Ya estábamos allí.
El Englischer Garten es uno de los espacios verdes urbanos más impresionantes y
grandes del mundo, y es imposible abarcarlo entero en una visita a Múnich, sólo
si se vive allí durante una temporada larga es posible que uno termine descubriendo
todos sus rincones. Pero de todos estos rincones probablemente el más famoso
para locales y turistas es la zona de surf que los americanos construyeron en
un canal del río principal de Múnich que atraviesa el Englischer de sur a
norte. Tras la Segunda Guerra Mundial la ciudad de Múnich quedó en la zona bajo
mando americano, de canadienses y estadounidenses, más concretamente por
soldados californianos que echaban de menos su tierra cálida natal. Por esta
razón y para hacer su estancia en las frías tierras bávaras decidieron hacer
una ola artificial en el citado canal para poder practicar su pasatiempo
favorito y acordarse de su tierra natal. Y así nació la más famosa ola surfera
de Alemania, y uno de los atractivos más famosos de Múnich en la época estival.
Desde que Ángel
comentó lo de la ola de surf y lo de ir al río/canal donde está para darnos un
chapuzón, tanto Alex como Juan Carlos sólo tenían en la cabeza, en el hueco que
les dejaba su drogadicción por los coches, el ir al río a bañarse. ¡En qué hora
Ángel comentaría lo del río! Pero no me puedo quejar porque yo, previendo lo
del río eché en mi equipaje un bañador y una toalla de playa (la sensación que
tenía haciendo la maleta en Madrid al echar semejantes bártulos para un viaje a
Centroeuropa era todo un poema). En mi subconsciente había ciertas ganas de
meterme en el río, aunque la parte más racional de mi persona, es decir prácticamente
el 90% de mí mismo, me decía que no era buena idea meterse en el río, que era
mejor conocer Múnich mejor, sus monumentos y museos. Pero en un viaje compartido hay que hacer muchas cosas
muy variadas, y aquella tarde tocaba tirarse a un río.
Cuando llegamos al
lugar del crimen, el río, había multitud de gente viendo a unos pirados hacer surf
con trajes de neopreno, porque el agua estaba más bien fresquita, y otra
multitud tumbada en el césped. Gente de todas las edades, principalmente
jóvenes, aprovechan los días de calor que la meteorología de Múnich les regala
para despelotarse (entiéndase por despelotarse el quedarse en bañador o bikini
para tomar el sol o sentarse al borde del río para mojarse los pies y paliar
así el calor). Como buenos domingueros españoles que en trances calurosos
estamos más que entrenados colocamos nuestro puesto de mando en una zona de
césped planita donde dejamos la bici y mochilas de turistas y empezamos a
despelotarnos también. Esta operación no resultó para nada fácil, téngase en
cuenta que para ponernos el bañador sin que ninguna alema quedara anonadada por
la dotación española y comprobara que el pepino español es mil veces mejor que
la salchicha alemana, tuvimos que hacer malabares poniéndonos las toallas a la
cintura y quitándonos poco a poco pantalón y calzoncillos, para posteriormente
ponernos el bañador. Pero se consiguió y pasamos de ser los típicos turistas a
convertirnos en bañistas de río. Yo me puse el bañador para no desentonar, pero
no tenía intención de meterme en el río.
Si soy sincero me
daba algo de miedo meterme en el río después de que Ángel nos contara que tenía
bastante corriente, que había que evitar un desvío que se producía río debajo
de donde estábamos nosotros y que si cogíamos la rama equivocada del río
podíamos acabar descalabrados contra las rocas después de una cascada, y que
para salir del río había que agarrarse a un cable tendido entre ambas orillas y
venciendo la fuerte corriente del río moverse hacia una de las orillas donde
había una barandilla metálica que conducía a unas escaleras de hormigón que
permitían salir del río. ¡Vamos un río normal como cualquier otro y tranquilo
como una balsa de aceite! Pero no sólo tenía cierto miedo a que nada saliera
como tenía que salir y que yo no fuera capaz de hacerlo, también tenía algo de
respeto a la temperatura del agua que había comprobado no era muy tibia. Como
no podíamos tirarnos al río los cuatro a la vez ya que alguien tenía que cuidar
las cosas que llevábamos, la bici, las mochilas, la ropa y la cámara de fotos,
en una primera ronda se sumergieron en el río Ángel, Alex y Juan Carlos, todos
con unas pintas horribles con un moreno albañil que daba hasta pena mirar. Hay
fotos que atestiguan el chapuzón en esta primera ronda. Yo me quedé con las
cosas viendo como mis compañeros u amigos seguían río abajo llevados por la
corriente. La verdad es que tardaron bastante tiempo en volver andando. Yo
pensaba que el trayecto en el río no era tan largo y que sólo iban a tardar nos
minutos en volver, pero al final fueron algunos más. Durante ese tiempo que
estuve solo me empecé a dar cuenta que al final me iba a tirar yo también al
río por mucho que mi cabeza me dijera que no. Supongo que mi lado aventurero,
la parte de mí que dice que hay que vivir experiencias de todo tipo para que el
día que sea alguien respetable y honorable pueda contar este tipo de anécdotas disparatadas.
Sabía que me iba a tirar y a pesar de hacerme el reticente en el fondo ya había
tomado la decisión de zambullirme en el río con todas las consecuencias.
Cuando volvieron
mis amigos llegó la hora de la verdad y tras unas cuantas insistencias por su
parte al final acepté en meterme en el río. Una vez me explicaron cómo era el
camino por el agua y cómo era la salida del río, ya estábamos preparados para
volvernos a meter en el agua. Esta vez se quedó en tierra, siendo el más listo
de todos, Ángel; y Ángel fue quien sacó las únicas fotos que atestiguan la
insensatez que aquella tarde de julio hice. Insensatez memorable que siempre
podré contar en un futuro a quien me quiera escuchar. Lo mejor en estos casos
es no pensar lo que se está haciendo. Y eso hice. No pensé. Me acerqué al borde
del río/canal y una vez allí tras respirar hondo para coger aire salté. Dije antes
que el agua estaba fría, pues me quedé corto. Fría no es el calificativo que
debo darle a la temperatura del agua del río, más bien estaba gélida. Al
zambullirme en el agua prácticamente toqué el fondo fangoso del río, pero no lo
volví a hacer más porque para evitar tocar con los pies el fondo y sentir esa
especie de asco por el barro que había preferí ir con las piernas encogidas
como podía. El agua estaba tan fría que por unos segundos me quedé sin
respiración, y cuando salí de nuevo a la superficie después de tirarme lo único
que me vino a la boca fue una bocanada de aire y un ¡aaaaaaaaahhhhhh! Durante
unos metros la respiración fue muy rápida porque el agua quemaba de lo fría que
estaba, todas las extremidades de mi cuerpo quedaron entumecidas por el frío
sobre todo los dedos tanto de pies como de manos. Estaba tan fría el agua que
muy probablemente no se me hubiera reconocido el sexo si se me hubiera hecho un
examen médico.
Una vez dentro del
río lo único que quería es que pasara todo lo más rápido posible para salir del
agua. Iba el primero de los tres delante tanto de Alex como de Juan Carlos,
pero decidí pararme un poco para que ellos me alcanzaran y no ir tan en
solitario, básicamente por si pasaba algo. Pasamos el desvío del río con
facilidad, la verdad es que Ángel lo pintó mucho más negro de lo que era. Tras
el desvío pasamos por debajo un puente desde el cual varias personas nos
miraban como pensando “pobres locos, no saben lo que hacen”, algunas incluso
nos tiraban fotos, algo normal ya que mi cuerpo hercúleo y apolíneo está hecho
para el pecado, aunque el moreno albañil tampoco hay quien me lo quite de
encima. Tras ese primer puente llegó una zona más calmada en la que simplemente
con dejarse llevar se avanzaba a buena velocidad. El frío seguía igual de
intenso pero al menos la sensación inicial había pasado. Sin embargo todavía
quedaba un último esfuerzo y un último punto delicado, como era el cable de
salida. La verdad es que yo me esperaba un cable fino, casi un alambre, pero lo
cierto es que era un buen trozo de cable de un grosos considerable. El único
problema es que como de lejos no veo bien casi me lo paso, estuve a punto de no
atraparlo bien. Para evitar que fuera yo el primero en salir y poder ver cómo se
salía, fue Juan Carlos el que primero se agarró al cable, luego fui yo y por
último Alex.
En este momento es
cuando la corriente más se notaba, a pesar de eso gracias a mi fuerza titánica
pude avanzar por el cable y agarrarme a la barandilla. El paso del cable a la
barandilla fue el más complicado porque uno podía perder fácilmente la sujeción,
por suerte poco a poco fui avanzando por la barandilla sin problema hasta que
en un momento se me soltó una mano y al volverme a agarrar a la misma me raspé
con la gruesa y áspera pared de hormigón que hacía las veces de zona de salida
del río. Comento aquí la insolidaridad de una serie de personas que estaban
sentadas en la zona de salida del río viendo como los que se atrevían a tirarse
aguas arriba intentaban salir por ahí; estas personas sentadas al borde
estorbaban mucho la salida con sus pies y lo peor de todo es que no hacía nada
por no estorbar, ojalá un día se atrevan a tirarse y se equivoquen de ramal del
río y se vayan por la cascada y mueran entre terribles sufrimientos con la
cabeza abierta contra una piedra.
Una vez fuera del
río la odisea no había acabado, quedaba la vuelta a la zona de zambullida donde
nos esperaba Ángel. Y la verdad es que no sé que fue peor, si la experiencia
dentro del agua o la vuelta descalzo por caminos de grava, arena y piedrecillas
que se clavaban en la planta de los pies haciendo que tuviera que ir andando
como Chiquito de la Calzada. Hubiera estado graciosos que alguien nos hubiera
grabado de vuelta con ese andar de sálvese
quien pueda, la gente nos miraba raro cuando nos veía pasar a su lado. Yo
si podía me metía por la hierba para evitar los caminos de piedras, aunque no
siempre era posible. Cuando volvimos donde Ángel nos esperaba este estaba
sentado en su toalla mirando el infinito y nada más vernos nos preguntó qué
tal, a lo que los cachondos de mis otros dos compañeros de viaje fluvial solo
supieron contestas contándole mi “¡aaaaaaahhhhhhh!” inicial. Desde aquella
tarde cada vez que vuelvo a ver a Alex y a Juan Carlos juntos me saludan imitando
ese “¡aaaaaaaaahhhhhhh!” ahogado que proferí cuando me metí en el río.
Todavía se
quedaron con ganas de meterse otra vez en el río, pero yo ya decidí que había
tenido suficiente aventura por el momento. Además el rasguño que me había hecho
en la muñeca izquierda al salir del río, y que todavía a día de hoy se me marca
un poco, se estaba empezando a poner un poco rojo y algo hinchado, aunque
aparentemente no era nada. Ellos se volvieron a meter en el agua, y hubieran
estado así toda la tarde como crío de teta, mientras que yo me puse a secarme y
a vestirme de nuevo con ropa de turista perdido por Múnich. Tampoco en la
operación de vestirme de nuevo deje que nada se me viera, aunque había un par
de muchachas que no me quitaban ojo. Una vez volvieron mis amigos de su tercera
vuelta por el río, se vistieron de nuevo y emprendimos de nuevo nuestro paseo
por el Englischer Garten.
Antes de abandonar
el Jardín Inglés nos dirigimos hasta un templete de aire griego desde el cual
se dominaba una amplia extensión de césped de un verde tan intenso que llegaba
a cegar. Esa gran pradera esmeralda estaba llena de chavales jugando al fútbol,
perros corriendo tras un frisbie tirado por sus dueños, parejas tumbadas
descansando y disfrutando de su amor y nosotros que la atravesamos para llegar
al templete. A medida que nos acercábamos al templete se empezaba a oír una
música relajante y unas voces que acompañaban armónicamente a dicha música. Y
es que dentro de ese templete había un grupo de personas cantando, bailando,
tocando instrumentos musicales y ondeando una gran bandera púrpura al cielo.
Todo esto volvió a encogerme el corazón y a ponerme un gran nudo en la garganta
que hizo que se me saltaran las lágrimas, aunque mis amigos no lo vieran porque
no quise que lo hicieran. Nunca antes había sentido esa paz interior, esa
felicidad momentánea que llenaba todos y cada uno de los rincones de mi
corazón. No puedo explicar exactamente lo que sentí en aquellos minutos es que
estuvimos allí parados sin decir nada ninguno. No se puede expresar con
palabras ya sean habladas o escritas ese tipo de sensaciones que sólo quienes
las viven puede imaginarlas y comprenderlas. Allí arriba escuchando esa música
y oyendo esas voces cantar, viendo como de repente el sol salía por un hueco
que las nubes habían dejado llenándolo todo de vida, contemplando en la lejanía
el perfil de la ciudad de Múnich, sólo allí arriba durante unos minutos pude
sentir qué era la felicidad. Sólo por esos momentos aquello hubiera merecido la
pena.
Después de salir
del trance en el que estoy seguro podríamos haber estado todo lo que quedaba de
día, pusimos ya rumbo hasta la salida del Englischer. Pero antes de salir del
todo pasamos simplemente para echar la foto de rigor a la pagoda china que hace
las veces de biergarten, o jardín de la cerveza más famoso entre turistas. Tras
esa parada turística de rigor salimos del Englischer Garten y cogimos el metro
que nos devolvió después de un día más que intenso a la residencia de Ángel que
usábamos como cuartel general de nuestra estancia en la capital bávara. Así acababa
nuestro primer día completo en Múnich, tras haber hecho, visto, visitado y
vivido mucho más de lo que hubiéramos pensado aquella mañana cuando nos
levantamos. Es una pena que los días vuelen cuando uno los disfruta, y lo que
en realidad son muchas horas cuando uno las recuerda como hago yo ahora parezca
apenas unos minutos. Si el tiempo se pudiera parar, estoy seguro que los cuatro
que estuvimos aquel día dando vueltas por Múnich lo hubiéramos hecho en algún
momento de aquel primer día completo. Yo lo hubiera parado en el templete
griego del Englischer sin lugar a dudas. Es una pena que el tiempo pueda llegar
a borra en algún momento todos los recuerdos y sentimientos que experimentamos
aquel día; al menos a mí me queda todavía, aunque apenas visible ya, la marca
del raspón que me hice al salir del río tras mi chapuzón. Marca en mi carne que
me permite recordar aquellas horas como si fueran ayer.
Caronte.
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