domingo, 19 de octubre de 2014

Chapuzón muniqués con percance (Parte II)

Ya estábamos allí. El Englischer Garten es uno de los espacios verdes urbanos más impresionantes y grandes del mundo, y es imposible abarcarlo entero en una visita a Múnich, sólo si se vive allí durante una temporada larga es posible que uno termine descubriendo todos sus rincones. Pero de todos estos rincones probablemente el más famoso para locales y turistas es la zona de surf que los americanos construyeron en un canal del río principal de Múnich que atraviesa el Englischer de sur a norte. Tras la Segunda Guerra Mundial la ciudad de Múnich quedó en la zona bajo mando americano, de canadienses y estadounidenses, más concretamente por soldados californianos que echaban de menos su tierra cálida natal. Por esta razón y para hacer su estancia en las frías tierras bávaras decidieron hacer una ola artificial en el citado canal para poder practicar su pasatiempo favorito y acordarse de su tierra natal. Y así nació la más famosa ola surfera de Alemania, y uno de los atractivos más famosos de Múnich en la época estival.


Desde que Ángel comentó lo de la ola de surf y lo de ir al río/canal donde está para darnos un chapuzón, tanto Alex como Juan Carlos sólo tenían en la cabeza, en el hueco que les dejaba su drogadicción por los coches, el ir al río a bañarse. ¡En qué hora Ángel comentaría lo del río! Pero no me puedo quejar porque yo, previendo lo del río eché en mi equipaje un bañador y una toalla de playa (la sensación que tenía haciendo la maleta en Madrid al echar semejantes bártulos para un viaje a Centroeuropa era todo un poema). En mi subconsciente había ciertas ganas de meterme en el río, aunque la parte más racional de mi persona, es decir prácticamente el 90% de mí mismo, me decía que no era buena idea meterse en el río, que era mejor conocer Múnich mejor, sus monumentos y museos. Pero en un  viaje compartido hay que hacer muchas cosas muy variadas, y aquella tarde tocaba tirarse a un río.

Cuando llegamos al lugar del crimen, el río, había multitud de gente viendo a unos pirados hacer surf con trajes de neopreno, porque el agua estaba más bien fresquita, y otra multitud tumbada en el césped. Gente de todas las edades, principalmente jóvenes, aprovechan los días de calor que la meteorología de Múnich les regala para despelotarse (entiéndase por despelotarse el quedarse en bañador o bikini para tomar el sol o sentarse al borde del río para mojarse los pies y paliar así el calor). Como buenos domingueros españoles que en trances calurosos estamos más que entrenados colocamos nuestro puesto de mando en una zona de césped planita donde dejamos la bici y mochilas de turistas y empezamos a despelotarnos también. Esta operación no resultó para nada fácil, téngase en cuenta que para ponernos el bañador sin que ninguna alema quedara anonadada por la dotación española y comprobara que el pepino español es mil veces mejor que la salchicha alemana, tuvimos que hacer malabares poniéndonos las toallas a la cintura y quitándonos poco a poco pantalón y calzoncillos, para posteriormente ponernos el bañador. Pero se consiguió y pasamos de ser los típicos turistas a convertirnos en bañistas de río. Yo me puse el bañador para no desentonar, pero no tenía intención de meterme en el río.

Si soy sincero me daba algo de miedo meterme en el río después de que Ángel nos contara que tenía bastante corriente, que había que evitar un desvío que se producía río debajo de donde estábamos nosotros y que si cogíamos la rama equivocada del río podíamos acabar descalabrados contra las rocas después de una cascada, y que para salir del río había que agarrarse a un cable tendido entre ambas orillas y venciendo la fuerte corriente del río moverse hacia una de las orillas donde había una barandilla metálica que conducía a unas escaleras de hormigón que permitían salir del río. ¡Vamos un río normal como cualquier otro y tranquilo como una balsa de aceite! Pero no sólo tenía cierto miedo a que nada saliera como tenía que salir y que yo no fuera capaz de hacerlo, también tenía algo de respeto a la temperatura del agua que había comprobado no era muy tibia. Como no podíamos tirarnos al río los cuatro a la vez ya que alguien tenía que cuidar las cosas que llevábamos, la bici, las mochilas, la ropa y la cámara de fotos, en una primera ronda se sumergieron en el río Ángel, Alex y Juan Carlos, todos con unas pintas horribles con un moreno albañil que daba hasta pena mirar. Hay fotos que atestiguan el chapuzón en esta primera ronda. Yo me quedé con las cosas viendo como mis compañeros u amigos seguían río abajo llevados por la corriente. La verdad es que tardaron bastante tiempo en volver andando. Yo pensaba que el trayecto en el río no era tan largo y que sólo iban a tardar nos minutos en volver, pero al final fueron algunos más. Durante ese tiempo que estuve solo me empecé a dar cuenta que al final me iba a tirar yo también al río por mucho que mi cabeza me dijera que no. Supongo que mi lado aventurero, la parte de mí que dice que hay que vivir experiencias de todo tipo para que el día que sea alguien respetable y honorable pueda contar este tipo de anécdotas disparatadas. Sabía que me iba a tirar y a pesar de hacerme el reticente en el fondo ya había tomado la decisión de zambullirme en el río con todas las consecuencias.

Cuando volvieron mis amigos llegó la hora de la verdad y tras unas cuantas insistencias por su parte al final acepté en meterme en el río. Una vez me explicaron cómo era el camino por el agua y cómo era la salida del río, ya estábamos preparados para volvernos a meter en el agua. Esta vez se quedó en tierra, siendo el más listo de todos, Ángel; y Ángel fue quien sacó las únicas fotos que atestiguan la insensatez que aquella tarde de julio hice. Insensatez memorable que siempre podré contar en un futuro a quien me quiera escuchar. Lo mejor en estos casos es no pensar lo que se está haciendo. Y eso hice. No pensé. Me acerqué al borde del río/canal y una vez allí tras respirar hondo para coger aire salté. Dije antes que el agua estaba fría, pues me quedé corto. Fría no es el calificativo que debo darle a la temperatura del agua del río, más bien estaba gélida. Al zambullirme en el agua prácticamente toqué el fondo fangoso del río, pero no lo volví a hacer más porque para evitar tocar con los pies el fondo y sentir esa especie de asco por el barro que había preferí ir con las piernas encogidas como podía. El agua estaba tan fría que por unos segundos me quedé sin respiración, y cuando salí de nuevo a la superficie después de tirarme lo único que me vino a la boca fue una bocanada de aire y un ¡aaaaaaaaahhhhhh! Durante unos metros la respiración fue muy rápida porque el agua quemaba de lo fría que estaba, todas las extremidades de mi cuerpo quedaron entumecidas por el frío sobre todo los dedos tanto de pies como de manos. Estaba tan fría el agua que muy probablemente no se me hubiera reconocido el sexo si se me hubiera hecho un examen médico.

Una vez dentro del río lo único que quería es que pasara todo lo más rápido posible para salir del agua. Iba el primero de los tres delante tanto de Alex como de Juan Carlos, pero decidí pararme un poco para que ellos me alcanzaran y no ir tan en solitario, básicamente por si pasaba algo. Pasamos el desvío del río con facilidad, la verdad es que Ángel lo pintó mucho más negro de lo que era. Tras el desvío pasamos por debajo un puente desde el cual varias personas nos miraban como pensando “pobres locos, no saben lo que hacen”, algunas incluso nos tiraban fotos, algo normal ya que mi cuerpo hercúleo y apolíneo está hecho para el pecado, aunque el moreno albañil tampoco hay quien me lo quite de encima. Tras ese primer puente llegó una zona más calmada en la que simplemente con dejarse llevar se avanzaba a buena velocidad. El frío seguía igual de intenso pero al menos la sensación inicial había pasado. Sin embargo todavía quedaba un último esfuerzo y un último punto delicado, como era el cable de salida. La verdad es que yo me esperaba un cable fino, casi un alambre, pero lo cierto es que era un buen trozo de cable de un grosos considerable. El único problema es que como de lejos no veo bien casi me lo paso, estuve a punto de no atraparlo bien. Para evitar que fuera yo el primero en salir y poder ver cómo se salía, fue Juan Carlos el que primero se agarró al cable, luego fui yo y por último Alex.

En este momento es cuando la corriente más se notaba, a pesar de eso gracias a mi fuerza titánica pude avanzar por el cable y agarrarme a la barandilla. El paso del cable a la barandilla fue el más complicado porque uno podía perder fácilmente la sujeción, por suerte poco a poco fui avanzando por la barandilla sin problema hasta que en un momento se me soltó una mano y al volverme a agarrar a la misma me raspé con la gruesa y áspera pared de hormigón que hacía las veces de zona de salida del río. Comento aquí la insolidaridad de una serie de personas que estaban sentadas en la zona de salida del río viendo como los que se atrevían a tirarse aguas arriba intentaban salir por ahí; estas personas sentadas al borde estorbaban mucho la salida con sus pies y lo peor de todo es que no hacía nada por no estorbar, ojalá un día se atrevan a tirarse y se equivoquen de ramal del río y se vayan por la cascada y mueran entre terribles sufrimientos con la cabeza abierta contra una piedra.


Una vez fuera del río la odisea no había acabado, quedaba la vuelta a la zona de zambullida donde nos esperaba Ángel. Y la verdad es que no sé que fue peor, si la experiencia dentro del agua o la vuelta descalzo por caminos de grava, arena y piedrecillas que se clavaban en la planta de los pies haciendo que tuviera que ir andando como Chiquito de la Calzada. Hubiera estado graciosos que alguien nos hubiera grabado de vuelta con ese andar de sálvese quien pueda, la gente nos miraba raro cuando nos veía pasar a su lado. Yo si podía me metía por la hierba para evitar los caminos de piedras, aunque no siempre era posible. Cuando volvimos donde Ángel nos esperaba este estaba sentado en su toalla mirando el infinito y nada más vernos nos preguntó qué tal, a lo que los cachondos de mis otros dos compañeros de viaje fluvial solo supieron contestas contándole mi “¡aaaaaaahhhhhhh!” inicial. Desde aquella tarde cada vez que vuelvo a ver a Alex y a Juan Carlos juntos me saludan imitando ese “¡aaaaaaaaahhhhhhh!” ahogado que proferí cuando me metí en el río.

Todavía se quedaron con ganas de meterse otra vez en el río, pero yo ya decidí que había tenido suficiente aventura por el momento. Además el rasguño que me había hecho en la muñeca izquierda al salir del río, y que todavía a día de hoy se me marca un poco, se estaba empezando a poner un poco rojo y algo hinchado, aunque aparentemente no era nada. Ellos se volvieron a meter en el agua, y hubieran estado así toda la tarde como crío de teta, mientras que yo me puse a secarme y a vestirme de nuevo con ropa de turista perdido por Múnich. Tampoco en la operación de vestirme de nuevo deje que nada se me viera, aunque había un par de muchachas que no me quitaban ojo. Una vez volvieron mis amigos de su tercera vuelta por el río, se vistieron de nuevo y emprendimos de nuevo nuestro paseo por el Englischer Garten.

Antes de abandonar el Jardín Inglés nos dirigimos hasta un templete de aire griego desde el cual se dominaba una amplia extensión de césped de un verde tan intenso que llegaba a cegar. Esa gran pradera esmeralda estaba llena de chavales jugando al fútbol, perros corriendo tras un frisbie tirado por sus dueños, parejas tumbadas descansando y disfrutando de su amor y nosotros que la atravesamos para llegar al templete. A medida que nos acercábamos al templete se empezaba a oír una música relajante y unas voces que acompañaban armónicamente a dicha música. Y es que dentro de ese templete había un grupo de personas cantando, bailando, tocando instrumentos musicales y ondeando una gran bandera púrpura al cielo. Todo esto volvió a encogerme el corazón y a ponerme un gran nudo en la garganta que hizo que se me saltaran las lágrimas, aunque mis amigos no lo vieran porque no quise que lo hicieran. Nunca antes había sentido esa paz interior, esa felicidad momentánea que llenaba todos y cada uno de los rincones de mi corazón. No puedo explicar exactamente lo que sentí en aquellos minutos es que estuvimos allí parados sin decir nada ninguno. No se puede expresar con palabras ya sean habladas o escritas ese tipo de sensaciones que sólo quienes las viven puede imaginarlas y comprenderlas. Allí arriba escuchando esa música y oyendo esas voces cantar, viendo como de repente el sol salía por un hueco que las nubes habían dejado llenándolo todo de vida, contemplando en la lejanía el perfil de la ciudad de Múnich, sólo allí arriba durante unos minutos pude sentir qué era la felicidad. Sólo por esos momentos aquello hubiera merecido la pena.


Después de salir del trance en el que estoy seguro podríamos haber estado todo lo que quedaba de día, pusimos ya rumbo hasta la salida del Englischer. Pero antes de salir del todo pasamos simplemente para echar la foto de rigor a la pagoda china que hace las veces de biergarten, o jardín de la cerveza más famoso entre turistas. Tras esa parada turística de rigor salimos del Englischer Garten y cogimos el metro que nos devolvió después de un día más que intenso a la residencia de Ángel que usábamos como cuartel general de nuestra estancia en la capital bávara. Así acababa nuestro primer día completo en Múnich, tras haber hecho, visto, visitado y vivido mucho más de lo que hubiéramos pensado aquella mañana cuando nos levantamos. Es una pena que los días vuelen cuando uno los disfruta, y lo que en realidad son muchas horas cuando uno las recuerda como hago yo ahora parezca apenas unos minutos. Si el tiempo se pudiera parar, estoy seguro que los cuatro que estuvimos aquel día dando vueltas por Múnich lo hubiéramos hecho en algún momento de aquel primer día completo. Yo lo hubiera parado en el templete griego del Englischer sin lugar a dudas. Es una pena que el tiempo pueda llegar a borra en algún momento todos los recuerdos y sentimientos que experimentamos aquel día; al menos a mí me queda todavía, aunque apenas visible ya, la marca del raspón que me hice al salir del río tras mi chapuzón. Marca en mi carne que me permite recordar aquellas horas como si fueran ayer.

Caronte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario