martes, 19 de mayo de 2015

Pues al final esto se acaba

Sí señores, ha llegado aquello que pensábamos y sentíamos que no iba a llegar nunca en la larga carrera de fondo que es mi carrera: la meta. Ya ha comenzado la última semana de universidad. Ya han pasado seis largos años de duro trabajo, de asignaturas eternas, clases absurdas, trabajos improductivos y profesores que más hubiera valido que nunca hubieran pisado un aula. Parece mentira que estemos afrontando ya las últimas horas de clases en esas aulas tan arcaicas, piezas de museo de historia prácticamente, que nos han ido viendo crecer año a año: desde que entramos como jóvenes pos-adolescentes hasta el día de hoy en que ya estamos más que entrados en la más tierna madurez. Pero sí esto parece que se acaba.

Quien me iba a decir que llegaría este día en tiempo y hora, es decir, tras haberme sacado la carrera a curso por año, eso que mucha gente me decía antes de entrar en la Escuela que sólo lograban unos pocos elegidos, los tocados por la varita mágica de la inteligencia, el trabajo duro y la perseverancia. Pero así ha sido. Tanto mis amigos como yo hemos llegado a esta semana, algunos en mejor forma que otros, enteros. Hemos pasado muchas cosas, muchas desilusiones, muchos palos, golpes duros que han ido directamente a minar la moral, la fuerza de voluntad y la autoestima de todos nosotros, decepciones y fracasos; pero también supongo que habrá habido cosas buenas, también se habrá visto recompensado el esfuerzo, no tanto quizá como si hubiéramos tenido alguno padrino dentro de los muros de nuestra ilustre Escuela, pero sí en cierta medida. Pero ya todo eso da igual, las clases se acaban y con ellas la vida universitaria de verdad. Sólo nos queda afrontar los exámenes que empezarán a llegar a partir de la semana que viene, y que por tanto para mí todavía están demasiado lejos como para que me preocupen más de la cuenta.

Pero como todos los años, al menos los últimos tres (de la primera mitad de la carrera ya ni me acuerdo, está tan lejana en mi mente que me parece en la prehistoria de mi vida universitaria, como de hecho es), este fin de curso está siendo una soberana pérdida de tiempo. No me importaría perder el tiempo si no fuera porque este año todos los estudiantes de sexto, como todos los anteriores alumnos de último curso de carrera desde que el mundo es mundo, tenemos que realizar nuestro Proyecto Fin de Carrera, algo de lo que no sé si los responsables de la docencia de la Santa y Docta Casa donde estudiamos tienen constancia. Si ya el PFC es algo que sinceramente, y como ya he comentado alguna vez, está totalmente fuera de lugar, por no estar adaptado ni de lejos a lo que nos tendremos que enfrentar fuera en el mundo real ya, en el mundo profesional, ni por ser algo realista ni objetivo para aprender algo, lo que menos necesitamos es que nos hagan perder el tiempo en clases totalmente faltas de contenido, en las que se nota que los profesores están ya cansado, agotados, y en las que se puede comprobar perfectamente cómo lo que se da se hace para terminar de rellenar las horas que por horario, fijado al principio del curso, se asignan a cada materia.

Yo no sé si es que para ser el que se encarga de realizar los horarios al principio de curso, o para ser quiénes diseñaron los contenidos y la carga docente de cada asignatura cuando se ideara el plan de estudios, había que tener algún tipo de certificado que validara la incompetencia total y absoluta, porque sinceramente es lo que parece a tenor de cómo llevan siendo las cosas en estos últimos años de carrera. No creo ser el único de entre mis compañeros que piensa que llevamos ya un tiempo, y no esta última semana, perdiendo el tiempo y alargando innecesariamente un final que notamos que llegó en algunas asignaturas hace casi un mes. A estos días absurdos los comparo con los llamados “minutos de la basura” en un partido de fútbol cuando el resultado del marcador es lo suficientemente claro para uno u otro equipo y ambas escuadras se dedican únicamente a esperar a que el árbitro decida pitar el final de la contienda y dar así por concluido el martirio. Creo que en mi Escuela pasa lo mismo. Podíamos llevar ya sin clases por lo menos quince días. No estamos haciendo absolutamente nada, más que calentar unos asientos y una clase que por el maravilloso diseño de cueva medieval que tiene nuestra Escuela ya están lo suficientemente caldeados (en muchas ocasiones solo nos falta un palo que nos atraviese desde el culo hasta la boca y que se ponga a girar alrededor de su eje para parecer pollos ensartados en un horno asador).

Pero también nos caldean la cabeza y a algunos terminan por agobiarlos y sacarlos de sus casillas. No es normal que teniendo que presentar un Proyecto Fin de Carrera, que hemos tenido que currarnos solitos, porque lo de que tenemos tutores habría que verlo seriamente, ciñéndonos a la más fiel realidad del mundo profesional en el que los proyectos de construcción (de una carretera, un ferrocarril, una presa, un puerto, etc.) los realiza una única persona sin el apoyo de una oficina técnica ni de otros ingenieros que se reparten el trabajo y comparten ideas, nos estén haciendo perder el tiempo de la manera lamentable que lo están haciendo. Prácticamente se están riendo en nuestras caras y lo peor es que creo que lo saben, que estos días son pura basura, en los que no se está enseñando absolutamente nada nuevo. Por no hablar de la utilidad de algunas de las clases (o asignaturas) para nuestra vida profesional. Por poner un ejemplo muy gráfico: sin ir más lejos en una de las asignaturas de este curso, Ingeniería Sanitaria, dedicada a la depuración y el tratamiento de las aguas residuales y de consumo humano, se nos han puesto a hablar en las últimas semanas de los tipos de escobas que llevan los barrenderos a la hora de limpiar las calles, o los tipos de papeleras que existen.

Podría decir más con respecto a la utilidad y la actualización al mundo del siglo XXI de algunas de las asignaturas de la carrera. Siempre hay dos puntos de vista diferentes: el de aquellos que nos dicen que somos puros dioses del Olimpo, que no hay nadie en el mundo que sepa más que nosotros y que tenemos la mejor formación que un ingeniero puede tener en cualquier rincón del mundo (eso sí, luego las empresas hacen que los recién salidos de la universidad se matriculen ficticiamente en alguna asignatura durante un año más para poder contratarles en condiciones más deficientes y así ahorrarse dinero, todo muy normal, ético y normal, alejado de la miseria intelectual y la necedad personal que algunas empresas basura practican); pero luego tenemos la visión de aquellas personas que también vienen a darnos una charla y que nos dicen que no tenemos ni puta idea (hablando mal y pronto) de nada, y que la formación que hemos recibido durante seis años, que también se dice pronto, no nos va a servir para nada porque lejos de nuestras fronteras no somos más que meros ingenieros civiles, vamos oficialillos de primera lejos de la jerarquía técnica en la que algunos quieren colocarnos.

Hay asignaturas pro ejemplo que para mantener al alumno hasta el último día de clase asistiendo y así haciendo engordar el ego de algunos profesores pasan lista y programan conferencias que ya nos la traen floja. Este es el caso de la asignatura de Proyectos. Para que el más nobel en cuestiones de mi Escuela lo entienda: podríamos decir que esta asignatura, y por extensión toda la cátedra, es un conglomerado de profesores que parece que les extendieron el permiso de conducir una clase en una tómbola de pueblo de tercera, de la España profunda, o eso o que el día en que se repartió la inteligencia ellos no estaban presentes, porque madre mía que pandilla de profesores ineptos. Que si el que va de guay y de repente un día se pone a hablar en inglés para demostrarnos que sabe hacerlo y que debemos saber nosotros también tras haber tenido dos años inglés en la Escuela y no haber aprendido más que a perder el tiempo; que si el chulo ya con unos añitos y con voz de darle a la botella de pacharán que da gusto que nos tomo por el pito del sereno y de vez en cuando le sale la vena vacilona; que si el decano del colegio de ingenieros de Madrid, que para ser éste el decano cómo deberán de ser los demás del colegio; que si la mujer a la que le toca dar los temas que todo el mundo en la profesión se pasa por el pito de sereno (medio ambiente, seguridad y salud, medidas correctoras, etc.) y que debe vivir más amargada que aceituna en rama. ¡Vamos la crême de la crême!

Si siguiera diciendo idioteces que nos están haciendo vivir estos últimos días, y horas de clase, podría no acabar nunca, y lo peor me terminaría enervando, indignando y terminaría dejándome coleta, comprándome camisas en el Alcampo y levantando el puño cada dos por tres en mitad de las plazas de toda España al grito de ¡no pasarán! Pero es que las cosas hay que criticarlas, no por el mero hecho de desahogarse, que también sienta muy bien después de haber pasado seis años puteado y bien jodido en mi Escuela, sino para intentar levantar escozores y que alguien que tenga algo de responsabilidad y posibilidades de hacerlo, haga algo para mejorar las cosas. Lo que pasa es que en este país la crítica se entiende siempre como algo negativo. Si se dice que un profesor es nefasto, peor que la droga caducada, no es porque a los alumnos nos ponga insultar de gratis al personal, sino porque nos gustaría poder tener profesores que estén a nuestra altura. Pero eso es muy difícil, y más en una Escuela como la mía donde muchos se han subido a la parra con eso del prestigio que ha tenido siempre.

A mí a nivel personal me hubiera gustado tener profesores que merecieran la pena, que en clase no sólo se ciñeran a un temario, por otro lado totalmente obsoleto en algunos campos y con métodos docentes que ya ni en la época de mis padres se estilaban, sino que contaran experiencias personales que nos ilustraran de verdad cómo puede que sea nuestra futura actividad profesional. Pero no. De ese tipos de profesores habré tenido tan pocos que se podrían contar con los dedos de una mano y es posible que me sobrara alguno. Recuerdo por ejemplo con admiración las clases de cálculo de primero con el Profesor Soler, probablemente el mejor profesor que he tenido desde el colegio; o las de tercero de geología con Don Clemente que no es que fueran lo más divertido que he visto desde que tengo uso de razón pero sabía cómo mantener la atención, al menos la mía. Y así de bote pronto no recuerdo ninguna clase más que merezca la pena salvar; quizá las de vídeos de obras de Maquinaria del primer parcial de este año. Poco más.

Por el contrario sí recuerdo muchas clases que eran para pegarse un tiro, no ya en el pie como diría algún profesor de mi Escuela, sino directamente en el interior de la boca, con el cañón de la pistola pegado al paladar para que la tapa de los sesos saltase bien alto y la masa cerebral se repartiera uniformemente por el techo. Muy especial cariño tengo por las clases de quinto de Obras Hidráulicas, me da igual el profesor que nos la diera, ya fuera el catedrático que según el día hablaba de “chuponas” o de cómo regar bien los garbanzos para que crezcan hermosos, o el actual director de la Escuela que no fue capaz en las clases que nos dio de acabar un puñetero ejercicio bien, y que hacía que lo que era una chorrada pareciera física cuántica. Otras clases memorables era las de economía de cuarto impartidas por el catedrático, ex asesor de Aznar, en las que se dormía hasta un hiperactivo. Pero si me remonto más atrás otras clases que también eran de chiste eran las de estadística en las que el profesor tras hacernos comprar sus dos libros los transcribía literalmente en la pizarra haciendo como que daba clase, y lo peor de todo es que supongo que se creía que estaba dando clase de manera decente.

Pero vamos que ya todo esto pasará a ser parte del pasado, y sólo lo recordaremos, tanto mis compañeros como yo de vez en cuando, cuando nos reunamos a cenar después de mucho tiempo sin vernos (si es que no reunimos alguna vez) y salgan estos recuerdos como meras anécdotas. Sin embargo ahora mismo no son anécdotas sino nuestro presente, aunque ya esté acabado en parte y ya no nos quede mucho por aguantar, ni a muchos por oír. Esto se acaba, quedan apenas dos telediarios para que no volvamos a tener que escuchar necedades por parte de ningún profesor que se crea con la decencia suficiente como para soltarnos charlas moralistas o para decirnos cómo debemos de trabajar el día de mañana. Ya se acaban las clases en las que nos han hecho perder el tiempo a manos llenas y les ha dado igual porque para muchos de los profesores que hemos tenido sobre todo en la segunda mitad de la carrera no éramos más que un trámite diario que suponía un descanso de sus responsabilidades en sus respectivas empresas que eran las que de verdad les importaba. Ya se ha acabado el ver el pelo a profesores que se creen por encima de los alumnos y que han olvidado que por muy números uno de promoción que hayan sido eso solo significa que han obtenido mejores notas en unas asignaturas que me temo que no van a servir ni para tomar por culo (perdón). En dos días este final de clases se habrá consumado y habrá que aceptar que al final esto se ha terminado.

Caronte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario