Aquel fue nuestro
primer día completo en Múnich y como el viaje hasta llegar allí había sido de
todo menos relajado y descansado, esa primera mañana en la capital de la
cerveza alemana nos costó bastante levantarnos y más teniendo en cuenta que la
noche anterior cuando llegamos a Múnich ya con el sol puesto tras el horizonte,
nuestro queridísimo anfitrión en la capital bávara nos tenía reservada una
sorpresa de la que algún días nos vengaremos debidamente. A pesar de que el día
que llegamos a Múnich habíamos amanecido en Heidelberg, y habíamos visitado y
dejado tras nosotros los pueblos de Dinkelsbühl, Rothenburg od der Tauber y la
ciudad de Núremberg, y además habíamos sufrido algún que otro atasco a la
llegada a Múnich, nuestro más apreciado amigo de Erasmus (en mi caso mi único
amigo de Erasmus) nos recibió habiendo concertado una cena con sus amigos
españoles en Múnich en su residencia en la que íbamos a ser nosotros los que
tendríamos que cocinas. Vamos lo mejor para acabar un día en el que apenas habíamos
hecho nada. Y todo esto después de haber pasado un día más caluroso que muchos
en Granada y tras haber sudado lo que no está escrito, tanto que nuestra ropa
podría haber alimentado a toda una colonia de pájaros durante meses de la
mierda que llevábamos encima.
Pero bueno un
viaje de las características del que estábamos haciendo no suele repetirse
muchas veces en la vida. Había que aprovechar el momento. Aunque lo de la cena
a traición algún día lo pagará incrementado con intereses nuestro amigo. Como nuestro
amigo Ángel tenía que estudiar para un examen las mañanas las aprovechaba para
ello, mientras que las tardes las pasaba con nosotros. Aquel primer día Juan
Carlos, Alex y yo decidimos ir al centro de Múnich para hacer un tour guiado
gratuito por la ciudad. Casi llegamos tarde al punto de encuentro donde
comienza la visita guiada por la ciudad, pero no se nos podía pedir más
celeridad después del día anterior y del cansancio acumulado. Eso sí Juan
Carlos hasta que no llegamos a la plaza y vio que aunque muy justos habíamos
llegado al empiece del tour no dejó de torcer el hocico y estar de malhumor.
El grupo que había
alrededor de la guía del tour, una argentina o uruguaya por el acento que
tenía, era bastante numeroso y heterogéneo con gente de todas las edades,
grupos de amigos y amigas, gente sola, parejas jóvenes y más mayores, familias,
etc. Llegamos un par de minutos tarde, pero no nos perdimos nada de lo que se
dijo, aunque la verdad con el calor que hacía – más bien bochorno infernal – lo
que más me preocupaba a mí no eran las explicaciones sobre la plaza del
Ayuntamiento, ni los datos sobre el edificio nuevo o el viejo, sino intentar
esconderme del sol buscando alguna sombra. Pero las sombras escaseaban en esa
plaza.
La plaza del
Ayuntamiento de Múnich es el epicentro de la vida en la capital bávara, y aquel
día además estaban montando un escenario para una fiesta gay, luego había mucho
ajetreo de operario montando escenarios, alumbrado y mesas de sonido para el
concierto que habría por la noche. En países centroeuropeos debido al mal
tiempo que sufren en invierno durante muchos meses, es en verano cuando la vida
vuelve a tomar las calles y todo el ajetreo que ha estado dormido durante los
meses fríos despierta en una explosión de sonidos y actividad frenética en la
época estival. Esperamos resguardados bajo los soportales del nuevo
Ayuntamiento, un imponente edificio neogótico que me recordó bastante al
Ayuntamiento de Bruselas, hasta que llegó el momento de que el reloj empezara a
tocar su tradicional música al son de la cual una figuritas empezaron a pasar
por delante del mismo contando una historia, que creo recordar era interesante
pero de la que no me acuerdo porque el calor me estaba matando.
Tras contemplar ese
espectáculo turístico, rodeados de grupos de turistas de todas las
nacionalidades y edades, el tour por la ciudad siguió adelante según lo
previsto. Nuestra segunda parada fue la plaza de la Catedral. En este caso sí
pudimos estar resguardados del sol en la sombra que daban unos árboles. La
plaza de la catedral es un coqueto espacio no muy grande rodeado de bares y
cervecerías con sus terrazas. Como he dicho en invierno en Múnich no hay quien
esté por la calle por el frío que hace y la nieve que cubre las plazas y aceras
de la ciudad, por eso no se puede trabajar a la intemperie durante muchos meses
al año; esta es una de las razones por las que una de las impresionantemente
altas torres de la Catedral de Múnich estaba cubierta por un andamiaje que
desmerecía su belleza y que me fastidió cualquier intento de hacer una
fotografía digna del edificio. La historia de la Catedral también era
interesante pero sólo recuerdo la parte de leyenda de la misma, en la que el
diablo cobra especial importancia, y que pone algo de gracia en los sosos corazones
de los muniqueses.
Después de conocer
la historia del Ayuntamiento y de la Catedral, entramos de lleno en la historia
más reciente y oscura de Alemania, la historia que tiene que ver con el
nazismo. Así visitamos varios lugares llenos de simbolismo e historia, como la
Residencia, la Plaza del Odeon, o una calle que usaban los judíos que no
querían inclinarse y saludar con respeto ante una placa donde aparecían los
nombres de los integrantes del Punch de Múnich. La verdad es que pasar por
todos esos lugares que tan tristes recuerdos traen a la mente de los europeos
hace que el corazón parezca encoger recordando ese pasado no tan lejano que
deberíamos tener más presente para evitar que el odio racial vuelva a prender
en la sociedad. También en esta parte algo más seria del tour turístico
cumplimentamos unas de las tradiciones turísticas por excelencia como es tocar
los leones que presiden las dos entradas principales a la Residencia, o Palacio
Real de Múnich. Son en total cuatro leones de los que dice la tradición que da
suerte tocarlos, pero no todos, ya que si se tocan a la vez los cuatro se corre
el riesgo de pecar de avaricioso y que todos los males de la tierra habidos y
por haber caigan concentrados sobre el incauto pecador ávido de riquezas y sueños
de grandeza. Yo toqué sólo dos de los leones, lo que se supone que me
garantizaría volver a Múnich alguna vez en mi vida y buena suerte también en el
amor (lo primero no lo veo improbable, lo segundo es equiparable a que un
atlético sueñe con ganar la Champions algún día).
Tras la parte más
negra de la historia de Alemania y de Europa, el tour siguió por la Plaza de la
Ópera donde la guía nos contó un poco de la historia de Baviera y de sus reyes,
así como cuál fue el hecho que hizo que se originara la fiesta de la cerveza
más famosa del mundo: la Oktoberfest. En esta parte del tour sí que aprendí
bastante y me resultó muy interesante todo lo que nos contó la guía, aunque yo
ya estaba bastante asqueado del calor que hacía, tanto que el cielo estaba empezando
a nublarse por el bochorno que hacía. Antes de acabar pasamos por primera vez
por la cervecería más famosa de Múnich, uno de los lugares que más me gustó de
la capital bávara y que sin duda siempre recordaré tanto por la historia que
atesora como por la carga de tradición que tiene, como fue el Hofbrau, la
cervecería estatal de Baviera. El Tour por Múnich acabó en la plaza del mercado
cerca de donde habíamos empezado hacía un par de horas. La mañana ya estaba
echada y ahora nos tocaba ir en busca de Ángel que ya debería estar más que
cansado de estar en la biblioteca.
Como no sabía muy
bien dónde estaba exactamente la biblioteca de Múnich, aunque sí cuál era la
calle, hacia allí nos encaminamos, siempre que no hubiera ningún coche bueno y
caro aparcado en alguna calle por la que pasáramos porque si esto pasaba la
marcha de ralentizaba para que Alex y Juan Carlos se pararan a mirarlo de
cerca, como si de una tía buena se tratara. No sería la primera vez que se
parasen para ver un coche pasar, o para oír su motor e intentar averiguar que
marca y modelo eran, o qué tipo de motor llevaba. A mí como que me daba igual,
considero que el mundo de los coches es tan interesante como el de los anfibios
de río en Sudamérica. No hizo falta encontrar claramente la biblioteca porque
Ángel apareció casi de la nada en la acera de enfrente a la que nosotros
llevábamos y así se produjo nuestro primer encuentro en lo que era su nuevo
mundo: Múnich.
La comida la
hicimos en un restaurante de ensaladas que frecuentaban a menudo los amigos
españoles de Ángel. En dicho restaurante nos encontramos también con parte de
las personas para las que habíamos cocinado la cena la noche anterior, pero
también había nuevas caras. No se comió mal, aunque para ser mi primera comida
en Múnich se me quedó un poco corta y escasamente típica, pero ya habría
oportunidades para remediar esto. Una vez comimos en la calle, como si
estuviéramos en cualquier ciudad grande de España, se decidió ir a tomar un
helado a una heladería muy famosa entre los universitarios de Múnich, que
además estaba muy cerca de la Biblioteca Estatal, donde muchos estudiantes como
Ángel pasan horas y horas intentando sacarse sus carreras. La heladería estaba
muy chula y los helado deliciosos, mucho más buenos de lo que me hubiera
imaginado de antemano, si he de ser sincero estaban mejores que muchos helados
de heladerías de Madrid, y esto teniendo en cuenta que Múnich a primera vista
no parece una ciudad donde los helado fueran a tener mucho éxito. El calor que
estaba haciendo ayudaba a que los helados sintieran bien.
El cielo ya estaba
casi completamente cubierto por nubes grises bastante feas que amenazaban
lluvia. La verdad es que yo estaba deseando que cayera un buen chaparrón para
que el tiempo cambiara un poco. Cada vez que pedía que lloviera mis compañeros
de viaje Alex y Juan Carlos se enfadaban conmigo por eso, pero por mucho que
digan un viaje como es que estábamos haciendo se ve mejor con menos calor y
sol; yo al menos prefiero nubes y algún que otro chaparrón que refresque el
ambiente, como debe ser en Centroeuropa, al calor que estábamos viviendo y a
los días soleados que habíamos tenido desde que salimos de Madrid, y me da
igual lo que pensaran mis amigos, esta es la verdad aunque como todas las
verdades no guste.
El plan principal
para la tarde era ir al Englischer Garten (Jardín Inglés) a darse un chapuzón
en el río. Para ser sinceros la idea no me resultaba demasiado atractiva, es
más intenté por todos los medios que no fuera así. Parecía que me iba a salir
con la mía ayudado por el tiempo y las negras nubes que poco a poco se fueron
cerniendo sobre Múnich y que anunciaban una tarde pasada por agua. Pero no voy
a adelantar acontecimientos. Antes de decidir si al final íbamos o no al parque
a darnos ese chapuzón con el que mis compañeros de viaje llevaban soñando desde
que empezamos aquella aventura, dimos otra vuelta por Múnich esta vez
acompañados por Ángel. Tras recoger sus cosas de la biblioteca y la bicicleta
que tenía aparcada en la puerta de la misma nos dirigimos hacia la Plaza del
Odeon de nuevo, donde también se estaba celebrando una fiesta con música,
comida y cerveza. Fue allí donde el cielo rompió a llover de manera más o menos
violenta. Por suerte la Iglesia siempre acoge a sus fieles y nos pudimos
cobijar dentro de una de las iglesias más deslumbrante que he visitado, la
Iglesia de los Teatinos, con su famosa fachada amarilla que para variar estaba
totalmente cubierta por un andamiaje que impedía contemplarla en todo su
esplendor. Dentro de esta iglesia estuvimos un rato hasta que creímos que la
lluvia había parado un poco pero nos equivocamos de todas todas y a los pocos
metros de salir de la iglesia nos tuvimos que resguardar en una galería comercial.
Allí, un poco mojados, esperamos hasta que ahora sí parecía que había empezado
a llover con menos fuerza.
Así fue, la lluvia
dejó de caer y nos permitió seguir dando un paseo por Múnich y descubriendo que
en domingo (que era el día en que todo esto pasó) no trabaja nadie más que la
hostelería. Ejemplo que muchas ciudades españolas, y en concreto Madrid
deberían empezar a seguir en vez de hacer todo lo contrario. Poco a poco
parecía que el cielo empezaba a abrir y las nubes empezaban a retirarse
paulatinamente. Decidimos dirigirnos de nuevo a la Plaza del Ayuntamiento y una
vez allí decidimos subir a la torre de la Iglesia de San Pedro, la más antigua
del centro de la ciudad, para tener una panorámica mucho más diferente de la
ciudad. El problema es que la torre no es bajita y además hay que subir
andando, al contrario que pasa con la torre del Ayuntamiento Nuevo que tiene un
ascensor que sube hasta la parte más alta y desde donde, estoy seguro, también hubiera
habido unas vistas impresionantes sin tener que hacer esfuerzo alguno. Pero lo
bueno siempre cuesta, o eso es lo que dicen los que saben. Yo voté por subir a
la torre del Ayuntamiento pero el resto de mis compañeros de viaje, aconsejados
por el sabio consejo de Ángel, y quizá para hacerme sufrir un poco más,
decidieron que sería a la torre de San Pedro a la que subiríamos.
La subida a la
torre me recordó a mis años mozos cuando visité Londres y París por primera
vez, cuando subía a toda estructura que lo permitiera para admirar aquéllas
ciudades desde puntos de vista diferentes. Las escaleras de la torre de San
Pedro me recordaron a las del Monument de Londres, y a las del Arco del Triunfo
de París, incluso a las de Nôtre Dame. La verdad es que luego no fue para
tanto, y mis quejas no tenían fundamento alguno. Me costó subir, como es
normal, pero subí, y una vez arriba pude contemplar Múnich como lo suelen hacer
los pájaros: a bastantes metros sobre el suelo. Desde aquella altura se veía
toda la ciudad: desde la residencia de Ángel, hasta el Parque Olímpico, pasando
por el recinto de la Oktoberfest, e incluso a lo lejos y algo difuminados por
las nubes que aquella tarde reinaban en el cielo, los Alpes. Allí arriba todo
cobrara una dimensión diferente, y la verdad es que me emocioné. Me emocioné no
por haber subido todas esas escaleras hasta lo más alto, ni por la visión
impresionante de poder que tenía desde allí arriba. Me emocioné por estar allí simplemente
con amigos, haciendo turismo, visitando una ciudad y a un amigo que estaba allí
estudiando; me emocioné por estar haciendo algo que ya pensaba no iba a poder
hacer nunca o no disfrutarlo lo suficiente como era estar de viaje de
vacaciones con amigos y compañeros. Hubiera prolongado el estar allí arriba
mirando con superioridad al mundo y disfrutando del momento muchas horas, sin
hacer nada, pero los cabezones de mis compañeros de aventura seguían teniendo
en la cabeza ir al Englischer Garten a meterse en el río.
Caronte
No hay comentarios:
Publicar un comentario