Antes, cuando era
más pequeño iba mucho más a mi pueblo. Ahora, desde hace ya bastantes años
apenas voy un par de días al año. No lo he echado mucho de menos hasta esta
última vez que he ido. Mi pueblo, que si me tengo que basar técnicamente en la definición
de pueblo no es tal cosa ya que yo no he nacido allí, es el lugar donde nació
mi madre y mis abuelos. Es un pequeño núcleo urbano de unos novecientos
habitantes durante todo el año, que en verano podía llegar a las dos mil almas,
muchas de las cuales huían del estrés de las ciudades más grandes para volver
durante unas semanas a la tranquilidad del pasado. Ahora ya esto no es tan así,
la sociedad moderna, las nuevas generaciones entre las que me encuentro ya no
vemos atractivo eso de irnos a pasar un par de semanas al pueblo a asalvajarnos
un poco. Ahora en verano el pueblo sigue tan muerto como lo suele estar en
pleno invierno. Sólo las fiestas logran recuperar en parte toda esa vida de
antaño, cuando las calles volvía a llenarse de gente desestresada que se para cada
dos puertas a saludar a un familiar en quinto grado o a un conocido de toda la
vida.
Nunca me han
gustado mucho las fiestas de mi pueblo. Siempre me he sentido poco apegado a
las tradiciones populares rurales. La fiesta paleta no es lo mía, aunque
supongo que tampoco lo es la fiesta más refinada. En el fondo no soy de
fiestas. Pero este año he vuelto a ir al pueblo a las fiestas. Llevaba muchos
años sin ir, tres o cuatro no recuerdo bien, pero los suficientes para hacerme
pensar que ha pasado una eternidad desde la última vez que estuve allí. Las
fiestas patronales de mi pueblo, Estremera, suelen coincidir siempre con El
Pilar, alrededor del doce de octubre. Y como suele ocurrir por estas fechas el
tiempo suele ser tan caprichoso como la diosa Fortuna, y bien puede hacer un
año calor casi veraniego en el que sobra cualquier manga larga, como que llega
de golpe el frío invernal y hace que los abrigos de pieles de las mujeres y las
gabardinas pardas de los hombres salgan de los armarios por primera vez en la
nueva temporada. Este año ha sido de los segundos, hasta este fin de semana el
tiempo semi-veraniego se había resistido a irse, pero ha sido llegar el pregón
de las fiestas de mi pueblo y entrar por la puerta grande toda la dureza del
otoño en la meseta. Como me dijo el viernes un buen amigo ¿A quién coño – con perdón
de la expresión – se le ocurre poner unas fiestas de un pueblo en octubre? Y es
verdad, pero en el pueblo de mi madre son así, y así seguirán.
La verdad es que
en un principio no teníamos pensado ir mis padres y yo. Fue hace unos días
cuando tomamos la decisión. Mi padre y yo no estábamos muy por la labor de ir
al pueblo y pasar el fin de semana completo en la casa de mis abuelos con mis
tíos y mis primos todos apretujados como sardinas en lata. Pero a mi madre en
el fondo sí que la apetecía ir aunque fueran unas horas, aunque no lo dice
nunca abiertamente como buena mujer que es, sobre todo para hacer compañía y a
ayudar a mis abuelos y más este año con mi abuelo todavía algo convaleciente de
una operación de cadera que tuvo en marzo. Al final decidimos ir a pasar el día
de ayer al pueblo, el primer día oficial de las fiestas. Como ya habíamos hecho
algún año que mi padre trabajaba al día siguiente, fuimos a comer a mi pueblo y
nos volvimos después de ver la pólvora. Apenas unas horas. Pero unas horas que
me hicieron recordar y ver con otros ojos lo que siempre había visto con algo
de disgusto.
Llegamos a casa de
mis abuelos sobre la una de la tarde. Mis tíos habían llegado la tarde anterior
con mis dos primos pequeños y mis abuelos que no pueden ir por sus propios
medios ya que mi abuelo ya no conduce. Mi primo mayor llegó de madrugada
después de haber estado en la universidad y de haber ido a su entrenamiento de
baloncesto, y supongo yo después de haber pasado un rato con sus amigos antes
de ir al pueblo. Cuando entramos en la casa después de saludar a los que
estaban presentes, únicamente mis abuelos y mi primo mayor, al que saco cuatro
años, nos acomodamos un poco. Mi primo estaba estudiando física en el salón
haciendo un problema de dinámica de la partícula. Como no sacaba nada en claro
del problema me puse a ayudarle un poco. Resultó que yo tampoco tenía idea de cómo
se tenía que hacer. Al final le dejé que lo intentara el sólo otra vez porque
yo no tenía ni flores. Poco después mi primo también desistió. Al rato de
llegar nosotros a la casa llegaron mi tía y mi prima más pequeña, que también
es mi ahijada y que es la niña más bonita que se puede tener por prima. Venían
de comprar una tarta de chocolate para celebrar, aunque con más de dos meses de
retraso el cumpleaños de mi prima, su octavo cumpleaños. Quince años saco a la benjamina
de esta rama de la familia, todo un mundo que me hace sentir muy mayor la
verdad. Sólo faltaban para completar la tropa mi tío y mi primo mediano. Poco
tardaron en aparecer. Venían desde Madrid donde mi primo tenía que jugar un
partido de baloncesto con su equipo. Además como si de Papá Noël se tratase mi
tío se presentó con un televisor de 40 pulgadas para el salón, para tirar de
una vez por todas la televisión antigua que había. Mi tío siempre sacándoles los
cuartos a mis abuelos. Ya estaba toda la familia al completo: 10 miembros, ni
más ni menos.
