Ya ha empezado el
nuevo curso. Muchos cambios va a haber con respecto al año pasado, no todos
buenos aunque alguno habrá. Si uno quiere estar bien consigo mismo hay veces en
las que hay que cambiar de actitud y de rumbo, porque si no es posible que el
inmovilismo acabe por destruirnos. Esto es lo que poco a poco he ido haciendo
en este último año y me alegro que esto haya sido así porque me siento mejor,
mucho mejor que como me sentía el año pasado, sobre todo a nivel personal. Pero
cambiar no implica dejar de ser el que uno siempre ha sido. Cambiar es
simplemente modificar cosas que a uno no le gustan, actitudes dañinas y formas
inadecuadas. Cambiar una actitud hacia alguien, como he hecho este inicio de
curso, con quien el año pasado, no es
que no tuviera relación sino que ésta era más bien bronca, tampoco implica
olvidar todo aquello que terminó por originar aquel trato sino simplemente
poner el pasado en su lugar, allí donde nada se puede hacer para cambiarlo.
Este cambio de
actitud que he tenido, o más bien se ha producido entre esta persona con quien
yo el año pasado no quería tener noticia alguna y yo, no es más que la manera
que tengo de no sentirme mal, de estar a gusto conmigo mismo. Nada más que
esto. No he cambiado por nadie, ni por esta persona, ni por el resto de amigos
y compañeros de clase que tenían que compartir con nosotros una relación tan
tensa y arisca, lo que era obviamente incómodo para todos. No ha sido por
ninguna de estas razones, simple y llanamente ha sido porque yo me siento mejor
así. El año pasado la relación que tenía con esta persona, por muy justificada
que yo pensara que estuviera, y quizá hoy a pesar de todo sigo pensando que era
así, al único que no hacía bien era a mí. Y eso es lo único que me ha importado
a la hora de cambiar la actitud, y es lo único que tendría que importar siempre
a todas las personas: el sentirse a gusto con uno mismo.
Esto es lo que he
buscado, y esto es lo quiero conseguir. Pero no es sencillo, más aún cuando el
cambio de actitud que tengo que llevar a cabo no depende únicamente de mí. En
primer lugar me he dado cuenta que el pasado debo dejarlo atrás, ponerlo en su
lugar y no tenerlo presente más que en contadas ocasiones, cuando la mente y el
corazón flaquean y entonces los hechos pasados y las palabras una vez dichas
vuelven a parecer recientes y es entonces cuando la voluntad puede flaquear.
Pero el pasado es pasado, y como tal me debe de servir también, y no sólo a mí
ya que en el fondo esto es aplicable a todo el mundo – a todo el mundo que sea
como yo al menos –, para aprender de él. El pasado siempre estará en uno y es
duro aceptar, sobre todo cuando en ese pasado se han producido gestos, palabras
y actos que han hecho daño, que en algún momento se debe dejar atrás. Pero dejar
atrás no es perdonar, ni mucho menos, ya que para perdonar alguien tiene que
pedir perdón, a veces incluso las dos partes enfrentadas, siempre y cuando se
sea capaz de dejar a un lado el orgullo y la soberbia, y a veces también la
cobardía. Muchos dirán que el tiempo cura las heridas producidas por alguien,
pero yo creo que esta es la mayor mentira jamás contada, generada por aquellos
que quieren quedar impunes de sus actos y palabras amparados y escondidos en el
inmenso telón del tiempo. El tiempo puede hacer que algo pasado parezca lejano,
pero nada más. Lo único que hace olvidar es el Alzheimer, o la demencia, pero
esto también mata.
En mi caso el
tiempo me ha servido para darme cuenta de cómo me siento mejor, para poder
comparar y analizar con perspectiva – dada por el tiempo libre que he tenido
este verano al no tener este año exámenes en septiembre – si prefería mantener
una actitud dañina para mí con una persona o intentaba cambiarla para no
sentirme tan mal. Cuando el año pasado, por no querer dejar en el pasado
aquello que siempre tenía presente cada vez que veía a esta persona de la que
estoy hablando, soltaba algún comentario hiriente dirigido indirectamente a él,
en un primer momento, en caliente, me sentía bien, liberaba parte de ese odio que
fui generando hacia esta persona a la que un día consideré un muy buen amigo.
Pero luego, cuando llegaba a mi casa ese mismo día, y pensaba en lo que había
hecho, o más bien dicho, lo único que sentía era asco hacia mí mismo, porque yo
no soy así, nunca había sido así, y no quería ser así. Pero seguía manteniendo
el pasado presente, recordando aquello que me había hecho daño. Esto es
básicamente lo que poco a poco en estos últimos meses me he dado cuenta que
quería cambiar: el no sentirme como un miserable, como una mala persona comida
por el odio. El odio sólo crea dolor y más daño del que lo generó, pero únicamente
a una persona: al que odia. El odiado pasará de todo, pero el que odia creerá
que así hace daño a la otra persona, y esto crea un bucle del que no se sale a
menos que uno se dé cuenta de que es autodañino. Con el odio me sentía bien en
caliente; en frío me dejaba una sensación amarga en mi alma, una sensación como
de estar sucio, de no estar conforme del todo con lo que había hecho, y la
verdad es que es una sensación que no recomiendo a nadie, a no ser que una
persona sea insensible a nada y pueda vivir con ese “mal estar”.
Pero a pesar de
todo esto, mi cambio de actitud no ha implicado borrar todo el pasado, éste
sigue habiendo ocurrido y por tanto sólo tenía dos opciones: o seguir
permitiendo que este pasado me atormentara todos los días cada vez que veía a
quien una vez tuve por un hermano, o dejar que el pasado pasara y poco a poco
se fuera alejando de mi presente para ir a ocupar su sitio. Este cambio de
momento me ha beneficiado, lo que no sé aún es si seré lo suficientemente
fuerte como mantener este cambio de actitud manteniendo a raya todo lo que una
vez pasó y que creo no está del todo cerrado por ninguna de las dos partes. Al
menos sé que por mi parte lo he intentado, pero he topado con lo mismo de
siempre, lo que me obligó a cambiar. Sé que en algún momento tendré que
enfrentarme de nuevo al pasado para desterrarlo definitivamente al mundo de lo
acabado, pero ya no depende sólo de mí. De momento, aunque tenga que hacer de
tripas corazón, la nueva actitud que tengo, me hace sentirme mejor conmigo
mismo que el año pasado y aunque no sea del todo lo que tenía planeado, es
mejor que nada. Al fin y al cabo nunca los planes que una persona hace salen
como los planea. Nunca, por muy ingeniero que se sea, o muy cuadriculado que se
pretenda ser las cosas saldrán a la perfección.
Este cambio de
actitud también ha supuesto aceptar lo que la gente es. Sin más vueltas. Una
vez un amigo me dijo que si no esperas nada de nadie al principio, nadie te
podrá defraudar. En el fondo, esta filosofía es correcta; quizá un poco
espartana al quitar en el inicio de una relación de amistad, o de lo que sea,
el aspecto intuitivo y esperanzador de encontrar en otra persona a alguien en
quien confiar. Pero quien me lo dijo una tarde de feria del libro tenía razón.
Quizá todo aquello que esperé de quien una vez fue para mí alguien en quien
creía se podía confiar, alguien a quien podría haber llegado a querer como un hermano,
no existía, o no podía ser.
También una
persona que me ayudó a superar un periodo personal complicado me puso un
ejemplo a modo de historia imposible sobre cómo a veces las personas nos
obcecamos en querer ver en alguien cosas que desearíamos pero que en realidad
no están. Esto era un señor que tenía un
huerto en el que plantó un limonero. Todo los días el señor se acercaba al
árbol a cuidarle, a regarle, a cortar las malas hierbas que salieran a su
alrededor, o podarlo cuando llegara el momento. Hacía todo lo que estaba en su
mano por mantener lo mejor cuidado posible el árbol tratándolo con cariño para
que diera sus frutos. Cuando llegó el día de recoger los frutos este señor se
enfadó porque no le gustaban los limones, los consideraba muy ácidos. Él quería
que el limonero diera naranjas dulces. Pero año tras año, a pesar de que el
señor tratara lo mejor posible al limonero, lo regara todos los días y lo
podara en otoño, el limonero seguía dando limones. Un día el señor fue a
preguntar a su vecino que por qué si lo que él quería eran naranjas el limonero
no se las daba, y su vecino le contestó simplemente que porque era un limonero
y los limoneros dan limones. El dueño del limonero al volver junto al árbol se
quedó mirándolo un buen rato hasta que se dio cuenta de que ese árbol nunca le
daría lo que él quería y que si lo que le gustaban eran las naranjas dulces
tenía que dedicarse a plantar naranjos y a cuidarlos a ellos. También descubrió
que lo único que el limonero le daría serían limones y que si éstos no le
gustaban tendría que olvidarse de él para conseguir las naranjas. Desde
entonces y a pesar del cariño que tanto tenía por ese árbol en el que tanta
dedicación había puesto y de la decepción de tener que aceptar que sólo iba a
dar limones, tuvo que dirigir su mirada a los naranjos que sí eran los que le
iban a dar lo que él quería. En el fondo esta historia que hace un tiempo
alguien me contó se puede resumir en el refrán: “No se le pueden pedir peras al
olmo”.
No podemos cambiar
a las personas, ni siquiera nosotros mismo podemos cambiar más que ciertos
aspectos de nosotros mismos, nada en profundidad. Debemos aceptar cómo somos y
cómo son las personas que nos rodean y partiendo de esta premisa se podrían
evitar muchas desilusiones, esperanzas rotas y decepciones. El cambio que he
realizado en mí mismo este año sólo va encaminado a poder sentirme bien, por
eso he cambiado la actitud belicosa del año pasado hacia la persona a quien un
día tuve como amigo por una más cordial. Creo que este cambio me será más
beneficioso a la larga, aunque sólo sea aparente. He dejado el pasado atrás
pero no lo he olvidado y no creo que lo olvide nunca porque en ese pasado hubo
cosas que me hicieron mucho daño en un momento de mi vida en que necesitaba
apoyarme en amigos, pero amigos de verdad. Pero no podía seguir manteniendo
aquella actitud tensa, no me sentaba bien, me afectaba también a nivel salud
haciendo que muchas noches durmiera mal por no querer ir a la universidad y
tenerme que enfrentar a esta persona.
Lo pasado, pasado
está y pretendo que no vuelva al presente a martirizarme todos los días en todo
momento. Habrá momentos en los que no sea capaz de hacerlo, lo sé porque no soy
fuerte, pero tengo que poner todo mi empeño en ello. Obviamente no puedo
pretender recuperar una relación de amistad con esta persona porque por la
historia de antes no puedo pedir lo que es imposible, por mucha esperanza que
en algún rincón de mí mismo siga guardando (como se suele decir la esperanza es
lo último que se pierde, sobre todo en Madrid que aunque dimitió sigue
sobrevolando nuestras cabezas incordiando – sé que es un chiste fácil y malo
pero lo he tenido que meter). La confianza es como un jarrón de porcelana
china, un vínculo entre dos personas ya sean amigos, o amigas, o primos, o
compañeros de trabajo, o por supuesto una pareja muy delicado, quizá el más
delicado y determinante en una buena relación personal. Pero cuando un jarrón
de porcelana china se rompe en cientos
de pedazos por mucho empeño que se ponga en recomponerlo, éste ya no será el
mismo. Cuando la confianza se ha roto, se ha traicionado, por el motivo que
sea, incluso si la razón es un malentendido absurdo que ninguna de las partes
se ha sentado a discutir – por miedo o cobardía –, muy difícilmente se puede
volver a reconstruir ese vínculo inicial. Y si se vuelve a recomponer ya no
será tan fuerte como lo era antes.
En su día la
confianza que tenía en esta persona se quebró, por las razones que fueran, no
tiene sentido ponerlas aquí, y menos aún teniendo en cuenta que el tiempo, a
pesar de que no hace olvidar, sí hace que se difumine lo que un día pasó.
