domingo, 12 de octubre de 2014

Las fiestas de mi pueblo (II)

Poco a poco iba pasando el día, y estaba pasando mejor de lo que yo me hubiera podido imaginar. Estaba disfrutando mucho más de lo que había disfrutado nunca. Muchos recuerdos de muchos años me fueron viniendo a la mente. Muchas tradiciones, muchas personas, mucha familia, muchos lugares que un día tuvieron mucho que ver en mi vida, que me dejaron marca y que no recordaba que hubieran dejando en mí tanto poso. El acto principal de la fiesta era la procesión de los Santos Patronos de Estremera, pero no sería hasta los ocho y media de la tarde cuando empezase. Antes de que toda la casa se pusiera patas arriba para que todo el mundo se vistiese mi madre y yo nos fuimos a dar un paseo hacia la “omadrá”, que es una zona que está prácticamente en las afueras del pueblo, aunque en los últimos años se ha construido bastante y aquel campo abierto que en su día era y al que muchos días iba con mi abuelo a pasear durante las tardes de verano que pasaba de pequeño con mis abuelos en el pueblo ya no está tal y como yo siempre lo he guardado en mi memoria. Fuimos hasta la piscina, pasamos al lado de la nueva residencia de mayores, y subimos una pequeña loma hasta el campo de tiro desde donde se tiene una buena visión de parte del pueblo y sobre todo el inmenso campo ocre y gris que lo rodea. Allí todo seguía igual que siempre ha estado en mi recuerdo: los cartuchos de pólvora de las escopetas de perdigones desperdigados por el suelo, cada uno de un color diferente formando un mosaico que al verlo ayer de nuevo después de mucho años me llevó muy lejos, a una época que ya pensaba olvidada.

El sol ya estaba bastante bajo en el firmamento, y además las nubes empezaban a cerrarse en la lejanía amenazando de tormenta próxima. Volvimos a casa y como había previsto todo el mundo se estaba desperezando de la siesta. Todos salvo mi tío que seguía sentado en un sillón profiriendo unos ronquidos que hubieran asustado al más salvaje y fiero de los osos de las montañas rocosas. Mi primo mediano ya había vuelto del mundo de Morfeo y como buen adicto a la pólvora y al olor de la mecha de los petardos cuando prenden, lo primero que hizo fue pertrecharse con su equipación de artificiero y salir a la calle a tirar unos cuantos petardos. Sólo tiene trece años, pero lo que hace no es normal. Tira de cada petardo que retumba todo el pueblo, con algunos de los cuáles se podría construir perfectamente un túnel ferroviario. Un día tendrá algún susto que tendremos que lamentar todos, aunque sinceramente creo que por muchos sustos que se lleve no dejará de tener durante todos los días que duran las fiestas las manos manchadas de pólvora y la ropa oliendo a quemado.

A medida que se acerca la hora de la procesión la actividad en casa de mis abuelos iba in crescendo y todo el mundo iba de su habitación al baño y de vuelta a la habitación para terminar de arreglarse con las mejores galas para fardar en la plaza del pueblo delante del resto de paletos para ser vistos y poder comentar luego quien faltaba o quien sobraba. Antes esta situación me estresaba un poco, sobre todo de pequeño y más aún cuando estando toda la familia teníamos que ir turnándonos en el único baño para ducharnos y asearnos todos. Este año yo no tenía que pasar por ese trance, la ropa que iba a llevar a la procesión es la que llevaba puesta desde Madrid, por eso esta vez he sido testigo de excepción de todos estos procedimientos. Tampoco este año ha sido de los más estresantes para vestirse, ya que sólo tenían que hacerlo mis tíos y mis primos, ya que mis abuelos este año no iban a participar en la procesión porque hace sólo cinco meses que se ha muerto una hermana de mi abuelo y en los pueblos el luto sigue siendo algo que hay que cumplir básicamente por el qué dirán. Esto último ahora es lo que más me divierte de los pueblos. Antes no porque no tenía conciencia de lo absurdo que es, pero ahora me lo paso pipa viendo como todo el mundo se emperifolla con sus mejores galas para demostrar que no son de pueblo sino de Madrid. Pueblos. Como me divierto viendo como los que por la mañana van vestidos con sus mejores galas pueblerinas y van a por el pan en alpargatas de felpa, por la noche para lo procesión se enfundan el traje, la corbata y los zapatos castellanos ellos, y los abrigos de piel, los chales elegantes y los zapatos de tacón que nunca más se van a poner las mujeres. Si supieran la gracia que me hacen creo que no irían así. Pero esto me pasa ahora. Antes yo también participaba de esta tradición de disfrazarse para ir a la procesión: siempre había que estrenar algo para la fiesta de mi pueblo. Este año la he incumplido.

A la procesión llegamos tarde. Pero también como suele ser habitual la procesión salió tarde luego llegamos pronto. Así nos podía ver todo el mundo, y comentar lo mal vestidos que íbamos mi padre y yo por ejemplo, o el hecho de que mi madre decidiera quedarse en casa con mis abuelos hasta que la procesión pasara por delante y se uniera a todos nosotros. Mis tíos sí iban más arreglados, como siempre han ido, y mis primos por el estilo, aunque como yo también están ya lejos de ese “qué dirán” de los pueblos. ¡Gracias a dios! La procesión empezó tarde. En este momento también me vinieron a la mente muchos recuerdos de muchas procesiones vividas en mi vida, sobre todo cuando mi abuelo no estaba tan mayor como ahora y participaba en la procesión en la hermandad llevando un estandarte o una vela según su grado en la misma. Muchas caras conocidas iban pasando por delante de nosotros hasta que llegó la carroza de la Virgen. Puede parecer rancio, y lo es. Todo esto es muy rancio, de una época que ya casi nada tiene que ver con los tiempos actuales, pero en los pueblos seguirá siendo así por muchos años. Justo detrás de la carroza de la Virgen va el cura, y detrás los poderes del pueblo. Mi primo el mediano se metió justo detrás del acalde dejándonos al resto aparte. Como ni a mis tíos, ni a mi padre, ni a mí nos gusta ir muy delante metidos en la masa de gente que procesiona, nos pusimos casi al final donde ya la música que encabeza la procesión casi ni se escuchaba, y donde las normas de conducta de las procesiones de los pueblos nadie cumple y se puede ir hablando y comentando lo que sea.

A la altura de la casa de mis abuelos y antes de encaminarnos a la cuesta del cementerio por donde seguía la procesión, recogimos a mi madre que nos estaba esperando para bajar con ella siguiendo de lejos a la Virgen. Como es tradición la gente se va quedando en los laterales de la carretera a esperar que la Virgen vuelva con el Cristo Sepultado del cementerio. Mi primo y yo seguimos un poco más, hasta casi llegar al puente sobre el arroyo que hay antes de la puerta del cementerio porque mi primo quería oír el himno de España que tocan cuando cada una de las dos carrozas sale del cementerio para retomar de nuevo la procesión de vuelta a la Iglesia. A medida que íbamos bajando me tocaba saludar a familiares, primos y tíos segundos, y conocidos del pueblo. Cada vez que hacía esto, mi pobre primo me seguía sin saber a quien estaba saludando. Cosas de los pueblos, hay que ir muy pendiente de la gente para ver si tienes que saludar a alguien porque si no ves a alguien que sí te ha visto te ponen falta y luego vuelan los puñales en todas direcciones. Esta es otra de las cosas que más gracia me hace básicamente porque me la tomo con humor y porque soy el primero que actúa para que todo el mundo me vea. La verdad es que me lo pasé bien, aunque el acto era algo serio.

De vuelta en la plaza ya con la procesión acabada, metieron a las dos carrozas en la Iglesia y empezó a llover ligeramente. Antes de ir a casa a cenar, fuimos todos (mis tíos y mis primos, mis padres y yo) a tomarnos un aperitivo al “Aptc”. Fue un rato corto pero cuando salimos del bar el tiempo había mutado radicalmente y se puso a llover como si no hubiera mañana. No era una lluvia normal, eran una verdadera cortina de agua lo que cayó ayer durante el pregón de las fiestas, que por el diluvio que estaba cayendo se celebró en la carpa destinada a la orquesta que amenizaría la noche en la plaza del pueblo por primera vez en la historia. Tuvimos que esperar allí metidos un buen rato a que amainara algo la lluvia porque por mucho paraguas que lleváramos el viento y la cantidad de agua que estaba cayendo hacían que te empapara igualmente. Como no parecía amainar y teníamos que preparar la cena todavía, decidimos volver a casa aunque nos empapáramos, como así ocurrió. En ese momento me acordé de mi buen amigo de la universidad que el día anterior me dijo que a quien se le ocurría poner las fiestas de un pueblo en octubre. Pues al mío, cómo no.

Volvimos como pudimos a casa y nos pusimos a poner la mesa y a preparar la cena, no sin antes poner a secar los abrigos y los calzados que llevábamos empapados. Si la comida fue copiosa, la cena no se quedó a la zaga. Entre tortilla de patata, restos de la barbacoa de por la mañana, croquetas de mi tía, jamón ibérico, queso manchego, chorizo y lomo, nos volvimos a poner la botas, sobre todo mis primos y mi tío, que ya terminé de confirmar que creo que pasan hambre en su casa porque comen como limas. De postre nos cominos la tarta que sobró de la comida. El resultado final fue que ayer comí para toda la semana y quizá más, pero repetiría una y mil veces por hacerlo toda la familia junta riendo y viendo como mis abuelos estaban felices de ver a sus hijos, su nuera, su yerno y sobre todo a sus nietos allí presentes disfrutando. Eso no tiene precio alguno y no hay nada que pueda comprarlo ni igualarlo.

Sólo quedaba ya la pólvora. Pero antes de que fuéramos hasta el otro extremo del pueblo que es donde se realiza, en una era en campo abierto para evitar males mayores, aunque no creo que ayer hubiera pasado nada, hablo de incendios, ya que con lo que había llovido no raro fue que hubiera al final fuegos artificiales. Como suele ser tradición también en mi familia llegamos tarde a la zona de la pólvora, este año por primera vez la íbamos a ver desde la casa de unas primas hermanas de mi madre y mi tío justo en frente de la era desde donde iban a lanzar los cohetes. A pesar de que íbamos tarde, la pólvora empezó tarde también, luego volvimos a llegar pronto. También he de decir que no recuerdo un año que la pólvora haya empezado a la hora que marca el programa de las fiestas. Los de ayer fueron uno de los mejores fuegos artificiales de los últimos años según mis tíos que suelen ir más a las fiestas; pero esto es algo normal en año electoral, el alcalde quiere revalidar su puesto. Acabado el estruendo de los cohetes empezó el estruendo de la conversación y la charla. Nos quedamos un rato en casa de las primas de mi madre. No porque quisiéramos especialmente estar allí, sino porque mi madre se puso a hablar de la vida y de otros tiempos con sus primas, a las que no veía desde hacía mucho tiempo. Tampoco me importaba mucho, aunque estaba ya cansado. Estuvimos allí charlando, aunque las que charlaban eran las mujeres, como casi siempre, hasta la una y pico de la madrugada cuando parece ser que el campamento indio se levantó y pusimos rumbo a casa de nuevo.

De vuelta a casa de mis abuelos para despedirnos ya de ellos y de mis tíos para volver a Madrid, pasamos de refilón por la zona de las atracciones de feria, justo al lado de los coches de choque. Siempre en el mismo lugar todo, las mismas atracciones, los mismos puestos de chuches, las mismas churrerías. Lo único que ha ido cambiando con los años ha sido la música que ambienta las atracciones, ahora es mi primo mayor el que la conoce y al que le gusta y yo el que la detesta. Supongo que me he hecho mayor antes de tiempo, aunque creo que nunca he terminado de disfrutar de las fiestas de mi pueblo como lo hace mi primo ahora. Nunca hice amigos en el pueblo porque los consideraba unos paletos asalvajados, y razón no me falta, pero quizá si lo hubiera hecho hubiera ido más al pueblo en fiestas y hubiera disfrutado más de la edad que ahora tiene mi primo y que él sí está sabiendo disfrutar.

El día se estaba acabando, y los recuerdos también empezaban a volver a esos rincones de la mente donde los guardamos. Muchos recuerdos me vinieron ayer a la mente y con ellos vi cómo había pasado el tiempo, cómo todo había cambiado sin apenas darme cuenta, cómo las personas a las que siempre había visto y visitado con ilusión también estaban más mayores. Yo estaba más mayor y me di cuenta ayer. Ya no soy un crío como mi primo el mediano, ni siquiera un joven adolescente como mi primo el mayor, ya soy un adulto más y así soy tratado, salvo por mis abuelos para los que siempre seré su nieto de hace muchos años. No recordaba así las fiestas de mi pueblo, para mí siempre eran una especie de suplicio porque nunca me ha gustado estar hasta las tantas por ahí de fiesta, porque nunca he tenido con quien hacerlo como tiene mi primo ahora. Me agobiaba ver cómo mi primo mayor hace unos años salía más que lo que hacía yo. Pero ayer me sentí bien, es como si aquello que antes aborrecía de las fiestas ahora ya no me resultara importante, como si fuera otra persona. Ayer por primera vez me hubiera quedado con gusto en las fiestas del mi pueblo.

Caronte.

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