Una de las
tradiciones más ancestrales en mi familia en el pueblo, y más en fiestas, es
hacer una barbacoa en el patio de la casa de mis abuelos. Como el día estaba
amenazante de lluvia, y además hacía bastante viento, comimos en la cocina, un
poco más estrechos que lo que hubiéramos estado en el patio, pero en familia no
hay estrecheces que valgan. La barbacoa consistió en chuletas de cordero,
panceta, longaniza y morcilla de mi pueblo, y entraña que trajo mi tío y que
mis primos, sobre todo el mayor y el mediano devoraron como si no hubieran
comido en la vida. También había ensalada, pero esa sólo la comimos mi primo
mayor y yo. Aunque había comida para alimentar a todo un regimiento del
ejército, no sobró prácticamente nada. De postre tomamos la tarta que habían
traído mi tía y mi prima para celebrar su cumple. Comí para dos días, pero
pocas veces al año tengo la oportunidad de estar con toda mi familia junta comiendo
y haciendo todo juntos. He de añadir aquí algo que suele pasar siempre en mi
pueblo, o al menos en casa de mis abuelos, y es que había moscas para aburrir.
La cocina parecía una cabaña de paja de la sabana africana, de esas que salen
en los documentales donde las moscas revolotean todo el rato alrededor de las
personas y de la comida. Como dice siempre mi abuela: “no suele haber moscas
nunca cuando estamos solos el abuelo y yo, pero es venir todos vosotros y que
se llene la casa de ellas; parece que vienen sólo cuando hay vida”. Y es
verdad, de siempre tengo el recuerdo de cuando era pequeño y veía a mi abuelo
con un matamoscas en la mano dando caza a todas las moscas que pudiera. También
yo en mis tiempos mozos me dedicaba a matar moscas con ese mismo matamoscas. No
se me daba mal.
Terminada la
comida, y gracias a que éramos tantos quitamos la mesa y recogimos bastante
deprisa. Mi tía se dedicó a fregar los platos con mi madre, ya que mi abuela la
pobre ya está muy mayor, mi primo mediano se fue a dormir la sienta porque
estaba reventado del partido que había jugado esa mañana en Madrid. Mis abuelos
se pasaron al salón a echarse un rato la siesta; mi abuela apenas se durmió un
rato, simplemente se sentó a descansar, mientras que mi abuelo sucumbió a
Morfeo en cuando se sentó en el sofá. Esta es otra de las imágenes típicas de
la casa de mis abuelos: después de comer sea la época que sea todo el mundo se
echa un rato a descansar. Esto es notable sobre todo en verano, cuando me
acuerdo que tras la comida la casa entraba en una tranquilidad inaguantable
para mí que me sumía en un sopor aburridísimo que hizo que aborreciera ir al
pueblo en verano por no pasar esas horas sin hacer nada. También supongo que si
hubiera tenido amigos en el pueblo esas horas se hubieran pasado de manera
diferente. Pero en fiestas estas horas se pasan mucho más rápido porque hay una
serie de tradiciones que hay que cumplir.
Como pocas veces hemos
estado todos juntos en el pueblo, por razones de trabajos de mis tíos o de mis
padres, cuando coincidimos hacemos cosas diferentes. Así mi padre, mi tío, mi
prima, mi primo y yo nos fuimos a tomar un café después de comer, antes de
volver para que quien quisiera se echara un rato a descansar. Fuimos a uno de
los bares de toda la vida del pueblo el “Aptc”, que desde que tengo memoria ha
sido uno de los preferidos por mis tíos y mis padres para ir a tomar algo
después de comer, o después de alguna procesión. Me tomé un café bombón como mi
primo que en principio no iba a tomar nada porque decía que estaba lleno de la
barbacoa y que no le entraba más, pero que al ver mi café sintió envidia.
Estuvimos hablando los cuatro – mi prima estaba por ahí jugando con otra niña –
de la universidad, del trabajo en el futuro, de coches, aunque en este último
tema yo apenas aportaba nada porque soy un negado de la automoción. Una vez mi
tío y mi padre dieron cuenta respectivamente de un chichón y de un baileys, nos
volvimos a casa.
Mis abuelos
seguían sentados descansando en el sofá. Mi abuela despierta, y mi abuelo
dormido como siempre lo ha hecho dejando la cabeza a su libre albedrío en
riesgo de desnucarse en cualquier momento. Si no hiciera eso no sería mi
abuelo. Ahora sí tocaba sentarse un rato a descansar para todos los actos de
las fiestas. Sobre las seis de la tarde, como es tradición en el pueblo pasa la
banda municipal tocando música por las calles para despertar a todos los
vecinos y anunciar la ofrenda floral a la Patrona del Pueblo, la Virgen de la
Soledad. Siempre que he estado en el pueblo durante las fiestas me he asomado a
la puerta de la casa de mis abuelos para ver pasar este pasacalle. Este año lo
he visto con mi prima, que no paraba de preguntar como corresponde a una niña
de ocho años llena de curiosidad, y mi madre a quien se le saltaban las
lágrimas al pensar que algún día verá todo aquello sin que alguno de mis
abuelos esté. Pero ese momento todavía parece lejano, y deseo que así sea para
disfrutar muchos años más de ese tradicional acto estando todos juntos.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario