me cabrea mi amigo, llamado Bargas (no confundir tampoco ni mucho menos
delante de él con Vargas, otro pueblo, este sí, de la provincia de Cantabria)
que tiene una histórica rivalidad con Olías del Rey que es el pueblo que está
justo al lado, apenas separado por la carretera de Toledo, la A-42.
La rivalidad entre
Bargas y Olías se remonta a tiempos inmemoriales, a una época en la que los
neandertales poblaban aquellos parajes y cubrían sus carnes con pieles, los
hombres se disputaban la caza del tigre dientes de sable y arriesgaban su vida
para alimentar a sus familias, las mujeres cuidaban de la casa/cueva (allí
donde los del PP habitan de manera habitual) y de los niños salvajes, y el
fuego era el mayor avance tecnológico que había. Dicha rivalidad siguió
creciendo a la vez que envejecía el mundo, y arraigaba profundamente en las
conciencias de los habitantes de ambas aldeas que pronto se convirtieron en
paso obligado para aquello que quisieran llegar a la ciudad de las tres
culturas, allí donde moraba la corte del Rey. Y así se ha llegado hasta
nuestros días. Bargas y Olías siguen siendo pueblos rivales como Springfield y
Shelbyville (ya se verá por qué hago referencia aquí por primera vez a Los
Simpsons). Y esta rivalidad también la vive mi amigo. Cuidado con nombrarle a
Olías, o decir que tiene algo bueno (aunque pueda ser algo objetivamente bueno
y por tanto de justicia decirlo), o que alguna vez haya salido alguien decente
de allí, o que sus mujeres sean hermosas y protuberantes cuáles doncellas de
Rubens. Olías está vetado para mi amigo. Eso sí, y que me perdone por lo que
voy a decir ahora, pero las piedras de la Catedral de Toledo, Primada de
España, sede de la diócesis más rica después de Roma y uno de los monumentos
góticos más impresionantes y bellos que se pueden admirar en el mundo, salieron
de las antiguas canteras de Olías. Pero vamos, ¡Bargas rules!
La verdad es que
se pica un poco cada vez que le menciono a Olías como un lugar bueno, pero ahí
está la gracia. Sin embargo por mucho que diga que es de provincias él lo lleva
con algo de orgullo y dice que sí que es de Toledo, provincia, y por tanto algo
bolo también (apodo despectivo que se usa para designar a los habitantes de
Toledo, que yo todavía no he terminado de comprender bien). También lleva con
mucho orgullo, y esto sí que no lo entiendo, ser del Atlético de Madrid. Lamentablemente
a mi alrededor en la Escuela tengo bastantes colchoneros que por desgracia para
los que somos merengues (aunque sólo sea a veces para tocar un poco lo moral a
los seguidores de equipo inferiores) últimamente están más de celebración que
de depresión habitual. Aunque con recordarles un número, el 93, y a un jugador,
Ramos, se les bajen de nuevo los humos. Todavía recuerdo la broma que les hacía
a mis amigos del Atleti en la escuela cuando no se conocía victoria de este equipo
sobre el Madrid desde hacía casi dos décadas, de que sólo gana el Atleti al
Madrid una vez por generación. Por desgracia esto ya no es así y parece ser que
han subido algo el nivel de fútbol que se juega en el Manzanares, y aunque
todavía no llegue al nivel del que se juega en Chamartín, algo más se va
pareciendo. También es de agradecer que este amigo me diga que soy de los pocos
madridistas que le caen bien (será que soy del Madrid de boquilla y que a mí el
fútbol no me va mucho la verdad, sólo partidos que puedan merecer la pena, y ya
ni eso).
Antes he citado de
manera rápida a Los Simpsons, y lo he hecho porque este amigo mío es un fan
total y absoluto de esa genial familia amarilla que todos los días a la hora de
comer ameniza nuestra ingesta diaria de alimentos. Pero no un fan normal y
corriente, eso que en el fondo podemos ser todos los que disfrutamos con Homer
y las chorradas que dice, sino un fan, fan. Fan de esos que se saben pasajes
enteros de los capítulos, de los que son capaces de repetirte una y mil veces
la misma frase y hacerte la misma gracia que si la oyeras la primera vez, de
los que se saben hasta la escena más rebuscada y que la recuerda y la hacen
recordar a los que tienen a su alrededor. La verdad es que muchos días en la
universidad, esos días en los que sólo te apetece irte no ya a tu casa sino más
lejos todavía, si no fuera porque de vez en cuando esta persona salta con una
frase de Homer o de Bart el día sería de apaga y vámonos. Menos mal que está él
para sacar una frase adecuada en el momento más necesario.
La verdad es que
una de las cosas que más admiro de este amigo, porque aunque parezca mentira de
alguien que es tan fan de los Simpsons y
del Atleti también se puede sacar algo bueno, es esa capacidad suya por
divertirse con algo que puede resultar de otra ápoca de nuestras vidas, más
anterior, casi ya olvidada en la que estábamos muy lejos de ser adultos. Ese
poso de niñez que todavía mantiene mi amigo, o mejor dijo de espíritu juvenil,
es el que le hace disfrutar de todo lo que le gusta de una manera que al menos
yo ya he perdido, y por eso le envidio por ello. Si el mundo en general mantuviera
una parte infantil, si todos los habitantes de este planeta fuéramos capaces de
mantener durante toda nuestra vida un lado infantil, juvenil, o incluso casi
adolescente, el mundo se metería en menos problemas y todos viviríamos mucho
mejor y más felices.
Pero no sólo son
Los Simpsons y el fútbol sus grandes pasiones. También lo son Juego de Tronos,
los pokémon, el Minecraft y los zombies. Como se puede comprobar todas
aficiones muy respetables para el mayor de los miembros del grupo de amigos que
somos en la universidad, todas acordes a la edad que tiene ya. Pero lo mejor es
que mi amigo vive todas estas aficiones con gran ilusión y emoción, y cada vez
que me da la brasa, perdón, cada vez que me habla de ellas (y yo escucho
atentamente para no perder detalle de sus anécdotas) lo hace con tal vehemencia
que sólo puedo emocionarme con él y le escucho detenidamente aprendiendo, o
intentando aprender a ilusionarme tanto como hace él con esas pequeñas cosas
que tiene la vida. Es cierto también que cuando le da por una de estas
aficiones le da fuerte. Más de una vez se ha apuntado a ir a un pueblo por la
tarde-noche a participar en una megayincana llamada Survival Zombie,
consistente en completar una serie de misiones por todo el pueblo a la vez que
se intenta escapar de los zombies (personas disfrazadas que te persiguen e
intentan impedir que logres tus objetivos). Yo por ejemplo sería incapaz de
hacerlo, me daría mucha ansiedad (en el fondo soy un miedica).
Además de todo lo
anterior me gustaría añadir que esta persona es de las que encuentra la
felicidad en las cosas más simples que pueda uno imaginar. Con muy poco se le
puede hacer feliz e ilusionar. Por ejemplo hace poco le acompañé a comprar un
regalo por el centro de Madrid en una hora libre que teníamos en la Escuela y
antes de volvernos le invité a tomar una napolitana de chocolate en la
Mallorquina. Con ese simple gesto creo que ya echó el día y le bastó. También
es cierto que todo lo que tenga que ver con la comida, y más aún con los dulces
(napolitanas, palmeras de chocolate, brownies, bizcochos, etc) le encanta, y
por ahí siempre se le podrá ver contento. Lo que no sé es donde mete todo lo
dulce que come, porque gordo no está (él dice que hace un poco de boxeo en la
peña de su pueblo, pero no sé si creerle porque no es que se le note mucho ese
boxeo que dice que hace). Otro ejemplo de que con poco se le puede hacer feliz
es que para su cumple hace unos años le regalamos un llavero que al silbar
pitaba y estuvo todo el mes haciendo el ganso con él, como un crío. Pero todo
esto es de agradecer, ya que poca gente se muestra tan agradecida cuando se
tiene un detalle con ellos o cuando se regala algo.
Podría decir
bastante más de este amigo pero basta con decir que es un buen amigo. De los
pocos que conocí en primero de carrera hace ya la tira de años, casi una
eternidad, pero con el que con los años desde entonces he ido poco a poco
profundizando una amistad que a día de hoy valoro mucho. Siempre que le he
pedido un consejo en cualquier ámbito me lo ha dado y, aunque casi nunca nadie
hacemos caso de los consejos ajenos (y no soy yo la excepción), siempre ese
consejo si lo hubiera aplicado hubiera resultado bien. Tendré que aprender de
ello y hacerle más caso, que por algo será el mayor de todos. Más sabiduría
tendrá, o más experiencia, o yo que sé, cualquier cosa más que yo seguro. Y si
no puedo pedirle un consejo, siempre podré pedirle que me diga alguna frase de
los Simpsons para rematar cualquier cosa que en eso sí que es una máquina. Como
ya he dicho antes la mejor virtud que tiene esta persona es tener la capacidad
de ilusionarse con cualquier cosa y de sacar lo bueno que puede haber en las
cosas más simples, a las que muchos (entre los que me incluyo) no sabríamos
sacar nada. Esa ilusión y el guardar todavía una parte infantil dentro de sí
mismo son lo que espero que nunca pierda y que alguna vez yo mismo pueda tener
esas facultades. Pero como no sé si una vez se recupera todo el niño perdido que
deberíamos guardar dentro de nosotros, espero poder contar siempre con su
amistad para que de vez en cuando me contagie esa parte menos adulta, racional
y cabal que termina por adueñarse de nosotros antes o después.
PD: He de señalar aquí que con este artículo ya he publicado en este blog 100, y por tanto estoy de enhorabuena. Ha sido toda una casualidad que haya sido así y que este artículo 100 esté dedicado a un amigo, bien podría haber sido una crítica al gobierna o a la sociedad, o una simple reflexión sobre la vida. Pero el cosmos ha querido que este artículo que redondea mi cuenta de artículos publicados sea para un amigo.
Caronte.
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