sábado, 18 de octubre de 2014

Solo entre reyes

Algo va mal dentro de mí cuando haciendo algo que siempre me ha gustado hacer y siempre he deseado hacer en cualquier momento no lo termino de disfrutar. Sé qué es lo que va mal, aunque por no herir a mis seres queridos me lo quede para mí mismo y no lo diga. También sé que lo que va mal sólo lo puedo cambiar yo y que si no lo hago es porque tengo miedo a lo que ese cambio pueda provocar cuando se produzca. Tengo que encontrar rápido una solución para que esto no me siga pasando, para poder volver a disfrutar de todo como la hacía antes, aunque probablemente para poder volver a disfrutar todo como antes tenga que cambiar todo lo que ahora soy y tengo. Sé que todo tiene que ser diferente para que todo vuelva a ser como una vez fue. Sólo me queda lo más difícil: que ese cambio se produzca.

Llevaba unos diez años sin ir e visitar el Monasterio de El Escorial. La última vez que estuve, que también fue la primera, lo hice con mis padres en pleno mes de diciembre con las cumbres del Monte Abantos cubiertas ligeramente de nieve. Diez años son muchos años pero todo estaba tal y como lo recordaba. Y es extraño porque cada vez que he visitado una ciudad o un gran monumento por segunda vez siempre he descubierto detalles y aspectos que en la primera visita había pasado por alto. Pero nada de esto me ha pasado con El Escorial. Todo seguía igual que como lo recordaba en mi memoria. En este caso el tiempo no ha deformado mi perspectiva y a pesar de que ahora sé mucho más de historia de España de lo que sabía entonces este magno monumento, centro del poder de la monarquía hispánica de los Austrias, ha seguido tal cual lo guardaba mi mente.


Sí he notado que ahora con el transcurrir de todos estos años que el significado histórico y conceptual del Monasterio para mí ya no es el mismo. Ahora aprecio más la historia que no se ve, la que no está colgada de las paredes de las diferentes salas del Monasterio en forma de cuadros de Tiziano, Zurbarán o El Veronés, la que no está representada por los objetos personales de Felipe II o cualquiera de sus hijos, la que no adorna salas con muebles antiguos o camas y sillas regias. Sólo ahora después de que todos los conocimientos sobre historia que he ido adquiriendo durante estos diez años sé apreciar lo que el Monasterio de El Escorial implica en la historia de España, y del Mundo. Mucho más que un edificio impresionante e imponente es el Monasterio. No sólo es la ambición de un rey materializada en un grandioso edificio de duro granito. El Escorial es la representación del poder que un día tuvo la Monarquía Hispánica en el Mundo, la sede de un poder que se extendió más allá de las fronteras de la Península Ibérica y abarcó más de la mitad del mundo conocido; el lugar desde el cual se regían los destinos de millones de personas y se administraban riquezas ingentes. El Escorial fue el centro de un universo personal que giraba en torno a Felipe II, el más poderoso monarca que jamán contempló la historia de la humanidad. El Monasterio de El Escorial fue el centro de un imperio bajo el cual nunca se ponía el sol.

Pero mucho ha llovido desde esa época esplendorosa para el Reino de España. Muchas vidas y mucha sangre se ha desperdiciado desde entonces en aras de mantener en pie algo que desde el principio se veía iba a caerse por su propio peso. Esplendor y decadencia, grandeza y desgracias, gloria y humillación, El Escorial recoge hoy todo lo que un día fuimos y a la vez esto nos hace recordar lo que ya nunca más podremos volver a ser. Al haber ido recorriendo por segunda vez las salas y estancias que ya visité hace diez años, me han ido viniendo a la mente recuerdos de aquella primera visita. Las salas y los objetos de las mismas no han cambiado nada; incluso su disposición es la misma. Sin embargo no las he disfrutado del todo. Yo no era el mismo que hace diez años, no ya sólo en sentido físico, ahora estoy bastante más delgado y alto que entonces; hace diez años iba al colegio y ahora ya soy mayor de edad y estoy acabando mi carrera en la universidad. Sin embargo ahora igual que hace diez años sólo puedo visitar El Escorial acompañado de mis padres. No es malo, y hay quien no puede hacerlo porque quizá alguno de sus padres ya no está, pero a mí sí me toca. No es que no me guste visitar lugares como El Escorial con mis padres, lo que pasa es que creo que ya no es momento de hacerlo así. No creo que haya muchos jóvenes de veintitrés años que sigan haciendo escapadas de uno o dos días con sus padres. Siendo sinceros creo que nadie ve esto como algo normal. No es que sea anormal, pero todos sabemos a lo que me refiero.

Debería haber disfrutado de esta segunda visita a uno de los conjuntos arquitectónicos más impresionantes del mundo único por su estilo y tipología, pero no lo he hecho. Y esto ante todo es lo que más me molesta no haber podido admirar en toda su grandiosidad esta obra de arte. El día estaba espectacular. En el cielo limpio de nubes y de un azul intenso lucía un sol espléndido que repartía sus rayos por la sierra madrileña sembrada de encinares y pinares donde pastaban y descansaban vacas con sus terneros. No hacía nada de frío para estar ya a mediados de octubre, incluso en las horas centrales del día hacía calor, tanto como para estar perfectamente en manga corta disfrutando de los jardines que rodean al monasterio herreriano admirando y disfrutando de la regularidad de la fachada del mismo. En definitiva, el día era perfecto para no quedarse uno en casa encerrado, para salir al mundo y dar una vuelta, visitar cualquier sitio o hacer una escapada de fin de semana. Todo era perfecto, incluso el hecho de que a pesar de estar en el último año de carrera y en teoría tener que estar haciendo el Proyecto Fin de Carrera mi tutor no haya dado el visto bueno al proyecto que tengo en mente y por tanto todavía me pueda considerar en semi-vacaciones al no tener que hacer nada de la Universidad. A pesar de la perfección, yo no lo veía así. Sentía que el día podía ser aún mucho mejor, pero el problema no era ni el día que hacía, ni la compañía de mis padres, ni por supuesto el regio paisaje que nos rodeaba, el problema estaba en mi interior, en mi cabeza y en mi corazón.


Quizá nada hubiera sido diferente: el Monasterio de El Escorial hubiera seguido igual de regio, la Cripta Real de la Monarquía Hispánica no hubiera podido acaparar más historia en menos espacio, las vistas desde la silla de Felipe II no hubieran sido más bellas, la Basílica no hubiera superado a la de San Pedro en altura. Pero sin embargo en mí interior sí sé que hubiera sido todo diferente si en vez de ir con mis padres de nuevo a visitar el monasterio lo hubiera hecho acompañado por mi pareja, por mi novia si es que le hubiera tenido. ¿Es esta idea una estupidez como una casa? Pues es probable que haya a quien le pueda parecer una tontería, pero para mí desde hace unos años no lo es. Cada vez que hago algo que veo que ya no es lo más normal hacer con mi edad se me pone una presión en el pecho que a veces incluso me hace que me cueste respirar. Ya no es sólo el hecho de haber visitado El Escorial con mis padres en lugar de haberlo hecho con mi novia; podría ser que a la novia que me echara no le gustara visitar monumentos o hacer alguna que otra escapada de un fin de semana a cualquier sitio. El problema está en que me vuelve a pasar que cada vez que llega un fin de semana vuelvo a sentirme solo, y verme en la perspectiva de no salir de mi casa me hace sentir que las rejas que hay en las ventanas de mi casa no son para que nadie entre desde la calle sino para encerrarme en una celda.

Debería haber disfrutado mucho del día en El Escorial porque he hecho cosas que tenía pendientes por hacer desde hacía diez años como subir a la silla de Felipe II y tirar un par de fotos con el Monasterio de fondo; o poder ver la fachada principal del edificio iluminada por el sol para fotografiarla bien; o pasear un poco por las calles que rodean al Monasterio. Pero a pesar de haber sido un día muy bueno, por dentro sentía que no había merecido la pena. Ver a la vez que yo estaba visitando las diversas estancias regias a más de una pareja de jóvenes hacer lo mismo que estaba haciendo yo pero acompañados por las personas a las que aman, me hacía sentir envidia y pensar que me faltaba algo, y saber que estoy muy lejos de conseguir ese algo. No es la primera vez que me pasa, pero cuanto más tiempo va pasando más profundo llega ese sentimiento de soledad; soledad que no es real del todo porque tengo a mis padres y mi familia, y a mis amigos con los que también disfruto mucho. Pero todos sabemos que esto llegado un momento no es suficiente, y quien diga lo contrario miente. Llega un momento en que todos nos sentimos solos aunque estemos rodeados de una multitud de personas. Así me siento yo.

Me gustaría que llegara un fin de semana y lo primero que se me pasara por la cabeza no fuera el hecho de que no tengo pareja y que por tanto no puedo salir con ella a cenar, o quedar simplemente para ver una película en su casa o en la mía, o irme de vacaciones con ella a Asturias o a los Pirineos (no hablo ya de amarla y hacer el amor con ella que obviamente me gustaría poder hacer). Me gustaría que llegara un fin de semana y aunque no tuviera pareja no me sintiera solo. Pero cuando van pasando los años y todo sigue igual, me voy dando cuenta que el problema lo tengo yo, que o cambio el chip y empiezo a cambiar esa actitud o al final sí terminaré quedándome solo del todo, y no sólo sin novia. Pero por mucho que quiera, paso de sentirme solo a tener miedo a todo lo que conllevaría estar con una chica, a no saber si sería capaz de amar a alguien y tener pareja y comportarme como tal. Hay muchas veces que me gustaría salir por Madrid un sábado o un domingo y no lo hago porque me gustaría hacerlo con mi novia, no con amigos y mucho menos solo, pero no tengo. También hay momentos en que lo que me apetece es salir solo, y lo hago, pero cuando estoy por el centro dando una vuelta y mirando tiendas por Lavapiés, La Latina, o entrando en las numerosas librerías de segunda mano que son mi perdición en Malasaña, sólo soy capaz de ver parejas de mi edad y más jóvenes haciendo también lo que yo estoy haciendo sólo pero haciéndose compañía y cogidos de la cadera o de la mano. Y es entonces cuando a pesar de que cuando salí de casa lo que me apetecía era darme una vuelta como lo que soy un joven soltero, vuelto a casa con la sensación de haber salido por no tener otra cosa mejor que hacer con mi pareja, y con una presión en el pecho insoportable. Por eso muchas veces que sé que quiero salir a darme una vuelta no lo termino haciendo.

Pero me tengo que quedar con lo bueno, aunque en algunos momentos esta parte no la termine de ver del todo. Me tengo que quedar con la visita al Monasterio de El Escorial y esperar que la tercera vez que vaya ya sea la definitiva y lo haga con pareja y disfrute de la chica que me ame en un ambiente que emana poder en todas y cada una de las piedras que componen el conjunto monumental. Espero que la tercera vez que vaya sea más que inolvidable, no por el Panteón de Reyes, o la regia Biblioteca, o la grandiosa Sala de las Batallas, sino porque no visito El Escorial sintiéndome solo, sino con alguien a quien quiera. Pero quizá sea absurdo ponerse ese sueño como meta, en el fondo tener o no pareja sólo depende de mí y de que pierda el miedo a si una chica me gusta hacérselo saber, porque si no nadie podrá hacer que no me sienta solo, y solo tendré que seguir saliendo, yéndome de vacaciones, de escapada de fin de semana a una casa rural o a Londres, al cine, al teatro o a cenar. Y solo tendré que vivir si todo lo sigo manteniendo igual, terminando frustrado conmigo mismo y amargado. Si nada cambia, todo seguirá igual que ahora y la próxima vez que vuelva a El Escorial a sentir la historia sobre mis hombros y a pisar el mismo suelo que la personalidad más poderosa que jamás ha dado España y no podré disfrutar de la belleza de este Palacio-Monasterio-Basílica, seguiré sintiéndome solo entre reyes.

Caronte.

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