Cambiando de actitud no pretendo recomponer aquella confianza, o aquella
amistad – si es que algún día fue amistad por ambas partes –, sino simplemente
poder pasar las cinco o seis horas que tengo que estar en la universidad sin
tener que preocuparme por evitar ver a esta persona, o soltar ningún comentario
de miserable que pretenda hacer daño y volver a mi casa y sentirme mal. ¿Es una
razón egoísta? Puede ser. Pero siempre he sido yo el que ha mirado por los
demás dejando siempre para el último momento el velar por mí, por eso creo que
por que empiece a ser algo egoísta no creo que peque demasiado.
Pero sólo llevo
semana y media de vuelta en la universidad enfrentándome de nuevo a mis miedos.
De momento las cosas parece que no han salido mal, me siento mucho mejor que el
año pasado. Sé lo que hay y lo que no puede haber. Sé quiénes son mis amigos,
quiénes mis compañeros de clase (que son cosas diferentes) y quiénes son nadie
para mí. Puedo haber desconcertado a algunos de mis amigos, no me cabe duda de
este extremo, pero el cambio de actitud es simplemente en las formas. He dejado
atrás el ataque, la tensión, por intentar mostrarme cordial, amable, compañero
de grupo nada más, y espero no volver a equivocarme como en el pasado me
ocurrió. No es fácil aunque parezca que sí, y me cuesta poner el pasado donde
debe estar, pero creo que debo intentarlo. No estoy más que haciendo lo que
otro buen amigo, aunque a veces me amenace con el cúter, me dijo un día y es
que tendiera puentes. Así lo intenté alguna que otra vez al final del curso
pasado pero no siempre me era fácil y muchas veces lo que cosía por la mañana
lo descosía por la noche y volvía al punto de partida. También he de decir que
para salvar la enorme distancia que separa dos puntos de un desfiladero el
puente debe ser tendido desde los dos extremos, y entonces sólo veía que el que
tendía el puente era yo. A lo mejor ahora también quién sabe. Quiero pensar que
no. Siempre he defendido que la gente es buena por naturaleza, aunque haya
tenido ya ejemplos de que esto no es así.
Amigos no vamos a
poder ser, al menos en este momento espacio temporal que vivimos, pero tampoco
creo que sea provechoso ni sano, mental o físicamente, estar como estaba el año
pasado, sintiendo un odio que poco a poco me iba destruyendo por dentro y que no
me hacía ningún bien. He cambiado la actitud para sentirme bien, y en eso ando.
Ya en su día también cambié mi actitud para con la carrera y mi Escuela y eso
sí que me ha ido bien. En el momento en que decidí que lo más importante no era
nada que tuviera que ver con lo ha estudiaba ni donde lo hacía, las cosas
empezaron a ir mejor. Ya no me agobiaba llegar a clase por las mañanas y
empezar los lunes una semana más. Un aprobado o un suspenso no son más que
números, y éstos no son importantes. Lo importante son las personas, y sólo en
el momento en que me he dado cuenta que lo único que me tiene que portar son
las personas con las que comparto penurias en mi Escuela, mis amigos, cuando he
descubierto que puedo ser mejor persona de lo que pensaba que fuera.
Sólo me queda
cambiar un aspecto, cambiar mi relación con el sexo opuesto, con las chicas y
perder esa vergüenza y ese miedo, acentuado quizá por una falta de autoestima,
que muchas veces impiden que cuando una chica me gusta la diga nada y
simplemente la deje pasar, resignándome a que siempre llegará otra, y conoceré a
más chicas y que en algún momento le diré algo a alguna. Sólo tengo que cambiar
ya en ese punto. Aunque creo que en este aspecto las cosas y el cambio de
actitud no van a ser tan fáciles. Cambiar de actitud en determinados momentos
permite poder seguir siendo el mismo que uno ha sido siempre, dejando a un lado
aquello que creamos más nocivo de nosotros mismos, haciendo un esfuerzo
considerable para volver a ser quien un día fuimos e intentando que las
decepciones, desilusiones y los quiebros en la confianza queden atrás y el
tiempo, a pesar de no hacer olvidar estas heridas, vaya poniendo distancia con
el presente. Quizá hago mal escribiendo esto, no lo sé, simplemente lo he escrito por si alguien puede sacar algo bueno de ello.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario