Sí señores, ha
llegado aquello que pensábamos y sentíamos que no iba a llegar nunca en la
larga carrera de fondo que es mi carrera: la meta. Ya ha comenzado la última
semana de universidad. Ya han pasado seis largos años de duro trabajo, de
asignaturas eternas, clases absurdas, trabajos improductivos y profesores que
más hubiera valido que nunca hubieran pisado un aula. Parece mentira que
estemos afrontando ya las últimas horas de clases en esas aulas tan arcaicas,
piezas de museo de historia prácticamente, que nos han ido viendo crecer año a
año: desde que entramos como jóvenes pos-adolescentes hasta el día de hoy en
que ya estamos más que entrados en la más tierna madurez. Pero sí esto parece
que se acaba.
Quien me iba a
decir que llegaría este día en tiempo y hora, es decir, tras haberme sacado la
carrera a curso por año, eso que mucha gente me decía antes de entrar en la
Escuela que sólo lograban unos pocos elegidos, los tocados por la varita mágica
de la inteligencia, el trabajo duro y la perseverancia. Pero así ha sido. Tanto
mis amigos como yo hemos llegado a esta semana, algunos en mejor forma que
otros, enteros. Hemos pasado muchas cosas, muchas desilusiones, muchos palos,
golpes duros que han ido directamente a minar la moral, la fuerza de voluntad y
la autoestima de todos nosotros, decepciones y fracasos; pero también supongo
que habrá habido cosas buenas, también se habrá visto recompensado el esfuerzo,
no tanto quizá como si hubiéramos tenido alguno padrino dentro de los muros de
nuestra ilustre Escuela, pero sí en cierta medida. Pero ya todo eso da igual,
las clases se acaban y con ellas la vida universitaria de verdad. Sólo nos
queda afrontar los exámenes que empezarán a llegar a partir de la semana que
viene, y que por tanto para mí todavía están demasiado lejos como para que me
preocupen más de la cuenta.
Pero como todos
los años, al menos los últimos tres (de la primera mitad de la carrera ya ni me
acuerdo, está tan lejana en mi mente que me parece en la prehistoria de mi vida
universitaria, como de hecho es), este fin de curso está siendo una soberana
pérdida de tiempo. No me importaría perder el tiempo si no fuera porque este
año todos los estudiantes de sexto, como todos los anteriores alumnos de último
curso de carrera desde que el mundo es mundo, tenemos que realizar nuestro
Proyecto Fin de Carrera, algo de lo que no sé si los responsables de la
docencia de la Santa y Docta Casa donde estudiamos tienen constancia. Si ya el
PFC es algo que sinceramente, y como ya he comentado alguna vez, está
totalmente fuera de lugar, por no estar adaptado ni de lejos a lo que nos
tendremos que enfrentar fuera en el mundo real ya, en el mundo profesional, ni
por ser algo realista ni objetivo para aprender algo, lo que menos necesitamos
es que nos hagan perder el tiempo en clases totalmente faltas de contenido, en
las que se nota que los profesores están ya cansado, agotados, y en las que se
puede comprobar perfectamente cómo lo que se da se hace para terminar de
rellenar las horas que por horario, fijado al principio del curso, se asignan a
cada materia.
Yo no sé si es que
para ser el que se encarga de realizar los horarios al principio de curso, o
para ser quiénes diseñaron los contenidos y la carga docente de cada asignatura
cuando se ideara el plan de estudios, había que tener algún tipo de certificado
que validara la incompetencia total y absoluta, porque sinceramente es lo que
parece a tenor de cómo llevan siendo las cosas en estos últimos años de
carrera. No creo ser el único de entre mis compañeros que piensa que llevamos
ya un tiempo, y no esta última semana, perdiendo el tiempo y alargando
innecesariamente un final que notamos que llegó en algunas asignaturas hace
casi un mes. A estos días absurdos los comparo con los llamados “minutos de la
basura” en un partido de fútbol cuando el resultado del marcador es lo
suficientemente claro para uno u otro equipo y ambas escuadras se dedican
únicamente a esperar a que el árbitro decida pitar el final de la contienda y
dar así por concluido el martirio. Creo que en mi Escuela pasa lo mismo.
Podíamos llevar ya sin clases por lo menos quince días. No estamos haciendo
absolutamente nada, más que calentar unos asientos y una clase que por el
maravilloso diseño de cueva medieval que tiene nuestra Escuela ya están lo
suficientemente caldeados (en muchas ocasiones solo nos falta un palo que nos
atraviese desde el culo hasta la boca y que se ponga a girar alrededor de su
eje para parecer pollos ensartados en un horno asador).
Pero también nos
caldean la cabeza y a algunos terminan por agobiarlos y sacarlos de sus
casillas. No es normal que teniendo que presentar un Proyecto Fin de Carrera,
que hemos tenido que currarnos solitos, porque lo de que tenemos tutores habría
que verlo seriamente, ciñéndonos a la más fiel realidad del mundo profesional
en el que los proyectos de construcción (de una carretera, un ferrocarril, una
presa, un puerto, etc.) los realiza una única persona sin el apoyo de una
oficina técnica ni de otros ingenieros que se reparten el trabajo y comparten
ideas, nos estén haciendo perder el tiempo de la manera lamentable que lo están
haciendo. Prácticamente se están riendo en nuestras caras y lo peor es que creo
que lo saben, que estos días son pura basura, en los que no se está enseñando
absolutamente nada nuevo. Por no hablar de la utilidad de algunas de las clases
(o asignaturas) para nuestra vida profesional. Por poner un ejemplo muy
gráfico: sin ir más lejos en una de las asignaturas de este curso, Ingeniería
Sanitaria, dedicada a la depuración y el tratamiento de las aguas residuales y
de consumo humano, se nos han puesto a hablar en las últimas semanas de los
tipos de escobas que llevan los barrenderos a la hora de limpiar las calles, o
los tipos de papeleras que existen.
Podría decir más
con respecto a la utilidad y la actualización al mundo del siglo XXI de algunas
de las asignaturas de la carrera. Siempre hay dos puntos de vista diferentes:
el de aquellos que nos dicen que somos puros dioses del Olimpo, que no hay
nadie en el mundo que sepa más que nosotros y que tenemos la mejor formación
que un ingeniero puede tener en cualquier rincón del mundo (eso sí, luego las
empresas hacen que los recién salidos de la universidad se matriculen
ficticiamente en alguna asignatura durante un año más para poder contratarles
en condiciones más deficientes y así ahorrarse dinero, todo muy normal, ético y
normal, alejado de la miseria intelectual y la necedad personal que algunas
empresas basura practican); pero luego tenemos la visión de aquellas personas
que también vienen a darnos una charla y que nos dicen que no tenemos ni puta
idea (hablando mal y pronto) de nada, y que la formación que hemos recibido
durante seis años, que también se dice pronto, no nos va a servir para nada
porque lejos de nuestras fronteras no somos más que meros ingenieros civiles,
vamos oficialillos de primera lejos de la jerarquía técnica en la que algunos
quieren colocarnos.
Hay asignaturas
pro ejemplo que para mantener al alumno hasta el último día de clase asistiendo
y así haciendo engordar el ego de algunos profesores pasan lista y programan
conferencias que ya nos la traen floja. Este es el caso de la asignatura de
Proyectos. Para que el más nobel en cuestiones de mi Escuela lo entienda:
podríamos decir que esta asignatura, y por extensión toda la cátedra, es un
conglomerado de profesores que parece que les extendieron el permiso de
conducir una clase en una tómbola de pueblo de tercera, de la España profunda,
o eso o que el día en que se repartió la inteligencia ellos no estaban
presentes, porque madre mía que pandilla de profesores ineptos. Que si el que
va de guay y de repente un día se pone a hablar en inglés para demostrarnos que
sabe hacerlo y que debemos saber nosotros también tras haber tenido dos años
inglés en la Escuela y no haber aprendido más que a perder el tiempo; que si el
chulo ya con unos añitos y con voz de darle a la botella de pacharán que da
gusto que nos tomo por el pito del sereno y de vez en cuando le sale la vena
vacilona; que si el decano del colegio de ingenieros de Madrid, que para ser
éste el decano cómo deberán de ser los demás del colegio; que si la mujer a la
que le toca dar los temas que todo el mundo en la profesión se pasa por el pito
de sereno (medio ambiente, seguridad y salud, medidas correctoras, etc.) y que
debe vivir más amargada que aceituna en rama. ¡Vamos la crême de la crême!
Si siguiera
diciendo idioteces que nos están haciendo vivir estos últimos días, y horas de
clase, podría no acabar nunca, y lo peor me terminaría enervando, indignando y
terminaría dejándome coleta, comprándome camisas en el Alcampo y levantando el
puño cada dos por tres en mitad de las plazas de toda España al grito de ¡no
pasarán! Pero es que las cosas hay que criticarlas, no por el mero hecho de
desahogarse, que también sienta muy bien después de haber pasado seis años
puteado y bien jodido en mi Escuela, sino para intentar levantar escozores y
que alguien que tenga algo de responsabilidad y posibilidades de hacerlo, haga
algo para mejorar las cosas. Lo que pasa es que en este país la crítica se
entiende siempre como algo negativo. Si se dice que un profesor es nefasto,
peor que la droga caducada, no es porque a los alumnos nos ponga insultar de
gratis al personal, sino porque nos gustaría poder tener profesores que estén a
nuestra altura. Pero eso es muy difícil, y más en una Escuela como la mía donde
muchos se han subido a la parra con eso del prestigio que ha tenido siempre.
A mí a nivel
personal me hubiera gustado tener profesores que merecieran la pena, que en clase
no sólo se ciñeran a un temario, por otro lado totalmente obsoleto en algunos
campos y con métodos docentes que ya ni en la época de mis padres se estilaban,
sino que contaran experiencias personales que nos ilustraran de verdad cómo
puede que sea nuestra futura actividad profesional. Pero no. De ese tipos de
profesores habré tenido tan pocos que se podrían contar con los dedos de una
mano y es posible que me sobrara alguno. Recuerdo por ejemplo con admiración
las clases de cálculo de primero con el Profesor Soler, probablemente el mejor
profesor que he tenido desde el colegio; o las de tercero de geología con Don
Clemente que no es que fueran lo más divertido que he visto desde que tengo uso
de razón pero sabía cómo mantener la atención, al menos la mía. Y así de bote
pronto no recuerdo ninguna clase más que merezca la pena salvar; quizá las de
vídeos de obras de Maquinaria del primer parcial de este año. Poco más.
Por el contrario
sí recuerdo muchas clases que eran para pegarse un tiro, no ya en el pie como
diría algún profesor de mi Escuela, sino directamente en el interior de la
boca, con el cañón de la pistola pegado al paladar para que la tapa de los
sesos saltase bien alto y la masa cerebral se repartiera uniformemente por el
techo. Muy especial cariño tengo por las clases de quinto de Obras Hidráulicas,
me da igual el profesor que nos la diera, ya fuera el catedrático que según el
día hablaba de “chuponas” o de cómo regar bien los garbanzos para que crezcan
hermosos, o el actual director de la Escuela que no fue capaz en las clases que
nos dio de acabar un puñetero ejercicio bien, y que hacía que lo que era una
chorrada pareciera física cuántica. Otras clases memorables era las de economía
de cuarto impartidas por el catedrático, ex asesor de Aznar, en las que se
dormía hasta un hiperactivo. Pero si me remonto más atrás otras clases que también
eran de chiste eran las de estadística en las que el profesor tras hacernos
comprar sus dos libros los transcribía literalmente en la pizarra haciendo como
que daba clase, y lo peor de todo es que supongo que se creía que estaba dando
clase de manera decente.
Pero vamos que ya
todo esto pasará a ser parte del pasado, y sólo lo recordaremos, tanto mis
compañeros como yo de vez en cuando, cuando nos reunamos a cenar después de
mucho tiempo sin vernos (si es que no reunimos alguna vez) y salgan estos recuerdos
como meras anécdotas. Sin embargo ahora mismo no son anécdotas sino nuestro
presente, aunque ya esté acabado en parte y ya no nos quede mucho por aguantar,
ni a muchos por oír. Esto se acaba, quedan apenas dos telediarios para que no
volvamos a tener que escuchar necedades por parte de ningún profesor que se
crea con la decencia suficiente como para soltarnos charlas moralistas o para decirnos
cómo debemos de trabajar el día de mañana. Ya se acaban las clases en las que
nos han hecho perder el tiempo a manos llenas y les ha dado igual porque para
muchos de los profesores que hemos tenido sobre todo en la segunda mitad de la
carrera no éramos más que un trámite diario que suponía un descanso de sus
responsabilidades en sus respectivas empresas que eran las que de verdad les
importaba. Ya se ha acabado el ver el pelo a profesores que se creen por encima
de los alumnos y que han olvidado que por muy números uno de promoción que
hayan sido eso solo significa que han obtenido mejores notas en unas
asignaturas que me temo que no van a servir ni para tomar por culo (perdón). En
dos días este final de clases se habrá consumado y habrá que aceptar que al
final esto se ha terminado.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario